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  • Introduccin

    Las agencias criollas y la ambigedad colonialde las letras hispanoamericanas

    Jos Antonio MazzottiHarvard University

    Este volumen sobre agencias criollas constituye el cuerpoexpandido de las ponencias presentadas en el simposio homnimodel 23 de octubre de 1998 auspiciado por el David Rockefeller Centerfor Latin American Studies de la Universidad de Harvard. Ms queejercer una simple compilacin de actas, me cabe como editor el difcilreto de encuadrar su comn preocupacin sobre el fenmeno deldiscurso criollo dentro de las nuevas corrientes y tendencias del campollamado colonial en los estudios literarios hispanoamericanos. Comoes bien sabido para quienes se dedican a este complejo periodo, losaportes crticos sobre un sector de dicho discurso han sido mltiplesen los aos recientes. La relectura de autores clave como Sor Juana,Carlos de Sigenza o Pedro de Peralta ha ayudado a enriquecer yhasta transgredir la disciplina, y a la vez a renovar algunas de lasantiguas preguntas sobre el estatuto especfico (con sus visionesencontradas y sus ambigedades) de esos y otros autores.1 Asimismo,el tratamiento de textos que escapan del dominio cannico de laliteratura ha motivado una saludable interrogacin sobre la dinmicahistrica de las agencias criollas en su larga trayectoria denegociaciones, alianzas y enfrentamientos con el poder ultramarino,muchas veces sobre el andamio de un silencio compartido conrespecto a las enormes mayoras indgenas y de origen africano, cuandono de su directa alusin en favor o en contra.2

    A partir de largas y fructferas conversaciones con mi colega MaryGaylord, surgi la idea de convocar a prestigiosos investigadores parareflexionar sobre el estado actual de la cuestin considerando lapertinencia o impertinencia del adjetivo colonial al tratarse de sujetosde escritura criollos. Fue as como juntos organizamos el mencionadosimposio. A esos investigadores se sumaron otros no menosimportantes que no estuvieron presentes en el evento, pero a los quese invit a colaborar en este volumen a fin de cubrir aspectos quequedaron pendientes en la reunin inicial. Especialmente, nos

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    interesaba fomentar el dilogo con miras a diferenciar estrategias yapropiaciones del espacio simblico realizadas por letrados criollosen el periodo previo a las reformas borbnicas.3 Esto implicaba partirtanto de una delimitacin cronolgica bsica (desde 1492 hasta lasprimeras dcadas del siglo XVIII) como geogrfica (las dos cabezasdel dominio espaol en el Nuevo Mundo, es decir, Mxico y Per).Adems, queramos desarrollar la reflexin sobre la utilidad de lallamada teora postcolonial cuando se aplica al campohispanoamericano, y sin duda las propias respuestas que desde la crticay la teora recientemente producidas en Hispanoamrica se hanabocado a proporcionar perfiles ms ntidos de ese sector del conjuntocriollo.

    El reto no es, pues, poca cosa. Pero tal vez la mejor excusa para noafrontarlo ahora en su debida extensin sea la limitacin caractersticade todo ensayo introductorio, que antecede, y no reemplaza, losartculos especializados sobre el tema. Aun as, conviene resumir porlo menos algunas ideas y esbozar un cuadro general de los estudiossobre el criollismo pre-ilustrado a fin de apreciar mejor en qucontextos y con qu mritos se presenta este volumen, y paraintroducir a un pblico amplio en uno de los debates ms urgentesdel campo.

    1. PRIMERAS PUNTUALIZACIONES.

    Para ello, quiz lo mejor sea partir de algunas definiciones que yahan sido elaboradas en trabajos anteriores, pero que nos puedenorientar ms claramente hacia el objetivo final de este libro.4 Comose sabe, la palabra colonia tuvo poco uso y casi ninguna difusin enrelacin con el fenmeno de la dominacin espaola sobre el NuevoMundo por lo menos hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Susmenciones espordicas durante el XVI y el XVII apuntan sobre todoal sentido del original latino, que se refiere a una puebla o trmino detierra que se ha poblado de gente extranjera, sacada de la ciudad, quees seora de aquel territorio o llevada de otra parte (Covarrubias). Laantigua transplantacin de soldados y ciudadanos romanos a territoriosalejados era entendida en la Espaa del XVI y XVII como una forma dedominacin que no necesariamente implicaba la reproduccin detodas las instituciones y la transformacin identitaria de los pueblosdominados. Tal es el sentido que, al parecer, le dio en 1530 Pedro Mrtirde Anglera a la primera fundacin urbana hecha por Corts en Mxicoen 1519: De Colonia deducenda, Progubernatore Cub Dieco

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    Velaquez inculto, coniliu~ ineunt (Opera, Dcada Cuarta, Cap. 7, f.60v, [154]), traducible como deliberaron fundar una colonia, y nocontaron con el vicegobernador de Cuba, Diego Velzquez (Mrtir,Dcadas del Nuevo Mundo 333). Asimismo, poco despus: [...] adleucas inde duodecim in gleba fortunatiima fundd Coloni locumdeignant (Opera, Dcada Cuarta, Cap. 7, f. 60v, [154]), que significa adoce leguas de all, en fertilsimo suelo, sealaron un sitio para levantaruna colonia (Mrtir, Dcadas 333). Todo indica que Pedro Mrtirconcibe esas primeras fundaciones (la de la Villa Rica de la Veracruz,en este caso) como sinnimo de poblacin y como etapa previa a unproyecto mayor, que incluira la evangelizacin, pero que excede lospropsitos ms bien estratgicos y militares de la colonia.5

    Su aplicacin desligada de connotaciones evangelizadoras y conestricta atencin a la ganancia econmica era, sin embargo,recomendada a la autoridad real. As fue como lo entendi nadie menosque el Inca Garcilaso, quien en 1605, en el Proemio al lector de LaFlorida del Inca, anima a Espaa

    a la ganar y poblar [la Florida], aunque in lo principal q~ es elaumento de nuestra ancta f Catholica, no ea mas de para hazercolonias, donde embie a habitar us hijos, como hazian los antiguosRomanos, quando no cabian en u patria (f. s. n., nfasis agregado).

    Sin embargo, el trmino admita otras acepciones y el ya citadoCovarrubias lo confirma con un segundo significado, no menosinteresante: Tambin se llamaba colonias las que pobladas de susantiguos moradores les avia el pueblo romano dado los privilegios detales. Es decir, que colonia se entenda hacia principios del XVIIcomo enclave sin necesaria transformacin de las estructuras socialesy prcticas religiosas de los nativos, y tambin como poblacin oriundasujeta a un poder imperial y con los privilegios de los ciudadanos dela metrpoli.

