AGUIRRE Sergio - Vivir en el campo no cambiará las cosas

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    "Vivir en el campo no cambiar las cosas" de Sergio Aguirreen Los vecinos mueren en las novelas. Editorial Norma. Sergio Aguirre. Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 1999.

    "El hormiguero" de Sergio Aguirreen El hormiguero. Editorial Norma. Sergio Aguirre.

    Grupo Editorial Norma.

    Diseo de tapa y coleccin: Plan Lectura 2009

    Coleccin: Escritores en escuelas

    Ministerio de Educacin

    Secretara de Educacin

    Plan Lectura 2009

    Pizzurno 935 (C1020ACA) Ciudad de Buenos AiresTel: (011) 4129-1075/1127

    [email protected] - www.planlectura.educ.ar

    Repblica Argentina, 2009

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    Fragmento de la novela Los vecinos mueren en las novelas.

    La tarde caa. En la habitacin, todava alejadas de lasventanas, las sombras parecan ocupar el espaciodesde el fondo de la casa, opacando con la lentitud delatardecer los contornos de los muebles y los libros. A f u e ra

    se extendan disciplinadas por los ltimos rayos del sol yhacan perder, casi inadvertidamente, todos los contra s t e sen un verde difuso, aterciopelado, cada vez ms oscuro.

    Tal vez ese viaje haya sido toda una experiencia parausted... pero debo decirle que es apenas una ancdota. Jo h ndijo esto en un tono vago, impersonal, que reservaba para susms venenosas sentencias. y personalmente no me resulta

    muy atra c t ivo para escribir algo sobre eso, lo siento.La anciana, que hasta ese momento le sonrea expectan-te, por unos segundos mantuvo la misma expresin hastaque, finalmente, la decepcin se dibuj en su rostro:

    Oh, realmente lo lamento, yo pens... que poda resul-tarle de algn inters.

    John vio que el humor de su anfitriona a todas luces habacambiado. Tal vez para disimularlo, ella se levant y encendi

    vivir en el campono cambiarlas cosas

    Sergio aguirre

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    una lmpara que se hallaba en una mesa justo detrs de Jo h n .Lo hizo en silencio. Despus, antes de sentarse nueva m e n t e ,coloc otro leo en el hogar. Todo esto dur casi medio minu-to, y pareca despreocupada cuando dijo:

    S, claro... esto es apenas una ancdota. Seguramente laidea para su prxima novela es ms interesante, verdad?

    Eso espero, al menos tengo la impresin de que podraser una buena historia. Dijo con falsa modestia.

    Y con la ltima palabra, John record que ella ya le haba

    h e cho esa pregunta. Y que l haba respondido que no.A h o ra, muy hbilmente, la haca de nuevo. Y esa pequeat rampa lo hizo quedar como un imbcil. No pudo disimularuna mirada furiosa. Era una mujer lista, sin dudas...

    Oh!, saba que la tena. Por favor, sera un gran honorpara m escucharla, seor Bland. La voz era dulce, comosiempre, aunque a John le son como una orden.

    Sin embargo John no se inmut. Sonri de una maneraen que no lo haba hecho hasta ese momento, y pens:Quieres la verdad?, bien... te dir la verdad.

    Pero antes de pronunciar una palabra, hizo algo extrao:se levant, tom el atizador que estaba a un costado delhogar, y removi casi innecesariamente la pequea fogatamientras deca:

    No me gustara demorarla demasiado. Tal vez ustedespera a alguien...

    Oh, no... temo que recibo muy pocas visitas, yo...La anciana lo miraba algo sorprendida. John coloc otro

    leo y volvi a su asiento. El atizador permaneca an en sumano izquierda:

    Comenzar desde el principio. Sabe?. La tarde en quevinimos a conocer la propiedad pasamos por este camino y

    vi a una mujer mayor en el jardn. Era usted, es decir hizo

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    una pequea pausa ...yo saba que aqu viva una mujer. Yhoy, mientras suba para llegar hasta aqu, me percat deque su casa era la nica, aparte de la ma en este lugar. Y fueentonces que sucedi.

