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«Adiós gracias. Adiós donaires. Adiós regocijados amigos»: la loca amenidad de Maurice Molho ]EA]\¡-PIERRE ÉTIENVRF Universidad de Paris-Sorbonne A LGÚN MOTIVO HABRÁ para que, hoy y aquí, hable yo de Maurice Molho, en este primer convivio internacional de Locos Amenos, dedicado a las desviaciones lúdicas en la críti- ca cervantina. Acepto e! juego, quiero e! envite -como el bueno de Sancho ante la oferta despertadora de sed del laca- yo Tosilos- ]. Pero no voy a echar el resto, ni envidar de falso. Voy a escanciar recuerdos comunes, evocaciones de mutua cosecha, evidencias compartidas. Ni más, ni menos. En lo que ha de ser -en esta «locamena» circunstancia- e! fair play de nuestro gremio, deben imperar dos reglas fundamen- tales de! juego: el buen humor y la libre adhesión. No se llame, pues, nadie a engaño. Yo no era de los más adictos a Maurice Molho, ni fui discípulo suyo. Le tenía sim- plemente un enorme afecto personal, como otros muchos. Tuve la suerte -y es éste quizá uno de los motivos de mi pre- sencia y actuación aquí- de sucederle en su cátedra de la Sorbona, cuando unas instancias universitarias hicieron posible que don Mauricio me cediera a -con su indulgen- cia, que podía ser grande-la palabra, esa palabra que era una parte de su vida. 0, mejor dicho, que me cediera el lugar aca- 1 Don Quijote, II, 66 (p. 1090 de la ed. de Martín de Riquer, Barcelo- na, Planeta, '980).

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«Adiós gracias. Adiós donaires. Adiós regocijados amigos»:

la loca amenidad de Maurice Molho

]EA]\¡-PIERRE ÉTIENVRF

Universidad de Paris-Sorbonne

ALGÚN MOTIVO HABRÁ para que, hoy y aquí, hable yo de Maurice Molho, en este primer convivio internacional de

Locos Amenos, dedicado a las desviaciones lúdicas en la críti­ca cervantina. Acepto e! juego, quiero e! envite -como el bueno de Sancho ante la oferta despertadora de sed del laca­yo Tosilos- ]. Pero no voy a echar el resto, ni envidar de falso. Voy a escanciar recuerdos comunes, evocaciones de mutua cosecha, evidencias compartidas. Ni más, ni menos. En lo que ha de ser -en esta «locamena» circunstancia- e! fair play de nuestro gremio, deben imperar dos reglas fundamen­tales de! juego: el buen humor y la libre adhesión.

No se llame, pues, nadie a engaño. Yo no era de los más adictos a Maurice Molho, ni fui discípulo suyo. Le tenía sim­plemente un enorme afecto personal, como otros muchos. Tuve la suerte -y es éste quizá uno de los motivos de mi pre­sencia y actuación aquí- de sucederle en su cátedra de la Sorbona, cuando unas instancias universitarias hicieron posible que don Mauricio me cediera a mí -con su indulgen­cia, que podía ser grande-la palabra, esa palabra que era una parte de su vida. 0, mejor dicho, que me cediera el lugar aca-

1 Don Quijote, II, 66 (p. 1090 de la ed. de Martín de Riquer, Barcelo­na, Planeta, '980).

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démico, uno de los lugares, el último, en que esa palabra, ful­gurante y generosa, se ofreció e impuso a varias generaciones de estudiantes ávidos de escucharle.

Quisiera esta tarde devolverle al maestro la palabra, para que ustedes le escucharan con esa misma avidez, en su loca amenidad cervantina. Quisiera que fuera él quien, por obra y gracia de un sabio encantador nacido de la tecnología finise­cular, se expresara aquí, en esta hemiplenaria. Un concepto nuevo, inédito y harto operante que, por cierto, le hubiera encantado, aunque -como bien saben ustedes- Maurice Molho no era hombre de términos medios, demi-mesures, ni medias tintas. No era hombre de decir las cosas a medias, ni a media voz. Pero el sabio encantador del convivio ha reali­zado un prodigio: van a ser dos las voces. Voy a procurar que la primera no se pase del tiempo impartido, que su discurso, a falta de ser ameno, resulte medianamente corto -quiero decir breve- no excediendo los treinta y cinco minutos de rigor. La segunda voz (la de mi colega igualmente parisino Éric Beaumatin) les hablará cumplidamente de un tema-el de los nombres- que yo tenía previsto examinar, por ser uno de los fundamentales en la reflexión de don Mauricio sobre la obra de un autor a quien acabó por negarse a nom­brar de otra forma que «el supuesto».

