Aires Neoyorquianos

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1 AIRES NEOYORQUIANOS Textos de Santiago Delgado Ilustraciones de Juan Bautista Sanz Marzo-Abril 2010 Diciembre 2012

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Textos en prosa y verso conn imágenes, acerca de Nueva York

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AIRES NEOYORQUIANOS

Textos de Santiago Delgado

Ilustraciones de Juan Bautista Sanz

Marzo-Abril 2010

Diciembre 2012

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Índice:

Prólogo…………………………………………..…………..….3

0. Previa de Nueva York…………..……..………….…..……5

1. I La Tercera Manzana…………………………………..…7

2. II Iconos primarios neoyorkinos…………….…………….9

3. III Lennon y Sinatra………………………….……………12

4. IV Lennon muere……………………….….. . .…….……..15

5. V El hombre nuevo según Mozart y Bernstein………..…17

6. VI Anatomía topográfica de Nueva York………….…….20

7. VII Crítica de la rascacielidad práctica…………………..23

8. VIII Domingo de Resurrección en Saint Patrick, NYC…25

9. IX Querido Río Carlos……………..………………….……31

10. X El Palacio de los Vélez, en Nueva York………..………..35

11. XI Newyork / oniriana……………………………..………..37

12. XII Paloma negra en el Empire State……………..……….41

13. XIII Palabras mudas de Juan de Pareja………….….. ..…43

14. XIV Oda en español al Parque Bryant, New York……....46

15. XV Versos para el River Café, Brooklyn…………..………49

16. Album de fotos………………………………………….…….51

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PRÓLOGO DEL AUTOR

Hace ahora tres años que viajamos a Nueva York. Una pequeña

estancia de poco más de una semana. Los textos fueron saliendo casi de

inmediato, si bien, alguno fue más tardío. Las ilustraciones, casi tres años

después. Y son de mi amigo Juan Bautista Sanz, pintor y hombre de arte

que entendió bien el encargo. Una colaboración de amigo, sin más cobro

que el entusiasmo compartido. Hace casi medio siglo que ya hicimos la

primera creación conjunta: fotos suyas y textos míos y suyos… con un

alcance poco más que doméstico.

Hoy repetimos tarea, tan inocentemente como entonces. Y así, sin más

ansias que la difusión, saco al aire virtual esta colección de versos, prosas e

imágenes, en la creencia de que hasta algunos espíritus habrá de llegar el

sentimiento, la observación, el análisis urgente… que un día experimenté en

aquella ciudad, La Gran Manzana llamada.

Y un apunte sobre el título. Quiere ser un homenaje a Vicente

Medina, el patriarca poético de esta tierra mía. Sus “Aires Murcianos”

supusieron un punto de arranque para algo nuevo. No pretende este librito

nada parecido, sino tan sólo honrar la memoria del entrañable Maestro

Murcia, 14 de Febrero de 2013

(Festividad de San Valentín)

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0. Previa de Nueva York

Después de Roma, no hubo capital del mundo hasta Nueva York. Hubo

sucedáneos que no merece la pena nombrar. Imagínelas cada cual. Es posible,

según la Historia, que Nueva York también pase. Pero es difícil de imaginar. Lo

mismo pasaría en Roma, pienso, en tiempos de Augusto –si es que fue en

tiempos de Augusto cuando más fulgió la Urbe-. Yo, mañana, dormiré en Nueva

York. La ciudad de las cantidades. Nada hay exiguo, nada hay parco. Toda

América es excesiva. Europeamente excesiva. Lo han dicho todos los grandes

maestros de las letras. En todos los idiomas. Europa muere y cambia sus genes,

pretendiendo que los nuevos genes respeten las antiguas maneras. A cada

genotipo le corresponde un fenotipo, y no otro. Es ley. En Nueva York no tenían

nada que mantener, salvo la continua novedad. Que aún sigue definiendo, dicen,

a la gran manzana.

Amanece por el mar en Nueva York. En el Mediterráneo español

también. No hay exclusividad en eso. Las puntas de los rascacielos hieren la

naranja cenefa del alba, que sangra luz, que se derrama en las avenidas. Y en el

río Hudson, y en Central Park. Lo primero que aprenderé de Nueva York acaso

sea su calidad de luz. Será la novedad más importante. Y no sé a qué llamo

calidad de luz. Pero puedo aproximarme. Si la luz fuera táctil, me estaría

refiriendo a la materia que la expresa o le da naturaleza. Son cosas que la

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literalidad de las palabras no puede significar sin metáfora. Hay otras muchas

cosas a las que les pasa lo mismo. La metáfora no es un lujo. Es una necesidad,

aunque a veces ejerza de lujo.

Después, serán las gentes. Ni una raza repetida. Aunque también habrá el

ruido. Me temo que será como en todas las ciudades de hoy en día: tráfico,

voces, avisos, sirenas, fragor de lo mismo, pero llegado desde lejos… Y, si me

fijo en los semblantes, las gentes serán como protagonistas de calladas tragedias,

bien llevadas o transigidas. Habrá cierto número de suicidios en Nueva York.

No todos de soledad. ¿Ninguno será de amor? Y a mí me mirarán con la

seguridad de que están ante un neófito de Nueva York. Seguramente en la forma

en que les miro. No mires a los ojos de los mendigos, aconsejan las guías

turísticas. Y yo… no seré capaz de desobedecerlas. Vale.

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I La Tercera Manzana

La Tercera Manzana es New York. La primera es la de Adán y Eva. Ya

saben, la que trajo problemas y problemas La segunda es la que dejó “olvidada”

Eris, la diosa no invitada a famosa fiesta en el Olimpo. Eris era diosa de la

discordia, y pese a no ir, se las arregló para vengarse. Dejó -dicho quedó- una

manzana hermosísima con una leyenda junto a ella: “para la más hermosa”.

Juno, Atenea y Afrodita se quisieron apoderar cada una de la manzana,

pretendiendo ser, respectivamente, la nombrada propietaria de la bella poma.

Inmediatamente surgió el conflicto. Zeus decidió que quién sino el hombre más

bello, Paris, decidiera cuál de ellas era la más hermosa. La discordia de la

vengativa Eris estaba servida. Paris, y resumo, decidió que tal título era de

Afrodita. Esta lo premió con los brazos amantes de Helena. Y las otras dos, en

contravenganza, tramaron la Guerra de Troya. Eso sí que fue discordia.