    Le confieso que desde ese momento estoy preguntn-dome qu historia es sa, que usted prefiri no contar.

    John sonri:Bueno, est bien. Quiero advertirle que es apenas la

    idea central, y se me ocurri a partir de nosotros, quiero

    decir, un matrimonio joven que tiene como nica vecina auna anciana. Claro, no todo se conrresponder a esta situa-cin, ni siquiera a nosotros mismos, porque al contarlonecesitar deformar muchas cosas, inventar otras... Peropor lo pronto digamos que algunas circunstancias de la rea-lidad me darn una mano para empezar.

    Comenzar diciendo que soy el que soy: un escritor.

    Supongamos que soy, tambin, algo mediocre. Un escritormediocre que sabe que nunca ganar mucho dinero, ya seaporque no tiene el talento suficiente o porque las historias queescribe pertenecen a un gnero agotado que ya no le interesaa nadie. Este escritor, o mejor, yo John hizo una pausa, mira su interlocutora, y sin sacarle los ojos de encima, sonri Siusted me permite hablar en primera persona, sabe?, meresultar ms fcil, porque as fue como lo pens, y mi perso-naje... por el momento no es otro que yo mismo.

    Oh si, por supuesto. Dijo entusiasmada la seoraGreenwold.

    Bien, habra que hacer un poco de historia para empe-zar... encendi un cigarrillo, y, entrecerrando los ojos,comenz: digamos que me cas con una muchacha que enpocos aos heredar una fortuna, nada exorbitante, pero

    que me permitir vivir sin la necesidad de dedicarme a otra

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    cosa. Usted sabe, en el mundo real no se puede vivir con lasregalas de un par de novelas sin xito, y realmente y lonico que s hacer es escribir. Todo fue bien durante el pri-mer ao. Nunca estuve enamorado de mi mujer, pero erauna muchacha simptica, que por alguna razn me admira-ba. Despus comenzaron algunas desavenencias... i n t ra s-cendentes, al principio. No le di importancia. Pens que eralo habitual cuando una pareja comienza a conv iv i r, ustedsabe. Pero la cosa pareca ir ms lejos. Ella pasaba much o

    tiempo fuera de la casa. Esas desapariciones y una crecienteirritacin por cualquier cosa que yo pudiera hacer o decir, mealarmaron. No me desesperaba el hecho de que ya no meamase, por la sencilla razn de que yo tampoco la amaba.Tambin poda soportar la aspereza de nuestra vida encomn, siempre que yo pudiera seguir escribiendo. Pero susausencias eran cada vez ms frecuentes, y eso slo poda sig-

    nificar una cosa: haba otro hombre.Decid disimular mis sospechas. Trat de ser ms dcil yamable en la casa, y ya no le preguntaba nada cuando ellasala. Tena la esperanza de que lo que pareca ser una aven-tura se muriera en un tiempo ms o menos breve, comocorresponde a una aventura. Tolerara todo lo necesariopara poner paos fros en el matrimonio que era mi nicaposibilidad de vivir ms que dignamente el resto de mi vida,aunque no vendiese una sola de mis novelas. Saba que enese momento cualquier discusin poda precipitar en lonico que no quera, o que no poda permitir: separarme deAnne. Mi estrategia funcion por un tiempo. Nuestra vidaen comn se hizo, a mi costa, ms fcil. Sin embargo sussalidas continuaron. Despus enferm el padre -un hombreque nunca me quiso- y comenz a llamarla para que lo

    acompae cuando le sobrevenan pequeas crisis debidas a

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    una afeccin cardaca, que en no mucho tiempo, dijeron losmdicos, lo haran dejar este mundo. As fue como Annecomenz a estar con l, una o dos noches a la semana. Fueen una de esas noches, una como las otras, que decidseguirla. Algo en su modo de salir de la casa, una ciertaemocin que yo le conoca, me hizo saber que no era supadre a quien vera. Era muy fcil corroborarlo; bastaba unallamada telefnica para saber si se encontraba all. Pero esoera justamente lo que yo no quera; verme obligado a pedir-