Les hablaré por tanto de otra cosa. O de otra manera. Renunciaré al juego de los nombres, primera desviación -o simplemente vía (¿por qué habría de ser «desviación» la ruta del juego?)- lúdica en la relación de benévolo recelo que Maurice Molho tenía entablada con «el supuesto». Descarta­ré de mi socorrida baraja el insulso repaso bibliográfico, la muy sugestiva apertura sicoanalítica o la virtud heurística de los extremos. Me conformaré con hablarles de manera global e impresionista, deliberada y desgraciadamente superficial. Pero en la superficie están aquellas evidencias compartidas, a las que aludía al principio y que me toca ahora poner en el tapete verde. Verde como un gabán, como una beca de cole­gial, como el emblemático sayo de los «locos» de corte 2.

2 Cf. FRANCISCO MÁRQUEZ VILLANUEVA, «La locura emblemática en la segunda parte del Quijote» (1980), arto recogido en sus Trabajosy dias cero vantinos, Alcalá de Henares, Centro de Estudíos Cervantinos, 1995, pp. 23-57 (especialmente 33-45).

"ADIÓS GRACIAS. ADIÓS DONAIRES. ADIÓS REGOCIJADOS AMIGOS.. 2 I

La primera evidencia es que Maurice Molho era un ser carismático. Tenía evidente y envidiable carisma. Carisma, según estricta etimología, es don de los dioses, don que se le concede a una persona en beneficio de la comunidad. Caris­ma es favor, regalo, merced. Yo creo que don Mauricio, más acá y más allá de la indudable seducción que ejercía, era lite­ralmente carismático, como quien vivía de dar, de dar y reci­bir, de dar e incluso de tomar, de forma gratuita e ingenua, sin aprensiones, estrategias ni prejuicios, y con la reivindica­ción permanente del derecho a equivocarse. No formaba parte de los prudentes que rechazan el riesgo de errar, que no admiten dudas y se curan en salud confesando ritualmente sus deudas.

Era un imprudente. Más que un maestro, era un capitán aventurero de la filología. Lo que él quería -requería- no eran tanto discípulos como compañeros de viaje por los tex­tos. Filólogo en el sentido pleno de la palabra, eso es, lin­güista e historiador de la literatura, ambas cosas a la vez. Embarcaba a la gente para una vuelta al mundo, con no pocas incógnitas. Pero era así: había que aceptar el peligro de las hipótesis impertinentes para tener acceso a un posible descubrimiento. Había que correr el riesgo de los desvíos a veces incómodos para aproximarse mejor, y con más efica­cia, al objeto cuestionado, ceñirse a él y sacar todas las conse­cuencias de} micro sistema elaborado a través del abrupto recorrido. Este era el método de Maurice Molho. Un méto­do que le venía evidentemente de la lingüística teórica, pero que podía valerse de una amplísima cultura hispánica y extra­hispánica, así como de un saber filológico tradicional: no olvidemos su rigurosa edición crítica de El Fuero de Jaca 3,

De la mano de esa expresión dual -Locos Amenos- que sirve de lema a nuestro convivio y que me suena a nombre de una academia del cinquecento (sobre el modelo de la napo­litana de los Ociosos o de la valenciana de los Nocturnos), de la mano pues de esas dos palabras que se dan oportunamen­te la mano, se me antoja darle un par de apodos a nuestro homenajeado, quien sería desde luego nuestro presidente (y

3 Edición publicada por la Escuela de Estudios Medievales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Zaragoza, 1964 (LXXII + 664 p.).

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nuestro fiscal implacable) para la eternidad. Naturalmente haré caso omiso de aquellos apodos, no todos amenos, que se le fueron dando en nuestra histórica corporación, en tris­te correspondencia a ese arte de motejar que practicaba él también con tanta fruición, y del cual creo que nos hemos beneficiado casi todos -algunos menos, otros más- como víctimas gremialmente encubiertas, :i fuer de académicos de la Argamasilla. Donde las dan las toman. Como pueden, o como podían, con mayor o menor agudeza. Don Mauricio tenía el motejar muy agudo, y alguna que otra vez asesino. En el vejamen académico, era un terrible experto, aprove­chándose las más veces de la literalidad antroponómica. Con el pie de la letra, daba coces inolvidables. Pero no procede recordarlas aquí, por supuesto.