    Con todo, el sentido antiguo fue el que prevaleci, hasta el puntode que la nica razn por la que en 1648 Juan de Solrzano admita elvocablo era porque el Nuevo Orbe e debio llamar Colonia, oColumbania, del nombre de don Christobal Colon, o Columbo (f. 79).Es decir, con un significado histricamente novedoso y disminuyendola relacin del sentido antiguo de colonia con la realidad de lasposesiones espaolas de Ultramar, a las cuales por consenso y lenguajeoficial se les denominaba simplemente reinos de la Corona de Castillao virreinatos, entendidos ms como provincias con los fueros yestatutos del reino central que como meras colonias extractivas.6

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    Ahora bien, no se trata aqu de limar las asperezas y declarar queel mencionado periodo de la historia hispanoamericana estuvo exentode las relaciones de dominacin extranjera y explotacin con las quese identifica el uso actual y moderno de colonia, modelado ms biena partir del llamado Segundo Imperio Britnico (1776-1914), sobretodo en Sudfrica y la India.7 Sin duda, hubo muchos aspectos quehoy llamaramos coloniales en el tratamiento de la poblacin indgena,aspectos en los que cada individuo vea su posibilidad de identificarsecon otros explotados principalmente por su origen indiano y sudominador comn: la autoridad espaola. Pese a los esfuerzos de laCorona por dictar leyes protectivas y a los alegatos valientes demiembros del clero que echaban mano del gnero arbitrista paradenunciar las atrocidades y aprovechamientos cometidos pornumerosos oficiales de la Corona, la aplicacin del control tributarioy de la extraccin minera caa muy lejos de lo oficialmente establecido.Y el propio rey era consciente de eso. Solrzano reproduce en lospreliminares de su Poltica indiana fragmentos de un edicto de FelipeIV emitido el 3 de julio de 1627, en que brilla con luz propia laorientacin (al menos formal) de la poltica imperial con respecto a lapoblacin indgena: Encarezco el cuidado, i vigilancia en procurar lasalud, amparo, i defena temporal de los Indios, i en depachar, ipromulgar cai todos los dias, leyes y penas graviimas contra lostrangreores (Solrzano, f.s.n.). Asimismo, dictaminaba que del todoe quitaen, i catigaen las injurias, i opreiones de los Indios, i loservicios peronales, q~ e endereaban particularesaprovechamientos, i grgerias [...] (ibid.). Finalmente, enfatizaba:

    Quiero que me deis atifaccion a Mi, i al Mundo, del modo de tratareos mis vaallos, i de no hazerlo, con que en repueta de etacarta vea Yo executados exemplares catigos en los que huuierenexcedido en eta parte, me dar por deervido [...] por er contraDios, contra Mi, i en total detruici de eos Reinos, cuyos Naturalesetimo, i quiero ean tratados, como lo merecen vaallos, que tantosirven la Monarchia, y tto la han engrdecido, e ilustrado (ibid.).

    La actitud, en s, no es nada original. Desde el revuelo causado porlas Leyes Nuevas de 1542 y la influencia lascasiana, los encomenderosvieron sus esfuerzos mal recompensados con una legislacin quecoactaba sus derechos y seoro, dando paso al sistema de loscorregimientos y al andamiaje de fueros especficos para los nativosdentro de un cuerpo de leyes o una repblica distinta, como sedenominaba en la poca. Para nadie es secreto, sin embargo, que pese

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    a sus aparentes buenas intenciones, la legislacin de la segunda mitaddel XVI consolid el poder de la Casa Real y neutraliz el desarrollode una nobleza ultramarina con un poder poltico y simblico quedesafiara el tradicional dominio de la aristocracia peninsular.8 A pesarde serias intentonas como la rebelin de Gonzalo Pizarro (1544-48),la triunfante hegemona metropolitana no signific que amainara elmasivo despoblamiento indgena ni mejoraran todo lo contrariolas condiciones de vida de los sobrevivientes.9

    Es en estas circunstancias apretadamente descritas que empiezaa hacerse compleja y nica en la historia la realidad social y culturalde los dominios de Ultramar. Si bien la repblica de espaoles recogaen su seno a los nacidos en Indias de padres peninsulares, era comnla referencia a un origen sombro entre los criollos y mestizos de lasprimeras generaciones. Sobre todo en el segundo caso, en que laevidente sangre indgena supuestamente predispona al individuo ainclinaciones idoltricas, pero tambin en el primero, en que se hallegado a registrar un 20 a 40 % de mestizos reales en individuosdenominados con la categora de criollos (vase Kuznesof; Poot-Herrera; Schwartz). Desamparados por la prdida de las posesionespaternas y sospechosos de aficiones dscolas y proto-idoltricas, loscriollos de las primeras generaciones acusaron recibo del tratodiscriminatorio que sola aplicrseles en la partija de cargos yprivilegios.10 El nombre criollo empieza a usarse, aplicado a estosneo-europeos, por lo menos desde 1567, pero en s mismo tiene unorigen intencionadamente insultante, pues se tom del apelativoinicialmente destinado para los hijos de esclavos africanos nacidosfuera del frica (Lavall, Las promesas 15-25). Lo cierto es, pues, comosostuve en otro lugar y resulta til recordar, que la categora de criollose refiere ms bien a un fundamento social y legal, antes queestrictamente biolgico. Implica tambin un sentimiento depertenencia a la tierra y un afn de seoro (presentes incluso en losconquistadores, antes de que nacieran los primeros criollos, comoproponen Lafaye [7-8] y Lavall [Del espritu colonial 39-41]), ascomo una aspiracin dinstica basada en la conquista que distingua asus miembros del resto del conjunto social de los virreinatos (MazzottiLa heterogeneidad colonial, 173-75).

    Los criollos, sin embargo, encontraron diversas formas de negociarcon el poder ultramarino, tratando de acomodarse dentro del sistemaburocrtico y la organizacin eclesistica a travs de alianzas con lospeninsulares, pero en la mayora de los casos subrayando sus propiosderechos. El reclamo constante por la prelacin o preferencia debida

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    a los espaoles nativos de los reinos de Ultramar estuvo presente encasi todas las instancias de la vida cotidiana y jurdica. En algunoscasos, incluso, encontr el respaldo relativo de altas autoridades comoel propio Virrey.11 Y Solrzano odor espaol casado con criollalimea, pese a las prohibiciones en ese sentido es muy claro conrespecto a su apoyo:

    [...] no e puede dudar que ean [los Criollos] verdaderos Epaoles,y como tales hayan de gozar us derechos, honras y privilegios, y erjuzgados por ellos, upueto que las Provincias de las Indias soncomo auctuario de las de Epaa, y acceoriamente unidas eincorporadas en ellas, como expresamente lo tienen declaradomuchas Cdulas Reales que de esto tratan (Libro II, Cap. XXX, f.245).

    Por eso mismo, contina,

    los Criollos hazen con etos [los Epaoles] un cuerpo, i un Reino,i on vaallos de un mesmo Rey, [i] no e les puede hazer mayoragravio, que intentar excluirles de etos honores (f. 246).

    Sin embargo, la tendencia general fue la de un marginamientosistemtico que no todas las autoridades se atrevan a evitar, dada laprctica comn de la Corona de no nombrar en sus virreinatos nigobernaciones un cuerpo directivo compuesto por los propioshabitantes, sino por miembros de la nobleza castellana.12 Desde elpunto de vista de la percepcin, sin embargo, el desprecio implcitoen el marginamiento de los criollos bien podra formar parte de unaprimera disputa del Nuevo Mundo, tal como la que eruditamentereconstruy don Antonello Gerbi para la bibliografa ilustrada del sigloXVIII. Por ejemplo, para el caso de los criollos del XVI y el XVII, insultoscomo los del temible Cristbal Surez de Figueroa no eran pocofrecuentes. Deca en 1614 el autor espaol, en boca del Doctor de Elpassagero, que

    Las Indias, para m, no s qu tienen de malo, que hasta su nombreaborrezco. Todo quanto viene de all es muy diferente, y aun opuesto,yua a decir, de lo que en Espaa posseemos y gozamos. Pues loshombres (queden siempre reseruados los buenos) qu redundantes,qu abundosos de palabras, qu estrechos de nimo, qu inciertosde crdito y fe; cun rendidos al inters, al ahorro! [...] Notablessabandijas cran los lmites antrticos y occidentales! (225-26).