Bien, pues, tras la Primera Manzana, la de la Desgracia, y la Segunda, la

de la Discordia, tenemos, modernamente, ésta, denominada La Gran Manzana.

Yo creía que lo de “gran” como epíteto se debía a la enormidad de cemento y

ladrillo que es Nueva York. Pues no; sepan todos cuantos esto leyeren, que no.

Lo de Gran tiene el significado de Hermosa, Benefactora, Espléndida. Y se lo

opusieron los primeros músicos de Jazz que llegaron a Nueva York después de

haber subido desde Nueva Orleans a Chicago, para luego, girar hacia el Este y

descubrir Manhattan. Fue tal la acogida, que decidieron bautizar a la nueva

ciudad, con ese nuevo epíteto que es algo más que cuantitativo. La tentación de

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New York resultó espléndida. Y ahí está. Los tentados fueron los virtuosos del

jazz de Chicago. Y los resultados, magníficos.

Estamos, pues, ante uno de los tópicos peor difundidos de la Historia. Las

dos manzanas primeras significaron penalidad. La Tercera, trajo el regalo de

lanzar el jazz al mundo, y configurarse como una de las manifestaciones por

excelencia de la modernidad. Los músicos regalaron así a la ciudad de Nueva

York un lema, un slogan por el que se la conoce en todo el mundo. Un buen

regalo de correspondencia. Es, pues, una expresión de gratitud. No una

definición realista, acaso hiperbolizada. No hay manzana de cemento en la

expresión: hay manzana simbólica, con referente natural. Eso significa Gran

Manzana. Vale.

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II Iconos primarios neoyorkinos

Dicen los que te reciben en NY que los iconos más representativos de la

ciudad son los vapores blancos de las alcantarillas y los taxis amarillos.

Incompleto. Tanto como eso resaltan dos cosas más: lo roto del asfalto por todas

partes. Socavones breves, abombamientos, alcantarillas trampa… Un aspecto

general de las calzadas urbanas, deplorable. Y no es que uno esperase que fueran

de oro… pero de ahí a lo que hay, va un abismo. De todas maneras, es una

forma de destruirte el prejuicio América/Rica con que llegas a la gran manzana.

Dos: todos los subalternos en la ciudad son africanos, hispanos o asiáticos.

Empiezas a ver blancos; esto es: blancos anglosajones protestantes, cuando ya te

has hecho con la ciudad y no has necesitado nada. Durante el primer día

neoyorkino no ves otra gente: guías, taxistas, limpiadores y limpiadoras,

camareros, etc. Es la inmigración, claro.

Luego ves sub-iconos. Uno muy importante es el neoyorkino, del origen

étnico que sea, con un vaso de plástico de café en la mano y andando. No se

puede perder tiempo para tomar un café sentado en la barra de una bar. Casi que

no existe eso. Sentarse es perder el tiempo. Y el tiempo es dólares que se van si

no llegas al siguiente trabajo a la hora. O no firmas el contrato, etc. Yo no vi

aquella película “Forrest Gump”, pero veo ahora claro que el correr es un icono

inmaterial de esta gente. O sub-icono, que dijimos. De todas maneras es un

forma de expresión de la explotación del currito neoyorkino. No hay tiempo

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para el desayuno o bocata en horario laboral. Hay que manducar sobre la

marcha. El tiempo es del empresario, no del trabajador. Bueno, ellos lo toman

como una virtud; pero, al fondo, está el patrón, dueño del tiempo.

Escribo esta crónica sentado en una mesa sin servicio en medio de

Broadway, arteria kilométrica que cruza Manhattan por entero. Las gentes visten

igual que la ciudad europea y española que dejé hace cuatro días. Ha llovido los

cuatro días, y salvo las mesas que digo, mojadas y vacías, todo seguía igual.

Gentes deprisa de un lado para otro. Las alcantarillas no daban abasto a echar

vapor -no humo, por favor- y los taxis amarillos, de conductor pakistaní y

empresario judío, no cesaban de pasar. Los neoyorkinos hacen el chiste que dice

que los vapores dichosos son de los fumadores expulsados de la superficie por

las leyes higienistas que ya han dado la vuelta al mundo. Los echaron también

de los portales, y se ubicaron en el subsuelo al fin. Bien encontrado el chiste. Lo

reí cuando lo escuché. Vale.

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I

III Lennon y Sinatra

Umberto Eco escribió “Apocalípticos e integrados en la sociedad de

masas”. Nunca lo leí, para mayor gloria de mi ignorancia. Pero me sé su

significado. Lennon era el apocalíptico y Sinatra el integrado. Son dos símbolos

neoyorkinos. Uno que infla el globo (Sinatra) y otro que lo quiere pinchar

(Lennon). Ambos fueron, naturalmente, millonarios.

A los visitantes nos llevan a la esquina de Central Park, donde está su

mentido Campo de Fresas, corner propio del fumeta Lennon.. De allí venía al

abducido de Yoko Ono cuando le pegaron cinco tiros. La Casa Dakota, un

horror digno de película de espanto y goticismo sado-maso, era su morada.

Apenas alcanzó la primera jamba de la puerta, lo apiolaron para la eternidad. En

el apócrifo rinconcico fresero han hecho un redondel sobre el suelo, en cuyos

medios han plasmado la palabra IMAGINE. Por cierto, en las bancos -

arquetípicamente de parque- aledaños, el Ayuntamiento ha permitido a los

enamorados poner sus nombre en placas debidamente homologadas sobre los

respectivos respaldos. Una cursilería, pero no menos cursilería que llamar

Campos de Fresa a los tristes parterres municipales y espesos del Parque. Que la

gasolina de Lennon fuera el ácido lisérgico no tiene por qué empecer la gloria de

hamburguesa y spaghetti de los pequeñoburgueses neoyorkinos concurrentes en

ubicación.

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Hasta aquí, el Apocalíptico. Vayamos con el Integrado. Era de noche, y

sin embargo llovía, que dijo el clásico kitsch. Nos llevaron a pasar el Puente de

Brooklyn. El autobús giró a la derecha nada más cruzar el famoso viaducto.