Volviendo precisamente al «supuesto» y a su exégeta, para seguir con la evocación de Maurice Molho en esta cer­vantina academia de los Locos Amenos, me parece que podría­mos apodarle «El Imprudente» o «El Atrevido». También «El Exagera(d)o». Dos o tres apodos que manifestarían, con matices igualmente enfáticos, el aspecto más controvertido de su método crítico.

Las preguntas, inesperadas y atrevidas. Las respuestas, imprudentes y exageradas. Atreverse, por ejemplo, a pre­guntar por qué don Quijote es manchego o, más exacta­mente, de la Mancha. ¿A quién se le ocurre esa pregunta? y ¿para qué? Se le ocurre a Maurice Molho, y para buscar la respuesta ahí donde está, donde tenía que estar: en el Tesoro de Covarrubias. Efectivamente, en su segunda acepción, la palabra mancha está definida así en tiempos de Cervantes: «un gran territorio distinto de los vecinos por alguna cali­dad que le diferencia dellos». La respuesta del lexicógrafo le entrega simplemente la clave del nombre al atrevido críti­co, quien ve en la primera frase del Quijote un juego de pala­bras, a partir de una palabra que puede leerse en clave lúdi­ca. Los lectores de Maurice Molho recordarán el partido que sacaba de esa definición estrictamente contemporánea de la novela. Si la «mancha» declara la diferencia, el lugar de cuyo nombre no quiere acordarse el supuesto autor es -ade­más de una aldea manchega- el lugar utópico de una dife­rencia, de una alteridad problemática. Y el «no acordarse» de dicho autor corre parejo con la «no cordura» del prota-

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gonista 4. La respuesta final es así de imprudente yexagera­da. Para mí, punto menos que evidente.

El loco, en su estricto papel de loco, hace constar la evi­dencia. El loco ameno, en su benéfico papel de loco ameno, nos lleva de la mano hacia la evidencia. Según los académi­cos, los de verdad, los de la Real Academia Española que redactaron el llamado Diccionario de Autoridades hace dos siglos y medio, ameno «más comúnmente se entiende de las personas que tienen mucha erudición, y que visten sus dis­cursos y conversaciones con noticias particulares y gustosas al que las oye». Ameno, Maurice Molho lo era desde luego al pie de la letra. Al pie de la letra académica. Sí, mucha erudi­ción había en ese filólogo que se doctoró, en 1954, con don Rafael Lapesa. Mucha erudición en su magnífica biblioteca, desgraciadamente repartida entre París y Burdeos, pero reu­nida en su prodigiosa memoria. Había también «noticias par­ticulares y gustosas» en «sus discursos y conversaciones». Lo que no había, en cambio, eran alardes bibliográficos. Parti­dario de las desviaciones lúdicas, no frecuentaba las autopis­tas de la información al uso, sino que andaba con su paso obs­tinado por los vericuetos de la invención. Le abrumaban los materiales de resguardo (<<bardé de références!»), las referen­cias vaciadas a pie de página, lo que él llamaba los «volquetes de notas» (<<des bennes de notes!»). En fin, no era amigo de la erudición camionera.

Su amenidad radicaba primero en una voz, que no se privaba por cierto de soltar «amenidades», en el sentido antifrástico que ese plural suele tener en francés. Pero era jus­tamente el reverso de la medalla. La otra cara de una misma moneda, con la cual regalaba a sus interlocutores la gracia que le sobraba a su espíritu, faltándole a su cuerpo. A don Mauricio le encantaba cantar, y le fascinaba el baile. Hacía bailar su espíritu. «11 faut que 'fa bouge la-dedans» era uno de sus preceptos. Y también «Il faut faire des folies!». «Vous n'etes pas assez fou, mon vieux!», me dijo en la lectura de mi tesis, bajo el retrato de Richelieu por Philippe de Cham­paigne.

4 «Utopie ct uchronic: sur la premiere phrase duQHichotte». actas del coloquio internacional Le temps dll récit, Madrid, Casa de Velázquez (col. Rencontres. n. Q 3). 1989. pp. 83-91.

