ALBOAN en los campos de desplazados en Goma, Congo

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12 SOCIEDAD NAVARRA Diario de Noticias Lunes, 26 de octubre de 2009 Hay lugares en el mundo donde el alma humana debería arrastrarse en busca de un sentido. El campo de desplazados de Mugunga III, en la periferia de Goma, es uno de esos sitios en los que cuesta mirar de frente al horizonte. Esto pasa un día normal. TEXTO Y FOTOS Enrique Conde ¿Tienen corazón las tinieblas? M ZUNGU (hombre blan- co en suahili), ¿a dónde vas, si por ahí no hay nada?”. Así nos reciben a las afueras de Goma, entre el tra- queteo del Land Rover por un cami- no trufado de baches, dirección a Buhimba, uno de los cuatro campos de desplazados cerrados en sep- tiembre en los alrededores de la capi- tal del Kivu Norte. Donde ahora no hay nada, salvo un par de edificios prefabricados que hacían las veces de comercio y centro sanitario, has- ta el pasado 15 de septiembre se levantaba un asentamiento de 15.000 desplazados provocados por el con- flicto bélico de la RD Congo. Ésos y casi otras 40.000 personas más han abandonado durante el últi- mo mes Buhimba, Bulengo, Mugun- ga I y II, en una presunta vuelta al hogar. A los procedentes de zonas todavía inseguras se les ha agrupa- do en el campo III de Mugunga. En realidad pocos rincones del Congo invitan a la calma. Signo de que la violencia no para es que todavía exis- ten familias que no duermen en sus casas y se refugian de noche en la sel- va, temerosas de que se viole a las mujeres y se rapte a los niños. Por eso, la vuelta es presunta: sólo se tra- ta de publicitar que Goma se vacía, mientras el interior del Kivu sigue hecho unos zorros. PAPEL Y REALIDAD El retorno no resulta tan idílico en la práctica como sobre el papel, porque en rea- lidad sólo están volviendo los que interesa que se vean por la tele. Con- go ha debido aprender de Ruanda en eso de exhibir el escaparate. Las cifras de desplazados en los Kivus siguen en torno al millón de perso- nas. En Ruanda existen otros 52.000 refugiados. A los que deciden retor- nar, congoleños obligados a huir de su territorio por las perrerías bien de su propio Ejército o de las múlti- ples milicias que aquí se baten, les espera ahora un comienzo desde cero, un regreso a un chamizo que no saben si seguirá en pie, a unas tie- rras que suponen que ya no seguirán siendo suyas y a una población que quizá se sostenga en cuatro palillos. En la labor de acompañamiento a los desplazados centra ahora sus esfuerzos el Servicio Jesuita a Refu- giados (JRS), que cuenta con fichas y fotos de todos aquellos que se refu- giaron en los campos para poder hacerles un seguimiento. El JRS se congratula del cambio de escenario de la región, de su menor explosivi- dad, pero a su vez discute el precipi- tado cierre de los campos de despla- zados de Goma, en lo que resulta más una fachada política que una medida eficaz, dadas las volátiles cir- cunstancias de la zona. Que vuelvan 50.000 cuando por ahí andan des- perdigados hasta un millón de con- goleños y venderlo como un éxito, es para un Nobel al marketing. Para mandar a casa a los desplaza- dos de Goma, primero se adoptó la decisión del Programa de Alimenta- ción Mundial, que reparte las racio- nes mensuales entre los desplazados, de reducir tal suministro a la mitad. Por lo tanto, a menos comida, más imperiosa se hacía la vuelta a casa. También se fijó una fecha en el calen- dario obligando a los sin techo entre elegir por un retorno acompañado de logística de transporte y ayuda humanitaria o por un peregrinaje hacia otro campo y hasta no se sabe cuándo. Por último, el momento de la elección de los desplazados coin- cidió además con la época de lluvias, el comienzo del colegio y el nuevo marco de relaciones establecido entre Congo y Ruanda. El caso es que en pie sólo se mantiene en Goma el campo de desplazados de Mugunga III, con 4.000 personas. Mugunga III es la continuidad del barrio periférico de Goma con el que comparte nombre. Se trata de una extensión desorganizada de terreno, con la lava solidificada del volcán Njiragongo como base y, sobre ella, una prolífica colección de chozas atoldadas, como tiendas de campa- ña (huttes se llaman). Nada tienen que recuerde a unas Quechua. Son unos palos atados con lianas, un plástico que sirve de lona y un kit básico de supervivencia en el inte- rior, con colchón y un rincón para el fuego. El campo está organizado en 32 bloques y en cada uno de éstos se agrupan 50 viviendas, por así lla- marlas. El congoleño es muy suyo y tiende a reunirse, a hacer vida, con los de su propia etnia o su poblado. Son su mejor bastón. En la entrada al campo queda a un lado una escuela de urgencia (una construcción básica para salir del paso), dos pilas con agua potable para lavar la ropa y, al fondo, unas letrinas que tras la estancia de esta gente serán incineradas. En el medio, los cascos azules de la India y el Comité Noruego de los Refugia- dos, gestor del campo y de la labor de las ONG, lucen en un espacio visi- ble. A veces, viendo desde ese epi- centro el esfuerzo de los múltiples actores intervinientes, parece como si con una pala se pretendiera vaciar de arena el desierto. Una de las personas del JRS, que desarrolla en los campos varias misio- nes financiadas por la ONG vascona- varra ALBOAN, circula con su Land Cruiser en busca de los más vulnera- bles. Si uno piensa desde la visión occidental, sólo cree que a esta mujer le motivan los milagros. Ella ya se ha acostumbrado a las sorpresas, pero cuando llegó, hace casi medio año, dice que sucedían cosas que ni se le pasaban por la cabeza. “Un día visité el centro médico del campo y me lo encontré vacío. Sólo estaban los sanitarios, no había ni un paciente y no entendía nada. Un cam- po es un nido de infecciones y es muy extraño que nadie se sintiera mal. Me dijeron que al día siguiente lo enten- dería. Volví al día siguiente y lo enten- dí todo. El médico estaba repleto y tenía su explicación. El día anterior se estaba realizando el reparto de comida y ese día nadie visita al médi- co. Una vez que se hartan de comer, casi todos terminan con dolor de barriga”. EL PRESENTE SÓLO ES EL HOY La expo- sición de esta madrileña es una acer- tada radiografía de la idiosincrasia congoleña. Consiste en vivir el pre- sente, que aquí no abarca nada que vaya más allá del hoy. Si el martes se reparte la ración alimentaria en los campos, el martes es el día de comer- se todo lo que han traído. El miérco- les es demasiado lejos. Quizá ni lle- guen al miércoles o quizá ni estén aquí y se hayan tenido que mover a otro lado. Por eso cuando el PAM reparte los 12 kilos de harina, 5 de judías, el aceite y el bote de sal entre los desplazados, el médico es el único que puede esperar a mañana. Ni que decir tiene que visitando Mugunga, el periodista se convierte por un día en noticia. Cantidad de niños se codean fascinados por salir en la foto, mientras los adultos se man- tienen expectantes, sin apartar una mirada a menudo perdida. No resul- ta un campo así el mejor refugio para un hiperactivo. Hay mucha gente con la mirada perdida o vagabundeando sin rumbo, hay otros que dedican el día a recolectar leña, los hay también que se entretienen con el simple giro de una rueda o realizándole trenzas a la vecina. En el mejor de los casos, la En Mugunga III quedan 4.000 desplazados. Se organizan por pueblos, eso les da seguridad Se publicita que 50.000 personas vuelven de Goma a casa. ¿Qué pasa con el millón restante? Dos desplazadas, víctimas de violencia sexual, con personal del JRS. Entrañas del campo de desplazados cercano a Goma. LOS CAMPOS Cuatro cerraron en septiembre. Los campos de desplazados dise- minados en los alrededores de Goma han cerrado casi por comple- to. Los dos primeros campos de Mugunga, Buhimba y Bulengo cerraron sus instalaciones después de que el Programa de Alimentación Mundial redujera las raciones ali- menticias a la mitad y contemplara que se daban las condiciones míni- mas de seguridad para que los des- plazados retornaran a sus casas. LA CIFRA 1,1 Millón de desplazados. A comien- zos de año, tras las bravuconadas de Nkunda, había 840.000 personas desplazadas en Kivu Norte (la capital es Goma), y otras 335.000 en Kivu Sur, con Bukavu de referencia. Las cifras se mantienen en septiembre.