    le explicaciones, dejar abierta la posibilidad de la confesinde una mujer enamorada y, usted sabe, en esas discusionesla palabra divorcio puede pronunciarse muy fcilmente.Pero tena que saberlo. La acompa a la puerta del edificioy ni bien parti tom un taxi que la sigui hasta el Soho,donde se detuvo en una esquina. l la estaba espera n d oexactamente all. Era un much a cho que subi al auto y la

    e s t r e ch entre sus brazos. Sabe?, una cosa es sospech a r l ocon cierta certeza, ms an, saberlo; y otra muy diferente esestar vindolo con los propios ojos. Los dos parecan comoenloquecidos adentro de ese auto, crame, fue como mira runa tragedia, aquello que cambiara el curso de mi vida. Mesent absolutamente impotente y tuve, por primera ve z ,m u cho miedo. Esa noche cuando volv a casa no pude dor-m i r. Saba que cualquier cosa que hiciera para salvar nuestromatrimonio sera intil. Nunca, ni en los primeros tiempos,haba visto a Anne as, como esa tarde dentro del auto. Esachica estaba perdidamente enamorada, y me arra s t raba a mipropia perdicin.

    La idea de vivir en el campo era un viejo proyecto quetenamos desde que nos casamos. De modo que decid lle-varlo adelante. No iba a dejar escapar la oportunidad de

    alejarla de Londres. Cre, supongo, lo que creen todos los

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    maridos; que la distancia les hara todo ms difcil a losamantes... hasta que todo terminase, o algo, cualquier cosaque pudiera pasar era preferible antes de ver cmo mimatrimonio se derrumba. Fui un iluso. Hoy mismo, apenassi acabbamos de entrar a la casa nueva, su padre lallam por telfono. Atendi ella. Y esa es la razn por laque est en Londres ahora. Seguramente con l. Ni siquie-ra le import que su propia ropa est en canastos, por ah.Nada cambiar. Desde aqu todo le ser ms fcil an.

    A h o ra la distancia justificar las demoras, prolongar susausencias... y eso explica por qu acept tan fcilmente mipropuesta de mudarnos aqu, a Chipping Campden. Comover, fui un idiota.

    John hizo un pequeo silencio antes de continuar:Necesitaba hacer algo que terminase con este asunto

    para siempre. Pero no saba qu. No encontraba ninguna

    salida. Pero, como sucede siempre que estamos desespera-dos, algo ocurre.Hoy descubr que los nicos seres vivientes en este lugar

    encantador somos nosotros y... usted.Y la idea acudi, por as decirlo, casi sin buscarla; por

    obra de las circunstancias. Mientras cruzaba su jardn noslo supe qu era lo que iba a escribir, sino que esa escena,yo mismo entrando a su casa con la repentina felicidad delescritor cuando encuentra una idea, ya era parte de la nove-la; y yo su protagonista. Porque todo comenzar as: unhombre que tiene por costumbre visitar a sus nuevos veci-nos llega a la casa de una anciana absolutamente descono-cida. El mismo no sabe, hasta que llama a la puerta, que hadecidido matarla.

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    Captulo 12 de la novela El hormiguero.

    y dice tambin que son del mismo tipo de las abejasy las avispas. Coment Omar en la cena. Queraque la ta supiese que l lea el libro, que estaba interesado.

    Especies organizadas... coment ella mientras llegabacon la fuente humeante a la mesa.

    Y sabas que hay ms hormigas en el mundo que sereshumanos? Y que si quisieran, si tuvieran la inteligencia,podran liquidarnos?

    La ta ri, como si eso le pareciera ridculo. O como si fuerad ivertido. Omar la observaba mientras ella serva la comida.