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La locura había de ser la gran preocupación de Maurice I\folho. Con un tema corolario: la verdad. Durante muchos años, sus reflexiones, clases y publicaciones versaron sobre la relación entre esos dos conceptos. Discrepando de la famosa tesis de Foucault (que le oí discutir puntualmente en un semi­narío), llegó a la conclusión de que el rasgo fundamental y funcional del loco es que dice la verdad. La locura, por tanto, es incurable. Consideraba como una frase-faro la exclama­ción de Descartes, en las Aféditations métapkysiques: «Mais quoi, ce sont des fous!», una exclamación que, según él, con­fería a posteriori significación y alcance universal al Quijote. También recordaba aquel «autre tour de folie» que, según decía Pascal en sus Pensé es, impedía que los hombres acepta­ran su necesaria y congénita locura 5.

Afirmaba Maurice Molho que la locura de don Quijote no es una mera convención cómica, sino el mismo funda­mento del libro; que ese gran loco dice toda la verdad, o la verdad sobre todos los temas, incluso sobre su propia locura, y que la mise en abyme de la locura por el mismo loco (cuando declara que «en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño») es el último discurso de la verdad en la novela. Después, desaparece y triunfa la realidad, a raíz de «la cura de la locura tal como la procura el cura» (el cura Pérez, Pero Pérez, por más señas paronomásticas). Esta es una de las amenidades -¿sin antífrasis?- que se permitía nuestro hombre, remedan­do la «razón de la sinrazón que a mi razón se hace» de la carta de desafío citada en el primer capítulo del genial libro.

Amenidades de este tipo, las ofrecía frecuentemente en sus clases. Pero solían quedarse en el tintero. O, más exacta­mente, no pasaban a letras de molde. Porque pueden leerse en sus apuntes, en aquellos cuadernos C/airefontaine afortu­nada y cuidadosamente guardados en el desván de una casa amiga. Ahí es donde nos damos cuenta de que, finalmente, eran dos los problemas que se le planteaban a Maurice Molho en su lectura «toujours recommencée» del Quijote. Se hacía continuamente esas dos preguntas conexas: ¿Qué relación existe entre la verdad y la razón? ¿Es la verdad compatible con la ficción literaria? No es éste el lugar apropiado para

5 «POurqu01j de quoi Don Quichotte cst-il fou?», BuJJetin 1 Jispanique, t. XC (1988), n.º 1-2, pp. '47-154.

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exponer la respuesta que iba aportando a lo largo y a lo ancho de las páginas emborronadas con su amplia y generosa letra. Pero sí quiero decir que no dudaba en plantear esos proble­mas ante los alumnos, y no sólo entre los colegas. Ante los alumnos que no habían terminado aún la carrera, justamente para que siguieran con preguntas, dudas y curiosidades. En esto también consistía su exigente amenidad.

Una cuestión por el estilo de esas preguntas impruden­tes e incómodas fue el tema de una clase que dio en octubre del 94 -hace por tanto exactamente tres años- a mis alumnos de Ncence. La cuestión era la no representabilidad de la ver­dad (la cual, según él decía, sólo puede dejarse representar transformándose en mentira verosímil). Pues bien, apareció Maurice Molho ante los estudiantes (fue, por cierto, una auténtica aparición según me contaron, porque yo no esta­ba, y a don Mauricio le daba alegría sustituirme cuando me iba fuera), diciéndoles que tenían delante al mismo Cervan­tes, al mismísimo «supuesto». Y les dio una espléndida lec­ción, fundada en el serio ludere, et seriosissimejocari de Nicolás de Cusa.

Fue su última clase. A los pocos meses, Maurice Molho cayó enfermo de gravedad, y empezó a abandonarle la loca amenidad. Empezó a jubilarse de la vida, no habiéndose jubi­lado nunca de la profesión -y por cierto no le hacía ninguna gracia la facilona paronomasia «júbilo»!«jubilación», que tuvo que aguantar alguna que otra vez-o El pie de la letra no le llevaba por esos derroteros. El júbilo, lo había experimen­tado durante toda su vida. El júbilo, lo encontraba cifrado, por ejemplo, en un diálogo del Quijote que solía citar. Un diá­logo entre el primo humanista y el ingenioso caballero, en medio del episodio de la cueva de Montesinos al cual dedicó particular atención: «Prosiga vuestra merced, señor don Quijote, que le escucho con el mayor gusto del mundo. -No con menor lo cuento yo, respondió don Quijote» 6. Para don Mauricio, ese gusto, ese placer, ese júbilo están en el texto. Son el texto. Con la locura, constituyen el fundamento del libro. Locura y amenidad reunidas ya por el mismo Cervan­tes, y que siguen ahí juntas para siempre.

