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ALCOBENDAS, SIN IR MAS LEJOS Alfonso García Serrano Septiembre de 2012

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ALCOBENDAS, SIN IR MAS LEJOS

Alfonso García Serrano Septiembre de 2012

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PRÓLOGO Tengo sesenta y tantos años y nací en un barrio que estaba dentro del ámbito municipal de Fuencarral, cuando Fuencarral era pueblo. Bien sea porque me quedé sin pueblo al integrarle con Madrid ó porque me vine a vivir a Alcobendas desde muy pequeño, siempre me he sentido alcobendés. Como mero espectador he ido viendo los cambios que Alcobendas ha tenido. Mucha gente después que yo ha venido a poblarle, y, seguramente, no saben que cuando yo le conocí era un pueblo agrícola con muy escasa mecanización y que tenía tan solo un puñado de vecinos, que no llegaría ni a los mil, y que todos ellos, en mayor o menor lejanía, emparentaban. Era, por tanto, un pueblo muy cerrado en sí mismo y poco dado al exterior, ni siquiera con su vecino San Sebastián de los Reyes, porque, por esas fobias ancestrales, estaban mal vistos los matrimonios entre vecinos de ambos lados. No estoy documentado y dudo pudiera estarlo, porque, que yo sepa, se ha escrito poco al respecto. Tan sólo conocí hace mucho tiempo a una persona, ya fallecida, que se autodenominaba cronista de la Villa. No recuerdo su nombre pero si se que tenía un comercio que, quiero recordar, era una desaparecida tintorería que se llamaba “El Cocodrilo”, en el tramo de la izquierda bajando desde la plaza del pueblo hasta la de la Iglesia. Sus hijos, probablemente guarden historias interesantes que su padre pudo haber dejado escritas. No me extraña que nadie se haya dedicado a estos menesteres, porque, siendo Alcobendas un pueblo tranquilo, no es proclive a ser noticia. Pero si tengo memoria, la misma que muchos de los que como yo le han podido conocer bien, y en un momento de mi vida, me apetecía contar, aunque solo sea para mis hijos y nietos, los recuerdos que tengo de este pueblo desde que le conozco. Para que si alguien cuenta que Alcobendas nunca tuvo fiestas taurinas, sepa que no es verdad, que había toros y encierros por las calles, con sus talanqueras..., como en muchos otros pueblos. Y que, aunque ahora no se ve una paja por la calle, antes se te metían por todo el cuerpo porque el cultivo del cereal era su riqueza principal. No estoy seguro si lo que me mueve es el deseo de contar las historias de mi pueblo, de decir eso de que “tiempos pasados fueron (o no) mejores” -que para todo hay gustos- ó, simplemente, que quería evocar recuerdos de mi infancia, por si cuando quiera hacerlo, el alzehimer ya no me deja. Al fin y al cabo, el resultado es el mismo, porque yo formé parte de esa historia y mis vivencias algo aportarán. Muchos pensarán que lo que cuento es vanal y sin importancia. Puede que lleven razón, pero a veces nos perdemos en razonamientos profundos y no vemos la belleza de las cosas sencillas. A mí, al menos, así me lo parece. Y, además, que en determinados momentos, más nos valdría quitar hierro al fuego y quedarnos en lo superficial. De todas las formas, de corazón digo que el que quiera que se meta a fondo. El caso es hacer y decir algo, para entre todos poder armar el puzle. Antes de que alguien se sienta molesto por la descripción que hago de los sepelios y otras cosas mas, quiero salir al paso para decir que, aunque he pretendido plasmar mis vivencias tal y como yo las veía, en algún asunto he preferido hacer una pantomima lo menos parecido a la realidad. Yo, como la inmensa mayoría de las personas, siento el máximo respeto por los difuntos y, aunque tengo en el recuerdo la muerte de muchos vecinos muy queridos por todo el pueblo que han recibido las honras fúnebres que merecían, también aquí me he quedado en lo superficial, huyendo de tratar asuntos dolorosos de la manera más amena posible para que este pequeño relato no se convierta en un instrumento para plañideras y les sirva, a todos los que tengan a bien leerlo, de entretenimiento. Si he sido irreverente en la descripción de algún aspecto de nuestra vida cotidiana ó en la nominación de las personas, como por ejemplo, no poniendo el obligado

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“q.e.d.” detrás de muchos nombres1 y más cosas que para alguien, mi propia deformación de los hechos les pueda parecer carente de sensibilidad, pido perdón, pero quiero decir a modo de exculpación que para escribir algunas cosas me ha costado abstraerme de mi realidad para no caer en profundidades tantas veces dolorosas. Al lector le dejo de ejercicio discernir por si mismo donde termina la realidad y donde empieza la elucubración, con más o menos acierto ó sentido del humor. Nunca he pretendido hacer una relación nominal de personas, ni contar vidas ajenas. Mi intención es la de mostrar la fotografía de Alcobendas de hace cincuenta años. Por tanto, los nombres propios que salen no lo son más que por la única circunstancia de salir en la foto. Con esa misma inocencia, los nombres y los apodos que se citan son reales sin tratar de desvirtuarlos con pseudónimos falsos. Igualmente digo que nadie se sienta aludido si su nombre no aparece; se debe solamente a que en mi foto (mental, por supuesto) él no estaba y que piense que yo no he tenido la profesión de José Guadalix, que le brindó la oportunidad de retratar a todo el pueblo, por haber sido su fotógrafo “oficial” de la segunda mitad del siglo pasado. Es cierto que el relato adolece de concreción a la hora de datar los hechos, pero no era mi intención hacer un libro de Historia perfectamente documentado con datos salidos de los registros oficiales ó de las hemerotecas. Ha surgido como si tras un sueño en el que nos pasa toda una vida por delante, al despertar por la mañana tuviéramos prisa en escribirlo para que no se nos borre de la mente, teniendo en cuenta lo efímeros que son los sueños. Y nada más, solamente decirles, como acostumbro en todo lo que escribo, que desearía que les guste. Alcobendas, 26 de septiembre de 2012

Alfonso García Serrano

1 Quizás así consiga mantenerles más cercanos en nuestra memoria.

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ALCOBENDAS, SIN IR MAS LEJOS

UNA DE LA MADRUGADA. HORA SERENA Estamos en el año de las Olimpiadas de Londres. Acaban de terminar y siempre nos parecen pocas las medallas que nos traemos, pero este año nos importa menos porque, con la resaca del fútbol, después de haber ganado nuestra Selección la Eurocopa, ya tenemos bastante. Es verano y en mi pueblo, esta noche promete dejarnos dormir bien. Con todas las ventanas abiertas corre fresquito ó al menos nos lo parece, pues, solo pensar lo cara que está la luz, disuade a cualquiera de poner el aire acondicionado. Y es que, para el que no lo sepa, estamos en crisis. Estoy terminando de montar una partitura para la Coral de Alcobendas y quiero, antes de acostarme, subirla a una web que me ha preparado mi hijo que es informático (mejor dicho, teleco, que para el caso es lo mismo). Yo, sin que él se entere, le exploto constantemente en este campo. Hoy, sin ir mas lejos, me acaba de arreglar el ordenador. Tengo prisa en montar las canciones de la ópera Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti, porque se va a estrenar en Octubre en nuestro Auditorio y me gusta colaborar con el Coro. Es una web muy curiosa y, por si alguien tiene curiosidad (valga la redundancia) aquí dejo su dirección: www.miraestudio.es/scoresonline/ Mi mujer se acaba de acostar no sin antes recordarme que me acueste pronto, porque a primera hora de la mañana nos viene un regalito de la mano del “teleco”: mi nieto. Todo para compensarse de lo que le exploto. Y es que, en los tiempos que corren, que, repito, son de crisis, nuestros hijos, con los sueldos que tienen, si pagan hipoteca no les queda ni un euro para guardería y viceversa. Ni siquiera porque le hayan subido el sueldo, como el otro día me dijo, cosa rara en los tiempos que corren. Porque, claro, mi hijo es muy bueno pero, como todos,... mal pagado. Pero esto de que me traigan a los nietos, a mi no me importa, mejor dicho, me gusta. Tanto que me le traiga él como mi hija que tiene dos, porque son la alegría de la casa cuando están con nosotros. Hoy, Hugo, me ha dado el primer beso sonoro, porque antes solo ponía la carita, y... ¡que os voy a contar! ... ya no me lavo la cara hasta que aprenda a dármelos todos los días. Prefiero mejor esto que verles, tanto a mis hijos como a mis nietos, una vez al año y después de haber atravesado medio mundo, como les ocurre a muchos padres y a muchos más que les va a pasar si siguen fomentando la exportación de nuestros “talentos”. ¡Hay que joderse!... toda la vida cuidando de su educación, pagando sus estudios y queriendo tenerles cerca, para que ahora venga la “puta crisis” y se los lleve de tu lado. Porque, si se van ellos por sus propios deseos... pero, obligados por las circunstancias.... ¡Es muy triste! ¿Quién nos va a arreglar el ordenador, si están lejos? ¿quién nos va a acompañar en la vejez? Con la “inversión” en nuestros hijos nos va a pasar lo mismo que con las “participaciones preferentes”: nos prometían una buena rentabilidad y nos vamos a quedar sin “capital” y sin “intereses”. Toda la vida la hemos pasado asumiendo, como algo necesario, el cambio. Cambio tecnológico, cambio laboral... y hasta el cambio climático. Pero, créanme, a veces pienso que es preferible menos progreso y más familias unidas. Ahora añoro esa vida de pueblo con su gente que no salía de él hasta que no iba a la mili -los hombres, que las mujeres ni eso- y que moría entre todos sus seres queridos. Hemos acelerado la maquinaria industrial sin haber perfeccionado los frenos. La tecnología nos lo ha dado todo, pero el entramado social se ha resentido y estamos desquiciados de los nervios ó el que no desesperado, porque no encuentra trabajo, porque va a perder la vivienda, porque no tiene para comer ó en el mejor de los casos, simplemente, porque no puede vivir igual qua hace unos años.