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Al visitar los campos de personas desplazadas nos impresionó el trabajo que lleva a cabo el Servicio Jesuita a Refugiados, una de las grandes organizaciones aliadas de ALBOAN, Ellos y ellas acompañan, defienden y sirven a estas personas sin más futuro inmediato que sobrevivir el día a día a través de la ayuda humanitaria.

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Diario de Noticias Lunes, 26 de octubre de 2009 NAVARRA SOCIEDAD 1312 SOCIEDAD NAVARRA Diario de Noticias Lunes, 26 de octubre de 2009

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I R E N E G U Í ASERVICIO JESUITA A REFUGIADOS (JRS) EN GOMA

“En este país, todoshan sufrido lo mismo”La portuguesa Irene Guía,esclava del Sagrado Corazónde Jesús, realiza un valiosotrabajo para el JRS en Goma.Antes permaneció dos añosen Ruanda. Su panorámica apie de calle de lo que allí ocu-rre no tiene desperdicio

ENRIQUE CONDEGOMA (RD DEL CONGO). Se encargade patearse los campos de despla-zados para detectar a los más vul-nerables y ofrecerles un amparo.Irene Guía es una mujer intensa,agradable y optimista. “Veo espe-ranza para el cambio”, dice.¿Cómo es la conflictividad en uncampo de desplazados?Hay respeto mutuo en los campos yalgún episodio puntual de violenciainterna. Para el número de perso-nas que están allá (eran 18.000 per-sonas) y con los policías que haydestinados, los conflictos son menosque en los barrios problemáticos deGoma. Puede haber casos de peleasentre desplazados o que haya algúnepisodio violento cuando la gentesale fuera del campo, a por leña, sinadoptar las medidas de seguridad(se van por libre). Pero no se puededecir que sea una cosa terrible.¿Cómo es la rutina diaria en un cam-po de desplazados como Mugunga?Muchos no hacen nada y otros sepasan el día buscando cosas parapoder llevarse algo a la boca. Lasmujeres trabajan muchísimo, es lapoblación más fuerte. Se buscan lavida como pueden. La mayoría de losniños acude a la escuelas de emer-gencia y los mismos desplazados queeran profesores se dedican a dar cla-ses. Muchas madres hacen artesaníay existen muchos programas deotras ONG’s donde se busca queaprendan un oficio y hacerse autó-nomos. Se busca que tengan uningreso complementario porque lacomida que reciben no es suficiente.

¿Hay conflictos entre los despla-zados del campo y los barrios limí-trofes de la ciudad de Goma?De normal, no hay conflictos. Dondepuede haberlos es ahora, en elmomento del regreso, si es que ésteno se hace de una manera adecuada.Hay mucha gente que vuelve a sucasa sin nada. Por eso ahora estamosrealizando una fase de acompaña-miento, de ver sus necesidadades.Ahí se requiere una visión global. Nohay que focalizarse sólo en los des-plazados, sino también en la pobla-ción que se quedó allá para que nohaya tensiones entre ellos. Tambiénpuede haber algún problema en tor-no a Goma. Es ésta una cuestión per-versa, ya que entra mucho dinero enla ciudad de ayuda humanitaria yeso provoca necesidades de empleo.También hay que pensar en los con-goleños refugiados en Ruanda.Esa gente lleva ya trece años enRuanda y tienen en Congo sus casasy tierras, que ahora ya pertenece-rán a otras personas. Por eso, elretorno no va a tener una respues-ta lineal ni sencilla. Esa historia noes fácil. Hay que intervenir a nivelestructural en sus lugares de origenporque hay que contemplar losaspectos positivos del regreso: lasescuelas van a ser rehabilitadas, lacarretera será mejorada y se insta-larán centros de salud. Si no hayalgo estructural, serio, entoncesvendrán los problemas.¿Cree que, al no hallarse el conflic-to en su punto álgido, puede llegara olvidarse lo que aquí ocurre?La población no es agresiva, no estádividida, pero de ninguna maneraestá reconciliada. Eso no hay queolvidarlo. De todas formas, si éstees el conflicto más grave después dela Segunda Guerra Mundial creoque no está teniendo la coberturasuficiente. El interés real de queesto cambie un poco no tiene queestar sólo en el papel.¿Cómo se puede dar la reconcilia-ción en un escenario de tanta vio-

lencia e injusticia?Porque todos han sufrido lo mismo.Unos y otros saben lo que es perdera su padre, su madre o sus seresqueridos. Y por eso la gente abre sucorazón. He visto una compasiónfuerte en la gente sencilla.¿El conflicto del Congo parece seruna deriva del genocidio ruandés?Muchos de los actores son ruandó-fonos y, desde luego, aquí la gentesiente que está ante una guerraimportada. Llevan en esta zonamuchos años pero hay que enten-der que ésta no es una guerra étni-ca, que es donde se pone el acento.

La causa de la guerra es la explota-ción de los recursos naturales.Precisamente, las zonas máscalientes son las mineras y no pare-ce que interese que se cree allí unasituación de control gubernativo.Queda la sensación de que se ocul-tan muchas cosas. El cierre de loscampos y el retorno de los despla-zados procede de una voluntad polí-tica fuerte. Se trata de mostrar unaimagen de que la cosa está muchomejor y promocionar que va a haberpaz. Son acontecimientos políticosdirigidos, pero nadie sabe qué va apasar. Todo es muy frágil.El primer paso sería acabar con laimpunidad existente en el país.Se está dando algún paso en ese sen-tido. Ahora se escucha desde elgobierno un lema de tolerancia cerocon los delitos de los militares con-goleños. De cumplirse eso, se ter-minaría con la impunidad. Por pri-mera vez, dos altos cargos militaresen Rutshuru han sido juzgados ycondenados por delitos sexualesentre la población local. Eso es unbuen signo de un pequeño cambio.Hay que poner un orden y que eseorden se convierta en un pilar parala paz futura.