Descendimos hacia la afamada Pizzería Grimaldi y al literario River Café, bajo

el mismo Puente. Manhattan se veía deslumbrante, ornada mágicamente por la

lluvia y la niebla en un gesto de autenticidad climática muy de agradecer. Los

arcos de luz combada de los cables del Puente complementaban el hormiguero

de aquietadas chispas del sinfín de rascacielos, vistos desde Brooklyn . Una

maravilla, en verdad. A la vuelta, el autobús ralentizó a la debida velocidad la

marcha, apagó las luces internas, y sonó Sinatra, en estéreo, acompañado en

mimo y voz sobrepuesta del guía. Muy efectista. Es majadero tachar de

enturistada tal performance. Lo es, pero como yo no soy apocalíptico, agradecí

el gesto, y activé todos mis resortes de integrado para gozarlo. Lo mismo

hubiera hecho, si me llevan de noche a la Casa Dakota, me dan una vela, y

ponen Imagine. ¿Entienden? Pues eso. Vale.

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IV Lennon muere

“Es increíble… el cretino este me pregunta quién soy… ¡A mí, a John

Lennon! ¡Al genio de los genios universales del momento! Me acaban de pegar

cinco tiros, aquí, en la misma puerta de mi casa, y este polizonte me remata con

el sexto de su ignorancia. Es como aquello de los romanos: “¡recuerda que eres

mortal…!” y tan mortal. Voy a morir asesinado. Para el mito es bueno, para la

persona, lo peor. ¿Podré acceder al conocimiento de la suerte de mi memoria?

Pronto lo sabré. O no lo sabré. No seré sujeto de saber nada, si es que nada hay

detrás. No duelen los disparos. O es lo que menos duele. Duele sobre todo la

ignorancia de este tío. ¿Pero no ha visto mis lentes redondas, mi pelo a lo paje,

mi carita de niño travieso? ¡¿Cómo hay policías en Nueva York que no conocen

a John Lennon?! A lo peor, éste es el único, y lo han puesto aquí hoy, para

desgracia mía. La última persona que voy a ver no me conoce. Es posible que de

conocerme hubiera actuado de otra manera, quién sabe si más atolondrada. “Yo

fui quien lo atendió primero. Lo reconocí enseguida…” Ahora ya no podrá

decirlo. O, por lo menos, así de esa manera. Afortunado él, que será entrevistado

por la televisión mil veces. Y se hará famoso los cinco minutos que decía Andy

Warhol, ¿o no era Andy Warhol? ¿O era un cuarto de hora? Ni ese tiempo me

queda a mí. Voy sintiendo la debilidad. Me desangro. El desgraciado que me ha

matado sí que va a tener su cuarto de hora famoso. Dejemos los cinco minutos

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para el guardia. Mi asesino me conocía. Este guardia, no. Ya podía haber sido al

revés. Y haberme confundido con otro el de la pistola, y ser el guardia quien me

saludara con reverencial reconocimiento. Pero no. El guardia no me conoce. Y

me injuria preguntándome quién soy. Incumple su deber de conocer al único

genio universal de este vecindario de la Casa Dakota, donde rodaron aquella

película satánica. “la semilla del diablo”. El diablo es el que ha puesto, tanto la

pistola en la mano del asesino, como la ignorancia en el espíritu del guardia, que

no sé qué es peor. Pero, en fin, dudo que ignore también quiénes fueron The

Beatles. Me identificaré como uno de ellos. En lugar de tener una gloria total,

tendré tan sólo un cuarto de gloria, como cuando el grupo funcionaba. Menos es

nada. Espero, que me conceda ese último deseo de verme famoso el guardia

éste. Ahí va mi contestación:

-I’m Lennon, John Lennon… the beatle… “

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V El hombre nuevo según Mozart y Bernstein

Me fui a ver en Nueva York una Opera (La Flauta Mágica) y un Musical

(West Side Story). La reflexión me ocupa, y me hace saber que ambas obras

tratan el mismo tema. La composición mozartiana habla de la Masonería como

Luz definitiva del mundo. La música de Berstein nos dice del mestizaje como

superación de la violencia. Dos errores, en tanto que ambas soluciones aspiraban

a ser definitivas, en sus respectivas jurisdicciones de lo planteado. La luz de la

razón llegó y continuaron las guerras, y los exclusivismos, racistas,

nacionalistas... El mestizaje no ha cundido, y el odio racista duerme, pero no

muere.

En la Opera, cuyo atrezzo, acaso demasiado inspirado en la vestimenta

japonesa y egipcia -tópicos más que canónicos-, no me gustó, estamos ante la

lucha de la luz y las tinieblas. La superstición y el miedo, frente a la Ilustración.

El caballero debe vencer las pruebas para acceder a la mano de la Aurora,

primera luz tras la tiniebla. Ya digo que no me plugo la profusión de altares

masónicos, con el claro dominio de la geometría del ángulo recto, demasiado

pinchosa para mis ojos. Claro que los compases y los triángulos equiláteros

propios de la masonería bien se prestan a lo ideado. Lo siento, la propiedad de la

idea, no venció al rechazo visual que se apoderó de mi decisión.

En West Side Story, se trata del encuentro entre civilizaciones. Lo hispano

frente a lo anglo. El tópico de Romeo y Julieta sirve para que sea engendrado el

primer mestizo del Side West neoyorquino. Los hechos suceden en los 50. Han

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pasado 60 años, y los nietos de esos mestizos siguen organizando maras y tribus

urbanas excluyentes. Y es que en la historia del Oeste de Manhattan, no se busca

el hombre nuevo que supere deficiencias de convivencia, sino el americano

nuevo. Es sintomático que la ovación final más fuerte te la llevó Anita, la

cuñada de María, la protagonista. Y ello porque suyos son en la obra dos detalles

que la hacen paladina de la asimilación por lo americano. Uno, al principio de la

obra riñe a su cuñada, María, por hablar español entre ellas, en lugar de inglés,

aun estando en ámbito privado. Segundo, tal cual Gary Cooper en “Solo ante el

peligro”, se planta en el bar de los anglos, para advertir al amante de su cuñada,

Tony -que es el asesino del propio novio de Anita-, de que el Chino lo anda

buscando para matarle. Semejante acto de abnegación, emociona a los

americanos todos. Lo dicho, se busca el hombre nuevo americano. Laborioso

como Toni, cuya primera aparición la hace trabajando sobre una escalera,

limpiando un reclamo publicitario, y valiente como Anita, amén de enamorado

como María e integrador de los dos valores.