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Hemos ambicionado tenerlo todo sin darnos cuenta que se puede ser muy feliz haciendo música con una cuchara y una botella de “anís del mono”. Ahora si no tenemos un equipo de 500 watios por canal no frustramos y entramos en depresión, junto con el vecino, al que le estamos “jodiendo” por mucho aislamiento acústico que tenga el edificio. Me estoy fumando el, que pensaba, último pitillo del día en la terraza. Saco el “chisquero” y enciendo el pitillo. Sí, el chisquero. Aunque uso encendedores de gas, hay momentos en los que me apetece usar un mechero que tengo de mecha, porque es bueno no olvidarnos de las cosas antiguas y dándolas uso dejamos que sigan viviendo y así las agradecemos los servicios prestados. Cuando esas cosas las mandamos a los Museos, lo único que hacemos es certificar su defunción. Este invento, casi de la edad de piedra, merece seguir viviendo ó al menos conviviendo con sus hermanos de gas y electrónicos, aunque solo sea para su uso en los días ventosos que es cuando mas se aviva el ardor de su mecha. Iba a volver a entrar, terminar lo que estoy haciendo y acostarme, pero de pronto observo un movimiento policial extraño. En principio podía parecer normal porque muchas veces llegan varios coches a la vez y ponen cualquier control rutinario, pero hoy es diferente. El movimiento de coches es contínuo, sin parar en ningún sitio visible desde mi ventana. Me acuesto pero las luces de la calle no me dejan dormir. Me vuelvo a levantar y pienso que para un día que se puede dormir fresco, algo o alguien lo va a estropear. Hace unos días, a las cuatro de la madrugada una chica del bloque de enfrente a mi casa se puso a tirar chinitas a la ventana del primer piso y cuando llevaba un rato y no le abrían empezó a dar gritos, despertando a todo el barrio. Llegó la policía, habló con ella y se fueron. Al poco, la chica volvió a la carga hasta que por fin la abrieron el portal. Y no es la primera vez que pasa. Esta noche yo pensaba que íbamos por el mismo camino, hasta que ví llegar un camión de bomberos y un poquito después una ambulancia. ¡Coño! La cosa es grave. Me percaté de que todos se quedaban en una plazoleta o rotonda a unos cincuenta metros de mi terraza, donde antes había una escuela municipal y un hotelito. Un poco antes de construir el metro tiraron la escuela y el hotel y dejaron el solar “pelao”, hasta hace poco que han empezado la construcción de pisos en alquiler con opción a compra. Ahora mismo está construido hasta el tercer piso de la estructura. ----.---- Este solar, que está en el paseo de La Chopera, justo en la primera rotonda nada mas atravesar el puente de la Menina, junto a la boca del Metro de Marqués de la Valdavia –salida Paseo de la Chopera-, los que llevamos muchos años en Alcobendas sabemos que anteriormente fue una fuente, la fuente de la Mina y aquí, con catorce años ó un poco mas, he venido infinidad de veces con un burro y unas alforjas con cuatro cántaros a por agua para beber y para cocer los garbanzos. Nosotros vivíamos en la calle Mariano Sebastián Izuel, que antes se la conocía por la Carretera de Barajas, justo a la espalda de la Iglesia de San Pedro Apóstol. El nombre de la calle era una obviedad porque desde allí se enfilaba el camino hacia el, antes, pueblo de Barajas. Mis padres tenían un pozo en casa que daba agua abundante, pero mi madre decía que esa agua era muy “gorda” (equivalente a que tenía mucha cal) y cuando ponía a remojo la legumbre no se ablandaba como con el agua de la fuente de la Mina. Por ese motivo, la recuerdo tan bien. Allí aprendí el sentido de esa frase popular que dice:”Estas más caliente que el burro en la fuente” y por esos calentones mi padre hacia su agosto... Teníamos una cacharrería donde se vendían botijos, cántaros, cazuelas y todos esos recipientes de barro que hoy están en desuso, pero que antes eran tan necesarios. Por muchos de esos calentones de los burros y de los humanos, ¡cuantos cántaros y botijos se han estampado contra el suelo!. Y, ya se sabe... a reponer donde Jenaro, que era el nombre de mi padre. Se puede decir que el negocio de mi padre se sustentaba en la ley de probabilidades. Si, hombre, si... “tanto va el cántaro a la fuente que acaba rompiéndose”. He visto tantos burros a tres patas con los cántaros por los aires como

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mozuelas enamoradizas haciéndoseles el “cacharro” añicos cuando se encontraban con un apuesto aguador, como un servidor, por ejemplo2. Después, llegaban ruborizadas a casa de sus padres y decían eso de “Ay madre, que me lo han roto! Y su madre que ya conocía el percal, porque también ella había pasado de jovencita por la misma fuente, la contestaba: ¡No hija, no, te has “descuidao”! Justo al lado de la fuente de la Mina, había otra de manantial, la de la Reina. Para ubicarla os diré que esta fuente podría regar con su agua (ahora de grifo) el césped de La Menina. Pero ya no es fuente natural y tan solo queda una placa que lo recuerda: “Fuente Nueva de la Reina. Año 1902”. ¡Qué pena!, la cortaron las “venas” cuando hicieron el edificio donde ahora están los “Salones Mili”, por los años sesenta ó setenta. Duró, por tanto unos sesenta y tantos años. Ahora, cercenado el manantial, tiene agua corriente ó sea del Canal de Isabel II y está al final de la calle Libertad.3 Y ya no me quedo con las ganas de terminar el inventario. Estaba también la fuente del Pilar, en lo que ahora es la Plaza de Castilla. Esa fuente estaba reservada para lavadero y abrevadero de las vacas que soltaban desde sus establos de la calle Empecinado y otras vaquerías cercanas. Había muchas vaquerías dentro del pueblo y, por ende, el olor a vaca era como el del ambientador “Air Wich” de nuestros hogares actuales. Pero, ¡que bien se respiraba! La casa de mis padres estaba en el centro de todos los excitantes pituitarios que te puedas imaginar: las vaquerías, la cuadra de sus caballerías, porque vendía también por los pueblos con un carro y un par de animales de tiro, la casa de la vecina que tenía gallinas y cerdos y el matadero. ¡No te lo imaginas!, el matadero es el actual “Centro de Arte”. Pues antes, en verano, echaba pestes para todo el pueblo y a nosotros nos daba la mayor ración. Entre los establos, las cuadras, las porquerizas y el matadero teníamos las narices saturadas de olores, de tal manera que no sabíamos si nos olía a sobaco mezclado con calzón “cagao” ó alguien había dejado una botella de butano abierta. Alcobendas tenía mucho agua subterránea, además de la superficial del arroyo de la Vega que, hasta que instalaron la Cartonera Central4, felizmente desaparecida, iba limpia y servía tanto para beber como para lavar la ropa. Cuantas veces he visto a las mujeres pasar con un barreño repleto de ropa sucia, camino hacia el arroyo, en pleno invierno. Le llevaban sobre la cabeza, apoyado en un moñete circular de trapo que ponían entre la cabeza y el culo del barreño. El jabón le compraban, por supuesto, en “La Jaboneria”, lo que ahora es la Ferretería de Angel Ramírez, en la calle Libertad. El padre de Angel era realmente el jabonero, pero su hijo continuó el negocio y fue transformándolo en lo que es hoy en día., luchando con la competencia de los “Continentes”, ahora Carrefoures” y los innumerables supermercados que han venido a inundar Alcobendas. Algunas veces me he preguntado por qué iban al arroyo las mujeres si los lavaderos que había en, al menos dos fuentes (La Mina y el Pilar), les pillaba más cerca. Siempre me he respondido que quizás por la misma razón de mi madre con el agua de los garbanzos. Tendiendo la ropa en las piedras del arroyo pensarían que la colada quedaba mas blanca, o qué se yo. El caso es que por el amor a lo bien hecho, a pesar de la escasez de medios, no se escatimaba en esfuerzos para conseguir los mejores resultados. Era la impronta de la época.

2 No te rías, que yo también he sido joven. 3 Pegando a esta fuente estaban los jardines de la Chopera, en algún tiempo compitiendo con los jardines “Villaluz”. Tenía una edificación que miraba a la calle Libertad que, por el aspecto, parecía una posada para los carruajes de tránsito. Hasta que fue demolido era un sitio ideal para tomarse unas chuletitas y disfrutar del frescor de su arboleda. 4 Primera industria contaminante de la zona industrial, casi antes de que la zona industrial existiera. Estaba ubicada junto al arroyo de la Vega, a la altura de la bifurcación que va a Fuencarral, en su margen derecho según se mira desde el pueblo. Existía también frente a ella, la fábrica de quesos “Los Claveles”, desaparecida o trasladada, donde ahora está “Tois Arus”. La incipiente zona industrial se terminaba con La Harinera Española, Incafrisa (instalaciones frigoríficas) y Re-con, industria de maquinaria de precisión que hacia, entre otras cosas, las cabezas de las botellas de butano. Todas estas fábricas estaban alineadas en la calle que hoy ocupa el Hotel Amura. Había también alguna granja de pollos (recuerdo “Marinomar”) y taller de piedra natural (mármoles), pero éstos ya en la Carretera de Barajas.

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----.---- Me meto para adentro e intento volver al trabajo. Me conecto a internet y empiezo a subir ficheros. Me sigue dando el reflejo de las luces de los coches de policía que me desconcentran. Me vuelvo a asomar y ahora veo dos jóvenes, hombre y mujer, corriendo hacia la rotonda como desesperados por la acera de enfrente y dice el joven:

- ¿Por qué no me has llamado antes? Y le contesta la chica:

- Te he estado llamando y no me has cogido el teléfono. En la medida que se iban perdiendo de mi vista dejaba de oír lo que decían. A lo lejos oigo un vozarrón que dice:

- ¿Cómo se llama usted? - Antonio. ¿Cuántas veces quieres que te lo repita? - Y, ¿dónde vive? - En la calle de los Naranjos, en el 24, primero D, y déjame en paz. Ya estoy harto.