(Además del servicio a los vulnera-bles, el JRS encabezaba en los cam-pos de desplazados un proyecto deeducación informal y otro de educa-ción anti sida. Se buscaba que los jóve-nes de 12 a 18 años aprendieran variosoficios como costura, peluquería, repa-ración de biciletas... Incluso los alum-nos de estas promociones pudieronrealizar prácticas en diferentes pues-tos de trabajo de Goma antes de quese cerraran los campos).

S U F R A S E

“Si éste es el mayorconflicto tras la II GM,no está teniendo lacobertura suficiente”

Hay lugares en el mundo donde el alma humana debería arrastrarse en busca de un sentido. El campo de desplazados de Mugunga III, en laperiferia de Goma, es uno de esos sitios en los que cuesta mirar de frente al horizonte. Esto pasa un día normal. TEXTO Y FOTOS Enrique Conde

¿Tienen corazón las tinieblas?M ZUNGU (hombre blan-

co en suahili), ¿a dóndevas, si por ahí no haynada?”. Así nos reciben

a las afueras de Goma, entre el tra-queteo del Land Rover por un cami-no trufado de baches, dirección aBuhimba, uno de los cuatro camposde desplazados cerrados en sep-tiembre en los alrededores de la capi-tal del Kivu Norte. Donde ahora nohay nada, salvo un par de edificiosprefabricados que hacían las vecesde comercio y centro sanitario, has-ta el pasado 15 de septiembre selevantaba un asentamiento de 15.000desplazados provocados por el con-flicto bélico de la RD Congo.

Ésos y casi otras 40.000 personasmás han abandonado durante el últi-mo mes Buhimba, Bulengo, Mugun-ga I y II, en una presunta vuelta alhogar. A los procedentes de zonastodavía inseguras se les ha agrupa-do en el campo III de Mugunga. Enrealidad pocos rincones del Congoinvitan a la calma. Signo de que laviolencia no para es que todavía exis-ten familias que no duermen en suscasas y se refugian de noche en la sel-va, temerosas de que se viole a lasmujeres y se rapte a los niños. Poreso, la vuelta es presunta: sólo se tra-ta de publicitar que Goma se vacía,mientras el interior del Kivu siguehecho unos zorros.

PAPEL Y REALIDAD El retorno noresulta tan idílico en la prácticacomo sobre el papel, porque en rea-lidad sólo están volviendo los queinteresa que se vean por la tele. Con-go ha debido aprender de Ruanda eneso de exhibir el escaparate. Lascifras de desplazados en los Kivussiguen en torno al millón de perso-nas. En Ruanda existen otros 52.000refugiados. A los que deciden retor-nar, congoleños obligados a huir desu territorio por las perrerías biende su propio Ejército o de las múlti-ples milicias que aquí se baten, lesespera ahora un comienzo desdecero, un regreso a un chamizo queno saben si seguirá en pie, a unas tie-rras que suponen que ya no seguiránsiendo suyas y a una población quequizá se sostenga en cuatro palillos.

En la labor de acompañamiento alos desplazados centra ahora susesfuerzos el Servicio Jesuita a Refu-giados (JRS), que cuenta con fichasy fotos de todos aquellos que se refu-giaron en los campos para poderhacerles un seguimiento. El JRS secongratula del cambio de escenariode la región, de su menor explosivi-dad, pero a su vez discute el precipi-tado cierre de los campos de despla-zados de Goma, en lo que resultamás una fachada política que unamedida eficaz, dadas las volátiles cir-cunstancias de la zona. Que vuelvan50.000 cuando por ahí andan des-perdigados hasta un millón de con-goleños y venderlo como un éxito, es

para un Nobel al marketing.Para mandar a casa a los desplaza-

dos de Goma, primero se adoptó ladecisión del Programa de Alimenta-ción Mundial, que reparte las racio-nes mensuales entre los desplazados,de reducir tal suministro a la mitad.Por lo tanto, a menos comida, más

imperiosa se hacía la vuelta a casa.También se fijó una fecha en el calen-dario obligando a los sin techo entreelegir por un retorno acompañadode logística de transporte y ayudahumanitaria o por un peregrinajehacia otro campo y hasta no se sabecuándo. Por último, el momento de

la elección de los desplazados coin-cidió además con la época de lluvias,el comienzo del colegio y el nuevomarco de relaciones establecidoentre Congo y Ruanda. El caso esque en pie sólo se mantiene enGoma el campo de desplazados deMugunga III, con 4.000 personas.

Mugunga III es la continuidad delbarrio periférico de Goma con el quecomparte nombre. Se trata de unaextensión desorganizada de terreno,con la lava solidificada del volcánNjiragongo como base y, sobre ella,una prolífica colección de chozasatoldadas, como tiendas de campa-ña (huttes se llaman). Nada tienenque recuerde a unas Quechua. Sonunos palos atados con lianas, unplástico que sirve de lona y un kitbásico de supervivencia en el inte-rior, con colchón y un rincón para elfuego. El campo está organizado en32 bloques y en cada uno de éstos seagrupan 50 viviendas, por así lla-marlas. El congoleño es muy suyo ytiende a reunirse, a hacer vida, conlos de su propia etnia o su poblado.Son su mejor bastón.

En la entrada al campo queda a unlado una escuela de urgencia (unaconstrucción básica para salir delpaso), dos pilas con agua potablepara lavar la ropa y, al fondo, unasletrinas que tras la estancia de estagente serán incineradas. En elmedio, los cascos azules de la Indiay el Comité Noruego de los Refugia-dos, gestor del campo y de la laborde las ONG, lucen en un espacio visi-ble. A veces, viendo desde ese epi-centro el esfuerzo de los múltiplesactores intervinientes, parece comosi con una pala se pretendiera vaciarde arena el desierto.

Una de las personas del JRS, quedesarrolla en los campos varias misio-nes financiadas por la ONG vascona-varra ALBOAN, circula con su LandCruiser en busca de los más vulnera-bles. Si uno piensa desde la visiónoccidental, sólo cree que a esta mujerle motivan los milagros. Ella ya se haacostumbrado a las sorpresas, perocuando llegó, hace casi medio año,dice que sucedían cosas que ni se lepasaban por la cabeza.

“Un día visité el centro médico delcampo y me lo encontré vacío. Sóloestaban los sanitarios, no había ni unpaciente y no entendía nada. Un cam-po es un nido de infecciones y es muyextraño que nadie se sintiera mal. Medijeron que al día siguiente lo enten-dería. Volví al día siguiente y lo enten-dí todo. El médico estaba repleto ytenía su explicación. El día anteriorse estaba realizando el reparto decomida y ese día nadie visita al médi-co. Una vez que se hartan de comer,casi todos terminan con dolor debarriga”.