Pero, ya digo, la Historia aún no ha contabilizado ninguno de los dos

hallazgos como la panacea universal. Razón, sí; mestizaje también… pero la

realidad es obcecada. Sigamos buscando. Vale.

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VI Anatomía topográfica de Nueva York

Conste que no es intención del cronista provocar, ni nada parecido. Ya

hemos cedido al buen sentido no introduciendo algunos de los vocablos tabúes

en el título. Pero es que, ustedes perdonen, Nueva York tiene forma de pene.

¿No? Miren el mapa. Un pene no en tensión completa, pero camino de ello.

Debatimos si en lugar de miembro, metaforizar con salchicha, pero se hubiera

notado la mentira. Pene. Y los testículos son el Bronx, más allá de la tierra

firme, al otro lado del East River, por la parte trasera de Manhattan. Bueno, lo

que tiene forma de eso es Manhattan. El glande es el extremo, con puntita en la

Battery Square, el barrio financiero y la Bolsa, y engrosamiento desde la

Stuyvesant Town, que se agranda y todo la geografía por allí, justo como el

metáforo utilizado.

Pero es que la cosa interior también se presta al símil. Seguro que todos

han oído hablar de Broadway, los teatros y los cantantes… Bien, pues Broadway

es una arteria que va desde lo más atrás de la isla de Manhattan, hasta por donde

fluiría, en su caso, el semen que cerrase la alegoría. O sea es la columna

vertebral de New York. Porque New York es Manhattan. Lo sé porque aquí se

entera uno que la canción de Sinatra, que repite el doble término del topónimo,

no es una anáfora consecutiva o repetición enfática del mantra. No. Se trata de

que la ciudad New York es, oficialmente, Manhattan y otros cuatro lugares más,

si me acuerdo bien son: Harlem, Brooklyn, Bronx y Queens. No sé si es uno más

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y el otro es New Jersey. Que sepan ellos. Bueno, pues Sinatra se rebeló contra

esa oficialidad y propugnó que decir New York, New York es como decir

Murcia, Región de Murcia, y elidiéramos lo de “Región de”. Me entienden…

Para Sinatra, New York es Manhattan, y lo demás como se llame.

Bueno, sigamos con la anatomía topográfica y lúbrica. Quedamos en que

Broadway es el conducto seminal. No hablo de más conductos porque no quiero

pasar a otro significante aparente peor, que sobre estropear el total de la crónica,

distraería al personal. Broadway no es paralelo a los perfiles laterales del pene.

Va en diagonal. Desde el final de Central Park por el Oeste, Harlem y por ahí,

hasta el Toro de la Bolsa (ya hablaremos de él). Lo de la Bolsa está por delante y

por el Este. De manera que, quien toma el ferry gratuito, desde la punta marina

del pene -que te lleva hasta Staten Island- hace de espermatozoide neoyorkino

que llega multitudinario a esa isla, donde NY deposita todas sus basuras. Ah,

por cierto, los hispanos de aquí al pene lo llaman follín. Bien encontrao, digo yo,

¿no? Vale.

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VII Crítica de la rascacielidad práctica

Los rascacielos de Nueva York se dividen en tres especies. Los primeros

son los que te dejan ver su final con tal de que eleves los ojos hasta el borde

superior de tus gafas. Los que no usen gafas, efectúen ellos mismos su

adecuación del indicador. Los segundos son los que, para igualmente, dejarte ver

su final, te exigen doblar el cuello hasta el máximo, tal cual futbolista Raúl

escuchando el himno nacional cuando lo seleccionaban, en tiempos. Y luego

están los terceros: aquéllos que has de doblar, no sólo cuello, sino espalda al

completo, en lo que dé la columna vertebral sin crujir, para divisar su remate.

Éstos últimos, si llueve, no dejan ver su final, más o menos extenso, según se

aposente la nube que descarga. O sea, es un ejercicio que de hacerse a menudo

provocaría tortícolis crónica, pero a los que han de hacer recuperación de esas

partes corporales, les viene muy bien.

Luego están los antiguos, llenos o casi llenos, de perifollos art deco, o

postmodernistas, en época prefuncional. Son los de los primeros cincuenta años

de vida de los rascacielos. Los modernos son de cristal. Y reflejan ora las nubes

volanderas en sus partes altas, ora los otros edificios en las estructuras de base y

primeras plantas. Ya hay varias generaciones de rascacielos. Son como una

especie animal, que evoluciona.

Ahora, el Empire State ha recuperado el estrellato. Siempre fue el más

alto. Y es el NY de siempre. Dicen que se construyó en 15 meses, a cuatro pisos

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por día, una desmesura típicamente americana, en el sentido que dan a lo

americano aquí. Luego están la Torre de las Chrysler, cuya cúspide repite las

puntas de ángulo de la Estatua de la Libertad, en su corona. Y la Torre de la

Pan-American, ahora llamada Metlife, que se levanta perfectamente atravesada a

la Avenida Madison, junto a la Estación Central. Es un rascacielos de corte no

cúbico, sino de hexágono no regular, alargado en tres de sus lados

respectivamente opuestos. Huele a años 70 cantidad. Un memento de honor para

las Torres Gemelas, donde ya surge el nuevo rascacielos que renovará la

identidad neoyorkina, y la envida talibán. 1776 pies de altura, misma cantidad

que señala el año de la Independencia norteamericana. Y a continuar con la

Línea del Cielo más famosa del mundo y de la Historia, para despecho de

mentes empequeñecidas por el prejuicio, el rencor histórico o neuras varias.

Espero verlo, si no en vivo, mil veces en estampa. Vale.

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VIII Domingo de Resurrección en Saint Patrick, NYC

Iba a tratarse de una visita rutinaria, acaso de despedida,

de la Catedral Católica de Nueva York. El hotel, aledaño, se prestaba a ello.

Pero fue algo más. Desde luego, sabíamos de la festividad. Pero la hora era

arbitraria. Ya habían dado las 10,30 de la mañana. Para un

español, la Misa Mayor de ese día, es, por excelencia, a las 12. Eso es muy tarde

allí.