El silencio de la noche trasladaba estas voces nítidamente, con una especie de reverberación que me extrañaba, porque el constante ruido de los coches no deja por el día contemplar este efecto acústico. Me fijo detenidamente y, a pesar del silencio, los coches seguían circulando por debajo del puente de la Menina y por los laterales de servicio, con total normalidad, si bien ahora con menor intensidad de tráfico. O sea, la circulación no estaba interrumpida. A escasamente un minuto de haber visto a los jóvenes correr, oigo una voz femenina que dice:

- Papá, no te tires por favor Y a continuación una voz con el mismo timbre que identificaba a Antonio, repitiendo como autómata:

- ¡Estoy harto, estoy harto, estoy harto! Ahora la voz del joven, intuyo, dice:

- Ya se arreglará todo - Pero, ¿cuándo?, -contesta el hombre-. Estoy harto - Pronto, ya lo verás, -replica el chico- - Estoy harto, -vuelve a repetir Antonio- - Por favor, papá, no te tires, - suplica su hija-.

Después de oír esto, me empecé a poner nervioso. ¿Será lo que me imagino: un hombre desesperado que se quiere tirar desde algún sitio? Pero, ¿desde dónde? Si es verdad lo que ha dicho, vive dos calles mas atrás de donde oigo sus voces y si vive en un primero, todo lo mas que se puede romper es un hueso, pero llegar a matarse es poco probable, salvo que tenga la suerte o la desgracia, según se mire, de darse un mal golpe. Pongo el reloj a la luz de la farola que tengo encima de mi casa y me doy cuenta que se me ha pasado una hora de sueño sin darme ni cuenta. Con todo el ajetreo inicial de la noche, que prometía ser serena, ya son las ...

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..DOS DE LA MADRUGADA. HORA DEL DESCONCIERTO

Tras unos cuantos minutos en los que no se oía nada y no cambiaba el escenario, pasé para adentro y volví con mi Lucia (de Lameermoor, se entiende). Escuche muy bajito una partitura para no molestar a nadie y, sobretodo, para no despertar a mi mujer que se pondría a dar voces y entonces si que despertaría a todo el vecindario. Había un par de errores que corregí y me volví a acordar del panorama que había dejado afuera. Salí a la terraza y justo debajo de mi casa estaba un coche patrulla con las puertas abiertas y un policía hablando por la emisora:

- Jefe tenemos una persona que se quiere tirar desde un tercer piso - ¡No me jodas! ¿A estas horas de la noche? ¿qué hora es? - Las dos y veintiséis minutos - ¡Madre mía! Espera que me espabilo... A ver, me has dicho que hay un tío que se quiere

tirar. ¿Dónde? - En el paseo de la Chopera, justo en la primera plazoleta entrando a Alcobendas por la

Menina. Desde un edificio en construcción al lado de la boca del metro - Y ¿cómo se ha subido ahí? Mañana le meto un puro a la empresa constructora por no

tener vigilancia en la obra. - Si la tienen jefe pero, mientras estaba el vigilante por un lado, el individuo ha roto una

valla y se ha metido por el otro. - Pues si que lo tenía estudiado... Mira, dadle rollo que ya voy para allá - Antes de molestarle ya lo hemos hecho, pero vemos que se nos escapa de las manos - Dirás, mas bien, que se os cae - Bueno eso: que se nos cae - Vale, vale. Ya voy para allá - Gracias Jefe.

Este fue todo el comentario que oí y ya no me quedo ninguna duda de lo que estaba pasando. ----.---- En este momento volvía a añorar mi Alcobendas de la juventud, cuando las casas eran como las de mis padres, de un piso solo y que el edificio más alto era la Iglesia y como estaba cerrada a cal y canto, por las noches nadie se podía tirar desde el campanario. Sin posibilidades para matarse tirándose desde lo alto, los desesperados se iban a la tasca de Calixto y se olvidaban de las penas poniéndose ciegos de vino. Siempre había algún parroquiano que les invitara o, si no el mismo cantinero, aunque supiera que no lo iba a cobrar en la vida (¡éramos así!). Yo conocí a dos desesperados permanentes: a uno le llamaban “el tubitos” y al otro “el apañao”, dos apodos muy apropiados a tenor de su condición. También me acuerdo de otro que era el “tio Valentín”, casado con la “Señá” Elena, una de los siete u ocho hermanos de la familia de los “porrilla”, porque aquí, todos teníamos apodo y éste hacia referencia al tamaño de sus narices. Yo era el “hijo de cacharrero” ó el del “trapero”, que de todo hemos sido. Valentín era nuestro vecino y, en los días que le daba por la violenta, en lugar de quererse matar él, la tomaba con su mujer. Más de una vez han llamado a mi casa para que intercediera mi padre en las grescas familiares. En el bulevar de Salvador Allende hay una estatua en su paseo central de un hombre medio tambaleándose que a mí me recuerda a alguno de estos borrachines crónicos de nuestro pueblo. Lo que no sabría decir es de cuál se trata. Estar bebiendo vino constantemente era y es una forma de suicidarse como otra cualquiera, porque tarde o temprano se acuestan con una “curda” una noche y ya no se levantan por la mañana... con la diferencia de que éstos no despiertan al vecindario. Si les daba el síncope a las

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tres de la madrugada ya se podían dar por muertos porque lo único que se podía hacer es acudir al médico del pueblo de toda la vida, que el pobrecito, con los medios que tenía, no podía hacer milagros. Si don Ramón Fernández Guisasola o D. Angel Olivares pudieran leer esto, nos podrían ampliar con su experiencia la cantidad de noches en vela que han pasado tratando de reanimar a un muerto por una intoxicación etílica. Si llegaban con vida a las siete de la mañana tenía alguna esperanza de pasar ese trance, porque ya a esa hora estaba listo el autobús de la empresa “Casado Arroyo” (ahora “Montes”) que hacía el trayecto hacia Madrid para los obreros y llegando a Madrid...., en Madrid había hospitales mejor dotados y La Paz lleva muchos años funcionando. Por si alguien no ha entendido lo de la importancia horaria intento explicarlo mejor. En la época a la que yo me refiero no había apenas vehículos. Bueno, carros y carretas a montones, pero vehículos a tracción mecánica,...muy escasos. El servicio de viajeros no tenía un horario continuado y por la mañana solamente estaba ese viaje de los obreros y otro a las nueve para los estudiantes, algunos comerciantes que iban a Madrid a vender productos del pueblo, sobre todo pan5, y enfermos para revisiones en hospitales de Madrid. No había más servicios hasta altas horas de la tarde. Ese horario se respetaba si el autobús no se averiaba, que era muy frecuente. El trayecto terminaba en Cuatro Caminos en la calle Treviño (a la espalda del Hospital de Maudes) y duraba una hora6. En esto no hemos ganado mucho porque si ahora te pilla un atasco puedes tardar incluso más. La empresa solo tenía un autobús que le llamaban el “Caimán” porque llevaba pintado una especie de cocodrilo en los dos laterales del vehículo y como era de los antiguos con el motor por delante, esa parte parecía las fauces del animal. Por eso del horario de los autobuses ó “coches de línea” como antes se les llamaba, aquí, en Alcobendas, ocurrió un asesinato y fue crucial para su desenlace el estar en un pueblo sin posibilidad de salida, prácticamente aislado del resto del mundo. Cuando la carretera N-1 pasaba por la gasolina Ongi Etorri, a la altura aproximadamente del que era antes un arroyo por donde discurre la Avda. de España, la que divide Alcobendas de San Sebastián de los Reyes, en el cruce con la carretera de Barajas se perpetró un atraco a uno de los pocos turismos que antes circulaban por la carretera, resultado del cual murió una persona y otro quedó levemente herido. Así hubiera constado en las crónicas de sucesos de cualquier periódico si no se hubiera sabido la versión completa de los hechos. Todo esto ocurrió a primeras horas de la mañana, rondando, aunque pasadas, las nueve. Por el pueblo circuló el rumor del atraco rápidamente y todo el mundo estaba soliviantado. A esto que apareció en escena una señora desconocida, en un pueblo al que no se le escapa ningún forastero. La señora, al parecer, llegó a la parada del autobús y se llevó la sorpresa de que el primer viaje a Madrid salía a las tres de la tarde -de ahí lo de su importancia-, algo que la inquieto. Su nerviosismo la traicionó y en lugar de ir tranquilamente a refrescarse los pies a fuente de la Mina, ó a la de la Reina, que las tenía cerquita, se dedicó a deambular por el pueblo. El abrigo que llevaba, de mejor pelaje que el de cualquiera de las vecinas de entonces, levantó las sospechas y, seguramente, la envidia de las mujeres, ya moscas por lo del atraco. Todo este escenario contribuyó a que no hubiera paso que

5 El pan de Alcobendas siempre ha estado muy cotizado y casi todo salía de las manos de dos familias emparentadas (primos). Unos en la plaza del pueblo, los Montes y otros en la de la Iglesia ,los Antolines ó los de Antemayno. Nosotros íbamos a la plaza de la Iglesia porque nos pillaba más cerca y me acuerdo de la Señora Inocencia y de su marido, el Señor Manolo, que eran, entonces, los que estaban al pie del cañón pues los herederos del negocio, sus hijos, eran todavía pequeños. Los hornos eran de leña y se pasaba casi directamente a ellos para comprar el pan, no como ahora que lo fabrican sabe Dios dónde y lo venden en cualquier tienda. A la vez que hacían el pan también asaban corderos y allí acudíamos por Navidad con nuestra cazuela de barro y el “agnus Dei” ya muerto para que la señora Inocencia nos lo preparara para la noche. La casa originaria estaba en el centro de un corralón bordeado por una tapia alta y gruesa de adobe, con una puerta de madera grande para carruajes a la intemperie, como muchas de las casas de antaño. 6 San Sebastián de los Reyes tenía el servicio de autobús reservado a la empresa “González Cristóbal” , con una estructura muy parecida a la de “Casado Arroyo”. Estos autobuses se adentraban un poco más en Madrid y tenían el final de trayecto en Chamberí. Iban por la antigua carretera de Fuencarral, mientras que los de Casado Arroyo pasaban por Chamartin.