EL PRESENTE SÓLO ES EL HOYLa expo-sición de esta madrileña es una acer-tada radiografía de la idiosincrasiacongoleña. Consiste en vivir el pre-sente, que aquí no abarca nada quevaya más allá del hoy. Si el martes sereparte la ración alimentaria en loscampos, el martes es el día de comer-se todo lo que han traído. El miérco-les es demasiado lejos. Quizá ni lle-guen al miércoles o quizá ni esténaquí y se hayan tenido que mover aotro lado. Por eso cuando el PAMreparte los 12 kilos de harina, 5 dejudías, el aceite y el bote de sal entrelos desplazados, el médico es el únicoque puede esperar a mañana.

Ni que decir tiene que visitandoMugunga, el periodista se conviertepor un día en noticia. Cantidad deniños se codean fascinados por saliren la foto, mientras los adultos se man-tienen expectantes, sin apartar unamirada a menudo perdida. No resul-ta un campo así el mejor refugio paraun hiperactivo. Hay mucha gente conla mirada perdida o vagabundeandosin rumbo, hay otros que dedican eldía a recolectar leña, los hay tambiénque se entretienen con el simple girode una rueda o realizándole trenzas ala vecina. En el mejor de los casos, la

En Mugunga III quedan4.000 desplazados. Seorganizan por pueblos,eso les da seguridad

Se publicita que 50.000personas vuelven deGoma a casa. ¿Qué pasacon el millón restante?

Dos desplazadas, víctimas de violencia sexual, con personal del JRS.

Entrañas del campo de desplazados cercano a Goma.

L O S C A M P O S

● Cuatro cerraron en septiembre.Los campos de desplazados dise-minados en los alrededores deGoma han cerrado casi por comple-to. Los dos primeros campos deMugunga, Buhimba y Bulengocerraron sus instalaciones despuésde que el Programa de AlimentaciónMundial redujera las raciones ali-menticias a la mitad y contemplaraque se daban las condiciones míni-mas de seguridad para que los des-plazados retornaran a sus casas.

L A C I F R A

1,1● Millón de desplazados. A comien-zos de año, tras las bravuconadas deNkunda, había 840.000 personasdesplazadas en Kivu Norte (la capitales Goma), y otras 335.000 en KivuSur, con Bukavu de referencia. Lascifras se mantienen en septiembre.

Niña en Mugunga. FOTO: M. ARTEAGA/EITB

El desmantelado campo de desplazados de Buhimba.

Escuela de emergencia en el campo de desplazados de Mugunga III.

distracción es el amnésico de estapesadilla.

Aunque muchos no tengan nada quehacer, llama la atención que las muje-res no paran de trabajar. Es un casosintomático en todo el país. La mujercongoleña es el motor del sector pri-mario del Congo. Curran una burra-da, como cosacas. Hay mujeres en elCongo que cargan con cien kilos desacos de carbón sobre sus cabezas. Ocon dos sacos de cemento. O con trescolchones. O con media docena deracimos de unas bananas estupendas.O con un enjambre de alambres dehierro. Y, aparte, labran los campos,cocinan medio día, cargan con sushijos pequeños y son unas siete vecesmadres.

TESTIGOS DEL HORRORDos congoleñasde este perfil ofrecen su testimonio enMugunga III. Ambas viajan con el máspequeño de sus chiquillos anudado ala chepa y le dan de amamantar enmitad de la entrevista. Su relato resul-ta espeluznante. Usaremos nombresficticios y no les pondremos cara: tie-nen derecho a contar el horror, a quese les escuche, pero no a desangrarlesla gran dignidad con la que sobrevi-ven. La llamaremos Louise:

“Soy viuda. Mi marido fue asesina-do por los soldados. Huí en junio concuatro de mis hijos y otros dos no sédónde están. Todo sucedió una noche.Vinieron tres hombres armados, mepidieron dinero para dejar tranquiloa mi marido y les di 150 dólares. Lesdio igual, le mataron, nos robaron ylos tres me violaron. Han pasado cua-tro meses de aquello pero todavíacamino con dificultad. Huimos haciaGoma y un conductor se apiadó denosotros y nos trajo a la ciudad. Allípedí ayuda a las hermanas y acabé enMugunga I, donde nos pusieron en elhangar común, tal y como estamosaquí. En estas condiciones no puedenvivir mis hijos”.

El grito de desgarro tiene igual fuer-za en Emma. Otra joven con un rostroprecioso y la piel suave. “Tengo cua-tro hijos aquí conmigo porque losotros tres marcharon hacia Bukavucon una amiga, una cliente. Ahoraquiero ir allí, pero no tengo medios.Mi marido, comerciante de aceite, fueasesinado el 30 de mayo. Esa madru-gada llegaron los soldados y me pidie-ron todo el dinero. Les entregué 700dólares y no fue suficiente. Mataron ami marido y a mis dos hijos mayoresy me violaron un total de cinco solda-dos, lo que me ha dejado unos doloresterribles en las piernas. Huimos endesbandada”.

“Los hombres que reparan la carre-tera nos trajeron a Goma gracias aque les vendí baignets (pasteles) yagua. Vine aquí porque en Goma vivíami cuñado, pero me enteré que sehabía ido a Sake. Primero estuvimosen Mugunga I, donde Irene, del JRS,me daba unos pequeños pescadospara venderlos y así obtener recursos.Con esa venta compramos unospequeños braseros de carbón, pero elcierre de Mugunga I fue caótico. Lapolicía disparó al aire para organizarel caos y en esa huida loca perdimoslos braseros. Ahora, en Mugunga III,dormimos en la tienda de tránsito (allíestán los que no tienen una hutte) yahí se vive muy mal”. Muy mal entrelos que ya de por sí viven fatal. Lastinieblas.

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Diario de Noticias Lunes, 26 de octubre de 2009 NAVARRA SOCIEDAD 1312 SOCIEDAD NAVARRA Diario de Noticias Lunes, 26 de octubre de 2009

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I R E N E G U Í ASERVICIO JESUITA A REFUGIADOS (JRS) EN GOMA

“En este país, todoshan sufrido lo mismo”La portuguesa Irene Guía,esclava del Sagrado Corazónde Jesús, realiza un valiosotrabajo para el JRS en Goma.Antes permaneció dos añosen Ruanda. Su panorámica apie de calle de lo que allí ocu-rre no tiene desperdicio

ENRIQUE CONDEGOMA (RD DEL CONGO). Se encargade patearse los campos de despla-zados para detectar a los más vul-nerables y ofrecerles un amparo.Irene Guía es una mujer intensa,agradable y optimista. “Veo espe-ranza para el cambio”, dice.¿Cómo es la conflictividad en uncampo de desplazados?Hay respeto mutuo en los campos yalgún episodio puntual de violenciainterna. Para el número de perso-nas que están allá (eran 18.000 per-sonas) y con los policías que haydestinados, los conflictos son menosque en los barrios problemáticos deGoma. Puede haber casos de peleasentre desplazados o que haya algúnepisodio violento cuando la gentesale fuera del campo, a por leña, sinadoptar las medidas de seguridad(se van por libre). Pero no se puededecir que sea una cosa terrible.¿Cómo es la rutina diaria en un cam-po de desplazados como Mugunga?Muchos no hacen nada y otros sepasan el día buscando cosas parapoder llevarse algo a la boca. Lasmujeres trabajan muchísimo, es lapoblación más fuerte. Se buscan lavida como pueden. La mayoría de losniños acude a la escuelas de emer-gencia y los mismos desplazados queeran profesores se dedican a dar cla-ses. Muchas madres hacen artesaníay existen muchos programas deotras ONG’s donde se busca queaprendan un oficio y hacerse autó-nomos. Se busca que tengan uningreso complementario porque lacomida que reciben no es suficiente.

