Agroecologia Vol 2013 2

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Itziar AguirreCiencias AgroforestalesUniversidad Sevilla. España

Marta AstierInstituto de EcologíaMorelia. Mexico

Antonio BelloAgroecologíaCentro Ciencias MedioambientalesCSIC Madrid. España

María Soledad CataláHorticulturaIMIDA. Murcia. España

Celia de La CuadraCentro de Recursos FilogenéticosINIA. Alcalá de Henares. España

Freddy DelgadoAgroecología Universidad CochabambaBrasil

Concha FabeiroProducción VegetalUniversidad de Castilla la ManchaAlbacete. España

Carlos García IzquierdoConservación de Suelos, Aguay manejo de Residuos Orgánicos.CEBAS-CSIC. Murcia. España

Victor GonzálvezCoordinador Técnico. SEAECatarroja. Valencia

Steve GliessmannAgroecologíaUniversidad de Santa CruzCalifornia. USA

Antonio Gómez SalEcologíaUniversidad de Alcalá de HenaresMadrid. España

Manuel González de MolinaGeografía, Historia y FilosofíaUniversidad Pablo de OlavideSevilla. España

Gloria Isabel Guzmán. CIFAEDGranada. España

Concepción JordáIngeniería AgroforestalUniversidad PolitécnicaValencia. España

Fabio KesslerFitossanidadeUniversidade Federal do Rio Grande do SulBrasil

Juana LabradorBiología y Producción VegetalUniversidad de ExtremaduraBadajoz. España

Alfredo LacasaProtección de CultivosIMIDA. Murcia. España

Nicolás LampkinInstitute of Rural ScienccesUniversity Wales. UK

José Miguel Martínez CarriónDpto. Economía AplicadaUniversidad de Murcia

Jaime MoralesInstituto Tecnológico y de Estudios Su-periores de OccidenteGuadalajara. Mexico.

Urs NiggliForschungsinstitut für biologischen LandbauFrick. Suiza

Fernando NuezBiotecnologíaUniv. Politécnica de Valencia. España

José Luis PorcunaSanidad VegetalConsejería de Agricultura y Medio Am-bienteValencia. España

Francisco Roberto CaporalProfesor de la Universidad Federal Rural de Pernambuco, Brasil. Núcleo de Agro-ecología y Capesinato.

Felíx RomojaroMaduración, Conservación y Calidad deProductos AgrariosCEBAS-CSIC. Murcia. España

Xavier SanzBiología Vegetal (Botánica)Universidad Central de Barcelona. Es-paña

Santiago SarandónAgroecologíaUniversidad Nacional de la Plata. Argen-tina

Juan José SorianoConsejería de AgriculturaJunta de Andalucía Sevilla. España

Victor ToledoEtnoecologíaUniversidad Nacional AutonomaMichoacán. Mexico

Juan Torres GuevaraBiologíaUniversidad Nacional Agraria La Molina. Perú

Jaume VadellBiologíaUniversidad de Islas Baleares

vol. 8 (2) • 2013AGROECOLOGÍA

José Mª Egea BotánicaFacultad de BiologíaUniversidad de MurciaCampus de Espinardo30100. Murcia

Julio C. TelloProducción VegetalEscuela Técnica SuperiorUniversidad de AlmeríaLa Cañada de San Urbano04120. Almería

Miguel Angel AltieriDpto. de Control BiológicoUniversidad de BerkeleyCalifornia

Editores:

Comité Editorial

Evaluadores

Subscription/Subcripciones. Servicio de Publicacio-nes, Universidad de Murcia, calle Vistalegre s/n, 30007 Murcia, España. Teléfono: 968363887, Fax: 968363414. http://www.edit.um.esISSN: 1887-1941D.L.: MU-1705-2006Imprime: Servicio de Publicaciones. Universidad de Murcia C/ Actor Isidoro Máiquez 9. 30007 MURCIA

Edita:

http://www.um.es/publicacionese-mail: [email protected]

Copyright 2014 de la Edición Especial 37(1) de la revista ‘Agroecology and Sustainable Food Systems’ editada por V. Ernesto Méndez, Christopher Bacon y Roseann Cohen. Reproducida con permiso de Taylor & Francis Group, LLC.(http://www.tandfonline.com).

Submission of papers/Envios de manuscritos para publicar en Agroecología. Normas de publicación en páginas finales.

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INDICE VOLUMEN 8(2)

EDITORIAL

LA AGROECOLOGÍA Y LA TRANSFORMACIÓN DEL SISTEMA ALIMENTARIO

Stephen R. Gliessman ..................................................................................................................7

LA AGROECOLOGÍA COMO UN ENFOQUE TRANSDISCIPLINAR,

PARTICIPATIVO Y ORIENTADO A LA ACCIÓN

V. Ernesto Méndez, Christopher M. Bacon, Roseann Cohen ..........................................9

AGROECOLOGÍA: PLANTANDO LAS RAÍCES DE LA RESISTENCIA

Stephen R. Gliessman ...............................................................................................................19

AGROECOLOGÍA: FUNDAMENTOS DEL PENSAMIENTO SOCIAL

AGRARIO Y TEORÍA SOCIOLÓGICA

Eduardo Sevilla Guzmán, Graham Woodgate .................................................................27

AGROECOLOGÍA Y POLÍTICA. ¿CÓMO CONSEGUIR LA SUSTENTABILIDAD?

SOBRE LA NECESIDAD DE UNA AGROECOLOGÍA POLÍTICA

Manuel González de Molina, Francisco Roberto Caporal ...........................................35

APRENDIZAJE DE LA AGROECOLOGÍA BASADO EN LOS FENÓMENOS:

UN PRERREQUISITO PARA LA TRANSDISCIPLINARIEDAD Y LA ACCIÓN

RESPONSABLE

Charles Francis, Tor Arvid Breland Edvin Østergaard, Geir Lieblein,

Suzanne Morse ...........................................................................................................................45

TRADICIONES COMPLEJAS: INTERSECCIÓN DE MARCOS TEÓRICOS EN LA

INVESTIGACIÓN AGROECOLÓGICA

John Vandermeer, Ivette Perfecto .......................................................................................55

AGROECOLOGÍA, SOBERANÍA ALIMENTARIA Y LA NUEVA REVOLUCIÓN VERDE

Eric Holt-Giménez, Miguel A. Altieri ....................................................................................65

INSTITUCIONALIZACIÓN DEL ENFOQUE AGROECOLÓGICO EN BRASIL:

AVANCES Y DESAFÍOS

Paulo Petersen, Eros Marion Mussoi, Fabio Dal Soglio .................................................73

AGROECOLOGÍA Y MOVIMIENTOS AGROALIMENTARIOS ALTERNATIVOS EN

LOS ESTADOS UNIDOS: HACIA UN SISTEMA AGROALIMENTARIO SOSTENIBLE

Margarita Fernandez, Katherine Goodall, Meryl Richards, V. Ernesto Mendez ....81

INVESTIGACIÓN ACCIÓN PARTICIPATIVA EN AGROECOLOGÍA:

CONSTRUYENDO EL SISTEMA AGROALIMENTARIO ECOLÓGICO EN ESPAÑA

Gloria I Guzmán, Daniel López, Lara Román, Antonio M. Alonso ..............................89

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Este monográfico de Agroecología presenta la traducción de la edición especial inaugural de la revista científica in-ternacional Agroecology and Sustainable Food Systems (ASFS), anteriormente titulada Journal of Sustainable Agriculture (JSA). Este número especial se dedica a definir el enfoque agroecológico, y a señalar como éste debe abrir el camino para la transformación de los sistemas alimentarios dentro de un marco de sostenibilidad, desde las semillas y la tierra, y a través de todo su proceso hasta la mesa. Los editores invitados V. Ernesto Méndez, Christopher Bacon y Rose Cohen han realizado un excelente trabajo reuniendo las perspectivas interdisciplinares que han ayudado a formar nuestra comprensión de la agroecología: cómo promueve el cambio mediante la acción participativa en la investigación y la educación, y por qué es tan importante que la agroecología abra los caminos que lleven la sostenibilidad a todos los pueblos y en todas las partes de nuestro sistema alimentario global. Los fundamentos ecológicos están claros, pero los componentes sociales y políticos en los que el cambio social es tan necesario, son mucho menos claros. Este número especial reúne agroecólogos y agroecólogas procedentes de múltiples perspectivas profesionales, lugares y experiencias, pero todos con un objetivo común de vincular la investigación, la práctica y el cambio social de maneras verdaderamente transformadoras.

Los objetivos y el alcance de la revista siguen siendo los mismos en gran medida – ASFS está dedicado a los sectores rápidamente emergentes de la agroecología y los sistemas alimentarios sostenibles. La revista seguirá centrándose en los cambios que deben realizarse en el diseño y el manejo de nuestros sistemas alimentarios con el fin de equili-brar el uso de recursos naturales y la protección medioambiental, con las necesidades productivas, la viabilidad eco-nómica, la justicia social y el bienestar humano. ASFS seguirá examinando nuestros actuales sistemas alimentarios, desde la producción hasta el consumo, y la necesidad urgente de una transición hacia la sostenibilidad de largo plazo. Promoveremos el estudio participativo y la evaluación de soluciones alternativas a los complejos problemas de los sistemas alimentarios, tales como el agotamiento de los recursos, la degradación medioambiental, la reducción de la agrobiodiversidad, el hambre y la inseguridad alimentaria mundial persistentes, la consolidación de la industria alimentaria, el cambio climático y la pérdida de agricultores y tierras agrícolas. En relación a estos temas, la ASFS y la revista Agroecología comparten objetivos muy parecidos, y por ello la importancia de traducir este número especial y de publicarlo, con acceso abierto, en un importante medio en idioma castellano, como lo es Agroecología. En lugar de concentrarnos principalmente en los distintos componentes disciplinares de la agricultura y los sistemas alimen-tarios, ASFS seguirá la trayectoria comenzada por JSA, utilizando el planteamiento interdisciplinar descrito en el nú-mero especial, con el fin de buscar las acciones transformadoras en nuestros sistemas de producción de alimentos y de consumo, como parte de los múltiples procesos que están sucediendo en el complejo paisaje de la agricultura, la conservación y la interacción humana.

Como editor del ASFS, quiero agradecer al equipo editor de Agroecología por su apoyo y entusiasmo con la traduc-ción y publicación de este Monográfico, así como a la editorial Taylor & Francis por ceder los derechos de contenido a un precio reducido. También quiero agradecer al Consejo Editorial de ASFS por haber proporcionado las perspectivas, conocimientos y experiencia necesarios para nuestro proyecto agroecológico, así como por haber arbitrado los artí-culos de este número especial.

Stephen R. GliessmanEditor de la Revista Agroecology and Sustainable Food Systems

EDITORIAL

La Agroecología y

la Transformación del Sistema Alimentario

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Resumen

Este artículo examina las múltiples direcciones en la evolución de la agroecología, desde su temprano énfasis en los procesos ecológicos de los sistemas agrícolas, hasta su desarrollo como planteamiento multidimensional amplio, y orientado hacia los sistemas agroalimentarios. La publicación de esta edición especial es muy oportuna, pues la agroecología se está aplicando cada vez más en diversas iniciativas científicas, políticas y prácticas. En este artículo contrastamos distintas perspectivas agroecológicas o “agroecologías” y discutimos las características de una agroecología caracterizada por un enfoque transdisciplinar, participativo y orientado a la acción. Nuestra discusión final describe los contenidos del número especial y expone nuestro objetivo de fomentar trabajos futuros que adopten un enfoque agroecológico enraizado en la transdisci-plinariedad, la participación y la acción transformadora.

Palabras clave: Agricultura sostenible, investigación acción participativa, agroecologías, siste-mas agroalimentarios, interdisciplinario.

Summary

Agroecology as a transdisciplinary, participatory and action-oriented approach

This article traces multiple directions in the evolution of agroecology, from its early emphasis on ecological processes in agricultural systems, to its emergence as a multi-dimensional approach focusing on broader agro-food systems. This review is timely, as agroecology is being increasingly applied within a diversity of scientific, policy and farmer-based initiatives. We contrast different agroecological perspectives or ‘agroecologies’ and discuss the characteristics of an agroecology characterized by a transdisciplinary, participatory and action-oriented approach. Our final discus-sion describes the contents of the special issue, and states our goal for this compilation, which is to encourage future work that embraces an agroecological approach grounded in transdiscipli-narity, participation and transformative action.

Keywords: Sustainable agriculture, participatory action research, agroecologies, food systems, interdisciplinary.

LA AGROECOLOGÍA COMO UN ENFOQUE TRANSDISCIPLINAR, PARTICIPATIVO Y ORIENTADO A LA ACCIÓN1

V. Ernesto Méndez1, Christopher M. Bacon2, Roseann Cohen3

1Agroecology and Rural Livelihoods Group (ARLG), Department of Plant and Soil Science & Environmental Program, University of Vermont, Burlington,Vermont, USA; 2Department of Environmental Studies and Sciences,

Santa Clara University, Santa Clara, California, USA; 3Community Agroecology Network, Santa Cruz, California, USA. E-mail: [email protected].

Agroecología 8 (2): 9-18, 2013

INTRODUCCIÓN1

La agroecología surgió como un enfoque para com-prender mejor la ecología de los sistemas agrícolas tradicionales y para dar respuesta a los crecientes pro-blemas derivados de un sistema agroalimentario cada vez más industrializado y globalizado (Altieri 1987). En

1 Este artículo es parte de una edición especial publicada en Inglés, en la revista Agroecology and Sustainable Food Systems (Vol 37(1), y la cual forma parte de un monográfi-co invitado que presenta la traducción completa al caste-llano de dicho número.

sus primeras fases, la agroecología se centraba princi-palmente en aplicar conceptos y principios ecológicos al diseño de sistemas agrícolas sostenibles (Altieri 1987, Gliessman 1990). Esto fue seguido por una más explíci-ta integración de conceptos y métodos procedentes de las ciencias sociales, que eran necesarios para entender mejor la complejidad de una agricultura que emerge de contextos socioculturales únicos (Guzmán-Casado et al. 2000, Hecht 1995).

En la última década, el número de publicaciones e iniciativas consideradas agroecológicas ha aumentado exponencialmente (Wezel y Soldat 2009). El resultado es

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el planteamiento de diversos puntos de vista y enfoques sobre el tema, a los cuales en este artículo llamamos agroecologías, o diferentes perspectivas agroecológicas. Como puede esperarse en cualquier campo de la cien-cia o el conocimiento, podemos observar diferencias importantes entre las agroecologías específicas. El mo-tivo principal para desarrollar este número especial fue el de discutir y reflexionar críticamente sobre la coexis-tencia de estas distintas agroecologías. Una segunda motivación fue la de reunir autores cuyo trabajo se ins-piró en nociones transdisciplinares, de investigación o prácticas participativas, y de un enfoque agroecológico orientado hacia la acción. Así, los objetivos específicos de este artículo introductorio y de este monográfico de Agroecología son: 1) discutir las implicaciones, sin pre-cedentes, del creciente uso y adopción de la agroeco-logía en espacios científicos, sociales y políticos; 2) exa-minar la evolución del campo de la agroecología dentro de sus distintas perspectivas o agroecologías; y 3) pre-sentar contribuciones conceptuales y aplicadas de una perspectiva agroecológica basada en planteamientos transdisciplinares, participativos y orientados a la ac-ción. Concluimos este artículo con una descripción de cómo las diversas contribuciones del número especial se complementan mutuamente para formar un enfo-que agroecológico coherente e integrado.

INSERCIÓN DE LA AGROECOLOGÍA EN LOS DISCURSOS CONVENCIONALES

Las últimas tres décadas han visto una proliferación del uso del término “agroecología” en diversos espacios aca-démicos, políticos y prácticos a nivel mundial (Guzmán-Casado et al. 2000, IAASTD 2009, Wezel y Soldat 2009). En algunos casos, este es el resultado de los esfuerzos concretos y de larga duración por parte de agroecólogos para establecer este campo en espacios académicos y políticos. Un ejemplo de esto es el establecimiento de un número creciente de programas y titulaciones agroeco-lógicas en las universidades, tanto de países desarrolla-dos como en vías de desarrollo (Francis et al. 2003). Otras integraciones de la agroecología son más recientes, pero no menos importantes. Estas incluyen la adopción de este enfoque por parte de agentes políticos, a múltiples niveles, así como un uso más amplio de la agroecología dentro de los movimientos sociales rurales y las organi-zaciones de agricultores o campesinos.

La aparición de la agroecología en los debates inter-nacionales sobre políticas alimentarias y agrarias no es nueva. Sin embargo, hasta hace poco este concepto era utilizado en el contexto de las organizaciones no gu-bernamentales que se dedican a temas de agricultura sostenible y desarrollo rural. Más específicamente, po-demos encontrarla en organizaciones orientadas a for-talecer a los agricultores de pequeña escala y a apoyar a comunidades rurales pobres (Ej. Food First). El punto de

inflexión para la inclusión de la agroecología en círcu-los políticos más amplios se dio principalmente a través de la publicación del IAASTD, y de su reconocimiento de que este enfoque representaba una aproximación “alternativa” y prometedora para resolver los problemas globales interrelacionados del hambre, la pobreza rural y el desarrollo sostenible (IAASTD 2009)2. Subsiguiente-mente, Oliver De Schutter, quien fue nombrado Infor-mador Especial de las Naciones Unidas para el Derecho a los Alimentos en 2008, ha abogado continuamente por el uso de un enfoque agroecológico para enfren-tarse a los temas de la inseguridad alimentaria global y de la soberanía alimentaria. De Schutter ha hecho esto mediante presentaciones orientadas a influenciar políticas internacionales, publicaciones dirigidas a una amplia audiencia, y una página web interactiva (ver De Schutter 2011, De Schutter y Vanloqueren 2011, http://www.srfood.org/).

UN ANÁLISIS DE LAS DISTINTAS AGROECOLOGÍAS

Una reciente revisión realizada por Wezel et al. (2009) interpretó la agroecología como un campo que se ex-presa como una ciencia, un movimiento, y como prác-tica o como una combinación de los tres. Los autores concluyeron que hay “cierta confusión en el uso del término ‘agroecología’ (Wezel et al. 2009, p. 10), y que el modo en que diferentes personas usan el término se ve afectado por una variedad de factores relacionados con antecedentes geográficos, científicos y contextuales. Nosotros estamos en desacuerdo con la idea de que no hay líneas claras entre las perspectivas agroecológicas existentes. Por el contrario, sostenemos que una repre-sentación de la agroecología como algo confuso ignora explícitamente aspectos importantes de su evolución como campo de conocimiento. Además, presentar el enfoque agroecológico como algo confuso justifica la aplicación de definiciones reduccionistas que pueden adaptarse mejor hacia perspectivas particulares. Más concretamente, parece que esta interpretación es favo-recida por aquellos que ven la agroecología sólo como una nueva forma de iniciativa científica y con una fuerte inclinación hacia las ciencias naturales.

Aunque estamos de acuerdo en que hay una gran diversidad de interpretaciones y aplicaciones del enfo-que agroecológico, hemos identificado dos perspecti-vas predominantes. La primera de ellas tiende a aplicar

2 El IAASTD es un informe de alto nivel encargado por el Banco Mundial, las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud, cuyo fin fue dirigir la investigación y las soluciones políticas para el desarrollo hacia los temas del hambre, la pobreza y el desarrollo agrícola sostenible a nivel mundial. El informe reunió cientos de científicos e instituciones de todas las regiones del mundo durante un periodo de siete años. Muchos lo consideran como el equi-valente en agricultura a los informes de alto perfil de la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático (IPCC).

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11La agroecología como un enfoque transdisciplinar, participativo y orientado a la acción

exclusivamente la agroecología como un marco para reforzar, ampliar o desarrollar la investigación científica, firmemente arraigada en la tradición occidental y de las ciencias naturales (Wezel et al. 2009, Wezel y Soldat 2009). Un ejemplo europeo de esto se ve representado por el Grupo de Agroecología liderado por el profesor Teja Tscharntke de la Universidad Georg-August de Göt-tingen en Alemania. La página web del grupo describe su enfoque de la siguiente manera: “El análisis agroeco-lógico se centra en las comunidades de plantas y ani-males, las interacciones tróficas, y la biología de la con-servación en el paisaje agrícola y los agroecosistemas, tanto de clima templado como tropical” (http://www.uni-goettingen.deen74726.html). Esta descripción es coherente con las listas de publicaciones en revistas con un enfoque ecológico y agrícola que se encuentra en la página. Otros ejemplos de grupos académicos en Estados Unidos, que también se centran en el análisis de los procesos ecológicos a la escala de las granjas y paisa-jes, incluyen la Cátedra Henry A. Wallace para la Agricul-tura Sostenible en Iowa State University (http://www.wallacechair.iastate.edu/ default.html) y el Laborato-rio Agroecológico de la University of California, Davis (http://www.plantsciences.ucdavis.edu/Agroecology/).

Estos enfoques agroecológicos representan esfuerzos importantes para el avance de resultados sobre proce-sos ecológicos y agronómicos para mejorar el manejo de las granjas y paisajes. La información que generan podría contribuir a reorientar la producción y el mane-jo agrícola hacia un enfoque basado en la ecología. Sin embargo, aunque estos puntos de vista pueden inten-tar influir en sistemas agroalimentarios más amplios, su enfoque sigue en gran parte basado en la investigación de las ciencias naturales, con un enfoque principal en estudios a diferentes escalas (por ejemplo, granja, pai-saje, región) del proceso de producción agrícola, no del sistema agroalimentario. Si estas perspectivas se toman como el único enfoque agroecológico para rediseñar los sistemas agroalimentarios, se estaría olvidando que la agricultura es un complejo sistema socio-ecológico, ocultando así la dimensión social de la agricultura y silenciando las contribuciones de conocimientos cons-truidos fuera del paradigma científico occidental. No obstante, las investigaciones que siguen esta línea de indagación han dado lugar a importantes hallazgos so-bre los aspectos biofísicos y ambientales de la produc-ción agrícola. El inconveniente es que, en gran medida, dejan sin examinar las cuestiones sociales y culturales

Figura 1. Representa-ción esquemática de la evolución de distintos tipos de agroecologías.

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del sistema agroalimentario dominante, y no integran su análisis a una literatura más amplia de las ciencias so-ciales que aborda los sistemas agroalimentarios.

En contraste, algunos académicos de la agroecolo-gía, a menudo formados en disciplinas de las ciencias naturales (por ejemplo, entomología, ecología y agro-nomía), han seguido un camino que profundiza en la investigación conceptual dentro de sub-disciplinas aca-démicas específicas, y al mismo tiempo expanden y re-definen una perspectiva agroecológica más amplia; un enfoque que busca integrarse con las ciencias sociales y abarcar todo el sistema agroalimentario. Este enfoque agroecológico se desarrolló, partiendo de firmes raíces en la ecología y la agronomía, en un marco que busca integrar los enfoques transdisciplinares, participativos y orientados a la acción, así como participar críticamente en cuestiones político-económicas que afectan a los sis-temas agroalimentarios (Gliessman 2007, Méndez 2010, Sevilla-Guzmán 2006b, Wezel et al. 2009). Algunos ob-servadores pueden interpretar el uso de términos como “transdisciplinar”, “participativo” y “orientado a la acción” como demasiado optimista y ambiguo. Sin embargo, percibimos que la evolución de esta forma particular de agroecología ha incorporado explícitamente estas ca-racterísticas a través de un proceso de reflexión y acción profundo y con frecuencia desafiante.

No estamos proponiendo que todos los esfuerzos científicos deban ser transdisciplinares, participativos y orientados a la acción. De hecho, pensamos que el me-jor de los escenarios posibles es tener una ciencia bási-ca, disciplinar, que respete e interactúe activamente con esta perspectiva reflexiva que busca ser más participativa (incluyendo el conocimiento de múltiples actores) y que cada vez es más clara en cuanto a los valores normativos, la política y las posibilidades de un cambio transforma-dor en los sistemas agroalimentarios actuales.

En los párrafos anteriores hemos descrito lo que consideramos las dos perspectivas agroecológicas pre-dominantes. En este contexto, es importante reconocer que entre estos dos enfoques más amplios existe un gradiente de interpretaciones y aplicaciones que pue-den inclinarse más hacia uno u otro lado, o buscar una posición relativamente equilibrada entre los dos (Fig. 1). Para un ejemplo reciente de una perspectiva agroecoló-gica situada entre los dos dominantes enfoques, ver una revisión reciente de Tomich et al. (2011).

LA AGROECOLOGÍA COMO UN ENFOQUE TRANSDISCIPLINAR, PARTICIPATIVO Y ORIENTADO A LA ACCIÓN

En este apartado discutimos una perspectiva agroecológica con las siguientes características: 1) tuvo su origen en una interpretación enraizada en las dis-ciplinas de la ecología y la agronomía en la década de

1970; 2) ha evolucionado hacia un enfoque basado en la investigación transdisciplinar y participativa, a través del compromiso con científicos sociales, comunidades agrícolas y sistemas de conocimiento no-científicos; 3) incorpora una crítica del papel de las estructuras polí-tico-económicas prevalentes en la construcción del ac-tual sistema agroalimentario; y 4) a partir de su esfuerzo orientado a la acción, busca contribuir directamente a redirigir los sistemas agroalimentarios actuales hacia la sostenibilidad. Esta perspectiva agroecológica en par-ticular ha sido desarrollada por algunos de los acadé-micos más influyentes de la agroecología, incluyendo a Stephen R. Gliessman (Gliessman 2007), Miguel Altieri (Altieri y Toledo 2011), John Vandermeer (Vandermeer 2009), Ivette Perfecto (Perfecto et al. 2009) y Eduardo Sevilla-Guzmán (Sevilla-Guzmán 2006b). En esta sec-ción emprendemos un análisis en profundidad de las características más importantes de esta perspectiva.

Agroecología y TransdisciplinariedadConsideramos los enfoques transdisciplinares como

aquellos que valoran e integran distintos tipos de co-nocimiento, lo cual puede incluir disciplinas científicas o académicas, así como distintos tipos de sistemas de conocimiento (por ejemplo, basados en la experiencia empírica, el conocimiento local, el conocimiento indíge-na, etc.), y que tiende a adoptar un enfoque orientado a resolver problemas (Aeberhard y Rist 2009, Belsky 2002, Francis et al. 2008, Godemann 2008). La apreciación del conocimiento de origen campesino desafía los enfoques convencionales a la investigación agrícola y a las políti-cas relacionadas que privilegian las epistemologías occi-dentales sobre la producción de conocimiento (Cuéllar-Padilla y Calle-Collado 2011). Desde los años ochenta, los agroecólogos han valorado e intentado comprender me-jor el conocimiento agroecológico empírico de los cam-pesinos y campesinas, considerándolo un componente necesario para desarrollar una agricultura más sostenible. Esto fue claramente ilustrado en el trabajo de Gliessman (1978, 1980, 1982, este número; Gliessman et al. 1981) en el trópico de México en los años 70 y 80, que se centraba en entender las bases ecológicas de la agricultura tradi-cional Mejicana, y que se inspiró en el trabajo de Efraím Hernández-Xolocotzi. Esta información empírica, basada en la observación y en la práctica, y que también integra aspectos culturales, se consideró como una fuente de co-nocimiento para conceptualizar y aplicar la agroecología. Más recientemente, la Universidad Intercultural Maya de Quintana Roo, México, ha institucionalizado la enseñanza y la investigación agroecológica mediante el concepto de interculturalidad (http://www.uimqroo.edu.mx/). Este enfoque se basa en una plataforma para el intercambio de conocimiento y colaboración, bajo condiciones de respeto mutuo, entre culturas y sistemas de conocimien-to (en este caso la cultura Maya y la cultura académica con base occidental), cruciales para aplicar perspectivas

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13La agroecología como un enfoque transdisciplinar, participativo y orientado a la acción

participativas y transdisciplinares. Esta incorporación del conocimiento local o de origen campesino es un compo-nente importante de este tipo particular de pensamiento y práctica agroecológica.

Enfoques agroecológicos participativos y basados en principios

Es evidente un creciente interés en la investigación participativa y orientada a la acción en una variedad de campos, tales como la ecología (Whitmer et al. 2010), varias disciplinas de las ciencias sociales (Fals-Borda y Rahman 1991, Greenwood y Levin 1998, Stringer 1999), las ciencias de la salud (Minkler y Wallerstein 2008), el manejo de los recursos naturales (Castellanet y Jordan 2002, Fortmann 2008), la geografía (Kindon et al. 2007) y la agroecología (Guzmán-Casado et al. 2000; Uphoff 2002, Snapp y Pound 2008). La investigación acción participati-va (IAP) y otros enfoques relacionados buscan involucrar a una diversidad de actores como participantes activos de un proceso iterativo que integra la investigación, la re-flexión y la acción, y que pretende dar voz a actores que tradicionalmente han sido excluidos del proceso de in-vestigación (Bacon et al. 2005, Kindon et al. 2007).

Los marcos agroecológicos que han intentado inte-grar el conocimiento campesino en la investigación y la divulgación encajan perfectamente con el enfoque de IAP. En la última década, un creciente número de es-tudios han combinado la agroecología con diferentes enfoques participativos. Por ejemplo, estudiantes de posgrado y profesores de la Universidad de California en Santa Cruz colaboraron en un proyecto participativo que involucra a las comunidades de café de México y Centroamérica, y el cual produjo una variedad de resul-

tados. Éstos incluyeron desde las acciones directas en las comunidades de café, a estudios de investigación y publicaciones académicas. Un resultado académico cla-ve de este trabajo fue un libro editado sobre la crisis del café (Bacon et al. 2008), mientras que los proyectos orien-tados a la acción y divulgación se canalizaron principal-mente a través de la Red de Agroecología Comunitaria (Community Agroecology Network, CAN; http//:www.canunite.org). Una trayectoria similar puede observarse en Andalucía, España, donde investigadores, profesores y extensionistas asociados con el programa de pos-grado en agroecología de la Universidad Internacional de Andalucía, han trabajado con diversas familias de agricultores en el sur de España (Guzmán-Casado et al. 2000, Guzmán-Casado y Alonso-Mielgo 2007, Guzmán y Alonso 2008, Sevilla-Guzmán 2006a, b, Cuéllar-Padilla y Calle-Collado 2011). En Brasil, los agroecólogos han tra-bajado con el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST, en Portugués) y La Vía Campesina para apoyar la incorporación de la agroecología en estos mo-vimientos sociales rurales (Altieri y Toledo 2011).

Los enfoques participativos en agroecología tienden a adherirse a un conjunto común de principios asocia-dos a la IAP. No es de extrañar que estos principios se superpongan considerablemente con un conjunto en evolución de principios agroecológicos que ayudan a definir el campo y a unir diferentes perspectivas (Altie-ri 2000, Gliessman 2007). La Tabla 1 resume principios seleccionados y coincidentes de la investigación acción participativa y de la agroecología. Puede encontrarse una lista más completa de los principios de la agroeco-logía y sostenibilidad en http://:www.agroecology.org/Principles_List.html.

Tabla 1. Comparación de principios seleccionados de la investigación acción participativa (IAP) y la agroecología.

Principios de la IAP Principios de la Agroecología

La IAP pone en primer plano la capacitación, pues los socios comunitarios juegan papeles cruciales para definir la agenda de la investigación.

Los agroecólogos trabajan con campesinos y campesinas, consumidores de alimentos, comunidades, ministerios, de-fensores de los alimentos y otros actores, con el fin de capa-citar a las personas.

Los procesos de IAP dependen del contexto, pues reúnen equipos transdisciplinares que responden a las aspiraciones de los grupos interesados.

La agroecología establece sistemas agrícolas y alimentarios que se adaptan a los entornos locales.

Los procesos de IAP conforman la acción a múltiples escalas para un cambio social positivo.

La agroecología busca gestionar sistemas en su totalidad.

Los procesos de IAP se profundizan conforme se establecen relaciones duraderas y acontecen múl-tiples iteraciones de este ciclo.

La agroecología desarrolla estrategias para maximizar bene-ficios de larga duración.

Los procesos de IAP prestan atención a la diversi-dad de voces y sistemas de conocimiento con el fin de democratizar la investigación y los procesos de cambio social.

La agroecología implica procesos para diversificar las comu-nidades biológicas, los paisajes y las instituciones sociales.

Fuentes: modificado de Bacon et al. 2005 y http://www.agroecology.org/Principles_List.html

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Como la agroecología, los enfoques de la investiga-ción acción participativa en la agricultura involucran a campesinos y campesinas, miembros de las comuni-dades y organizaciones socias. El proceso valora la de-finición, aplicación e interpretación colaborativa de la investigación, incluyendo las distintas formas de cono-cimiento, las distintas aspiraciones de la gente en el di-seño de las agendas de investigación y las transiciones hacia objetivos definidos colectivamente. Los procesos de capacitación y educación son complejos, desiguales, y requieren atención al ejercicio formal e informal del poder, así como reflexiones críticas sobre la intersección del acceso a los recursos, privilegios e identidad (Fox 2005, Minkler y Wallerstein 2008).

Los últimos dos principios enumerados tanto por la agroecología como por la IAP conciernen a enfo-ques sobre cuestiones temporales y relacionadas con la diversidad. Aunque los investigadores son conscien-tes de sus propias necesidades profesionales y de las apremiantes preguntas teóricas dentro de sus campos académicos, estas prioridades a menudo no se alinean con las necesidades de los agricultores y otros actores sociales (Fox 2005). En lugar de predeterminar un pro-yecto y luego pedir a socios no-investigadores que lo suscriban, la colaboración en IAP debe comenzar en las primeras etapas del proceso de investigación. Los so-cios trabajan a través de un diálogo mutuo e iterativo para llegar a una propuesta de proyecto que armonice las necesidades, capacidades y métodos de los grupos interesados. A través de este diálogo, el investigador y los demás participantes tienen una comprensión clara de las expectativas del proyecto y de los desafíos y be-neficios potenciales. El diálogo también debe estar vin-culado a la acción, creando así una praxis – o un proceso iterativo de reflexión y acción (Freire 2000). Después de que se lleva a cabo una acción, el contexto cambia y es entonces cuando las colaboraciones de larga duración se vuelven a menudo más importantes, pues tanto el investigador como los demás socios han aprendido del primer ciclo y luego han continuado con iteraciones de seguimiento. El principio agroecológico de maximizar los beneficios de larga duración sugiere múltiples con-sideraciones, así como los esfuerzos para:

• maximizar los beneficios intergeneracionales, nosólo los beneficios presentes;

• maximizarlosmediosdevidaylacalidaddevidaen las áreas rurales;

• facilitarlastransferenciasintergeneracionales;• utilizarestrategiasalargoplazo,talescomodesa-

rrollar planes que puedan ajustarse y reevaluarse con el tiempo;

• incorporarlasostenibilidadalargoplazoeneldi-seño y manejo de los agroecosistemas;

• fomentarlafertilidaddelastierrasalargoplazo.

El principio de reconocer, aprender y favorecer la di-versidad social y ecológica es uno de los aspectos más importantes para vincular la investigación acción parti-cipativa con una agroecología orientada a la acción. El enfoque de la IAP exige prestar una mayor atención a una amplia diversidad de voces, especialmente las de aquellos que con frecuencia son marginados por la so-ciedad (por ejemplo, trabajadores agrícolas, pequeños agricultores, grupos indígenas y mujeres del medio rural). Esto sugiere la necesidad de crear el tiempo y el espacio para escuchar más profundamente e identificar las estrategias que utilicen la diversidad humana como una fuente de innovación. El principio de diversidad visto a través de una lente agroecológica no es menos profundo, porque dirige la atención analítica a los do-minios de las comunidades biológicas, el paisaje y las instituciones sociales. Algunos ejemplos de manejo de la diversidad a nivel de parcela y de granja son los culti-vos intercalados, las rotaciones, los policultivos y la inte-gración de animales, variedades y diversidad genética. A nivel del paisaje, uno debe considerar componentes tales como las zonas de amortiguamiento, fragmentos de bosque, pastoreo rotativo y obras de conservación de suelos. Lo importante no es simplemente la presen-cia de una gran diversidad de especies o de prácticas agrícolas, sino la forma en que éstas interactúan para proporcionar servicios ecosistémicos (es decir, poliniza-ción, control de plagas y ciclaje de nutrientes, etc.) que favorezcan la producción agrícola y los medios de vida de los habitantes rurales (Kremen et al. 2012). Los domi-nios sociales de la diversidad animan a los agroecólogos a considerar múltiples formas de organización campesi-na, políticas gubernamentales y los muchos diferentes tipos de mercados y redes agroalimentarias alternativas que constituyen los sistemas agroalimentarios (Good-man et al. 2011). La presencia de sistemas alternativos de distribución y la diversidad de instituciones sociales y relaciones económicas en la agricultura, tales como los mercados locales, las ferias de agricultores, la agricultura de apoyo comunitario, las cooperativas y la producción de subsistencia y de venta, ofrecen varios incentivos importantes que podrían combinarse con un entorno normativo propicio (Iles y Marsh 2013). Juntas, estas es-trategias relacionadas podrían contribuir a transformar el actual sistema agroalimentario en uno que priorice la salud ecológica y humana en todas sus etapas y dimen-siones, así como la integración entre los componentes interactuantes del sistema, conduciendo a una mayor resilencia a largo plazo.

Hacia una agroecología transformadoraUna agroecología transformadora incorpora una crí-

tica de las estructuras políticas y económicas que con-forman el actual sistema agroalimentario (véase Holt-Giménez y Altieri, este número y González de Molina, este número). Está comprometida explícitamente con

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15La agroecología como un enfoque transdisciplinar, participativo y orientado a la acción

un futuro más justo y sostenible mediante la remodela-ción de las relaciones de poder desde la granja hasta la mesa. Este punto de vista requiere que los agroecólogos vayan más allá del nivel de la granja para considerar las fuerzas más amplias — como el mercado y las institu-ciones del gobierno — que socavan las prácticas cultu-rales de los agricultores, la autosuficiencia económica y la base ecológica de los recursos. En parte, la agroeco-logía como campo de estudio surgió en respuesta a los costes sociales y ecológicos generados por la indus-trialización agrícola y la aplicación de las tecnologías de la Revolución Verde (Shiva 1989, Hecht 1995). Los enfoques más limitados que reducen la agroecología a una ciencia agronómica ecológicamente sensible olvi-dan la influencia de las preocupaciones sociales como parte del desarrollo del campo. Una perspectiva de la agroecología como ciencia natural tiende a privilegiar la ciencia positivista y el reduccionismo cartesiano sobre otras formas de conocimiento (por ejemplo, el conoci-miento indígena y local) y, así, corre el riesgo de gene-rar investigaciones que no se adaptan a los contextos locales y que ignoran las estructuras de poder mayores que influyen en las estrategias de subsistencia del cam-pesinado.

La agroecología transformadora que proponemos ha desarrollado un enfoque más holístico de la ciencia y la práctica de la agroecología, en estrecho diálogo con las críticas del desarrollo rural formuladas por los movimientos sociales, profesionales y académicos. Los ecologistas políticos, en particular, han demostrado cómo las fuerzas externas a nivel internacional, nacional y regional influyen en las prácticas locales. Por ejemplo, el estudio clave de Blaikie y Brookefield (1987) sobre la degradación del suelo en África demostró cómo la mar-ginación social, y no la inadaptación (es decir, la necesi-dad de modernización), resultó en prácticas específicas de manejo de tierras agrícolas. Esto fue un cambio cru-cial de perspectiva que enfatizó un análisis a distintas escalas para articular mejor los fenómenos sociales y ecológicos locales con círculos de poder regionales y mundiales (Paulson et al. 2003). En definitiva, los ecolo-gistas políticos llaman la atención hacia las relaciones de poder que rigen el acceso y manejo de los recursos naturales, a menudo excluyendo a los agricultores, debi-do a su clase social, género o posición étnica, del acceso a los recursos productivos (Rocheleau et al. 1996, Peet y Watts 2004). Si los agricultores no pueden acceder a los recursos que necesitan, a menudo dispersos en un territorio circundante y gobernados por estructuras de poder superpuestas, no pueden seguir mantenien-do o desarrollando agroecosistemas sostenibles. Una agroecología comprometida políticamente considera los desafíos complejos, tanto sociales como ecológicos, con los que se enfrentan los pequeños agricultores en la transición hacia la sostenibilidad (ver González de Moli-na en este número).

La conexión entre la práctica agroecológica, la dis-tribución equitativa de los recursos y la autodetermi-nación, se ha hecho patente gracias a las comunidades marginadas que exigen justicia mediante la soberanía alimentaria (Holt-Giménez y Altieri, este número). La sostenibilidad ecológica se ha convertido en un tema central de las demandas en defensa de los medios de vida rurales y de los modos de vida culturalmente es-pecíficos. Estas formas de vida están cada vez más en riesgo debido a la profundización de las relaciones capi-talistas que convierten a las personas en mano de obra y a la naturaleza en materia prima (Carruthers 1996, Grueso et al. 2003). Los agroecólogos están posiciona-dos estratégicamente para contribuir en estas luchas, participando en un proceso creativo de producción de conocimiento junto con los agricultores. Esto requiere una comprensión más amplia del conocimiento y el aprendizaje como comunidad de práctica que involucra tanto a los agricultores como a los científicos de forma-ción universitaria (Kloppenburg 1991, Thomas-Slayter et al. 1996). La agroecología, a través de su desarrollo pa-ralelo como ciencia y movimiento social, es un espacio apto para construir alternativas relevantes que corrijan las relaciones asimétricas de poder en el sistema agroa-limentario.

DESCRIPCIÓN DE ESTE NÚMERO ESPECIAL

Este número especial reúne 10 contribuciones distin-tas que comparten un compromiso con la integración de los enfoques transdisciplinares, participativos y orien-tados a la acción dentro de un marco agroecológico. En este artículo introductorio hemos intentado sentar una base para la comprensión del contenido total del nú-mero, evaluando el estado actual de la agroecología y examinando brevemente los debates contemporáneos que la rodean como enfoque. Introducimos el número con una discusión de nuestras percepciones sobre las diferentes agroecologías existentes, y presentamos los principios de un enfoque agroecológico basado en la transdisciplinariedad, la participación y la acción. Los seis artículos posteriores representan aportes concep-tuales que, de diferentes maneras, están en sintonía con esta perspectiva. Estas contribuciones son seguidas por tres estudios de caso que reflexionan sobre las opor-tunidades y desafíos de la aplicación de este enfoque agroecológico particular a diferentes temas, geografías y contextos socio-ecológicos.

A nuestro artículo introductorio le sigue una contri-bución de Steve Gliessman, que realiza un análisis histó-rico sobre el desarrollo de la agroecología a través del estudio de la agricultura tradicional Mexicana en los años setenta y ochenta. Su reflexión examina la evolu-ción del concepto de agroecosistema, que se basó en el trabajo de Efraím Hernández Xolocotzi, en un tiem-po en el que los gobiernos y los organismos interna-

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cionales estaban apoyando fuertemente la implemen-tación de la Revolución Verde en los países en vías de desarrollo. El siguiente artículo, de Sevilla-Guzmán y Woodgate, explora varios procesos sociales, políticos y económicos, tales como la modernización agrícola y el ecologismo, como parte de la base desde la cual la agroecología se desarrolló tanto como “disciplina cientí-fica” y “movimiento social agrario”. La siguiente contribu-ción, de González de Molina, propone una integración más fuerte de la ecología política con la agroecología, un tema introducido en el presente artículo. González de Molina defiende la necesidad de incorporar mejor los instrumentos dirigidos al desarrollo de aspectos políticos e institucionales de la investigación y práctica agroecológica. El autor propone el desarrollo de una “agroecología política” con el fin de comprender mejor y comprometerse con las dinámicas de poder inheren-tes a las interacciones e instituciones sociales que son parte de los sistemas agroalimentarios. En el siguiente trabajo, Francis y coautores discuten el “aprendizaje ba-sado en los fenómenos” como un nuevo paradigma que crea un “puente entre la academia y la sociedad”. Par-tiendo de los problemas, su trabajo se basa firmemente en un programa de agroecología transdisciplinar de la Universidad Noruega de Ciencias de la Vida (UMB), que involucra a los estudiantes en situaciones del mundo real con las comunidades rurales. Este artículo ofrece información conceptual y un ejemplo de modelo peda-gógico innovador para la enseñanza y el aprendizaje de la agroecología. Posteriormente, Vandermeer y Perfecto exploran en profundidad los fundamentos teóricos de la integración del conocimiento campesino con la cien-cia ecológica. Basándose en su extensa trayectoria en el análisis de los procesos ecológicos de los agroecosiste-mas, proponen que esta integración podría conducir a la “generación de un conocimiento que es a la vez pro-fundo y amplio”. El siguiente artículo de Holt-Giménez y Altieri integra los conceptos de régimen alimentario y de soberanía alimentaria para examinar el papel de la agroecología frente a lo que ellos denominan la “nueva Revolución Verde,” que es defendida por las corporacio-nes alimentarias y los actores del desarrollo internacio-nal. Destacan la necesidad de fortalecer a los pequeños agricultores y sus organizaciones como columna verte-bral de los sistemas alimentarios alternativos y advier-ten del peligro de que la agroecología sea cooptada para fortalecer los poderes existentes bajo la nueva Re-volución Verde.