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daba la señora en cuestión que no fuera seguido por las miradas de todo el pueblo. A poco que alguna de las mironas se acercara a ella, por supuesto amablemente, y la preguntara cualquier cosa y, ella, por su nerviosismo, no supiera responderla con la misma amabilidad, seguro que desbordó el grito de guerra de todo el ejército femenino del pueblo. Tras la consigna de “¡carajo la forastera!”, cuentan los que lo vieron que la “trincaron” entre varias y no se la comieron porque, con el zarandeo, empezaron a caer fajos de billetes que llevaba escondidos debajo del abrigo. Al desconcierto inicial y la tentación, le siguió el sosiego que da la honradez: cogieron el dinero y a la del abrigo de percal y se lo entregaron todo a la guardia civil. Luego las malas lenguas decían que alguna mujer había apañado el día, pero no es cierto porque se recuperó todo lo que habían robado. Pero esto no esto. Después pudimos saber que los ocupantes del coche eran el conductor que, a su vez, hacía funciones de guardaespaldas y el cajero de una empresa. Ambos iban, como todos los meses, a pagar la nómina de los empleados. El muerto era el cajero y el herido leve el guardaespaldas que resulto ser el marido de la del abrigo de percal. Los periódicos dijeron que el matrimonio planeó meticulosamente quedarse con el dinero sin levantar sospechas y sin escrúpulos para matar a un compañero y quién sabe si también amigo, pues el cajero debía de conocer a la esposa del conductor-guardaespaldas cuando la dejó hacer con ellos el último viaje de su vida. Lo demás se adivina: pararon el coche, mataron al cajero, él se hizo un pequeño rasguño y su mujer, que astútamente se había incorporado al convoy haciéndose la encontradiza,... ¡a llevarse la “pasta”! Este acontecimiento tan inusual para un pueblo tranquilo como el de Alcobendas, hizo que se vendieran más periódicos que en todos los diez años anteriores, según me comentó Pedro, el que fuera dueño del único quiosco de prensa que había en el pueblo, junto a la Caja de Ahorros en la plaza de la Iglesia7 Estuvimos pendientes de lo que aconteció hasta que fueron juzgados. Al guardaespaldas le dieron garrote vil, pues la pena de muerte no fue abolida hasta la última Constitución del 1978 y estos hechos fueron anteriores. Quedó pendiente la sentencia de su mujer porque estaba embarazada y en aquellos tiempos también se cuestionaba la defensa del “no nato”. Tras una polémica que duró varios meses nos enteramos de que la habían conmutado la pena de muerte por cadena perpetua, no se si revisable ó no, pero por la antigüedad de esta historia –más de 50 años- ya la habrá revisado, ó estará a punto de hacerlo, el de “ARRIBA”. ----.---- Ensimismado en estos pensamientos, casi no me he dado cuenta de que el coche de policía ya se había marchado y ahora el panorama que tengo desde mi terraza es un montón de cubos con los desperdicios y cajas de cartón que acaban de sacar del mercado que tengo debajo de mi casa, colocados todos en fila, justo dónde estaba antes el coche de policía, en espera de que venga el camión de la basura para llevárselos. El encargado de sacarlos tiene por costumbre hacerlo un poco antes de que venga el servicio de recogida, me imagino, que para evitar los olores, pues no siendo los del “matadero”, los efluvios que emanan estos residuos no son precisamente agradables. Desde estas líneas se lo agradezco. Antes casi de que estuvieran todos los cubos fuera, ya estaban alrededor de ellos un par de moros rebuscando, mientras hablaban en su lengua. Observo la destreza que tienen ambos para adivinar donde puede haber algo comestible. Van separando las cajas de cartón y dejándolas en un lado del cubeto, en la parte de encima, para ir despejando las bolsas más pesadas (pienso) del fondo que es donde mas probabilidad tienen de que haya algo con sustancia. También encuentran con extraordinaria soltura las cajas de cartón de la fruta que tiene en su interior alguna pieza macada. De esta forma les ví como, poco a poco, iban llenando otra pequeña caja reservada para ir metiendo en ella una pera, una manzana, varios tomates.... Todo esto lo hicieron sin caer nada al 7 Este quiosco, heredado por su hermana y cuñado, reconstruido en ladrillo, ha existido en la misma ubicación hasta hace muy poco.

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suelo y en la escasa media hora que tardó el camión de la basura, que fue cuando dieron por concluida la búsqueda. Hoy eran dos agarenos, pero, igualmente, otros días he visto a españoles. Y es que ahora ahí muchos apuntados al reparto... de los cubos de basura. Si ya habíamos pasado por eso, ¿cómo es posible que volvamos a las andadas? Para que luego no digan que la Historia se escribe con los renglones torcidos. Me da pena, mucha pena ser espectador de esta película, pero no puedo hacer nada para remediar la miseria, no ya del mundo, sino de la que tenemos a nuestro alrededor mas inmediato. Yo soy impotente –¡y no me saques esta frase de contexto!8- para arreglar los problemas de la Humanidad. Me siento afortunado por haber sido toda la vida contribuyente de Hacienda, antes como trabajador y ahora como pensionista, pero, cuando veo estas situaciones, no tengo por menos que preguntarme si este país es tan pobre como para no poder remediar estas miserias. ¿Qué pasa, pagamos menos impuestos que los que deberíamos? ó ¿están chupando de ellos mas de los que les corresponde? De continuo te enteras de los millones de euros que se escapan en las manos de defraudadores, chorizos, corruptos, etc., políticos ó no, que llenan listas mas largas que las de los pagarés impagados de la segunda, ó tercera Rumasa, que ya me he perdido (otros chorizos). Esos, los que se conocen y otros que estaremos por descubrir... Esto me desespera tanto como a Antonio su situación personal. Y en esta desesperación solidaria me dan ganas de unirme a él y tirarme al vacío para dejar un hueco en esta sociedad a otros más necesitados. Yo también tengo familiares en paro y mis hijos con trabajo de hoy para mañana y a mi yerno le acaban de despedir. Un cuñado mío lleva más de cuatro años sin trabajo y, en eso que llaman economía sumergida, su mujer limpiando casas ajenas la han mandado a la suya propia para no darla de alta en la Seguridad Social, después de la reforma del Régimen de las Empleadas del Hogar. ¡No hay derecho! Los moritos se han marchado con su banasta de fruta que han recogido, impertérritos a las voces que se oían de vez en cuando y que repetían la cantinela de ¡dejadme en paz! ó ¡estoy harto! Puede que sean unos de los muchos recién llegados en cualquier patera que sólo parluchean el español. Seguro que no se han enterado de nada, pero ya tienen bastante con sacudirse el hambre Veo acercarse a un matrimonio que vive en el bloque de al lado y cuando están a mi altura les pregunto que está pasando:

- Estábamos paseando y de vuelta nos hemos encontrado con este bochinche. El hombre sigue en sus trece y nos tememos lo peor, por eso nos hemos ido. (me contestó el vecino)

- Y, ¿la policia no puede hacer nada? –le pregunté - Han desplegado la escalera de los bomberos, para que si cambia de actitud se baje por

ella, porque por donde se ha subido, yo no sé como no se ha partido la crisma – dijo su mujer y siguió. Y no parece que puedan acercársele porque amenaza con tirarse si lo hacen.

- Los bloques de al lado ¿estarán todos en vela? - ¡Figúrate! Hay un garigay que nadie se entiende. Los hijos que “papá no te tires”, la

policía lo mismo, unos vecinos que “pobrecito” , otro “que se vaya de una puta vez y que nos deje dormir”, “y otro “que se tire ya si tiene cojones”... Cada uno exterioriza lo que tiene: unos, sus buenos sentimientos y otros, su insensibilidad con los problemas ajenos. ...Bueno, nos vamos que ya es muy tarde y, haga lo que haga ese hombre, mañana yo tengo que trabajar.

Y así se despidieron. Me dí cuenta que tenía la boca seca, no sé si por la tensión del momento ó porque estamos en verano y aunque no es la peor noche, algo de calor hace. Me paso para adentro y bebo un vaso de agua que estaba como el caldo, pero me alivió la sequedad.

8 Por poner un poco de humor a la amargura que ahora siento.

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No se al resto de los mortales, pero a mí, después de beber casi siempre me tengo que pasar por el servicio y, en esta ocasión no falló. Me lavé las manos después de la micción (que es lo higiénico) y volví a mi posición de espectador pasivo y distante. Levanté el brazo, gire la muñeca para evitar los reflejos de la luz de la farola que daban en la esfera del reloj y me impedían verla, hasta que descubrí que eran las ...

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...TRES DE LA MADRUGADA. PIE EN TIERRA

- ¡Ay Lucia mía! Tú también moriste desesperada,... de amor, pero desesperada. Y más

“tocada” que Juana la Loca: en eso os parecisteis. Mañana te arreglo, -refiriéndome a la partitura que tenía entre las manos.