¿Hay conflictos entre los despla-zados del campo y los barrios limí-trofes de la ciudad de Goma?De normal, no hay conflictos. Dondepuede haberlos es ahora, en elmomento del regreso, si es que ésteno se hace de una manera adecuada.Hay mucha gente que vuelve a sucasa sin nada. Por eso ahora estamosrealizando una fase de acompaña-miento, de ver sus necesidadades.Ahí se requiere una visión global. Nohay que focalizarse sólo en los des-plazados, sino también en la pobla-ción que se quedó allá para que nohaya tensiones entre ellos. Tambiénpuede haber algún problema en tor-no a Goma. Es ésta una cuestión per-versa, ya que entra mucho dinero enla ciudad de ayuda humanitaria yeso provoca necesidades de empleo.También hay que pensar en los con-goleños refugiados en Ruanda.Esa gente lleva ya trece años enRuanda y tienen en Congo sus casasy tierras, que ahora ya pertenece-rán a otras personas. Por eso, elretorno no va a tener una respues-ta lineal ni sencilla. Esa historia noes fácil. Hay que intervenir a nivelestructural en sus lugares de origenporque hay que contemplar losaspectos positivos del regreso: lasescuelas van a ser rehabilitadas, lacarretera será mejorada y se insta-larán centros de salud. Si no hayalgo estructural, serio, entoncesvendrán los problemas.¿Cree que, al no hallarse el conflic-to en su punto álgido, puede llegara olvidarse lo que aquí ocurre?La población no es agresiva, no estádividida, pero de ninguna maneraestá reconciliada. Eso no hay queolvidarlo. De todas formas, si éstees el conflicto más grave después dela Segunda Guerra Mundial creoque no está teniendo la coberturasuficiente. El interés real de queesto cambie un poco no tiene queestar sólo en el papel.¿Cómo se puede dar la reconcilia-ción en un escenario de tanta vio-

lencia e injusticia?Porque todos han sufrido lo mismo.Unos y otros saben lo que es perdera su padre, su madre o sus seresqueridos. Y por eso la gente abre sucorazón. He visto una compasiónfuerte en la gente sencilla.¿El conflicto del Congo parece seruna deriva del genocidio ruandés?Muchos de los actores son ruandó-fonos y, desde luego, aquí la gentesiente que está ante una guerraimportada. Llevan en esta zonamuchos años pero hay que enten-der que ésta no es una guerra étni-ca, que es donde se pone el acento.

La causa de la guerra es la explota-ción de los recursos naturales.Precisamente, las zonas máscalientes son las mineras y no pare-ce que interese que se cree allí unasituación de control gubernativo.Queda la sensación de que se ocul-tan muchas cosas. El cierre de loscampos y el retorno de los despla-zados procede de una voluntad polí-tica fuerte. Se trata de mostrar unaimagen de que la cosa está muchomejor y promocionar que va a haberpaz. Son acontecimientos políticosdirigidos, pero nadie sabe qué va apasar. Todo es muy frágil.El primer paso sería acabar con laimpunidad existente en el país.Se está dando algún paso en ese sen-tido. Ahora se escucha desde elgobierno un lema de tolerancia cerocon los delitos de los militares con-goleños. De cumplirse eso, se ter-minaría con la impunidad. Por pri-mera vez, dos altos cargos militaresen Rutshuru han sido juzgados ycondenados por delitos sexualesentre la población local. Eso es unbuen signo de un pequeño cambio.Hay que poner un orden y que eseorden se convierta en un pilar parala paz futura.

(Además del servicio a los vulnera-bles, el JRS encabezaba en los cam-pos de desplazados un proyecto deeducación informal y otro de educa-ción anti sida. Se buscaba que los jóve-nes de 12 a 18 años aprendieran variosoficios como costura, peluquería, repa-ración de biciletas... Incluso los alum-nos de estas promociones pudieronrealizar prácticas en diferentes pues-tos de trabajo de Goma antes de quese cerraran los campos).

S U F R A S E

“Si éste es el mayorconflicto tras la II GM,no está teniendo lacobertura suficiente”

Hay lugares en el mundo donde el alma humana debería arrastrarse en busca de un sentido. El campo de desplazados de Mugunga III, en laperiferia de Goma, es uno de esos sitios en los que cuesta mirar de frente al horizonte. Esto pasa un día normal. TEXTO Y FOTOS Enrique Conde

¿Tienen corazón las tinieblas?M ZUNGU (hombre blan-

co en suahili), ¿a dóndevas, si por ahí no haynada?”. Así nos reciben

a las afueras de Goma, entre el tra-queteo del Land Rover por un cami-no trufado de baches, dirección aBuhimba, uno de los cuatro camposde desplazados cerrados en sep-tiembre en los alrededores de la capi-tal del Kivu Norte. Donde ahora nohay nada, salvo un par de edificiosprefabricados que hacían las vecesde comercio y centro sanitario, has-ta el pasado 15 de septiembre selevantaba un asentamiento de 15.000desplazados provocados por el con-flicto bélico de la RD Congo.

Ésos y casi otras 40.000 personasmás han abandonado durante el últi-mo mes Buhimba, Bulengo, Mugun-ga I y II, en una presunta vuelta alhogar. A los procedentes de zonastodavía inseguras se les ha agrupa-do en el campo III de Mugunga. Enrealidad pocos rincones del Congoinvitan a la calma. Signo de que laviolencia no para es que todavía exis-ten familias que no duermen en suscasas y se refugian de noche en la sel-va, temerosas de que se viole a lasmujeres y se rapte a los niños. Poreso, la vuelta es presunta: sólo se tra-ta de publicitar que Goma se vacía,mientras el interior del Kivu siguehecho unos zorros.

PAPEL Y REALIDAD El retorno noresulta tan idílico en la prácticacomo sobre el papel, porque en rea-lidad sólo están volviendo los queinteresa que se vean por la tele. Con-go ha debido aprender de Ruanda eneso de exhibir el escaparate. Lascifras de desplazados en los Kivussiguen en torno al millón de perso-nas. En Ruanda existen otros 52.000refugiados. A los que deciden retor-nar, congoleños obligados a huir desu territorio por las perrerías biende su propio Ejército o de las múlti-ples milicias que aquí se baten, lesespera ahora un comienzo desdecero, un regreso a un chamizo queno saben si seguirá en pie, a unas tie-rras que suponen que ya no seguiránsiendo suyas y a una población quequizá se sostenga en cuatro palillos.