Los tres últimos artículos de este número presen-tan estudios de caso analíticos sobre la evolución de la agroecología en distintas geografías y contextos. Pe-tersen y sus coautores ofrecen un examen histórico de cómo la agroecología influenció y se desarrolló en las universidades e instituciones agrícolas en Brasil. Su aná-lisis proporciona información detallada sobre las opor-tunidades y desafíos que este campo ha encontrado

en un contexto donde la agricultura industrializada ha crecido considerablemente. Por otro lado, se han abier-to oportunidades a través de alianzas con movimientos campesinos y del constante interés de los académicos y los extensionistas. Fernández et al. emprenden un ejer-cicio similar en Estados Unidos, analizando la evolución de la agroecología y su interacción específica con los movimientos agroalimentarios y para la agricultura sos-tenible. Los autores muestran que aunque la perspecti-va agroecológica académica y los movimientos de base comparten los mismos principios, es todavía imprecisa su colaboración explícita. El artículo concluye propor-cionando recomendaciones específicas para alianzas que integren mejor las fuerzas de la agroecología como un enfoque de investigación participativa, así como las experiencias y el poder reivindicativo de los movimien-tos para la agricultura sostenible y los sistemas agroali-mentarios. En el último artículo de este número especial, Guzmán-Casado y sus coautores discuten la necesidad de un enfoque agroecológico que vaya más allá del cambio tecnológico. Proponen la investigación acción participativa (IAP) como medio para “colaborar con las comunidades locales y avanzar en la reestructuración de los flujos físicos, las economías y la información que apoyan la agricultura local”. Estos argumentos se ilus-tran mediante el análisis de un estudio de caso con los agricultores de Andalucía, España. Los autores conclu-yen que a pesar de algunos desafíos asociados con los recursos y períodos de tiempo más prolongados, la IAP demostró ser un enfoque adecuado para fomentar que los agricultores y otros actores realizaran una transición agroecológica.

Las contribuciones de este número especial fueron seleccionadas cuidadosamente con el objetivo de fo-mentar y abrir debates agroecológicos constructivos, así como para discutir algunos de los retos y oportu-nidades asociadas con una perspectiva agroecológica o ‘agroecología’ específica. Esperamos que sirvan de inspiración a otras personas que quieran participar y seguir desarrollando este enfoque agroecológico trans-disciplinar, participativo y orientado a la acción.

AGRADECIMIENTOS

Los autores agradecen a Stephen R. Gliessman por su ánimo y apoyo para emprender el número especial en Inglés en la revista Agroecology and Sustainable Food Systems, y a José María Egea y Manolo González de Mo-lina, del Equipo Editorial de Agroecología, por su apoyo para la realización del Monográfico en castellano. Nues-tro agradecimiento va también para todos los revisores anónimos que proporcionaron comentarios críticos y constructivos a todos los artículos incluidos en este nú-mero.

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17La agroecología como un enfoque transdisciplinar, participativo y orientado a la acción

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Resumen

La agroecología actual se centra claramente en llevar la sostenibilidad a la producción de ali-mentos, concentrados y fibra. Pero también hay un mayor enfoque sobre los “conductores” so-ciales, económicos y políticos que mueven los sistemas alimentarios más allá de las condiciones que ha creado la insostenibilidad en la agricultura moderna industrial. Con su fundamento en el ecosistema, la ciencia de la agroecología se ha convertido en una herramienta poderosa para el cambio del sistema alimentario cuando se combina con una comprensión de cómo se producen los cambios en la sociedad. En este artículo, rastreo las raíces de la agroecología hasta su aparición como Agroecología en México, en los años 70, como una forma de resistencia a la Revolución Verde. La agroecología se ha convertido en mucho más que una ciencia para el desarrollo de mejores tecnologías de producción de alimentos, más seguras y ambientalmente responsables. La agroecología es más que un modo de practicar la agricultura, como la producción orgánica o ecológica. La agroecología es también un movimiento social con una fuerte base ecológica que fomenta la justicia, las relaciones, el acceso, la adaptación, la resistencia y la sostenibilidad. La agroecología pretende unir las culturas sociales y ecológicas que ayudaron a la sociedad humana a crear agricultura por primera vez.

Palabras clave: Agroecología, resistencia, cambio social, México

Summary

Agroecology: Growing the Roots of Resistance

Agroecology today has a strong focus on bringing sustainability to food, feed, and fiber pro-duction. But there is also a larger focus on the social, economic, and political “drivers” that move food systems beyond the conditions that have created un-sustainability in modern industrial ag-riculture. With its ecosystem foundation, the science of agroecology has become a powerful tool for food system change when coupled with an understanding of how change occurs in society. In this paper I trace the roots of agroecology to its emergence as Agroecología in Mexico in the 1970’s as a form of resistance to the Green Revolution. Agroecology has become much more than a science for developing better, safer, and more environmentally-sound food production technologies. Agroecology is more than a way to practice agriculture, such as organic or ecologi-cal production. Agroecology is also a social movement with a strong ecological grounding that fosters justice, relationship, access, resilience, resistance, and sustainability. Agroecology seeks to join together the ecological and social cultures that helped human society create agriculture in the first place.

Keyword: Agroecology, resistance, social change, Mexico.

AGROECOLOGÍA: PLANTANDO LAS RAÍCES DE LA RESISTENCIA1

Stephen R. Gliessman144 De La Costa Avenue, Santa Cruz, California, 95060, USA. E-mail: [email protected]

Agroecología 8 (2): 19-26, 2013

INTRODUCCION

Hoy en día, una de las definiciones más completas de la agroecología es la ecología del sistema alimentario

1 Este artículo está dedicado al Dr. Roberto García Espinosa, patólogo de plantas y agroecólogo, que fue uno de mis socios principales en la resistencia agroecológica que se desarrolló en el CSAT (Colegio Superior de Agricultura Tropical) en la segunda mitad de la década de 1970. El Dr. Roberto García falleció poco después de completar

(Francis et al. 2003, Gliessman 2007). Tiene el objetivo explícito de transformar los sistemas alimentarios hacia la sostenibilidad, en la que hay un equilibrio entre la res-ponsabilidad ecológica, la viabilidad económica y la jus-ticia social (Gliessman 2007). Pero para lograr esta trans-

su trabajo monumental sobre agroecología y enferme-dades de las raíces en cultivos agrícolas, en gran parte desarrollado en el entorno intercultural de los campos de cultivo de las tierras bajas tropicales de Tabasco y de las aulas y laboratorios del CSAT (García Espinosa 2010).

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formación es necesario un cambio en todas las partes del sistema alimentario, desde la semilla y la tierra hasta la mesa (Gliessman y Rosemeyer 2010). Las dos partes más importantes del sistema alimentario — aquellos que cul-tivan los alimentos y aquellos que lo consumen — deben ser reconectadas en un movimiento social que honre la profunda relación entre la cultura y el medioambiente que creó la agricultura por primera vez. Nuestro sistema actual de alimentos, industrializado y globalizado, está mostrando que no es sostenible en ninguno de los tres aspectos de la sostenibilidad (económico, social o am-biental). Con una profunda comprensión de lo que pue-de llegar a ser una visión holística y ecológica del sistema alimentario se hace posible el cambio necesario para res-tablecer la sostenibilidad a los sistemas alimentarios.

ANTECEDENTES CONCEPTUALES: EXPLORAR LAS RAICES

Desde la aparición más temprana del término agroecología, siempre ha habido un énfasis en la relación (o su carencia) de los campos de la ecología y la agrono-mía (véase Gliessman 2007, para una breve revisión de la historia de la agroecología). Pero desde que comenzó a utilizarse, la agroecología fue dividida entre la agronomía de la producción de cultivos y cosechas, por un lado, y la ecología de la distribución de cultivos y la adaptación al medioambiente de plantas o animales, por otro lado. El término comúnmente utilizado en estas épocas anterio-res fue la ecología de cultivos, con un énfasis muy fuerte en el desarrollo de tecnologías que permitieran ajustar o modificar el entorno de la granja para satisfacer las nece-sidades del organismo cultivado y obtener así el mayor rendimiento. Obviamente, la diversidad de maquinaria, fertilizantes, pesticidas y otras innovaciones tecnológicas que comenzaron a estar disponibles, especialmente des-pués de la 1ª Guerra Mundial, fueron los insumos utiliza-dos para modificar el entorno de los cultivos.

Curiosamente, sin embargo, uno de los primeros usos del término agroecología fue una respuesta a la utiliza-ción indiscriminada de estos insumos. Escribiendo en la publicación del Instituto Internacional de Agricultura en Roma (un precursor de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO) en 1930, Basil Bensin, un agrónomo ruso, llamó la atención hacia la necesidad de la cooperación internacional en investigación agroecológica y denominó agroecología a la ciencia que respalda esta investigación (Bensin 1930). Observó que los agricultores estaban convencidos de-masiado a menudo por las campañas de publicidad or-ganizada de las grandes empresas que fabricaban trac-tores, fertilizantes y semillas, sin saber realmente si estos insumos eran apropiados para las condiciones locales y las necesidades del agricultor. Algunos anuncios, por ejemplo, afirmaban que un tractor era «universal» y apto para todo tipo de suelos, climas y tipos de cultivo. Pro-

duciendo grandes cantidades de maquinaria universal, las empresas podrían competir más efectivamente en el mercado. Pero demasiado a menudo, observaba Bensin, los agricultores se sentían decepcionados después de haber comprado una máquina agrícola anunciada como universal. Lo mismo era cierto para las semillas vendidas por conocidas empresas de semillas y de cría de plantas de ese tiempo. Atraídos por los anuncios que afirmaban que estas nuevas semillas podían tener éxito en cualquier lugar, los agricultores pedían semillas producidas en lu-gares y en condiciones muy diferentes de sus granjas, y demasiado a menudo también requerían la maquinaria y fertilizantes que alteraran las condiciones para satisfacer las necesidades de las nuevas semillas. La experiencia y el conocimiento local no fueron incluidos en el desarro-llo de esta nueva variedad de insumos. Los agricultores eran considerados principalmente como compradores de productos y, en el proceso, se aprovechaban de ellos.

Por un lado, Bensin (1930) entendía la agroecología como una forma de generar información a través de lo que él llamó «investigación agroecológica», que ayuda a los agricultores a tomar mejores decisiones sobre qué comprar. Curiosamente, sin embargo, también afirmó la necesidad de «regular la compra de fertilizantes, má-quinas y semillas, con el fin de reducir el riesgo para el agricultor» (Bensin 1930, 278). Esto se puede interpretar como una llamada a alguna forma de resistencia contra la presión que ejercen las corporaciones, una necesidad que ha crecido todavía más conforme el modelo de agricultura industrial ha ejercido un mayor dominio de nuestro sistema alimentario. Pero Bensin también vio la agroecología como una ciencia multidisciplinar, en la que se deben considerar todos los factores que influyen en el desarrollo y el éxito de un cultivo. Para él, la investiga-ción agroecológica debía basarse en la botánica, la cría de plantas, la meteorología, la climatología, la edafología y la agronomía experimental — en algunos sentidos, ba-sada en el conocimiento de todo el ecosistema en el que se estaba practicando la agricultura. Criticó la agronomía experimental de su tiempo por estar demasiado concen-trada en los beneficios obtenidos por el uso de nuevos insumos y prácticas, en lugar de centrarse en las razones y causas de los resultados obtenidos. Pero a pesar de su llamada a la resistencia, la propuesta agroecológica de Bensin pareció haber sido reducida a la ecología de los cultivos durante las siguientes décadas. El objetivo prin-cipal se convirtió en obtener los cultivos deseados me-diante la modificación ambiental y los insumos agrícolas.

Uno de los ejemplos más conocidos de la ecología agrí-cola o ecología de los cultivos fue la obra de Azzi (1956). Basándose en los mismos campos que Bensin, la meteoro-logía agrícola y la edafología, Azzi propuso el campo de la ecología agrícola como una manera de integrar todas las ciencias separadas que la agronomía utiliza para enten-der cómo cada una influye en el cultivo deseado. Para él, la ecología agrícola fue más allá del estudio de las carac-

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terísticas ecológicas de cada especie. También proporcio-nó una forma distinta de analizar las cosechas como una forma de descubrir qué es lo que controla las complejas relaciones entre plantas, medioambiente y producción. Tischler (1965) reflexionó además sobre la necesidad de comprender la ecología de cada uno de los componentes del sistema agrícola, desde las adaptaciones de los cultivos, hasta el manejo de los insectos y la labranza de la tierra. Estos pioneros fueron poniendo los cimientos para pensar en los sistemas agrícolas como ecosistemas, pero todavía enfatizaban los cultivos y no las personas que los trabajan. La falta de una visión de sistema global de la labranza y de la agricultura, especialmente sin ningún componente social, pudo haber sido una razón principal del creciente énfasis en la producción, que culminó en la llamada Revo-lución Verde de los años sesenta.

Fue el trabajo de los ecologistas, más que el de los agrónomos, el que finalmente formalizó una visión de la agricultura como ecosistema. Uno de los primeros en hacerlo fue Daniel Janzen (1973) en su libro sobre el concepto de los agroecosistemas tropicales. Janzen fue un ecologista muy comprometido con la protección y conservación de los bosques tropicales, pero también muy consciente de las necesidades de subsistencia de la población local en las regiones tropicales. Propuso lo que llamó “rendimiento sostenido de los agroecosis-temas tropicales” (Janzen 1973, 1212). Los ecosistemas productivos, en su opinión, deben estar basados en el conocimiento ecológico local, localmente adaptados, li-mitado por los entornos y la cultura locales y diseñados, en primer lugar, para satisfacer las necesidades locales, en lugar de responder a las exigencias de los mercados de exportación para cultivos de un único producto. Con su crítica al predominio de la visión mercantil de la Revolución Verde, Janzen hacía eco al llamamiento de Bensin (1930), más de cuatro décadas antes, sobre la ne-cesidad de la agroecología, pero con especial atención a las necesidades de las personas en los trópicos. Un poco más tarde, una revisión de Orie Loucks (1977) se-ñaló cómo el fortalecimiento de nuestra comprensión de la estructura y la función de los ecosistemas - que se produjo durante los años sesenta y que en cierta medi-da culminó con la obra clásica sobre el desarrollo de los ecosistemas de Odum (1969), nos llevó a un punto en el que estaba claro que los sistemas agrícolas poseían características similares a los ecosistemas naturales. Sin embargo, estos sistemas difieren en la característica principal de extracción continua de nutrientes a través de la cosecha, o las pérdidas debidas a las «fugas» en el ecosistema. Esto se debía a la pérdida de interconexión y complejidad en el flujo de energía y en los ciclos de nutrientes que caracterizan la agricultura moderna. Loucks (1977) enfatizó la necesidad de un enfoque de ecosistema para no solamente mejorar el rendimiento de las cosechas, sino también para determinar la estabi-lidad a largo plazo de tales mejoras y su impacto en los

ecosistemas en los entornos más allá de aquellos en los que se ubicaban los agroecosistemas.

Loucks (1977) había participado en la preparación de un informe patrocinado por la recién formada Asociación Internacional para la Ecología (INTECOL 1975) sobre el de-sarrollo de un programa internacional para el análisis de los agroecosistemas. Este informe fue encargado por un grupo de trabajo ad-hoc sobre los agroecosistemas que convocó el primer Congreso Internacional de INTECOL, en la Haya, Holanda, en septiembre de 1974. Esto también coincidió con la publicación del primer número de la re-vista Agro-Ecosystems, que fue concebida como foro para publicar investigaciones que integran los muchos campos de la agricultura, descrito por los primeros ecologistas de los cultivos. El editor fundador de la revista presentó la primera edición con una llamada a la investigación sobre las interacciones ecológicas que se producen en todos los ecosistemas manejados por humanos, desde la agricul-tura a la silvicultura o la pesca (Harper 1974). El autor hizo hincapié en la necesidad de un enfoque ecosistémico que reconociera “que cada parte es el componente de un todo y que en algún momento el todo mismo debe ser tam-bién un tema de estudio” (Harper 1974, 1). La revista puso en marcha una visión multidisciplinar más amplia de los agroecosistemas destinada a promover la comprensión de la función y el manejo de ecosistemas enteros, desde el más extenso al más intenso, y del más natural al más intensamente alterado por los seres humanos. El objetivo era aumentar y mantener la producción con métodos que fueran eficientes, ambientalmente responsables y valida-dos agronómicamente. Cabe hacer notar que no se inclu-yó la dimensión de la multidisciplinariedad, ni apareció el término agroecología.

En 1979 aparecieron dos libros que comenzaron a discutir el componente social del concepto de agroeco-sistema. El primero fue Agriculture Ecology: An Analysis of World Food Production Systems (Cox y Atkins 1979). Usando un enfoque claramente evolutivo, este libro si-túa primero los sistemas de producción de alimentos en un contexto histórico y ecológico, siendo la agricultura el resultado de un largo proceso de co-evolución entre cultura y medioambiente. No es casualidad que el dibu-jo de la cubierta es una representación prehispánica del sistema remarcablemente productivo de lechos eleva-dos y canales, presentes en el Valle de México, cuando Cortez comenzó su conquista. Se hizo un considerable hincapié en el valor de los sistemas agrícolas locales y tradicionales con un largo historial de experiencia, cam-bio y adaptación, especialmente en los países en de-sarrollo donde no habían penetrado aún las prácticas de la producción altamente mecanizada y de insumos intensivos de la Revolución Verde. Mediante el uso de un enfoque ecológico a través del cual la dinámica del agroecosistema podría ser investigada, la agricultura ac-tual fue examinada según sus fortalezas y debilidades, con alternativas de base ecológica, propuestas según

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era necesario. Por ejemplo, se revisó el impacto ecoló-gico de los cultivos, pastos, riego y fertilización sobre el ecosistema del suelo, y se propusieron alternativas que ayudaran a mantener un ecosistema sano de las tierras de producción. También se revisó el impacto negativo del uso de pesticidas, junto con alternativas positivas como el control biológico, las rotaciones y la diversifica-ción, el saneamiento y los nuevos avances en atrayentes y disuasorios químicos, y reguladores del crecimiento. En todos los componentes de los agroecosistemas, el libro intentó mirar más allá del énfasis en el aumento de rendimiento a toda costa, y en cambio presentó un marco para aumentar la producción sin destruir tierras agrícolas ni dañar la ecología global. Pero quizás lo más importante, el libro subrayó la necesidad de tener en cuenta los contextos culturales y económicos dentro de los cuales se producen los cambios en la agricultura. Destacando las debilidades de las economías de mono-cultivo, especialmente en los países en desarrollo, y los entonces recientes “obstáculos” sociopolíticos, resultan-tes de la Revolución Verde, el libro hace un fuerte llama-miento para una ecología agrícola que “revelará la apti-tud ecológica de los sistemas agrícolas del pasado y del presente como base para el desarrollo de una visión de la agricultura ecológicamente responsable en el futuro” (Cox y Atkins 1979, 684; véase también capítulos 25, 26).

El otro libro relevante fue inicialmente producido como un texto para estudiantes en el Centro Agronó-mico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE) en Turrialba, Costa Rica (Hart 1979). Titulado Agroecosiste-mas: Conceptos Básicos, el libro fue diseñado para dar a los estudiantes de agricultura tropical una alternati-va al enfoque tecnológico importado al trópico desde las regiones templadas del mundo. Los estudiantes de agronomía recibieron una completa formación so-bre los principios y conceptos ecológicos que forman el fundamento de la agroecología hoy en día. Propor-cionó un profundo contenido ecológico para enten-der la estructura, función, relaciones y dinámica de los agroecosistemas, desde la planta o animal individual, a través de la granja, la región, y finalmente, hasta el siste-ma global de alimentos. Todos los componentes de los agroecosistemas eran vistos como subsistemas, tales como la tierra, los cultivos, las malas hierbas, las plagas y las enfermedades. Mediante la comprensión de la re-lación entre subsistemas podía visualizarse un diseño para integrarlos en un conjunto. Tal vez el elemento más importante del libro fue que comenzó a nivel local, con los agricultores locales que habían estado viviendo bajo un conjunto particular de condiciones ecológicas, económicas y sociales que guiaron el desarrollo de los agroecosistemas de su época. Hart reconoció esta rique-za de conocimiento y experiencia y, de hecho, se refiere a estos agricultores como sus «profesores», por haberle convencido de que en un agroecosistema intervenían muchas más cosas que el rendimiento de un animal o

planta de cultivo individual. Estos pequeños agricul-tores, que fueron (y son) los productores de alimentos principales que alimentan a los pueblos en los trópicos y el resto del mundo en desarrollo, fueron olvidados por la Revolución Verde.

Ambos libros se convirtieron en importantes compo-nentes de los programas de enseñanza e investigación en agroecología que se describen a continuación.

LAS RAICES DE LA RESISTENCIA EN MEXICO

En la década de 1960 la Revolución Verde había al-canzado una posición fuerte en México. El Centro In-ternacional de la Mejora del Maíz y el Trigo (CIMMYT) fue establecido en 1966, en el mismo pueblo rural en las afueras de la Ciudad de México donde se ubicaba la Universidad Autónoma Nacional Agraria. Las nuevas variedades “mejoradas” de alto rendimiento de maíz y trigo comenzaron a introducirse, desde el CIMMYT, a la escuela, a ingenieros agrónomos, al sistema de exten-sión, a los mercados de semillas y en última instancia, a los agricultores. Pero el impacto de estas nuevas varie-dades de maíz y trigo fueron más que la introducción de nuevas semillas. Un sistema alimentario con una historia de miles de años se vio repentinamente desplazado por lo que se conoce hoy como sistema de monocultivo con altos insumos externos, basado en el combustible fósil y orientado a la exportación. Lo que estaba siendo despla-zado eran sistemas agrícolas diversos, de bajos insumos externos y adaptados localmente, tales como el cultivo tradicional intercalado de maíz, frijol y calabaza. A pesar de su capacidad para ofrecer el llamativo aumento de rendimiento prometido, estos nuevos cultivos de la Re-volución Verde empezaron a tener un impacto drástico en los sistemas agrícolas tradicionales y rurales. México comenzó a pasar de la autosuficiencia en el maíz a ser un país importador neto a finales de 1970. Los precios de los alimentos comenzaron a dispararse. Las granjas y sus familias empezaron a abandonar las zonas rura-les en las que habían vivido durante generaciones. La agrobiodiversidad comenzó a reducirse. Las razones de estos cambios son muchas y complejas, pero al inicio de la Revolución Verde también estaba arraigando un mo-vimiento de resistencia que se basaba en la valoración de la rica historia co-evolutiva y la memoria cultural de los sistemas agrícolas locales, indígenas y tradicionales de México (Hernández Xolocotzi 1985, 1987, González Jácome 2011).

Tres programas se desarrollaron casi simultáneamen-te en México entre 1974 y 1980. Juntos constituían una resistencia y una alternativa a la Revolución Verde. Una de las acciones más importantes fue el trabajo del in-geniero agrónomo y etnobotánico, Efraím Hernández Xolocotzi. En las décadas de 1950 y 1960, utilizó su for-mación etnobotánica para dirigir extensas colecciones de campo de la inmensa biodiversidad agrícola presen-

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te en los cultivos de los agricultores mexicanos locales. Pero cuando vio cómo se usaba esta riqueza genética para crear variedades híbridas que solamente se cen-traban en aumentar las producciones - ignorando los procesos co-evolutivos milenarios que habían llevado al desarrollo de los sistemas en que evolucionaron es-tas variedades - empezó otro movimiento. Su lucha por llamar la atención a los aspectos positivos de la agricul-tura tradicional mexicana y evitar que fuera desplaza-da culminó en un seminario nacional en 1976 titulado «Análisis de los agroecosistemas de México», con sus actas publicadas en 1977 (Hernández Xolocotzi 1977). Un aspecto clave de este pensamiento se muestra en la Figura 1, donde su conceptualización de un agroecosis-tema tomó la forma de tres ejes cuyo impacto había que equilibrar para que el sistema pudiera ser sostenible. El autor sostenía que la Revolución Verde ignoró el eje ecológico y enfatizó la introducción de nuevos insumos, prácticas y tecnologías destinadas a aumentar los rendi-mientos para responder a las presiones del mercado y al pensamiento desarrollista dominante de la época. El eje socio-económico se redujo al puramente económico. Y en el proceso, se fue perdiendo toda una cultura agraria (Hernández Xolocotzi 1985, 1987).

Un segundo foco que se estaba desarrollando en este momento en México fue la llamada agrobiología. Su principal promotor fue el ecólogo y botánico Arturo Gómez-Pompa. Fundó el Instituto Nacional de Investiga-ciones sobre Recursos Bióticos (INIREB), con sede en Xa-lapa, Veracruz. El INIREB desempeñó un papel importante por su atención al problema de la deforestación en los trópicos, especialmente en México, y desarrolló una se-rie de alternativas basadas en conocimientos biológicos y ecológicos relacionados con la experiencia tradicional de los sistemas agrícolas locales. En parte, este esfuerzo fue una forma de resistencia a la extracción a gran escala de los bosques tropicales para instalar grandes proyectos de desarrollo financiados internacionalmente usando la tecnología de la Revolución Verde. Buen ejemplo de ello es su trabajo con la reconstrucción de las distintas versio-nes de la agricultura de humedal basado en el modelo de lechos elevados o Chinampas (Gómez-Pompa 1985). Denominó su trabajo agrobiología.

El tercer foco de resistencia comenzó en 1974 con el establecimiento de un pequeño colegio de agricultu-ra tropical cerca de Cárdenas, Tabasco, en el sureste de México (Colegio Superior de Agricultura Tropical; CSAT). Éste fue convenientemente situado en el centro de un inmenso proyecto financiado por el Banco Interameri-cano de Desarrollo (BID), conocido como el Plan de De-sarrollo de Chontalpa (El Plan Chontalpa), cuya primera fase fue la tala de unas 90.000 hectáreas de bosque tro-pical, el drenaje de los humedales, el desplazamiento de las comunidades locales a las pequeñas aldeas ubicadas dentro del Proyecto, y el establecimiento de monoculti-vos de gran escala como el maíz, frijol, caña de azúcar y tierras de pasto mejoradas, usando tecnología de la Re-volución Verde. La región debía convertirse en el nuevo granero de México (Barkin 1978), con un enfoque prin-cipal en los cultivos de exportación. El CSAT iba a formar a los agrónomos y poner a prueba las tecnologías en sus campos experimentales para solucionar cualquier problema que pudiera surgir. Gracias a varios profeso-res visionarios, fundadores del Departamento de Ecolo-gía y el Departamento de Patología Vegetal, así como a las conexiones con Hernández Xolocotzi en la escuela nacional de agricultura, los cursos de ecología forma-ron parte del programa de estudios del CSAT, desde el principio. Pero pronto se hizo evidente que la ecología, como ciencia independiente de la agricultura, no era de interés para los estudiantes. Con el fin de interesar a los estudiantes, la mayoría de los cuales provenía de las re-giones tropicales de México, había que crear modos de aplicar conceptos y principios ecológicos a los agroeco-sistemas locales. Los cursos de ecología no tardaron en transformarse en agroecología. Se ofrecieron cursos de verano internacional en agroecología entre 1978–1980, se inició un programa de máster en agroecología en 1978, y, ya desde 1977, se inauguraron proyectos de investigación con el agroecosistema como concepto organizativo y la agroecología como proceso de inves-tigación (Departamento de Ecología, CSAT, informes anuales inéditos de 1978, 1979).

Cuando el enfoque agroecológico se concentró en los monocultivos de la Revolución Verde, tales como maíz, frijol, arroz y caña de azúcar, que se cultivaban en los campos experimentales del CSAT y en los campos de los agricultores en el Plan Chontalpa, pronto se hizo evi-dente que no eran sostenibles. La falta de sostenibilidad no fue sólo en el ámbito ecológico, sino también en las esferas sociales, económicas y culturales. Como Barkin (1978) detalló, fueron muchas las injusticias sociales y desigualdades que trajo consigo el proyecto de desa-rrollo. Los agricultores ya no cultivaban la comida que comían, el banco que financió el proyecto tomaba las decisiones sobre la siembra; los agricultores creyeron más fácil contratar a trabajadores asalariados externos al proyecto que hacerlo ellos mismos y se fueron per-diendo generaciones de conocimiento agroecológico

Figura 1 Factores que influyen en la co-evolución de un agroecosistema (Adaptado de Gliessman 2007).

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local. Fue en ese momento cuando los mismos ecologis-tas que entonces estaban enseñando agroecología se dieron cuenta de que había otra agricultura al margen del proyecto y, en algunos casos, practicada en las par-celas desocupadas dentro del proyecto — agricultura tradicional Maya.

Un evento clave en el desarrollo de la agroecología en México fue la organización de un seminario regio-nal celebrado en CSAT en marzo de 1978, cuyas actas fueron publicadas ese mismo año (Gliessman 1978), con el título “Los Agroecosistemas con atención especial al estudio de la Tecnología Agrícola Tradicional (TAT).” El seminario reunió a Hernández Xolocotzi y su grupo de investigación, el grupo creciente de agroecólogos del CSAT, personas o grupos de todo México que realizaban estudios de TAT, así como un gran número de estudian-tes y agricultores. El enfoque sobre el agroecosistema se definió y aplicó a la riqueza de los sistemas agrícolas tradicionales en todo México, y no sólo a la región Maya de las tierras bajas. La agroecología se presentó como una manera de estudiar, preservar, mejorar y ampliar es-tos agroecosistemas y como una fuerte llamada a todos los estudios para que incluyeran la plena participación de los agricultores y sus comunidades, y con el fin de al-canzar las múltiples culturas rurales que estaban siendo rápidamente marginadas por la Revolución Verde.

Durante varios años empezaron a llevarse a cabo encuestas participativas intensivas y proyectos de in-vestigación que demostraron la sólida combinación de agroecología y conocimiento cultural que contenían estos sistemas, desde el tradicional cultivo intercalado de maíz, frijol y calabaza (Amador 1980), los huertos familiares (Martínez Tirado 1980, Allison 1983), la agri-cultura en humedales (Orozco 1980) y otros. Estudios adicionales agroecológicos más específicos profundiza-ron en la estructura y función de la TAT (García Espinosa 1978, Chacón y Gliessman 1982, Gliessman 1982), y se diseñaron y aplicaron proyectos de desarrollo basa-dos en la TAT en comunidades rurales (Gliessman 1980, Gliessman et al. 1981). El conocimiento agrícola tradicio-nal fue visto no sólo como una base para la sostenibili-dad ecológica, sino también como una fuente de alter-nativas y oportunidades para las comunidades rurales. La agroecología también se vio como una manera de apartar la agricultura moderna de su camino insosteni-ble. Como se afirmó en una de las presentaciones del seminario de la TAT: “Los ecologistas motivados por un enfoque agroecológico no se oponen ciegamente a la agricultura moderna, sino que más bien se oponen a las prácticas ciegas asociadas a ella» (Krishnamurthy et al. 1978, 115).

Las semillas plantadas durante este tiempo conti-núan fortaleciendo a los movimientos, a pesar de que Hernández Xolocotzi murió en 1991, el INIREB fue aban-donado a mediados de la década de 1980 y el CSAT fue cerrado por el gobierno en 1985. Al Tercer Congreso

Internacional de la Sociedad Científica Latinoamerica-na de Agroecología, celebrado en Oaxtepec, México, en agosto de 2011, asistieron más de 700 participantes, de los cuales la mayoría eran Mejicanos. “Agroecología”, “agroecosistemas” y “sistemas alimentarios” fueron pala-bras que aparecían en las etiquetas del nombre de los participantes de las universidades, organizaciones no gubernamentales, programas gubernamentales nacio-nales e internacionales, organizaciones de agricultores, personal de extensión y, el grupo más numeroso, estu-diantes que se preparaban para convertirse en los fu-turos agentes del cambio que necesitamos. A continua-ción presento una parte de la declaración de clausura firmada por los participantes al Congreso es una buena manera de considerar cuán profundas han llegado a ser las raíces de la resistencia y las vías para el cambio cre-ciente:

La agroecología debe integrar ciencia, tecnología y práctica, y a los movimientos para el cambio so-cial. No podemos dejar que la separación artificial de estas tres áreas sea una excusa que algunos utilicen para justificar el hacer solamente las partes de inves-tigación o la tecnología. La agroecología se centra en el sistema entero de alimentos, desde la semilla has-ta la mesa. El agroecólogo ideal es aquel que hace ciencia, cultiva y se compromete a asegurar de que la justicia social orienta su acción para el cambio. De-bemos ayudar a conectar las personas que cultivan los alimentos con las personas que los consumen, en una relación que beneficie a ambos. Debemos restablecer la seguridad alimentaria, la soberanía alimentaria y las oportunidades en las comunidades rurales de América Latina, que han sido severamente dañadas por el sistema alimentario globalizado. De-bemos respetar los diferentes sistemas de conoci-miento que han co-evolucionado durante milenios bajo ecologías y culturas locales. Actuando de este modo, podemos evitar la eminente crisis alimentaria y establecer una base sostenible para los sistemas alimentarios del futuro (Gliessman 2012).

CRECIMIENTO FUTURO

Reflexionando sobre el crecimiento del movimien-to agroecológico, desde que sembró sus raíces de resistencia en las tierras bajas tropicales del sureste de México, puede apreciarse cómo se formaron las bases para este número especial. El enfoque agroecológico para una agricultura y sistemas alimentarios sostenibles ha sido enunciado claramente desde hace bastante tiempo (Gliessman 1984). Hoy en día participa activa-mente y de múltiples maneras, en programas de carreras universitarias, movimientos de agricultor a agricultor u organizaciones de consumidores. Pero como en la ma-yoría de movimientos, el cambio es lento, y las raíces de

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la agricultura industrial también son profundas. Miran-do hacia atrás en el diagrama de los agroecosistemas de Hernández Xolocotzi, es obvio que los componentes sociales y ecológicos del sistema alimentario deben reci-bir un mayor apoyo y énfasis, o el firme vínculo entre las fuerzas del mercado y la tecnología de producción conti-nuará dominando. Como advierte el agroecólogo Carlos Guadarrama-Zugasti (2007), debemos mantener cons-tantemente el enfoque interdisciplinar de la agroecolo-gía, para que sus cimientos de resistencia no sean cap-turados o corrompidos. Las raíces de la resistencia que se describen en este número especial han penetrado profundamente. Los agroecólogos en todos los niveles del sistema alimentario, trabajando en las tres partes de la agroecología – que integra la ciencia, la práctica y la acción participativa para el cambio —tienen ahora la responsabilidad de ver que estas raíces florezcan.

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Resumen

Este artículo examina los orígenes y el impacto de la modernización agrícola para revelar las bases sociales de la agroecología como disciplina científica y como movimiento social agrario. El impacto del capitalismo en las sociedades rurales ha proporcionado un enfoque para el pen-samiento y la movilización social desde el siglo XIX y, así, tomamos en consideración algunos de los discursos en conflicto que han acompañado al desarrollo de la agricultura industrial. Tam-bién reflexionamos sobre la aparición de la conciencia medioambiental moderna y sobre cómo la creciente preocupación por el impacto negativo de la industrialización ha incitado propuestas radicales para la reformulación de antiguos supuestos y enfoques sociológicos para el desarrollo agrícola y rural.

Palabras clave: Cuestión agraria, agroecología, construccionismo, agricultura industrial, La Vía Campesina.

Summary

Agroecology: Foundations in agrarian social thought and sociological theory

This article examines the origins and impacts of agricultural modernization to reveal the social foundations of agroecology as both scientific discipline and agrarian social movement. The im-pacts of capitalism on rural societies have provided a focus for social thought and mobilization since the 1800s and so we consider some of the competing discourses that have accompanied the development of industrial agriculture. We also reflect on the emergence of modern environ-mental concern and how growing preoccupation with the negative impacts of industrialization has prompted radical proposals for the reformulation of longstanding sociological assumptions and approaches to agricultural and rural development.

Keywords: Agrarian question, agroecology, constructionism, industrial agriculture, La Via Cam-pesina.

AGROECOLOGÍA: FUNDAMENTOS DEL PENSAMIENTO SOCIAL AGRARIO Y TEORÍA SOCIOLÓGICA

Eduardo Sevilla Guzmán1, Graham Woodgate2

1Instituto de Sociología y Estudios Campesinos, Universidad de Córdoba, España; 2University College London, Institute of the Americas, Gower Street, London, WC1E 6BT, UK. E-mail: [email protected]

Agroecología 8 (2): 27-34, 2013

Introducción

En una revisión reciente, Wezel et al. (2009) proponen que el término “agroecología” se refiere “o bien a una disciplina científica, a ciertas prácticas agrícolas o ... a un movimiento social,” argumentando que estos distintos significados causan confusión y recomendando que “quienes utilizan este término en publicaciones deben ser explícitos en su interpretación” (503-Traducción al Castellano). Evidentemente, esto supone que la ciencia de la agroecología se puede separar de la política y la práctica: una idea que queremos desafiar. Para nosotros, la agroecología tiene sus cimientos en el pensamiento social agrario y en los movimientos que surgieron en oposición a los primeros procesos de industrialización agrícola y que se ha convertido en una constante dia-

léctica entre modernización capitalista y la resistencia a ésta (Sevilla Guzmán y Woodgate 1997). Además, cree-mos que los intentos por definir la agroecología como una ciencia aplicada sin un contexto social, sin proble-matizar las relaciones capitalistas de producción o aliar-se uno mismo con los movimientos sociales agrarios, limitarán significativamente su capacidad de contribuir a crear sistemas más sostenibles de producción, distri-bución y consumo. Para nosotros, la agroecología:

promueve el manejo ecológico de los sistemas biológicos a través de formas colectivas de acción social, que redirigen el curso de la co-evolución en-tre la naturaleza y la sociedad con el fin de hacer frente a la “crisis de la modernidad”. Se trata de lo-grar este objetivo mediante estrategias sistémicas...

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para cambiar los modos de producción y consumo humano que han producido esta crisis. Para estas estrategias es fundamental la dimensión local, en la que nos encontramos con potencial endógeno co-dificado dentro de sistemas de conocimiento... que muestran y promueven tanto la diversidad cultural como la ecológica. Esta diversidad debe formar el punto de partida de las agriculturas alternativas y del establecimiento de sociedades rurales dinámi-cas y sostenibles. (Traducción de Sevilla Guzmán y Woodgate 1997, 93–94)

Para fines de investigación, distinguimos tres dimen-siones fundamentales: productiva/ecológica, socioeco-nómica y sociocultural/política. Las tres dimensiones se basan en la crítica a los sistemas industriales globalizados de producción, distribución y consumo de alimentos y fibra (véase Kimbrell 2002, para un conjunto de ensayos críticos) y buscan fomentar sistemas alimentarios ecoló-gica y culturalmente responsables, así como la soberanía alimentaria. Esta complejidad exige un enfoque transdis-ciplinar, basado en ideas de las ciencias naturales y socia-les, la política del pensamiento y la acción social agraria,

y el conocimiento culturalmente arraigado de los agri-cultores. En este artículo, sin embargo, limitamos nuestra atención a algunas de las aportaciones más relevantes de los sociólogos (en el sentido amplio) y a identificar los movimientos sociales claves que han surgido en oposi-ción a la industrialización y homogeneización de la vida agraria. Para facilitar este esfuerzo, la Tabla 1 ofrece un esquema, de nuestra interpretación, del camino históri-co del pensamiento y la acción social que ha llevado a la aparición de la agroecología contemporánea.

Sociología: visiones enfrentadas de la sociedad

Para entender los orígenes del pensamiento socio-lógico debemos considerar los cambios que crearon el mundo moderno. Estos tienen sus raíces en la Revolu-ción Industrial, la restricción consiguiente a los bienes comunes, la emigración masiva de mano de obra a las ciudades, y los ideales seculares de libertad e igualdad universal proclamados durante la Revolución Francesa. Los cambios realizados por estas dos revoluciones inci-taron la reflexión sobre sus orígenes y las consecuencias probables del orden moderno mundial emergente.

Tabla 1 Del narodnismo a la agroecología.

Marx, marxismo, narodnismo, y anarquismo (1850–1900)

Narodnismo: “La marcha hacia atrás” “unirse al pueblo” (A. Herzen, N. Chernishevsky, P. Lavrov, A. Mikhailov)

Anarquismo Clásico: “el apoyo mutuo como motor de la historia”, “el campesinado como agente revolucionario” (P. Kropotkin, N. Bakunin)

El capitalismo produce “una ruptura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo socioecológico” (K. Marx)

Marxismo: “diferenciación del campesinado” (V. Lenin, Kautsky)

Neo-narodnismo y marxismo heterodoxo (1900–1940)

Cooperación vertical (N. Bukharin)

Agronomía social (A. Chayanov)

Dependencia y subdesarrollo (1940–1980)

Centro-periferia/encomia mundial (A. Gunder Frank, I. Wallerstein)

Colonialismo Interno (P. Casanova González, A. Gunder Frank, A. Gorz)

Etnodesarrollo (G. Bonfil Batalla, R. Stavenhagen)

Estudios Campesinos (1940–1990)

Economía moral (K. Polanyi, E. P. Thompson)

Ecología cultural (E. Wolf, K. Wittfogel, S. Mintz)

Neo-narodnismo marxista (T. Shanin)

Conocimiento y tecnologías campesinos e indígenas (etnociencia) (A. Palerm, Hernández Xolocotzi)

El Pos-desarrollo (1980–presente)

Desarrollo y el medioambiente como un discurso producido históricamente (A. Escobar)

Movimiento conjunto en lugar de promoción (G. Esteva)

Teoría social medioambiental y agroecología (1980)

Orígenes de la agroecología en el pensamiento social marxista y libertario (E. Sevilla Guzmán)

La ecología de Marx (esp. la ruptura metabólica) (J. B. Foster)

Apropiación y substitución de la naturaleza (D. Goodman)

Co-evolución (R. B. Norgaard)

Deuda ecológica (J. Martínez Alier)

Soberanía alimentaria (La Via Campesina)

Nuevos campesinados y la respuesta campesina (J. D. van der Ploeg, S. Peréz Vitoria)

Transición socioecológica histórica y transición agroecológica (M. González de Molina, S. Gliessman)

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Desde sus inicios, dos cuestiones claves han caracte-rizado la investigación sociológica: cómo se mantiene el orden social y cómo se genera el cambio. De modo gene-ral podemos decir que el orden se mantiene mediante las normas y las instituciones sociales (estructuras) que definen las opciones para el comportamiento humano. El cambio social, por otro lado, se produce a través de la acción o agencia social (en el sentido del “poder de actuar”), que puede comprenderse interpretando cómo los individuos se relacionan subjetivamente de forma mutua y construyen el mundo que les rodea. Aunque gran parte de la sociología se caracteriza por divisiones relacionadas a su enfoque analítico, sea la estructura o la agencia, es importante señalar que también comparten una suposición común: la sociedad humana representa un caso excepcional en la naturaleza, porque los seres humanos han desarrollado la cultura. Según esta visión, la cultura humana cambia más rápidamente que la bio-logía de la naturaleza y, por lo tanto, el progreso puede seguir descontrolado porque, en última instancia, todos los problemas sociales pueden resolverse a través de la adaptación cultural y la innovación tecnológica.

Entre sus muchas contribuciones al pensamiento sociológico, Marx señaló que las estructuras sociales tienden a favorecer los intereses de las clases de la elite -señores feudales o empresarios capitalistas- sobre los intereses de las masas, el campesinado o el proletaria-do, dificultando así el progreso hacia sociedades más equitativas. Para Marx, el cambio social requiere de la intervención activa de los actores sociales ilustrados en lo que calificó como lucha de clases.

Preocupaciones tempranas acerca del impacto del capitalismo sobre la naturaleza y la vida rural

Un ejemplo temprano de la lucha de clases agraria fue la rebelión de los campesinos ingleses de 1381, que a menudo se cita como el principio del fin del feudalis-mo en Inglaterra, mientras que en el siglo XVII, los Di-ggers desafiaron uno de los elementos fundamentales del capitalismo: la propiedad privada. “Cuando los hom-bres se deciden a comprar y vender la tierra... dificultan que otros congéneres puedan buscar el alimento de la madre tierra... así que el que no tenía tierra tenía que trabajar... para aquellos que llaman suya a la Tierra; y así, algunos se elevaron a la silla de la tiranía y otros fue-ron aplastados bajo la banqueta de la miseria, como si la Tierra se hubiera creado para unos pocos y no para todos”(Winstanley 1649, citado por Berens 1906, 70).

En el siglo XIX, conforme la revolución industrial de Gran Bretaña ganaba fuerza, la producción agrícola creció rápi-damente. Sin embargo, en su texto sobre química agrícola, von Leibig criticó el éxito de Gran Bretaña, señalando que el aumento de rendimiento dependía de nutrientes importa-dos, mientras que ninguno de los residuos orgánicos de los alimentos consumidos en los centros urbanos era reciclado

para la tierra (1862, citado en Foster 2000). Basándose en el trabajo de Leibig, Marx desarrolló uno de los conceptos centrales de su crítica de la agricultura industrial. Mientras Gran Bretaña pasaba de la sociedad agraria a la sociedad industrial, la agricultura capitalista provocó «una ruptura irreparable en el proceso interdependiente del metabolis-mo socioecológico “ (Marx 1981, 949; cursiva añadida).

La cuestión agraria de Kautsky (1974/1899) emplea la noción de Marx de ruptura metabólica (Foster 2000) en un análisis de la explotación del campo por parte de las ciudades. La “cuestión agraria” se refiere al debate inicia-do en la segunda mitad del siglo XIX entre los Narodniki y los marxistas rusos (ver Tabla 1), tras la emancipación de los campesinos rusos en 1861. Los Narodniki consi-deraban a los campesinos una fuerza revolucionaria que podría desarrollar un tipo de producción coope-rativa utilizando los recursos de las antiguas haciendas feudales. El movimiento Narodniki incluía miembros de la intelligentsia que trabajaban con los campesinos para restringir el desarrollo de la agricultura capitalista.