Entrada lateral. Un ciudadano mulato, calvo, de madura edad, con más

apostura que Sidney Poitier en sus mejores tiempos, bien trajeado y encorbatado

nos impide el paso. Habla en inglés.

-Go to the mass?

No entiendo lo de mass… e insisto. Vuelve a preguntar el cancerbero.

Elaboro mi pobre inglés, que es postrer recurso. Lo peor que puedes hacer para

comunicarte en un idioma que no conoces es hacer buenas frases prefabricadas.

Se creen que sabes el idioma y te sueltan en lengua fluida propia la respuesta.

Mejor quedarse en los gestos.

-We are from Spain… catholics –digo señalando a la compañía.

-¿Hay Misa…? –dice Aurora, terciando.

Entonces, el mulato dice, con alegre tono y acentazo cubano

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-Ah, sí, sí… España. Van a misa, pasen, pasen… ya ha empezado.

Dentro, la Catedral está abarrotada. Ni un solo sitio libre. Todos los

bancos de la nave y laterales ocupados. Mucha gente de pie, donde se puede.

Abundan los complementos de vestimenta de color verde, el color identificativo

de Irlanda. Pero hay muchos rostros hispanos. Chinos, cantidad, y eslavos

muchos. Las gentes visten de gala. Sombreritos de las señoras incluidos.

Acabamos detrás de un bosque de cámaras de televisión que dan en directo la

Misa. Todas hispanas. Me place ver el Altar Mayor a través de los trípodes de

las cámaras. Es un dato de la modernidad. Nos situamos tras la gran columna

primera luego del Crucero. Adosadas a los columnarios hay pantallas de

televisión que permiten ver lo que acaece en el santo escenario. Me choca la

verticalidad de estas pantallas, en lugar de la horizontalidad. Así, la figura

del Arzobispo de New York resalta más, entera, llenando la pantalla.

Conociendo la liturgia, se entiende algo del inglés utilizado. Un coro,

arriba y atrás, delante de un imponente órgano, acompaña el rito, bajo la

dirección de una mujer, con toda la pinta de hispana. Larga cola negra parte su

espalda y unas facciones amerindias innegables aparecen, aun en la distancia, en

su rostro, cuando se vuelve para acompasar los cánticos del coro a los de los

oficiantes.

La misa progresa. Advierto los cuatro capelos cardenalicios colgados de la

alta bóveda del ábside, que cobija toda la extensión del altarYo me quedo con

las ganas de que los irlandeses sepan que su San Patricio es también lorquino, y

que el 17 de Marzo izan la bandera de la República del Eire, allá en el balcón de

la Ciudad del Sol. Que en 1453, en la Batalla de los Alporchones, apareció para

liberar a los prisioneros cristianos, futuros esclavos, que se llevaban los

granadinos de la raya, en incursión que llegó hasta el Mar Menor. San Patricio

es el Santiago Murciano, por Lorquino. Por eso me siento en casa, más aún de lo

que el cubano lograra en la entrada, con su satisfacción por comprobar nuestra

identidad hispana.

Llega la hora de la homilía, el Arzobispo se queda solo en la gradería del

altar. Hace un chiste, y ríen todos, resonando muy agradable en el neogótico

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neoyorquino las risas, educadas, pero firmes, de la concurrencia. No entiendo

casi nada de inglés. Pero aguzo el oído y entiendo algo:

-Jesus Christ wins Darkness and death… -mantra que repite varias veces.

Las risas han sido continuadas por aplausos, que yo imagino dedicados a

los que han organizado el evento. No hay que despreciar el hecho de que aquello

es un espectáculo, por debajo –por supuesto- de un rito litúrgico en el que me

integro. Y, efectivamente, aquello está bien dispuesto. Incluso el Arzobispo

tiene sentido de la escena y anda de un lado para otro, de manera natural; juega,

moderadamente, con las manos, y estudia el gesto. Ignoro si hizo alusión al

asunto de la pederastia en la Iglesia Católica, tan vigente en esos días.

Acabada la homilía, aparecen como por ensalmo, una docena de

caballeros irlandeses, vestidos como para padrinos de boda. Con fracs grises,

corbatas verdes (algunas) y flor blanca en el ojal. Portan palitroques de mimbre,

al cabo de los cuales se abre un cesto. Son los encargados de hacer la colecta

dominical. Alargan el palitroque hasta el final de los bancos, y todos

contribuyen. Al cabo, por la galería del Evangelio, la que ocupamos nosotros,

aparece un hispano, también muy trajeado, con el mismo artilugio. Deposito dos

dólares, y veo hasta cheques firmados en el seno de la cesta.

La Consagración es muy emotiva. La misma proporción encuentro entre

arrodillados y firmes que en España. La Comunión es administrada por muchos

sacerdotes, que se desplazan hasta los medios de la nave y por los laterales. Veo

comulgar a gentes de todas las razas. El Coro no deja de

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alabar al Altísimo. Llega el “Daos la Paz”, y procedemos exactamente igual que

aquí. Un hispano y un irlandés se llevan mi deseo de paz para ellos. En el acto,

ni un miligramo de rutina o desinterés. La Misa ha cumplido su misión de

aflorar sinceridades y bonhomías.

Y llega el final de la Misa. El Arzobispo, luego de la Cruz, portada por

clérigos menores, la inicia. Se dirige hacia la Puerta Grande de la Catedral. Yo

decido seguirle. Salir por esa Puerta no debe ser algo posible todos los días. Y,

cuando ya enfilo el umbral, me acuerdo emocionado, de que, últimamente, los

15 de Septiembre hago lo mismo detrás de la Virgen de la Fuensanta. Es el

mismo sentimiento.

Al salir, el sol ilumina la Quinta Avenida. Fuera ya están preparados

todos. Hay pancartas de gays: “I’m gay, not pedophile”, junto con otras del

mismo estilo, acusando de homofobia a la Iglesia Católica. Y un hombre de

clara extracción popular, sostiene un cartel casero que reza: “New York Times

onws jews destroy Catholic Church”. Hace alusión al hecho de que el primer

diario neoyorquino no ha querido publicar la réplica del Arzobispo en la guerra

contra el Papa por la pederastia en el seno de los Ordenados.