En la labor de acompañamiento alos desplazados centra ahora susesfuerzos el Servicio Jesuita a Refu-giados (JRS), que cuenta con fichasy fotos de todos aquellos que se refu-giaron en los campos para poderhacerles un seguimiento. El JRS secongratula del cambio de escenariode la región, de su menor explosivi-dad, pero a su vez discute el precipi-tado cierre de los campos de despla-zados de Goma, en lo que resultamás una fachada política que unamedida eficaz, dadas las volátiles cir-cunstancias de la zona. Que vuelvan50.000 cuando por ahí andan des-perdigados hasta un millón de con-goleños y venderlo como un éxito, es

para un Nobel al marketing.Para mandar a casa a los desplaza-

dos de Goma, primero se adoptó ladecisión del Programa de Alimenta-ción Mundial, que reparte las racio-nes mensuales entre los desplazados,de reducir tal suministro a la mitad.Por lo tanto, a menos comida, más

imperiosa se hacía la vuelta a casa.También se fijó una fecha en el calen-dario obligando a los sin techo entreelegir por un retorno acompañadode logística de transporte y ayudahumanitaria o por un peregrinajehacia otro campo y hasta no se sabecuándo. Por último, el momento de

la elección de los desplazados coin-cidió además con la época de lluvias,el comienzo del colegio y el nuevomarco de relaciones establecidoentre Congo y Ruanda. El caso esque en pie sólo se mantiene enGoma el campo de desplazados deMugunga III, con 4.000 personas.

Mugunga III es la continuidad delbarrio periférico de Goma con el quecomparte nombre. Se trata de unaextensión desorganizada de terreno,con la lava solidificada del volcánNjiragongo como base y, sobre ella,una prolífica colección de chozasatoldadas, como tiendas de campa-ña (huttes se llaman). Nada tienenque recuerde a unas Quechua. Sonunos palos atados con lianas, unplástico que sirve de lona y un kitbásico de supervivencia en el inte-rior, con colchón y un rincón para elfuego. El campo está organizado en32 bloques y en cada uno de éstos seagrupan 50 viviendas, por así lla-marlas. El congoleño es muy suyo ytiende a reunirse, a hacer vida, conlos de su propia etnia o su poblado.Son su mejor bastón.

En la entrada al campo queda a unlado una escuela de urgencia (unaconstrucción básica para salir delpaso), dos pilas con agua potablepara lavar la ropa y, al fondo, unasletrinas que tras la estancia de estagente serán incineradas. En elmedio, los cascos azules de la Indiay el Comité Noruego de los Refugia-dos, gestor del campo y de la laborde las ONG, lucen en un espacio visi-ble. A veces, viendo desde ese epi-centro el esfuerzo de los múltiplesactores intervinientes, parece comosi con una pala se pretendiera vaciarde arena el desierto.

Una de las personas del JRS, quedesarrolla en los campos varias misio-nes financiadas por la ONG vascona-varra ALBOAN, circula con su LandCruiser en busca de los más vulnera-bles. Si uno piensa desde la visiónoccidental, sólo cree que a esta mujerle motivan los milagros. Ella ya se haacostumbrado a las sorpresas, perocuando llegó, hace casi medio año,dice que sucedían cosas que ni se lepasaban por la cabeza.

“Un día visité el centro médico delcampo y me lo encontré vacío. Sóloestaban los sanitarios, no había ni unpaciente y no entendía nada. Un cam-po es un nido de infecciones y es muyextraño que nadie se sintiera mal. Medijeron que al día siguiente lo enten-dería. Volví al día siguiente y lo enten-dí todo. El médico estaba repleto ytenía su explicación. El día anteriorse estaba realizando el reparto decomida y ese día nadie visita al médi-co. Una vez que se hartan de comer,casi todos terminan con dolor debarriga”.

EL PRESENTE SÓLO ES EL HOYLa expo-sición de esta madrileña es una acer-tada radiografía de la idiosincrasiacongoleña. Consiste en vivir el pre-sente, que aquí no abarca nada quevaya más allá del hoy. Si el martes sereparte la ración alimentaria en loscampos, el martes es el día de comer-se todo lo que han traído. El miérco-les es demasiado lejos. Quizá ni lle-guen al miércoles o quizá ni esténaquí y se hayan tenido que mover aotro lado. Por eso cuando el PAMreparte los 12 kilos de harina, 5 dejudías, el aceite y el bote de sal entrelos desplazados, el médico es el únicoque puede esperar a mañana.

Ni que decir tiene que visitandoMugunga, el periodista se conviertepor un día en noticia. Cantidad deniños se codean fascinados por saliren la foto, mientras los adultos se man-tienen expectantes, sin apartar unamirada a menudo perdida. No resul-ta un campo así el mejor refugio paraun hiperactivo. Hay mucha gente conla mirada perdida o vagabundeandosin rumbo, hay otros que dedican eldía a recolectar leña, los hay tambiénque se entretienen con el simple girode una rueda o realizándole trenzas ala vecina. En el mejor de los casos, la

En Mugunga III quedan4.000 desplazados. Seorganizan por pueblos,eso les da seguridad

Se publicita que 50.000personas vuelven deGoma a casa. ¿Qué pasacon el millón restante?

Dos desplazadas, víctimas de violencia sexual, con personal del JRS.

Entrañas del campo de desplazados cercano a Goma.

L O S C A M P O S

● Cuatro cerraron en septiembre.Los campos de desplazados dise-minados en los alrededores deGoma han cerrado casi por comple-to. Los dos primeros campos deMugunga, Buhimba y Bulengocerraron sus instalaciones despuésde que el Programa de AlimentaciónMundial redujera las raciones ali-menticias a la mitad y contemplaraque se daban las condiciones míni-mas de seguridad para que los des-plazados retornaran a sus casas.

L A C I F R A

1,1● Millón de desplazados. A comien-zos de año, tras las bravuconadas deNkunda, había 840.000 personasdesplazadas en Kivu Norte (la capitales Goma), y otras 335.000 en KivuSur, con Bukavu de referencia. Lascifras se mantienen en septiembre.

Niña en Mugunga. FOTO: M. ARTEAGA/EITB

El desmantelado campo de desplazados de Buhimba.

Escuela de emergencia en el campo de desplazados de Mugunga III.

distracción es el amnésico de estapesadilla.

Aunque muchos no tengan nada quehacer, llama la atención que las muje-res no paran de trabajar. Es un casosintomático en todo el país. La mujercongoleña es el motor del sector pri-mario del Congo. Curran una burra-da, como cosacas. Hay mujeres en elCongo que cargan con cien kilos desacos de carbón sobre sus cabezas. Ocon dos sacos de cemento. O con trescolchones. O con media docena deracimos de unas bananas estupendas.O con un enjambre de alambres dehierro. Y, aparte, labran los campos,cocinan medio día, cargan con sushijos pequeños y son unas siete vecesmadres.