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    Semejante artillera fue una y otra vez contestada por numerosaspginas de criollas y criollistas exaltaciones del genio y figura de losdistinguidos descendientes de conquistadores.13 Los nombres deBuenaventura de Salinas, Francisco Fernndez de Crdoba, fray Antoniode la Calancha y muchos ms se encargaron de levantar el andamiajediscursivo de una forma de la identidad hispana que se distingue desu homloga peninsular en diversos aspectos, pero sin prefigurar porello un ideario independentista ni mucho menos un igualamiento conlas mayoras indgenas, africanas y de castas.

    Uno de los aspectos que marcan esa separacin y desarrollorelativamente diferenciable en el campo de las prcticas culturales ycomunicativas es el propio espaol hablado en Amrica, que acusadesde temprano rasgos de la variedad andaluza, pero que con el tiempoterminar diferencindose de ella por medio de algunos cambiosmorfolgicos y lxicos, sin mencionar el por ahora irrecuperable planode las entonaciones.14 La diferencia, lejos de avergonzar a los espaolesamericanos (aunque estos seran, en rigor, llamados as slo desde elXVIII), les daba motivo de orgullo y hasta de recriminacin a lospeninsulares por lo mal que se hablaba el castellano en Espaa, adiferencia de las Indias. Bernardo de Balbuena, criollo novohispanopor adopcin, se encarga de expresarlo claramente en su Grandezamexicana (1604):

    Es [Mxico] ciudad de notable policiaY donde e habla el E paol lenguajeMas puro y con mayor corteania.

    Vetido de un belliimo ropajeQue le da propiedad, gracia, agudeza,En cato, limpio, lio y graue traje

    (Eplogo, estrofas 30-31, f. 111v).

    Si de la lengua pasamos a las cualidades espirituales que seexpresan en tal variedad regional del castellano, la autoglorificacinno es menos colorida que abundante. Para muestra, un botn: el DoctorJuan de Crdenas titula el Cap. II del Libro Tercero de sus Problemasy secretos maravillosos de las Indias con una referencia a losEpaoles nacidos en las Indias [, que on] por la mayor parte de ingeniobiuo, tracendido y delicado (f. 176v), en alusin directa a los criollosmexicanos.15 En el Per, Buenaventura de Salinas proclamaba que loscriollos son con todo estremo agudos, viuos, sutiles, y profundos en

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    todo genero de ciencias, y que este cielo y clima del Pir los leuanta,y ennoblece en animos ([1630] 1951, 246). Ya en 1620, FranciscoFernndez de Crdoba, el admirado letrado huanuqueo que serviracomo una de las fuentes de Salinas (Duviols 108 y 114), habaproclamado pblicamente conceptos semejantes: los Criollos, dice,son hijos de la nobleza mejorada con su valor, [...] siendo msaventajados en esta transplantacin, [de lo] que fueron en su nativoplantel (8). Por ltimo, Calancha los coloca en la cspide de la pirmidebiolgica e intelectual de la humanidad, por encima, naturalmente, delos peninsulares.16 Esta ingnita capacidad y su mejor conocimientode la tierra y la poblacin indgena los coloca en posicin ventajosapara hablar en defensa de los indios y, por ende, asumir la direccinadministrativa de los Virreinatos (Mazzotti, La heterogeneidadcolonial).

    Igualmente, la amplia literatura exaltadora de ciudades o riquezasfsicas y territoriales formaba su propia bibliografa corogrfica. Desdela ya citada Grandeza mexicana, de Balbuena, hasta el Parasooccidental, de Sigenza; o desde la Fundacin y grandezas de Lima,de Rodrigo de Valds, hasta la maltratada Lima fundada, de Peralta,las descripciones superlativas de ciudades o territorios americanosrevelan ms bien el perfil psicolgico de sus autores, su locus subjetivode enunciacin, y, consecuentemente, su constitucin como sujetode discurso y como sujeto social.17 Por ello mismo, aqu convienedetenerse un poco.

    He venido refirindome a la diferencia criolla en relacin con elmodelo peninsular de habla, cortesana, altura moral y espiritual,conocimiento de la poblacin indgena y superioridad geogrfica, peroan no he situado los ejemplos anteriores dentro de una delimitacinterica de la subjetividad aludida. De esta manera, conviene apuntarque el empleo del trmino agencia tiene su razn de ser frente alms comn y casi omnipresente de sujeto. John Mowitt identifica laagencia with the general preconditions that make the theoreticalarticulation of the critique of the subject possible (xii). Como pareceobvio, resulta difcil articular las especificidades de la cultura y lassubjetividades criollas sin definir esas general preconditions en lascuales interactan determinados individuos y grupos sociales. Por eso,recordar la posicin ambigua de muchos criollos ante las autoridadespeninsulares parece no slo productivo, sino tambin imprescindible.Ellos eran espaoles, pero no en un sentido completo. Eran americanos,pero al mismo tiempo establecan sus claras distancias y discrepanciascon la poblacin indgena, africana y las numerosas castas con las que

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    compartan el mismo territorio.18 Se corre el riesgo de definirmonolticamente su identidad si a travs de la abstraccin se eliminala importancia del carcter dialgico e interactivo distancias ydiscrepancias de toda conducta de la elite criolla en relacin consu medio. Como seala Paul Smith, [in some way] theoretical discourselimits the definition of the human agent in order to be able to callhim/her the subject (30). No es raro entonces que la categora deagencia resulte ms flexible y dinmica que la de sujeto,precisamente porque the human agent exceeds the subject as it isconstructed in and by much postestructuralist theory as well as bythose discourses against which postestructuralist theory claims topose itself (Smith 30). Las agencias criollas se definen, as, por susproteicos perfiles en el plano poltico y declarativo, pero a la vez poruna persistente capacidad de diferenciarse de las otras formas de lanacionalidad tnica.19 Y esto porque, como hemos dicho, lapeculiaridad del sistema espaol de dominacin sobre el Nuevo Mundopermita, adems del traslado de instituciones y fueros, el crecimientode un grupo social nativo y novedoso que supuestamente serviracomo fuerza de penetracin ideolgica (y, naturalmente, biolgica)entre la poblacin indgena. Es curioso que en las clasificacionesmodernas de los distintos sistemas coloniales de la historia occidental,las peculiaridades hispanoamericanas salten a la vista. As ocurre, porejemplo, en Colonialism, de Osterhammel, donde, de los tres sistemasdistinguidos (colonias de explotacin, enclaves martimos y coloniasde asentamiento), se incluye la variante hispanoamericana continentalslo en el primero, con la aclaracin de que European immigrationled to an urban mixed society with a dominating creole minority(Osterhammel 11), fenmeno que no se observa en ningn otro casode la historia.20 De ah que se discuta an la aplicabilidad del trminopostcolonial para la Amrica Latina continental, ms aun si el procesode emancipacin contra Espaa fue liderado por sectores instersticialescomo el de los criollos, y en realidad signific en la prctica unaprolongacin de la dominacin tnica neo-europea sobre laspoblaciones indgenas y negras a lo largo de los siglos XIX y XX. Enpocas palabras, segn algunos crticos latinoamericanos (por ejemploKlor de Alva, The Postcolonization 270), nuestros pases no han dejadode ser coloniales, o en el mejor de los casos, resultan simplementeneocoloniales, y por lo tanto el prefijo post le queda demasiado grandea la experiencia histrica y cotidiana de la regin.21

    Sin embargo, puede que sea til plantear algunas ideas acerca delaparato terico que ha renovado sustancialmente los estudios

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    coloniales sobre Asia y frica en la academia boreal, y vincular si esposible sus esfuerzos al campo hispanoamericano.