La obra de Lenin El desarrollo del capitalismo en Rusia, de 1899, comienza con un capítulo titulado “Los errores teóricos de los economistas Narodnik “. El siguiente ca-pítulo, “La diferenciación de los campesinos,” describe cómo el desarrollo del capitalismo requería la disolución del campesinado y la aparición de pequeños empresa-rios y clases de trabajadores rurales asociadas (Lenin 1986). La idea de que los modos de producción campesi-na estaban condenados fue desafiada por otro comenta-rista ruso, Chayanov (1989), que desarrolló lo que él llamó la agronomía social — una forma de manejo de recursos naturales basado en las instituciones sociales y el cono-cimiento de la sociedad campesina — y explicó cómo la economía campesina podía seguir existiendo junto al capitalismo. Por lo tanto, podemos considerar a los Na-rodniki y a Chayanov como proto-agroecólogos.

Los límites de la modernización agrícola en el siglo veinte y el “redescubrimiento” de los estudios campesinos

Tras la muerte de Lenin en 1924, Stalin condenó a Chayanov a los campos de trabajo por sus ideas contra-rrevolucionarias y se dedicó a modernizar la agricultura soviética a través de la colectivización forzada: un proce-so que enfrentó una resistencia feroz, aunque en última instancia inútil, de los campesinos. Pitirim Sorokin, otro fugitivo de la Revolución Rusa, fijó su residencia en los Estados Unidos, donde junto con Zimmerman y Galpin escribió los tres volúmenes de Systematic Source Book in Rural Sociology (1930–1932). El papel histórico de la so-ciología rural en el marco de los Land Grant Colleges de los Estados Unidos no era, sin embargo, el de defender las estructuras agrarias pre-capitalistas, sino fomentar la creación de una civilización científica y eficiente en el campo (véase Christy y Williamson 1992).

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En la segunda mitad del siglo XX, la influencia de la sociología rural se hizo notar en los Estados Unidos y Europa. En los Estados Unidos se estableció la División de Población de Granja y Vida Rural dentro del Depar-tamento de Agricultura y, bajo el liderazgo de Galpin, generó una comprensión sociológica del sector agríco-la con el fin de influir en las políticas del “Nuevo Com-promiso” del presidente Roosevelt, y mitigar las peores consecuencias de la industrialización en los sectores desfavorecidos de la economía rural. En Europa de la posguerra, la Política Agrícola Común (CAP, por sus si-glas en Inglés), fue dirigida principalmente a lograr la autosuficiencia alimentaria, pero también incluyó pagos sociales encaminados a mantener comunidades rurales vibrantes. Sin embargo, mientras que la modernización agrícola en el norte incluía elementos de apoyo social a las comunidades agrícolas, en el sur los campesinos eran vistos como obstáculos anacrónicos para el desa-rrollo. Inspiradas por la teoría de la modernización, las estrategias de la Revolución Verde se promovieron sin ninguna consideración hacia los contextos culturales o ecológicos locales, mientras que su aplicación requería suministros fiables de insumos y la expansión de los mercados globales de materias primas; lo que creó una dependencia de los agricultores, tanto en sus vínculos progresivos como regresivos.

Si los teóricos de la modernización han considerado el subdesarrollo como una condición original de «los campesinos regresivos,» los «teóricos de la dependen-cia» (Tabla 1) lo caracterizaron como un proceso activo generado por las desigualdades estructurales entre las naciones ricas y las pobres. Para los teóricos de la de-pendencia más radicales, como Gunder Frank y Wallers-tein, los mayores ganadores del desarrollo fueron las naciones industriales, que gozaron de alimentos bara-tos importados del Sur Global y de los mercados en ex-pansión para sus industrias de insumos agrícolas y sus empresas de comercio de productos básicos. Mientras que las iniciativas de desarrollo rural buscaban moder-nizar las sociedades rurales, la industrialización agrícola también tuvo el efecto de privar a los pueblos de sus identidades y a negar el conocimiento e instituciones locales. La agricultura industrial también degradó la es-tructura y la fertilidad de las tierras y erosionó la agro-biodiversidad. En definitiva, la industrialización agrícola capitalista representó una nueva forma de colonialismo que empobreció todo lo que no seguía las normas y reglas que dictaba la modernidad. Estas relaciones de explotación operaban tanto dentro como entre las na-ciones, tal como lo describe González Casanova (1965) en el concepto de colonialismo interno, que el autor usó para referirse a la situación en México en la década de 1960. México, una de las primeras naciones del sur que aplicó las tecnologías de la Revolución Verde, también fue uno de los primeros lugares donde se estudiaron las tecnologías e instituciones campesinas como una alter-

nativa válida a la agricultura industrial (c.f. Hernández Xolocotzi 1985, Tabla 1).

Algunas de las contribuciones más importantes de los estudios campesinos a la agroecología contemporánea emanan de los trabajos de Theodor Shanin, que incluyen sus investigaciones sobre la historia de la cuestión agraria y el debate entre los marxistas ortodoxos y Narodniki en la Rusia del siglo XIX. En América Latina, en la década de 1970 y 1980, se reavivó la cuestión agraria y se produjo un debate encarnizado entre descampesinistas que, como Lenin y Kautsky, preveían la eventual desaparición del campesinado, y aquellos que creían que el campesinado podía seguir reproduciéndose en los márgenes de la eco-nomía capitalista: los campesinistas. A pesar del impacto negativo de la modernización sobre la agricultura cam-pesina y la organización social, algunos campesinistas, como Angel Palerm, sostuvieron que aunque los campe-sinos participarán en la economía de mercado para ge-nerar dinero en efectivo, la vida campesina se organiza a través de grupos de parentesco, la participación comuni-taria, el acceso a la tierra y la reciprocidad, más que por la simple lógica del capitalismo.

La relevancia de los estudios campesinos para la agroecología contemporánea es significativa y puede resumirse bien en la siguiente cita corta del último libro de Angel Palerm Antropología y marxismo (Palerm 1980, 197): “El futuro de la organización de la producción agrí-cola parece depender de una nueva tecnología basada en la gestión inteligente de... los recursos naturales por medio del trabajo humano, utilizando un mínimo de capital, tierra y energía fósil. Este modelo tiene su pro-totipo en los sistemas de agricultura campesina.” Como sugiere Palerm y confirman innumerables estudios so-bre comunidades campesinas y su uso de los recursos naturales, la sostenibilidad de la agricultura campesina depende de relaciones sociales distintivas y los proce-sos ecológicos; y estas relaciones y procesos difieren marcadamente de los asociados con la producción ca-pitalista. La economía campesina es una “economía soli-daria” y aunque los campesinos pueden interactuar con los mercados comerciales, como afirmó Polanyi (1944), los impactos negativos de la incorporación económica pueden fomentar la resistencia y la indignación moral. Mientras que la ecología y la agronomía pueden revelar importantes características ecológicas y agronómicas de la sostenibilidad agrícola, necesitamos recurrir a la sociología si queremos comprender adecuadamente las relaciones sociales que sostienen las buenas prác-ticas agrícolas y los movimientos sociales agrarios que han surgido en defensa del modo de vida campesino.

La crisis de la modernidad y el nacimiento de la sociología medioambiental

En los años sesenta empezaron a surgir pruebas in-quietantes que desafiaban las predicciones de la teoría

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de la modernización y su misma sabiduría. Por un lado, lejos de filtrarse hasta los miembros más pobres de la sociedad, la riqueza creada por la industrialización capi-talista estaba siendo desviada por los más ricos, exacer-bando, en lugar de mejorando, las desigualdades glo-bales. Al mismo tiempo, la producción industrial estaba empezando a impactar a la naturaleza y la sociedad de modos no intencionados. Las materias primas eran cada vez más escasas y más caras, y el estado ecológico de los entornos rurales y urbanos se estaba degradando. En pocas palabras, la promesa de la modernización se fue transformando rápidamente en la crisis de la moderni-dad y, en el proceso, puso en duda muchos de los anti-guos supuestos de la teoría social.

En la segunda mitad del siglo XX, se cuestionaron tanto la validez del debate estructura/agencia, así como la visión de la excepcionalidad humana de la sociedad. Conscientes de las limitaciones impuestas al adoptar posiciones que favorecían, o bien la estructura, o bien la agencia, los teóricos sociales han tratado de reunirlos en una ontología social integrada. La teoría de la estruc-turación de Giddens (1984), por ejemplo, se centra en las “prácticas sociales ordenadas a través del espacio y el tiempo” (2). Desde este punto de partida, la agen-cia es entendida como la capacidad de los individuos conscientes de intervenir en situaciones y cambiar el curso de los acontecimientos. Haciéndose eco de Marx, sin embargo, Giddens sugiere que, aunque las personas conforman la sociedad, no lo hacen bajo las condiciones de su propia elección: las actividades cotidianas de las personas son habilitadas y limitadas por las estructuras sociales que ellos mismos contribuyen a crear.

La sociología medioambiental muestra un cre-ciente consenso alrededor de lo que Giddens (1984) denominó la dualidad de la estructura, con los estructu-ralistas incorporando la agencia humana y el discurso social en sus marcos analíticos y los constructivistas tratando de entender cómo las estructuras emergen y son modificadas por la agencia o capacidad de actuar. La ecología política, por ejemplo, aunque tiene raíces estructuralistas, incorporó un elemento constructivista durante los años 90 y comenzó a investigar las maneras en que la naturaleza se construye socialmente en dis-cursos como el “desarrollo sostenible” y “conservación de la biodiversidad,” considerando que el lenguaje es constitutivo de la realidad, en lugar de ser simplemente un reflejo de ella (Escobar 1996). Con la teoría del de-sarrollo en un callejón sin salida, los desarrollos poste-riores promovieron una imagen colectiva más radical de un futuro alternativo, que debía generarse mediante los proyectos de los movimientos sociales en el Tercer Mundo (ver Tabla 1). De igual manera, aunque el texto fundacional de Hannigan (1995) Enviromental Sociology se subtitulaba: Una perspectiva social constructivista, en la segunda edición (2006) se prescindió del subtítulo y se propuso que el orden social y el cambio social pue-

den darse simultáneamente. Tal teoría socio-ambiental integrada proporciona a la agroecología formas de en-tender tanto los procesos sociales que mantienen la agricultura campesina como el surgimiento de los mo-vimientos sociales agrarios.

En 1978, Catton y Dunlap (1978) publicaron un artí-culo en The American Sociologist alegando que el reco-nocimiento de límites ecológicos implicaba que ya no podíanconsiderarse que las características excepciona-les de la especie humana eximían a las sociedades de las limitaciones ecológicas, como la teoría social clásica ha-bía insinuado. Definieron la sociología ambiental como el estudio de las interacciones entre el medioambiente y la sociedad, haciendo hincapié en que los seres huma-nos están constituidos biológicamente y condicionados ecológicamente, así como socialmente constituidos y culturalmente condicionados. Norgaard (1987) expli-ca el cambio social y ambiental como el resultado de la co-evolución entre sistemas sociales (valores, cono-cimientos, tecnologías y formas de organización) y sis-temas medioambientales (clima, tierras, biodiversidad, etc.). El modelo co-evolutivo de interacción sociedad-medioambiente, por lo tanto, se centra en la interdepen-dencia y no es determinista en cuanto al medioambien-te ni en cuanto a la cultura.

Sociología medioambiental: alimento conceptual para el pensamiento agroecológico

Buena parte de la sociología medioambiental ha ten-dido a centrarse en la degradación del medioambiente. De particular relevancia para la agroecología es la idea de la “deuda ecológica” (Martínez Alier 2002), que se refiere a la deuda histórica en la que han incurrido los países capitalistas avanzados debido a su uso excesivo y desproporcionado de los recursos de la Tierra. En el contexto de los límites ecológicos, la deuda ecológica plantea preocupaciones sobre justicia medioambiental global: las preocupaciones centrales de la agroecología. Otras ramas de la sociología ambiental, especialmente la teoría de la modernización ecológica (ME), han de-sarrollado estrechos vínculos con los legisladores y se han concentrado en la reestructuración ecológica de la sociedad moderna, más que en sus peores excesos con respecto al medioambiente. Este punto de vista más optimista considera que los productores agrícolas res-ponden a las señales del mercado y a los instrumentos políticos mediante el desarrollo de tecnologías verdes y la mejora de la eficiencia energética y material de la pro-ducción. Al mismo tiempo, uno de los fundadores de la teoría de la ME, Joseph Huber (2000), ha advertido que los esfuerzos de la industria para aumentar la eficiencia productiva, incluso cuando se combina con un cambio en el comportamiento del consumidor, alejándose del exceso y tendiendo a la suficiencia, probablemente no sean capaces de corregir adecuadamente nuestra ac-

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tual situación medioambiental y humana. Para Huber, se necesita un tercer discurso, la coherencia, que desde la perspectiva agroecológica implica la acción colectiva para situar de nuevo el metabolismo de la sociedad en armonía con el de la naturaleza y para reparar la ruptura metabólica entre producción y consumo.

La coherencia socioecológica del metabolismo, se-gún la cual el uso de recursos humanos y la producción de residuos son coherentes con la capacidad de la natu-raleza para reponer los recursos y asimilar los desechos, es un principio fundamental de la agroecología. Pode-mos teorizar la transición hacia esta coherencia volvien-do a la comprensión co-evolutiva del cambio, tal como lo definía Norgaard, e integrándolo con la teoría de la estructuración de Giddens, con su noción de prácticas sociales ordenadas a través del tiempo y del espacio. Si las personas están social y biológicamente constitui-das, entonces nuestras acciones se definen mejor como prácticas socio-ecológicas, habilitadas y limitadas por estructuras socio-ecológicas. En un estudio sobre la in-dustrialización agrícola en la Europa del siglo XIX, Gon-zález de Molina (2010) caracteriza el cambio como una transición socio-ecológica impulsada no sólo por el cre-cimiento de la población humana, la desigualdad social, los desarrollos tecnológicos y el conflicto entre las ideas sobre la naturaleza, sino por complejas interacciones entre dinámicas sociales y ecológicas.

La agroecología en el presente y el camino por delante

Entender la naturaleza como participante activa en los procesos de cambio es fundamental para la pers-pectiva agroecológica. Ya sea que se vea con desalien-to o con optimismo, es evidente que la mitigación del impacto medioambiental negativo antropogénico y la adaptación a las nuevas condiciones medioambientales dependerá de más factores, además de la buena ciencia y la buena gobernación. Parte de lo que se necesita es una imaginación más amplia, tal como lo reflejan movi-mientos sociales como La Vía Campesina (LVC) en su lu-cha por la agricultura campesina y la soberanía alimen-taria. El resurgimiento de la política de los campesinos y los movimientos sociales provocados por el regreso del liberalismo económico en la década de 1980 ha pro-porcionado un enfoque para la investigación agroeco-lógica (véase Peréz Vitoria 2005 y van der Ploeg 2009). Retomando las tradiciones de los Narodniki de Rusia del siglo XIX, de los grupos de estudios campesinos de la década de 1970, y de los protagonistas del pos-de-sarrollo de la década de 1990, los agroecólogos se han integrado a las luchas de los movimientos campesinos, tales como LVC.

En la década de 1970, tras varios años trabajando en Costa Rica y México, Stephen Gliessman tomó un puesto en la Universidad de Tabasco, México. Durante

su tiempo en América Central, Gliessman había esta-do intrigado por las prácticas agrícolas de sus vecinos campesinos y observó con claridad que en vez de tratar de imponerse a los procesos naturales, los campesinos locales trabajaban con estos. Gliessman llevó estas in-tuiciones a Tabasco, donde dictó el que probablemen-te fue el primer curso universitario en agroecología. En 1981, Gliessman se mudó a los Estados Unidos y tomó un puesto en la Universidad de California, Santa Cruz, donde estableció el primer programa académico de agroecología en Estados Unidos, y comenzó a construir un equipo de colegas y estudiantes que posteriormen-te han establecido vínculos duraderos con productores y comunidades agroecológicas, incluyendo la galardo-nada Red de Agroecología Comunitaria (http://www.canunite.org).

Durante la década de 1980, una multitud de organi-zaciones no gubernamentales (ONG) para el desarrollo surgió en América Latina, después de que el gasto pú-blico fue recortado debido a los programas de ajuste estructural impuestos por el FMI. En 1989, las ONGs de 11 naciones latinoamericanas establecieron el Consor-cio Latinoamericano sobre Agroecología y Desarrollo (CLADES). Uno de los asesores técnicos de CLADES fue Miguel Altieri, un agroecólogo de la Universidad de California, en Berkeley. CLADES desarrolló importantes relaciones con movimientos sociales rurales y ONGs de desarrollo, proporcionando asesoramiento y forma-ción agroecológica. Desde 1991, CLADES ha publicado Agroecología y Desarrollo, una revista dedicada a hacer accesible la experiencia y el conocimiento agroecológi-co a las instituciones que promueven el desarrollo rural, así como a proporcionar un foro para debatir los retos institucionales de la sostenibilidad. (www.clades.cl)

Por su parte, Eduardo Sevilla Guzmán regresó a Espa-ña en 1978, después del International Working Party for Peasant Studies de 1975, en la Universidad de Manches-ter, Reino Unido, donde había conocido a Teodor Shanin, Angel Palerm, Joan Martínez Alier y Eric Wolf, y fundó el Instituto de Sociología y Estudios Campesinos (ISEC) en la Universidad de Córdoba. ISEC se involucró con el mo-vimiento de trabajadores sin tierra de Andalucía (SOC), y trabajando junto con los miembros de SOC, ocuparon y comenzaron a cultivar las haciendas abandonadas, utilizando técnicas agroecológicas aprendidas de los campesinos locales. La relación entre ISEC y SOC impul-só vínculos importantes con los movimientos sociales agrarios latinoamericanos e hizo una contribución sig-nificativa a la perspectiva militante que caracteriza la investigación y la docencia agroecológica de ISEC en el presente (Sevilla Guzmán y Martínez Alier 2006).

Las interacciones entre UC Santa Cruz, CLADES e ISEC condujeron al establecimiento del primer programa de doctorado en agroecología en ISEC en 1991, seguido poco después por un programa de posgrado en cola-boración en la Universidad Internacional de Andalucía.

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33Agroecología: fundamentos del pensamiento social agrario y teoría sociológica

Muchos de los colaboradores de este número especial de Agroecología han conferenciado o estudiado en es-tos programas. Las relaciones personales e instituciona-les que se han desarrollado han facilitado la formación y la difusión mundial de las prácticas de la agroecología, y las interacciones entre activistas de movimientos socia-les, académicos y funcionarios del estado. Estos actores agroecológicos han contribuido a la creación y al traba-jo de numerosas asociaciones, movimientos e institu-ciones, incluyendo la Asociación Brasileña de Agroeco-logía (ABA), el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), el Movimiento Agroecológico Latinoamericano (MAELA), la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (SOCLA) y Agroecología Universidad de Cochabamba (AGRUCO), Bolivia. De hecho, la adopción del paradigma agroecológico se ha vuelto tan extenso y profundo en América Latina, que Altieri y Toledo (2011) recientemente lo han llamado nada menos que una “re-volución agroecológica”.

Al mismo tiempo que la agroecología se ha insti-tucionalizado dentro de la Academia y las ONGs de desarrollo, se ha convertido también en un elemento importante en los movimientos sociales agrarios. La Vía Campesina, establecida en 1993, se ha convertido en uno de los movimientos sociales más importantes del mundo (Martínez Torres y Rosset 2010). En menos de 20 años ha crecido hasta abarcar alrededor de 150 organizaciones locales y nacionales en 70 países, que representan unos 200 millones de agricultores de pe-queña escala en su lucha por defender la agricultura agroecológica comunitaria como una piedra angular en la construcción de la soberanía alimentaria. LVC ha establecido el Instituto Latinoamericano de Agroecolo-gía Paulo Freire (IALA) en Venezuela y organizado a un equipo de instructores de agroecología que organizan encuentros a escala continental en las Américas, Asia y África, para compartir y desarrollar el enfoque agroeco-lógico. Frente a la búsqueda incesante de ganancias por parte del capital global, a través de la apropiación de tierras, el desplazamiento de los pequeños productores y las patentes de semillas, conocimientos y tecnologías desarrolladas durante generaciones de práctica agríco-la, el segundo encuentro continental de las Américas en 2011 emitió una declaración: «La agroecología es nuestra y no está a la venta. La agricultura campesina es parte de la solución a la crisis actual del sistema. En este contexto reafirmamos que la agricultura agroecológica indígena, campesina y familiar puede alimentar al mun-do y enfriar el planeta» (La Vía Campesina 2011).

Esta declaración es una afirmación inequívoca que proclama la indivisibilidad de la ciencia, el movimiento y la práctica. Hoy en día, los agroecólogos, sean agriculto-res o científicos, están trabajando juntos para defender a las comunidades rurales y las culturas agroecológicas contra el impacto negativo de la industrialización capi-talista. Aunque esta lucha es global, la experiencia hu-

mana de tal impacto sigue teniendo su base en lugares concretos, y los valores, saberes, instituciones y culturas locales de los pueblos socio-ecológicamente situados deben ser elementos fundamentales en la construc-ción de la sostenibilidad ecológica y la justicia social. Si la ciencia de la agroecología se separa del pensamien-to social agrario y de los movimientos con los que ha crecido, podríamos afirmar que perdería su potencial transformador, y la agroecología se convertiría en otra disciplina instrumental en la continua saga de las luchas del capitalismo para superar sus propias contradiccio-nes internas.

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Resumen

Es muy escasa la reflexión que sobre la política se ha hecho desde la Agroecología. Sin em-bargo, la amplitud de los movimientos agroecológicos y las experiencias que se llevan a cabo en distintos niveles de las administraciones públicas, tanto locales como estatales, aconsejan el de-sarrollo de los aspectos políticos de la teoría agroecológica. La Agroecología no se ha dotado aún de instrumentos de análisis y criterios para elaborar estrategias estatales y regionales, donde los aspectos políticos e institucionales desempeñan un papel clave. Este texto pretende contribuir a superar estas carencias mediante la fundamentación teórica del por qué la Agroecología debe ocuparse de la política. En primer lugar, se argumenta que como construcción socioecológica, los agroecosistemas son producto de relaciones de poder. En segundo lugar, se pone de manifiesto la estrecha vinculación que la dinámica de los agroecosistemas tiene con la política y por tanto el papel destacado que ésta ocupa en la transición agroecológica. Finalmente se intenta realizar un diagnóstico marco de la situación del sistema agroalimentario mundial, contexto en el que las experiencias agroecológicas deben desarrollarse.

Palabras clave: Agroecología, Política, Movimientos Agroecológicos, Sustentabilidad Agraria, Transición Agroecológica, Políticas Públicas, Crisis Agroalimentaria.

Summary

Agroecology and Politics. How To Get Sustainability? About the Necessity for a Political Agroecology

Agro-ecological movements are spreading and many local experiences are being carried out. But Agroecology has not still developed instruments and approaches to elaborate state and re-gional strategies, where the political and institutional aspects play a key role. This text contributes to overcoming these oversights by means of a theoretical foundation that demonstrates why Agroecology should engage politics. Firstly we argue that agro-ecosystems, as socio-ecological constructions, are produced through power relations. Secondly, we show the close relationship between agro-ecosystem dynamics and politics, and therefore, the crucial role that political Agro-ecology plays in the agro-ecological transition. Finally we evaluate the world food system as the context in which agro-ecological experiences should be developed.

Key words: Agroecology, Politics, Agro-ecological Movements, Agrarian Sustainability, Agro-eco-logical Transition, Public Policies, Food Crisis.

AGROECOLOGÍA Y POLÍTICA. ¿CÓMO CONSEGUIR LA SUSTENTABILIDAD? SOBRE LA NECESIDAD DE UNA AGROECOLOGÍA

POLÍTICA

Manuel González de Molina11, Francisco Roberto Caporal22

1Laboratorio de Historia de los Agroecosistemas. Universidad Pablo de Olavide Carretera de Utrera km1, 41013-Sevilla; 2Universidade Federal Rural de Pernambuco – Recife, Brasil, Estrada de Aldeia, Km 5,5, Bairro Aldeia, Caixa Postal

1483(EMPORIUM), CEP: 54792-992, Camaragibe, Pernambuco, Brasil. Email: [email protected]

Agroecología 8 (2): 35-43, 2013

Introducción

La vinculación entre política y Agroecología no es nueva. Muchos autores han reivindicado la necesidad de reformas socioeconómicas estructurales para poder conseguir sistemas agrarios sustentables (Buttel 1997, y 2003, Rosset 2003, Levins 2006, Holt Giménez 2006, Per-

fecto y Vadermeer 2009, Altieri y Toledo 2011). Pero esta vinculación entre Agroecología y Política no está del todo aceptada entre los agroecólogos. El movimiento agroecológico se caracteriza, por un lado, por la escasez de propuestas de naturaleza política que superen el ám-bito local. La mayoría de las experiencias agroecológi-cas, vinculadas a organizaciones no gubernamentales,

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instituciones académicas y en bastante menor medida a administraciones públicas, siguen siendo mayoritari-amente experiencias en finca o, todo lo más, en experi-encias comunitarias, donde la investigación acción par-ticipativa y el diseño de estrategias de desarrollo rural sostenible han sido los instrumentos privilegiados.

Por otro lado, el movimiento agroecológico registra, sobre todo en el ámbito académico, una creciente influ-encia de la corriente que podríamos llamar cientifista o “tecnocrática”. Esta corriente considera la Agroecología casi exclusivamente como una disciplina científica que produce conocimientos y tecnologías útiles para la agricultura sustentable (Wezel et al. 2009). Promueve soluciones tecnológicas antes que institucionales o de cambio social a los problemas que hoy tiene planteado el sistema agroalimentario mundial, basadas en lo que Pretty et al. (2011) llaman “sustainable intensification”.

Aunque toda práctica científica y social es por natu-raleza política, ambas corrientes actúan negando la política, aunque por motivos opuestos. El resultado es por un lado, la falta de eficacia y estabilidad de las ex-periencias agroecológicas que difícilmente adquieren el tamaño y la amplitud territorial necesaria; por otro, la difusión de la falsa idea de que sólo con la innovación tecnológica se conseguirá una agricultura más sos-tenible, sin cambios sociales y económicos de enverga-dura. La primera conduce a la ineficacia, la segunda a la inactividad y ambas cercenan las posibilidades de la Agroecología como alternativa a la crisis ecológica en el campo.

La Agroecología tiene una dimensión práctica, o si se prefiere política, que resulta inseparable de la anterior. La Agroecología no puede conformarse con señalar los factores de insustentabilidad de los agroecosistemas y proponer los manejos que los restituyan a un estado sustentable, sino también la manera de implementa-rlos. Como dice Gliessman (2011, 347), es también un poderoso instrumento para el cambio real de sistema, esto es para rediseñar las estructuras económicas capi-talistas que gobiernan el sistema agroalimentario. Esta dimensión práctica de la Agroecología exige de la Política, esto es de aquella disciplina que se ocupa de producir los arreglos institucionales que hacen posible la sustentabilidad agraria. Pese a ello, la Agroecología no se ha dotado aún de instrumentos de análisis y crite-rios para elaborar estrategias que guíen dicho cambio. La mayoría de las experiencias agroecológicas siguen siendo, salvo excepciones, experiencias locales descoor-dinadas. La Agroecología está aún muy vinculada a los marcos propios del agricultor, la explotación agrícola y la comunidad local. No obstante, es cada día más am-plia la participación de agroecólogos en las administra-ciones locales e incluso estatales. La Política debe desar-rollarse en el seno de la Agroecología. Si no lo hace, las experiencias se verán condenadas a convertirse en “islas de éxito” en un mar de privación, pobreza y degradación

ambiental (Altieri y Rosset 2010). En este texto se plant-ea la necesidad de superar esta carencia y se discuten algunas razones que lo avalan.

1. La dinámica de los agroecosistemas: el lugar de la Política

La propiedad que hace más explicable la necesidad del poder y de la política es el cambio en la dinámica de los agroecosistemas. La búsqueda de la sustentabilidad implica un cambio en su dinámica que sólo puede venir de agentes sociales a través de mediaciones institucio-nales. De ese proceso de elaboración y establecimiento se ocupa la Agroecología Política.

Como ocurre con el Metabolismo Social en su con-junto1, la dinámica de los agroecosistemas es produc-to de la relación entre los dos polos de toda relación socioecológica: entre la población que los maneja y los recursos de que disponen. Muchos son los factores que conforman cada uno de estos dos polos en esa re-lación y muchas son también las variables que la alte-ran. Del lado de los recursos, los cambios en la calidad y cantidad de los recursos y funciones ambientales que ofrecen los agroecosistemas vienen determinados por la dinámica de la propia naturaleza, dinámica que tie-ne una dimensión temporal de larga duración, pero en la que los cambios repentinos no están excluidos. Del mismo modo, la cantidad y calidad de los bienes y servi-cios ofrecidos por los agroecosistemas pueden ser mo-dificadas por las interferencias que la propia población (la sociedad) ejerce sobre ellos. Tratase, por tanto, de un proceso de coevolución.

Del lado de la población, los factores que pueden alterar la relación con los recursos no se limitan úni-camente al número de agricultores que viven de los agroecosistemas. Este polo de la relación ha de enten-derse en un sentido amplio, que comprende los efecti-vos humanos, pero también sus niveles de consumo y la facilidad o dificultad con que acceden a los recursos para satisfacerlo. Estos tres aspectos están institucional-mente condicionados.

La desigualdad social o entre territorios puede servir como ejemplo. Desde un punto de vista físico supone la asignación desigual de energía, materiales, tierra, agua y servicios ambientales. La presión sobre los recursos del agroecosistemas puede aumentar si se priva a una parte de la población de la riqueza generada por su apropiación y transformación. La apropiación por parte de un grupo social a través de mecanismos de explo-tación o transferencia forzada de renta puede reducir la cantidad de biomasa disponible para atender a las necesidades tanto endo como exosomáticos del res-

1 Sobre el concepto de metabolismo social y su aplicación a la agricultura véase Fischer-Kowlaski y Huttler (1999), Toledo y González de Molina (2005), González de Molina (2010), González de Molina y Toledo (2011).

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to de la población rural; o bien puede incrementar el consumo total por encima del tamaño de su población, aumentando las exigencias productivas sobre el territo-rio. Desde el punto de vista de la equidad interna a los agroecosistemas, una distribución desigual de los re-cursos naturales suele, pues, presionar hacia un esfuerzo productivo mayor.

En la última centuria, los agricultores vienen sufrien-do una nueva forma de desigualdad que ha constituido la palanca más poderosa de intensificación productiva y desarticulación de los agroecosistemas. Nos referimos a la creciente desigualdad que los mercados nacionales primero y el mercado mundial después, han generado a la hora de distribuir la renta entre el sector agrario y el resto de sectores productivos o entre distintos te-rritorios (intercambio desigual) y que podemos llamar inequidad externa (Guzmán et al. 2000). La rentabilidad global de la actividad agraria ha descendido progresi-vamente desde comienzos del siglo XX como conse-cuencia de la relación desigual de intercambio entre el sector agrario y el industrial y de servicios. A lo largo del siglo XX, esa relación se ha deteriorado en un 62% (Zanias 2005, Eisenmenger et al. 2007, 183). La pérdida de rentabilidad ha alentado procesos de intensificación del cultivo para compensar la disminución de la renta agraria. Este proceso ha vuelto a los agricultores más dependientes del mercado y de las nuevas tecnologías para alcanzar un umbral mínimo de renta, esto es, del complejo agroindustrial en su conjunto2.

La desigualdad social constituye, por tanto y desde un punto de vista ambiental, una “patología ecosisté-mica”, una fuente permanente de inestabilidad y un po-deroso estímulo al conflicto y al cambio socioecológico. Esta perspectiva es fundamental en nuestro análisis, ya que lleva el concepto de equidad al terreno de sus efec-tos sobre la sustentabilidad (Guzmán et al. 2000, 102). Numerosos son los casos tanto históricos como actua-les en que la pobreza y la inaccesibilidad de los recursos conducen a la degradación ambiental, a la deforestación y roturación de bosques, al cultivo en laderas de fuerte pendiente, al sobrepastoreo o al uso de agroquímicos, etc. También al contrario, la lucha por la subsistencia se ha convertido a menudo en una lucha por la conserva-ción de los recursos y la sustentabilidad agraria (Guha y Martínez Alier 1997).

No cabe duda, la relación entre población y recursos puede verse alterada por la innovación tecnológica. De-terminadas tecnologías pueden aumentar la capacidad de carga de un agroecosistema por encima de sus po-sibilidades, elevando la eficiencia metabólica en el uso de energía y de materiales. Pero su adopción e incluso el mismo proceso de innovación dependen de los arre-glos institucionales y pueden ser estimuladas o no por

2 Véase, por ejemplo, la parte III del informe de la FAO para 1993: “Comercio agrícola. ¿Comienzo de una nueva era?” (http://www.fao.org/es/esa/es/pubs_sofa.htm).

políticas públicas. Del mismo modo, una comunidad ru-ral puede incrementar la capacidad de sustentación de su territorio importando recursos de otros países o re-giones a través del intercambio económico. Es éste, pues, un factor muy relevante para explicar la dinámica de los agroecosistemas. El mercado ha sido el vehículo a través del cual ha circulado el subsidio de energía y materiales indispensable para mantener el crecimiento continua-do de la producción agraria. Pero, como destacó hace ya bastante tiempo Karl Polanyi (1989), el mercado no es sino una relación de poder, a veces conflictiva, que debe ser regulada por instancias políticas.

En cualquier caso, las decisiones dimanantes del poder tienen una relevancia indudable para explicar la dinámi-ca de los agroecosistemas. Nos referimos al conjunto de relaciones de poder estables (regulaciones y normas jurí-dicas) o puntuales (decisiones), que tiene como misión la reproducción tanto del metabolismo entre la naturaleza y la sociedad, como de las formas en que este se orga-niza y, por tanto, como transitan los flujos de energía y materiales en el interior de los agroecosistemas. Influido por los demás factores de cambio enunciados, este fac-tor influye a su vez de manera decisiva sobre ellos y, por tanto, sobre la dinámica de los agroecosistemas. En ese sentido, el diseño de políticas públicas que creen un mar-co institucional favorable al desarrollo de agroecosiste-mas sustentables apoyando la transición agroecológica resulta fundamental. Es esta una tarea que compete a la Agroecología Política, como también hacer posible a tra-vés del juego político y la presencia en las administracio-nes públicas su aplicación.

Las corrientes predominantemente “técnicas” de la Agroecología despojan al cambio socioecológico de cualquier dimensión colectiva de la acción humana. Sin embargo, la distribución del poder y de los recur-sos da lugar a menudo a conflictos. Tanto los conflictos entre grupos sociales como entre territorios constitu-yen una fuente potencial de cambio socioecológico y, en consecuencia, deben ser considerados a la hora de estudiar la dinámica evolutiva de los agroecosistemas. Por ejemplo, en la actualidad, las protestas ambientales, especialmente las ecologistas, ayudan a internalizar los costes ambientales y, si bien no logran cambiar de golpe las formas de manejo, aminoran sus efectos nocivos y ensanchan el camino hacia las sustentabilidad agraria (Guha y Martínez Alier 1997).

La Agroecología debe prestar especial atención a aquellos conflictos en los que existan motivaciones im-plícitas o explícitas de cambio del statu quo agroecosis-témico. Este tipo de conflictos, que pueden tener moti-vaciones y expresiones muy diversas, pueden calificar-se como conflictos ambientales. La resolución de tales conflictos ha sido históricamente una fuente de modi-ficación o conservación de los agroecosistemas (Gon-zález de Molina et al. 2009). Por ejemplo, la protección que muchas comunidades campesinas han dispensado

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y dispensan a los recursos naturales frente a los inten-tos de sobreexplotación por parte de empresas o del propio Estado, han conseguido salvarlos de la sobreex-plotación o del deterioro. Podríamos decir, pues, que el conflicto ambiental puede contribuir a incrementar los niveles de sostenibilidad de un agroecosistema o del metabolismo agrario en su conjunto o a disminuirlos. Esta consideración del conflicto ambiental como mo-tor del cambio socioecológico da a los movimientos sociales un papel clave en la lucha por la sustentabili-dad agraria. En esa medida, la Agroecología Política es también una ciencia de la acción colectiva en pos de la sustentabilidad, una filosofía de la acción.

2. Ecología Política y Agroecología.

En consecuencia, la organización y manejo de los agroecosistemas no es una mera cuestión técnica o mate-rial. Los agroecosistemas son ecosistemas artificializados que conforman un particular subsistema dentro del me-tabolismo general entre sociedad y naturaleza, por tanto son producto de las relaciones socioecológicas que se establecen en su seno. Este tipo de relaciones socioecoló-gicas son una parte de las relaciones sociales en general, en las que el poder y el conflicto están presentes. En con-secuencia, desde las sociedades tecnológicamente más simples el ensamblaje específico de cada agroecosiste-ma responde a diversos tipos de instituciones, formas de conocimiento, cosmovisiones, reglas, normas y acuerdos, saberes tecnológicos, modos de comunicación y de go-bierno y formas de propiedad (González de Molina y To-ledo 2011). La sustentabilidad de un agroecosistema no es sólo el resultado de un conjunto de propiedades físico-biológicas, sino también reflejo de relaciones de poder. Por tanto, la Agroecología debe dotarse de una teoría que le permita hacer frente a la Política.

De los dos significados más comunes del término “Política”, como “arte de la dominación o como arte de la integración”, nos interesa especialmente el segundo: la política como “gobernabilidad” (Foucault 1991), esto es, el control y la administración de un grupo social asentado en un territorio específico. Desde esta perspectiva, el ob-jetivo primordial de la Política es proporcionar bienes pú-blicos mediante la acción colectiva (Colomer 2009). Dado que la provisión de tales bienes está fuera del alcance de los ciudadanos individualmente, resulta necesario un es-fuerzo coordinado, ya sea por medios voluntarios o coer-citivos, ya sea a través de la acción colectiva o de institu-ciones públicas de gobierno que llevan a cabo políticas públicas. Por ejemplo, la sustentabilidad es un bien públi-co que los ciudadanos no pueden conseguir de manera individual. Para conseguirlo es necesaria la acción colec-tiva, las políticas públicas o la combinación de ambas. De su estudio se encarga precisamente la Ecología Política.

Ciertamente, no hay acuerdo en qué es Ecología Po-lítica (Peterson 2000, Blaikie 2008, 766-67). En ese térmi-

no caben muchos significados y formas de entender su objeto. Pero todos tienen en común su enfoque de eco-nomía política de los recursos naturales y su aplicación preferente a los países en desarrollo (Blaikie 2008, 767). Nuestra interpretación es coincidente con la de Gezon y Paulson (2005) para quienes “el control y uso de los recursos naturales, y consecuentemente el curso del cambio ambiental”, está moldeado por las “relaciones multifacéticas de la política, del poder y de las construc-ciones culturales del medio ambiente”. En este sentido, la Ecología Política combina los procesos políticos y ecológicos en el análisis del cambio ambiental y pue-de ser entendida también como “la política del cambio ambiental” (Nigren y Rikoon 2008, 767). Parafraseando a Blaikie y Brookfield (1987), podríamos decir que “la ecología política [es] un enfoque que estudia el cambio social y ecológico” (Blikie y Broofield 1987), pero juntos. En otras palabras, la Ecología Política es un enfoque que estudia el cambio socioecológico en términos políticos.

En este sentido, la Agroecología Política no sería sino la aplicación de la Ecología Política al campo de la Agroecología o el maridaje entre ambas (Toledo 1999, Forsyth 2008). De acuerdo con Paulson et al. (2003, 209) y Walker (2007, 208) podríamos decir que la Agro-ecología Política debe “desarrollar las maneras de apli-car los métodos y los hallazgos [de la investigación en el campo de la Ecología Política] al abordaje” del cambio socioecológico en los agroecosistemas.

Pero la Agroecología Política no es solo un campo de investigación. Tiene también una dimensión prác-tica estrechamente relacionada y considerada como el objetivo central: el logro de la sustentabilidad. Muchos agroecólogos están involucrados en una “‘ecología política popular’ que combina directamente la investig-ación con la acción para mejorar el bienestar humano y la sustentabilidad ambiental mediante formas de orga-nización y activismo de base local” (Walker 2007, 364). En esa medida, la Agroecología Política debe desarrollarse en una doble dirección: como campo disciplinar que se ocupa del diseño y producción de acciones, instituciones y normas tendentes al logro de la sustentabilidad agraria; pero también como una ideología que, en competición con otras, se dedica a difundir y convertir en hegemóni-ca una nueva forma de organizar los agroecosistemas basada en el paradigma ecológico y en la sustentabili-dad (Garrido 1993). En este sentido la Agroecología Po-lítica contribuye a repensar los modelos normativos de desarrollo rural, incorporando un enfoque ecológico, lo que va más allá de las cuestiones técnicas agrícolas o de las formas de manejo de los agroecosistemas. Una vez más se destaca la importancia de las políticas públicas.

La Agroecología Política, parte de la base de que la sustentabilidad agraria no se consigue únicamente con medidas tecnológicas (agronómicas o ambientales) que ayuden a rediseñar los agroecosistemas de manera sus-tentable. Sin un cambio profundo en el marco institucio-

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nal vigente no será posible que las experiencias agroeco-lógicas exitosas se generalicen y que se combata de ma-nera eficaz la crisis ecológica en el campo. En consecuen-cia, la Agroecología Política estudia la manera más idó-nea de participar en aquellas instancias y utilizar aquellos instrumentos que hacen posible el cambio institucional. Tal cambio, en un mundo aún organizado en torno a los Estados –nación, solo es posible mediante mediaciones políticas. En los sistemas democráticos, por ejemplo, implica necesariamente la acción colectiva a través de movimientos sociales, la participación política electoral, el juego de alianzas entre distintas fuerzas sociales para componer mayorías de gobierno, etc. Es decir, requiere de la elaboración de estrategias esencialmente políticas. El diseño de instituciones que favorezcan el logro de la sustentabilidad agraria (Ostrom 1990, 2001, 2009) y la manera de organizar a los movimientos agroecológicos para que puedan implantarlas constituyen precisamente los dos principales objetivos de las Agroecología Política.

La Agroecología Política es, pues, más que una pro-puesta programática. Por ejemplo, la reivindicación de la soberanía alimentaria, promovida por Vía Campesina y otros movimientos sociales es una propuesta progra-mática concreta que puede surgir de la aplicación de la Agroecología Política a las condiciones actuales del sistema agroalimentario mundial. Pero, como toda pro-puesta programática concreta, puede cambiar en funci-ón de la escala o del contexto social y político al que se aplique. Corresponde a la Agroecología Política estable-cerlo. La Agroecología Política es una nueva rama de la Agroecología, no una propuesta política o programa de acción para conseguir la sustentabilidad agraria.

La Agroecología Política utiliza el concepto de auto-nomía, atributo de la sustentabilidad (Altieri 1995, Glies-sman 1997), que además hunde sus raíces en la propia epistemología agroecológica. Es la utilización del con-cepto de autonomía, el que lleva al discurso político agroecológico a la reivindicación de la Soberanía Ali-mentaria, como expresión actual de ese atributo, es de-cir, como la mejor manera de reforzar la autonomía de los agroecosistemas y de los que los manejan. En otros contextos socioambientales y políticos, el principio de autonomía puede tener otras concreciones.

La Agroecología Política no es, pues, un nuevo tér-mino alternativo al de Soberanía Alimentaria. Trata de producir conocimientos que hagan de la Agroecología y de la Soberanía Alimentaria algo practicable, aprove-chándose para ello del conocimiento acumulado por la Ecología Política y la experiencia de los movimientos sociales y de los partidos políticos verdes.

3. Las escalas que hacen “Política” a la Agroecología

El proceso de transición agroecológica sucede, desde el punto de vista espacial, en diferentes escalas que, pese a guardar relación entre sí, exhiben características dife-

rentes. Se pueden identificar al menos cinco: el cultivo, el predio o finca, la comunidad o localidad, el ámbito na-cional y el global o de especie. Aunque pueden conside-rarse otros niveles intermedios (las comarcas, las cuencas hidrológicas, los territorios, las regiones, etc.), la Agroeco-logía se enfrenta en las escalas más agregadas a propie-dades emergentes que no surgen en niveles inferiores.

Tanto a escala de cultivo como a escala de finca o predio, la Agroecología ha desarrollado un completo arsenal de soluciones técnicas que han hecho posible el diseño de sistemas sustentables. El siguiente nivel en que sucede la transición corresponde a la organización del agroecosistema. En este caso, durante la industriali-zación de la agricultura se ha producido una segrega-ción creciente de los usos del territorio y la pérdida de las sinergias productivas y funcionales que generaba la integración agrosilvopastoril. El resultado ha sido la pérdida de heterogeneidad espacial y de biodiversidad. Con ello, los flujos de energía y materiales, que tendían a ser locales y cerrados (renovables) han acabado siendo globales y provenientes de fuentes fósiles. Este aspecto es uno de los que menos se ha desarrollado, de tal ma-nera que carecemos de una Agroecología del Paisaje. Es en este nivel en el que se ventilan aspectos decisivos de la transición agroecológica. Por ejemplo, estudiar y esta-blecer qué arreglos territoriales requerirá una agricultu-ra para ser sustentable (Guzmán y González de Molina 2009, Guzmán et al. 2011). A escala estatal o global, la industrialización de la agricultura ha supuesto la consti-tución de un mercado agrario global y de un único siste-ma agroalimentario mundial, en el que los agroecosiste-mas tienden a integrarse de una manera especializada.