Definitivamente, me fuera a acostar ó no, hoy ya no iba a hacer nada. Pero estaba totalmente desvelado. No tenía ni una pizca de sueño. La zozobra, mezcla de curiosidad y angustia, por lo que estaba pasando, no me dejaba dormir. ¿Qué habrá sido del pobre Antonio? ¿Habrán encontrado el resorte para aplacarle la ansiedad que le ha llevado al deseo de suicidarse? ¿Alguien le habrá dicho que no se tire, que todo tiene arreglo menos la muerte? Eran muchas preguntas y ninguna respuesta, lo que no ayuda a conciliar el sueño. Y si este hombre se muere, ¿qué va a ser de su familia? Sus hijos le quieren, él a ellos seguro que también Debe tener unos cincuenta años, ¿se va a perder ver crecer a sus nietos? No te tires hombre que la vida para ti tiene todavía muchos alicientes. Deja correr el destino y no le paralices. No esperes a arrepentirte mañana por lo que hagas hoy. ¡Que tonterías digo! ¡De mucho se va arrepentir mañana si se suicida hoy. –pensé y seguí dándole vueltas a la cabeza- ¡Lo bonito es morirse de muerte natural , como debe ser, como toda la vida! ¡que te entierren con todos y no en un rincón apartado por tener el estigma de haber profanado la ley divina y no haber cuidado tu cuerpo como Dios manda! ¡Todo lo más que sea por accidente, pero no provocándolo! ¡No te pierdas el entierro que te mereces! ----.---- Me acuerdo de los entierros de antes. ¡Qué preciosos eran! Eran como una obra de teatro con la misma cartelera pero con distinto actor principal, que se representaba muy a menudo, porque en Alcobendas, también la gente se moría de vez en cuando. Todos los muertos pasaban por la Iglesia, (no juntos, se entiende: cada día uno). Aunque fueran ateos, el señor cura los recibía al pie del altar mayor, donde colocaban al difunto metido en su caja. Ésta, la caja, algunas veces llevaba incorporada una mirilla a la altura de la cara y las que no, era costumbre al finalizar el acto religioso, abrirla para que los espectadores pudieran ver que el que iba dentro era el verdadero protagonista y que no le habían cambiado por ningún actor secundario. Salíamos de la Iglesia y enfilábamos la calle de Los Muertos, hoy calle de la Paz, por aquello de “tanto descanso lleves como paz dejas”, aplicable a muchos de los fiambres que pasaron por ella. Nos precedía unos pendones de la Iglesia –y no me refiero al. Cura y al sacristán-, tres mástiles ó cimborrios de metal acabados en la punta con una cruz ó una imagen pequeña de un santo, que portaban los monaguillos. Llegando al final del pueblo, una plazoleta donde había una fuente (mira, otra que se me había olvidado) acababa la procesión. Unos, los más, despedían el cortejo y se volvían a su casa relatando el buen corazón que tenía el muerto, aunque hubiera sido un “hijo de puta” que pegaba todos los días a su mujer, que se bebía el jornal en vino y que solo servia como semental para dar mas hijos al pueblo. Otros, campo a través con la caja al hombro, hasta llegar a la ermita/cementerio de La Paz , en La Moraleja, donde, después de echarle las gotitas de “agua bendita”, el difunto recibía cristiana sepultura. ¡Esos eran entierros! No como los de ahora de los Tanatorios que te sacan a escena por la “puerta de atrás”, estás como un muerto todo el acto para, al final, hacer exclusivamente un “mutis por el foro”. Al menos en los entierros de antes, entrabas y salías por la “Puerta Grande” Para “Puerta Grande”, la de la plaza de toros. Ah, ¿qué no sabes que en Alcobendas hubo festejos taurinos? Pues sí. La fiesta principal era el 15 de agosto, con el trigo ya metido en el granero ó molido en la “Harinera Española”, que estaba donde ahora el Hotel Amura. Me remonto a tiempos en los que la variante de la N-1 por la gasolinera Ongi Etorri todavía no

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existía y todos los vehículos pasaban por el centro del pueblo. La plaza del Ayuntamiento viejo, por esas fechas se convertía en coso taurino. Carpinteros del pueblo iban uniendo con clavos y sogas los tablones y montaban el tenderete y de la misma manera las talanqueras hasta donde estaban los corrales para encerrar a los toros que se soltaban por la mañana en el encierro. El trayecto era corto pues los corrales estaban en el desaparecido taller de carros de los “Castro”9, que tenía anexo un solar grande, mas o menos, donde está ahora la Plaza Rosa Chacel. Al darles suelta enfilaban la calle Antonio Machado y Libertad hacia el Ayuntamiento. Los toriles de la plaza eran un patio trasero al Ayuntamiento viejo (todavía existe), que pegaba a su derecha con el bar “La Taurina”, regentado por, el ya antes citado, Calixto. Allí era donde se encerraba a los toros tras el encierro, hasta la hora de la corrida a las cinco en punto de la tarde, “si el tiempo lo permitía y con el permiso de la autoridad”. Si por alguna circunstancia no se podía empezar a esa hora, se paraba el reloj del Ayuntamiento y como nadie tenía reloj, no nos dábamos cuenta. Las entradas las vendía Manuel Aguado, “Manolón”, haciendo mención a su corpulencia. Esta experiencia de cajero le sirvió para hacerse con la corresponsalía del Banco Popular. Un corresponsal de un Banco era su representante en el pueblo y su casa la Oficina bancaria. Antes los Bancos no abrían Oficinas “a tontas y a locas” como ahora, para luego tenerlas que cerrar y, primero inspeccionaban el terrero nombrando a un corresponsal. Éste, en su casa cobraba las letras de la cartera de ese Banco o las compensaba con otros en la “Camarilla” que hacían entre todos los Bancos del pueblo. Que, ¿qué es la “camarilla”? Pues, una cámara pequeña... una “cámara de compensación” creada informalmente por los cobradores de todos los bancos. El bar Paylú10, que era el más lujoso de todos los del pueblo, era la sede oficial de esa Camarilla, y allí todos los días se reunían los cobradores de los Bancos y corresponsales de Alcobendas. “Yo traigo para cobrar en tu Banco letras por diez mil pesetas” y el otro le contestaba: “yo, para ti cinco mil. Te doy cinco y en paz”. Cambiaban papelotes y hasta el día siguiente. Si había alguna letra sin fondos (cosa rara en aquellas fechas) la descompensaban al día siguiente y todos contentos, habiéndose evitado tenerse que patear, todos ellos, uno a uno todos los Bancos y corresponsalías que existían en Alcobendas. Había mucha afición taurina y contábamos con un convecino que fue novillero y que se apodaba “Chaleco”. Yo tuve el gusto de conocer a su madre, pero de él no me acuerdo. Ahora, como está un poco denostada nuestra “Fiestas Nacional” hemos cambiado de protagonistas. Tenemos a los del cine con Penélope Cruz y su hermana y a un montón de deportistas que han salido de nuestro pueblo. Como os decía la “Puerta Grande” iba desde la esquina de la Tahona de los Montes11 a la otra esquina de la casa del ex-alcalde, señor Páramo. Era un portalón grande que se abría entre toro y toro para que pudieran cruzar al otro lado los vehículos que estaban esperando para pasar. ¿Os imagináis ahora que se cortara la N-1 por espacios de media hora? (tiempo que en el mejor de los casos podía durar la lidia de un toro, teniendo en cuenta que los toreros que venían nunca acertaban a la primera). Pues entonces se hacía y no pasaba nada. Los conductores se bajaban e intentaban colarse entre la gente para ver ese toro que les había interrumpido la marcha ¡Y tan campantes!, porque antes no se tenían las prisas que ahora.

9 De pequeño me gustaba ver la fragua funcionar, con el hierro al rojo dándole forma a base de golpes. Curiosamente, me fui a casar con una salmantina que su rama materna se había dedicado toda la vida a fabricar carros para toda una comarca. A cuarenta años de casado me pregunto si me fascinó ella ó su fragua, mejor dicho, la fragua de su abuelo. 10 Estaba en el rincón de la plaza del Pueblo, frente al Ayuntamiento, lo que ahora es el Banesto. Su dueño, para los vecinos, era “Paco el gafas”, y no me digas por qué. 11 También para el que no lo sepa o no lo recuerde, en esa esquina de los Montes había un surtidor de gasolina manual. Funcionaba a manivela extrayendo con un émbolo el líquido soterrado en un depósito, llenando un cilindro de cristal con una regleta a modo de medidor. Una vez llenado, invirtiendo las válvulas de entrada y salida, en sentido inverso de la manivela se lanzaba el líquido al depósito del coche. En definitiva era la bomba de agua ya inventada, adaptada para este menester.