    2. ALCANCES Y LIMITACIONES DE LA TEORA POSTCOLONIAL.

    Como es de comn saber, la gran renovacin de los estudiosliterarios coloniales hispanoamericanos procede en buena medidapero no solamente de la gravitacin que en las ciencias humanasy sociales ha tenido el pensamiento postestructuralista francs de ladcada del 60 en adelante. El influjo general de los escritos de MichelFoucault, Jacques Lacan y Jacques Derrida, especialmente, lleg alpunto de que sus nombres resultaron referencias obligadas en labsqueda por la renovacin de los propios mtodos y objetos deestudio. Las formaciones discursivas a las que Foucaultconstantemente alude, entre las que sin duda se encuentran lasdisciplinas acadmicas tal como fueron concebidas tradicionalmente,a manera de estancos compartimentalizados de conocimiento, no slomodificaron su visin interna de su produccin de saber en relacincon el poder poltico, sino que por ello mismo se esforzaron porencontrar nuevos caminos de investigacin, ampliando notablementesus objetos de estudio y revisando su funcin social. En el caso de lacrtica colonial, la interdisciplinariedad quedaba, pues, abierta comola mejor va para una comprensin idnea de la produccin letradadentro de toda su compleja red de significaciones, cambiando losparadigmas de autor por sujeto y de texto por discurso (Adorno,Nuevas perspectivas) e, incluso, ms adelante, el de discurso porsemiosis (Mignolo, Afterword, La semiosis colonial, Colonial andPostcolonial). De este modo y parcialmente se desestetizabasaludablemente el ejercicio de la disciplina, y se incluan en la miranumerosos textos no literarios y muchas formas de representacin notextual que revelaban un quehacer cultural antes invisible a los ojosde la crtica centrada slo en autores profesionalizados. El campo, pues,se transformaba en vehculo de liberacin conceptual, al menosy se resista a seguir sirviendo como instrumento de una anticuadadominacin terica en las ciencias humanas, recogiendo en lo posiblelas muchas voces no escuchadas.

    Asimismo, dentro de la tradicin hispanoamericana, los trabajosde ngel Rama y Antonio Cornejo Polar, entre otros, sirvieron paraconcebir la produccin discursiva colonial como un vasto corpusdifcilmente encasillable en las formas literarias ms convencionales.El fundamental libro pstumo de Rama, La ciudad letrada, as como

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    los esbozos del marco de la heterogeneidad cultural desde lostempranos estudios de Cornejo Polar (vase Mazzotti, en prensa),sealaban ya que la literatura del periodo de dominacin espaola sealimentaba y dialogaba con un intenso mar de voces y memorias, decuya manipulacin o silenciamiento resultaba causa directa. Y esto noslo en el plano de las vigencias estticas. De este modo, revalorar laproduccin colonial ya no en funcin de su dependencia de losmodelos europeos, sino tambin en lo que su propia complejidadinterna nos dice sobre el mundo inmediato en el que surgi, abri laspuertas para un cuestionamiento saludable del canon, reinsertndolodentro del corpus y reconfigurndolo sustancialmente. La oralidadindgena sali ganando, para descubrirse a s misma reina y seora delas preocupaciones actuales. Pero, en funcin de su propia ajenidad(un sistema lingstico en posicin de inferioridad diglsica), y de suspropios marcos de aparicin y eficacia sociocomunicativa, forz a lasrecientes generaciones de colonialistas a apropiarse de lasherramientas de otras disciplinas, que podan ayudar a ejercer lecturasnovedosas de discursos cannicos y no cannicos.

    Una de esas otras disciplinas aunque en realidad empapa todaslas humanidades, y por lo tanto es ms bien un campo y unaherramienta comn que otra cosa es la conocida teora postcolonial.No repetir la historia de sus orgenes generalmente atribuidos aOrientalism (1978) de Edward Said, as como sus antecedentesinmediatos, Frantz Fanon y Aim Csaire, rescatados tambin comofiguras centrales en las luchas anticoloniales del siglo XX. Para todoeso ya existen suficientes compilaciones e introducciones.22 Convienesealar solamente que la teora postcolonial tiene en realidad unaamplia gama de exponentes y casi ninguna forma fija y definida. Incluso,se debate el alcance de sus postulados y mtodos (una atencinespecial a la produccin cultural y un manejo interdisciplinarioevidente) como marco general para explicar toda situacin en que lassubjetividades se ven mediatizadas (tanto en las metrpolis como enlas periferias) por relaciones de poder colonial. Adems de Said, laSantsima Trinidad de la teora postcolonial (como la llama RobertYoung en Colonial Desire) se completa con las figuras de Homi Bhabhay Gayatri Chakravorty Spivak. En todos ellos, aunque en cada uno endiferentes medidas, el directo influjo de la alta teora francesa(Foucault, Lacan, Derrida, casi respectivamente) ha sido crucial y hacorrido paralelo al desarrollo del campo colonial hispanoamericano.

    Igualmente, hay que diferenciar la teora postcolonial de la crticapostcolonial, con la cual guarda una relacin de mutua atraccin y

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    rechazo, sobre todo porque algunos de los crticos (Aijaz Ahmad, BenitaParry, Arif Dirlik y Chinweizu, entre otros) no ven un compromisopoltico serio con las luchas por la liberacin de los pases del TercerMundo por parte de los tericos ms connotados, sino simplementeuna traduccin y variacin para la academia anglofnica de lospensadores franceses ya mencionados y una discutible relacin conel anlisis de clase y de modos de produccin econmica (sobre todoen Said, y ms en Bhabha), que enfatiz el tradicional anlisis marxistadel problema colonial. Al mismo tiempo, otro sector de la crticapostcolonial (Paul Gilroy, Wole Soyinka y Robert Young, por ejemplo)ve en el marxismo sobre todo una versin ilustrada de la razn universaleuropea, que intenta homogeneizar otras racionalidades a partir deuna narrativa de progreso y modernidad que descuida lasparticularidades culturales de las sociedades no occidentales a las quese aplica.

    Este grueso panorama tiene como fin introducir algunas crticasya establecidas tanto en el mundo angloparlante como en el especficohispanoamericano, y a la vez analizar dos o tres categoras de lostericos postcoloniales y su posible utilidad en los estudios literarioscoloniales del periodo de dominacin espaola en la regin. Poreso, conviene recordar que desde su mismo origen, el trminopostcolonial se emple estrictamente para hablar de la situacin deaquellas ex colonias europeas en frica y Asia liberadas luego de laSegunda Guerra Mundial (Ahmad, The Politics of LiteraryPostcoloniality 5-7). La meditacin sobre ese contexto especfico ysobre la produccin cultural que constitua su marca de identidadestaba destinada a ejercer una funcin teraputica, post-traumtica,mediante el examen riguroso del pasado y su violencia racial. El deseode olvidar el pasado colonial (Ghandi 4), de encontrar en la amnesiapostcolonial la satisfaccin para una urgencia por reinventarse, quedfrustrado por la recurrencia de ese pasado en todas las formas de lavida cotidiana y muchas del pensamiento artstico. As, los estudiospostcoloniales surgieron como a disciplinary project devoted to theacademic task of revisiting, remembering, and, crucially, interrogatingthe colonial past (Ghandi 4).