6 Don Quijote, 11, 23 (p. 753 delaed. citada).

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Pero Maurice Molho, que nunca había imitado a nadie (antes al contrario, tuvo sus imitadores, no siempre buenos) y que nunca había seguido las modas, contribuyendo más bien a inventarlas (por el carisma que justamente tenía), seguía muy preocupado, en los últimos meses de su vida, por la novela y por el «supuesto». Al margen de los compromisos editoriales y de las polémicas, seguía preguntándose, de manera cada día más obsesiva: ¿qué es novelar? ¿quién es Cervantes? ¿por qué se sitúa el Quijote entre dos apócrifos, entre Benengeli y Avellaneda? ¿por qué ese juego? y ¿quién hace trampa? y ¿para qué? Preguntaba y volvía a preguntar, daba vueltas a esos problemas, algo desesperado, aunque no dejaba de agarrarse a una frase sacada de una carta de Jacques Vaché a André Breton, fundadora no sólo del surrealismo sino, para él, de toda literatura: «L'essence meme des proble­mes est d'etre problématiques». No era para Maurice Molho una frase hueca, sino la expresión de una desconfianza radi­cal en las soluciones que se dan por definitivas.

Sin embargo, acabó buscando con ansia respuestas irre­vocables en el Persi/es, una obra que llegó a fascinarle, no sólo como taller de escritura (actividad que, en cualquier texto, siempre le había interesado), sino como lugar de utópica armonía entre las dos verdades contrarias: la fe y la razón. Su lectura de la novela póstuma de Cervantes es impresionante e incluso sobrecogedora: manifiesta, a través de una muy sig­nificativa identificación con el enigmático «supuesto», un fecundo desasosiego. En los últimos años de su vida, don Mauricio ya no se hubiera merecido, en nuestra académica ficción, el apodo de «El Imprudente» o «El Atrevido», sino el más sobrio de «El Inquieto». Inquieto había sido, desde luego, durante toda su vida. Pero ya dejaba de ser díscolo, ya prescindía de los desguaces interpretativos y de las travesu­ras hermenéuticas.

En la que había de ser su última actuación pública (fue en un coloquio que organicé en París, en el Colegio de Espa­ña, en diciembre del 94), Maurice Molho rindió un muy inesperado homenaje -afectuoso e intelectual- a Noel Salo­man, a quien parece ser que ya no vale citar como se usó, y abusó a veces, antaño. Maurice Molho se despedía de noso­tros, dándonos una lección de valor físico y moral al entre­garnos, durante unos veinte minutos de gran tensión, una

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apretada síntesis de sus ideas sobre la relación entre literatu­ra y política 7. Y, recordando como lo hizo infine a su colega de Burdeos, manifestaba en una confesión a contrapelo que las discrepancias cuentan menos que la común búsqueda de la verdad. Razón y fe finalmente compartidas en el umbral de la muerte. Ante un público que intuía que le oía por últi­ma vez, aquella voz se expresaba patéticamente para decla­rar la primacía de la más cervantina de las virtudes: la amis­tad. En esta amistosa despedida, nos estaba diciendo como Cervantes al final del prólogo de su Persiles: «Adiós gracias. Adiós donaires. Adiós regocijados amigos». En esta cansina despedida, como en un melancólico resquicio, estaba -redi­viva-la loca amenidad. Esa loca amenidad que los militan­tes de la ortodoxia universitaria le habían concedido con cierta condescendencia, olvidándose de la radiante y radical eutrapelia cervantina.

Maurice Molho estuvo trabajando hasta el último día. No sólo fue el ser carismático a quien acabo de evocar. Tam­bién fue, a diario y a lo largo de una vida profesional que no siempre fue fácil, un gran trabajador. Es otra evidencia que importa recordar para que quede menos incompleta la ima­gen que de él podemos tener a los dos años de su muerte. Ahí están, desde la edición del texto foral, nada menos que nueve libros, cinco traducciones y decenas de artículos, tanto de lingüística como de literatura, las dos caras de una incesante actividad investigadora llevada a cabo y dada a conocer por un auténtico bilingüe.