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Las mulillas de arrastre se escogían de entre las de mejor presencia de las que habían estado poco antes acarreando mies, o trillando en la era. Ellas (las mulas) podían presumir entre sus “mulas amigas” de ser las mas guapas y las más engalanadas. Las hacían un esquilado con unos dibujos muy bonitos a modo de mosaicos serigrafiados, que les cubría todo el lomo y las trenzaban la cola y las crines y las ponían letreros como “viva mi amo” y cosas parecidas. Ni que decir tiene que los cabestros del encierro eran los bueyes de labor del pueblo. Cuando mataban un toro, le enganchaban a las mulillas y hacían todo el trayecto arrastras desde la plaza del pueblo hasta el Centro de Arte (el matadero), por lo que terminaban despellejados y dejando un reguero de sangre. Si el puntillero era poco profesional el toro podía quedar mal herido pero no muerto, por lo que he visto pasar mas de una vez por frente de mi casa toros arrastrados bramando. Pero la fiesta es así y de esta forma (para muchos, tan bárbara) la gente se divertía. Y todos los vecinos la disfrutaban, cada cual a su manera, unos bailando un pasodoble en la plaza, que era gratis, y otros yendo a los toros; como siempre, dependiendo del bolsillo de cada cual, aunque debo reconocer que para ir a los toros no se necesitaba pasar por la “casa de empeño”; los precios eran baratos y al que le gustaba no le suponía excesivo sacrificio. Otros que hacían en fiestas su agosto eran los carniceros, entre ellos la familia de los apodados “pelliqueros” -hay que reconocer que los apodos los ponían con acierto-. Al día siguiente de una corrida ó novillada en todas las carnicerías del pueblo había carne de ternera: ya os habréis imaginado que la ternera tenía unos... como el caballo de Espartero y los solomillos más deshilachados que un traje viejo. Pero no solo de pan vive el hombre y para alimentar el alma teníamos, igual que ahora, nuestras procesiones. Me reconozco poco gregario, aunque alguna vez haya estado en estas celebraciones, pero he sido mas espectador que participante. Y como mero espectador voy a recrear mis recuerdos, no de cómo son ahora estos actos religiosos, que todos los conocemos, sino como yo los vivía hace cincuenta años. Antes se llevaba en andas a la Virgen, lo que ahora se hace en carroza. Esa forma de transporte -ir en andas- justificaba la subasta pública previa de esas andas para adjudicar el privilegio de portar a Nuestra Señora, algo que se sigue haciendo por pura tradición, pero sin el sentido real que tenía, y, digo yo que... ¡ahora se podía subastar una rueda de la carroza!12 Siendo la procesión principal el 24 de enero, antes suponía por lo general ir sorteando por las calles los baches y charcos de agua, para acabar con la ropa y el calzado hechos un asco, además de aterido de frío, porque los abrigos de pieles, para este pueblo todavía no se habían inventado. Y finalizando el recorrido nos esperaba en la puerta de la Iglesia el equipo de pirotécnicos para dar comienzo a los fuegos artificiales13. Como empezaban era lo de menos porque todos los años esperábamos el final y, a la voz de mando de D. Jesús, el párroco, ó sus antecesores D. Marcelino y D. Amador, empezaba la quema simultánea de tres árboles ó postes alineados. Los dos laterales eran iguales y llevaban una rueda que al prender los cartuchos adosados a su

12 . Nunca he sabido que movía a las personas pujar en esa subasta, si su vocación “Mariana” ó su afán de protagonismo y ostentación, pero créanme que lo mío debe de ser por deformación musical. Como me gusta mucho la zarzuela y una de las que más “Luisa Fernanda” de Federico Moreno Torroba, en una escena se celebra un baile benéfico y sale una marquesa subastando su cuerpo para bailar con quién mas levante la subasta, que se la adjudica Vidal, un rico labrador extremeño, que por algo es el protagonista, y desdeñoso después se la cede a otro. No se porque, salvando las distancias entre lo mundano y lo divino, esta escena siempre me recuerda la subasta de andas o la subasta de las andas me recuerdan esta escena. 13 En la Avenida de San Luis de Madrid, antes Camino de la Cuerda existía un polvorín, que es de donde venían estos fuegos artificiales. Lo se de buena tinta porque en el trabajó un familiar mío. Mi tío Joaquín era uno de los que se ponía debajo de esos árboles artificiales para iniciar su ignición. Llevaba un sombrero para protegerse de las chispas que le caían encima, así que el sombrero siempre estaba agujereado. Cuando venía a Alcobendas pasaba por casa para llevarse todos los sombreros viejos que mi padre le iba guardando Este polvorín un buen día voló por los aires. Afortunadamente, mi tío ya no trabajaba en él y estando en su lecho de muerte me dijo que él no había sido, por lo que, estando en ese trance, yo le creí a pies juntillas.

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circunferencia, la inerciaba y se ponían a dar vueltas14, mientras que el tercero ó el del centro era un triángulo que se iluminaba por efecto de la pólvora y del interior de ese triangulo se desplegaba un pergamino con la imagen de la Virgen. Mientras, la Banda Municipal dirigida por D. Antonio Aroca interpretaba el Himno Nacional, ese que no tiene letra pero que todos cantábamos con eso de “Franco, Franco...” y lo que sigue15. A poco que te fijaras en unas cuántas caras veías la emoción contenida e, incluso, lágrimas en muchos ojos, con efecto de contagio, que a mí, en ocasiones, me ha llegado. ----.---- Definitivamente me levanto y pongo pie en tierra. No puedo seguir dando vueltas a pensamientos tan anacrónicos, teniendo presente una situación tan desesperada. Tomo otro vaso de agua y ahora no siento ninguna necesidad extra, por lo que ahorro el agua de la cisterna y la del lavabo. Dudo, pero al final abandono el camino de la terraza y me dirijo a la puerta. Bajo las escaleras, cruzo el portal y cuando salgo a la calle me saluda el “fresco del barrio” . - ¡Hola Alfonso! , ¿te has “enterao” de lo que pasa?. –me dijo

- Si, he salido para ver el desenlace. –le contesté. - Yo me voy que se me hace tarde – y se marchó deprisa.

(Era el pescadero, también vecino, que madruga mucho para ir al mercado. Como, a “na” que te descuides, te mete un trozo de hielo en la boca del pescado para que pese mas, nosotros le llamamos el “fresco del barrio”). Pausadamente, sigo andando a espaldas de La Menina para recorrer los escasos cincuenta metros que separan mi portal de la rotonda donde se “masca la tragedia”. Llego y me extraña que solamente a pie de calle hubiera cuatro o cinco personas, aunque las terrazas y balcones estaban todas las de esa plazoleta con las luces encendidas y con gente mirando. Pienso que, como estamos tan acostumbrados a los ruidos, solamente los vecinos de la plazoleta, espectadores de primera fila, se han enterado de la función y como transeúntes a esa hora hay pocos... Encuentro a una persona que me dice:

- Como se tire este “tío”, mañana me manda al paro. A mí y a otras cincuenta familias más. - ¿Por qué dice eso? - Porque si se mata, mañana la obra está precintada y hasta que un juez investigue los

hechos la cierran a cal y canto y se nos pasa el arroz y el turrón. Es que tengo la negra, para la única obra funcionando en Alcobendas, cuando tengo la suerte de poder trabajar, me veo otra vez en el paro.

- No sea tan pesimista, hombre. Está por ver que pasa con este otro vecino. Si alguien le diera alguna solución, a lo mejor no se tiraría.-le respondí.

Antes de seguir la conversación llama a voces a otro hombre que estaba en la esquina opuesta a la nuestra, y mientras se va acercando me dice:

- Es el maestro de obra. Voy a preguntarle si sabe algo Cuando llega nos cuenta que se ha puesto en contacto con el arquitecto, para que de conocimiento a los responsables de la Empresa Constructora. Y nos aclara:

- Ya les he dicho, ó evitan que este hombre se mate ó vamos a tener problemas con la obra y que se olviden de la fecha de finalización

Para en la plaza un turismo y se baja de el un hombre de unos cuarenta años, en chandar, de complexión fuerte y atlética. Se dirige a un grupo de policías, habla con ellos un par de minutos y se separa acercándose a la vertical de donde se encontraba Antonio. Levanta la mirada y le dice:

- Antonio, ¿qué te pasa?

14 Imaginaos un molinillo de juguete de los que llevan los niños contra el viento, pero en grande y clavado en el suelo. 15 Esto que acabo de relatar lo describe extraordinariamente Berlanga en su película “Bienvenido Mister Marshall”, porque esos artilugios pirotécnicos se han quemado en muchos pueblos de España.

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- ¡Otro preguntón! Ya lo he contado veinte veces: que no tengo trabajo, ni dinero, que debo a todo el mundo y que no puedo pagar ni la comunidad. Que quiero suicidarme.

- Si debes la comunidad, al menos tienes piso. Hay otros que ni eso. - Si, pero no puedo ayudar a mis hijos que me necesitan. Si sólo sirvo para comer y gastar,

que pinto yo en este mundo. - Papá, tu no te preocupes, ya nos apañaremos como podamos –contestó su hija - ¿Sabes la hora que es? –preguntó el reciente llegado. - Si, las tres y media - Son las tres y media y todavía no he ido a mi casa y ¿sabes por qué? - ¿por qué? - Porque tengo un problema que no se le puedo contar a mi mujer, ¿quieres que te diga

cual? Es muy parecido al tuyo. Cuando te lo cuente comprenderás que me solidarice contigo

- Bueno, si te empeñas. - Pues dime por donde has subido y te lo cuento arriba. Luego, si es preciso nos tiramos los

dos juntos. - Ni lo sueñes. ¿No serás un policía camuflado? - ¡Si claro! ¡Ahora cuando suba te enseño la placa! ¿No querrás que lo cuente aquí a

voces...? Cuando oí esta conversación me volví a contagiar de la desesperación de Antonio y de la que, al parecer, le acuciaba también al del chándar. Y con la misma vena solidaria dije impulsivamente:

- ¡Yo también subo contigo!. - Pero,... ¿usted que reivindica? Me preguntó - Personalmente nada, por ahora, pero si un triple suicidio es suficiente para que se arregle

algo, me presto a ello. - ¿Es usted pensionista? –me preguntó - Si, ¿por qué lo pregunta? - Por nada, sólo que, a lo mejor con su acción evita que bajen a todos las pensiones, que es

lo único que falta por recortar. - Pues si es así, ¡bendito sea!.

En ese momento estaba pletórico y no me importaba morir para reivindicar otro orden social distinto. Para mover las conciencias de los que pueden hacer algo, como, por ejemplo, no defraudar ó no robar, para que el reparto de nuestra riqueza sea más equitativo. Nos acercamos los dos y nos disponíamos a subir por dónde mi vecino me había dicho que no sabía como Antonio no se había partido la cabeza. En ese momento me traicionó mi subconsciente y dije instintivamente:

- ¡No por ahí no que nos podemos matar! Vamos mejor por la escalera de los bomberos. Dimos una pequeña vuelta para dirigirnos al camión de los bomberos y nos salió al paso un policía que nos dijo:

- ¡No, ustedes no pueden pasar! A lo que respondió mi acompañante:

- ¿Me lo vas a impedir tú? - ¡Bueno, si usted lo dice, jefe! –le respondió.