TESTIGOS DEL HORRORDos congoleñasde este perfil ofrecen su testimonio enMugunga III. Ambas viajan con el máspequeño de sus chiquillos anudado ala chepa y le dan de amamantar enmitad de la entrevista. Su relato resul-ta espeluznante. Usaremos nombresficticios y no les pondremos cara: tie-nen derecho a contar el horror, a quese les escuche, pero no a desangrarlesla gran dignidad con la que sobrevi-ven. La llamaremos Louise:

“Soy viuda. Mi marido fue asesina-do por los soldados. Huí en junio concuatro de mis hijos y otros dos no sédónde están. Todo sucedió una noche.Vinieron tres hombres armados, mepidieron dinero para dejar tranquiloa mi marido y les di 150 dólares. Lesdio igual, le mataron, nos robaron ylos tres me violaron. Han pasado cua-tro meses de aquello pero todavíacamino con dificultad. Huimos haciaGoma y un conductor se apiadó denosotros y nos trajo a la ciudad. Allípedí ayuda a las hermanas y acabé enMugunga I, donde nos pusieron en elhangar común, tal y como estamosaquí. En estas condiciones no puedenvivir mis hijos”.

El grito de desgarro tiene igual fuer-za en Emma. Otra joven con un rostroprecioso y la piel suave. “Tengo cua-tro hijos aquí conmigo porque losotros tres marcharon hacia Bukavucon una amiga, una cliente. Ahoraquiero ir allí, pero no tengo medios.Mi marido, comerciante de aceite, fueasesinado el 30 de mayo. Esa madru-gada llegaron los soldados y me pidie-ron todo el dinero. Les entregué 700dólares y no fue suficiente. Mataron ami marido y a mis dos hijos mayoresy me violaron un total de cinco solda-dos, lo que me ha dejado unos doloresterribles en las piernas. Huimos endesbandada”.

“Los hombres que reparan la carre-tera nos trajeron a Goma gracias aque les vendí baignets (pasteles) yagua. Vine aquí porque en Goma vivíami cuñado, pero me enteré que sehabía ido a Sake. Primero estuvimosen Mugunga I, donde Irene, del JRS,me daba unos pequeños pescadospara venderlos y así obtener recursos.Con esa venta compramos unospequeños braseros de carbón, pero elcierre de Mugunga I fue caótico. Lapolicía disparó al aire para organizarel caos y en esa huida loca perdimoslos braseros. Ahora, en Mugunga III,dormimos en la tienda de tránsito (allíestán los que no tienen una hutte) yahí se vive muy mal”. Muy mal entrelos que ya de por sí viven fatal. Lastinieblas.

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Page 3: ALBOAN en los campos de desplazados en Goma, Congo

7 I A

MundoEL CORREO

LUNES 19 DE OCTUBRE DE 200928 I A

GERARDO ELORRIAGA

ENVIADO ESPECIAL. GOMA

Meryl Streep aparece de la manode Robert Redford y solicita al ca-marero un desayuno a la inglesa.No, es absolutamente descabella-do. Si uno se despierta con los can-tos tradicionales de los pescadoresque faenan en el lago Kivu y con-templa sus rústicas canoas desdeel balcón de la habitación tambiénpuede suponer que hemos regre-sado al período colonial que retra-tó la escritora Karen Blixen y queinmortalizó la película ‘Memoriasde África’.

Pero, desgraciadamente, cual-quier evocación romántica se des-vanece cuando abandonamos la ri-bera y nos introducimos en el trá-fico caótico de Goma, la ciudadconvertida en sinónimo de dramacolectivo. Situada en el límite con-goleño con Ruanda, a mediados delos noventa fue el destino de milesde refugiados hutus que huían dela represión tutsi tras el cambiode roles en el poder. Hoy es la metade los afectados por el conflicto lo-cal, el más cruel desde la SegundaGuerra Mundial, una tragedia queha provocado tres, cuatro o cincomillones de muertos, quién sabe ya quién le importa.

Heterogéneas construccionesbordean una larga avenida plaga-da de cráteres que torturan la cir-culación. En su interior e inmedia-ciones se vende todo lo imagina-ble. La fruta tropical alterna con

cosméticos para blanquear la pielmás oscura, los sofás se exhibenjunto a ataúdes de todas las dimen-siones y colores, e innumerableskioskos ofrecen bebidas frías y tar-jetas telefónicas. En su camino in-cierto, la muchedumbre sortea losbaches, las innumerables motota-xis y los puestos callejeros insta-lados sin orden alguno.

Sin embargo, esta bulliciosa po-blación perdió su anárquico alien-to cuando, hace un año, temió serla última presa de Laurent Nkun-da, el líder del rebelde CDNP, enla ofensiva contra el Ejército na-cional. Las milicias no llegaron aocuparla, aunque los observado-res locales mantienen que sus par-tidarios ya se encontraban dentro,con el uniforme escondido debajode la cama o que incluso su espo-sa aún detenta una gasolinera enla ciudad. Un inesperado acuerdoentre Kigali y Kinshasha permi-tió la captura del caudillo y, al pa-recer, pena su desgracia en unacárcel al otro lado de la frontera.Posiblemente, la amenaza sólo fueun farol en ese maldito juego geo-político, lleno de argucias, alian-zas mudables y masacres anóni-mas.

No abundan las viviendas entorno a la carretera, un eje funda-mentalmente comercial, pero vis-lumbramos las calles que serpen-tean por las laderas del Nyiragon-

go. Las blancas fumarolas de estevolcán advierten a los vecinos deun peligro tan grave como la ines-tabilidad política o la generaliza-da miseria. Sobre los restos de laúltima colada, vertida hace tansólo cinco años, se levantan abun-dantes casas fabricadas con irre-gulares tablones de madera y cu-biertas por chapa ondulada don-de, según algunas estimaciones,habita hasta un millón de habitan-tes. Hay que tener en cuenta quela traslación del genocidio ruan-dés a Congo, causante de toda unaguerra civil, ha provocado el aban-dono del hogar de dos millones denativos y que el 70% de los huidos

ha hallado amparo en el hogar deparientes y allegados.

La desidia de MobutuA medida que nos alejamos delcentro urbano, el ‘masaje congole-ño’ se intensifica. Cualquiera quehaya viajado por el corazón de losGrandes Lagos en una furgonetaa una velocidad insólita para la es-casa calidad del firme reconoceráque los vaivenes experimentadospueden ser brutales si el viajerono permanece sólidamente aferra-do al asiento. Según lamentan loslugareños, la ruina del asfalto esfruto de la desidia de Mobutu. Alparecer, el anterior dictador no in-

virtió ni en obras públicas ni ennada que no tuviera que ver consus propios intereses, generalmen-te radicados en Suiza, país tan le-jano como bien pavimentado.