Si nos ceñimos a su dedicación a Cervantes, son más de treinta años de lecturas, relecturas y traducciones, interpreta­ciones, en fin, de una obra que abordó siempre con una voluptuosa curiosidad, demorándose en rincones aparente­mente sin interés, haciendo hincapié en terrenos movedizos, fijándose en nimiedades esenciales. ¿Por qué, por ejemplo, Tomás Rodaja -el licenciado Vidriera- se lleva a Italia un Garcilaso sin comento? ¿Por qué le admira la «gentileza y gallarda disposición» de los genoveses? ¿Por qué esa insis­tencia en la etapa de Nuestra Señora de Loreto? Habrán reco-

7 Desgraciadamente no ha podido transcribirse el texto de esa última intervención pública en las actas de dicho coloquio, Littérature et po/itique en Espa.J!,ne aux siecles d'or, París, Klincksieck, 1998.

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nacido ustedes algunas de las cuestiones barajadas en uno de sus últimos artículos 8. Un artículo que, con otros muchos (una veintena), están pidiendo que alguien los reúna en una de esas colectáneas tan preciadas en los tiempos que corren. Ha habido intentos. Él mismo soñaba con ese libro. Espere­mos que puedan surtir efecto los esfuerzos de quienes no se resignan a que una de las lecturas cervantinas más originales y discutibles (es decir, que merece discutirse) quede despa­rramada en revistas y homenajes.

El trabajo y el carisma de Maurice Molho hicieron que, cuando dejó su cátedra, hubiera formado un sinfín de alum­nos. y no ( sólo) de los que van repitiendo lo ya mascullado por el profesor o difundiendo el dogma de la autoridad. De ésos, haberlos hayIos. Húbolos. Papagayos de la selva uni­versitaria, canarios que se crían en domesticidad y luego se escapan, ingratos y traidores. No, no se trataba de repetir. Por su labor docente, por sus publicaciones, por su incon­fundible manera de ser y estar, don Mauricio supo fomentar en muchos estudiantes una pasión profunda, lúcida y exigen­te por todo lo hispánico. Ese «éveilleur d'esprits» supo despertar vocaciones y comunicar el entusiasmo intelectual que le animó en su vida de estudioso y curioso empedernido. El hispanismo francés y el hispanismo internacional deben serle agradecidos: hoy, en Francia, son muy pocas las univer­sidades que no cuentan, por lo menos, con un hispanista que le deba a Maurice Molho lo mejor de su formación y saber. Esa gran familia, con un deliberado ostracismo de hispanis­tas foráneos, le rindió hace diez años un homenaje que desde luego pueden envidiarle muchos de sus colegas: tres tomos, ciento quince contribuciones y nada menos que 1. 5 81 páginas 9.

8 "Una dama de todo rumbo y manejo: para una lectura de El licen­ciado Vidriera», en el vol. colectivo Erotismo en las letras hispánicas. Aspectos, modosyfronleras, a cargo de Luce López-Baralt y Francisco Már'luez Villa­nueva, Méjico, Centro de estudios lingüísticos y literarios del Colegio de Méjico, 1995 (Publicaciones de la Nueva Revista de Fil%pa Hispánica, t. VII), pp. 387-406.

9 Mélanges offerls tÍ Maurice Molho, tomos 1 (Moyen Age, Espagne classi'lue et post-classi'lue, 623 p.) Y II (Espagne modeme, Améri'lue, Cata­logne, Portugal, 515 p.) publicados en París, Éditions Hispani'lues, 1988; el tomo III (Linguistique, 443 p.), publicado en Les Cahiers de Fontenay, École normale supérieure de FontenayfSaint-Cloud, n. Q 46-47-48, sept. 1987.

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No voy a insistir aquí en la proyección internacional de Maurice Molho. Recordaré tan sólo -porque está vinculado a la vez con su loca amenidad y con la persona de su entraña­ble amiga Lore Terracini- un detalle de su penúltimo viaje a Italia, a su querida Italia. Ahí, después de una estancia en Roma (desde donde me escribió, en una postal representan­do la conversión de San Pablo por Caravaggio: «Je ne sais si je pourrai quitter cette vílle; je crains de devoir me cacher pour échapper au départ»), se fue a Turín para dar una confe­rencia. Y trajo, con mucho orgullo, el cartel que le habían hecho para anunciarle y que rezaba, con escueta provoca­ción: Quijotada molhesca.