Y nos dejó el paso franco. Cuando ví la escalera empinada que llegaba hasta el tercer piso en construcción, no quise ni calcular los grados de inclinación que tenía, pero mi moral sufrió un bajón mas grande que su pendiente y noté que me temblaban las piernas. Para darnos más ánimo un bombero nos dijo: - Dense ustedes prisa que si nos llaman para otro servicio nos tendremos que llevar la

escalera. ----.----

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De pequeños, lo mas arriba que hemos subido es a un árbol para coger sus frutos, por eso somos de los que decimos que las alturas ni para los pensamientos. Hemos pasado demasiado tiempo a ras de suelo, dando vueltas hasta marearnos montados en un trillo para conseguir ese trigo del que sacar el pan nuestro de cada día. Y a fuerza de años hemos forjado nuestra idiosincrasia, muy distinta, seguro, a la de los pueblos de montaña más adaptados a vivir “por lo alto”. Y como estamos a menos de 700 metros de altitud, -¡que lo vamos a hacer!, en esto también somos bajitos16-, viviendo tan a ras de tierra, hemos sido mas gorriones de vuelo bajo que águilas de las alturas, más hormigas espigadoras que cigarras holgazanas. Pero nos ha sobrado orgullo para no ser unos “arrastrados” como toros al matadero y siempre nos hemos levantado para seguir caminando a pesar de las vicisitudes. ¡Ahora no va a ser una excepción y remontaremos el vuelo, aunque nos cueste morir de vértigo! ----.---- Habiendo sido Alcobendas un pueblo agrícola tenía sus eras diseminadas por lo que antes eran las afueras del pueblo. Todas las eras tenían el nombre de los propietarios, anteponiéndoles el artículo, como mandaban los cánones de la época: las eras de “La Virginia”, de “Los Sebastianes”, “Las Capitanas”, “ Los Diositos” ó “El tío Sandalio”. Las eras de “Triana” (las únicas que no tenían el artículo) eran las más cercanas a mi casa. Todas las explanadas disponibles de Alcobendas, en la época de la recolección estaban reservadas para eras de trilla, y en invierno quedaban ocupadas con montones de paja que no se metían en los pajares, cuando ya había excedente para comida del ganado de todo el año. En la zona norte es donde más trigo y cebada se ha trillado en todo Alcobendas, pues, al ser la parte más alta, corría el aire y permitía mejor ventear el grano de la paja. Allí se concentraban la mayoría de ellas, juntándose unas con otras, concretamente, en la planicie comprendida entre la calle Constitución y la parte alta de la plaza de Picasso. Era la zona por la que mejor se transitaba de todo Alcobendas ya que, a diferencia del resto de calles, todas prácticamente sin empedrar y llenas de socavones, esta parte la alisaban con rodillos pesados y en muchos tramos estaba con canto rodado que, a modo de calzada romana, hacía que se mantuvieran en mejor estado durante todo el año. Por esto, nada mas que por esto, aunque los haya mal pensados que lo quieran achacar a otros factores, es por lo que a los novios les gustaba tanto ir las noches de verano, a visitar los montones de paja. Y traspasando las eras, ya el fin del mundo. En Alcobendas las eras eran como la muralla fortificada de muchos pueblos. Toda la vida de una época se desarrolló dentro de los confines delimitados por ellas. Solamente hubo una excepción con lo que se vino a llamar las “Casas baratas”. Antes de la explosión demográfica de Alcobendas y de que los terratenientes dejaran de explotar el suelo con actividades agrícolas para pasar con esos mismos terrenos a la explotación inmobiliaria, hubo una primera actuación urbanística que rebasaba los límites de la fortificación del pueblo, o sea, las eras. Por iniciativa de una “buena señora” de “buena posición” (¿Doña Virginia? ¿la Marquesa Viuda de Aldama?, que en esto he oído los dos nombres) se construyó todo un conjunto de casas bajas entre Marqués de la Valdavia y el Paseo de la Chopera, por encima del Parque de Cataluña. Estas viviendas, de las que todavía existen algunas, fueron adjudicadas a precios bajos a los trabajadores de aquella señora, de ahí lo del nombre de “Casas baratas”. Aquí se rompió el cerco que limitaba el crecimiento de Alcobendas para hacer de éste un pueblo grande como es ahora, aunque para ello tuvieron que pasar unos cuantos años. Y mientras Alcobendas crecía otros pueblos se iban despoblando. ¡Las cosas de la vida! ----.----

16 Tenemos el consuelo de que los 669 metros de altitud no han variado, o sea, estamos a la misma altura sobre el nivel del mar igual que hace cincuenta años. Menos mal que La Tierra no es como los hombres, porque yo en esos mismos cincuenta años he decrecido unos centímetros.

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Mirando a lo alto desde la base de la escalera, ¿vi en el cielo un nubarrón que me decía que no subiera o eran mis miedos proyectados en el firmamento que me avisaban de algún peligro insospechado? Nunca lo sabré, pero esa noche no llovió en ninguna parte. Era el mismo nubarrón que se me apareció en el Aeropuerto de Barajas también subiendo las escalerillas del primer avión que pisaban mis pies (y los de mi mujer), pero en aquella ocasión era mas joven, era un momento muy especial y las ansias de conocer otros lugares me hicieron pasar mejor el trago, aunque no sin dejar de pensar que iba al más allá a verme con el Todopoderoso y que lo de Palma de Mallorca era el pretexto. Estábamos allí, en la escalerilla del avión, por obra y gracia de otro vecino de Alcobendas, José Guadalix, el fotógrafo que ha tenido durante mucho tiempo un estudio en el esquinazo de la calle Libertad con Antonio Machado17. Cuando me casé, José, además de la fotografía, tenía un “aiga” americano que le alquilaba para bodas, principalmente. Era de los pocos coches que había en Alcobendas y le conducía él mismo. En nuestra boda (la mía con mi mujer, se entiende) nos dio el servicio doble de desplazarnos de la Iglesia a unos salones18 de la calle Marqués de Viana de Madrid y al día siguiente, a primerísima hora, hasta el Aeropuerto de Barajas. Era nuestro primer viaje en avión (de mi mujer y mío, se entiende. A José Guadalix le dejamos pie en tierra). Nunca le agradeceremos bastante el problema que nos quitó de encima, porque desplazarse desde Alcobendas a Barajas de madrugada, a pesar de la corta distancia, podía ser una odisea. Del mismo modo otras familias trataban de cubrir servicios inexistentes en el pueblo: Los “Vivillos” para instalaciones eléctricas y bobinado de motores que ha derivado en lo que hoy es “Maher” en dónde por muchos años estuvieron los hermanos Valentín y Carlos al pie del cañón tras la herencia de conocimientos y del negocio de su padre. Ahora éstos, después de su jubilación, han traspasado los papeles a sus hijos, por lo tanto esta empresa ya va por la tercera generación. Los Raposo (estos no es apodo, es apellido) de piensos para animales, también hermanos –Valentín y Esteban-, sus padres tenían una vaquería y un molino para moler cereales: quitaron la vaquería y mantienen la venta de alimentos para pájaros, gatos, perros, etc., en la calle Empecinado. No sé si mantienen algo del antiguo molino. La casa de mis padres la terminó de construir un albañil de Alcobendas al que yo siempre le llamé “Don Felipe”, ya fallecido, del que también tomó el relevo su hijo Paco. Cuando le veo siempre confundo su nombre con el de su padre. Más recientemente, de entre mis vecinos, me viene a la memoria uno muy especial por lo campechano que era, lo que le hacía muy querido por todos. Tenía un negocio en auge de transporte de áridos y grúas. Desgraciadamente, murió muy joven arreglando uno de sus camiones, teniendo que tomar el relevo su mujer, Isabel y sus hijos, posteriormente. Me refiero a todo un hombre de bien que se llamaba Antonio Guadalix 19. Estos casos demuestran cómo hubo personas que supieron hacer de las necesidades una oportunidad y aunque fueran iniciativas aisladas, las más de las veces en precario, entre todos íbamos dotando a nuestro pueblo de servicios de los que carecía y haciéndole un poco más habitable. Digo en precario porque la mayoría de estas iniciativas no estaban respaldadas por el capital necesario para convertirlas en grandes negocios. Tampoco hacía falta porque hace cincuenta años, igual que ahora, muchos nos conformábamos con tener trabajo para seguir viviendo y todavía no se había inventado la “cultura del pelotazo”.20 Porque de cultura,... cultura, a excepción de los maestros, el médico, el cura y pocos más, no íbamos sobrados.

17 Ahora es una tienda de compra/venta de oro 18 El desaparecido “Palacio Azul” 19 El apellido Guadalix está muy extendido en Alcobendas 20 Enriquecimiento rápido con escaso riesgo y mínimo esfuerzo.

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Aquel nubarrón que vi en Barajas se esfumó o se escondió a nuestros ojos. Tuvimos un buen viaje de ida pero nos estaba esperando a la vuelta y cruzando el Mediterráneo consiguió que más de medio pasaje echara hasta la primera papilla. Comprenderás ahora porque estaba yo tan receloso cuando le ví de nuevo encima de la obra, posado sobre nuestras cabezas. Desconfía de esos cúmulos, cirros ó como quiera que se llamen que parecen angelotes con unos mofletes muy gordos. Siempre presagian tormenta, y no necesariamente de agua. ----.---- Antes de asirme al primer peldaño de la escalera de los bomberos a la altura del brazo, giré la muñeca, mire el reloj y vi que eran las...