    En esa interrogacin del reciente pasado colonial africano yasitico, se ha intentado revertir el flujo universalizador de la raznilustrada y provincializar simblicamente a Europa, encontrando en lalgica del dominio colonial una enfermedad (the darker side ofEnlightment, como dira Mignolo) que atraviesa el centro mismo desu episteme liberadora. Recordar ese pasado, para Bhabha, no es un

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    mero acto de introspeccin, sino ms bien un re-membrar, un ponerjuntas las piezas de un cuerpo mutilado a fin de recuperar en elpresente las marcas de la identidad perdida (The Location of Culture63). Con un obvio bagaje bajtiniano y lacaniano, Bhabha incursionaen el anlisis del discurso colonial (al menos durante la que Moore-Gilbert [114] clasifica como su primera etapa de pensamiento, de 1980a 1988), y enfrenta el problema de la mmica y la hibridez del sujetocolonial en el contexto de la dominacin inglesa en la India. En suclebre ensayo Of Mimicry and Man, del 84 (luego revisado paraThe Location of Culture), Bhabha sita el efecto de la mmica y larespuesta del simulacro que hace del colonizado cercano al aparatode poder ingls un remedo descentrador de la propia identidad delsujeto colonizador al no poder reconocerse plenamente en ese otroque le habla en ingls y se viste como l. Partiendo del conceptobajtiniano de hibridismo, Bhabha desarrolla su propia definicin:hybridity is a problematic of colonial representation [...] that reversesthe effects of the colonialist disavowal, so that other deniedknowledges enter upon the dominant discourse and estrange the basisof its authority (Signs Taken for Wonders 156). En ese sentido, sedesata una cadena de mensajes desestabilizadores, que reflejan porparte del sujeto dominado un uso metonmico de los patronesdiscursivos y culturales del dominante, pero que no llegan a ocultaren ese uso aquellos rasgos propios que despertarn en el colonizadoruna paranoia profunda. Aun ms profunda que la ambivalencia (lacual implica identificaciones dobles por parte del colonizado y delcolonizador, segn Young, Colonial Desire 161), la mmica implies aneven greater loss of control for the colonizer, of inevitable processesof counter-domination produced by a miming of the very operationof domination, with the result that the identity of colonizer andcolonized becomes curiously elided (Young, White Mythologies 148).Para Bhabha, la mmica se convierte en una agencia sin sujeto queasemeja a un otro sin llegar a serlo plenamente a los ojos delcolonizador (v. Young, White Mythologies 148).

    Como se ve, las categoras y mtodos del psicoanlisis lacanianosirven en este caso para la descripcin de mentalidades que tienencomo base epistemolgica dominante una razn universalizadora.Aplicadas a los casos de pobladores nativos de la India directamenteafectados por la presencia colonial, su ejercicio por parte del(os)terico(s) postcolonial(es) revela un universo de sentido que lahistoriografa economicista no llega siquiera a vislumbrar. Ahora bien,a pesar de que quedara mucho ms por decir de los trabajos de Bhabha,

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    as como de Albert Memmi y su dualismo bsico, de la internalizacindel enemigo en Ashis Nandy, o de los estudios subalternos y sus aportesa la historiografa sudasitica,23 las aplicaciones de este aparatoconceptual suelen pasar por alto, en el caso hispanoamericano, dosaspectos fundamentales. Primero, el que durante los siglos XVI y XVIIlas relaciones de poder y dominacin estn orientadas ante todo poruna voluntad oficial de llevar verdades religiosas consideradasinapelables al centro mismo de la subjetividad de los dominados, eneste caso las poblaciones indgenas.24 Esto, naturalmente, no eliminani necesariamente supera las consecuencias prcticas de la polticaimperial ni los deseos individuales de peninsulares advenedizos porun enriquecimiento sbito. Sin embargo, el anlisis del discursocolonial hispanoamericano debe inevitablemente pasar por el tamizde esta concepcin trascendentalista de las operaciones dominantescon su preocupacin neotomista por el bien comn y la gloriaexterna de Dios si desea mantenerse en contexto. Segundo, queen el caso especfico de los criollos, la idea de simulacro o de mmicapuede resultar insuficiente, ya que no se trata aqu de un otro que setransfigura en presencia de la autoridad metropolitana, sino deindividuos que se autoconciben como parte del poder imperial, y sinembargo no se consideran a s mismos extranjeros en Amrica. Cmoresolver este dilema? Quiz el concepto ms cercano al campohispanoamericano de la versin de Bhabha de la teora postcolonialsea el concepto ya mencionado de ambivalencia, en que las lealtadesy los rechazos duales nos pintan un sujeto ontolgicamente inestable,en plano de igualdad y hasta superioridad frente a los espaoles, y sinembargo en situacin de inferioridad en cuanto a su representacinpoltica. Pese a ello, y en cualquier caso, la carencia de un conocimientoseguro de las general preconditions a las que aluda Mowitt puedellevar a traslados quiz demasiado simplificadores de la complejidadhispanoamericana.25 Adems, hay que considerar que las ambivalenciascriollas no son necesariamente simultneas, sino alternas, lo cual podragenerar desde cierta mirada crtica un cuadro metafricamenteesquizofrnico. De cualquier manera, algunas de sus manifestacionestambin pueden ser descritas dentro de la categora de imitacindiferencial que Claude-Gilbert Dubois (28-35) propone para elmanierismo.

    Pese a su relativa antigedad (de ms de veinte aos) y a lasnumerosas crticas recibidas desde adentro y desde afuera,26 es posibleconsiderar que el aparente encubrimiento que el prefijo post implicacon respecto a situaciones neocoloniales podra ser subvertido si se

  • Introduccin 21

    recuerdan las palabras de Lyotard sobre la oposicin que genera elprefijo ante toda situacin de dominacin. Propone Lyotard que dichoprefijo sugiere que it is possible and necessary to break with traditionand institute absolutely new ways of living and thinking (90). En unsentido amplio, como tambin ha sealado Gianni Vattimo en El finde la modernidad, el prefijo post no necesariamente significa unasecuencia temporal, sino simplemente una prctica oposicional quepuede darse dentro de un estado de dominacin extranjera o inclusocuando la historia ensea que, en rigor, no se puede hablar de coloniasen el sentido actual de la palabra para los casos hispanoamericanospre-ilustrados. Esto indica un sentido de superacin, implcito en elprefijo de marras, y el hecho de que el deseo de la liberacin (al menosdesde los sectores directamente dominados, como los indgenas yafricanos) ya significa de por s la simultaneidad relativa desubjetividades divergentes. As lo propone tambin Bhabha cuandoafirma que the epistemological limits of those ethnocentric ideas[of postenlightenment rationalism] are also the enunciative boundariesof a range of other dissonant, even dissident histories and voices (TheLocation 4-5).27