Éste es el hombre que tuvo tan sabio afecto por «el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre», para nom­brar a Cervantes con las mismas palabras con que habla de sí, otra vez, en el prólogo del Perúles. Éste el hombre -el «hombrecillo de pobladas cejas, mirada limpia, voz pausa­da» según el periodista ID que le hizo una entrevista en el otoño del 90-, el hombre peregrino e inconfundible que «dio su espíritu, quiero decir que murió», al rayar el estío del 95. Según testimonio de la amiga que guarda tan escru­pulosamente sus cuadernos, sus últimas palabras fueron: «NuBe part». «Oli avez-vous mal, Maurice? (¿Dónde le duele, Maurice?) - Nulle part (En ninguna parte)>>. Y luego el silencio, definitivo. Maurice Molho había rechazado siempre el dolor, la enfermedad, la muerte. Como diciendo: «eso no va conmigo». Orgullo, pose, desafio. Todo irriso­rio, inútil, pero no falto de dignidad. Más allá de la circuns­tancia, esta frase «Nulle part» remite emblemáticamente a la vida toda de un hombre que venía de <mulle part» y que sin embargo (o justamente por eso) quería estar «partout». Remite a esa «mancha» delQuijote, lugar utópico de la dife­rencia existencial. Remite a la nada inaceptable. «Ou avez­vous mal? - Nulle parto - Ou etes-vous? - Nulle part - Ou allez-vous? - Nulle part».

10 Tulio H. Demicheli, en ABe,lunes U-Xl-1990, p. 61. Al fInal de la entrevista, Maurice Molho -calificado de «hispanista por amor y agrade­cimiento»- afirmaba: «Yo hago siempre una lectura de lingüista, que no per­dona nada, porque es litera!».

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Otra pregunta -suya, esta vez- en el hermosísimo pre­facio que escribió para su traducción francesa del PersiJes: «Dans l'au-del:l de la mort, y a-t-il place pour autre chose qu'un dire qui comblerait le manque de ce qui n'a pas été dit?» ". Desde ese «más allá de la muerte», desde ese lugar que le deseamos ameno -un Jocus amoenus para un ejem­plar loco ameno, bien merecida morada eterna-, desde ese lugar de (mulle part», don Mauricio, sin el odiado bastón, nos debe de mirar y escuchar en nuestra academia menorqui­na. Hic et nunc, podemos apodarle con todo rigor «El Ausen­te», pero de ninguna manera «El Olvidado», apodos los dos que se dieron por cierto en una academia aragonesa de 16Il.

Tampoco le sentaría mal el apodo de uno de los miembros de dicha academia: «El Universal» o, mejor aún, «El Umberjal», para quien leyera (y leyó) pronto (y mal) el manuscrito de las actas de dicha academia 1'.

Pero, más que una figura singular y excelsa de nuestra corporación, prefiero evocar finalmente a Maurice Molho como a un personaje de novela_ Tal y como aparece, real­mente, en una ficción novelesca de J oan Perucho titulada Diana _y ef Mar Muerto (<<Ejercicio literario»), donde sale junto al proustiano Swann y a Albertine «retrouvée», en la plaza del Rey, en Barcelona:

Swann saca dos ticket s para entrar al salón del Tinell. Maurice Molho da una complicadísima explicación sobre el enorme valor del fuero de Jaca, Albertina, Diana, [Maurice]. Ah[! lje vous aime!

No sé pas on anirem a parar, se dijo el escritor enorme­mente fatigado, mientras encendía una faria y aspiraba su aroma, La vida se complica cada vez más,

Realmente, ciertas influencias, en literatura, son nefastas 1),

II Les Travaux de Persille el Sigismonde. Histoire septentrionale. Paris, José Corti, 1994, p. 10 (<<En el más allá deja muerte, ¿hay lugar para otra cosa que un decir que colmaría la falta de lo que no se ha dicho?»).

12 Cf. WILLARD F. KING, Prosa novelísticay academias literarias en el siglo XVII, Madrid, Real Academia Española, 1963, pp. 68-69 (y n." 100).

13 JUAN PERUCHO, Dianay el Mar Muerto. Cuatro pliegos, Barcelona, Montena, '987, p, 80.

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Sí, la vida se complica cada vez más. Y la literatura tam­bién. Sobre todo cuando una tiende a ser el trasunto -más o menos fiel y ameno- de la otra. Y cuando no sabemos exac­tamente cuál es la una, ni cuál es la otra. Aunque la insupera­ble ventaja de los personajes de novela es que no mueren nunca. Nulle parto