A escala de planta y de finca, el cambio de actitud de los agricultores y asesores técnicos podría ser suficien-te para impulsar la transición. También podrían serlo los cambios de pautas de consumo que a nivel individual se pueden alcanzar cuando se expresan en la concu-rrencia al mercado u otras instituciones para procurar alimentos. Pero, cuando hablamos de la comunidad y sobre todo del Estado y del planeta, el poder político y la acción colectiva son las propiedades que emergen y con ellas la necesidad de la acción política (Zimmerer y Basset 2003, Swyngedouw 2004, McCarthy 2005, Paul-son et al. 2003, Rangan y Christian 2009). La Agroeco-logía Política aparece entonces como una necesidad perentoria a la que apenas se ha prestado atención. Es cierto que se han publicado muchos estudios sobre los movimientos campesinos y la soberanía alimenta-ria (entre los últimos véase Altieri 2009, Holt-Giménez 2006, 2011, Holt-Giménez y Patel 2009, Martínez Torres y Rosset 2010, Perfecto et al. 2009, Petersen 2009), pero no se ha producido sobre ellos una reflexión articulada y sistemática desde la Agroecología.

Un simple repaso de los atributos de la sustentabili-dad agraria servirá para mostrar esa necesidad. El prime-ro de ellos se refiere a la productividad, que es conside-

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rada a menudo sólo a escala de cultivo o finca, sin tener en cuenta las interrelaciones que desde el punto de vis-ta de los usos del suelo se producen a nivel agroecosis-témico o en relación con los agroecosistemas cercanos. La posibilidad de cerrar ciclos o el uso de energías local-mente generadas depende de la planificación y la orde-nación que se haga del territorio. Éstas son competencia de las administraciones locales o del Estado y dependen de políticas públicas.

Lo mismo cabe decir la estabilidad. Esta se refiere a la capacidad de un agroecosistema para mantener su pro-ductividad a lo largo del tiempo. Como mantiene Altieri (1995), algunas propiedades del agroecosistema tienen ciclos muy prolongados en el tiempo y la capacidad del agricultor de influir en ellos es bastante limitada, como por ejemplo las condiciones climáticas. Sin embargo, el agricultor puede tratar de mantener e incluso aumen-tar la estabilidad biológica del agroecosistema o de un predio concreto mediante prácticas mejorantes como el riego o la integración entre agricultura y ganadería, cuestiones estas que por su impacto territorial y su cos-te económico exceden a la comunidad y competen al Estado o a los organismos regionales de planificación de él dependientes. De ámbitos de decisión y de nor-mas establecidas a menudo bastante lejos de las comu-nidades rurales depende la formación de los precios de los productos, de los insumos utilizados, de subvencio-nes e incentivos y, por tanto, la estabilidad económica de las explotaciones agrarias.

La resilencia de un agroecosistema no depende únicamente de su arreglo productivo. Las instituciones del estado, encargadas de la gestión de las catástrofes naturales o socioeconómicas, pueden crear condiciones favorables o adversas para la recuperación de la capaci-dad productiva de un agroecosistema. En este sentido, existen instituciones que favorecen más que otras la resilencia de un agroecosistema. Frente a la propiedad privada o simplemente estatal, las formas de propiedad comunal, características de las culturas tradicionales campesinas, se desarrollaban y desarrollan con mayor facilidad manejos adaptativos que se adaptan con ma-yor facilidad a las “sorpresas” o cambios que experimen-tan los ecosistemas (Holling et al. 1998, Holt-Gimenez 2001). En ese sentido, la Agroecología debe desarrollar sus puntos de vista respecto a las formas de organiza-ción de la toma de decisiones y al diseño institucional para incrementar la resilencia de los agroecosistemas.

Uno de los atributos de la sustentabilidad que la Agroecología considera fundamental es el de equidad social. El acceso a los recursos y la distribución de la renta agraria están organizados por instituciones que, como la propiedad o el mercado, pueden condicionar fuertemente la sustentabilidad de un agroecosistema. Las normas y regulaciones que aseguran una renta sufi-ciente a los agricultores son competencia del poder po-lítico, de la misma manera que una distribución desigual

de la propiedad puede ser modificada también por el poder político mediante acciones de gobierno como la reforma agraria. A él corresponde también revertir el deterioro sostenido de la relación de intercambio entre los alimentos y las materias primas agrícolas y los in-sumos y productos manufacturados consumidos en la explotación agraria o en las familias de los agricultores. Es competencia de las instituciones políticas establecer las regulaciones oportunas en los mercados que garan-ticen una renta suficiente a los agricultores; o bien es-tablecer las necesarias compensaciones por medio de subvenciones e incentivos fiscales que corrijan los des-equilibrios del mercado. También es competencia del poder político procurar una asignación equitativa de los recursos para las generaciones futuras. Las instituciones políticas deben garantizar, mediante normas de manejo, el derecho de los que aún no han nacido a un agroeco-sistema en buenas condiciones físico-biológicas.

Finalmente, el grado de autonomía resulta ser un atributo esencial de la sustentabilidad y está estrecha-mente relacionada con la capacidad interna de sumi-nistrar los flujos de energía y materiales necesarios para la producción. El modelo de agricultura actual genera una alta dependencia externa mediante una relación de intercambio mercantil desequilibrada y perjudicial para los agricultores, especialmente los pequeños. La creciente integración de los agricultores en el mercado mundial y en el sistema agroalimentario les ha despoja-do de la capacidad de decisión sobre el tipo de cultivos, su manejo, los saberes que lo guían, o sobre el destino fi-nal de la producción. Por ello se ha propuesto el concep-to de soberanía alimentaria como alternativa al más clá-sico de seguridad alimentaria. En definitiva, la Agroeco-logía Política plantea un contexto de análisis en el que la sustentabilidad se erige como elemento esencial en la elaboración de estrategias de carácter institucional.

Igualmente, a escalas de la transición más agregadas emergen propiedades que plantean la relación con los demás procesos metabólicos. Por ejemplo, la vincula-ción que en las últimas décadas se ha establecido entre la producción agraria, el procesamiento y transforma-ción de los alimentos, el transporte, su distribución y las formas en que son conservados, cocinados y finalmente consumidos. Esto ha obligado a la Agroecología a adop-tar una visión mucho más amplia, adoptando un enfo-que de sistema agroalimentario (Francis et al. 2003, Gon-zález de Molina e Infante 2011) que requiere también necesariamente de la política y de la acción colectiva.

4. La dimensión política del cambio.

El sistema agroalimentario mundial es hoy inca-paz (Dixon et al. 2001, 2), pese que hay materia prima para ello, de alimentar a la humanidad, ha progresado poco en la erradicación de la pobreza rural y comien-za a dar evidentes signos de agotamiento (FAO 2007a).

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Por otro lado, el funcionamiento de los mercados y el papel subordinado que juega la actividad agrícola en el crecimiento económico, han provocado una acusada pérdida de rentabilidad. Según FAO, los precios reales de los principales productos agrarios han disminuido en un 50% desde 1983 (FAO 2007a). Esa caída es cau-sa de abandono en los países ricos y de hambre, emi-gración a las ciudades y pobreza en los países pobres. Paradójicamente, los precios han experimentado una importante subida en los tres últimos años. El aumento sostenido del consumo de grano, el aumento del consu-mo de carne, sobre todo en Asia, el aumento del precio del petróleo y la escasez de tierra que se ha puesto de manifiesto con la expansión del cultivo de agrocombus-tibles, son expresión de la crisis estructural del sistema agroalimentario mundial. Sobre la creciente escasez se ha tejido, además, una tupida red especulativa que ha agudizado aún más la tensión inflacionaria (McMichael, 2009, ; Hossain y& Green 2011;). A todo ello se unen los daños ambientales provocados por el modelo predomi-nante de agricultura química. Daños que están disminu-yendo –y lo harán de manera más grave en el futuro- la capacidad de los agroecosistemas de producir alimen-tos y materias primas y de ofrecer servicios ambientales.

A la vista de la crisis los dos objetivos de una estrate-gia agroecológica son erradicar el hambre, la desnutri-ción y elevar los ingresos de los agricultores, sobre todo en los países con mayor índice de pobreza, y reducir y, en su caso, eliminar los daños ambientales. Todo ello con la promoción de formas de manejo sustentable de los agroecosistemas. Pero, ¿cómo se puede conseguir esto? Hay consenso científico y político (FAO 2007b, De Schutter 2010) en que con métodos agroecológicos se puede incrementar sensiblemente la producción y los rendimientos sobre la base de la combinación entre las nuevas tecnologías y desarrollos de la Agronomía y el conocimiento y los recursos locales.

No obstante, si no cambian los hábitos alimentarios en los países ricos, reduciendo el consumo de carnes, huevos y derivados lácteos, y la demanda que esta dieta genera sigue en alza, las presiones hacia la importación de alimen-tos provenientes de países con problemas de seguridad alimentaria y hambre se intensificarán, de tal manera que los avances que se puedan realizar corren el peligro de no ser suficientes. En Occidente, la adopción de un enfoque agroecológico tiene que dar lugar, por tanto, a una estra-tegia diferente basada en el decrecimiento de sus sienta agroalimentario (Infante y González de Molina 2013).

Todo ello supone un cambio en varias dimensiones. En primer lugar, los ciudadanos tienen que asumir in-dividualmente un cambio en las pautas de consumo alimentario, especialmente en los países occidentales. Pero ello no basta, la realización y multiplicación de ex-periencias colectivas de producción sostenible y consu-mo responsable mediante la creación y fortalecimiento de grupos de producción y consumo, asociaciones de

productores y consumidores, etc. constituye una se-gunda dimensión que resulta esencial. Por todo el pla-neta han surgido una buena cantidad de experiencias agroecológicas, tanto rurales como urbanas de produc-ción y consumo que constituyen la avanzadilla de un nuevo sistema agroalimentario.

Pero para que estas experiencias logren revertir la crisis ecológica en el campo es necesario que se expan-dan y alcancen una dimensión cuantitativa y cualitativa suficiente. El desarrollo de políticas públicas y la acción dinamizadora de los movimientos sociales resultan cla-ve en esa tarea (Altieri y Toledo 2011). En ese contex-to, el papel del Estado y de los movimientos sociales se torna fundamental, así como el proceso de toma de decisiones, de la democracia misma. Ello plantea el problema de cómo conseguir, en solitario o mediante alianzas con otras fuerzas sociales y políticas, presencia en las administraciones para impulsar políticas públicas que favorezcan la sustentabilidad rural. Las experiencias desarrolladas en Andalucía, (González de Molina 2009) y Brasil lo demuestran (Caporal y Petersen 2011). El de-bate en torno a cómo hacer esto posible es una de las tareas más urgentes que debe abordar la Agroecología.

La Agroecología ha considerado sujetos a los peque-ños agricultores por poseer un alto potencial agroeco-lógico, entre otras cosas por estar más cerca de la racio-nalidad y de las prácticas campesinas que hacían posi-ble un manejo sostenible de los agroecosistemas (Altie-ri y Toledo 2011). Pero otros sujetos han entrado en liza cuando se trata de sistemas agroalimentarios, especial-mente los consumidores. Ninguna transición agroeco-lógica tendrá éxito completo sin una gran alianza entre productores y consumidores. Pero para conseguir que la participación de unos y otros sea mayoritaria es nece-saria a su vez una alianza con el movimiento ecologista en la dimensión más amplia de este movimiento. Ello no podrá conseguirse sin el concurso de mediaciones polí-tico-institucionales, es decir, sin el desarrollo de políticas públicas que hagan avanzar la transición.

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Resumen

El aprendizaje de la agroecología basado en los fenómenos proporciona una lógica y una pla-taforma para crear puentes entre la academia y la sociedad. El aprendizaje basado en experien-cias reflexivas en granjas y en comunidades ha proporcionado el fundamento y el núcleo de un curso de agroecología en Noruega desde el año 2000 en la Universidad Noruega de las Ciencias de la Vida (NMBU). Los equipos de estudiantes trabajan con profesores de la Universidad y con las personas interesadas utilizando “casos abiertos” con el fin de identificar las principales limi-taciones y las posibilidades futuras. Esta estrategia de aprendizaje utiliza situaciones del mundo real en la granja y en la comunidad, donde ni el instructor ni los clientes conocen de entrada las soluciones. Utilizando métodos de las ciencias sociales y de las ciencias naturales, los equipos examinan y evalúan las dimensiones productivas, económicas, ambientales y sociales, integradas en sistemas completos. Después, los estudiantes diseñan y evalúan escenarios futuros y piensan planes de acción. El resultado ha sido una base sólida para la acción responsable en los proyectos futuros de los estudiantes en los campos de la educación y el desarrollo.

Palabras clave: Fenomenología, casos abiertos, participación de los actores involucrados, apren-dizaje orientado a la acción, transdisciplinariedad

Summary

Phenomenon-Based Learning in Agroecology: A Prerequisite for Transdisciplinarity and Responsible Action

Phenomenon-based learning in agroecology provides a rationale and platform for bridging academia and society. Learning based on reflective experiences on farms and in communities has provided the foundation and the core of an agroecology course in Norway since 2000. Student teams work with university teachers and stakeholders in ‘open-ended cases’ to identify key con-straints and future possibilities. This learning strategy uses real-world situations on the farm and in the community where solutions are not already known to instructor or clients. Employing natu-ral science and social science methods, the teams examine and evaluate production, economic, environmental, and social dimensions, as integrated into whole systems. The students then de-sign and evaluate future scenarios and work out plans of action. The result has been a strong foundation for responsible action in students’ future endeavors in education and development.

Keywords: Phenomenology, open-ended cases, stakeholder involvement, action-oriented lear-ning, transdisciplinarity

APRENDIZAJE DE LA AGROECOLOGÍA BASADO EN LOS FENÓMENOS: UN PRERREQUISITO PARA LA TRANSDISCIPLINARIEDAD Y LA

ACCIÓN RESPONSABLE

Charles Francis1,2, Tor Arvid Breland2 Edvin Østergaard2, Geir Lieblein2, Suzanne Morse3

1Department of Agronomy and Horticulture, University of Nebraska–Lincoln, 279 Plant Science Hall, Lincoln, NE 68583-0915, USA; 2Department of Plant Sciences, Norwegian University of Life Sciences, Ås, Noruega; 3Sustainable Food Systems

Study, College of the Atlantic, Bar Harbor, Maine, USA. E-mail: [email protected]

Agroecología 8 (2): 45-54, 2013

Introducción

La necesidad de la transdisciplinariedad y de que las universidades lleguen a ser más relevantes para enfren-tar los desafíos de nuestras sociedades ha sido, desde hace tiempo, un área de interés y discusión (Klein 1990).

En las últimas décadas, la comprensión de la inter- o transdisciplinariedad ha avanzado considerablemente. Paralelamente, van der Ploeg (2003) defiende que el de-sarrollo del conocimiento sectorizado en la agricultura se está volviendo el dominante, y que esta generación de conocimiento se ha desconectado de las experien-

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cias y prácticas cotidianas en las granjas. La agroeco-logía se ha propuesto como una disciplina emergente para estudiar la ecología de los sistemas alimentarios (Francis et al. 2003), y la cual puede fomentar la transdis-ciplinariedad y un enfoque dirigido a la acción, que sea capaz de contrarrestar la dirección del desarrollo descri-to por van der Ploeg (2003) y otros.

Sin embargo, es muy necesaria una discusión explí-cita sobre los requisitos previos de la transdisciplinarie-dad, la orientación a la acción, y sobre cómo esta estra-tegia puede convertirse en parte de la investigación y la educación actual que se ocupa de la agricultura, la alimentación, la sociedad y el medioambiente. Nuestro trabajo pretende llenar ese vacío.

Empezamos describiendo los desafíos y cambios en la educación agrícola actual. El debate persigue dos te-mas claves. En primer lugar, hablamos de la fenomeno-logía en relación con la educación agroecológica. Luego, describimos el programa de agroecología basado en la fenomenología en Noruega, incluyendo sus resultados. En la sección de reflexión al final, sostenemos que una estrategia basada en los fenómenos dentro de la edu-cación e investigación agroecológica proporciona una base para la transdisciplinariedad y la acción responsa-ble.

Relevancia de la fenomenología en la educación

En las últimas décadas, muchos maestros de dife-rentes países han desarrollado el aprendizaje basado en los fenómenos, dentro de la educación científica, basado en los fundamentos y aplicaciones de esta fi-losofía (Østergaard et al. 2008). La naturaleza y el valor primordial del fenómeno siempre ha sido esencial en el programa de Maestría en Ciencias en agroecología que comenzó en Noruega en el año 2000 (Østergaard et al. 2010). Esta perspectiva fenomenológica es congruente con las obras de John Dewey sobre el aprendizaje y la experiencia (Dewey 1916), que se centran en la necesi-dad de los estudiantes de integrar la información nueva con conocimientos previos, a través de la experiencia reflexiva. Comparado con las estrategias prácticas que promovían el aprendizaje holístico en aquella época, la especialización académica en disciplinas particulares durante las últimas décadas ha llevado a la formación de expertos en campos cada vez más estrechos y a una atención hacia una teoría reduccionista, la cual queda distante de las experiencias vitales individuales, y des-conectada de la realidad en el campo.

Gran parte de la educación agrícola ha pasado de las actividades manuales de campo y el trabajo en prácti-cas— aprender haciendo — a centrarse en espacios de aprendizaje formal teórico, especialmente en el aula. La investigación científica es altamente valorada en comparación con la incorporación de la experiencia práctica de los agricultores en el proceso educativo. Los

agroecólogos están preocupados de que este enfo-que predominante, basado en la teoría y limitado a los elementos individuales de los sistemas, no preparará a los futuros científicos para hacer frente a los amplios y complejos desafíos de los sistemas agrícolas y alimen-tarios. Nosotros postulamos que los sistemas agrícolas productivos rentables, que conservan los recursos, son medioambientalmente responsables y socialmente equitativos, serán difíciles de desarrollar debido a “pro-blemas perversos” emergentes (Batie 2008), que desa-fían a los análisis y soluciones simplistas. Estos son pro-blemas que involucran múltiples grupos con intereses y exigencias divergentes, de corto y largo plazo, que compiten por los recursos limitados, que requieren res-iliencia y comprensión de la complejidad, y que es poco probable que se solucionen permanentemente a través de la añadir nuevos y costosos niveles de tecnología (International Assessment of Agricultural Knowledge, Science and Technology for Development 2009).

En contraste con lo anterior, nosotros proponemos una estrategia educativa que forme a una nueva gene-ración de agroecólogos capaces de tratar con sistemas enteros y de demostrar la integración de métodos biofí-sicos, económicos y de las ciencias sociales. Son impor-tantes para este enfoque ampliado las experiencias de agricultores descritas por Bromfield (1948), extraídas de su granja, y de Rodale (1971) en su divulgación de las prácticas agrícolas alternativas (por ejemplo, la revis-ta New Farm y su sitio web (http://rodaleinstitute.org/new_farm). Los ejemplos de recursos de información alternativa incluyen descripciones recientes de prácti-cas basadas en la experiencia, extraídas de entrevistas a agricultores del medio oeste de los EEUU (Janke 2008), de los pequeños agricultores de California (Franceschini y Tucker 2010), así como de un libro escrito por tres so-cios de Saanich Organics en Victoria, Columbia Británi-ca, Canadá (Fisher et al. 2012).

Una visión general de la filosofía educativa de Orr (2004) y la perspectiva integradora de agricultura, obje-tivos humanos y el futuro a largo plazo de Berry (1996) proporcionan una mayor amplitud de ideas para que los estudiantes puedan visualizar mejor la imagen com-pleta.

Así, los estudiantes de agroecología se preparan para trabajar con una gama de clientes, de un modo partici-pativo, y con el fin de imaginar y tomar medidas con-cretas hacia un futuro más deseable. Esto podría deno-minarse ‘los fundamentos educativos para la acción res-ponsable’ (Lieblein y Francis 2007) y está estrechamente relacionado con la educación para el desarrollo sosteni-ble y con su enfoque explícito para la promoción de las competencias para el cambio (Sterling 2009). Tomich et al. (2011) destacaron la importancia de la agroecología como una ciencia integradora que puede tratar con el “desafío clave de mitigar el impacto medioambiental de la agricultura y a la vez aumentar dramáticamente

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la producción global de alimentos, mejorar los medios de subsistencia y reducir así el hambre y la desnutrición crónicas” (193), todos los cuales son objetivos esenciales que nuestros graduados persiguen como agentes de cambio.

Desafíos y cambios en la agricultura actual

Un paso inicial para facilitar el cambio en la agricul-tura es aprender cómo estudiar y comprender los retos actuales. Es evidente para todos los observadores de la producción agrícola que están surgiendo restricciones en el suministro de tierras cultivables, combustibles fó-siles, fósforo y agua dulce; los graves impactos sobre el medioambiente; la creciente conciencia sobre el cam-bio climático en la temperatura y la previsibilidad; y el aumento de la demanda de alimentos saludables y de alta calidad. La concentración de la tierra en cada vez menos granjas y su control por parte de cada vez me-nos agricultores conduce a cambios indeseables en la infraestructura rural y la distribución de beneficios agrí-colas. Una perspectiva útil para dar sentido al proceso de cambio es el claro reconocimiento de que los secto-res de la alimentación y la agricultura se componen de muchos sistemas interactuantes de actividad humana, y que cualquier cambio viable requerirá comunicación y comprensión de los objetivos de los principales res-ponsables (Rölling y Wagemakers 2000). Estos incluyen agricultores, procesadores, comercializadores, consumi-dores, políticos, burócratas, asesores y educadores en todos los niveles de la jerarquía de los sistemas socia-les y alimentarios. Nuestra premisa es que la educación es una base esencial para el cambio responsable, y que los estudiantes pueden ser catalizadores claves en este proceso durante sus años de estudios, incluso durante el tiempo en que se están preparando para carreras futuras. Además, la acción responsable requerirá de aprender y poner a prueba habilidades, conocimientos, actitudes y capacidades para imaginar futuras oportu-nidades. (Lieblein et al. 2007).

Para entender el proceso de cambio, tanto en el con-junto como en las partes de los sistemas agroalimenta-rios, los estudiantes tienen que llegar a ser más cons-cientes y experimentar la complejidad de las funciones, cómo estas se relacionan con la estructura del sistema, y cómo los cambios de una práctica o de una decisión afectan a la totalidad del sistema. De la agroecología puede surgir una apreciación de las perspectivas inte-gradoras y de la interconexión de componentes: cómo ver sistemas desde múltiples ángulos a través de una jerarquía de escalas espaciales y temporales, y com-prender las contribuciones de la diversidad a la resilien-cia y la sostenibilidad del sistema (Altieri 1983, Rickerl y Francis 2004, Gliessman 2007, Francis 2009). Los cursos sobre ecología de cultivos o recursos naturales se ocu-pan principalmente de los componentes biofísicos de

sistemas en los niveles bajos de la escala espacial, y este énfasis se refleja en la mayoría de los graduados en agri-cultura. Un estudio de los temas de tesis de postgrado durante tres años en las universidades agrícolas de Di-namarca, Canadá y los Estados Unidos confirma la pre-dominancia del enfoque en estudios a nivel molecular y de las plantas, y pocos esfuerzos hacia proyectos de sistemas enteros (Langer et al. 2007). El conocimiento de los elementos y limitaciones biofísicos es necesario para entender muchas funciones de los sistemas, pero no es suficiente para entender la complejidad introduci-da en el ámbito biofísico y socioeconómico integrados, con gestores humanos como fuerza impulsora principal en el diseño y mantenimiento del sistema. Para que los graduados del programa puedan convertirse en parti-cipantes competentes en el desarrollo y el cambio, ne-cesitan un respeto y comprensión de todos los actores en los sistemas agrícolas y alimentarios y de cómo éstos interactúan. Como afirmó Lewin (1948 citado en Snyder 2009, 225): “Si quieres comprender algo, trata de cam-biarlo”.

Esta complejidad de las habilidades necesarias para los estudiantes es un reto en sí mismo, pero igual de importante es el proceso educativo mediante el cual pueden lograr esta competencia. Nuestro proceso edu-cativo sigue el conocido ciclo de Kolb (1984) para ad-quirir conocimientos sobre sistemas a través de obser-var la acción, luego procesar esta información a través de la discusión y la reflexión, y finalmente ordenar las observaciones mediante ideas convergentes, antes de traducir el esfuerzo de aprendizaje en acción. Una parte importante de este proceso educativo es el aprendiza-je activo sobre temas de actualidad, y como construir la comprensión a través de la meta-reflexión con el fin de convertirse en aprendices mejor preparados, perma-nentes, que puedan adaptarse a los cambios y aplicar lo que han experimentado a condiciones nuevas y cam-biantes. Del mismo modo que los sistemas agrícolas y alimentarios tienen que ser resilientes y sostenibles a largo plazo, los mismos estudiantes, así como sus ins-tructores, necesitan una capacidad de crecimiento y renovación continua. Aunque no sólo se aplican al estu-dio de la agroecología, estas cualidades son fomentadas por el enfoque holístico de la educación (Bawden 2007), la aplicación de métodos tanto biológicos como de las ciencias sociales (Checkland 1981, Checkland y Scholes 1990) y la capacidad aprendida de prever y planificar un futuro más deseable (Lieblein et al. 2011).

Una valiosa herramienta para el aprendizaje basado en los fenómenos, tal como ha sido conceptualizado y aplicado en el semestre de agroecología en Noruega, es una estrategia de caso abierto para el estudio de las granjas y comunidades (Francis et al. 2009). En los estu-dios tradicionales de caso-problema, los maestros y los colaboradores en el campo ya conocen las soluciones correctas. Los estudiantes deben ser suficientemente

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listos como para descubrir la solución y las consecuen-cias que ya han resultados. En contraste, un caso abierto explora fenómenos que son contemporáneos y com-plejos. Las preguntas claves surgen de conversaciones profundas de los equipos de estudiantes con los clien-tes y otros actores interesadas, con el fin de determinar sus objetivos a largo plazo. Juntos, como un equipo for-mado por estudiantes + profesores + actores involucra-dos, la investigación busca comprender los problemas y prever varios posibles escenarios futuros, así como sus resultados probables. En el programa nórdico, el reto ha sido aplicar la teoría de las ciencias sociales a desafíos prácticos en sistemas agrícolas y alimentarios. Varios otros casos fueron descritos por Vellema (2011) en los Países Bajos.

Este proceso de casos abiertos subraya la importan-cia de un enfoque de la educación que no sigue una re-ceta, sino más bien que la investigación requiere de un proceso de investigación que incluye métodos diversos y adaptables que combinan la teoría con la práctica y la acción, o lo que Lieblein et al. (2000a) han llamado “acción basada en el conocimiento”. Poner este cono-cimiento a trabajar en el campo conduce a nuevas ex-periencias y resultados, incluyendo la evaluación de los éxitos y fracasos, y la retroalimentación de esta nueva información en el mundo académico podría llamarse “conocimiento basado en la acción”. Este fundamen-to teórico y práctico en el que se basa la educación agroecológica es discutido en la siguiente sección.

Aprendizaje basado en los fenómenos en agroecología

Østergaard et al. (2010) exploran la dimensión feno-menológica de la agroecología, mientras que Lieblein et al. (2012) discuten las competencias específicas que los graduados en agroecología necesitan para ser efi-caces en sus futuras carreras (véase el Cuadro 1 para el resumen sobre la fenomenología). Nuestra visión sobre la agroecología representa un cambio fundamental en relación al pensamiento que domina la mayoría de las otras disciplinas académicas, en el sentido de que la ob-servación y la perspectiva del mundo cotidiano deben considerarse antes de la perspectiva teórica.

Esto está de acuerdo con ciertas visiones de la física moderna (Bohr 1934), que desafiaron la explicación sim-plista y mecanicista de las ciencias naturales y la amplia-ron destacando la importancia de la complementarie-dad. En cuanto a sus raíces en el pensamiento humano, esto representa un cambio de las filosofías de Descartes y Galileo hacia el pensamiento de Aristóteles.

Según Descartes y otros de los científicos y filósofos principales de la revolución científica, nuestras obser-vaciones y experiencias cotidianas son algo que sólo existe en las mentes de los seres humanos, y no en los fenómenos mismos (Dahlin 2003). Y como tales, estas experiencias son meramente subjetivas y de segundo orden, en contraste con las propiedades medibles y ob-jetivas de las cosas. Este enfoque científico implica lo que Harvey (1989) llama una inversión ontológica, en

Cuadro 1. Fenomenología: Un proceso educativo complejo desvelado

COMENZAR EN LA GRANJA Y EN LA COMUNIDAD

Comparado con muchos cursos universitarios que comienzan con la historia y las teorías de los principios de una disciplina o tema específicos, nuestro enfoque de aprendizaje comienza con la realidad actual en la granja y en el sistema alimentario de la comunidad. Esta estrategia permite que el sistema hable por sí mismo y proporciona una máxima expresión de la diversidad y singularidad del lugar, una base importante de la ecología. En otras palabras, esto permite al estudiante, guiado por un instructor, maximizar el valor de sus observaciones usando todos sus sentidos, sin limitarse a la teoría o modelos derivados de otros. De modo que la teoría nace de la experiencia.Inaugurado por Merleau-Ponty (1962) y Husserl (1970), el enfoque fenomenológico podría considerarse una aplicación con-temporánea de la filosofía de Dewey (1916), quien creía firmemente que aprendemos las cosas nuevas encajándolas con lo que ya sabemos. Cuando empezamos en la granja, lo que aprendemos o desarrollamos en la teoría crece a partir del contexto de la granja. Asimismo, los equipos de estudiantes comienzan su estudio de los sistemas alimentarios comunitarios entrevistando a funcionarios del Condado, profesores, comercializadores de alimentos, encargados de los comedores y compradores de alimen-tos y otros actores involucrados con la alimentación, incluyendo a los consumidores. De estas interacciones con agricultores y partes interesadas del sistema alimentario, los estudiantes desarrollan una imagen detallada que incluye muchos factores y sus interacciones, que giran en torno al sistema y lo impulsan.

VINCULAR LA PRÁCTICA A LA TEORÍA

En las primeras dos semanas del semestre de otoño en Noruega, los estudiantes de agroecología trabajan en granjas, hacen caminatas transversales por paisajes agrarios y entrevistan a los agricultores. Observan el agroecosistema intacto y funcionando en toda su complejidad y no intentan desconstruir el sistema en sus elementos sin ver la totalidad. Del mismo modo, los estu-diantes recorren las comunidades para observar todo lo relacionado con los alimentos y entrevistar a una variedad de actores en esa comunidad. Su objetivo es descubrir a los actores claves y comprender sus roles, para cuantificar los alimentos producidos localmente y los importados a la comunidad, y entender las aspiraciones a largo plazo de la población local en relación al sistema alimentario. Sintetizando los resultados de estos dos ejercicios, los estudiantes regresan al campus y a las clases y discusiones estructuradas, y construyen su conocimiento informados por la acción y el estudio de campo. Ahora están preparados para usar las teorías establecidas y los principios básicos de la literatura y de los instructores para integrar estas múltiples fuentes de infor-mación en una forma de “aprendizaje justo a tiempo” (Salomonsson et al. 2005).

(Ostergaard et al. 2010; Lieblein et al 2012)

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la que las perspectivas matemáticas y teóricas se consi-deran más reales que la experiencia vivida, concreta, en la cual se basan. La inversión ontológica pone al pensa-miento intelectual y a la generación de teoría al centro del aprendizaje sobre el mundo (Østergaard et al. 2010). Esto es exactamente lo que caracteriza a la academia y, por lo tanto, a muchos programas educativos: la prima-cía del conocimiento teórico. Esta perspectiva domina implícitamente la mayoría de las disciplinas científicas dentro de las ciencias naturales y sociales.

En contraste con los resultados centrados en la teoría de la revolución científica, nuestro enfoque agroecoló-gico tiene sus raíces en el pensamiento aristotélico. La inversión ontológica tiene que volver a re-invertirse, lo que implica devolver la primacía ontológica al mundo de las experiencias vividas. Esto implica que “los modelos científicos deben ser reconocidos como abstracciones reduccionistas que no explican todo acerca de un fenó-meno, sino sólo aquellos de sus aspectos que, por razo-nes históricas contingentes, hemos optado por conside-rar esenciales para nuestra comprensión de la realidad” (Dahlin et al. 2009, 202). Husserl (1970) acuñó el término “fenomenológico” para este planteamiento. El cambio a la fenomenología tiene implicaciones profundas con re-lación a la transdisciplinariedad y a la orientación hacia la acción en agroecología. En primer lugar, el cambio des-de la primacía teórica a la importancia vital de nuestros conocimientos y experiencias cotidianas sienta las bases para la transdisciplinariedad, puesto que las disciplinas que deben vincularse surgen de alguna manera de la perspectiva cartesiana, según la cual se supone que los conceptos teóricos presentan una realidad más objeti-va y verdadera que lo que podemos observar mediante nuestros sentidos en la vida cotidiana. Se necesita un nuevo paradigma para cruzar estas fronteras disciplina-rias. La llamada fenomenológica de Husserl consiste en volver a las cosas mismas como punto de partida para el proceso de aprendizaje. Además, nuestra experiencia vivida ofrece el punto de partida básico para explorar los espacios entre las disciplinas teóricas. En agroecología, la aproximación fenomenológica prepara a los aprendices (estudiantes y profesores) para una amplia apreciación del mundo de experiencias, y esa comprensión es impor-tante antes de las consideraciones teóricas del estudio. Y como tal, se establece un terreno común y primario, en el que perspectivas teóricas diferentes o secundarias, que ahora llamamos disciplinas, pueden interactuar.

La perspectiva fenomenológica sobre el aprendizaje, por lo tanto, implica ser y actuar en el mundo antes de generar conocimiento sobre el mundo. Según Merleau-Ponty (1962), nuestra conciencia no es en primer lugar una cuestión de “yo pienso” sino de “yo puedo”. El énfasis de Merleau-Ponty en la conciencia corporeizada y en el lugar del “yo pienso” ha llevado a un enfoque más explí-cito sobre la acción, como algo anterior a la cognición. Y como tal, una orientación hacia la acción en la educa-

ción y la investigación agroecológica no es una cuestión de elección “complementaria”, sino que es parte de su fundamento conceptual.

Programa de agroecología en Noruega

La Maestría en Ciencias de agroecología del semestre de otoño de la Universidad Noruega de Ciencias de la Vida (UMB) fue diseñada después de varias experiencias de cursos de doctorado, de una semana de duración en campo, centrados en sistemas, y que tuvieron lugar du-rante los años 90 (Lieblein et al. 2000b). Comenzando en una granja, los equipos de estudiantes entrevistaban a agricultores, caminaban por los campos, absorbían el contexto rural utilizando todos sus sentidos y evalua-ban las actuales condiciones económicas, medioam-bientales y sociales, además de la filosofía a largo plazo y los objetivos del agricultor.

Desde el principio se desarrolló y aplicó un enfoque de aprendizaje de caso abierto, y el método fue refinado por instructores que participaban en el curso (Francis et al. 2009). En esta estrategia de estudio de prácticas agrícolas, los equipos de estudiantes aceptan el reto de entrevistar profundamente a los agricultores para estudiar sus gran-jas y recursos naturales, observar las prácticas actuales y los diseños de sus sistemas y entender los objetivos y estrategias de los agricultores para el futuro. En el seg-mento del curso dedicado a los sistemas comunitarios de alimentos, los mismos equipos de estudiantes entrevis-tan a un cliente clave, que es a menudo el funcionario de agricultura del municipio, y continúan con las entrevistas de personas involucradas en el suministro de alimentos para escuelas, hospitales, comedores municipales y tien-das locales de alimentos. Con información sobre la pro-ducción y el consumo en una comunidad, los equipos de estudiantes obtienen una detallada imagen que les per-mite identificar elementos clave e interacciones impor-tantes en el sistema alimentario, con el fin de entender la situación actual, las metas futuras y los problemas clave. Esta herramienta se utiliza para diseñar visiones de futuro que impliquen el logro de los objetivos y la elaboración de planes de acción en estrecha colaboración con los ac-tores involucrados, tanto como sea posible. A diferencia del método de caso-decisión, en el que las soluciones son conocidas, en un caso abierto los estudiantes, profesores y clientes cooperan para buscar posibles soluciones y re-comendaciones.

Para preparar a los estudiantes y equipos en sus estu-dios de campo, en la última década se han adaptado y desarrollado una variedad de enfoques pedagógicos a través de la experiencia. Para el funcionamiento eficiente de los equipos de estudiantes y de las interacciones de los estudiantes en cada grupo de clase es esencial desa-rrollar y practicar las habilidades de comunicación nece-sarias en una comunidad de aprendizaje social (Francis et al. 2011). Una de las herramientas más importantes

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para diseñar con base en los conocimientos actuales una mejor producción agrícola, o para mejorar los sistemas alimentarios locales, es el proceso de visualizar sistemas en el futuro (Lieblein et al. 2011). Algunas ideas prácticas adicionales para el aprendizaje de campo incluyen las ca-minatas transversales por granjas y comunidades, las en-trevistas semi-estructuradas de los actores involucrados, hacer mapas mentales de las realidades actuales y de los sistemas futuros potenciales, el uso de metáforas como un medio para el entendimiento y la comunicación, así como la aplicación de diversos métodos de evaluación, como FODA (Fortalezas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas), los análisis del campo de fuerzas y de susten-tabilidad. Se han publicado hojas informativas sobre cada uno de estos temas en el NACTA Journal.

La evaluación del aprendizaje se ha basado en las reacciones y comentarios de los clientes en el campo, en los documentos que los equipos de estudiantes han entregado a los agricultores y clientes de la comuni-dad, en los documentos de reflexión individual de los estudiantes, en las presentaciones por equipos e indi-viduales y en los resultados de los graduados recientes sobre proyectos de tesis, así como en el ambiente labo-ral. Otros indicadores de éxito están relacionados con la reputación del programa en Noruega e incluyen la capacidad de reclutar nuevos estudiantes cada año, el apoyo de algunos clientes a ciertos costos de proyectos de estudiantes, el establecimiento de programas simi-lares basados en el modelo participativo, y premios de enseñanza por parte de organizaciones universitarias y organizaciones regionales.

Resultados del programa de agroecología en Noruega

Uno de los mejores indicadores de éxito en este se-mestre de agroecología basado en estudios de caso en el campo y en la participación de los agricultores y miembros de la comunidad en Noruega, es el alto nivel de interés y apoyo por parte de los clientes con los que los estudiantes han trabajado. Muchos agricultores y lí-deres comunitarios han invitado a los equipos de estu-diantes de la UMB a regresar el próximo año. Los clientes en las comunidades están impresionados no sólo con el aprendizaje de los estudiantes, sino también con la me-todología práctica, orientada a la acción y con los resul-tados que puedan adoptarse para ayudarles a cumplir sus metas. Un ejemplo reciente es un festival comunita-rio de alimentos recomendado por el equipo estudiantil del 2010 que trabajó en Tolga, en el valle del centro-este de Noruega. El festival fue planeado durante un año, y varios estudiantes del equipo estudiantil 2011 partici-paron en un evento de octubre que atrajo a más de 500 personas para conocer y probar la comida local, con la presencia de un ponente sobre nutrición, eventos mu-sicales y promoción general de productos y mercados locales. Otro indicador del éxito y el reconocimiento de

la acción responsable por parte de nuestros equipos de estudiantes ha sido que los clientes de las comunidades pagaron la mitad de los gastos de viaje y estancias en el campo de los estudiantes durante los últimos dos años. Obviamente las comunidades valoran las contribucio-nes de los estudiantes, pues han proporcionado recur-sos sustanciales de sus propios fondos locales.

Se preparan dos informes de los equipos de estu-diantes con base a los análisis y la visión de los sistemas agrícolas y de los sistemas alimentarios comunitarios. Estos se basan en estancias de una semana del equipo en la comunidad, en septiembre, y otra a principios de noviembre. Los resultados de las observaciones sobre el terreno, entrevistas, recopilación de datos y búsquedas en el internet se utilizan para crear una imagen deta-llada de la granja y otra de la comunidad. A partir de esto, los equipos debaten e identifican las interacciones claves entre los componentes, las fuerzas motrices más importantes, tanto internas como externas para granjas y comunidades, las limitaciones para alcanzar los obje-tivos y las energías positivas que ayudarán, así como las visiones y planes de acción que puedan promover un plan de acción para que los agricultores y las comunida-des puedan alcanzar sus objetivos.

Un ejemplo de un objetivo de un agricultor es intro-ducir ganado en una granja que ahora depende princi-palmente de cultivos y certificar la operación como or-gánica con el fin de añadir valor al trabajo y los recursos del agricultor. Los equipos proyectan varios escenarios posibles y los presentan al agricultor y su familia para su consideración; éste es el “documento del cliente agricul-tor”, que también es evaluado por los instructores como parte del proceso de calificación del curso, así como un documento por escrito de planificación de los estudian-tes para la acción responsable en la granja.

Un ejemplo de un objetivo de la comunidad es trans-formar sus instituciones públicas locales para comprar el 25% de su comida de fuentes locales en los próximos 5 años. Los equipos de estudiantes siguen el mismo pro-cedimiento de entrevistas, recopilación de datos sobre la producción y la demanda locales, con el fin de determinar la disposición de los agricultores para proveer la demanda y la disposición de los compradores de alimentos a cam-biar a fuentes locales. Los resultados conducen al análisis y evaluación de cuán realistas son los objetivos y cómo pueden cumplirse de la mejor manera. El “documento del cliente de la comunidad” es evaluado por los instructores y entregado al cliente clave de la comunidad para que ellos lo consideren en sus planes futuros. El enfoque principal es la acción responsable del equipo de estudiantes, que creará un impacto sobre los sistemas alimentarios locales.

Otras pruebas del éxito pueden recopilarse a partir de los documentos de aprendizaje individual de los es-tudiantes, donde cada uno resume sus logros durante el semestre, incluyendo cómo están aplicando la teoría en su búsqueda de la acción deseable en la granja y en

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la comunidad. Los estudiantes y los equipos comparten sus resultados en presentaciones orales para la comuni-dad agroecológica de aprendizaje, que incluye a todos los estudiantes de la clase y a sus instructores.

Los resultados del proceso educativo pueden eva-luarse examinando los proyectos de tesis completados, así como por los resultados del trabajo de los estudian-tes que han terminado el programa. Varios estudiantes, ya graduados, proporcionan los siguientes ejemplos de cómo el enfoque basado en los fenómenos en la agroecología ha conducido a acciones concretas:

· Proyecto de tesis de un estudiante canadiense que estudió el programa de prácticas CRAFT en Onta-rio, y luego, después de la graduación, ayudó a es-tablecer un curso de estudio de agricultura orgá-nica en la Universidad de Guelph y también fundó y ahora gestiona una gran operación de agricultu-ra apoyada por la comunidad (CSA, por sus siglas en inglés) que aún está en vigor.

· Proyecto de tesis de un estudiante del Reino Unido que comparó la producción orgánica de hortalizas por parte de mujeres con la producción orgánica de anacardo por parte de hombres en Tanzania, en el que mide los impactos sobre la nutrición e ingresos de las familias; posteriormente convocó un semina-rio nacional en Morogoro en la Universidad Agríco-la de Sokoine, incluyendo a grupos de agricultores, investigadores, educadores, divulgadores, grupos no gubernamentales y al gobierno federal con el fin de visualizar el futuro de la agricultura orgánica.

· Un proyecto de tesis sobre los factores que con-tribuyen al éxito de la agricultura ecológica en Noruega, condujo a un estudiante alemán al nom-bramiento de asesor agrícola en la oficina del go-bernador del condado en Hordaland, en la costa oeste de Noruega, y ha sido un firme colaborador y un buen recurso para los equipos de agroecolo-gía que trabajan en su región.

· La evaluación por parte de dos estudiantes sobre los potenciales de un sistema de riego que iba a insta-larse en la granja del rey, cerca de Oslo, con la reco-mendación de que la inversión no se hiciera, sino que debían aplicarse otros tipos de manejo; sus ideas fueron seguidas con éxito, y uno de los estudiantes es ahora inspector de cultivos orgánicos en Noruega.

· El proyecto de tesis de un estudiante canadiense sobre la formación de un Consejo de políticas ali-mentarias en Victoria, Columbia Británica, resultó en que la comunidad estableció ese Consejo y mantiene reuniones regulares para asesorar a las autoridades.

· El proyecto de tesis de una estudiante argentina sobre cómo usar análisis emergéticos para eva-luar la eficacia del sistema de pastoreo de vacas/terneros en las Pampas, del que emergieron reco-

mendaciones que pueden ayudar a formar sub-venciones nacionales y políticas de exportación. La estudiante sigue en un programa de doctora-do que evaluará varios otros sistemas de rotación de cultivos, de cultivos/ganado y de monocultivo, y que proporciona recomendaciones similares al gobierno (Rotolo et al. 2007). En verano del año 2011, ella organizó un taller nacional sobre los ser-vicios de los ecosistemas en la agricultura.

· Estudio de tesis de un estudiante costarricense so-bre las plantaciones de pequeños agricultores en Panamá. Los resultados revelaron que los ingresos del cultivo principal (el cacao) fueron sólo el diez por ciento del total de beneficios económicos y fa-miliares, que fueron asegurados por los sistemas agroforestales altamente diversificados que ma-nejaban. Otros productos incluían cultivos de ali-mentos, café, chontaduro o pibá, medicinas, leña y madera de alta calidad. Actualmente está evaluan-do información para hacer recomendaciones que conduzcan a la comercialización cooperativa por parte de las comunidades para eliminar los inter-mediarios y aumentar los ingresos familiares.

Otro indicador del asesoramiento académico y la confianza de los estudiantes en el aprendizaje de este programa de agroecología es la constante atracción de nuevos estudiantes cada otoño. Habiendo empezado con una docena de estudiantes en el año 2000, el curso ahora atrae anualmente a más de 60 candidatos para los 25 puestos cada año. Esta es una de las ofertas más popu-lares del Departamento de Plantas y Ciencias Medioam-bientales de la UMB. Se han establecido varios cursos en otras universidades, basados en parte en observaciones del éxito del modelo noruego; éstos están en Suecia, Francia, Etiopía, Uganda y Estados Unidos. Cada uno de los ejemplos que hemos descrito ofrece evidencias claras de la acción responsable de los graduados del programa de agroecología, y la experiencia de cada año conduce a pequeñas modificaciones en el calendario de activida-des, los recursos proporcionados a los estudiantes y el refinamiento en la medición del aprendizaje.