Además de ellos, la acostumbrada presencia de los frikis, ataviados

extravagantemente. Priman los sombreros con Huevos de Pascua, de mil

colorines. Pero la cosa se extralimita, y los travestidos aprovechan para lucirse;

nada más que para lucirse, ataviados de mil maneras fantasiosas. Todo el mundo

los fotografía y filma. Ellos, felices. Las calles aledañas, avenidas 50 y 51, se

llenan de estos seres, todo alegría y festividad. A mí me parece una manera más,

aunque ellos y ellas no lo sepan, de festejar la Resurrección. En los comercios de

la parte peatonal del Centro Rockefeller, las chocolaterías estallan de Huevos de

Pascua y flores en ramos y guirnaldas, hasta la exhaustividad.

El sol del Domingo de Resurrección luce maravilloso en Todo Manhattan.

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IX Querido Río Carlos.

De pronto, sin saberlo, he venido a verte, Río Carlos.

Te conocí en un poema, excelente lugar de encuentro.

Un poema de Dámaso Alonso.

Yo no sabía que eras un río universitario,

entre Boston y Cambridge, en Norteamérica.

Y, eso a pesar de que Dámaso decía que fluías

entre edificios a Minerva dedicados…

Él, Dámaso, estuvo aquí en tiempos.

Unos tiempos tristes, tan tristes,

que él veía la tristeza en tu fluir inmenso, Río Carlos.

Y él, Dámaso, no sabía por qué te llamaban Carlos.

E hizo verso de tal ignorancia.

Yo, que venía como turista a Boston,

de pronto, ya digo, me traen a ver la Universidad,

y el MIT, y el campus y todo eso

de que aquí, justamente, se vanaglorian.

Separas Boston de la Ciudad de la Sabiduría,

pero unes conciencias, conciencias como la mía ahora

y la del que fui aquel curso

en que decidí, con mis alumnas,

preparar un Recital sobre los poemas de Dámaso.

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Supimos captar, creo, esa fluidez de la tristeza

que tú, Dámaso, describías mansa, lealmente,

en tu verso libre, como lamido de manso buey

sobre el aquietado y vesperal abrevadero,

a la vuelta de las arduas, pesadas labores del campo.

O, mejor dicho, supieron, aquellas alumnas mías

-adolescentes en algún bachillerato de los noventa-

dar con el deambular cierto, aun con leves paradas en una floja ira,

del poema de aquel Profesor español, Visitante en Cambridge.

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Y aquí estoy, Río Carlos. Perdona que no te haya notificado

mi venida. Incluso la ignoraba yo mismo, que tan sólo

aspiraba a ser un turista, en la protohistoria del patriotismo

norteamericano interesado. Pero el destino tiene estas cosas,

Río Carlos: ayer… corrigiendo la dicción, disponiendo la escena,

acompasando los tonos, dando la entrada a las chicas del Recital…

Y hoy aquí, impensadamente contigo,

Mirando tu agua que pasa, lenta, lenta…

acaso menos triste que cuando Dámaso,

pero con igual sereno encanto.

Por eso, Río Carlos, olvidaré por qué te llamas Carlos,

pues el Maestro prefirió ignorarlo, y apretando hasta

sentir mi corazón de sangre en el tuyo de agua,

me abrazaré contigo, en la intimidad de la metáfora,

que no hay distancia mejor, ni más corta,

para expresar los sentires, que esa certera mentira

que los poetas como Dámaso, testimoniaron para siempre

como superior a toda verdad externa.

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X El Palacio de los Vélez, en Nueva York

Los Fajardo fueron señores de horca y cuchillo en el Reino de Murcia,

allá entre los siglos XIV y XVII. Y porque quisieron y porque pudieron, se

hicieron un Palacio en puro estilo Renacimiento, allá en una de sus muchas

tierras, en Vélez Blanco. Un buen día, hace más de un siglo ahora, su dueño de

entonces lo vendió. Lo desmontaron piedra a piedra, que numeraron, y se fue en

carro a otras latitudes. Pasó de mano en mano, y acabó en Nueva York, en el

Metropolitan Museum. Un sitio estupendo. Allí lo he visto yo, con orgullo de

murciano, claro que sí.

No he querido contarles el pormenor del Palacio, fechas, dueños, etc.

porque pienso que hay que dejar de lado ya el discurso victimista sobre el

particular. Que si qué pérdida del Patrimonio, que si qué desgracia que no esté

aquí, quién fue el malaje que lo vendió… Pues no. El Palacio está muy bien

donde está y lo ven un montón de personas más que lo verían si se hubiese

quedado aquí. ¿Cuántas décadas de abandono hubiera padecido aquí? ¿Cuántos

saqueos? Allí está muy bien estado. Y es un orgullo ver lo que reza la pétrea

filacteria conservada, donde se lee en nombre de Murcia, en el genitivo

romance: Murcie. Se halla bajo techado de cristal, y sus arcos y columnas,

también la galería superior, rezuman españolidad por los cuatro costados, y su

interior alberga arte patrio del medievo y el Renacimiento. Tiene un balcón

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principal que es una gloria, que aunque no permite asomarse a él del todo, deja

ver una perspectiva de la doble arcada verdaderamente señorial.

Estimo que la Historia ha sido compasiva con este atrio, porque

aclaremos, no se trata del Palacio entero, sino de su patio interior o atrio. Dos

arquerías con piso superior, haciendo esquina. Tanto dinero que hay para el arte

supuestamente llamado moderno, pura patraña, y no lo hay para reconstruir, no

de un año para otro, pero sí a largo plazo, un atrio igual donde estaba. ¿Por qué

no? Si estuviera en Sevilla, ya lo habrían hecho, pero Almería, tan cerquita de

Murcia es otra cosa. Y eso que Almería es la provincia que más contribuye al

PIB andaluz. Estaría bien que en la próxima época de vacas gordas alguien se

acordase de este asunto.

El Patio del Palacio de los Vélez es un inmigrante más en Nueva York.

Un inmigrante que ha prosperado, como muchos, y así hay que verlo, con

orgullo, y no con rencor y pretensiones victimistas. Vale.