    No olvidemos, sin embargo, que el campo hispanoamericanoapenas si resulta considerado en el debate actual y en la enormedifusin que ha adquirido la teora postcolonial en la academia boreal.Ghandi, por ejemplo, al criticar el domesticamiento del sabertercermundista por parte de los tericos postcoloniales, que alterizancategoras de conocimiento y referencias centrales dentro las culturaspost o neocoloniales para acomodarlas a la episteme occidental, sealaque rarely does it [postcolonial theory] engage with the theoreticalself-sufficiency of Africa, Indian, Korean, Chinese knowledge systems(x). Como se ve, el pensamiento hispano y latinoamericano en generalbrilla por su ausencia en esta preocupacin angloparlante.28

    3. LA ESPECIFICIDAD HISPANOAMERICANA.

    Segn se colige de los apuntes anteriores, no deja de serinteresante, aunque tambin problemtica, la aplicacin de losconceptos de camuflaje, hibridacin o mmica a instancias y textoscriollos que oscilan entre subjetividades encontradas. Las agenciascriollas se manifiestan en diferentes contextos y en diferentesdirecciones, lo cual nos retorna a la idea inicial de que su relacincolonial con la metrpoli es casi siempre dual. Hblese de coloniao de virreinato (hechas las aclaraciones pertinentes sobre el hecho

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    de que el concepto de colonia o factora no explica realmente elsistema de dominacin espaola antes de las reformas borbnicas dela segunda mitad del siglo XVIII),29 lo cierto es que las subjetividadespre-ilustradas de nuestros letrados criollos frecuentemente adoptabancaminos de expresin que explcita o implcitamente marcaban ladiferencia con las otras naciones y a la vez planteaban una forma desuperioridad con la metrpoli.

    Cada caso es distinto y, como siempre, resulta difcil unimismar ellaberinto de subjetividades de todo el conjunto criollo. Sobre losletrados mexicanos y peruanos a los que en su mayora se dedican lostrabajos de este volumen, se puede afirmar que desarrollan formas deconciencia sobre la diferencia y sujecin al poder ultramarino desdelas primeras dcadas de la presencia espaola en el Nuevo Mundo. Elprincipio del pacto de sujecin es debidamente analizado por BernardLavall, quien traza los lineamientos generales de la legislacin indianay de qu manera los criollos se sitan y enfrentan a ella a travs denumerosas negociaciones concentradas en los tres pactos de sujecindurante el periodo virreinal. Por su lado, Solange Alberro subraya laimportancia de dos factores en el surgimiento temprano de unaconciencia criolla en la Nueva Espaa: el proceso adaptativo de losprimeros conquistadores y pobladores hispanos y la agencia (en elsentido propio de diligencia) de un sector del clero por transmutaresas aspiraciones criollas en smbolos de la prctica religiosa que noignoraban los elementos de la cultura nativa. En el siguiente trabajo,Mary Gaylord explica cmo los hechos de la conquista de Mxicocontribuyen a forjar una voz metropolitana descentrada, como la deGabriel Lobo Lasso de la Vega en su Mexicana, que antecede en buenamedida a algunos de los postulados y modalidades estticas delBarroco, a partir de una voz alterada en funcin de la experienciacortesiana. Con eso, nos entrega una visin novedosa sobre el desarrollodel arte europeo a partir del impacto de la presencia americana.Inmediatamente despus viene el trabajo de Yolanda Martnez-SanMiguel sobre la Segunda carta de Corts y su estrategia retrica, enla que propone la ciudad de Mexico-Tenochtitlan como objeto de deseoque marca por su abundancia y exceso un rasgo particular de las letrashispanoamericanas tempranas. Sigue la colaboracin de Kathleen Rosssobre el enigmtico Tratado del descubrimiento de las Indias delcriollo mexicano Juan Surez de Peralta y su carcter chismogrficocomo modo de representacin de una subjetividad marginada en elcontexto imperial del aplastamiento sobre las aspiraciones de suscongneres criollos en la conspiracin del Marqus Don Martn Corts.

  • Introduccin 23

    Luego mi propio trabajo sobre Terrazas y Saavedra Guzmn comoexponentes de un dislocamiento ontolgico temprano por parte deun sector de la nobleza criolla mexicana. La seccin de la Nueva Espaase cierra con el estudio de Mabel Moraa sobre el clebre relato delmotn de junio de 1692 escrito por Carlos de Sigenza y Gngora, conlas ambigedades propias de un representante de los criollos letradosen su relacin con el poder imperial.

    La segunda parte de este volumen trata aspectos de la cultura enel Virreinato de la Nueva Castilla o del Per. Comienza con un artculode Rolena Adorno que deja sentada una posicin rotunda con respectoal polmico manuscrito de Npoles en el cual se imputa la autora dela Nueva Coronica de Waman Puma en favor del jesuita mestizo BlasValera. Asimismo, subraya la importancia de este debate en susimplicancias sobre los estudios criollistas e indigenistas actuales. PaulFirbas la sigue en su rastreo del trmino antrtico como signo deuna separacin (por parte de los letrados criollos o criollizados delPer) toponmica y ontolgica con respecto al ser de la dominacinboreal y rtica. Lo sigue Teodoro Hampe Martnez con una claraargumentacin sobre los mecanismos polticos y jurdicos ejercidospor los criollos peruanos en el proceso de canonizacin de su paisanaRosa de Santa Mara, conocida tambin como Isabel Flores de Oliva o,ms sencillamente, Santa Rosa de Lima. Contina Pedro Lasarte en sunutrido contrapunteo de los dos ms grandes satricos del periodovirreinal, Mateo Rosas de Oquendo y Juan del Valle y Caviedes. Porltimo, cierra el volumen el no menos impecable trabajo de Jos A.Rodrguez-Garrido sobre la relacin entre el ejercicio de la voz poticay el del poder en la Lima del Virrey Marqus de Castell-dos-Rius (1708-1710). Todos estos trabajos son contribuciones importantes a aspectosespecficos del mare magnum del campo colonial en Mxico y elPer. Habr, ciertamente, muchos temas que faltara tratar en una visinenciclopdica de semejantes territorios y complejidades jurdico-sociales. Espero al menos que en conjunto sirvan como motor dedebate y aclaracin de caminos en varios aspectos importantes delcampo.

    Su mayor mrito consiste en tratar el problema del discurso criolloen sus propias coordenadas histricas. Cada uno de estos artculos sesustenta en investigaciones de campo principalmente centradas en elconocimiento de los hechos y la tradicin discursiva hispanoamericana.Su erudicin consiste no slo en la exactitud y seriedad de los datosofrecidos, sino especialmente y como consecuencia natural en laconciencia de una labor que no puede dejar de sostenerse sobre el

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    manejo de archivos y fuentes directas de la produccin primaria. Enotras palabras, una compenetracin directa (personal, biogrfica,ideolgica y cultural) con las realidades sobre las cuales se trabaja.

    Aunque quedan, repito, muchos puntos por cubrir (bastara pensaren las complejidades caribeas y brasileas), estos ensayos ponen alda el debate latinoamericano sobre el criollismo desde la disciplinaliteraria, y se ofrecen, as, como parte de un dilogo particularmentefecundo. El lector, esperamos, sabr sacar provecho de ellos.