Nos hemos imaginado el proceso de aprendizaje como una progresión en una “escala de aprendizaje” que conduce a la acción responsable por parte de los estudiantes en sus carreras futuras, tal como se mues-tra en la Figura 1 (Lieblein et al. 2007). En lugar de partir de la memorización de habilidades y conocimientos es-pecíficos, o aprender teorías acerca de las granjas y sus prácticas, en la mitad inferior de la figura, comenzamos el curso en el paso 3, donde los estudiantes ganan ex-periencia a través de la inmersión en la granja con ex-periencia práctica. Se trata de la inmersión en los fenó-menos. Luego se mueven por la escalera para adquirir información adicional, habilidades o teoría, pues esto es esencial para comprender la realidad del campo. En eta-

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pas posteriores del proceso, ascienden por la escala para concebir sistemas mejorados y ponerlos en acción. Los pasos en el aprendizaje y el progreso de los estudiantes se observan en las numerosas actividades mencionadas en nuestro proceso de evaluación. El aprendizaje de los estudiantes en la escala interna, en la parte superior de la figura, es más difícil de evaluar, pero creemos que las pruebas de sus documentos de reflexión, los cuales defi-nen sus roles en los equipos, así como el incremento en su conocimiento de los estilos personales de aprendiza-

je de los otros estudiantes, reflejan avances en su propia apreciación interiorizada del proceso de aprendizaje. Esta área necesita ser más estudiada y evaluada.

Otros indicadores adicionales son los premios a los equipos docentes de agroecología que incluyen el NOVA Prize 2007, el Premio del Departamento de Edu-cación en Ciencias Ambientales y Botánicas 2009, el Premio de Educación UMB 2011, y una nominación para el Premio de Calidad Educativa 2012 del Ministerio de Investigación y Educación de Noruega.

Figura 1. Aprendizaje del estudiante en las escalas de aprendizaje externas e internas (basado en Lieblein et al. 2007).

TRADUCCION DE TERMINOS EN EL DIAGRAMAUna escala de aprendizaje dual

Descenso: Despertar el entorno de aprendizaje interior personal mediante observaciones en la granja o en el sistema alimentario. Parte interna: Practicar/ Asimilar/ Conectar/ Crear/ Actuar/ Aplicar

Ascenso: Introducirse en el entorno de aprendizaje en la granja o en el sistema alimentario para establecer el contexto y la relevan-cia. Parte externa: Formar/ Memorizar/ Explorar/ Imaginar/ Aplicar

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53Aprendizaje de la agroecología basado en los fenómenos: un prerrequisito para la…

Conclusiones

El semestre de agroecología de otoño en la Universidad Noruega de las Ciencias de la Vida (UMB) está diseñado para proporcionar un entorno de aprendizaje para que los estudiantes avancen hacia una mayor capacidad de acción responsable. Más de 200 estudiantes se han matriculado en este módulo intensivo en los últimos 12 años y la mayo-ría ha continuado para completar el grado de Maestría en Ciencias en nuestra Universidad o en otras. Aunque toda-vía no hemos estudiado explícitamente los vínculos entre el aprendizaje y la acción, las evaluaciones individuales, las observaciones de las actividades de los estudiantes en el campo, las discusiones de aula, sus documentos escritos colectivos para los clientes y los documentos de aprendi-zaje individual, sus proyectos y publicaciones de tesis y el desempeño de los graduados en posiciones actuales en el gobierno, en la academia, y en la comunidad de desarrollo, indican que el proceso de aprendizaje les ha sido útil. Los graduados están involucrados en trabajos relevantes y res-ponsables en sus organizaciones actuales y nos demues-tran su agudo sentido para ver las cosas de forma holística.

El cambio principal que hemos realizado en nuestro en-foque, con implicaciones para la transdisciplinariedad y la orientación a la acción, es el que va de un enfoque basado en la teoría, académico y tradicional, hacia otro que está basado en los fenómenos y orientado a la acción. Nuestro enfoque fenomenológico en agroecología prepara a los estudiantes para la transdisciplinariedad y la orientación a la acción de manera doble (Østergaard et al. 2010). En pri-mer lugar, proporciona una reorientación fundamental del énfasis en nuestros conceptos o teorías acerca del mundo hacia un enfoque centrado en los fenómenos como son y pueden llegar a ser, y esto se convierte en la base para el proceso de aprendizaje. En segundo lugar, hace hincapié en que la reflexión y el aprendizaje no son sólo vistos como procesos cognitivos, sino más bien como pasos mas im-portantes hacia nuestro actuar y participar en el mundo.

Basada en tal perspectiva, la participación activa no es un complemento pragmático a las actividades del aprendi-zaje, sino que más bien se convierte en un requisito previo para un aprendizaje completo sobre los sistemas agrícolas y alimentarios. Esto requiere un enfoque centrado en los clientes, tanto en la educación como en la investigación. Aquí, la relación central es entre los alumnos y los actores interesados, y los profesores actúan como facilitadores de estas reuniones. La contribución básica de los clientes es que comparten con los estudiantes, profesores e investiga-dores, sus experiencias vividas, y alientan a los estudiantes a desarrollarse en un frente más amplio que el meramente académico (Bleakley y Bligh 2008). Como tal, en la ense-ñanza de la agroecología es importante dotar a los alum-nos con lo que Bleakley y Bligh (2008) llaman experiencias interprofesionales, en vez de multiprofesionales, una ex-periencia que mejor podríamos llamar transprofesional. El común denominador del transprofesionalismo no es una

teoría común, sino una tarea común. Es esta tarea, o el fe-nómeno, el que tiene la capacidad de ir más allá (“trans”) de las disciplinas individuales, algo que no se encuentra dentro de las disciplinas.

Revertir la inversión ontológica en la educación e in-vestigación agroecológica, haciendo que el mundo de la acción y la experiencia sea el inicio y el fin del proceso de aprendizaje, puede reunir a investigadores de diferentes disciplinas alrededor de una tarea común. Un enfoque transdisciplinar es el modo inmediato y obvio para iniciar una exploración multidimensional eficaz y un proceso orientado hacia el cambio. La primacía otorgada a menu-do al dominio teórico debe dar paso a una nueva perspec-tiva centrada en los estudiantes que trabajan en el campo con los clientes, como primer paso importante en la cons-trucción de capacidades para la transdisciplinariedad y la acción responsable. Sentimos firmemente que “aprender no es un deporte de espectadores” y también concluimos que el proceso de aprendizaje nunca está “ terminado.”

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Resumen

El conocimiento de los agricultores tradicionales es enciclopédico y cambiante, pues siguen aprendiendo de las experiencias y el intercambio mutuo en la actualización de la agroecología. La ciencia moderna de la ecología es (o debería ser) la base científica de la agroecología y debería informar sinérgicamente la continua acumulación de conocimientos inherentes a la práctica de los pequeños agricultores. El conocimiento agrícola tradicional es profundo pero limitado, mien-tras que el conocimiento ecológico moderno es amplio pero poco profundo. La intersección de los conocimientos tradicionales con la ecología moderna podría resultar en la generación de un conocimiento que es a la vez profundo y amplio.

Palabras clave: TEK, conocimiento tradicional, complejidad ecológica, conocimiento indígena, conocimiento científico.

Summary

Complex traditions: the intersection of theoretical traditions en agroecological research

The knowledge of traditional farmers is encyclopedic and ever changing as they continue learning from experiments and mutual interchange in the actualization of agroecology. The mod-ern science of ecology is (or should be) the scientific basis of agroecology and should synergisti-cally inform the ongoing accumulation of knowledge inherent in the practice of small-scale farm-ers. Traditional agricultural knowledge is deep but narrow, while modern ecological knowledge is broad but shallow. The intersection of traditional knowledge with modern ecology could result in the generation of knowledge that is simultaneously deep and broad.

Keywords: TEK, traditional knowledge, ecological complexity, indigenous knowledge, scientific knowledge

TRADICIONES COMPLEJAS: INTERSECCIÓN DE MARCOS TEÓRICOS EN LA INVESTIGACIÓN AGROECOLÓGICA1

John Vandermeer1, Ivette Perfecto2

1Department of Ecology and Evolutionary Biology, University of Michigan, Ann Arbor, Michigan, 48109, USA; 2School of Natural Resources and Environment, University of Michigan, Ann Arbor, Michigan, USA. E-mail: [email protected].

Agroecología 8 (2): 55-63, 2013

Introducción 1

Nuestra propuesta es doble: 1) Los pequeños agri-cultores tradicionales tienen una base de conocimien-to que es fundamentalmente sólida, y 2) la base de su conocimiento es estructuralmente similar a la creciente comprensión científica de la complejidad ecológica. Es una propuesta que esperamos que provocará una res-puesta dicotómica, al menos inicialmente. Por un lado creemos que habrá quienes digan que eso es obvio, y simplemente no es nada nuevo para alguien familiariza-do con el trabajo antropológico o sociológico rural. Por otro lado, habrá fuertes objeciones por parte de otras

1 Este artículo es una versión resumida de un ensayo más extenso que puede consultarse en: http://www. sitemaker.umich.edu/jvander/publications_from_mexico_coffee_project.

voces, observando que una dependencia excesiva de los conocimientos tradicionales con frecuencia no es nada más que una tontería romántica, y que la ciencia moderna de la ecología se relaciona a los conocimien-tos tradicionales tanto como la química moderna po-dría relacionarse con la alquimia. Esperamos poder dis-cutir ambos lados de esta dicotomía.

Si nuestra propuesta puede parecer demasiado ob-via a algunos, nosotros argumentamos que sólo recien-temente los avances en el campo de la ecología han cambiado la forma en que entendemos los ecosistemas (Green et al. 2005, Vandermeer et al. 2010). En lugar de procesos ordenados de equilibrio, que antes se consi-deraban como un ensamblaje de especies, las nuevas técnicas analíticas que han surgido se relacionan con la dinámica de los ecosistemas. Ahora entendemos que cuestiones tales como las estructuras de redes comple-

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jas, las dinámicas espaciales, las no-linealidades, la esto-casticidad y los desfases temporales, todo ellos crean resultados inesperados y desafían las antiguas nocio-nes de estabilidad y sostenibilidad. Además, las nuevas herramientas moleculares han proporcionado un nue-vo lente para observar los procesos que ocurren en la naturaleza, complementando el enfoque experimental que había adoptado la ecología en las décadas de los 70 y 80 (Burton 1999). Reuniendo estos dos enfoques, los métodos teóricos complejos y nuevas herramientas de examen, tenemos una nueva ecología, basada tanto en las observaciones de los sistemas complejos como en la historia natural.

Si nuestra propuesta parece demasiado romántica, sostenemos que la transformación de la agricultura mundial al final de la II Guerra Mundial (Russell 2001) encendió la pasión de la exuberancia irracional que ha llevado a crisis tras crisis, de la resistencia masiva a base de pesticidas a las zonas hipóxicas del océano, de tal modo que vale la pena reconsiderar, incluso en la superficie, la sabiduría de los tradicionalistas. Además, un lente histórico perspicaz revela una estructura que ha estado durante mucho tiempo con nosotros. Robert Boyle observó que las ideas derivadas de los “oficios”, cuando se combinan con estructuras científicas siste-máticas, proporcionan una receta nutritiva para los des-cubrimientos científicos fundamentales (Conner 2005). Es decir, la “sabiduría de las épocas” es más sabia de lo que habíamos pensado. Simplemente utiliza diferentes palabras para describir los fenómenos. Richard Levins ha observado lo que aquí llamamos la paradoja de Le-vins — el conocimiento agrícola tradicional es profun-do pero local, mientras que el conocimiento científico es general pero superficial (Lewontin y Levins 2007). La idea de que el conocimiento científico avanzado puede ser visto en concordancia con algunos de los principios históricamente sostenidos por los tradicionalistas no debe ser una sorpresa realmente para nadie que no esté religiosamente comprometida con el mito modernista.

La soberanía alimentaria como concepto unificador

Tanto la idea de un enfoque ecológico de la inves-tigación en los agroecosistemas como la generación directa de conocimiento por parte de los agricultores científicos y sus interacciones, cobran vida política en el movimiento por la soberanía alimentaria. Como se indica en dos de los seis principios sobre la soberanía alimentaria de La Vía Campesina y Nyéléni 2007– Foro para la Soberanía Alimentaria (http:www.nyeleni.orgs-pip. php? article334):

La soberanía alimentaria se basa en las habilidades y el conocimiento local de los proveedores de alimentos y las organizaciones locales que conservan, desarrollan y gestionan la producción de alimentos localizada y los sistemas de recolección, desarrollando sistemas de in-

vestigación apropiados para apoyar esto y transmitien-do esta sabiduría a las generaciones futuras;

La soberanía alimentaria utiliza los aportes de la natu-raleza en la producción agroecológica de bajos insumos externos y los métodos de cosecha que maximizan la contribución de los ecosistemas y mejoran la capacidad de resistencia y adaptación, especialmente frente al cambio climático; busca “sanar el planeta para que el pla-neta puede sanarnos”; y rechaza los métodos que dañan las funciones ecosistémicas beneficiosas, o que depen-den de monocultivos intensivos en energía y fábricas de ganado, prácticas pesqueras destructivas y otros métodos de producción industrializada, que dañan el medioambiente y contribuyen al calentamiento global.

La comida se produce mediante la agricultura y el propósito subyacente de los alimentos, ideologías apar-te, es proporcionar el alimento para la gente. No es nece-sariamente, de ningún modo fundamental, una mercan-cía. Sin embargo, la ideología que prevalente en todo el mundo sostiene que lo que no es todavía una mercan-cía debe convertirse en ello. La soberanía alimentaria desafía esta ideología en dos niveles diferentes. En pri-mer lugar, tal como se consagra en muchos trabajos in-ternacionales (por ejemplo, De Schutter y Cordes 2011), los seres humanos deberían tener derecho a la alimen-tación, no un derecho a elegir gastar parte de su dinero en comprar comida. Este nuevo modelo rechaza la idea de que el alimento no es más que un bien comerciable, como cualquier otro. En segundo lugar, los seres huma-nos deberían tener el derecho de decidir colectiva y de-mocráticamente, a nivel local, como debe producirse la comida. Existen resúmenes disponibles más completos de la idea de la soberanía alimentaria (por ejemplo, Ros-set 2008, Altieri 2009).

La contingencia histórica impulsó al sistema agrícola industrial

No es difícil ver los contornos de los problemas que debemos abordar, aunque sean enormes: uno de cada tres niños se enferma por alimentos promovidos por anunciantes cuya preocupación principal son las bille-teras de la gente, no su salud (Nestle 2007); persisten re-siduos de plaguicidas a niveles que sólo se consideran seguros debido a los grupos de presión empresariales, causando un número indeterminado de problemas de salud (Pimentel et al. 1992); hay zonas muertas del océa-no que son resultado de la aplicación masiva de ferti-lizantes sintéticos (Nassauer et al. 2007, Diaz y Rosen-berg 2008); el calentamiento global se ve exacerbado por muchos elementos del modelo agrícola industrial (Lin et al. 2011). En definitiva, nuestro problema es un tipo de producción de alimentos que no es saludable para las personas, con métodos que son dañinos para el medioambiente. ¿Cómo llegamos a esta situación?

Durante al menos el 90% de nuestra existencia como

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especie hemos sido cazadores y recolectores (Lee y Daly 1999). La energía que requeríamos para hacer lo que te-níamos que hacer provenía de las sustancias adquiridas a través de la caza y la recolección, directamente de la naturaleza — grandes herbívoros vertebrados, frutas, tubérculos, larvas de insectos y otros elementos natura-les similares. La adopción de la agricultura permitió una forma mucho más eficiente de obtener esa energía y promovió un aumento dramático en nuestra población y tiempo de ocio (Cowan et al. 2006). Comenzamos una gran manipulación de la naturaleza, pero estábamos necesariamente restringidos por las leyes ecológicas y sólo podíamos producir dentro de las limitaciones de esas leyes. En otras palabras, desarrollamos “sistemas naturales de agricultura”, como se han denominado más recientemente (Jackson 2002).

Pero entonces ocurrió algo bastante dramático. Em-pezando durante las primeras décadas del siglo pasa-do y terminando en los cambios trascendentales en los años de posguerra, nuestra especie introdujo a la fuerza, en nuestro esfuerzo agrícola, las herramientas de la re-ciente, espectacularmente exitosa, Revolución Industrial (Hendrickson y James 2005). De ese modo, automatiza-mos, regularizamos, mercantilizamos, monetarizamos y transformamos en químico el proceso de generación de alimentos. Lo que, hasta ese entonces, se había hecho solo en la industria, ahora se introducía en la agricultu-ra; el trabajo humano y los procesos ecológicos fueron reemplazados con los combustibles fósiles. Aplicamos la energía industrial, de múltiples maneras, para el proceso de producción de alimentos. Al final, y en gran medida como consecuencia no deseada del vértigo de éxitos de la Revolución Industrial, transformamos el sistema que había hecho nuestra adquisición de energía más eficiente, en un sistema que utiliza más energía de la que produce — de un sistema productor de energía a un sistema consumidor de energía (Pimentel et al. 1973, Pimentel y Pimentel 1979, Pimentel et al. 1992, Pimentel et al. 2005, Martinez-Alier 2011).

Además, como consecuencia de la industrialización en la producción de alimentos, parecía bastante natural industrializar también el consumo de alimentos. Un pro-blema clave fue la capacidad de producir más alimentos de los que la gente generalmente quería comer, o por lo menos, más alimentos de los que la gente necesita comer para mantenerse saludable (es decir, cuando se consideran los alimentos como una mercancía, es inelás-tica). Un tomate debe comerse unos pocos días después de la cosecha, o a lo mejor una o dos semanas bajo refri-geración, o queda básicamente perdido para las formas de reciclaje de la naturaleza. Pero la gente no cooperaría con la nueva economía agrícola — insistieron en comer sólo la cantidad de tomates que les satisfacía. Dos estra-tegias evolucionaron para lidiar con este problema. En primer lugar, la tecnología de preservación de alimen-tos - durante mucho tiempo una actividad tradicional,

especialmente en el norte – se industrializó. Los toma-tes fueron convertidos en salsa de tomate que podría ser conservado y almacenado prácticamente a perpe-tuidad y, en segundo lugar, se animó a la gente a comer más y más. Los científicos de alimentos no sólo inven-taron formas creativas de extender la vida útil, también llegaron a entender las respuestas humanas básicas al sabor y la textura y, por tanto, cómo manipular esas res-puestas para animar a la gente a querer más y más. En consecuencia, tuvimos una revolución que dio lugar a los alimentos procesados y convertidos en lo que Pollen (2007) denomina «sustancias parecidas a comida», y a convertir a la gente en máquinas de consumo que cons-tantemente aumentan los límites de sus capacidades de consumir. De hecho, en el sistema alimentario moderno, las personas se denominan simplemente consumidores.

Hoy en día, la crisis medioambiental creada por el sistema agrícola industrial está empezando a recibir la misma atención académica que el cambio climático. Las emisiones directas de gases de efecto invernadero de la agricultura industrial son ahora apreciadas y yux-tapuestas con el hecho preocupante de que hay poca evidencia de que la intensificación haya conducido a un aumento global de la seguridad alimentaria, no impor-ta cómo sea definida (Patel 2010). Estas observaciones, junto con otros insultos medioambientales provenien-tes del sistema industrial, han generado una serie de in-formes críticos. El más notable fue la publicación de un informe patrocinado por las Naciones Unidas y el Banco Mundial, la Evaluación Internacional del Conocimiento Agrícola, la Ciencia y la Tecnología para el Desarrollo (IAASTD, en inglés) en 2009 (IAASTD 2009). Ese infor-me, similar a los informes del Panel Intergubernamen-tal sobre Cambio Climático (IPCC), anunció un desastre de salud y medioambiente en el horizonte si el sistema agrícola industrial continúa con su trayectoria. En un co-municado de prensa comentando este informe, Robert Watson, uno de los copresidentes del IAASTD (y ex Pre-sidente del IPCC) señaló «el negocio, como de costum-bre, no es una opción», refiriéndose al sistema agrícola industrial.

Reflexiones sobre la tradición

En la década de 1990, una entomóloga guatemalteca, Helda Morales, inició una investigación para su tesis doc-toral entre productores tradicionales mayas de maíz, en las montañas guatemaltecas. En su intento por enten-der y estudiar los métodos tradicionales de control de plagas, empezó por hacer la pregunta, “¿Cuáles son sus problemas con las plagas?” Se sorprendió al encontrar casi unanimidad en las respuestas de la mayoría de los agricultores con los que se entrevistó: “No tenemos pro-blemas con las plagas”. Sorprendida, reformuló su cues-tionario y preguntó, “¿Qué clase de insectos tienen en su milpa?», a lo cual recibió muchas respuestas, incluyendo

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58 Agroecología 8(2)

todas las principales plagas características del maíz y el frijol en la región. Luego preguntó por qué estos in-sectos, considerados como plagas por los entomólogos profesionales, no eran plagas según los agricultores ma-yas. Una vez más, recibió todo tipo de respuestas, sobre todo en forma de cómo manejaron el agroecosistema. Los agricultores eran sin duda conscientes de que estos insectos podrían ser problemas, pero también tenían formas de manejar el agroecosistema gracias a las cua-les los insectos se mantenían por debajo de los niveles que los catalogarían como plagas. El plan inicial de Mo-rales probablemente fue influenciado por su formación temprana en agronomía y entomología clásica, pero su interacción con los agricultores mayas le hizo cambiar su enfoque. En lugar de estudiar cómo los agricultores mayas resolvían sus problemas de plagas, se centró en por qué los agricultores mayas no tienen problemas con plagas en primer lugar (Morales y Perfecto 2000).

Son muchas las lecciones que pueden extraerse de los estudios de Morales. Y la mayoría apuntan a la ban-carrota intelectual de la investigación agrícola estándar. El enfoque del agrónomo clásico se fija en la idea de que los agricultores y agricultoras siempre enfrentan «problemas» que necesitan soluciones (o en la retórica más decorativa de las empresas químicas de la II Guerra Mundial, los agricultores tienen enemigos que deben ser vencidos, [Russell 2001]). Así, los pesticidas se convir-tieron en el armamento, la bala mágica, que se desple-garía para vencer las plagas.

Esta narrativa de derrotar-al-enemigo se con-virtió en el foco del agrónomo clásico — reaccionar ante los problemas, reales o imaginarios, que surgen en la granja. Por el contrario, sostenemos que la agenda de investigación agroecológica debe aprender de los estu-dios de Morales (Morales y Perfecto 2000). Tenemos que entender por qué no existen problemas; es decir, tene-mos que entender los reguladores naturales incorpora-dos y la complejidad ecológica inherente a la mayoría de los sistemas de producción agrícola tradicionales (Lewis et al. 1997).

Junto con el reconocimiento de que las granjas fun-cionan dentro de principios ecológicos, y de que parte del trabajo del investigador es entender esos principios, está el hecho de que los mismos agricultores han sido científicos durante mucho tiempo, y de que su cono-cimiento, aunque tal vez limitado en alcance, es muy profundo en lo que respecta a su granja en particular y a su sistema de cultivo, y a menudo beneficiado por los conocimientos acumulados de generaciones de antepasados (Richards 1985, Wilken 1987, Grossman 2003, Toledo y Barrera-Bassols 2008). Pero, más impor-tante, los agricultores también actúan como científicos de otro modo. Así como la ciencia prospera gracias a asociaciones y sociedades científicas - es decir, que la ciencia al final es una actividad social -, los agricultores científicos siempre han participado en intercambios

de conocimientos (Leitgeb et al. 2011). El granjero en el valle X, que intenta sembrar mandioca de un modo determinado y halla que éste modo funciona eficien-temente para resistir el ataque de una plaga particular, invariablemente comparte ese conocimiento con un granjero en el valle Y cuando se reúnen en su mercado común. Partiendo de esta idea obvia, algunos investiga-dores orientados a la acción han promovido la idea del intercambio de agricultor a agricultor como un vehículo para el desarrollo (Rölin y van de Fliert 1994, Bentley et al. 2003, Holt-Giménez 2006) y una herramienta social importante para la generación de nuevos conocimien-tos científicos (Stuiver et al. 2004).

Complejidad ecológica

Un elemento bastante sorprendente del control biológico fue deducido en 1991 partiendo de conside-raciones elementales sobre las no-linealidades en las ecuaciones elementales de ecología teórica (Arditi y Be-rryman 1991). La idea clásica, presentada inicialmente en 1926, más o menos al mismo tiempo e independien-temente por Lotka y Volterra, era que los depredadores (la fuerza del presunto control biológico) y sus presas (la supuesta plaga) deben oscilar respectivamente el uno con el otro. Las oscilaciones pueden tener dinámi-cas complejas asociadas con ellos, pero bajo toda esa complejidad, las oscilaciones son un hecho que gene-ralmente se observa en la naturaleza (Vandermeer y Goldberg 2003).

Agregando un poco de realismo a esas ecuaciones, se llegó a la conclusión de que las oscilaciones a veces se reducían, pero también podían continuar oscilando para siempre. Y, lo más importante, estas oscilaciones permanentes ocurren generalmente cuando el valor de equilibrio que se espera de la presa es relativamente bajo y, peor aún, mientras más cerca a cero es la expecta-tiva de equilibrio de la presa, mayores son las oscilacio-nes, hasta el punto en que el número de depredadores sube tanto que consumé el 100% de la presa disponible. Sin ninguna presa para alimentarse, los depredadores también mueren resultando en su extinción del sistema.

La situación paradójica en cuanto se refiere al con-trol biológico es que un técnico de control de plagas puede tener el objetivo sincero de reducir la población de plagas pero termina eliminando los depredadores y aumentando las plagas. En otras palabras, a medida en que el técnico tiene éxito en reducir la población de la plaga, ésta tiende a ser empujada a la zona de oscila-ciones fuertes y resulta en la eventual extinción del de-predador. Desafortunadamente, para la mayoría de las situaciones de control biológico, no se sabe lo suficiente sobre la dinámica ecológica subyacente al sistema para saber cuándo éste podría ser empujado al umbral de la inestabilidad, llevando a la inevitabilidad de la sorpre-sa en el sistema. Con estudios cuidadoso, los sistemas

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que hoy parecen «imposibles de conocer» en lo que concierne al agricultor, pueden llegar a entenderse su-ficientemente para intervenir previamente y evitar el mencionado colapso. Pero para ello se requiere un en-tendimiento, de hecho una comprensión relativamente profunda, de la ecología del sistema.

Una de las ideas claves que la ecología moderna pone ahora sobre la mesa como una obviedad es la revolución del caos (Hastings et al. 1993). Su importancia práctica es frecuentemente incomprendida, en parte por el én-fasis en su inherente imprevisibilidad. El malentendido surge en parte de este énfasis. Las fluctuaciones caóti-cas son, formalmente, totalmente impredecibles en el sentido de que partiendo de dos situaciones diferen-tes, pero casi idénticas, el futuro de las dos trayectorias es impredecible, sin importar cuánta información uno tiene sobre el sistema. Así, por ejemplo, si sabemos que dos manzanares tienen aproximadamente, pero no del todo, el mismo número de gusanos de la manzana este año, y un tercero está casi, pero no del todo, libre de los gusanos de la manzana, esta información no tiene nin-guna relación con cuántas plagas tendrán los tres huer-tos dentro de unos años. Por un lado, este conocimiento debería implicar un poco de humildad en cualquier pro-grama de investigación que busca la predicción precisa de casi cualquier cosa acerca de un agroecosistema. Por otro lado, la idea de que nuestra incapacidad para pre-decir hace que cualquier intento de comprensión del sistema carezca de sentido, refleja un malentendido de las ideas de la revolución del caos.

Para ver la naturaleza de esta idea, considérese el si-guiente escenario simple. Supongamos que tenemos un cultivo en dos valles adyacentes. Una población de una especie de plaga de oruga se reproduce indepen-dientemente en cada uno de los valles, pero puede mi-grar entre valles (o ser llevada por el viento) en cierta medida. Si representamos gráficamente el tamaño de las poblaciones de los dos valles durante un tiempo, por un período de siete años, podemos obtener algo similar a la Figura 1a, donde los símbolos de círculos ce-rrados representan lo que sucede en un ciclo de siete años particular (cada número representa el año). Pue-de observarse que no hay ningún patrón obvio discer-nible, que es una característica de un sistema caótico. Pero hay algo aún peor! Según lo representado en los círculos abiertos (y los numerales grises), si empezamos el sistema, con los mismos parámetros vitales, en un punto levemente diferente, la posición de los puntos en los años subsiguientes pierde totalmente la relación en las dos trayectorias (la trayectoria representada por los círculos cerrados y la otra trayectoria representada por los círculos abiertos).

Puesto que en la práctica nunca podemos calcular realmente la densidad de una población real en la na-turaleza tan de cerca que los dos puntos en la posición 1 sean distinguibles, nuestra capacidad de predecir lo que sucederá se ve seriamente comprometida. Así, por ejemplo, si sabemos dónde están las dos poblaciones en el punto 1, ¿nos dice esto algo sobre dónde estarán después de siete años? (recuérdese, realmente no pode-

Figura 1 Densidades relativas de dos poblaciones en dos valles adyacentes [las ecuaciones son Ni(t+1) = rNi(t)(1-Ni(t)) –mNi(t) + mNj(t) ], donde r es la tasa de aumento de la población y m es la tasa de migración entre valles, con valores de parámetros r = 6.637; m = 0.04.

a) Siete generaciones sucesivas (años) para dos puntos de partida distintos (etiquetados 1), con un punto de partida que conduce a los puntos representados con círculos cerrados y el segundo representado con círculos abiertos. Hay dos fechas indicadas para mayor claridad: flechas sólidas que van del tiempo 3 al 4, y del tiempo 4 al 5 para una trayectoria; y flechas discontinuas que van del tiempo 3 al 4, y del tiempo 4 al 5 para la otra trayectoria. Nótese la rápida desviación de una trayectoria con respecto a la otra, una característica de los sistemas caóticos.

b) El gráfico después de miles de generaciones. Las líneas discontinuas indican la posición aproximada de un umbral teórico eco-nómico para las dos poblaciones.

c) Vista ampliada de una parte de la región densa (de 0,5 a 0,55) ilustrando el patrón de varias densidades que son claramente no azarosas.

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mos saber si estamos siguiendo los círculos cerrados o los círculos abiertos de la Figura 1a). La respuesta es no, una predicción precisa es imposible.

Sin embargo, si observamos este sistema modelo durante varios miles de años (es decir, iteraciones en la computadora), surgen los puntos representados en la Figura 1b (cada punto es mucho menor que en la Figura 1a, con el fin de que encajen todos). Si bien es cierto que la predicción exacta es imposible, también es cierto que el sistema no es en absoluto azaroso. De hecho, pode-mos decir que la mayor parte del tiempo ambos valles estarán, o bien por debajo de los valores relativos de 0,75, o por encima de esos valores, aunque en ocasiones uno de los valles estará por encima y el otro por debajo. Además, hay algunos lugares dentro de las dos principa-les concentraciones de puntos que son más propensos a ocurrir que otros. Desde una perspectiva práctica, por ejemplo, si el umbral económico para esta especie es de 0,75, vemos que esta plaga será normalmente una plaga en ambos valles, o no será una plaga en ambos valles, pero no siempre. Además, si nos centramos en mirar más de cerca (obsérvese la región donde ambas pobla-ciones están entre 0,5 y 0,55 — figura 1C) vemos una estructura fractal en la cual lo que es aparentemente azaroso en una escala, tiene una estructura significativa en una escala menor. Tanto la imprevisibilidad funda-mental como la estructura rígida están contenidas den-tro de este sistema caótico.

Así, vemos que una población caótica es, por un lado, totalmente impredecible, por lo menos con respecto a una predicción precisa; pero por otro lado tiene una es-tructura muy rígida. La tarea consiste en ser capaz de re-conocer cuál es la escala adecuada en la cual el sistema debe ser examinado y simultáneamente armarnos con humildad y heurística — humildad en nuestro recono-cimiento de que la precisión es un sueño inalcanzable y heurística en tanto que una comprensión cualitativa del sistema puede surgir a partir del análisis cuantitati-vo. Este es el mensaje de la revolución de caos para los estudios ecológicos serios en agroecología.

La intersección entre complejidad ecológica y conocimiento tradicional

En el Land Institute de Salinas Kansas, Wes Jackson (2002) ha promovido la “agricultura de sistemas na-turales”. La idea es que el ecosistema natural local nos proporciona la visión de cómo debería diseñarse un agroecosistema. La idea de Jackson gana considerable fuerza partiendo de la tradición. Más o menos la mis-ma idea fue elaborada, en una forma más simplificada, por Sir Albert Howard cuando fue enviado a la India por la reina Victoria a enseñar a cultivar a los agriculto-res indios. Él descubrió tradiciones profundas, basadas principalmente en el conocimiento de la ecología local, que a su parecer funcionaban mejor que la agricultu-

ra moderna que promovían los científicos victorianos. También podrían citarse otros ejemplos (por ejemplo, Gliessman et al. 1981, Ewel 1986, Wilken 1987, Toledo 1990, Altieri 1990, 2004, Sevilla Guzmán 1991, Denevan 1995, Berkes et al. 2000, Funes et al. 2002, Toledo y Barre-ra Bassols 2008). Pero Jackson (2002) pone sobre la mesa una búsqueda explícita de la relación dialéctica entre la ciencia moderna de la genética y la ecología y la es-tructura de los ecosistemas naturales. Él se da cuenta de que la franja de cultivo de grano en América del Norte pretende imponer un monocultivo anual en un entorno que, al menos desde el Pleistoceno, se caracterizó por un policultivo perenne. El problema, señala Jackson, es que las hierbas perennes no han tenido el tipo de mo-dificaciones genéticas que los agricultores tradicionales imponían a las gramíneas anuales que conforman la idea de los monocultivos anuales. Siguiendo está lógica, establecieron un programa de modificación genética para crear pastos perennes de mayor rendimiento (o, la perenización de los granos clásicos).

En la mayoría de las regiones tropicales del mundo se puede ver la influencia de la agricultura de los sistemas naturales. Por ejemplo, cuando el café llegó a América Latina (al menos a la parte norte de la región), los agri-cultores comenzaron a cultivarlo debajo de un dosel de árboles de sombra (y, con frecuencia, incluso bajo un dosel de bosques naturales), sabiendo que en su estado natural es una planta de sotobosque. Desarrollos pos-teriores en la región condujeron a la creación de lo que ahora llamamos bosques de café, conocidos por ser un importante refugio para la biodiversidad (Perfecto et al. 1996, Moguel y Toledo 1999). Una evolución similar caracteriza la producción de cacao en Brasil (Faria et al. 2006), así como el caucho en África Occidental y en In-donesia (Suyanto et al. 2001).

Nos hemos dedicado al estudio de las formas tradi-cionales de producción de café y hemos llegado a la conclusión de que,

. . . los productores tienen una conciencia univer-sal y evidente de que el mundo natural ofrece servi-cios de ecosistema que contribuyen a la estabilidad, productividad y sostenibilidad de sus granjas . . . . [Nos dimos cuenta de que] a través de la compleji-dad espacialmente explícita de innumerables inte-racciones, muchas de las cuales son múltiples y no-lineales, emerge una noción más alta de equilibrio — no el equilibrio de Newton, sino el equilibrio de una duna de arena movedizas cuya estructura de-tallada cambia minuto a minuto, pero cuya natura-leza fundamental como “duna de arena” nunca está en duda. Nuestro conocimiento no se convierte en la cruda lógica positivista que debe identificar a un enemigo singular para conquistarlo y la bala mágica con la cual podemos hacerlo, sino más bien la visión holística de un nuevo tipo de «equilibrio» que emer-

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ge de la complejidad que los agricultores tradiciona-les han entendido intuitivamente desde el principio. (Vandermeer et al. 2010)

Discusión

El conocimiento contenido en la teoría y la práctica de los agricultores tradicionales del mundo es ciertamente enciclopédico. Como los agricultores siguen aprendien-do de las experiencias y de la comprensión mutua y de las generaciones anteriores, es seguro que se desarrolla-rán sistemas agrícolas más racionales, aunque el sistema industrial les presione con su implacable publicidad. Es probable que el modelo industrial siga con esa publici-dad implacable. La alternativa ecológica que favorece-mos y que combina la teoría ecológica actual y los co-nocimientos tradicionales, hasta la fecha ha tenido una influencia limitada, aunque creciente. Un problema que parece ser universalmente reconocido es el dramático nivel de incertidumbre en nuestra comprensión de los sistemas ecológicos involucrados. La locura de seguir an-tiguas técnicas de investigación es evidente para todo el mundo, excepto para aquellos cuya carrera depende de ellas (recordemos la advertencia de Upton Sinclair (1934) “es difícil que alguien entienda algo cuando su salario depende de malinterpretarlo” [109]). Sin embargo, de-bemos reconocer que desde la Segunda Guerra Mundial ha habido cientos, si no miles, de investigadores apro-vechándose de miles de millones de dólares en investi-gación para apoyar el desarrollo del sistema industrial. Y son extremadamente buenos en hacer que ese sistema industrial funcione lo mejor que puede. En contraste, el estudio ecológico de los agroecosistemas está aún en su infancia. Cuando los mismos miles de millones de dólares se gasten en tratar de desenredar la enorme complejidad de los ecosistemas; cuando miles de investigadores ten-gan el mismo nivel de apoyo, y cuando esa investigación ecológica de vanguardia una sus fuerzas con los cono-cimientos tradicionales de los agricultores que se han beneficiado de miles de años de ensayo y error y expe-rimentación, podemos imaginar el día en que estaremos mucho mejor capacitados para reunir los principios eco-lógicos de los agroecosistemas en apoyo de la planifica-ción agroecológica.

Así, prevemos un futuro en el que la ciencia de la eco-logía, especialmente la que se aplica a la agroecología, llegará a ser todavía más iluminadora. A la vez, imagina-mos un futuro en el que los pequeños agricultores ten-drán el control de sus propios sistemas de producción, lo que significaría que alcanzarían la plena soberanía alimentaria, y seguirían desarrollando su propia ciencia. Uno de los mayores retos, a nuestro entender, es enfren-tarse a la paradoja de Levins. Esto implicaría una involu-cración creativa en todas las dimensiones del problema.

Sostenemos que la ciencia moderna de la ecología tiene mucho que ofrecer a la creciente revolución del

agroecosistema. De hecho, argumentamos que, del mis-mo modo que la ciencia de la química es la base de la ingeniería química, la ciencia de la ecología es (o debe-ría ser) la base de la agroecología. Sin embargo, también sucede que el conocimiento acumulado de millones de agricultores de pequeña escala en todo el mundo tiene mucho que ofrecer a la ciencia moderna de la agroeco-logía. De hecho, una definición común de la agroecolo-gía incorpora los conocimientos tradicionales como una de las bases de la agroecología. Como Conner (2005) reflexionó en su “ A People’s History of Science”, las ne-cesidades prácticas de producir cosas (es decir, no las artimañas etéreas como “instrumentos financieros”, sino bienes y servicios reales que las personas utilizan) ha mo-tivado a las personas, a través de las épocas, a entender cómo funciona el mundo. La ciencia, en esencia, consiste en comprender esto. De hecho, estamos de acuerdo con Robert Boyle en que «como el naturalista puede... derivar mucho conocimiento de una inspección de los oficios, de ese modo, en virtud de los conocimientos así adquiri-dos... puede ser también capaz de contribuir a la mejora de los oficios» (Connor 2005, 22) — un principio que es probablemente más importante que su famosa ley so-bre los gases. De hecho, es quizás el principio científico más importante de todos — la paradoja de Levins. Los conocimientos tradicionales son profundos pero loca-les, mientras que el conocimiento ecológico moderno es general, pero superficial. ¿Es pedir demasiado promover una agenda de investigación que busque combinar estos dos conocimientos? ¿Tener al menos como objetivo final (o sueño), la generación de un conocimiento que sea al mismo tiempo profundo y general?

Nota

1.- Por “oficio” (en inglés, “trade”) entendemos aquí una habilidad o arte. A Robert Boyle, filósofo del siglo diecisiete, químico y físico que dio nombre a la Ley de Boyle sobre los gases, le interesaba comprender el modo en que los hombres y mujeres en oficios comu-nes acumularon un conocimiento que era sistemático, organizado y revelador, tanto como el conocimiento científico moderno. Este detalle se discute en detalle en Conner (2005).

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AGROECOLOGÍA, SOBERANÍA ALIMENTARIA Y LA NUEVA REVOLUCIÓN VERDE

Eric Holt-Giménez1, Miguel A. Altieri2

1Institute for Food and Development Policy/Food First, 398 60th Street, Oakland, CA 94618, USA; 2Department of Environmental Science, Policy and Management, University of California, Berkeley, 215 Mulford Hall-3114, Berkeley, CA

94720-3114. E-mail: [email protected]

Resumen

Frente a la crisis alimentaria global recurrente, las instituciones del régimen corporativo ali-mentario proponen una nueva Revolución Verde acompañada por la continuación de las po-líticas económicas neoliberales. En tanto que, para empezar, éstas son causas de las crisis, este enfoque puede empeorar el problema del hambre, en lugar de resolverlo. Construir un contramo-vimiento depende en parte de la formación de fuertes alianzas estratégicas entre la agroecología y la soberanía alimentaria. Los agroecólogos se enfrentan a decisiones importantes entre versio-nes reformistas y radicales de la agroecología. La primera versión intenta cooptar la agroecología a la Revolución Verde; la segunda sitúa la agroecología dentro de un movimiento campesino políticamente transformador que busca la soberanía alimentaria.

Palabras clave: Agroecología, soberanía alimentaria, revolución verde, neoliberalismo, contramo-vimiento.

Summary

Agroecology, food sovereignty, and the new green revolution

In the face of recurrent global food crises, institutions of the corporate food regime propose a new Green Revolution coupled with a continuation of neoliberal economic policies. Because these are causes of the crises to begin with, this approach can worsen rather than end hunger. Building a countermovement depends in part on forging strong strategic alliances between agroecology and food sovereignty. Agroecologists face important choices between reformist and radical versions of agroecology. The former version attempts to co-opt agroecology into the Green Revolution; the latter centers agroecology within a politically transformative peasant movement for food sovereignty.

Keywords: Agroecology, food sovereignty, green revolution, neoliberalism, countermovement

El hambre, el régimen alimentario corporativo y el retorno de la revolución verde

La crisis alimentaria del año 2008 se repitió en 2010 con un devastador impacto en los pobres del mundo— la mayoría de los cuales son campesinos (Collier 2008, FAO 2011). El hambre fue resultado, no de la falta de re-servas globales de alimentos, sino de la inflación de los precios de los alimentos (Bailey 2011, Brown 2011). La volatilidad y el elevado precio de los alimentos han lle-vado a las instituciones del régimen corporativo alimen-tario a pedir un aumento del 70% en la producción de alimentos para el año 2050 (Conforti 2010, FAO 2011).

Un régimen alimentario es una “estructura dirigida por reglas de producción y consumo de alimentos a es-

cala mundial” (citada en McMichael 2007). El presente régimen alimentario corporativo (McMichael 2009) se compone de ministerios gubernamentales del sistema alimentario mundial, instituciones globales, monopo-lios agroalimentarios, universidades con tierras cedidas por el estado, comités de expertos y grandes filántropos que generan las tecnologías y el discurso y hacen cum-plir las “reglas” del régimen (por ejemplo, los acuerdos de libre comercio, la Ley Agrícola de Estados Unidos [Farm Bill] y la PAC (Política Agrícola Común Europea)1.

1 La construcción del régimen corporativo alimentario co-menzó en la década de 1960 con la Revolución Verde, que propagó el modelo industrial de producción agrícola de altos insumos externos en el Sur Global. Las políticas de ajuste estructural del Banco Mundial y del Fondo Moneta-

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Con la crisis alimentaria, las instituciones internacio-nales produjeron un flujo constante de evaluaciones para la inversión en biotecnología y una nueva Revolu-ción Verde (Von Braun 2007, Banco Mundial 2007, Ber-tini y Glickman 2008; Baulcombe et al. 2009, McIntire et al. 2009, Beddington 2011). Con la notable excepción de la Evaluación Internacional del Conocimiento Agrícola, Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (IAASTD, en in-glés) — estos informes descansan en varios supuestos problemáticos, a saber: que el consumo de carne de ga-nado alimentado con grano se expandirá en las econo-mías emergentes; que la tierra cultivable se transforma-rá en agro-combustibles; que la especulación financiera y la volatilidad de los precios en alimentos básicos con-tinuará sin control; que los aumentos de producción de-penden de los transgénicos, las tecnologías de propie-dad y los insumos externos; y que el comercio mundial liberalizado es esencial para la seguridad alimentaria.

Estos supuestos respaldan la afirmación político-eco-nómica que subyace a la llamada del 70% de aumento para 2050: no es la agricultura privatizada de la Revo-lución Verde, ni los mercados globales liberalizados, los que han provocado propiamente las crisis alimentarias, sino su aplicación ineficiente o inadecuada. Por lo tanto, la solución es hacer más de lo mismo, sobre un área ma-yor, de forma más eficiente.