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XI Newyork / oniriana

Vuelo en una gaviota de cartón, con alas que se agitan rígidas, como

movidas por hilos de polichinela. Todo es en blanco y negro, como película

antigua. Visto frac con rosa blanca en el ojal, y chistera. Miro hacia abajo, y

todas las avenidas de New York están repletas de libros abiertos, con blancas

páginas. Los hay de todos los tamaños, desde gigantescos a minúsculos, y llenan

todas las calzadas y aceras. Me remango hasta los codos ambos brazos, a modo

de prestidigitador, y saco, de las manos cerradas, dos bombas-obuses como de la

Gran Guerra. Son de cristal, y están llenas de letras, comas, puntos,

mayúsculas… Me lanzo en picado, las alas de la encartonada gaviota plegadas, y

sacando las dos acristaladas bombas por un lado, al llegar uno de los grandes

libros, le clavo cual banderillas, las puntas en sus albas páginas. Remonto el

vuelo enseguida, y por debajo de mí, veo estallar las letradas bombas. Se

dispersan las mayúsculas y minúsculas por todos los libros, llenándolos, y ya, a

la altura de la mitad de los rascacielos más altos, veo cómo los taxis amarillos,

haciendo de mulillas, arrastran a los libros, ya repletos de prosas y de versos,

hacia las bibliotecas. Asciendo más aún, y llego hasta la terraza del piso 86 del

Empire State. La rodeo. La gente me aclama. Yo respondo quitándome la

chistera y saludando, como rejoneador en triunfo. Sigue la película en blanco y

negro del principio. De pronto, un marinero con gorrrito-chichonera blanco,

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salido por fuera de la verja protectora, me saluda cogido con una mano al hierro

de la esquina y la otra agitando su gorrito. Yo detengo la gaviota, la hago

encabritarse, y respondo así imparmente a un saludo impar. Pero el marinero de

la Navy se transforma en King Kong, y asciende a la última torreta hasta la

misma antena de comunicaciones. Allí procede a desenroscar la punta misma, y

me lo ofrece en gesto inequívoco. Asciendo a su altura, y hago a la gaviota

quedar con

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las alas perpendiculares al suelo. De esa manera, puedo recoger la punta misma

de la antena que me ofrece King Kong. La gaviota, sabiendo lo que tiene que

hacer, planea hasta tierra. Un poco antes de aterrizar, se convierte en un avión de

doble ala, biplano, también de la Gran Guerra. Yo soy su piloto, con chupa y

casquete de cuero y gafas protectoras. Una larga bufanda blanca sale como

estela de mi cuello. Aterrizamos en la Quinta Avenida, justo delante de Saint

Patrick. Desciendo por escalerilla dispuesta por ayudantes, y veo salir por la

Gran Puerta de la Catedral al mismo San Patricio, ataviado litúrgicamente en

verde. Se detiene al pie de la escalinata catedralicia. Yo porto la punta de la

antena entre mis brazos. Entiendo que he de entregársela. Me allego hasta la

Gran Puerta y tras arrodillarme le ofrezco la singular punta, cual final de óvalo

dorado. San Patricio se limita a bendecirla. De pronto, de la Avenida 50, se oyen

resonar los cascos de algún poderoso corcel. Es el Saint Georges de las Naciones

Unidas. Al llegar, majestuoso, gigantesco, ofrece la punta de su lanza al

Irlandés. La bendice. Unos ayudantes me cogen la cima de la antena, y proceden

a incorporarla al extremo de la lanza de Saint Georges. Un enorme mugido se

escucha entonces desde el fondo de la Quinta Avenida, procedente de su

extremo sur, el Dow Town o City llamado. Es el Gran Toro de la Bolsa, que

llega poderoso, con su metálica naturaleza. A sus lomos va el Arquero de

Bourdelle, del Metropolitan, perfectamente dorado y desnudo. Es la única nota

de color en el sueño. Las gentes que se apartan son remedos de los Burgueses de

Calais, de Rodin. Tristes, ensogados, mendicantes, cabizbajos…Descabalga el

Arquero del Gran Toro de la Bolsa, los ayudantes le ofrecen la singular lanza de

Saint Georges, con su empírea punta en el extremo. El Arquero Dorado, la

engarza en su arco sin cuerda, y adopta la exacta postura que tiene en el

Metropolitan Museum. Lanza por fin la saeta y ésta asciende hasta el cielo

mismo, perdiéndose en el éter. Por pantallas gigantes de televisión, todos vemos

a la flecha surcar los cielos. Llega hasta el mismo sol poniente. Hiere su ígnea

superficie, y de los adentros solares surge una lluvia dorada, que se expande por

el Universo. Al alzar la vista todos vemos a la lluvia dorada, que ha llegado, caer

desde los altos de la ciudad. Se expanden por doquier, y según van

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depositándose, van dando color a todo. Un color vivísimo, como de domingo de

Abril, con cielo despejado. Los Burgueses de Calais se van despojando de las

cuerdas que los subyugan, y van transformándose en ciudadanos americanos del

día. De las alturas comienzan a llegar al suelo confetis a millares, de todos los

colores. Yo soy uno más de la multitud. Del Centro Rockefeller sale una banda

militar que interpreta la más conocida marcha militar norteamericana. La

multitud ruge de satisfacción y los marineros besan a las muchachas, que

escorzan su silueta, ante el arrollador ímpetu de sus parejas. La cámara asciende

su objetivo, y muestra a las banderas de las barras y estrellas ondear desde casi

todas las ventanas de los rascacielos.

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XII Paloma negra en el Empire State

Ajena al vértigo,

señora de tus dominios,

posas tus patas

en medio de la divisoria

entre el firme y el abismo.

Es el aire tu casa

y nada temes del vacío.

Lejos andas de los turistas,

que pueblan la terraza

del alto piso

para contemplar Manhattan

desde arriba este domingo.

Eres, negra paloma,

la envidia de todos

los que hemos subido,

cumpliendo como se debe

la tópica costumbre del rito

Volarás alrededor luego,

indiferente al aire mismo,

y nadie caerá en la cuenta

de que eres, sin mitos,

el verdadero irracional

que enseñorea el Empire State

y no King Kong, aquel Gran Simio.

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Yo te reconozco señora

del Empire State, paloma negra,

que estás en mi objetivo.

Y para no olvidarte nunca,

con emoción, ahora te fotografío.

Cuando saliste volando,

te lo aseguro,

mi alma con alas se fue contigo.