    La ta se rea, pero en el libro l haba ledo cosas de lashormigas que no eran para rer.El da siguiente era da de amasar, y Omar fue a buscar

    lea al monte, encendi el fuego en el horno, y ayud a lata a estirar la masa, porque ella haba amanecido con dolorde espalda. Despus se ofreci para remover la tierra de lahuerta y recoger hojarasca y palitos para el pozo de humus.

    Haba empezado a buscar el hormiguero.El libro explicaba que haba de muchos tipos. Algunos esta-

    ban hechos de hojitas y palitos, pero otros, los ms difciles deh a l l a r, eran apenas una grieta, un huequito perdido en la tierra .

    Y por dentro poda ser colosal.Cuando habl por telfono con su madre, al otro da, ella

    se dio cuenta de que le pasaba algo. Decidi no contarlenada. Ni del regalo ni de nada.

    No haba planeado ir al vivero, pero cuando sali de las

    El hormiguero

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    cabinas fue directamente hacia all.Entr. El hombre estaba detrs del mostrador. Omar salu-

    d y dijo:Sabe qu pas? Las hormigas se comieron todos los

    rosales que llev el otro da...El hombre permaneci en silencio.Quera preguntarle si hay alguna forma natural de com-

    batirlas. Algo natural remarc.Natural? a Omar le pareci que el hombre haba son-

    redo al decir esa palabra.Entonces abri un armario de madera medio destartala-

    do. Sac una bolsa de nylon llena de un polvo rojo y seacerc a Omar. Le tom el brazo, le puso la bolsa en lapalma de la mano, y le dijo en voz baja:

    Esto.En el viaje de regreso la ta Poli le contaba del proyecto

    nuevo para hacer conservas, y del anterior, que haba falla-do. Le deca que esta vez iba a empezar por los pimientos.Pero Omar iba en silencio, con la vista en el camino. Nopoda mirarla. En su cabeza slo daba vueltas el veneno, labolsa de polvo rojo sin marca ni nada que llevaba en lamochila y la conversacin que haba tenido en el vivero:

    Pero esto es... qumico. Haba dicho Omar con labolsa en sus manos.

    Como nica respuesta, el hombre tom un jabn y diounos pasos en direccin a un grifo que estaba entre las plan-tas. Despus de tocar ese veneno haba que lavarse lasmanos? Eso le quera decir?

    Mi ta cree que est mal matar a otros seres vivientes...continu Omar.

    El hombre no lo dej terminar:

    A las hormigas? Las hormigas si pudieran, te comeran.

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    Sergio Aguirre

    Naci en Crdoba, Argentina, en 1961. Es escritor y psiclogo. Desde1988 tiene a su cargo la coordinacin del taller literario del Hospital

    Neuropsiquiatrico de su ciudad. En 1996, gan el primer premio del con-

    curso "Memoria por los derechos humanos" con el cuento Los perros. En

    1997, fue el ganador del Certamen Literario Nacional por el 60 (sexagsi-

    mo) aniversario del fallecimiento de Horacio Quiroga con el cuento

    Corregir en una noche.

    Su primer novela, La venganza de la vaca, recibi el Accsit del premio

    latinoamericano de literatura infantil y juvenil Norma Fundalectura, en

    1998, y posteriormente fue incluida en el catlogo White Ravens, de la

    Internationale Jugendbibliothek.

    Los vecinos mueren en las novelas y el Misterio de Crantockfueron elegi-

    dos entre los mejores libros del ao por el Banco del libro de Venezuela,

    en 2001 y 2005 repectivamente.

    Quers leer ms de este autor?

    El hormiguero, El misterio de Crantok, La venganza de la vaca, Los veci-

    nos mueren en las novelas.

    Quers saber ms sobre este autor?http://www.educared.org.ar/biblioteca/guiadeletras/archivos/aguirre_sergio/index.htm

    www.leer.org.ar

    Ejemplar de distribucin gratuita. Prohibida su venta.

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