Como indica Amin (2011), esta estrategia neoliberal está

[apoyada] por el “fundamento absoluto y supe-rior” de la gestión económica basada en la propie-dad privada y exclusiva de los medios de produc-ción.... Según este principio, la tierra y el trabajo se convierten en mercancía, como cualquier otra mer-cancía, y son transferibles al precio de mercado para garantizar el mejor uso para sus dueños y para la so-ciedad en su conjunto. Esto no es otra cosa que una mera tautología y, sin embargo, es en lo que se basa todo el discurso económico crítico.

Enfrentado al crecimiento global económico estan-cado, este paradigma considera al campesinado como un lugar de “acumulación a través de la desposesión” (Harvey 2005, 137), y como un sector para una potencial

rio Internacional (PAE) siguieron en los años 80, privatizan-do las agencias estatales, eliminando las barreras a los flujos de capital del Norte e inundando de grano subsidiado el Sur Global. Los acuerdos de libre comercio de la década de 1990 y la Organización Mundial del Comercio consagraron los SAP dentro de los tratados internacionales. El resultado acumulado fue el desplazamiento masivo de campesinos, la consolidación de los oligopolios agroalimentarios mundia-les y un cambio en el flujo global de los alimentos: mientras que los países en desarrollo producían un superávit anual de mil millones de dólares en la década de 1970, para el 2004 estaban importando 11 mil millones de dólares ame-ricanos al año (Holt-Giménez et al., 2009).

expansión del Mercado. Como sus cifras están aumen-tando un 8% anual, el acceso al mercado a los 2.5 miles de millones de campesinos en la “base de la pirámide” se ha convertido en un atractivo para el capital global (World Economic Forum, Boston Consulting Group 2009).

Como en los años 1960–1980, la clave del capital para obtener la tierra de los campesinos y los mercados de insumos y productos básicos es, una vez más, la Revolu-ción Verde. Al igual que una vez el papel de las Fundacio-nes Ford y Rockefeller, la Fundación Bill y Melinda Gates es ahora la nueva iniciativa filantrópica de la Revolución Verde, cuya tarea es resucitar el Grupo Consultivo Inter-nacional sobre Investigación Agrícola (CGIAR en inglés) y obtener un amplio acuerdo social, financiero y guber-nativo (Holt-Giménez 2008, Patel et al. 2009). La nueva “Doble Revolución Verde” (Conway 1997), conserva las mismas bases genéticas patentadas que la Revolución Verde original, pero ha añadido tecnologías transgéni-cas, mercados globales, preocupaciones medioambien-tales y un papel de liderazgo para el sector privado. El programa Feed the Future de La Agencia para Desarrollo Internacional, de EEUU, la Alianza de la Fundación Gates para una Revolución Verde en África (AGRA) y la Nueva Visión para las Iniciativas de la Agricultura en África, de la industria, por ejemplo, disponen de cadenas de valor, asociaciones público-privadas, micro-finanzas, “comer-ciantes de productos agrícolas” de aldeas y contratos de pequeñas explotaciones agrícolas (Fundación Gates 2008, World Economic Forum 2009).

A pesar de las críticas sociales, medioambientales y agrícolas generalizadas a la Revolución Verde (ver Free-bairn 1995; Bello 2009; Holt- Giménez et al. 2009; Mag-doff and Tokar 2010; Soil Association 2010; Toulmin et al. 2011; Winders 2009; Wittman et al. 2010), las institucio-nes del régimen alimentario se han sumado sin fisuras a la agenda de la Revolución Verde.

Agricultura campesina y agroecología: un medio y una barrera para la revolución verde

Los pequeños agricultores del planeta y la práctica de la agroecología constituyen ambos un medio y una barrera para la expansión de la agricultura capitalista. Los pequeños productores subsidian la agricultura ca-pitalista con mano de obra barata y abastecen un mer-cado vasto, de gama baja. Este dualismo funcional entre campesinos y agricultura de capital intensivo acelera la expansión industrial, resultando en la diferenciación y el desplazamiento de los campesinos y la subsunción de la agricultura campesina a la agricultura capitalista (De Janvry 1981). Al mismo tiempo, la mano de obra fami-liar, las granjas de tamaño pequeño, la agricultura y los sistemas de conocimientos diversificados, y las estrate-gias de subsistencia pluriactivas de los pequeños agri-cultores, preservan los sistemas de cultivo campesinos,

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presentando barreras y competencia para la agricultura capitalista (Wilken 1988, Netting 1993) y dan lugar a la “persistencia del campesinado” (Edelman 2000, 14; ver también van der Ploeg 2010).

La agricultura tradicional fue la base cultural y eco-lógica para el desarrollo de la agroecología como cien-cia (Altieri 1995, Gliessman 2007). Debido a que está arraigada en los sistemas de los pequeños agricultores y se basa en la gestión del agroecosistema en lugar de en los insumos externos, la agroecología es también una barrera a las tecnologías de la Revolución Verde. La agroecología es conocimiento intensivo (en lugar de ca-pital intensivo), tiende hacia las granjas pequeñas, alta-mente diversificadas y hace hincapié en la capacidad de las comunidades locales para generar y ampliar las inno-vaciones a través de enfoques de investigación y exten-sión de campesino a campesino (Holt-Giménez 2006).

La primera Revolución Verde atrajo a millones de pequeños agricultores, muchos de los cuales fueron expulsados de la agricultura por agricultores más gran-des, mejor capitalizados, o fueron a la quiebra después de que sus tierras se volvieran estériles y los créditos del subsidio desaparecieran (véase Hewitt de Alcánta-ra 1976; Shiva 1991). Más del 70% de la agrobiodiver-sidad del mundo — en gran medida mantenida in situ en los agroecosistemas de los pequeños agricultores — se perdió de la agricultura (FAO 2009). Cuando las pequeñas granjas comenzaron a desaparecer bajo los métodos de la Revolución Verde en los años 70, muchos agricultores se volvieron hacia la agroecología en un esfuerzo por restaurar la materia orgánica de la tierra, conservar el agua, restaurar la biodiversidad agrícola y manejar las plagas (Altieri 2004). Desde principios de los años 80, cientos de organizaciones no gubernamentales (ONGs) en África, América Latina y Asia, han promovido miles de proyectos de agroecología que incorporan ele-mentos de los conocimientos tradicionales y la moder-na ciencia agroecológica (Pretty 1995, Altieri et al., 1998, Uphoff 2002). Con las crecientes crisis de alimentos, de combustibles y del clima, la importancia de los servicios sociales y ecológicos proporcionados por la agricultura campesina agroecológica está siendo ampliamente re-conocida (Holt-Giménez 2002, De Schutter 2010).

En América Latina, la expansión de la agroecología ha producido innovaciones cognitivas, tecnológicas y sociopolíticas, íntimamente ligadas a nuevos escenarios políticos tales como el surgimiento de gobiernos pro-gresistas en Ecuador, Bolivia y Brasil y los movimientos de resistencia campesina/indígena (Ruiz-Rosado 2006, Toledo 1995). Así, la “revolución epistemológica, técnica y social” de la agroecología se constituye mutuamente con los movimientos sociales y los procesos políticos “de base” (Altieri y Toledo 2011, 587).

Mientras que la Revolución Verde se ha ido “ecolo-gizando” a sí misma desde su muy publicitada renova-ción (Grupo Consultivo Internacional sobre Investiga-

ción Agrícola 1997), sus defensores han criticado a la agroecología alegando su baja productividad y por no haberse extendido (“scale-up”). Estas críticas ignoran las evidencias que demuestran la alta productividad y resistencia de la agricultura campesina gestionada agroecológicamente (Pretty 1995, Holt-Giménez 2002, Badgley et al. 2009, Pretty y Hine 2000) y olvidan que el ascenso de la primera Revolución Verde exigió la movi-lización estructural masiva de recursos del Estado y del sector privado (Jennings 1988).

Aunque la agroecología se ha extendido ampliamen-te mediante los esfuerzos de las ONGs, los movimien-tos campesinos y proyectos universitarios, sigue siendo marginal para los planes de desarrollo agrícola oficiales y se ve ninguneada por los recursos proporcionados a la Revolución Verde. En contraste, el remarcable ascen-so de la agroecología en Cuba surge, en gran medida, del firme apoyo estructural del gobierno (Rosset et al. 2011). La pregunta “¿Por qué la agroecología no puede crecer?”, exige responder a la pregunta, “¿Qué está impi-diendo que crezca la agroecología?”.

La revolución verde y la agroecología: ¿matrimonio o dualismo funcional?

Dada su popularidad y su potencial, algunos go-biernos, universidades e incluso grandes fundaciones filantrópicas, están incorporando selectivamente as-pectos técnicos de la agroecología que no cuestionan la política de la Revolución Verde. Algunos agriculto-res orgánicos (Roland y Adamchak 2009) y ecologis-tas (Foley 2011) sugieren que un matrimonio entre la agroecología, la agricultura orgánica y la biotecnolo-gía puede cerrar brechas en el rendimiento y reducir la huella ambiental de la agricultura industrial a través de la intensificación sostenible, por ejemplo, aumen-tando la eficiencia de los insumos y/o usando varie-dades genéticas climáticamente inteligentes (Royal Society 2009). La Fundación Gates (2008) está incor-porando el manejo integrado de la fertilidad del suelo a sus proyectos. Los defensores de estos enfoques su-gieren que debido a la gravedad de la crisis alimenta-ria tenemos todas las soluciones, esto es, organismos genéticamente modificados (OGM) “productivos”, y prácticas agroecológicas “improductivas” (pero más verdes) (Gates 2009). Invariablemente, la agroecología recibe una fracción de los fondos proporcionados a las tecnologías de la Revolución Verde (GM Freeze 2011). La agroecología se subordina además a la agricultura convencional por proyectos académicos revisionistas que borran su historia, despojándola de su contenido político (por ejemplo, Tomich et al. 2011). Cooptando la agroecología, relegándola a los márgenes de la cien-cia y a nichos de mercados en el régimen corporativo alimentario, estas estrategias avanzan una forma de “dualismo funcional” (De Janvry 1981, 174)

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Agroecología y movimientos para la soberanía alimentaria

Una nueva Revolución Verde podría, concebiblemen-te, concentrar la producción de alimentos en unas 50.000 granjas industriales en todo el mundo (Amin 2011). Supo-niendo las mejores tierras, los insumos subsidiados y ac-ceso favorable a los mercados, estas granjas podrían pro-ducir los alimentos del mundo (aunque de modo no muy sostenible). Pero ¿cómo comprarían esta comida los 2,5 miles de millones de pequeños agricultores desplazados? La alternativa — agricultura agroecológica manejada por pequeños agricultores - fue reconocida por los autores de la Evaluación Agrícola Internacional de Conocimientos de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (IAASTD, en inglés) como la mejor estrategia para reconstruir la agricultura y acabar con la pobreza rural y el hambre,

[La riqueza] del conocimiento agrícola, la ciencia y la tecnología (AKST) que el mundo ha acumulado... debe estar dirigida hacia estrategias agroecológicas que combinen la productividad con la protección de los recursos naturales como los suelos, el agua, los bosques y la biodiversidad. En particular, ahora los esfuerzos de investigación y el desarrollo deben dirigirse a incluir en forma participativa a los agri-cultores de pequeña escala y familiares, puesto que constituyen la mayor parte de los pobres y los que pasan hambre, además de representar a la mayoría de los defensores del medioambiente. Las prácticas agrícolas orgánicas, biodinámicas, de conservación y agroecológicas... son opciones que abordan las prin-cipales limitaciones para la seguridad alimentaria y de nutrición, así como cuestiones relacionadas con la soberanía alimentaria (Herren y Hilmi 2011).

Para ser una estrategia efectiva, habrá que realizar grandes cambios en las políticas, instituciones y priori-dades de investigación para crear un entorno propicio al desarrollo agroecológico de base campesina. Esta transformación requerirá probablemente combinar las prácticas agroecológicas extensivas en el terreno y una fuerte voluntad política para superar la oposición y la cooptación por parte de la Revolución Verde.

¿Cómo podría conseguirse la voluntad política?Los pequeños agricultores que trabajan con movi-

mientos como Campesino a Campesino de América La-tina, y las redes de ONGs para la agricultura sostenible dirigida por agricultores, como Participatory Land Use Management (PELUM) en África, han restaurado tierras degradadas usando prácticas agroecológicas altamen-te eficaces en cientos de miles de hectáreas de tierra (Holt-Giménez 2006, Wilson 2011).

Al mismo tiempo, las organizaciones campesinas que luchan por la reforma agraria se han enfrentado al dum-

ping de mercancías, a las reformas agrarias basadas en el mercado y, más recientemente, a extensos acaparamien-tos de tierras (Rosset et al. 2006, Borras y Franco 2012). La federación internacional de campesinos La Vía Campe-sina ha hecho un llamamiento para la soberanía alimen-taria, “el derecho de los pueblos a alimentos saludables y culturalmente apropiados, producidos mediante mé-todos ecológicamente sanos y sostenibles y el derecho a definir sus propios sistemas alimentarios y agrícolas” (citado en Patel 2009, 666). La globalización transfronte-riza de estos movimientos (Keck y Sikkink 1998) respon-de en parte a la intensificación de los recintos del capital y en parte es una decisión estratégica para participar en la militancia globalizada (Borras 2004).

La necesidad de apoyo estructural para los pequeños agricultores en las redes locales de agroecología y las demandas agrarias globalizadas del movimiento para la soberanía alimentaria son áreas complementarias de si-nergia estratégica (Holt-Giménez 2010). La crisis alimen-taria los está llevando a unirse.

Cuando la federación de ONGs PELUM trajo a más de 300 granjeros-extensionistas a Johannesburgo para hablar sobre agroecología en la Cumbre Mundial so-bre Desarrollo Sostenible, los agricultores formaron el Foro de Agricultores de África Meridional y Oriental para abordar las cuestiones agrarias (Wilson 2011). Tras la reunión sobre la crisis alimentaria en Roma en 2008, La Vía Campesina se reunió en Mozambique, donde fir-maron una declaración por una solución agroecológica de los pequeños agricultores ante la crisis alimentaria. Acontecimientos como éste (y muchos otros) sugieren que la convocatoria internacional para la soberanía ali-mentaria está empezando a echar raíces en las redes de agroecología de los pequeños agricultores. Del mismo modo, La Vía Campesina está extendiendo constante-mente los enfoques agroecológicos a través de sus pro-pias organizaciones de agricultores (Martínez-Torres y Rosset 2010, La Vía Campesina 2010).

Conforme las redes locales en defensa de las prác-ticas agroecológicas se fusionan con los movimientos agrarios transnacionales para la soberanía alimentaria, generan una enorme presión social — la presión nece-saria para inclinar la balanza de la voluntad política a favor de la soberanía alimentaria y la agroecología. Esta presión puede tomar la forma de una reforma constitu-cional (como por ejemplo, la ley de soberanía alimenta-ria de Ecuador, Patel 2009), las campañas de base y las declaraciones de la sociedad civil que reúnen las prácti-cas agroecológicas con la práctica política (La Via Cam-pesina 2012) o la adopción de la agroecología como estrategia de desarrollo, como por ejemplo las escuelas y programas de formación del Movimiento de Trabaja-dores Sin Tierra en Brasil.

Sin embargo, esta convergencia se enfrenta a divisio-nes históricas entre las organizaciones de agricultores de base agraria y las redes de agroecología basadas en

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ONGs. Estos últimos son más fácilmente cooptados por enfoques técnicos y apolíticos sobre desarrollo agrí-cola. Esto ha llevado a los practicantes veteranos de la agroecología a pedir un cambio en el comportamiento y las prioridades de las ONGs, de las agendas orientadas por la tecnología, a las estrategias que apoyan organi-zaciones políticas dirigidas por agricultores (Batta et al. 2011).

La llamada a las alianzas estratégicas también pro-cede de los líderes campesinos. Alberto Gómez, de la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campe-sinas de México (UNORCA) afirma: “Tenemos que formar alianzas con los técnicos o con ONGs que complemen-ten nuestras actividades… nuestra lucha no está solo en la arena política, en la construcción de movimientos, también consiste en construir alternativas locales. Se trata de crear un contexto distinto para la agricultura y la vida campesina. En este sentido existen complemen-tariedades” (citado por Holt-Giménez 2010, 228).

Discusión

El régimen corporativo alimentario, como el siste-ma económico capitalista, atraviesa períodos de libe-ralización caracterizados por mercados no regulados y concentración masiva de capital, seguido por fracasos devastadores y agitación social. Estos son seguidos por períodos reformistas en los que los mercados se regu-lan en un esfuerzo por re-estabilizar el régimen. Aun-que estas fases parecen políticamente distintas, son en realidad dos caras de un mismo sistema. Como observó Polanyi (1944), si los mercados capitalistas no regulados se manejan de forma incontrolada indefinidamente, eventualmente destruirían la base social y material de la producción capitalista. Sin embargo, las reformas ne-cesarias no son resultado de las buenas intenciones de los reformistas. Conforme los mercados liberales soca-van la sociedad y el medioambiente, se deterioran las condiciones sociales, dando lugar a fuertes contramo-vimientos que obligan a los gobiernos a reformar sus mercados e instituciones.

Holt-Giménez y Shattuck (2011) identifican las ten-dencias neoliberales y reformistas dentro del régimen corporativo de alimentos. Ambos comparten una base de poder enraizada en los gobiernos del G-8 (Reino Unido, Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania, Japón, Canadá y Rusia), instituciones multilaterales, corporacio-nes monopolistas y grandes fundaciones filantrópicas. La tendencia neoliberal es hegemónica, basada en el liberalismo económico, impulsada por los monopolios de empresas agroalimentarias y manejada por institu-ciones como el Departamento de Agricultura de Esta-dos Unidos (bajo el Secretario de Agricultura Tom Vil-sack), el PAC, la Organización Mundial del Comercio, el brazo financiero del sector privado del Banco Mundial (International Finance Corporation) y del Fondo Mone-

tario Internacional. La tendencia reformista es mucho más débil y administrada por ramas subordinadas de las mismas instituciones (por ejemplo, Kathleen Merrigan, Secretaria adjunta de Agricultura y el sector público que financia al Banco Mundial).

Mientras que la misión de la reforma es mitigar los excesos del mercado, su «trabajo» es idéntico al de la tendencia neoliberal: reproducir el régimen corporati-vo alimentario. Los reformistas piden reformas suaves como redes de seguridad social, comercio justo y nichos de mercado ecológico, así como versiones apolíticas, centradas en la tecnología, de la agroecología.

Los movimientos globales alimentarios se caracteri-zan por dos grandes tendencias: progresista y radical. Muchos de los actores dentro de la tendencia progresis-ta avanzan alternativas prácticas a los alimentos agro-industriales, tales como la agricultura agroecológicas sostenibles y orgánica. La tendencia radical también pide alternativas prácticas, pero se centra más en las re-formas estructurales de los mercados y los regímenes de propiedad y en las demandas de clase, la redistribu-ción de las tierras, el agua y los recursos, es decir, la sobe-ranía alimentaria (Holt-Giménez y Shattuck 2011).

En parte debido a su historia académica y de ONGs, la agroecología ha residido en gran parte dentro de la tendencia progresista. Como tal, la agroecología está expuesta a la cooptación política y financiera por parte de los proyectos reformistas del régimen alimentario. No obstante, muchos agroecólogos trabajan con orga-nizaciones campesinas radicales y se identifican con la soberanía alimentaria. La agroecología radical, basado en los movimientos, es rechazada por el régimen ali-mentario en favor de la agroecología des-politizada y basada en los proyectos, que fácilmente se subsume bajo las agendas de la Revolución Verde. Dado el poder político y financiero del régimen corporativo alimenta-rio, muchos programas académicos y ONGs «siguen al dinero» en tiempos económicos difíciles, despolitizan-do su trabajo y adaptándose a los objetivos de la Re-volución Verde y del Mercado Global. Sin embargo, la desenfrenada expansión neoliberal de la agricultura in-dustrial también radicaliza la agricultura (y la agroecolo-gía) sobre el terreno, mientras los pequeños agricultores luchan por la supervivencia.

Conclusión: prevenir la cooptación, reforzar la agroecología

El dualismo funcional de la agricultura capitalista utiliza la nueva Revolución Verde para convertir a los pequeños agricultores y a la agroecología en un me-dio (en lugar de barrera) para la expansión de la agri-cultura industrial. El resultante privatización neoliberal de las semillas, la tierra y los mercados, podría destruir el sustento de la mayoría de los 2,5 miles de millones de pequeños agricultores del planeta, reducir aún más

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la agro-biodiversidad y debilitar severamente la resis-tencia del agroecosistema global. Estos aumentarán el hambre en el mundo y limitarán nuestra capacidad para mitigar y hacer frente al cambio climático.

La agroecología tiene un papel fundamental que desempeñar en el futuro de nuestros sistemas alimen-tarios. Si la agroecología es cooptada por la tendencia reformista de la Revolución Verde, es probable que se fortalezca el régimen corporativo de alimentos, se de-biliten los contramovimientos y se vuelvan poco pro-bables las reformas sustantivas al régimen corporativo alimentario. Sin embargo, si los agroecólogos constru-yen alianzas estratégicas con las luchas radicales por la soberanía alimentaria, el contramovimiento al régimen corporativo alimentario podría fortalecerse. Un contra-movimiento fuerte podría generar una considerable vo-luntad política para la reforma transformadora de nues-tros sistemas alimentarios. Los medios de subsistencia de los pequeños agricultores, la eliminación del hambre, la restauración de la agrobiodiversidad y la resistencia del agroecosistema del planeta, estarían mejor servidos bajo este escenario.

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INSTITUCIONALIZACIÓN DEL ENFOQUE AGROECOLÓGICO EN BRASIL: AVANCES Y DESAFÍOS

Paulo Petersen1, Eros Marion Mussoi2, Fabio Dal Soglio3

1Agricultura Familiar e Agroecología, AS-PTA, Rua das Palmeiras 90, Botafogo, Rio de Janeiro, 22270-070 Brasil; 2Departamento de Zootecnia y Desarrollo Rural, Universidad Federal de Santa Catarina, Florianópolis, Brasil;

3Pos-graduación en Desarrollo Rural, Universidad Federal do Rio Grande do Sul, Porto Alegre, Brasil. E-mail: [email protected].

Resumen

Este artículo esboza un breve panorama de los avances y desafíos que conlleva la implemen-tación del enfoque agroecológico en las instituciones brasileñas. Comienza con un relato de las luchas de los movimientos sociales rurales que trabajan en el nivel de base más profundo del “ campo agroecológico” del país. Los procesos que condujeron a la creación y desarrollo de la Articulación Nacional de Agroecología (ANA) y la Asociación Brasileña de Agroecología (ABA--Agroecología) se presentan como una parte fundamental de una construcción en proceso. To-mando como base las evoluciones en la internalización de la agroecología en la enseñanza oficial, investigación y servicios de extensión rural, el artículo identifica algunos de los grandes obstá-culos prácticos, teóricos y político-ideológicos, que dificultan la ruptura con el paradigma de la modernización por parte de las instituciones del estado.

Palabras clave: Agroecología Política, Brasil

Summary

Institutionalization of the agroecological approach in Brazil: advances and challenges

This article sketches a brief panorama of the advances and challenges involved in the imple-mentation of the agroecological approach in Brazilian institutions. It begins with an account of the struggles of rural social movements working at the deepest grassroots level of the country’s “agroecological field.” The processes that led to the creation and development of the National Agroecology Alliance (ANA) and the Brazilian Agroecology Association (ABA-Agroecologia) are presented as a key part of the construction now under way. Taking as a baseline the evolutions in the internalization of agroecology in official teaching, research, and rural extension services, the article identifies some of the powerful practical, theoretical, and politico-ideological obstacles preventing the rupture with the paradigm of modernization on the part of state institutions.

Key words: Political Agroecology, Brazil

EL CAMPO DE LA AGROECOLOGÍA EN BRASIL EN UN CONTEXTO HISTÓRICO

Después de cinco siglos de dominación social, eco-nómica e ideológica de las élites agrarias, hoy en Brasil podemos observar la aparición de un amplio proceso social que busca construir alternativas a los patrones de ocupación y uso del suelo, depredadores del medioam-biente y socialmente excluyentes, implantados desde el comienzo de la colonización europea (Pádua 2002). Aunque las poblaciones rurales marginadas del país nunca han sido pasivas frente a la grave privación de derechos básicos, experimentados por ellos mismos, en

el transcurso de la historia (Oliveira et al. 2008), la situa-ción actual de los movimientos sociales rurales incluye características sin precedentes que merecen ser des-tacadas (Petersen y Gomes de Almeida 2007, Wolford 2010).

En primer lugar, cabe destacar que, a pesar de sus di-versas formas de expresión, las organizaciones sociales rurales están convergiendo lentamente en una serie de consensos sobre los cambios necesarios para superar el patrón dominante de la ocupación y uso del suelo, per-mitiendo que la agricultura familiar campesina se am-plíe y se establezca firmemente en el país. Además de la lucha histórica por el acceso a la tierra y por la aplicación

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de los derechos fundamentales del ciudadano, los con-sensos que se están construyendo ahora incluyen una nueva dimensión político-conceptual: la sostenibilidad socio-ambiental de la producción campesina. Dada la situación en la que decenas de miles de familias se ven obligados a abandonar sus propiedades cada año debi-do a condiciones de vida insostenibles, es evidente que mejorar el acceso a la tierra mediante la reforma agraria no será suficiente para garantizar el desarrollo a largo plazo de la producción agraria familiar en Brasil. Las crí-ticas a los patrones de organización técnica y socioeco-nómica heredados de la Revolución Verde han madu-rado entre las organizaciones y movimientos sociales campesinos, pues ha quedado claro que el acceso a las políticas públicas diseñadas para diseminar estos patro-nes no han proporcionado las condiciones adecuadas para la reproducción social, económica y ambiental de las unidades de producción agrícola familiar1; más bien lo opuesto: han sometido a los productores familiares a la dependencia tecnológica, costos de producción y endeudamiento cada vez más altos, así como degrada-ción ecológica de los agroecosistemas e intoxicación de personas por plaguicidas (Articulação Nacional de Agroecologia 2006, Bolliger y Oliveira 2010, Guanzirolli et al. 2010).

Esta incorporación creciente de la crítica a los patro-nes de producción de la agricultura industrial por parte de los líderes nacionales de los movimientos sociales rurales no puede entenderse adecuadamente sin tomar en cuenta el vigoroso surgimiento de alternativas desa-rrolladas por agricultores familiares y sus organizacio-nes locales, que responden activamente a la negación de los derechos y a los procesos de exclusión económi-ca generada por la modernización agrícola. Un rasgo común de estas respuestas puede identificarse en las formas innovadoras de gestión de ecosistemas, basadas en tecnologías que valorizan los recursos locales, garan-tizan altos niveles de autonomía para las economías fa-miliares y, al mismo tiempo, preservan el medioambien-te y la salud de productores y consumidores2.

La segunda característica distintiva del actual con-texto histórico de los movimientos sociales rurales está

1 El Encuentro Unitario de los Trabajadores y Trabajadoras, Pueblos de los Campos, delasAguas y delos Bosques, ce-lebrada en agosto del 2012, representó un punto de re-ferencia en la construcción de convergencias. Por primera vez, los principales movimientos sociales rurales explicita-ron su decisión de adoptar la agroecología como el marco orientador para implementar transformaciones estructu-rales en el Brasil rural. (Encontro Unitário dos Trabalhado-res e Trabalhadoras, Povos dos Campos, das Águas e das Florestas 2012).

2 La construcción social de los mercados locales, que per-miten acercar la producción de alimentos y el consumo, es otra expresión de estas respuestas construidas activa-mente a los procesos de concentración corporativa de los sistemas agroalimentarios (Wilkinson 2008).

relacionada precisamente con la creciente coordina-ción nacional de estas iniciativas locales y regionales autónomas diseñadas para promover alternativas téc-nicas, económicas y organizativas para la producción agrícola familiar. Los principales espacios para la expre-sión de esta dinámica emergente en evolución son la Alianza Nacional de Agroecología (Articulação Nacio-nal de Agroecologia- ANA) y la Asociación Brasileña de Agroecología (Associação Brasileira de Agroecologia- ABA-Agroecologia) (Caporal y Petersen 2011).

Sin embargo, esta evolución hacia la internalización del paradigma agroecológico por parte de organizacio-nes de la sociedad civil se está desarrollando en paralelo con el afianzamiento de formas convencionales de pro-ducción del Estado brasileño, centradas en los monocul-tivos y grandes entidades agrícolas agroexportadoras. Basándose en un pacto de Economía Política reformula-do en los años 90, el sector del agronegocio mantiene la iniciativa en cuanto a su influencia en las directrices de políticas de Estado, reafirmando su dominio en los nive-les políticos, económicos e ideológicos (Petersen 2005). En funcionamiento desde el gobierno de Fernando Hen-rique Cardoso (1995–2002), este pacto combina la estra-tegia del Estado de impulsar el crecimiento económico con ingresos derivados de exportaciones de materias primas agrícolas, con la maximización de las ganancias de los grupos de agronegocios de la agricultura a gran escala, agroindustrial y los sectores financieros.

La tensión entre estas dos tendencias contradictorias significa que Brasil es hoy exaltado por los ideólogos de la modernización como una de las mayores potencias agrícolas del mundo, gracias a la ocupación de vastas áreas de tierra para monocultivos modernizados, pro-ducidos para la exportación (“Brazil’s agricultural mira-cle” 2010, Tollefson 2010), mientras que al mismo tiem-po es reconocido como un punto de referencia para las acciones que promueven la agroecología, la agricultura familiar y la seguridad alimentaria y nutricional (Action Aid 2010, De Schutter 2012).

Esta colisión política, relacionada con concepciones diferentes del desarrollo, no puede decidirse a favor de la sostenibilidad socio-ambiental sin implementar una estrategia de ocupación masiva de las zonas rurales por parte de experiencias agroecológicas, como un medio material de producción y una fuente de inspiración para las políticas públicas. La Carta Política del 2do Encuen-tro Nacional de Agroecología proporciona una expre-sión analítica de este punto de vista:

Un número cada vez más importante de trabajadoras y trabajadores y sus organizaciones, en todo el país, ha entendido que sólo la agroecología tendrá la capacidad política para la transformación, si se desarrolla efectiva-mente a través de políticas concretas que garanticen la satisfacción de las necesidades de los productores fami-liares y de la sociedad en su conjunto. Al mismo tiempo, como se experimentan y diseminan localmente, en las

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prácticas agroecológicas innovadoras está el embrión del nuevo modelo que se está construyendo y que ya está inspirando la formulación de un proyecto colectivo a nivel nacional (ANA 2006, citado en Gomes de Almei-da 2009: 67–83).

El reto de conectar las prácticas agroecológicas con la teoría agroecológica, para que este proyecto colectivo pueda entrar en vigor histórico, requiere la maduración continua de un movimiento agroecológico capaz de ca-nalizar las fuerzas vivas de la sociedad para trascender el paradigma de la modernización a nivel político, teórico y práctico. Las experiencias de construcción de la Arti-culación Nacional de Agroecología y la Asociación Bra-sileña de Agroecología, junto con los desafíos que han generado, proporcionan una fuente rica de enseñanza e inspiración hacia este fin.

ANA Y ABA-AGROECOLOGÍA: EXPRESIONES DE UN MOVIMIENTO EMERGENTE

Aunque las prácticas de experimentación social han florecido desde la década de 1970 - diseñadas para res-ponder a los retos productivos, económicos y ambienta-les provocados por la dinámica de modernización agrí-cola y evidenciadas sobre todo por la activa capacidad de las comunidades eclesiásticas de base (Comunidades Eclesiais de Base; CEBs) vinculadas a la Iglesia Católica -, la construcción sistemática de una alternativa agrícola al modelo de la Revolución Verde sólo comenzó a ges-tarse en la década de 1980, tras el encuentro entre estas dinámicas locales innovadoras y un sector más intelec-tualizado de la sociedad que ha estado desarrollando una crítica de los procesos de transformación agrícola en el país (Petersen y Gomes de Almeida 2007).

El escenario político era excepcionalmente favora-ble, debido al debilitamiento de la dictadura militar, la progresiva recuperación de las libertades públicas, la reanudación de los procesos organizativos de los movi-mientos populares y la intensificación del debate sobre las alternativas para el desarrollo democrático de la so-ciedad. Algunos aspectos destacados de este momento histórico incluyeron la creación de organizaciones no gubernamentales (ONGs) y la acción de las asociacio-nes profesionales, especialmente los agrónomos, como precursores en la elaboración de una evaluación crítica de la modernización en la agricultura. Profesionales ya armados con obras de referencia fundamentales, críti-cas con la agricultura industrial, hicieron aportaciones técnicas y conceptuales fundamentales3.

Posteriormente, desde finales de la década de 1980, lo que entonces se llamaba agricultura alternativa ad-quirió una mayor coherencia conceptual y metodológi-ca con la llegada a Brasil de los textos científicos básicos

3 Un papel clave en el proceso puede atribuirse a Ana Maria Primavesi y José Lutzemberger, dos prominentes líderes intelectuales en este movimiento naciente.

de la agroecología. La publicación en portugués de li-bros claves (Altieri 1989, Gliessman 2000) y la conexión entre ONGs brasileñas y organizaciones de otros países latinoamericanos, especialmente las pertenecientes al Consorcio Latinoamericano sobre Agroecología y Desa-rrollo (CLADES) fueron contribuciones decisivas en este proceso. Estas aportaciones teóricas también llegaron a través de profesionales formados en agroecología en universidades estadounidenses y europeas.

Disponiendo de un marco epistemológico que per-mite entender mejor la realidad en que la agricultura campesina familiar vive y trabaja (Altieri 1989, Norgaard 1989), el enfoque agroecológico abrió nuevos horizon-tes para el desarrollo de metodologías más coherentes con el objetivo de promover una forma de agricultura alternativa a la Revolución Verde.

La acumulación de experiencias locales identificadas explícitamente con la agroecología y con su propaga-ción por las diferentes regiones del país ayudó a au-mentar la visibilidad de los procesos descentralizados liderados por redes locales y regionales de innovación. A raíz de estas dinámicas de aproximación y reconoci-miento mutuo, surgió la propuesta y adquirió fuerza para crear una alianza nacional, que valoró y se bene-fició de la diversidad de iniciativas descentralizadas que ya se estaban aplicando y permitió la expresión del campo agroecológico como un frente unido (Gomes de Almeida 2009).

La formalización en el año 2001 de la propuesta de ce-lebrar el 1er Encuentro Nacional de Agroecología (I ENA) fue el resultado de la difusión y las interrelaciones entre redes de múltiples actores que se identificaban con la propuesta agroecológica. Celebrada en junio de 2002 en Río de Janeiro, con la participación de 1.100 personas de todas las regiones de Brasil, el I ENA fue concebido con el propósito de aumentar la visibilidad de experiencias concretas en innovación agroecológica, situándolas en el centro de los debates. El seguimiento político princi-pal de I ENA fue la creación de la ANA, coordinada por el variado conjunto de entidades (movimientos sociales, redes regionales, asociaciones profesionales y ONGs) que convocaron originalmente el evento.

En este proceso, el encuentro entre las prácticas socia-les basadas en la agroecología con la teoría agroecológi-ca demostró ser un elemento esencial en la construcción e intensificación de las fuerzas sociales alrededor de un proyecto capaz de transformar la agricultura brasileña. Sólo después de este proceso de traducción y de fertiliza-ción mutua entre la teoría y la práctica de la agroecología que el conocimiento científico aportado por los especia-listas dejó de ser percibido como una imposición exterior o como expresión de verdades incuestionables y llegó a incorporarse como aportación a la innovación local. Pero para que esta evolución pudiese suceder, ha sido esencial que se desarrollen evoluciones correspondientes en las prácticas de las instituciones científicas-académicas.

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También, se hicieron avances notables en Brasil en esta esfera. Aunque este proceso ha sido hasta ahora incapaz de redirigir las concepciones y prácticas de la mayoría de las instituciones, las semillas de este cam-bio han sido ampliamente diseminadas y ahora están germinando gracias al trabajo de los educadores, inves-tigadores y técnicos de extensión rural que, individual o colectivamente, innovan en la forma de entender y par-ticipar en la producción e intercambio de conocimien-tos hacia el desarrollo rural (Petersen et al. 2009).

La creación de la ABA-Agroecología en 2004 repre-senta un hito en este proceso evolutivo. Con el objeti-vo principal de unir en su membresía a todos aquéllos que, profesionalmente o de otro modo, se dedican a la agroecología y ciencias afines, ABA-Agroecología asu-me el reto de mantener y fortalecer los espacios cien-tífico-académicos, tales como congresos y seminarios, y promover la divulgación del conocimiento agroecoló-gico elaborado de forma participativa a través de publi-caciones. Además, se ha comprometido a participar en la política para defender la agricultura familiar campe-sina. Tras haber acogido ya siete congresos brasileños de agroecología, ABA-agroecología es reconocida hoy como un interlocutor clave en temas relacionados con la incorporación de la perspectiva agroecológica en la enseñanza oficial, la investigación y las instituciones de extensión rural.

LA AGROECOLOGÍA EN LA ENSEÑANZA OFICIAL, LA INVESTIGACIÓN Y LAS INSTITUCIONES DE EXTENSIÓN RURAL

La capacidad adquirida por la sociedad civil de pro-poner e influir en la política recorre un largo camino para explicar los avances significativos que el estado brasileño ha hecho durante la última década y media. En diferentes niveles de coherencia conceptual y meto-dológica, la agroecología ha sido asimilada como punto de referencia en los proyectos y programas de varios organismos gubernamentales federales, estatales y mu-nicipales. Aun cuando las acciones son meramente sim-bólicas, gradualmente se está rompiendo el paradigma de la modernización que hasta hace muy poco tiempo reinó exclusivamente en el discurso y las directivas de estas instituciones.

En el área de la educación formal, ya hay más de 100 cursos en agroecología, o con diferentes enfoques de la perspectiva agroecológica, que abarcan desde la edu-cación secundaria y universitaria a las iniciativas a nivel de maestría e investigación en programas de doctorado (Aguiar 2011)4. Uno de los principales obstáculos encon-

4 Los planes de estudio de muchos de estos nuevos cursos presentados como “agroecológicos” se forman a través de la promoción de la agricultura orgánica basada en la susti-tución de los insumos y adoptan las formas convenciona-les de enseñanza..

trados para la plena aplicación de un enfoque agroeco-lógico en estas iniciativas innovadoras se deriva de las estructuras departamentalizadas de las instituciones de enseñanza. Aunque existe un apoyo creciente a los pro-yectos educativos basados en una perspectiva multidis-ciplinar o interdisciplinar, la segmentación estructural resultante de las grandes áreas de conocimiento genera poderosos obstáculos a cualquier enfoque sistémico, una de las premisas metodológicas principales de la agroecología. Por otra parte, las tradiciones positivistas profundamente arraigadas en la academia generan di-ficultades en cuanto a la implementación de una epis-temología agroecológica (Norgaard 1989), como la idea de que los procesos de construcción de conocimiento valoren y se beneficien del diálogo entre el conocimien-to científico y el popular. Una importante innovación en esta área fue la creación de núcleos de extensión rural y de enseñanza de la agroecología en universidades y es-cuelas técnicas, que permiten la integración de profeso-res y estudiantes de diferentes disciplinas en entornos de aprendizaje fértiles, basados en la interacción directa con las comunidades rurales (Caporal y Petersen 2011).

También en el campo de la investigación agrícola, em-pezaron a tomar forma algunas iniciativas para institucio-nalizar el paradigma agroecológico en las prácticas de los organismos públicos a nivel nacional y estatal. Uno de los hechos destacables en este sentido fue el lanzamiento en el año 2006 del Marco de Referencia en Agroecología por parte de la Empresa Brasileña de Investigación Agro-pecuaria (EMBRAPA 2006). Este documento fue identifi-cado como una sedimentación provisional, el resultado de acumulaciones sobre una trayectoria larga, aunque poco visible, de la construcción del enfoque agroecológi-co dentro de EMBRAPA, formada por investigadores que individualmente o en pequeños grupos adoptaron este enfoque, con frecuencia contra la marea de las orienta-ciones institucionales (Petersen 2006).

Después de algunos años realizando proyectos con-cebidos sobre la base de los fundamentos teóricos-conceptuales establecidos en el marco de referencia, es necesario otro nivel de sedimentación para que la insti-tución vaya más allá de sus rutinas operacionales vincu-ladas a la noción de la transferencia de tecnología, pues-to que ésta idea es, en sí misma, un poderoso obstáculo para la plena aplicación de la paradigma agroecológico. Además, se necesita avanzar en el acercamiento a la investigación sistémica, en particular incorporando in-vestigaciones centradas en el rediseño de los agroeco-sistemas5. Estos avances también deben reflejarse en la

5 El sistema de investigación de EMBRAPA incluye dos pro-yectos nacionales que han generado un volumen signifi-cativo de información técnica. Sin embargo, estos resulta-dos siguen vinculados al enfoque de la “sustitución de los insumos” que, en la práctica, no favorece la expansión del “paradigma agroecológico” dentro de la institución (Mus-soi 2011).

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asignación de presupuestos de la institución, dado que los recursos financieros invertidos en este campo son insignificantes en comparación con aquellos que se in-vierten en innovación tecnológica en la agricultura con-vencional, especialmente en el desarrollo de variedades transgénicas.

También pueden verse evoluciones positivas en el área de asistencia técnica y extensión rural (ATER). Desde 2003 hacia adelante, fuertemente influenciada por organizaciones vinculadas a ANA en los debates públicos sobre la construcción de la Política Nacio-nal de Asistencia Técnica y Extensión Rural (PNATER), la agroecología fue adoptada como el enfoque rector para iniciativas ATER en Brasil. Se realizaron una varie-dad de acciones dirigidas a la formación profesional de los trabajadores de extensión rural y al financiamiento de proyectos con el objetivo de que las entidades oficia-les ATER incorporaran la perspectiva agroecológica en sus prácticas. Sin embargo, la experiencia de transición institucional en este sentido reveló los principales obs-táculos en este campo, debido a los modelos arraigados de gestión y las concepciones técnico-metodológicas convencionales adoptadas por las instituciones (Mussoi 2011). Por consiguiente, a pesar de los logros alcanzados a nivel formal, los enfoques difusionistas que guiaron la creación de las instituciones oficiales de ATER y que siguen organizándolas, constituyen todavía un fuerte factor teórico y práctico limitante para que el enfoque agroecológico se incorpore efectivamente por parte de los extensionistas rurales. Las prácticas de asisten-cia técnica individual siguen siendo estimuladas por llamamientos públicos para servicios de ATER, en detri-mento del uso de métodos que estimulan la dinámica territorial de innovación agroecológica, necesaria para la creación de entornos sociales capaces de promover el diálogo de prácticas de conocimiento propugnado por la teoría agroecológica.

La incipiente pero ya significativa experiencia de internalizar el enfoque agroecológico en la enseñanza oficial, la investigación y las organizaciones de exten-sión rural ha demostrado la necesidad de profundas reformas en la organización y el funcionamiento diario de las mismas, para que el concepto de la agroecolo-gía entre en funcionamiento eficazmente. Un proyec-to nacional de sistematización de experiencias sobre “construir conocimiento agroecológico”, coordinado por ABA-Agroecología (Cotrim y Dal Soglio 2010) identificó algunas características recurrentes de las iniciativas más avanzadas en este campo, entre los cuales podemos destacar: 1) las prácticas más innovadoras de enseñanza agroecológica son aquellas que incorporan la investiga-ción y la extensión rural como un método pedagógico; 2) los métodos más eficaces para investigación agroeco-lógica son aquellos que movilizan a las comunidades ru-rales como parte del proceso de formular los problemas y de desarrollar y probar hipótesis para resolverlos; y

3) las iniciativas ATER más prometedoras son aquellas que estimulan la dinámica local de innovación técnica y socio-organizativa, valorizando el potencial medioam-biental, económico y sociocultural presente en las zonas rurales. Una de las principales conclusiones alcanzadas en este proceso colectivo de reflexión, que contó con la participación de 72 grupos e instituciones de todo Brasil, es que la institucionalización de las prácticas para la construcción de conocimiento agroecológico exige superar la segmentación de funciones excesiva entre docencia, investigación, y extensión rural, así como una revisión radical del papel que juegan los actores invo-lucrados más directamente en estas actividades, enfa-tizando especialmente las contribuciones proactivas de los agricultores y agricultoras a los procesos de investi-gación (Petersen 2011).

OBSTÁCULOS ESTRUCTURALES AL AVANCE DE LA AGROECOLOGÍA

Aunque el estado Brasileño ha puesto en marcha muchos instrumentos políticos con al menos el objetivo nominal de apoyar los procesos de transición agroeco-lógica, la breve presentación mencionada anterior-mente, centrada en la enseñanza, la investigación y las instituciones de ATER, busca mostrar la inadecuación estructural de los marcos institucionales que regulan la acción del estado a fin de alcanzar este objetivo. Una de las razones fundamentales para esto es que el enfoque6 de la intervención prevista, que ideológicamente legiti-ma el paradigma de la modernización, sigue siendo el principio dominante que subyace a la elaboración de instrumentos públicos de apoyo al desarrollo.

Concebidas desde una perspectiva intervencionis-ta vertical, de arriba abajo, las políticas que apoyan la agroecología acaban confinándola como un sector más de la agricultura. Dada la lógica sectorial que informa la elaboración e implementación de estas políticas, el modelo dominante no se pone en entredicho, ya que,

6 Como parte de su proceso de legitimación, la moderniza-ción de la agricultura se basó en una poderosa ofensiva ideológica capaz de asociar la teoría económica ortodoxa con un paradigma científico-tecnológico en construcción. Sin embargo, la afirmación y la difusión del paradigma productivista en términos materiales dependían de la in-tervención definitiva de los Estados nacionales y sus apa-ratos. Los proyectos de desarrollo de tipo intervencionista dependen de discursos que promueven la idea de que los problemas del desarrollo se abordan mejor cuando, a través de mecanismos de diagnóstico y prescripción, se simplifica la realidad compleja en una serie de realidades consideradas independientes por parte de los enfoques sectoriales que organizan el estado. Esta imagen de las políticas y procesos de intervención se ve reforzada por la noción de un “ciclo de proyecto” que sitúa diversas acti-vidades (definición del problema, formulación de alterna-tivas, diseño de políticas, implementación y evaluación de resultados) en una secuencia lineal y lógica (Long 2007).