Nuestro primer destino es elcampo de desplazados de Buhim-ba, abandonado el pasado 15 de se-tiembre. La insólita unanimidaddel Gobierno, la autoridad local deNaciones Unidas y las ONG per-mitió el desalojo. La nueva situa-ción de paz ha hecho posible quemuchos de sus 15.000 ocupantes re-tornen a sus lugares de origen, po-blaciones al norte de Goma que dis-frutan de la nueva etapa de calma.El inicio de la temporada de llu-vias, el regreso a las aulas y la dis-minución a la mitad de las racio-nes distribuidas por el ProgramaMundial de Alimentos tambiénhan alentado el regreso.

No obstante, aquellos que pro-vienen de zonas menos seguras semantienen en Mugunga 3, el úni-co de los recintos emplazados entorno a la capital que aún perma-nece abierto. Sobre un roquedo selevanta el poblado de pequeñastiendas, con algunas comunalesdonde quienes carecen de toldo pro-pio han de compartir la vida sinatisbo de intimidad. ¡Bic, muzun-gu, biscuit! Los niños, fascinadospor la inesperada visita de sietemuzungus, blancos en el idiomasuahili, se arraciman ante los re-cién llegados que no pueden pro-porcionarles los bolígrafos y galle-tas demandados a gritos sin, pro-bablemente, provocar un tumulto.

Los responsables imponen or-den y silencio a los más pequeñospara que escuchemos a Odile y Ma-rie, dos asiladas que han sufrido

Meryl Streep ya no mira al lago KivuDESPLAZADOS. Uno de los campos de refugiados que la ONU abrió cerca de Goma para acoger a los que huían de los combates en el norte congoleño. / E. C.

KabaleKashari

GatunaSake

Kibuye

0 40 km.

T A N Z A N I A

R U A N D A

U G A N D A

R E P . D E M O C R Á T I C A

D E C O N G O

N-2

N-2

N-2

RN-14

RN-6

RN-12

RN-6

RN-15

RN-1RN-6

RN-10

B U R U N D I

1. Kigali

3. Rutshuru

B-3

LagoKivu

LagoIhema

LagoRweru

4. Bukavu

Gitarama

Butare

RN-6Kakamba

Áreaampliada

LA RUTA DEL HORROR

Capital de la provinciacongoleña de KivuNorte. Área rica enminas de oro ycasiterita, y muyfértil. Destino de losexiliados hutus trasla invasión de Ruandapor el movimientoguerrillero tutsi

Goma2.

GRÁFICO: EL CORREO

Viaje por las heridas abiertas de África Goma

La ciudad congoleña convertida en sinónimo dedrama colectivo es hoy la meta de los afectados por elconflicto más cruel desde la Segunda Guerra Mundial

Page 4: ALBOAN en los campos de desplazados en Goma, Congo

EL CORREOLUNES 19 DE OCTUBRE DE 2009 Mundo

A I 29

AGENCIAS PARÍS

El médico ruandés Eugene Rwa-mucyo, empleado en un hospitaldel norte de Francia, ha sido iden-tificado como un presunto crimi-nal de guerra buscado por la In-terpol por «genocidio y crímenesde guerra». El doctor fue localiza-do después de que una enfermera

realizara una búsqueda en Inter-net con su nombre y encontrarauna orden de arresto emitida en2006 por la matanza de 1994.

Rwamucyo, actualmente suspen-dido de su cargo en el centro sani-tario de la ciudad de Maubeuge, seproclama inocente. «No participéen el genocidio de ningún modo.No hay nada en mi contra. No en-

tiendo por qué el sistema de justi-cia pide mi arresto», declaró a unatelevisión gala, si bien confiesa queasistió a reuniones con personasque participaron en la limpieza ét-nica practicada en su país.

El nombre de Rwamucyo figu-ra también en una lista de más deuna docena de criminales de gue-rra que actualmente viven en

Francia y que son objeto de unademanda presentada por el Colec-tivo de los Demandantes Civilespara Ruanda, una asociación devíctimas del genocidio. «Era unideólogo. Para nosotros es uno delos planificadores del genocidiode los tutsis. Hay testimonios depersonas que lo conocieron», con-tó Alain Gauthier, uno de los re-presentantes de la agrupación.

La Fiscalía francesa abrió unainvestigación sobre Rwamucyo en2008. Se le denegó la condición derefugiado político, aunque obtuvoun permiso de residencia.una similar experiencia. El relato

de estas dos viudas contradice eseanuncio de pacificación. Ambascuentan cómo, hace tan sólo unosmeses, sus familias fueron sorpren-didas por hombres armados y queni siquiera la entrega de todos susahorros impidió el asesinato de losrespectivos esposos y de varios hi-jos, la huida de los supervivientesy la búsqueda de refugio. Proba-blemente, las dos fueron violadas,práctica habitual para traumati-zar, aún más, a las víctimas de lasincursiones.

Espanto sin límiteSería conveniente decir que el te-rrorífico testimonio y la precarie-dad de Mugunga nos han sobreco-gido, pero lo cierto es que no másque otras historias extraídas deesta guerra extremadamente cruel.Lo que suponemos realmente es-pantoso es el estado de ánimo dequienes han de permanecer ocio-sos día a día esperando el susten-to de las organizaciones humani-tarias.

En una tierra donde, desde queel sol comienza a brillar, la vida pa-rece entrar en un proceso de fre-nética actividad y la iniciativa re-sulta un requisito ineludible paracombatir el hambre, depender dela caridad ajena puede acabar conla fortaleza del más aguerrido. Dealguna manera, esa derrota, muda,imperturbable, se advierte a tra-vés del visor de la cámara y acabapor hacernos desistir del retrato,como si atestiguar el dolor fueraotra forma de arrebatarles su dig-nidad. No, esto no es un zoo.

Mientras volvemos a Goma, nopodemos dejar de elucubrar sobrelas causas de la ruina en esta tie-rra de la abundancia. A lo largodel camino contemplamos las se-des, bien vigiladas, de las numero-sas ONG presentes y comproba-mos la proliferación de todo tipode templos y credos, empeñadosen alentar la esperanza, ese valortan escaso en el rico Congo.

No sabemos si el cielo escuchasus múltiples oraciones, pero, sinduda, desvela la clave de su infor-tunio. El incesante paso de avio-nes, cargados con el preciado mi-neral ilegalmente extraído y co-merciado, nos hace suponer que ladesgracia se encuentra, literalmen-te, en las entrañas de esta tierra.También nos sugiere que la co-rrupción de unos y la connivenciade otros permiten que mujeres tanresueltas como Odile y Marie, ca-paces de obtener recursos de cual-quier mercadeo para alimentar alos suyos, hayan perdido, posible-mente para siempre, el brillo de sumirada y la voluntad de seguir ade-lante.

Aunque la etapa de pazcasi ha desalojado loscampos de desplazadossiguen las violaciones delos derechos humanos

La vida parece entrar enun proceso de frenéticaactividad ineludible paracombatir el hambre

Localizan en un hospital galo a unmédico que ideó el genocidio ruandés