    NOTAS

    1 Una breve muestra de lecturas innovadoras sobre los nombres citadosincluira a Martnez-San Miguel, Merrim, Ross, Falla (aunque este ltimo desdeuna polmica visin de recuperacin nacional de Peralta), Moraa (Barrocoy conciencia criolla, Viaje al silencio, especialmente el segundo captulo),etc. Ni mencionar que la ltima renovacin del campo tiene tambin muchoque ver con el cambio de paradigmas generados en la academianorteamericana desde fines de los 80 y a la mejor comprensin de autoresindgenas como Waman Puma, Alvarado Tezozomoc, Titu Cusi Yupanqui, Joande Santacruz Pachacuti, etc. Ver al respecto, entre otros, Adorno, Nuevasperspectivas y Guaman Poma: Writing and Resistance in Colonial Peru;Mignolo, Afterword y The Darker Side of Renaissance; Lienhard,Lainterrelacin creativa y La voz y su huella; Chang-Rodrguez, La apropiacindel signo y El discurso disidente; Lpez-Baralt, cono y conquista; etc.2 Fundamentales, en ese sentido, son los aportes de Lavall sobre el criollismoen el Per, y de Alberro, Liss, Lafaye, Brading y otros, en Mxico.3 Entre otros, los trabajos de Kinsbruner (cap. 2), Lynch y Stoetzer ilustranbien el fenmeno a partir de la segunda mitad del XVIII. Vase tambinKonetzke, que presenta numerosos antecedentes de la legislacin indianaen los cuales se ampararon los criollos de fines del XVIII para establecer susreclamos dentro de la propia tradicin hispnica, como en una pragmticade Enrique III en las Cortes de Madrid del ao 1396, en la cual con las msrigurosas clusulas se prohbe a los extranjeros que puedan obtener beneficiosalgunos en Castilla (52).4 La polmica sobre el mal uso del trmino colonia data por lo menos de1951, cuando el historiador argentino Ricardo Levene public su clebreensayo Las indias no eran colonias, en respuesta hispanfila a la vieja retricanacionalista hispanoamericana. La historiografa posterior enfatiz losaspectos econmicos y dominantes del periodo y reafirm el uso, tanto quese hizo fcil adaptar al castellano el vocabulario posterior de la llamadapostcolonial theory de la dcada del 80 en adelante. Una actualizadarecusacin del trmino se encuentra en Klor de Alva, Colonialism andPostcolonialism as (Latin) American Mirages, ampliada en 1995. En un sentidoms general, pero sealando limitaciones desde el foco de enunciacin delos tericos postcoloniales, vase Grnor Rojo, Crtica del canon.

  • Introduccin 25

    5 Es el mismo sentido que se conserva en la Recopilacin de Leyes de Indiasde 1681, que recoge 6.377 Leyes de Indias dictadas entre los siglos XVI yXVII. La Ley XVIII, Ttulo VII, Libro IV, una de las poqusimas en que semenciona la palabra colonia, dice que cuando se sacare colonia de algunaciudad se hara para hacer nueva poblacin con las personas que notuviesen tierras. Por ningn lado se infiere una equivalencia entre el conceptode colonia y el de la organizacin general de los dominios de Ultramar.6 Hay que sealar, sin embargo, que el propio Solrzano es ambiguo sobre lasconnotaciones jurdicas de la institucin colonial, al enfatizar el sentido depertenencia a un cuerpo mayor, el del Imperio, por parte de las provinciasindianas, aunque sin mencionar su diferencia especfica. Refirindose a esapertenencia en un solo cuerpo, dice: y en trminos de derecho comn loenean con el exemplo de las colonias de los romanos varios textos y autoresde cada paso (Poltica indiana, Libro II, Cap. XXX, f. 245).7 Para una sntesis de los periodos y modalidades que abarca el imperialismobritnico, vase Simon C. Smith (especialmente Captulos 1-3) y The BritishLibrary of Information. Asimismo, Marshall 318-37. Una revisin general delfenmeno del imperialismo se encuentra en los ensayos recopilados porOwen y Sutcliffe.8 El proceso, no olvidemos, fue gradual, con marchas y contramarchas enrelacin con las Leyes Nuevas, como la Ley de Malinas de 1545, quereestableca parcialmente las encomiendas. Ms detalles sobre concesionesposteriores hechas a criollos descendientes de conquistadores en Konetzke,La condicin Legal.9 En el caso andino, por ejemplo, el tributo excesivo de los encomenderos,as como las epidemias de 1525, 1546, 1558-59 y 1585, se encargaron dereducir una poblacin estimada entre 4 y 15 millones a slo 1 milln 300mil en 1570 y 700.000 en 1620 (Klarn 49-50). Asimismo, el sistema dereducciones y corregimientos extendido por el Virrey Francisco de Toledoen la dcada de 1570, adems de su asimilacin no retributiva en trminosde servicios de la antigua institucin indgena de la mita para el trabajo enlas minas, estimularon el descenso de la produccin agrcola y la consiguientedisminucin de los pobladores (vase Millones, Per colonial, Cap. 2). Losestudios tradicionales sobre Toledo, como el de Levillier, proponen ms bienuna visin benfica de las reducciones (vase Levillier I, 246-52).10 El descontento no se limitaba al chisme, la malhabladura ni la proclamaoral o escrita. A veces llegaba hasta la conspiracin, como nos cuenta sobreMxico Juan Surez de Peralta (vase el estudio de Kathleen Ross en estevolumen), en la segunda parte de su Tratado del descubrimiento de lasIndias (1589). Otras veces, consista en rebeliones abiertas o abortadas enlas que eventualmente se creaban alianzas de criollos y mestizos (vase LpezMartnez, Cap. 1, para los casos cuzqueos de la dcada de 1560; tambinLavall, La rebelin de las alcabalas y Quito et la crise de lAlcabala (1580-1600), especialmente Captulos VI y VII, para la rebelin quitea de lasalcabalas de 1592-93).

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    11 As se ve en la documentacin examinada, por ejemplo, por Latasa Vassallo,en que se cita una carta del Virrey Marqus de Montesclaros a Felipe III,fechada en Lima el 22 de febrero de 1609. All el Virrey se queja de que sontantos los expedientes (ms de 500) con solicitudes presentadas por losbenemritos o patricios criollos descendientes de conquistadores yprimeros pobladores del Per, que an quitando las horas del descansocomn no haba conseguido hojear ms de 200 (Latasa Vassallo 2).12 Pese a ello, la presencia criolla no es desdeable, al menos en la Audienciade Lima durante el siglo XVIII, como demuestra Lohmann Villena. Laflexibilidad legal para tal participacin estaba sin duda permitida, como indicala Ley XIII, Ttulo II del Libro II de la Recopilacin de Leyes de Indias: Porquesiendo de una Corona los Reinos de Castilla y de las Indias, las leyes y ordende gobierno de los unos y de los otros, debern ser lo ms semejantes yconformes que se pueda; los de nuestro Consejo en las leyes yestablecimientos que para aquellos estados ordenaren y procuren reducir laforma y manera de gobierno de ellos al estilo y orden con que son recogidosy gobernados los Reinos de Castilla y de Len en cuanto hubiere lugar ypermitiere la diversidad y diferencia de las tierras y naciones. Asimismo,Konetzke cita varios pasajes de la legislacin real que favorecen laparticipacin limitada de los criollos en el clero, la administracin y las armas.Las limitaciones, sin embargo, al parecer fueron demasiadas para lasaspiraciones criollas.13 Pagden (56) seala que eran 733 en el Mxico del ao 1604. Segn el datoofrecido por Pilar Latasa Vassallo (ver nota 11), en el Per de 1609 no seranmenos de 500.14 Entre otros rasgos acentuados por la experiencia comn de los baqueanosen las Antillas, y luego extendidos al resto de los pobladores espaoles ycriollos de las Amricas, son notables los prstamos lxicos de lenguas nativas,as como el seseo y el yesmo, que persistieron como rasgos del espaolamericano hasta hoy en da (Rivarola 47-56; tambin su Cap. III para el temadel enriquecimiento lxico a partir de prstamos nativos. Ms informacinen los trabajos de Lope-Blanch, Fontanella de Weinberg, y Rosario, entre otros).15 En el mismo captulo, Crdenas compara a un criollo de origen humildecon un peninsular en una conversacin cualquiera, y en ella, dice, oyremosal Epaol nacido en las Indias, hablar tan pulido[,] corteano y curioso, ycon tantos preambulos[,] delicadeza, y etilo retorico, no eneado ni artificial,ino natural, que parece ha ido criado toda u vida en Corte, y en compaiamuy hablada y dicreta, al contrario veran al chapeton, como no e hayacriado entre gente ciudadana, que no ay palo con corteza que mas bronco ytorpe sea (ff. 176v-177).16 Si el Peru es la tierra en que mas igualdad tienen los dias, mas tenplanzalos tienpos, mas benignidad los ayres i las aguas, el uelo fertil, i el cieloamigable; luego criar las coas mas ermoas, i las gentes mas benignas iafables, que Aia i Europa (Calancha f. 68).17 Pecara de corto si reprodujera aqu cualquier lista de este tpicotransgenrico de la exaltacin territorial. La tentacin no es poca, pues sera