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según la concepción actual de la formulación de las po-líticas, hay espacio para las varias clases de agricultura.7

En la evaluación de los avances logrados por el con-junto de políticas públicas puestas en vigor por el gobier-no de Lula para promover la agroecología, von der Weid (2006) señaló la dispersión estructural del Estado y sus instrumentos como uno de los principales obstáculos.

“El gobierno no sólo es incapaz de mantener un conjunto coherente de políticas para la agricultura, también es incapaz de integrar los distintos com-ponentes de las políticas de apoyo de desarrollo. Cada una de estas políticas sigue su propia lógica con distintos instrumentos cuyo acceso se requiere un esfuerzo considerable de los trabajadores de de-sarrollo y de los propios agricultores” (von der Weid 2006, 3-6).

Siguiendo su análisis, von der Weid (2006) pone de relieve el problema causado por la incompatibilidad entre los horizontes temporales del gobierno, que se centró más en la ejecución de programas y proyectos, y los de la sociedad, más centrada en los procesos de desarrollo continuo. Frente a los ciclos de administra-ción pública, determinados por la necesidad de resul-tados concretos y visibles a corto plazo, la perspectiva de la sostenibilidad, que por su naturaleza proyecta sus resultados en un futuro lejano, deja de ser una preocu-pación central en las decisiones políticas. Agravando el problema, la ejecución del presupuesto del Ejecutivo está guiada por proyectos de un año, lo cual se traduce en graves problemas en la entrega de recursos financie-ros para proveer el apoyo material a las actividades en curso relacionadas con los programas de desarrollo ru-ral. La combinación de la fragmentación de las políticas en el espacio (el enfoque en sectores administrativos) y en el tiempo (el enfoque a corto plazo) impone serios obstáculos a la transición de las instituciones públicas desde la perspectiva del desarrollo agroecológico.

La superación de este enfoque sectorial implica reco-

7 En efecto, la retórica de la convivencia de modelos ha sido un poderoso dispositivo empleado por los defensores del agronegocio en la arena política, en la cual se llevan a cabo los debates sobre el desarrollo rural. Esta retórica se apli-ca en varias escalas geográficas con el fin de legitimar la expropiación progresiva de los medios de producción de la agricultura familiar. A gran escala vemos la ocupación de territorios enteros por parte de monocultivos, bajo la alegación de que otros territorios se conceden a la agri-cultura familiar. A nivel local, se afirma que la agricultura convencional y la orgánica, o la agricultura transgénica y la no transgénica, pueden coexistir, cuando es bien sabido que la dispersión de los pesticidas y el polen de los OGMs no respetan los límites físicos de las unidades de produc-ción. En ambas escalas, la retórica de convivencia oscurece el hecho de que lo que está en disputa son los territorios, y que se están violando los derechos territoriales de la agri-cultura familiar..

nocer que es imperativo que los marcos institucionales que regulan el desarrollo rural también experimenten cambios estructurales. Sólo de esta manera podrá cana-lizarse el enorme potencial de transformación existente en la sociedad civil, especialmente en las comunidades y organizaciones de agricultura familiar, permitiendo superar la crisis agraria sistémica gracias a la adopción generalizada del enfoque agroecológico.

UNAS ÚLTIMAS PALABRAS

Parece indudable que durante los últimos 15 años hemos experimentado una “burbuja de afirmación” en el campo agroecológico. Sin embargo, sigue existiendo el riesgo de una creciente confusión conceptual que podría socavar la adopción de la agroecología, espe-cialmente como enfoque para el diseño de políticas públicas. El reciente decreto presidencial instituyendo la Política Nacional de Agroecología y de Producción Orgánica (PNAPO) se presenta en el contexto actual como una oportunidad sin precedentes para que las organizaciones de la sociedad civil y los movimientos sociales identificados con el enfoqueagroecológico puedan canalizar sus esfuerzos elaborando propuestas y ejerciendo presión política. ANA y ABA-agroecología han elaborado un conjunto de proposiciones con el fin de que la PNAPO se convierta en un instrumento capaz de guiar las iniciativas públicas que favorezcan la tran-sición, desde el modelo dominante del desarrollo rural, hacia modelos más sostenibles que tengan la agricultu-ra familiar como su base sociocultural y que penalicen las externalidades negativas de los agronegocios y tra-bajen para impedir su dinámica expansionista.

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AGROECOLOGÍA Y MOVIMIENTOS AGROALIMENTARIOS ALTERNATIVOS EN LOS ESTADOS UNIDOS: HACIA UN SISTEMA

AGROALIMENTARIO SOSTENIBLE

Margarita Fernandez¹, Katherine Goodall², Meryl Richards³, V. Ernesto Mendez¹ ¹Agroecology and Rural Livelihoods Group, Department of Plant and Soil Science, University of Vermont, 63 Carrigan Dr.,

Burlington, VT, 05405, USA; ²Wellesley Botanic Gardens, Wellesley College, Wellesley, MA, USA; ³CGIAR Research Program on Climate Change, Agriculture and Food Security, Burlington, VT, USA. E-mail: [email protected]

Resumen

El concepto de agroecología en Estados Unidos nace de un proceso dialéctico de coproduc-ción de conocimiento por el cual la ciencia de la agroecología ha formado, y se ha formado a sí misma, gracias a movimientos agroalimentarios, políticas y prácticas locales alternativas. Este ar-tículo examina la relación entre la agroecología y los movimientos agroalimentarios alternativos e identifica oportunidades para un mayor compromiso. El artículo concluye con una discusión sobre los retos y oportunidades para ampliar la agroecología y los sistemas agroalimentarios sos-tenibles.

Palabras claves: agroecología, movimientos agroalimentarios, sistemas alimentarios, soberanía alimentaria, consejos de política alimentaria, agricultura urbana.

Summary

Agroecology and Alternative Agri-Food Movements in the United States: Toward a Sustainable Agri-Food System

The concept of agroecology in the United States is born out of a dialectical process of co-production of knowledge whereby the science of agroecology has shaped and been shaped by alternative agri-food movements, policy, and local practice. This article examines the relations-hip between agroecology and alternative agri-food movements and identifies opportunities for greater engagement. The article concludes with a discussion of the challenges and opportunities to scaling up agroecology and sustainable agri-food systems.

Keywords: Agroecology, agrifood movements, food systems, food sovereignty, food policy coun-cils, urban agriculture

INTRODUCCIÓN

En los últimos 15 años, los movimientos en defensa de sistemas alimentarios justos y sostenibles en los Es-tados Unidos han irrumpido en el escenario nacional. La acción local sobre agricultura orgánica y sostenible, la seguridad alimentaria comunitaria, la justicia alimen-taria, la soberanía alimentaria, la agricultura urbana, la política alimentaria local, la obesidad infantil, la cuenca alimentaria y el mercadeo directo de agricultor a con-sumidor, se están expandiendo por todo el país (Allen 2004, Holt-Giménez y Shattuck 2011, Mares y Alkon 2011). La mayoría de profesionales de los movimien-tos alternativos agroalimentarios estadounidenses no utilizan el término agroecología, pero se guían por los

mismos principios ecológicos y sociales y por una visión para la transformación de los sistemas agroalimenta-rios locales y globales. Aunque “agroecología” en Esta-dos Unidos es un término utilizado más a menudo en relación con la literatura académica, la investigación universitaria y las instituciones educativas, también ha tenido influencia en la evolución de los movimientos al-ternativos agroalimentarios (Wezel et al. 2009). El campo de la agroecología ha evolucionado desde un enfoque temprano en la ecología agrícola, hacia un estudio más integrador de la ecología de los sistemas alimentarios (Francis et al. 2003). Esta evolución lleva a este campo más allá de un enfoque tecnológico, y hacia uno que persigue activamente la sostenibilidad en la agricultura y los sistemas alimentarios, usando un enfoque basado

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en los sistemas, transdisciplinar, participativo y orienta-do a la acción (Gliessman y Rosemeyer 2010, Méndez et al. este número)

Con un creciente interés y un nuevo enfoque sobre la agroecología como disciplina científica (Tomich 2011), creemos que es importante revisar las raíces y las actua-les conexiones entre la agroecología y los movimientos alternativos agroalimentarios en Estados Unidos. El ob-jetivo de este artículo es examinar la interacción entre la agroecología y los movimientos alternativos agroali-mentarios, en su definición más amplia, así como iden-tificar las oportunidades para una mejor integración entre los dos en Estados Unidos, con el fin de promover objetivos superpuestos para crear sistemas alimenta-rios sostenibles. Seguimos el marco de Allen (2004) de considerar los movimientos agroalimentarios como “un gran grupo de personas que trabajan juntas para lograr la sostenibilidad y la seguridad alimentaria comunitaria” (5). Con su enfoque transdisciplinar, sistémico, participa-tivo y orientado a la acción, una interacción más profun-da entre la disciplina de agroecología y los movimientos agroalimentarios alternativos tiene el potencial de ser mutuamente beneficioso. La agroecología puede pro-porcionar un marco analítico y un enfoque de investiga-ción-acción que identifique los problemas ecológicos, sociales y económicos complejos dentro de un sistema agroalimentario y que apoye el desarrollo de soluciones transformadoras a través de enfoques participativos. La interacción de los movimientos alternativos agroa-limentarios con la agroecología puede asegurar que la disciplina siga siendo fiel a su objetivo de combinar distintas epistemologías, en particular las de los agricul-tores y otros actores del sistema de alimentación, ade-más de los académicos. Este compromiso puede ayudar a facilitar el cambio hacia sistemas agroalimentarios más resistentes ecológicamente, socialmente justos y económicamente viables, que en términos generales representan la visión compartida de los actores de los movimientos agroalimentarios y de los agroecólogos por igual.

LA EVOLUCIÓN Y EL ALCANCE DE LA AGROECOLOGÍA EN LOS ESTADOS UNIDOS

Los primeros científicos que utilizaron el término “agroecología” tenían raíces en las ciencias de la biolo-gía y la agronomía (Wezel et al. 2009). El término apare-ció por primera vez en la literatura científica en la déca-da de 1930, ganando impulso a lo largo de los años 60 con la fusión de la agronomía y la ecología en la inves-tigación (Hecht 1995, Wezel et al. 2009). La agroecología surgió como respuesta a las externalidades negativas medioambientales, sociales y económicas del sistema agroindustrial (Rosset y Altieri 1997, Vandermeer 2010), proponiendo que los conceptos y los principios ecoló-gicos se aplicaran al diseño y manejo de agroecosiste-

mas sostenibles (Gliessman 1998). Aunque los primeros 40 años de agroecología como disciplina se centraron principalmente en los procesos en la granja y al desa-rrollo de un marco de análisis ecológico, alrededor de los años setenta y ochenta, la agroecología adoptó una visión más amplia, más transformadora, de la agricultura y de los sistemas alimentarios (Altieri 1989, Wezel et al. 2009). Susanna Hecht (1995) traza el linaje intelectual de la agroecología a través de las influencias de la ecología tropical, los estudios de sistemas agrícolas indígenas, así como sus métodos ecológicos, desarrollo rural, geogra-fía y antropología. Esta evolución hacia un enfoque más interdisciplinar proviene en parte de haber entendido que para analizar las interacciones entre la agricultura y la ecología, la agroecología también debe analizar las interacciones entre los sistemas humanos y los sistemas naturales.

La definición más ampliamente utilizada de la agroecología actualmente viene de Francis et al. (2003), que describen la agroecología como “el estudio integral de la ecología del sistema alimentario completo, que abarca las dimensiones ecológica, social y económica” (100). Aunque la definición de Francis et al amplía el enfoque de la agroecología como una disciplina cien-tífica, Wezel et al. (2009) identifican significativamente la agroecología como no sólo una ciencia, sino también una práctica y un movimiento. Esta definición amplia-da de la agroecología aparece en paralelo con el surgi-miento de movimientos alternativos agroalimentarios en Estados Unidos que representan no sólo las preocu-paciones sobre la sostenibilidad en la granja, sino tam-bién la seguridad alimentaria comunitaria, el trabajo, la salud medioambiental, la sostenibilidad y los medios de vida en el sistema alimentario (Allen 2004). Esta expan-sión del campo de la agroecología y su ampliación en el ámbito de las preocupaciones de los movimientos des-de la agricultura sostenible hacia sistemas alimentarios más justos y sostenibles sigue influyendo en la disciplina.

Desde sus inicios como disciplina, la agroecología en Estados Unidos evolucionó simultáneamente con los movimientos para una agricultura más ecológica y so-cialmente sostenible, aunque, como término, su adop-ción en el discurso de los movimientos sigue siendo es-casa. En la década de 1970, la ciencia de la agroecología influyó en la aparición del concepto de agricultura sos-tenible como práctica y movimiento (Wezel et al. 2009). Simultáneamente, los movimientos medioambienta-listas y para la agricultura sostenible, y la práctica de la agricultura sostenible, influenciaron en la agroecología como ciencia (Hecht 1995). Según lo descrito por Allen (2004), el aumento de programas académicos centrados en la agricultura sostenible y la seguridad alimentaria comunitaria refleja una institucionalización de las agen-das del movimiento social. Por ejemplo, el trabajo de los movimientos sociales, con el liderazgo de la Coalición

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para la Agricultura Sostenible1, fue instrumental para aprobar el programa de Agricultura Sostenible de Bajos Insumos, del Departamento de Agricultura Estadouni-dense (USDA), (ahora conocido como Investigación y Educación sobre la Agricultura Sostenible –SARE, en in-glés). El programa SARE, así como otros programas aus-piciados por el Instituto Nacional para la Alimentación y la Agricultura del USDA, han contribuido significativa-mente al crecimiento de los programas basados en la agroecología en las universidades de todo el país. Por lo tanto, muchos programas académicos basados en la agroecología surgieron como resultado del trabajo de defensa social de la década de 1960, 1970 y 1980.

En la academia, inicialmente se ofrecieron cursos de agroecología dentro de programas de estudios medioambientales o de agricultura; uno de los primeros lo ofreció la Universidad de California, Santa Cruz, con su Programa de Estudios Medioambientales en 1981 (Fran-cis et al. 2003). A finales de los años ochenta y principios de los noventa hubo un auge en los programas de agri-cultura sostenible en universidades de investigación, incluyendo la Universidad de California Davis (1986), la Universidad de Maine (1986), la Universidad Estatal de Iowa (1987), la Universidad de Illinois (1988), la Univer-sidad de Wisconsin Madison (1989), la Universidad de Minnesota (1991), la Universidad Estatal de Washington (1991) y el Centro para la Agroecología y los Sistemas Alimentarios Sostenibles de la Universidad de California Santa Cruz (1993). Estos siguen siendo grandes centros institucionales para la investigación y educación sobre la agricultura sostenible y con un enfoque agroecoló-gico cada vez más transdisciplinar. Hoy en día hay más de 55 universidades públicas y privadas que ofrecen grados de licenciatura y de posgrado en agricultura sostenible y estudios del sistema alimentarios, 12 de las cuales ofrecen programas y títulos específicamente en agroecología (Sustainable Agriculture Education Asso-ciation 2012).

Conforme los programas académicos basados en la agroecología ofrezcan cada vez más cursos y estudios que se centren en la agroecología como el estudio de la ecología de los sistemas alimentarios (Francis et al. 2003), incorporando investigaciones participativas, transdisciplinares y orientadas a la acción, habrá más oportunidades para las interacciones entre la agroeco-logía y los movimientos agroalimentarios alternativos en Estados Unidos. Una mayor conexión entre la ciencia de la agroecología y los movimientos alineados con sus principios puede contribuir a los cambios sistémicos de las políticas. Los agroecólogos líderes sostienen que el cambio ecológico en los sistemas agrícolas y alimenta-rios no puede suceder sin un cambio social, económico y político (Altieri 2009). Para que el cambio agroecoló-

1 Actualmente, la Coalición para la Agricultura Sostenible es conocida como Campaña Nacional para la Agricultura Sostenible.

gico llegue a realizarse, son indispensables las asocia-ciones entre la agroecología y los movimientos agroa-limentarios alternativos.

AGROECOLOGIA Y MOVIMIENTOS AGROALIMENTARIOS ALTERNATIVOS

En una revisión de las organizaciones financiadas por los tres principales patrocinadores estadounidenses de iniciativas de agricultura sostenible y sistemas alimen-tarios, el Programa de Alimentos de la Comunidad del USDA, SARE y la W.K. Kellogg Foundation (Sustainable Agriculture Education Association 2006) — y una bús-queda en las redes, observamos que muy pocas orga-nizaciones que trabajan en sistemas agroalimentarios alternativos utilizan el término agroecología para des-cribir su trabajo. Sin embargo, examinando una mues-tra de las misiones y objetivos de estas organizaciones, comprobamos que una gran mayoría promueve es-trategias alineadas con los principios agroecológicos, basados en sistemas, participativos y orientados a la acción, así como un trabajo transdisciplinar para el cam-bio en el sistema agroalimentario (véase Méndez et al., este número y http://www.agroecology.org, para ver los principios detallados). Las organizaciones que utilizan el término agroecología, incluyendo Food First, Pesti-cide Action Network, Oxfam America, Heifer Internatio-nal, el Institute for Agriculture and Trade Policy, Family Farm Defenders y National Family Farm Coalition, rea-lizan trabajos tanto domésticos como internacionales. Estas organizaciones están conectadas con los movi-mientos internacionales de agricultura y alimentación que abogan por la agroecología como una estrategia clave para promover sus objetivos, incluyendo La Vía Campesina, el Movimiento de Campesinos Sin Tierra de Brasil y el movimiento Campesino a Campesino. En la siguiente sección describiremos cuatro áreas dentro del movimiento alternativo agroalimentario de Estados Unidos que tienen diferentes grados de interacción con la agroecología y en las que un creciente compromiso puede ser mutuamente beneficioso. Los dos primeros representan iniciativas de movimientos agroalimenta-rios para un cambio político, mientras que las otras dos representan movimientos crecientes de productores en sectores urbanos y rurales.

Consejos de políticas alimentarias y evaluaciones de alimentos comunitarios

Los consejos de política alimentaria (FPCs, en inglés) son órganos consultivos compuestos por una amplia gama de partes interesadas de cada sector del sistema alimentario, incluyendo defensores de la lucha contra el hambre, funcionarios del gobierno, universidades, orga-nizaciones sin fines de lucro, organizaciones de base co-munitaria y el sector privado. Han surgido casi 100 con-sejos a través de los Estados Unidos, muchos de ellos

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en los últimos 5 a 10 años, para afrontar los problemas multifacéticos de los sistemas alimentarios (Harper et al. 2009). A falta de organismos estatales o departamentos dedicados exclusivamente a cuestiones relacionadas con los sistemas alimentarios, los consejos participan en la investigación del sistema alimentario, proporcionan una plataforma de coordinación entre los diferentes actores, hacen recomendaciones de políticas y pueden encargarse de redactar políticas alimentarias (Harper et al. 2009). Muchos FPCs comienzan su trabajo con, o son resultado de, una evaluación de los alimentos comu-nitarios, que consiste en la investigación participativa para recopilar y difundir sistemáticamente la informa-ción sobre los problemas en el sistema local de alimen-tos e informar de posibles estrategias para el cambio (Pothukuchi et al. 2002). La mayoría de los FPCs apun-tan a mejorar los sistemas de alimentos haciéndolos más sostenibles ambientalmente y socialmente justos (Harper et al. 2009). Algunos consejos eficaces han po-dido expandir dramáticamente el área de producción agrícola urbana, mientras que otras han mejorado la distribución alimentaria equitativa (Harper et al. 2009). La agroecología se alinea con el enfoque de investiga-ción basado en enfoques sistémicos y de acción de los FPCs y las evaluaciones de alimentos comunitarios. Los agroecólogos pueden asociarse con los actores del sis-tema de alimentos locales para diseñar e implementar evaluaciones del sistema de alimentos de la comuni-dad y para analizar sistemáticamente estas iniciativas. La agroecología ofrece un marco de investigación para analizar las relaciones complejas entre los aspectos eco-lógicos, sociales, políticos y económicos de un sistema de alimentos, con especial énfasis en la ecología de un sistema.

Soberanía alimentariaEl concepto de soberanía alimentaria fue presenta-

do por La Vía Campesina, una organización campesina internacional, en 1996, como “el derecho de los pueblos a alimentos sanos y culturalmente apropiados, produ-cidos mediante métodos ecológicamente sanos y sos-tenibles, y su derecho a definir sus propios sistemas de alimentación y agricultura” (La Vía Campesina 2007). La soberanía alimentaria es un marco de políticas guiado por los siguientes siete principios: el alimento como un derecho humano básico, una verdadera reforma agraria, proteger los recursos naturales, reorganizar el comercio de alimentos, acabar con la globalización del hambre, la paz social y el control democrático (Pimbert 2008). Los líderes del movimiento de soberanía alimentaria internacional han adoptado la agroecología como una estrategia clave para lograr la soberanía alimentaria (Cohn et al. 2006, Martínez Torres y Rosset 2010, Altieri y Toledo 2011). En marzo de 2011, Sedgwick, ME, se con-virtió en la primera ciudad de Estados Unidos en apro-bar una ordenanza sobre soberanía alimentaria. Al cabo

de seis meses, algunas comunidades de siete estados más aprobaron ordenanzas similares (Vermont, Massa-chusetts, Georgia, Carolina del norte, Utah, Wyoming y Montana). Estas ordenanzas están destinadas a prote-ger los derechos de los pequeños productores locales en respuesta a las leyes económicamente prohibitivas, destinadas a regular la seguridad en grandes opera-ciones. El movimiento también se está construyendo a nivel nacional; en 2010, se formó la Alianza para la So-beranía Alimentaria de Estados Unidos (2011) “para aca-bar con la pobreza, reconstruir las economías locales de alimentos y hacer valer el control democrático sobre el sistema alimentario”. Los cambios sociales, económicos y políticos necesarios para abordar las cuestiones relacio-nadas con la soberanía alimentaria, no pueden ocurrir sin un cambio ecológico. La agroecología proporciona el marco para realizar ese cambio ecológico, sin perder de vista las fuerzas sistémicas mayores que afectan a la sostenibilidad de este cambio.

Movimientos Alimentarios UrbanosLa política de la justicia alimentaria y la práctica de

la agricultura urbana son algunos de los espacios más dinámicos que contribuyen al desarrollo de los sistemas agroalimentarios alternativos. Muchas organizaciones que trabajan en los sistemas alimentarios sostenibles en las zonas urbanas están basadas y lideradas por co-munidades pobres, de color (Alkon y Agyeman 2011). Aunque la agricultura urbana se remonta a la década de 1890 y ha visto varios ciclos de auge y crisis, en conjun-ción con las crisis y recuperaciones económicas (véase Hynes 1996 y Fernández 2003), a lo largo de la última década han surgido cientos de huertos urbanos y orga-nizaciones2 sin ánimo de lucro como parte de los movi-mientos contemporáneos de alimentos locales, justicia alimentaria y empoderamiento juvenil. Hoy en día hay más de 16.000 huertos comunitarios y granjas urbanas en todo el país (Asociación de Agricultura Comunitaria Americana 2011). Estos espacios verdes proporcionan múltiples servicios, tales como construir capital social, mejorar la seguridad alimentaria, proporcionar pues-tos de trabajo, mejorar la salud física y mental, así como beneficios medioambientales como reducir el uso de carbono en las comunidades (Fernández 2003, United Nations Development Program 1996).

Hay una gran variedad de expresiones políticas en los movimientos modernos de agricultura urbana, al-gunas de las cuales se superponen con llamamientos más abiertamente políticos que reclaman la justicia alimentaria. La justicia alimentaria conecta el acceso a alimentos saludables con patrones históricos de racis-mo y clasismo (Alkon y Norgaard 2009, Mares y Alkon

2 Ejemplos de estas organizaciones son Just Food, The Food Project, Rooted in Community, Food What!, Community Harvest, The Detroit Black Community Food Security Net-work.

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2011). Los grupos organizados bajo la bandera de la jus-ticia alimentaria trabajan principalmente en mejorar la calidad, la accesibilidad y asequibilidad de los alimentos mediante el aumento de la producción, comercializa-ción y distribución de alimentos provenientes de huer-tos urbanos y de campesinos rurales locales para los consumidores sin recursos, abriendo tiendas de comes-tibles de propiedad cooperativa y realizando educación sobre el sistema alimentario y programas de liderazgo juvenil (Fernández 2003, Alkon y Norgaard 2009). Estos grupos emplean diversas prácticas agroecológicas. Por ejemplo, Dig Deep Farms, en San Leandro, California, una granja urbana dirigida por jóvenes de color, ha esta-do experimentando con métodos agroecológicos para cultivar en terrenos escarpados desarrollados original-mente con el movimiento Campesino a Campesino (E. Holt-Giménez, comunicación personal. 30 de julio de 2012).

¿La re-agrarización del paisaje rural?La agricultura sigue estando concentrada en grandes

propiedades — 9% de explotaciones producen el 63% del valor de los productos agrícolas vendidos — pero, por primera vez desde la II Guerra Mundial, hay un au-mento significativo en el número de pequeñas granjas3. Más de 18.000 nuevas granjas fueron establecidas en-tre 2002 y 2007, elevando el número total de pequeñas granjas a 1,9 millones o al 91% de todas las granjas4 de Estados Unidos (USDA 2007). Estas fincas pequeñas tienden a ser gestionadas por operadores más jóvenes y son más diversas en términos de producción e ingresos, lo cual se muestra en las operaciones orgánicas combi-nadas, valor añadido y productos especiales, programas de conservación apoyados por el gobierno, agro-turis-mo y recreación y empleos no agrícolas (USDA 2007). La diversificación es una estrategia agroecológica im-portante para reducir la vulnerabilidad económica y ambiental y mediar los riesgos, así como gestionar la diversidad ecológica (Amekawa 2011).

Otra estrategia clave para minimizar el riesgo son las asociaciones entre agricultores y consumidores a tra-vés de un modelo de agricultura de apoyo comunitario (CSA, en inglés ). En el 2007, el censo del USDA informó que hay más de 12.500 granjas que comercializan pro-ductos a través de la CSA, aunque este número está en debate (véase Galt, de próxima aparición) y puede es-tar más cerca de 2.900. Las ventas directas de produc-tos agrícolas subieron un 18% de 2002 a 2007. En 2011, hubo más de 7.000 mercados de agricultores, un incre-mento del 130% desde 2002 (USDA Agricultural Marke-ting Services 2011). Según el censo de 2007, el 44% de

3 El USDA definió una granja pequeña como una granja con menos de 250.000$ de ventas.

4 Este aumento está ocurriendo en granjas de menos de 50 acres (aumento del 15%) y de menos de 10 acres (aumen-to del 30%).

los productores orgánicos vendieron localmente (den-tro de un radio de 100 millas) y el 30% vendió regional-mente (entre 100 y 500 millas). Las granjas orgánicas venden a menudo a las más de 400 cooperativas locales de alimentos de la nación (Coop Directory 2011).

Con el aumento de nuevos agricultores, hay un nú-mero creciente de organizaciones diseñadas para apo-yarlos con el acceso a la tierra, capital, asistencia técnica, redes de campesino a campesino, consejos de comercia-lización, capacitación y promoción. Dos de estas organi-zaciones con un enfoque nacional son los Greenhorns y la Asociación Nacional de Jóvenes Agricultores. Entre las nuevas organizaciones regionales de agricultores están el Northeast Beginning Farmers Project, el New England Small Farm Institute, la Michigan Young Farmer Coali-tion, y el Appalachian Sustainable Agriculture Project. Los programas de promoción de nuevos agricultores, tales como el Intervale Center en Burlington, VT, ayudan a minimizar las barreras iniciales comunes — tierra, ca-pital, equipo y conocimiento. Este aumento de nuevos pequeños agricultores representa un factor fundamen-tal en los esfuerzos para cambiar el sistema agroalimen-tario dominante y un sector creciente de investigación y extensión agroecológica. Estas iniciativas no sólo lide-ran los cambios en el manejo de la granja, sino también en la producción y difusión de conocimientos mediante el empleo de métodos de aprendizaje de agricultor a agricultor, que han sido esenciales para la ampliación de la agroecología en otros países (Simon Reardon y Pérez 2010) y también se han aplicado con éxito en los Esta-dos Unidos (véase Warner 2007).

HACIA SISTEMAS AGROALIMENTARIOS SOSTENIBLES

Por todo Estados Unidos han aumentado los conse-jos de política alimentaria, las ordenanzas de soberanía alimentaria, nuevos agricultores, el movimiento por la justicia alimentaria urbana y las instituciones educati-vas que ofrecen programas de agroecología. En conjun-to, esto refleja una creciente influencia de los enfoques transformadores y transdisciplinares en los movimien-tos agroalimentarios alternativos, tanto en la sociedad como en el mundo académico (Allen 2004). Los crecien-tes vínculos entre el medioambiente, la salud, la segu-ridad alimentaria, la pobreza y la justicia social reflejan una comprensión sistémica emergente de la agricultura como una actividad social y ecológica, además de eco-nómica.

El desafío de crear sistemas agroalimentarios sosteni-bles consiste en conectar acciones locales progresivas a una agenda política mayor, con el fin de eliminar las ba-rreras estructurales para la expansión de estos sistemas (Holt-Giménez y Shattuck 2011, Mares y Alkon 2011). La política federal que perpetúa el modelo agroindus-trial, la concentración del mercado y la orientación de la investigación y la extensión hacia estos sectores, son

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barreras centrales para el crecimiento de los sistemas agroalimentarios sostenibles (Reganold et al. 2011). La agricultura alternativa recibe comparativamente poco apoyo del estado para los servicios de extensión, cen-tros de almacenamiento, distribución y procesamiento, crédito asequible y pólizas de seguro (Carolan 2005). Además, el valor de la tierra en Estados Unidos está se-parado de su uso productivo (USDA Economic Research Service 2011) y alrededor de la mitad de las tierras de cultivo de Estados Unidos son de alquiler, a menudo en arrendamientos de un solo año, en los que hay poco incentivo para la innovación agroecológica (Carolan 2005). Hasta que los productores tengan acceso a tierras e infraestructuras y reciban de forma constante un me-jor precio por sus productos y los servicios medioam-bientales que ofrecen, los sistemas agroalimentarios sostenibles estarán en un frágil equilibrio (Robertson y Swinton 2005).

Por el lado del consumidor, la justicia económica es un desafío para el movimiento. Con casi el 15% de americanos pobres usando cupones de alimentos de asistencia gubernamental el poder adquisitivo en las comunidades de ingresos bajos y medianos es a menu-do insuficiente para comprar suficiente comida, y mu-cho menos la comida proveniente de redes alternativas (Food Research and Action Center 2011). Aunque los movimientos de justicia alimentaria están avanzando para aumentar la accesibilidad a los productos soste-nibles, es necesario un cambio sistémico en la política federal para reorientar el dinero que actualmente apoya la producción de comida abundante, barata y deficiente a nivel nutricional, hacia sistemas de producción diversi-ficados que produzcan dietas diversas, nutritivas y a un precio asequible.

Los consejos de política alimentaria, las evaluaciones de alimentos comunitarias, la soberanía alimentaria, la agricultura urbana y el aumento de nuevos pequeños agricultores son cruciales para el avance de los sistemas agroalimentarios alternativos. La agroecología puede contribuir a este proceso asociándose con los movi-mientos sociales y los actores del sistema local de ali-mentos, a través de la investigación acción participativa. Como apunta Allen (2004, 2008), hay escasez de estu-dios sobre los movimientos agroalimentarios alternati-vos y un gran potencial para una mayor colaboración entre la academia y estos movimientos. La agroecología puede complementar otros marcos de investigación y acción (por ejemplo, la sociología rural, la ecología polí-tica) con el fin de comprender y analizar mejor las forta-lezas y debilidades de las estrategias del sistema agroa-limentario y encontrar soluciones de acción ecológica, social y política. En tanto que la agroecología propugna enfoques participativos y transdisciplinares, concuerda con los planteamientos democráticos, multisectoriales y sistémicos que defienden muchos movimientos agroa-limentarios (Mares y Alkon 2011). Además, con el uso

de la investigación acción participativa, la agroecología pretende capacitar a las personas para que puedan con-vertirse en agentes bien informados del cambio para ellos mismos y para sus comunidades. Asimismo, los ac-tores del movimiento agroalimentario pueden enrique-cer a los estudiantes e investigadores de la agroecolo-gía, ayudándoles a permanecer conectados a la tierra y la gente en el análisis de problemas y soluciones reales. Los cambios sociales, económicos y políticos necesarios para abordar las cuestiones de la justicia, la soberanía alimentaria y la seguridad alimentaria no pueden rea-lizarse sin un cambio ecológico. Y del mismo modo, el cambio ecológico no puede suceder sin cambio social, económico y político. La agroecología proporciona la base tecnológica, científica y metodológica para facili-tar este cambio (Altieri 2012). Creemos que una profun-da interacción entre la agroecológia y los movimientos agroalimentarios en los Estados Unidos puede contri-buir a la creación y ampliación de sistemas agroalimen-tarios sostenibles.

AGRADECIMIENTOS

Muchas gracias a Annie Shattuck por sus contribucio-nes a una versión previa de este artículo.

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Resumen

Los graves problemas de insostenibilidad agraria no pueden ser resueltos únicamente a través de los cambios tecnológicos que reducen el impacto ambiental. Aunque el cambio tecnológi-co es importante, también es necesario transformar el sistema agroalimentario en su conjunto. La Investigación Acción Participativa (IAP) es un enfoque metodológico para colaborar con las comunidades locales, que nos permite avanzar en la reestructuración de los flujos físicos, econó-micos y de información que soportan la agricultura local, como un medio para lograr una mayor autonomía y resiliencia. En este artículo presentamos una serie de estudios de caso en España en los que la IAP se ha aplicado a la relocalización de la producción y el consumo de alimentos ecológicos. Estas experiencias se caracterizan por un uso más sustentable de los recursos locales y el desarrollo de cadenas cortas de comercialización.

Palabras clave: Agroecología, sistemas agroalimentarios locales, redes sociales, agricultura eco-lógica, cadenas cortas de comercialización, España.

Summary

Participatory Action Research in Agroecology: Building Local Organic Food Networks in Spain

The serious problems of agrarian unsustainability cannot be solved through technological changes that lessen environmental impacts. Although technological change is important, it is also necessary to change the agri-food system as a whole. Participatory action research (PAR) is a methodological approach to collaborate with local communities. It enables us to advance in the restructuring of physical flows, economies, and information that support local farming, as a means to achieve greater autonomy and resilience. This article presents several case studies in Spain in which PAR has been applied to build local organic food networks. These are characterized by a more sustainable use of local resources and the development of short food supply chains.

Keywords: Agroecology, localized food systems, social relationships, organic farming, short mar-keting chains, Spain

INVESTIGACIÓN ACCIÓN PARTICIPATIVA EN AGROECOLOGÍA: CONSTRUYENDO EL SISTEMA AGROALIMENTARIO ECOLÓGICO EN

ESPAÑA

Gloria I Guzmán1, Daniel López2, Lara Román2, Antonio M. Alonso2

1Departamento de Geografía, Historia y Filosofía, Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, España; 2Universidad Internacional de Andalucía, Baeza, España. E-mail: [email protected]

Agroecología 8 (2): 89-100, 2013

Introducción

La crisis ambiental y socioeconómica de la agricultura industrializada a escala global ha llevado a la aparición de la Agroecología como enfoque teórico y metodoló-gico que tiene como objetivo aumentar la sustentabi-lidad agraria desde una perspectiva ecológica, social y económica (Francis et al. 2003). En España, la agricultura ecológica es la implementación más consistente de esta estrategia, liderando la superficie europea con 1,46 millo-nes de hectáreas en 2010 (Willer y Kilcher 2012). Aunque en los últimos años, la agricultura ecológica ha sufrido

un creciente proceso de convencionalización, limitando su efecto positivo sobre la sustentabilidad agraria (Buck et al. 1997, de Wit y Verhoog 2007, Darnhofer et al. 2010), también es cierto que bajo su paraguas se han desarro-llado experiencias con un marcado carácter agroeco-lógico. Características comunes de estas experiencias son la diversificación productiva, la revalorización de los recursos locales (materia orgánica, conocimiento de los agricultores, razas ganaderas y variedades de cultivo tra-dicionales, paisaje, etc.), el fortalecimiento de la organiza-ción comunitaria y el desarrollo de las cadenas cortas de comercialización (CCC) que permiten a los agricultores y

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90 Agroecología 8(2)

consumidores establecer relaciones directas que benefi-cian a ambos (Best 2008, Lobley et al. 2009, Milestad et al. 2010, Goldberger 2011). En este artículo, hemos denomi-nado “transición agroecológica” al proceso de conversión de los agroecosistemas industrializados hasta el nivel 3 (rediseño de los agroecosistemas para basar su funciona-miento en un nuevo conjunto de relaciones y procesos ecológicos que incrementen su sustentabilidad) y el nivel 4 (restablecimiento de una conexión más directa entre los que cultivan la comida y quienes la consumen, con el objetivo de favorecer una cultura de la sustentabilidad que tenga en cuenta las interacciones entre todos los componentes del sistema agroalimentario), tal como son definidos por Gliessman (2010).

Sin embargo, la transición del modelo industrializado al agroecológico no es fácil (Lobley et al. 2009, Milestad et al. 2010). Los agricultores identifican numerosas dificultades en la transición agroecológica debido a que es un proceso complejo que entrelaza diferentes escalas (finca, comuni-dad local, sociedad mayor) y que es afectado por factores sociales, económicos, tecnológicos, culturales y ecológicos (Guzmán y Alonso 2010). La complejidad de este proceso requiere de apoyos concretos a los agricultores, así como de la implementación de metodologías que permitan articular los cambios necesarios en finca con cambios a escalas local y superior. La Investigación Acción Participa-tiva (IAP) es un enfoque metodológico que provee de un conjunto de técnicas de investigación-acción útiles para la transición agroecológica (Kindon et al. 2007). Este enfoque ha sido implementado fundamentalmente en América La-tina. La IAP puede emplearse para diseñar e implementar, conjuntamente con los agricultores y la población local, propuestas de manejo y de organización social que incre-menten la sustentabilidad agraria.

Enfoque de la investigación y metodología

La IAP es un marco metodológico surgido de las Cien-cias Sociales a mediados del siglo XX. En el ámbito agrario partió del cuestionamiento de los sistemas de extensión y capacitación utilizados para la modernización del agro, que inició Freire (1969). La IAP considera que cualquier proceso de desarrollo que se emprenda estará sesgado, si no integra a los beneficiarios de este proceso como pro-tagonistas del mismo. Su objetivo es generar un conoci-miento liberador que parte del conocimiento popular y que explica su realidad globalmente (enfoque sistémico), con el fin de iniciar o consolidar una estrategia de cambio (procesos de transición), paralelamente a un crecimiento del poder político, destinados ambos a alcanzar transfor-maciones positivas para la comunidad a nivel local; y a niveles superiores en cuanto que es capaz de conectarse con experiencias similares (redes) (Fals Borda 1991).

Aplicada a la transición agroecológica, la IAP promue-ve el cambio tecnológico y, al mismo tiempo, mejora la sustentabilidad ecológica de los agroecosistemas, desde

diferentes enfoques como el Diagnóstico Rural Partici-pativo (DRP) (Participatory rural appraisal, en inglés) o la Investigación Participativa con Agricultores (IPA) (Farmer participatory research, en inglés) (Rhoades y Booth 1982, Farrington y Martin 1987, Chambers 1989, 1992, 1994a, 1994b, 1994c). Estas metodologías participativas también promueven la adquisición de capacidades y la organiza-ción por parte de los grupos implicados para continuar el proceso por sí mismos. La IAP parte del diagnóstico participativo y holístico de la situación inicial de la finca y la comunidad local, para definir una situación objetivo realista con criterios de sustentabilidad. Moviliza al grupo para alcanzar las metas propuestas y establecer relacio-nes con otros grupos, constituyendo redes u organizacio-nes que facilitan el cambio a diferentes escalas, y sientan bases sólidas para el desarrollo rural sustentable. La me-todología de Campesino a Campesino es un claro ejem-plo de cómo este enfoque metodológico ha devenido en un movimiento social en Latinoamérica (Holt-Giménez 2008, Ardón et al. 2009).

La IAP también ha desarrollado diferentes herra-mientas que tratan de incorporar la complejidad de las relaciones sociales, especialmente vinculadas con la des-igualdad y la marginalidad en la sociedad, para generar soluciones colectivas a los problemas cotidianos. En este sentido, Cuéllar y Calle (2011) destacan el “enfoque parti-cipativo comunitario” centrado en la investigación orien-tada a la acción, presentando la investigación desarro-llada en distintos países, como la de Tandon (2000) en la India, Park et al. (1993) en América del Norte, o Villasante et al. (2000) en España y América Latina. Este enfoque se centra en las relaciones entre los actores sociales, porque “es más fácil cambiar las relaciones entre los sujetos que los sujetos en sí mismos” (Villasante 2006: 315).

En sociedades terciarizadas como la española, el sec-tor agrario es débil en términos sociales y políticos, y en muchos casos un actor marginal incluso dentro de las propias comunidades rurales, con un poder muy limitado para incidir en las dinámicas del sistema agroalimentario (Reed 2008, Bell et al. 2010). El enfoque comunitario de las metodologías participativas nos capacita para afron-tar las situaciones sociales de bloqueo mediadas por las relaciones de poder en la escena rural, ya que los cam-bios tecnológicos y de gestión de los recursos naturales están fuertemente condicionados por las relaciones de poder (Scoones y Thompson 1994). Nos permite conec-tar las diferentes escalas de investigación en la transición agroecológica: la finca, donde generalmente se centra la investigación, con la escala local y la sociedad en general, donde normalmente se desarrollan las soluciones. Esta brecha entre las diferentes escalas de investigación se ha señalado como una de las principales debilidades de la investigación agroecológica (Dalgaard et al. 2003).

El “enfoque participativo comunitario” ofrece un mo-delo secuencial de fases para el desarrollo de los proyec-tos de investigación-acción (Villasante 2006, Cuéllar y

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91Investigación acción participativa en agroecología: construyendo el sistema agroalimentario…

Calle 2011) en el que es posible insertar técnicas de in-vestigación muy dispares: tanto procedentes de ciencias sociales como de ciencias naturales; participativas y no participativas. Esta mezcla de técnicas, aplicadas con en-foque socio-práxico, nos permite desarrollar la interdisci-plinariedad inherente a un enfoque agroecológico (Fran-cis et al. 2003), y articular e integrar las diversas dimen-siones de la Agroecología en sus diferentes significados: como disciplina científica, como conjunto de prácticas agrícolas, y como movimiento social (Wezel et al. 2009).

En nuestros estudios de caso hemos estructurado el proceso de IAP en cinco fases consecutivas (Tabla 1) de acuerdo con el “enfoque participativo comunitario” (Villasante 2006). Según el contexto, alguna fase puede desaparecer y otras pueden ser paralelas o solaparse. Aún así, el esquema lineal de fases resulta apropiado por su carácter explicativo y estructurador del proceso.

El objetivo de la Fase I (Preliminar) es estimar ex-ante el “potencial agroecológico local”. Esto es, los recursos sociales, ecológicos, económicos y culturales presentes en el territorio que pueden ser movilizados para una eventual transición agroecológica. En esta fase es clave el conocimiento mutuo entre investigadores y los agentes sociales implicados en el proceso. La entrevista y la Ob-servación Participante (Bernard 2002) son técnicas de investigación empleadas habitualmente (Tabla 1). Igual-mente, el Marco para la Evaluación de Sistemas de Mane-jo incorporando Indicadores de Sustentabilidad (MESMIS) (López-Ridaura et al. 2002) es una técnica de investigación útil para indagar en los problemas de sustentabilidad de los agroecosistemas. Esta técnica, aplicada de forma parti-cipativa, facilita el diagnóstico en la Fase II y la evaluación de la mejora de la sustentabilidad en la Fase V.

En la Fase II (Diagnóstico Participativo) pretendemos captar la realidad desde una perspectiva holística, para

obtener datos objetivos sobre la realidad local, así como las visiones subjetivas de los diversos sujetos con los que trabajamos. Siguiendo el principio de “ignorancia óptima” de Chambers (1992:14), no deseamos saberlo todo, sino lo necesario en cada momento del proceso para actuar y transformar aquello sobre lo que se decide intervenir. En esta Fase se construyen espacios formales de participación y monitorización del proceso, entre los que diferenciamos dos tipos teóricos: el Grupo Motor, como órgano operativo de dinamización del proceso, compuesto por población lo-cal “de base”; y la Comisión de Seguimiento, como órgano para la supervisión, la legitimación y el consenso formales respecto al proceso, que reuniría a las entidades (sociales, económicas y políticas) representativas del territorio.