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XIII Palabras mudas de Juan de Pareja

Acudo al Museo Metropolitano de Nueva York, y llego por fin ante el retrato de

Juan de Pareja, ayudante y esclavo del gran Velázquez. Lo esperaba de mayores

dimensiones, por causa quizá de la estatura estética de la obra. Pero no, es

cuadro más pequeño que grande, aunque no chico. Se dice que lo pintó Don

Diego a fin de prepararse para el de Inocencio X, uno de los principales cuadros

del sevillano. Impresiona la sinfonía de grises de tenue verde que la paleta de

Velázquez destiló en el cuadro. La lustrosa, olivácea tez morisca del personaje

pedía, acaso ese color de oro sucio, como de aceite ya usado, que parece

concedido en préstamo el sutil cromatismo preponderante en el famoso lienzo.

No estoy de acuerdo con la interpretación de altanería en el gesto del también

pintor Juan de Pareja. No es altivez. Es, creo, un gesto de persona

incomprendida por quien admira. Aunque en primer lugar es el gesto de alguien

que sabe posar. Yo interpreto en la figura de Pareja, un rostro que ansía el

reconocimiento del Maestro. Eso le quita humildad, pero la ausencia de

humildad no es necesariamente soberbia. Él se sabe estimado, más como

persona que como artista, por el Maestro, para el que prepara los colores.

Velázquez lo sabe pintor de cierta altura, aunque en pacto con la demanda del

mercado. Poco importa que la producción del ex-morisco sea mayoritariamente

posterior al deceso del Maestro. Velázquez ya conoce la índole estética de su

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ayudante La producción de Pareja habla de un dominio tanto de la técnica

holandesa como de la italiana, a las que usa y mezcla según el cliente. Se dio

poco a la impronta española de su amo y Maestro. Acaso por eso Velázquez no

puede darle nunca la admiración que Pareja ansía… y espera, a pesar de ser

esclavo. Pareja sabe del aprecio humano de su amo, que lo manumitiría el

mismo año de creación del cuadro, 1650. Pero su secreto deseo es recibir un

parabién sincero y profundo que no llegará. Ese es el tormento del cuadro. No

hay encumbramiento alguno del retratado. Hay dignidad. Velázquez ha

plasmado lo que ha visto, y nos ha mostrado los demonios interiores de Pareja.

“Sé que no me vas a premiar con tu aprecio pictórico supremo, pero -espantado

mi despecho- aquí estoy, Maestro: pínteme”. Tal podría ser, verbalizado, el

pensamiento del esclavo. Vale.

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XIV Oda en español al Parque Bryant, New York

En el Parque Bryant huele a libro.

Lo saben las platablandas y los arriates,

las hojas de los árboles de Abril

y los taxis de Nueva York amarillos.

También los rascacielos,

y las sillas y mesas verdes

que a miles abarrotan cuanto miro.

Sentado en una de ellas,

ahí estoy, solo, con mi portátil,

mientras escribo y escribo.

Hace tiempo ya de aquello,

pero aún lo recuerdo

como se recuerda a un amigo.

El Parque Bryant es una gran

caja con paredes de aire

que tiene por tapa y broche

la biblioteca pública de los neoyorkinos.

A sus espaldas se abre el Parque,

custodiado por los rascacielos,

que hacen guardia

como centinelas de castillo,

donde son caballeros los libros,

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damas son las estanterías

y reyes absolutos los títulos.

En el Parque Bryant huele a libro.

Id a comprobarlo cuanto antes.

Escoged primavera,

cuando florecen allí los lirios

y trae el viento efluvios de verso,

y aromas de prosas.

E invisibles páginas

vuelan imaginarias

por el cielo de tus sentidos.

En el Parque Bryant huele a libro;

no a tinta fresca o a imprenta.

Es un olor interno, más grato

que el de la albahaca, el romero o el tomillo.

Es el aroma esencial,

la sutil presencia de todo lo escrito,

que allí mora o duerme

el sueño inmortal de lo eterno

que ha encontrado el hombre,

soñando la selva prohibida de lo infinito.

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XV Versos para el River Café, Brooklyn

Hace un año que no estuve en el River Café.

Por eso lo añoro tanto.

Era una noche húmeda y fría, de primavera lluviosa

en Brooklyn. Las luces del puente contorneaban

aquellas mágicas líneas universales

desde Manhattan hasta la plataforma

desde donde los turistas fotografiábamos

la perspectiva nocturna: los rascacielos al fondo,

y, saliendo de ellos, la sucesión de luminosos puntos

que hasta nosotros llegaba. Los arcos, las cimas,

los reflejos en el agua…

Justo debajo de las últimas luces,

-más altas que antes, desde la plataforma-

se halla el River Café. Ya no es Manhattan.

Es la mejor posibilidad que tiene un paraíso

de estar cobijado al amparo de un puente.

Como raro mendigo

que buscase el único cielo protector posible.

No, no me arrepiento de no habernos sentado

en sus distinguidas mesas

y saborear las delicias de su carta. No.

La nostalgia, si imposible, es infinita.

Como una hermosa novia

que se nos muriera joven,

y, ya para siempre, espléndida la recordamos,

así me ocurre a mí con el River Café.

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Casi prefiero no estar ya nunca en él.

Y continuar como ahora, eternamente,

esta relación mentida, aunque cierta,

que os cuento.

Por eso pido a quien estos versos lea,

y si es que hasta allí consigue llegar,

a mí me recuerde y a estos versos

que le cantan. Nada diga a quienes le siguen.

Y un solo segundo dedique a unir

la memoria que de mí tenga

al hermoso lugar donde en ese momento está.

Luego, olvídate, amigo o amiga,

y goza de tu presencia grandemente,

antes de retirarte a descansar.

Pues ardua habrá sido la jornada

y acaso el sueño te ande convidando

a retirarte al reparador descanso cotidiano,

justamente merecido tras de tanto andar

la Gran Manzana y sus miles de tentaciones

gratas que tanto añoro.

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Album de fotos de ‘Aires neoyorquianos”

Imagen construida sobre mapa, correspondiente al texto VI, Anatomía topográfica de Nueva York.

Imagen correspondiente al texto X: El Palacio de los Vélez, en Nueva York

Imagen correspondiente al texto IX, Querido Río Carlos

Imagen correspondiente al texto XII, Paloma negra en Nueva York

Imagen correspondiente al texto XIII, Palabras mudas de Juan de Pareja

Imagen correspondiente al texto XIV, Oda al Parque Bryant, New York