  • Introduccin 27

    imposible no mencionar siquiera, adems de los nombrados, El Paraso enel Nuevo Mundo, de Antonio de Len Pinelo, la Historia de la Villa Imperialde Potos, de Bartolom Arzns de Orsa y Vela, La Etrella de Lima convertidaen Sol obre us Tres Coronas, de Francisco Echave y Assu, el Suelo deArequipa convertido en cielo, de Ventura Travada y Crdoba, los Jbilos deLima, de Pedro de Peralta, etc.18 Aunque no es fcil establecer una separacin numrica tajante entre criollosy peninsulares por pertenecer ambos al mismo estatuto legal de espaoles,una mencin sobre los porcentajes de los blancos frente a los otros gruposraciales y tnicos puede ayudar a tener una idea de las proporciones. EnMxico, eran el 0,5% de la poblacin total del pas en 1570, y llegaban al10% a mediados del siglo XVII (Alberro 155). En el Per, por la misma fecha,Rosenblat (volumen 1, 59) calcula unos 70.000 dentro de una poblacintotal de 1.600.000; es decir, ni siquiera un 5%.19 Uso, obviamente, el concepto de nacin en su sentido antiguo, y en estono hay nada sorpresivo. Tanto Pagden como otros se han referido a una nacincriolla forjada a partir del reconocimiento de un origen regional, unaaspiracin dinstica y una comunidad de lengua e intereses compartidospor los descendientes de espaoles nacidos en Indias para diferenciarse delos dems grupos. Me refiero al tema ms en extenso en mi artculo delpresente volumen.20 Puede ser, por ello, demasiado difusa la distincin de McClintock (295)entre una deep settler colonization (casos nombrados de Algeria, Kenia,Zimbabwe y Vietnam) y una break-away settler colonization (EE.UU.,Sudfrica, Australia, Canad, Nueva Zelandia). Mignolo (La razn postcolonial54) propone que en el primer grupo (colonias de profundo asentamiento)hay que diferenciar las anteriores y las posteriores a 1945. Entre las anterioresincluye, por ejemplo, al Per, cosa que no hace McClintock.21 Vase tambin la crtica general de McClintock al trmino postcolonialen s.22 Son obligadas las referencias a las compilaciones de Ian Adam y HelenTiffin; Bill Ashcroft, Gareth Griffiths y Helen Tiffin; Peter Hulme; PatrickWilliams y Laura Chrisman; as como las introducciones de Leela Ghandi yBart Moore-Gilbert.23 Importantes son los debates suscitados en diversos contextos por el trabajoiniciado por Guha, Chatterjee y otros historiadores de la India. Ver sus entradasen la bibliografa, as como las compilaciones A Subaltern Studies Reader,1986-1995 (Guha, ed.), Selected Subaltern Studies (Guha y Spivak, eds.) y elclebre Can the Subaltern Speak? de Spivak. En el debate latinoamericanista(aunque no necesariamente latinoamericano), vase el Founding Statementdel Latin American Subaltern Studies Group, la respuesta de Florencia Mallony la contrarrespuesta de Rabasa y Sanjins.24 Las tendencias polticas y filosficas al interior de las diversas rdenesreligiosas que llegaron al Per no siempre concordaban enteramente conlas iniciativas de los gobernadores y mandos poltico-militares ni de los

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    funcionarios que cuidaban sobre todo el fortalecimiento del patronato real.Esto ocurra, en parte, porque durante la etapa de la conquista, la presenciade religiosos era parte de las instrucciones reales por establecer una polticaevangelizadora, mantenindose un relativo equilibrio entre el poder temporaly el eclesistico (Mazzotti, Indigenismos de ayer 79). Lo confirma Tibesar:La participacin de los religiosos en muchos aspectos administrativos queno fueran estrictamente eclesisticos es malentendida por ciertoshistoriadores modernos peruanos, que piensan que los religiosos seinmiscuyeron en asuntos que no eran de su incumbencia. No obstante, [...]esta actividad de los religiosos estuvo en muchos casos conforme con lasinstrucciones de la Corona, por lo menos al comienzo de la Conquista. Mstarde iba a rectificarse el equilibrio entre la autoridad civil y religiosa. Loque sucedera especialmente bajo el Virrey Toledo, 1569-1581, aunque nosin algunos malentendidos (76, n. 3). Ver tambin, para mayores detalles, elya clsico estudio de Lewis Hanke.25 El propio Bhabha lo reconoce al proponer que sus trabajos parten de unaretrica y contextos particulares, y que la experiencia concreta de la historiacolonial es la base para una reflexin posterior en la que private and public,past and present, the psyche and the social develop an interstitial intimacy(The Location 13).26 Para el primer caso, es revelador el libro de Ahmad, In Theory, y The Angelof Progress de Anne McClintock; para el segundo, el ya mencionado Rojo,especialmente 12-17.27 Vase tambin Mignolo (La razn postcolonial) para una reflexin sobrela importancia de la posicionalidad del crtico postcolonial en la validez desus propias afirmaciones.28 Como mero indicio onomstico, obsrvese que la breve referencia enBhabha al famoso intelectual cubano Roberto Fernndez Retamar lo convierteen Roberto Retamar (The Location 173). Esto recuerda el gesto tpico einvoluntario de muchos angloparlantes de reducir slo al apellido maternola genealoga de los patronmicos hispanos.29 Las reformas en el monopolio comercial y la divisin administrativa(creacin de nuevos virreinatos, como los de Nueva Granada y del Ro de laPlata) fueron percibidas por los criollos como una segunda conquista (Lynch,Introduccin. The Spanish American Revolutions) en la cual ellosresultaban los primeros dominados. El ya citado Konetzke, sin embargo, nosrecuerda que a pesar de la legislacin espaola en favor de la participacinlimitada de los criollos en el poder temporal y espiritual, el proyectoborbnico de unificar un solo cuerpo de Nacin entre espaoles europeosy americanos fracas por haberse ya forjado en el Nuevo Mundo una identidadcolectiva y un sentido de la diferencia ontolgica que ningn decreto podaborrar.

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