El Grupo de discusión; el Sociograma, aplicado como una técnica cualitativa que nos permite reflexio-nar colectivamente acerca de la naturaleza y estructu-ra de las relaciones entre las redes sociales existentes en un cierto entorno local (Villasante y Martín 2007); el Flujograma, utilizado para el análisis colectivo de las relaciones causa-efecto de los problemas definidos por un determinado grupo o institución en una cier-ta situación social (Matús 1995); el análisis de Debili-dades, Amenazas, Fortalezas, Oportunidades (Análisis DAFO); y, en general, las técnicas de Diagnóstico Rural Participativo (DRP) se utilizan en esta fase (Chambers 1992, Geilfus 1997). Con el fin de iniciar la discusión y completar el mapa subjetivo del contexto, es impor-tante utilizar analizadores (Villasante 2006). Los ana-lizadores (Lapassade 1971) son acciones presentes o pasadas que indagan y analizan por sí mismas la si-tuación local actual, particularmente en términos sim-bólicos -valores personales o colectivos, identidades, creencias, deseos, etc.- que revelan los vínculos entre los diferentes actores sociales locales. Estas técnicas

Tabla 1. Fases y técnicas más relevantes aplicadas en los procesos agroecológicos.

FASES Fase I Preliminar

Fase II Diagnóstico

Fase III Investigación

Fase IV Acción

Fase V Evaluación y

reajuste

Problemas a resolver

¿Hay potencial para el proceso agroecológico?

¿Cómo explicar la realidad?¿Con quién contamos?

¿Cómo precisar lo posible?¿Cómo concebir el plan?¿Cómo generar información útil?

¿Cómo actuar cada día?

¿Cómo profundizar en el proceso de transformación?

Caja de herramientas

Análisis de información secundariaEntrevistaObservación participanteMESMISAnalizadores agroecológicos

EntrevistaObservación participanteMESMIS Grupos de discusiónSociogramaAnálisis DAFOFlujogramaTécnicas DRP

FlujogramaTécnicas DRPInvestigación Participativa con Agricultores

Investigación Participativa con AgricultoresDe campesino a campesinoMovilizadores agroecológicos

EntrevistaMESMISSociogramaTetralemmasEncuesta deliberativa

Nota: Técnicas DRP: Técnicas de Diagnóstico Rural Participativo, MESMIS: Marco para la Evaluación de Sistemas de Manejo incorpo-rando Indicadores de Sustentabilidad, Análisis DAFO: Análisis de Debilidades, Amenazas, Fortalezas, Oportunidades.

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92 Agroecología 8(2)

y otras recogidas en la Tabla 1 se aplican en talleres participativos (Chambers 1992), con distintos fines: a) “talleres de devolución” de informaciones obtenidas o acciones realizadas para profundizar en el análisis de los ítems tratados; b) “talleres de creatividad social” para el análisis de la realidad, la proyección de escena-rios o acciones futuras y la programación; y c) “talleres de evaluación” del proceso participativo.

La Fase III (Investigación Participativa) convierte el diagnóstico en un Plan de Acción, implicando al conjun-to de los actores locales en su elaboración. Debe tener la mayor legitimidad posible, y ajustarse a las necesidades más sentidas y a aquellas acciones en que la población local está dispuesta a implicarse. Este Plan incluye activi-dades para generar información que refuerce el proceso de transición agroecológica. La Investigación Participa-tiva con Agricultores (Farrington y Martín 1987) es clave en esta etapa. En nuestros estudios de caso, la partici-pación de los agricultores en la investigación se situó en el nivel 3 (agricultor-investigador colaborador en los ensayos en finca) y nivel 4 (agricultor-gestor de la inves-tigación participativa) (Selener 1997).

En la Fase IV (Acción Participativa) la tarea del in-vestigador es dinamizar el desarrollo de las acciones incluidas en el Plan de Acción, que se estructuran en grupos de trabajo sectoriales (GTS). En esta fase las ac-tividades de difusión son fundamentales. La transmi-sión del conocimiento generado a escala de finca “de campesino a campesino” (Holt Giménez 2008) y la apli-cación de analizadores-movilizadores agroecológicos son especialmente eficaces para lograr la movilización social. Los analizadores-movilizadores son acciones que recrean situaciones, las cuales a la vez que inte-rrogan y analizan la realidad local, la movilizan, espe-cialmente en su dimensión simbólica (López y Guzmán 2013). Representan momentos construidos por el in-vestigador alrededor de objetos intermedios, y a tra-vés de la materialidad de estos objetos se reconfiguran las relaciones entre los actores locales, mostrando un efecto altamente performativo de la realidad (Villasan-te 2006, Dirksmeier y Helbrecht 2008, Vinck 2009, Da-niel 2011). El conocimiento tradicional y las variedades locales son un analizador-movilizador agroecológico

muy potente que atañe a la sociedad en su conjunto, debido a su vinculación con la identidad cultural. Las actividades donde este patrimonio se muestra visuali-zan aquellas formas de manejo que existen pero no se nombran -el manejo campesino-, y otras soluciones al-ternativas -no industriales-, y movilizan al conjunto de la sociedad en su rescate.

Por último, la Fase V (Evaluación y Reajuste) cierra el proceso. Considera los resultados alcanzados en sus as-pectos materiales y subjetivos; así como la evolución del mapa social local. El tetralema aplicado en los talleres de evaluación, como una herramienta para ir más allá de la discusión dual entre opiniones opuestas y abrir el análisis a significados más creativos (Jayatilleke 1967, Galtung 2010), y adaptaciones de la encuesta delibera-tiva (Fishkin 1991) son técnicas útiles (Tabla 1). En esta fase, la construcción y el acompañamiento de nuevos liderazgos colectivos en la línea de la Agroecología, de-sarrollados de forma transversal a lo largo del proceso, debe condensarse de cara a un nuevo ciclo de IAP.

En este artículo se examina la aplicación de la me-todología de la IAP en tres estudios de caso en España, con el fin de validar la utilidad de este enfoque para facilitar la transición agroecológica en el contexto europeo y, en caso necesario, adaptar las técnicas de investigación. Con este objetivo, hemos elegido tres estudios de caso con características diferentes en los siguientes aspectos: escala espacial de la transición agroecológica; relevancia social de la agricultura; co-nocimiento técnico-agronómico de los agricultores participantes; y organización social y política de los agricultores (ver Tabla 2), que están relacionados con el potencial agroecológico local.

Descripción de los estudios de caso

La Tabla 3 resume las características de las áreas en las que los estudios de caso estaban situados.

Cooperativa El Romeral (Sierra de Yeguas, Málaga)La cooperativa, constituida en 1991 por 10 jornaleros

del Sindicato de Obreros del Campo (SOC), accedió a una finca pública de 103 ha en el municipio de Sierra de Ye-

Tabla 2. Características de los estudios de caso relacionadas con el potencial agroecológico local.

Sierra de Yeguas (Málaga)

Morata de Tajuña (Madrid)

Alpujarra (Granada)

Escala especial de la transición agroecológica finca municipio comarca

Importancia social de la agricultura en la zona alta baja alta

Experiencias de agricultura ecológica en la zona ninguna baja alta

Experiencias en Cadenas Cortas de Comercialización (CCC) en la zona media baja baja

Experiencia técnica de los agricultores baja alta alta

Conocimiento tradicional agrario de los agricultores baja baja alta

Organización social de los agricultores alta baja media

Organización política de los agricultores alta baja baja

Conexión con otros movimientos sociales alta baja baja

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93Investigación acción participativa en agroecología: construyendo el sistema agroalimentario…

guas (Málaga) (Tabla 3). El SOC abanderó la lucha por la Reforma Agraria en Andalucía durante la transición de-mocrática en los años 80-90 del siglo XX y la formación de cooperativas agrarias en diversos municipios. Un grupo de estas cooperativas defendía un modelo productivo basado en el conocimiento tradicional campesino y en la autonomía, lo que les lleva a la diversificación productiva y al reciclaje, a no emplear biocidas, a generar empleo y a desarrollar cadenas cortas de comercialización (CCC)). Los investigadores que posteriormente desarrollaron el proceso de IAP fueron invitados a participar en las discu-siones del grupo de cooperativas en los años anteriores al inicio formal de la transición agroecológica de la coo-perativa El Romeral (Guzmán 2002). Lo que se resume aquí forma parte del proceso de IAP (1993-1999), que co-menzó con la decisión de los miembros de la Cooperativa de El Romeral de adoptar un modelo agroecológico de producción y comercialización.

En este caso, el estudio se centró en la transición a la escala de finca, con un pequeño grupo de jornaleros en un contexto típicamente rural en Andalucía (sur de España), donde la agricultura es una actividad económi-ca muy importante. Al comienzo de este proceso no ha-bía ninguna experiencia de agricultura ecológica en la zona. Sin embargo, el potencial agroecológico del gru-po era alto, especialmente por su fuerte organización social y política. Las principales deficiencias se debieron a la falta de experiencia de los miembros de la coopera-tiva como agricultores (Tabla 2).

1. Municipio Morata de Tajuña (Madrid)La cercanía de este municipio a Madrid (37 km) le

dota de un fuerte carácter periurbano en su dinámica social, e induce precios urbanos en el mercado local de tierras. El municipio ha sufrido un fuerte proceso de desagrarización que se expresa en la degradación de las

instituciones e infraestructuras agrarias; la desarticula-ción y escasa capacidad de movilización del sector; la inexistencia de agroindustria; y la concentración de la comercialización de los productos agrarios locales en manos de aquellos propietarios con más tierra. Al inicio del proyecto solo tres explotaciones eran ecológicas (olivar para aceite), pero no comercializaban su produc-to como tal. Sin embargo, existía un denso tejido asocia-tivo y un sector hostelero que mostraban sensibilidad hacia la conservación del paisaje y la actividad agraria locales; a la vez que valoraban su potencialidad para dinamizar la economía local, especialmente ante la cre-ciente presión urbanística sobre el municipio.

La presencia del investigador principal en Morata de Tajuña fue previa al inicio del estudio de caso que aquí se resume, ya que participaba en otro proyecto agroecológico de carácter privado, aunque colectivo, en el municipio en 2001. Este hecho llevó al primer contac-to con la persona que, a partir de 2002, sería concejal de agricultura del municipio. La concejal expresó un fuerte deseo de revitalizar la actividad agraria en el municipio y la administración local aceptó expresamente las pro-puestas de la agricultura ecológica y las metodologías participativas como elementos centrales del proyecto, lo que nos permitió diseñar un proceso integral de de-sarrollo rural participativo basado en procesos de tran-sición agroecológica (López 2012) .

Este estudio de caso se centró en una escala espacial intermedia (municipio), en un contexto social en el que la agricultura es prácticamente invisible, pero en el que había algunas experiencias de agricultura ecológica para apoyar el proceso de transición agroecológica. No obstante, el potencial agroecológico de Morata de Taju-ña era inicialmente muy bajo, principalmente debido a la desorganización y debilidad del sector agrario local (Tabla 2).

Tabla 3. Características de las zonas donde se localizan los estudios de caso.

Localización Sierra de Yeguas (Málaga) Morata de Tajuña (Madrid) Alpujarra (Granada)

Población (nº habitantes) 3.206 6.548 24.750

Densidad de población (hab/km2) 37,5 145,5 21,38

Explotaciones agrarias (nº) 269 285 4249

Agricultores en el proceso de IAP 10 familias 53 330

Superficie Agraria Útil (ha) 7561 2340 39,242

Pluviometría (mm) 492,2 386 559,74

ClimaTemplado con verano seco

y cálidoTemplado con verano seco

y cálidoTemplado con verano seco y

templado

Régimen hídrico predominante Irrigación/Secano Irrigación/Secano Secano

Cultivos principalesOlivar, trigo, cultivos

hortícolasAjo, olivar, cultivos hortícolas

Olivar, almendras, viñedo, higuera

Ganadería Caprino Irrelevante Ovino, vacuno

Agricultores como 1ª actividad (%) 86 22 68

Edad de agricultores >54 años (%) 24 61 53

Fuente: INE (1999)

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94 Agroecología 8(2)

2. Comarca Alpujarra de GranadaUbicada al sureste de la Península Ibérica en dos im-

portantes sierras (Sierra Nevada y la Sierra de la Contra-viesa), la comarca de la Alpujarra es muy montañosa. El agua, proveniente del deshielo, conducida través de acequias o galerías subterráneas, permite el riego de pequeños bancales, generando una marcada diversidad de arreglos espaciales y temporales de cultivos, donde la altitud tiene gran influencia. Los aprovechamientos ganaderos de montaña sirven como complemento a explotaciones familiares. La escarpada orografía ha im-pedido la intensificación de la agricultura y ha permi-tido la permanencia de un rico conocimiento agrario tradicional, muy relevante en el contexto europeo. La población disminuyó en el último siglo, y se ha masculi-nizado y envejecido, concentrándose en menos núcleos de población. Paralelamente, se ha asentado población de la Unión Europea atraída por el paisaje y la cultura. La Alpujarra sigue siendo una comarca agraria (Tabla 2), pero la población activa agraria ha disminuido.

Los investigadores fueron invitados a colaborar en La Alpujarra por una asociación de 54 agricultores llamada “Contraviesa Ecológica” en 2005. Los responsables de di-cha asociación solicitaron ayuda de los investigadores para identificar, describir y evaluar las variedades locales de higuera (Ficus carica L.) y los conocimientos tradicio-nales asociados a su manejo, con el fin de poner en valor este patrimonio, e introducir su producto en el mercado ecológico. La evaluación incluía identificar conjuntamen-te con ellos aquellas variedades y conocimientos técnicos que seguían siendo válidos en las circunstancias actuales y aquellos que debían modificarse con el fin de adaptarse a las circunstancias actuales y lograr sus objetivos: mantener la viabilidad de sus explotaciones y conservar su patrimo-nio cultural. Posteriormente, a partir de 2008 el proyecto participativo se extendió a otros tipos de sistemas de pro-ducción (ganado, frutas, verduras, etc.), a petición de otros grupos de agricultores y gobiernos locales. Este artículo se centra en el proceso de IAP entre 2008 y 2010.

En este caso, el área de actuación y la población afec-tada por el proyecto fue más amplia que en los casos anteriores (Tabla 3), la agricultura tenía una mayor rele-vancia social y el conocimiento agrario tradicional man-tiene una cierta vigencia. Por otra parte, al comienzo de este proceso, había muchas experiencias de agricultura ecológica en la zona, por lo que la intervención tuvo lugar en una etapa avanzada de la transición agroeco-lógica con algunos actores locales presentes en la co-marca. Los investigadores se centraron principalmente en aspectos que los agricultores identificaban como deficiencias importantes (Tabla 2) tales como: la orga-nización de los grupos de agricultores para identificar sus necesidades, establecer prioridades y encontrar soluciones, la búsqueda de soluciones para los nuevos problemas técnicos (para los que todavía no habían encontrado una alternativa agroecológica, como algún

tipo de control de plagas) y, finalmente, la construcción de canales cortos de comercialización.

Resultados y discusión

Cooperativa El RomeralEl evidente potencial agroecológico del grupo y la

relación previa entre la cooperativa y los investigadores hizo innecesaria la Fase I. El resto de las Fases avanza-ron en dos niveles: 1) la discusión sobre las perversiones del sistema agroalimentario global y como desarrollar alternativas al mismo, en la que participaban 8-9 coope-rativas en talleres de creatividad social, guiados por so-cias del propio SOC; y 2) la planificación y ejecución del proceso de transición agroecológica en la finca con la Cooperativa El Romeral, lo que incluyó el rediseño par-ticipativo del agroecosistema y el desarrollo de canales cortos de comercialización (Guzmán y Alonso 2000).

La planificación del proceso de transición en finca se realizó en la Fase II (1993-1994) en tres etapas: 1º. Análisis de la información secundaria respecto al proceso de con-versión a agricultura ecológica (AE), ya que había poca ex-periencia en España en 1993. 2º. Diagnosis de la situación inicial de la finca y de la cooperativa desde una perspecti-va agronómica, socioeconómica y tecnológica, utilizando la entrevista, la observación participante y el MESMIS. La selección de indicadores de sustentabilidad usados en el MESMIS fue realizada en talleres de creatividad social, en los que definimos una serie de indicadores relacionados con los objetivos de los miembros de la cooperativa (p.e. la creación de empleo, la diversificación de cultivos, el de-sarrollo de CCC, etc.), la percepción de los riesgos (p.e. la invasión de malezas o plagas) y, en general, la sustentabili-dad del proceso (p.e. la mejora de la tierra, la plantación de setos, etc.). 3º. Los miembros de la cooperativa definieron la situación “ideal” a la que sería deseable llegar y la estrategia de transición, mediante talleres de devolución de la infor-mación y talleres de creatividad social.

Las Fases III y IV (1994-1999) se desarrollaron paralela-mente. Ejecutamos el plan previsto, iniciamos la evalua-ción y generamos información “in situ” que permitiera modificar el manejo en caso necesario. Concretamente, se pusieron en marcha ensayos para optimizar el mane-jo (p.e. fertilización y manejo de hierbas) y se recuperó conocimiento tradicional agrícola y variedades hortíco-las locales, que se incorporaron a la finca. El MESMIS y la IPA fueron las técnicas empleadas más importantes.

La Fase IV consistió en la puesta en marcha de la es-trategia de la cooperativa a nivel comercial y formativo. Los CCC se desarrollaron a través de Asociaciones de consumidores y productores de alimentos ecológicos en varias ciudades de la región, aliándose con movi-mientos sociales urbanos. Secundariamente, se desarro-llaron a través del comercio local.

La Fase V de evaluación (2001) se basó por un lado en los indicadores de seguimiento elaborados y, por otro, en

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95Investigación acción participativa en agroecología: construyendo el sistema agroalimentario…

el desarrollo de nuevas actitudes y en redefiniciones even-tuales de los valores y objetivos tanto del grupo, como de los agricultores del entorno. Los resultados se resumen en la Tabla 4. El agroecosistema fue rediseñado con una alta diversidad de cultivos, se introdujo ganado para consumo doméstico (cerdos y gallinas), se plantaron árboles a lo lar-go de los bordes de las parcelas de hortalizas y se inició el compostaje de los residuos orgánicos. Se resolvieron pro-blemas de plagas muy dañinas en la zona, como Agriotes lineatus y se mejoró el manejo de las hierbas, permitien-do obtener unos rendimientos buenos. El éxito hizo más fácil la adopción del manejo agronómico por los agricul-tores vecinos. También se logró la viabilidad económica y se alcanzaron los objetivos sociales (creación de empleo y el desarrollo de CCC que hoy siguen funcionando). Sin embargo, el proceso requirió mucho esfuerzo y algunos miembros de la cooperativa no estaban de acuerdo, por lo que la cooperativa se dividió en dos en 1996. Actualmente, la nueva cooperativa agroecológica (Repla SCA) es visitada por muchos grupos de agricultores y técnicos interesados en la agricultura ecológica.

1. Municipio Morata de TajuñaLa investigación se desarrolló en tres periodos dis-

continuos entre 2006-2009, condicionada por la finan-ciación pública local. La Fase I se basó en el análisis de información secundaria y en entrevistas semiestructu-radas a informantes clave. Además, se negociaron los objetivos y los límites del proyecto con el gobierno municipal, promotor del mismo (carácter vinculante de las propuestas surgidas del proceso participativo, dispo-nibilidad presupuestaria para su implementación, etc.).

La Fase II continuó con entrevistas desde un enfoque relacional para elaborar el sociograma inicial. Los resul-tados obtenidos se volcaron en talleres de devolución al sector agrario local, aplicando técnicas del DRP. Durante el proceso, 9 agricultores de diversa condición integra-ron el Grupo Motor, que operativizó la información reco-gida en la elaboración del Diagnóstico Participativo del sector agrario local. Para ello, se aplicaron técnicas de creatividad social (análisis DAFO, sociograma, flujogra-ma…). A su vez, el órgano de participación municipal en agricultura y medio ambiente, integrado por todos los partidos políticos y asociaciones interesadas, asumió la función de Comisión de Seguimiento del proyecto.

En la Fase III realizamos talleres de devolución del Diag-nóstico a la población y la investigación se centró en la re-cuperación de conocimiento tradicional. El Grupo Motor, junto con el investigador y la población implicada (más de 50 agricultores y otros actores locales que participaban en los diferentes talleres) elaboró el Plan de Acción Integral (PAI) del proyecto, creando un nuevo flujograma para con-cretar y priorizar aquellas acciones propuestas que desper-taban una mayor motivación entre la población.

En la Fase IV pusimos en marcha los 7 GTS que sur-gieron del PAI, formados por agricultores y otros acto-

res no agrarios, incluida la administración, interesados en cada tema. Cada GTS realizó un taller de creatividad social para elaborar diagnósticos sectoriales en detalle y priorizar acciones. Paralelamente se implementaron dis-tintos movilizadores agroecológicos (mercadillos de ali-mentos locales, eventos en torno a las variedades agrí-colas tradicionales, programas en radio...) para construir una imagen general del proyecto, mejorar la valoración social de la actividad agraria y hacer visibles alternativas agroecológicas de manejo.

Finalmente, en la Fase V, se realizó una ronda final de entrevistas (completando así nuestra adaptación de en-cuesta deliberativa) que serviría para estimar las trans-formaciones subjetivas alcanzadas en la sociedad local. A su vez, se realizaron dos talleres de evaluación: uno abierto a toda la población mediante la aplicación de tetralemmas, y otro con el Grupo Motor para realizar un sociograma final y compararlo con el realizado al inicio de la investigación. Con estos talleres pretendíamos una evaluación participativa de los resultados alcanzados y, a su vez replantear objetivos para una eventual conti-nuación del proceso.

El impacto -material y simbólico- generado sobre el sector agrario local fue alto (tabla 4). Destacamos espe-cialmente la transformación de las visiones pesimistas de muchos agricultores en motivación para adoptar formas de manejo en la línea de la transición agroecoló-gica, y la revalorización social de la agricultura en el mu-nicipio. Con este fin se desarrolló una acción transversal a todo el proyecto, reclamada por los agricultores en la Fase II, para mejorar la valoración social de la actividad agraria en el municipio. Nuestra estrategia fue transver-salizar la agricultura en todos los espacios públicos lo-cales para hacerla visible, y buscar apoyo al respecto en todo tipo de entidades.

En relación a los pasos en el proceso de transición de-finidos por Gliessman (2010), el éxito en este estudio de caso fue muy superior en el nivel 4 que en el nivel 3. La mejora de la estructura del agroecosistema se produjo en aquellos casos en los que se incorporaron variedades locales de cultivo y en el manejo de la materia orgánica y el suelo. Otros agricultores fueron capaces de alcanzar el nivel 2 (de sustitución de insumos). Sin embargo, el ni-vel 4 fue ampliamente desarrollado. Los agricultores se esforzaron en mejorar su organización motivados por la convicción de la necesidad de cambiar de modelo de comercialización. Ello permitió la creación de infraes-tructura para transformar sus productos (vino y aceite de oliva) y la venta a través de CCC (Tabla 4).

2. Comarca Alpujarra de GranadaLa IAP se desarrolló entre 2008 y 2010, cubriendo to-

das las fases descritas en la Tabla 1. Al inicio del proceso ya existía una superficie reseñable de AE en la comarca (1.395 ha), concentrada sobre todo en algunos munici-pios. En estos casos la intervención iba dirigida a mejo-

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96 Agroecología 8(2)

rar desde el punto de vista agroecológico un proceso que ya estaba en marcha.

La Fase I consistió en la definición preliminar de las problemáticas y demandas de los agricultores y la agroindustria local, así como del sociograma local. Se conformó el Grupo Motor con agentes de la adminis-tración, agricultores/as y la investigadora principal. Deli-mitamos los siguientes GTS, todos ellos relativos a la AE: ganadería, higuera, olivicultura, hortofruticultura, elabo-ración de alimentos, CCC, y vitivinicultura.

Se realizaron talleres participativos en los que la in-vestigadora se presentó, trasladó a los actores locales el apoyo a las demandas en torno a la AE e inició la evalua-ción del potencial agroecológico local.

Así mismo se elaboró un borrador del plan de trabajo por cada sector, que incluía una primera caracterización de cada uno de ellos, los principales actores identifica-dos y la evaluación “rápida” del potencial agroecológico local.

Además del sociograma, fue importante la observa-ción participante.

En la Fase II establecimos una tipología de explotacio-nes, a través de entrevista y visitas a 51 fincas. Además, realizamos diagnósticos sectoriales y se abrieron espa-cios de reflexión en torno al conocimiento agroecoló-gico local, identificándose los discursos presentes en relación a la AE; el futuro de la actividad y las posibles vías de fortalecimiento del sector. El análisis DAFO y las técnicas propias del DRP, fueron aplicados en talleres de creatividad social.

Durante la Fase III establecimos los nudos críticos priorizados por sectores y se elaboraron Planes de Ac-ción y cronogramas anuales para los periodos 2008, 2009 y 2010-2013. También se constituyeron los GTS en todos los sectores identificados, salvo en el vitivinícola, que era un sector ya consolidado. Fueron especialmen-te relevantes los talleres de devolución y los talleres de creatividad social en los que establecimos las priorida-des de trabajo.

Durante la Fase IV iniciamos la ejecución de los Pla-nes de Acción. El esfuerzo se concentró parcialmente en los procesos de transición agroecológica en finca, desarrollando acciones enmarcadas en el IPA. Estas per-mitieron la transferencia metodológica y técnica de la investigadora a los agricultores y viceversa, y entre los propios agricultores (de campesino a campesino). Se obtuvieron buenos resultados cuantitativos y cualita-tivos (tabla 4).

Durante la Fase V revisamos y validamos los Planes de Acción 2008, 2009 y 2010-2013, y fortalecimos la trans-ferencia del liderazgo colectivo iniciado anteriormen-te, con la formación complementaria de agricultores y técnicos implicados en técnicas de IAP. Realizamos una evaluación cualitativa participativa del proceso (logros, retos y rearticulación de redes) mediante la entrevista semiestructurada y el sociograma, y una evaluación

cuantitativa (incremento de la superficie y explotacio-nes de AE).

Los resultados se resumen en la Tabla 4. La recupe-ración de prácticas tradicionales como la trashumancia (migración estacional del ganado), y el cultivo de varie-dades locales de higuera, fueron la mayor contribución al rediseño del agroecosistema. Esta aportación fue muy valiosa desde dos puntos de vista: en su carácter simbólico como refuerzo de su identidad y de recono-cimiento de los conocimientos tradicionales, y en su na-turaleza material a través del uso de los recursos locales, la mejora del paisaje, el aumento de la biodiversidad, la reducción de riesgo de incendios, etc. Algunos pro-blemas técnicos se solucionaron mediante el rediseño del agroecosistema (por ejemplo, la introducción de la biodiversidad) y, a veces, por la sustitución de insumos (por ejemplo, trampeo masivo de plagas). Por último, la mejor organización de los agricultores permitió avanzar en el establecimiento de la agroindustria cooperativa y la comercialización de alimentos a través CCC.

Conclusiones

La IAP ha desarrollado una gran cantidad de herra-mientas para lograr el cambio social a través de proce-sos de acción-reflexión social (Freire 1972) en campos muy diversos. Aplicada a la Agroecología, los métodos participativos se han desarrollado más en la escala de finca (p.e. MESMIS, investigación participativa con los agricultores).

Sin embargo, muchas de las constricciones de la tran-sición agroecológica pueden sólo ser resueltas a escalas de investigación más altas (Dalgaard et al. 2003), inclu-yendo problemáticas sociales y ecológicas, que son el núcleo de la crisis del sector agrícola. Enfoques partici-pativos basados en la comunidad, que se centran en las redes sociales, pueden ayudar a vincular diferentes es-calas de la investigación agroecológica y pueden hacer frente a las relaciones desequilibradas entre los actores del sistema agroalimentario.

La metodología aplicada ha combinado diferentes técnicas de investigación dentro de un proceso partici-pativo, siguiendo la secuencia propuesta por Villasante (2006) para el desarrollo de la socio-praxis. Ha demostra-do ser eficaz en la promoción de procesos de transición a nivel de comunidad local en el medio rural español.

Las técnicas participativas debieron ser simplificadas para adaptarse al nivel de abstracción de las personas participantes, resultando de mayor eficacia las prove-nientes del DRP para facilitar la participación en los ta-lleres (Chambers 1992, Geilfus, 1997) y las de IPA para re-diseñar los agroecosistemas y su manejo, así como para la difusión tecnológica. Mientras que las procedentes de la socio-praxis (sociogramas y flujogramas) se mostra-ron útiles para el diseño y monitoreo del proceso por parte de los investigadores, pero debieron ser simplifi-

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97Investigación acción participativa en agroecología: construyendo el sistema agroalimentario…

cadas -especialmente en su lenguaje gráfico- para ser aplicadas en talleres participativos con agricultores.

La combinación de diferentes escalas de investiga-ción en cada estudio de caso ha mostrado un alto po-tencial sinérgico entre los procesos de organización de los agricultores para la comercialización y el rediseño

del agroecosistema, con el fin de avanzar hacia la sus-tentabilidad. Además, aunque los procesos de IAP se centran localmente, la mayor organización política y so-cial de la comunidad permitió cierta influencia en una escala superior, p.e. administración pública, partidos po-líticos, etc.

Tabla 4. Resumen de los resultados de los tres estudios de caso.

Cooperativa El Romeral (1993-1999)

Morata de Tajuña (2006-2009) Alpujarra de Granada (2008-2010)

Desarrollo de Cadenas Cortas de Comercialización (CCC)

Mediante asociaciones de consumidores, tiendas locales y, posteriormente, también bioferias y comedores escolares. Exigió demasiado esfuerzo, provocando la división de la cooperativa. La mitad de los socios y de la tierra siguió el modelo agroecológico con el nombre de Repla

Comercialización de los alimentos ecológicos en el 70% de los comercios y en 3 restaurantes locales. Creación de una cooperativa de distribución que comercializa alimentos ecológicos a través de CCCLos ingresos de los olivareros ecológicos crecieron un 300% gracias a la elaboración del primer aceite ecológico de la región y su distribución en CCC

Se estableció la primera almazara con línea de producción ecológica, cuyo aceite se vende a través de diversos canales cortos. La carne producida por la asociación de ganaderos se vende en una comarca vecina por medio de CCC.

Promoción de la Agricultura Ecológica

En 2001 Sierra de Yeguas concentraba el 28% de los horticultores ecológicos de la provincia, cuando sólo representaba el 0,45% de las explotaciones. Es un referente regional de la agroindustria ecológica, de la que la cooperativa Repla es socia.

La superficie ecológica se multiplicó por 3. Se creó una bodega ecológica.

El número de agricultores ecológicos pasó de 109 a 205.

Resolver problemas de manejo

Impacto regional constituyéndose en faro agroecológico en la producción hortícola. Se resolvieron problemas de plagas (Agriotes lineatus), y se mejoró el manejo de las hierbas

Se redujeron los problemas con la mosca del olivo (Bactrocera oleae).Se mejoró el manejo del suelo mediante cubierta vegetal e incorporación de restos de poda.

Se resolvieron problemas de plagas de higuera en campo y almacén. Se adaptaron las técnicas de olivicultura ecológica a la comarca.

Uso de recursos locales

Principalmente de materia orgánica. No se consolidó el cultivo de variedades locales, debido al gran esfuerzo necesario para producir la propia semilla y plántula en una finca grande y diversificada.

Principalmente se recuperaron las variedades hortícolas locales: 7 explotaciones introdujeron estas variedades locales en sus fincas. Además 4 fincas sustituyeron agroquímicos por extractos de plantas para el control de plagas.

Revalorización de la agricultura tradicional. Especialmente de variedades locales de higuera y rutas de trashumancia del ganado.

Impacto social Alto, por generar empleo en la finca y en la agroindustria, en una comarca con altos niveles de desempleo. El empleo generado se triplicó.

Se afrontó el problema social respecto a la contratación de trabajadores inmigrantes. Se creó una Bolsa de Empleo Agrario y se ofreció asesoría legal para los agricultores. Los contratos legales a jornaleros pasaron de 0 a 22

Formación de dos asociaciones: de ganadería y hortofruticultura ecológicas. Fortalecimiento de asociaciones preexistentes: aceite de oliva ecológico, horticultura ecológica y de higuera ecológica.Formación de agentes locales en técnicas de IAP para continuar el proceso.

Impactoinstitucional

Alto en centros educativos.Todos los partidos políticos del municipio apoyaron el Plan de Acción y parte del presupuesto municipal fue destinado a financiar las propuestas del proceso participativo

Alto en instituciones públicas dedicadas al desarrollo rural comarcal. Sus técnicos han continuado acompañando a los Grupos de Trabajo creados.

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Dependiendo de las características de cada estudio de caso, algunas de las técnicas de investigación fueron más importantes que otras. Cuando había inicialmen-te menos potencial agroecológico (menor importancia social de la agricultura, pobre conocimiento agrario tra-dicional, menor organización social de los agricultores), las técnicas más útiles fueron las de la socio-praxis y las del DRP (Morata de Tajuña). En contraste, las técnicas IPA y el MESMIS fueron más relevantes cuando el potencial agroecológico fue mayor (La Alpujarra y la cooperativa El Romeral). Puesto que el potencial agroecológico se cons-truye, se puede concluir que la sociopraxis y las técnicas de DRP son más útiles en las etapas iniciales del proceso de transición agroecológica -cuando resulta más necesa-ria la articulación social- y poco a poco pierden importan-cia cuando éste avanza -cuando la potencia social existe, y se requieren más soluciones técnicas-, siendo reempla-zados en parte por las técnicas de IPA y MESMIS.

Aunque Gliessman (2010) define la transición agroeco-lógica en 4 etapas progresivas, en dos de nuestros estu-dios de caso la fase 1 no estuvo presente y en todos ellos la fase 4 fue desarrollada en paralelo con el rediseño del agroecosistema (fase 3). E incluso, el desarrollo de CCC se convirtió en la fuerza motriz para el cambio en el mane-jo de los agroecosistemas en Morata de Tajuña. De ello podemos concluir que la transición agroecológica no es un proceso necesariamente lineal, dependiendo de la si-tuación de partida y de las fuerzas impulsoras, ésta puede iniciarse y desarrollarse siguiendo otras pautas.

Dado el carácter marginal de la agricultura en el con-texto europeo, sobre todo en áreas periurbanas, el simple hecho de abrir espacios de comunicación entre los agricul-tores, donde ellos son los protagonistas, facilita el interés inicial por participar. No obstante, la consecución de resul-tados concretos respecto a las demandas y problemáticas de los agricultores fue un aliciente imprescindible para ampliar y profundizar la participación posteriormente. La reducida masa social que representa la comunidad local de agricultores resultó a menudo insuficiente para desa-rrollar las propuestas planteadas y, por ello, resultó útil la colaboración de otros actores no agrarios, así como am-pliar la escala territorial de intervención -a la comarca o la región- para alcanzar una masa crítica suficiente. La inte-gración en el proyecto de otros actores y la conexión con otras redes fue imprescindible para desarrollar los CCC.

La identificación inicial del proceso con la producción ecológica fue interpretada por parte de los agricultores convencionales como algo ajeno, sobre todo en Morata de Tajuña, donde el potencial agroecológico previo era menor. Estos participaron más en aquellas actividades que asociaban menos con la AE, como la ordenación del mer-cado laboral.

El período de implementación de la IAP fue valorado como escaso por los participantes, salvo por El Rome-ral donde el periodo de acompañamiento fue mayor. El buen desarrollo de estos procesos requiere financiación

estable durante períodos temporales amplios (4 años mínimo) muy difícil de lograr.

A pesar de estas limitaciones, el enfoque metodoló-gico de la IAP y las técnicas de investigación asociadas han tenido éxito en la iniciación y acompañamiento de los procesos de transición agroecológica, en la par-ticipación de los agricultores, en el rediseño de sus ex-plotaciones para aumentar la sustentabilidad y en la construcción de redes locales de consumo de alimentos ecológicos con una participación social más amplia.

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La revista Agroecología, surge como consecuencia de la colaboración de la Sociedad Española de Agroeco-logía (SEAE), la Sociedad Cientifica LatinoAmericana de Agroecologia (SOCLA) y la Asociación Brasileña de Agroecologia (ABA), con el fin de crear un espacio de co-municación científico que sirva para recoger los trabajos que, en el campo de la agroecología, vayan apareciendo especialmente en el ámbito español y latino-americano..

Agroecología acepta:

- artículos originales sobre temas agroecológicos.- comunicaciones breves de hasta dos páginas ma-

nuscritas- reseñas bibliográficas

1. Extensión de los artículos

Los artículos no deben exceder 25 páginas impresas en DINA4, a doble espacio y tamaño de letra 12. Como proce-sador de texto se utilizará preferentemente Microsoft Word.

2. Presentación de los manuscritos

La primera página de cada manuscrito debe contener:Título del artículo, nombre de los autores y dirección

e-mail, teléfono y fax del autor responsable de la corres-pondencia.

Resumen, que no excederá de 250 palabras, y de 3 a 7 palabras claves. Resumen y palabras claves en inglés y español o portugués.

Las siguientes secciones incluirán el contenido usual:Introducción, Material y Métodos, Resultados, Discu-

sión, Agradecimientos, Referencias (ver a continuación), Tablas (ver a continuación), Ilustraciones (ver a conti-nuación), Leyendas (ver a continuación).

3. Tablas

Cada tabla (Tabla 1) debe ser presentada por separa-do, numerada y estará referida en el texto.

4. Figuras

Los dibujos (Fig. 1) pueden ser enviados como origi-nales o como fotografías en blanco y negro bien con-trastadas y de alta calidad.

5. Fotografías y microfotografías

Deben ir numeradas secuencialmente con las figu-ras. Se debe incorporar una escala en el lugar que se

estime apropiado. El autor debe utilizar sus propios símbolos, números y letras tanto para las figuras como para las fotografias. El nombre del autor/es del artículo y el número de la figura debe escribirse en el dorso de la misma.

6. Leyendas

Las leyendas de las tablas y figuras, convenientemen-te numeradas, deben escribirse todas juntas en páginas separadas del resto del artículo.

7. Referencias

Corresponderán únicamente a los trabajos, libros, etc., citados en el texto y se escribirán según el siguien-te modelo:

a) Para artículos en revista

Packer C. 1983. Sexual dimorphism: the horns of Afri-can antelopes. Science 221: 1191-1193.

Boyer HW, Roulland-Dussoix D. 1969. A complemen-tation analysis of the restriction and modification of DNA Escherichia coli. Journal of Molecular Biology 41: 459-465.

Klos J, Kuta E, Przywara L. 2001. Karyology of Plagiom-nium. I. Plagiomnium affine (Schrad.) T. Kop. Journal of Bryology 23: 9-16

Usar los nombres de las revistas completos, no en abreviación.

b) Para libros, tesis y otras publicaciones no periódicas

Whelan RJ. 1979. The ecology of fire. Cambridge: Cambridge University Press.

c) Para artículos y capítulos de contribuciones en libros

Huenneke LF. 1991. Ecological implications of genetic variation in plant population. In Genetics and conserva-tion of rare plants (Falk DA, Holsinger KE, eds.). Oxford: Oxford University Press, pp. 31-44.

d) Los trabajos en prensa

Sólo se citarán si han sido formalmente aceptados para su publicación, su reseña se hará como sigue:

Werner O, Ros RM, Guerra J. in press. Direct amplifica-tion and NaOH extraction: two rapid and simple meth-ods for preparing bryophyte DNA for polymerase chain reaction (PCR). Journal of Bryology.

Información para los autores y política editorial

AGROECOLOGÍA

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La lista bibliográfica de un trabajo se establecerá or-denando las referencias alfabéticamente por autores (y cronológicamente para un mismo autor, añadiendo las letras a, b, c, etc., a los trabajos del mismo año). En el texto, las referencias bibliográficas se harán de la manera usual: “según Packer (1983)”, “el ahorro energético (Margalef 1983)”, “en trabajos recientes (Ritley 1981, Rufoss & Canno 1999)”, etc. Se citarán los autores por su apellido cuando éstos sean uno o dos (Kumagai & Hasezawa 2000), pero no cuando sean más de dos, empleándose entonces, la abreviación de et alii (Sunderesan et al. 1999).

8. Unidades

Agroecología sigue el Sistema Internacional de Uni-dades (SI).

9. Abreviaturas

Las abreviaturas de uso no común deben ser expli-cadas.

10. Pruebas de imprenta

Cada autor recibirá una prueba de imprenta de su trabajo. El autor debe ajustarse a los plazos de devolu-ción de las pruebas corregidas y evitar la introducción de modificaciones importantes al texto original. La co-

rrección de pruebas deberá hacerse según pautas y símbolos internacionalmente admitidos, de los que se adjuntará una muestra con las galeradas. En las galera-das corregidas se indicará (al margen) el lugar aproxi-mado del texto en el que colocar las distintas figuras y tablas.

11. Advertencia final

Los autores deben evitar rigurosamente el uso de ne-gritas, mayúsculas, subrayados, etc., en la totalidad del manuscrito. Subrayar sólo los nombres científicos de géneros, especies, subespecies, etc.

12. Envío de los trabajos originales

Toda la correspondencia relativa a la publicación de artículos en Agroecología puede enviarse:

a) Por correo electrónico (e-mail) a la dirección: [email protected]

b) Por envío postal (original y disquette o CD-ROM, con el texto, cuadros y figuras) a:

José M. EgeaDpto. de Biología Vegetal (Botánica)Facultad de BiologíaUniversidad de MurciaCampus de Espinardo30100 Murcia. España

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Agroecologia (the journal) emerges as a consequence of the collaboration between Sociedad Española de Agroecología (SEAE) , the Sociedad Cientifica Lati-noAmericana de Agroecologia (SOCLA), the Asociacion Brasileira de Agroecologia with the Universidad de Mur-cia, to create a space of scientific communication by publishing articles in the field of agroecology to nour-ish new paradigms of agricultural development in Spain and Latin America.

Agroecology paper acceptance:-original research papers on Agroecology-short notes up to 2 printed pages-book reviews

1. Size or length of papers documents

Papers should not exceed 25 printed pages in DINA4, double space and word writing size 12. Text proceesing preferable will be Microsoft Word.

2. Organization of the manuscript

The first page of each manuscript should indicate:The title, the author’s names and the name, address,

e-mail, phone and fax number of the corresponding au-thor and 3 to 7 key words. The Abstracts must not ex-ceed 250 words. Abstracts and key words in English and Spanish or Portuguese

The following sections covering the usual contents:Introduction, Materials and Methods, Results, Dis-

cussion, Acknowledgements, References (see below), Tables with figures (see below), Illustrations or graphics (see below), Legends (see below).

3. Tables

Each table (Table 1) should be typed on a separated sheet, numbered and should be referred to in the text.

4. Figures

Line drawings (Fig. 1) can either be submitted as orig-inal drawings ready to print or as clean and sharp glossy black and white photographs.

5. Photographs and microphotographs

Photographs should be numbered in sequence with the figures. A scale bar should be drawn where appro-piate. Authors should use their own symbols, numbers and lettering to figures, including photographs. The

author’s name and the number of the figure should be written on the back of each figure.

6. Legends

Legends of tables and figures conveniently num-bered should be typed on a separate sheet and not writ-ten on the figures.

7. References

Should be restricted to books, papers, etc., cited in the paper, and should be presented according to the style shown below:

a) Articles from journals

Packer C. 1983. Sexual dimorphism: the horns of Afri-can antelopes. Science 221: 1191-1193.

Boyer HW, Roulland-Dussoix D. 1969. A complemen-tation analysis of the restriction and modification of DNA Escherichia coli. Journal of Molecular Biology 41: 459-465.

Klos J, Kuta E, Przywara L. 2001. Karyology of Plagiom-nium. I. Plagiomnium affine (Schrad.) T. Kop. Journal of Bryology 23: 9-16

Write out the journal names in full.

b) Books, Theses and other sporadic publications

Whelan RJ. 1979. The ecology of fire. Cambridge: Cambridge University Press.

c) Articles and chapters from books

Huenneke LF. 1991. Ecological implications of genetic variation in plant population. In Genetics and conserva-tion of rare plants (Falk DA, Holsinger KE, eds.). Oxford: Oxford University Press, pp. 31-44.

d) Papers in press

Should only be quoted if they have been accepted for publication, their quotation should be as follows:

Werner O, Ros RM, Guerra J. in press. Direct amplifica-tion and NaOH extraction: two rapid and simple meth-ods for preparing bryophyte DNA for polymerase chain reaction (PCR). Journal of Bryology.

References must be given in alphabetical order of authors (and chronologically for the same author, add-ing the letters a, b, c, etc. for papers of the same year). In

Instructions for authors and editorial policy

AGROECOLOGÍA

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the text, references should be cited in the conventional manner: “according to Packer (1983)”, “the energy saving (Margalef 1983)”, “in recent papers (Ritley 1998, Rufoss & Canno 1999)”, etc. Authors will be mentioned by their surnames (without initials) when they do nor exceed two (Kumagai & Hasezawa 2000) and by “et al.” when more than two (Sunderesan et al. 1999).

8. Units

Agroecology uses SI units (Système International d’Unités).

9. Abbreviations

Uncommon abbreviations should be explained.

10. Proofs

Authors will receive one set of proofs of their pa-per. Authors should obey the dead lines of the cor-rected proofs and should avoid introducing extensive modifications of the original text. Correction of proofs should be done according to international symbols

and standards, an example of which will be enclosed with the galley-proof. The aproximate place to insert figures and tables should be indicated on the correct-ed proofs.

11. Final remark

Avoid bold, italic, capital letters, etc. in the manuscript, only underline scientific names of genus, species, sub-species, etc.

12. Submission of papers

All the communication regarding articles and publi-cation of the Agroecología Journal can be sent to:

c) Per e-mail to: [email protected]) Per conventional Post (original and disquette o

CD-ROM, with the text, tables and figures) to: José M. EgeaDpto. Biología Vegetal (Botánica)Facultad de BiologíaUniversidad de MurciaCampus de Espinardo, s/n30100 Murcia. Spain

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