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...CUATRO DE LA MADRUGADA. HORA DE LAS NEGOCIACIONES Subiendo la escalera, quizás para entretener mi mente, pensé que más pendiente tenía la calle de mis padres, ahora suavizada, entre el puente –antes arroyo- y la plaza de la Cruz, la del Matadero ó la del Centro de Arte, según prefieras. ¡Cuanta hambre ha quitado esa cuesta! Los pocos camiones que entraban al pueblo por allí se veían y deseaban para subirla y los que lo conseguían era poniendo la “reductora” , que era como la primera de ahora y corrían menos que las personas a pie. Chavalitos de catorce o quince años que se percataban de todo, aprovechaban esa inclinación para robar lo que podían de las mercancías que entraban para las tiendas de Alcobendas. Solamente de lo que llenaba la andorga, porque mis padres que traían camiones de botijos blancos de Alicante, de un pueblecito que se llama Agost y cántaros de Campo Real, nunca les faltó ninguno. Actuaban estos chavales como los lobos, en manada. Aprovechaban cualquier descuido del conductor para subirse uno al camión e ir tirando a los demás, que estaban escondidos en la trasera, los melones, las sandías, ó los jamones, si los llevaban. Como no podían parar, porque luego no tenía fuerza el camión para continuar la marcha sin inercia, tranquilamente, los chicos se marchaban en dirección contraria y en cualquier corralón se repartían la mercancía. Yo me imagino que los padres que se encontraban con ese extra alimenticio no estaban en mucha disposición de ánimo para decir a sus hijos que no contribuyeran de ese modo al sustento familiar, por lo que esa práctica se siguió repitiendo hasta que se hicieron camiones más potentes y podían subir con más ligereza. Ir despacio por la vida también tiene sus ventajas. Me acuerdo un día en el cruce de la Carretera de Barajas con Marquesa Viuda de Aldama un chavalito de unos ocho años que, aparte de “pirao” era un puro diablo, aprovechando la poca velocidad de los camiones, se puso delante de uno esperando que frenara. Ocurrió lo lógico que cabía esperar, teniendo en cuenta que todavía los frenos hidráulicos no se habían inventado. El camión, sin ser de importancia, en la frenada le empujo ligeramente y le tiró al suelo. Pero el chaval, al verse allí caído, solo se le ocurrió arrastrarse por debajo y salir por detrás del camión, para acto seguido salir corriendo e irse. El conductor desesperado se baja del camión y se dirige al frente pensando encontrarse al niño despanzurrado. Mira por debajo del camión y tampoco ve nada. A eso que mira a su derecha y ve a otro niño de una complexión y edad parecida a la del “pirao”, que era mi hermano y que estaba sentado en el escalón de la puerta de entrada a nuestra casa , percatándose de toda la movida. El conductor se va a él y, confundido, por poco le mata, mientras le decía: “maricón, me podías haber buscado la ruina”. Menos mal que mi hermano pudo explicarse y señalar la figura de otro niño perdida a lo lejos, con lo que el conductor se tranquilizó y prosiguió la marcha, alegrándose porque no había pasado nada. Pero, cómo seria la cara del pobre conductor que mi hermano creció traumatizado y va por la calle mirando a todas partes con miedo de que vuelva. ----.---- En la medida que cogíamos altura la escalera se cimbreaba cada vez más y estuve en un tris de abandonar la aventura. Pero mi compromiso me lo impedía y haciendo de tripas corazón seguí subiendo, no sin antes insinuar a mi acompañante si iba a servir de algo lo que estábamos haciendo, diciéndole:

- ¿No piensas que esto es una tontería? - Hay veces que es necesario hacer hasta locuras, por nosotros y por los demás, ¿no te

parece? – me respondió. Y , queriendo arreglarlo, dije - Claro, es lo que yo decía.

Por fin llegamos arriba y al mirar hacia abajo, cosa que no había hecho hasta ese momento, al verme en ese tercer piso, sin protecciones, me parecía más altura que si estuviera en la terraza del

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“Entire Space” de New York. Estábamos a unos cinco o seis metros en horizontal de Antonio y cuando hicimos intención de ir hacia él, nos dijo enérgicamente.

- ¡No os acerquéis que todavía no se quiénes sois! - Yo soy José Luis y no te digo mi profesión porque estoy en paro como tú – contestó - Yo me llamo Alfonso y soy pensionista –dije yo - ¿ Y que queréis? Tú, –dirigiéndose a José Luis- ¿que querías contarme? - preguntó

Antonio. - Quería decirte que estoy más desesperado que tú... (hizo un pequeño suspense y

prosiguió)... Esta tarde pasada tenía una cita para una oferta de trabajo en la que estaba muy esperanzado... Cuando me vi frente a frente con el entrevistador ya noté que no había “filing” y seguramente el sintió lo mismo porque empezó con preguntas tan fuera de lugar que me empecé a mosquear. Pasé por alto sus insinuaciones como: “¡Pero, usted trabaja poco!, ¿no?” y otros comentarios similares, pero...

En ese momento se interrumpió la conversación al oír a un policía que le preguntó en voz alta: - Antonio, ¿llevas el móvil contigo? –Y tras su respuesta afirmativa continuó diciendo:

Pues le tienes apagado. Enciéndele que te van a llamar ahora y te interesa escuchar lo que te quieren decir.

No tuvo tiempo José Luis de reanudar su conversación porque al poquito sonó el móvil de Antonio, y ambos allí presentes, ahora escasamente a unos tres metros de él, escuchamos lo que decía.

- Si, soy Antonio Expósito Moreno, ¿qué quiere usted?.... ¿qué me ofrece un contrato en esta empresa? ¿de qué?.... ¿de lo que yo quiera?... no la administración no es lo mío.... de peón tampoco, en todo caso de jefe de obra. Y, ¿cuánto me pagan?.... mil doscientos es muy poco.... ¡Ah!, que no está autorizado a ofrecer más!.... Pues diga a sus jefes que no me muevo de aquí hasta que no me ofrezcan por lo menos dos mil quinientos euros. ¡Y con contrato fijo!- y colgó el teléfono.

Antes de que José Luis continuara con su relato, le salió un... - ¡Jo macho!, ¿no te has pasado un poco? – a lo que Antonio le contestó. - Para rebajar siempre hay tiempo y no tengo ninguna prisa –y yo para hacer la gracia

dije: - Ni nadie que nos la meta.

En espera de una nueva llamada, prosiguió José Luis . - ...Como os decía, pasé de que me insinuara de que era un vago, pero al final el asqueroso

se metió en el apartado sexual que, a todas luces es ilegal, y me preguntó que si me gustaban los hombres, a lo que yo le respondí que estaba casado, y me dice: “bueno eso no es óbice para que te puedan gustar los dos sexos...” Me sacó tanto de mis casillas que me levanté y le pegué un puñetazo, con tan mala suerte que se dio con el pico de un armario, que tenía a su espalda, en la cabeza. Quise auxiliarle pero sangraba como un cochino y empezó a dar estertores de muerte. Me asusté tanto que salí corriendo... Yo creo que le he matado... Llegué a mi casa y mi mujer no estaba. Me cambié de ropa porque la que tenía puesta estaba manchada de sangre y salí a pasear para serenarme un poco, cuando me encontré con este follón y pensé que puede ser una solución también para mi problema.

- Si porque te van a descubrir –le dije yo. - No, no creo. Era el último entrevistado y en la oficina solo estábamos él y yo. Pensarán

que se ha resbalado y se ha dado contra el mueble accidentalmente... pero mi conciencia no me deja vivir y no quiero estar toda la vida con esta carga.

- Pero estará registrada tu visita. Te investigarán y te preguntarán. – le dije

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- Ya lo he pensado y seguro que me descubren. Pero no quiero ir a la cárcel. ...Mas motivo para querer suicidarme: así me libro de un martirio. – me contestó él.

Volvió a sonar el teléfono de Antonio - Si, soy Antonio....

¡Ah!, que a todo que sí... Bien, bien, pero de aquí no me muevo hasta que traigan el contrato firmado por ustedes para que le pueda firmar yo.... Vale, vale, espero. Adiós.

- ¿Qué te han dicho? –preguntamos casi al unísono ambos - Que me contratan con las condiciones que les he exigido desde mañana mismo, bueno,

desde hoy ya. Noté una sensación de alivio porque algo se arreglaba y, quién sabe si la noche no terminaría mejor de lo esperado. A ver si terminaba esto pronto y podía volver a casa a trabajarme a la Lucia –tú ya me entiendes-. En ese momento enfilaron hacia nosotros un foco del coche de bomberos y aproveche para ver que hora era. Estábamos ya en las...

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CINCO DE LA MADRUGADA. HORA DE LAS DISIDENCIAS

Cuánto me hubiera gustado poder verme en otro lugar. Dejar de sentir el vértigo que da estar en el borde de un tercer piso sin ningún revestimiento sólido en el exterior y viendo abajo los hierros retorcidos que genera una obra en construcción. ¡Qué mejor estaríamos sentados en el banco de cualquier parque de los que tenemos en Alcobendas, sin ir mas lejos! Y pensar que estamos tan cerca del Parque de Cataluña, con sus bailarines de sardana, sus parterres alrededor, su estanque con los patos, su fuente (esta ya no la cuento porque no es de manantial), su mirador y las escalinatas. Pensé si los patos estarían durmiendo, mientras que nosotros permanecíamos en vigilia,. ó quizás, también ellos eran espectadores de esta película..

----.---- Los más jóvenes seguro que no saben que este parque (el de Cataluña) antes tuvo un teatro-cine de verano al aire libre, una especie de teatro romano que hicieron aprovechando el desnivel del terreno que hay entre Marques de la Valdavia y el Paseo de la Chopera, donde las gradas eran la ladera del montículo y el escenario estaba al fondo, abajo. Allí he visto a Juan Pardo con un espectáculo musical, donde el salía haciendo de caballo y trotaba como si lo fuera. -¡Era mucho mas joven!- También he ido a tomar el fresco y a ver alguna película. No sé ahora, pero, hace unos años era el parque de moda para hacerse los novios fotos exteriores de recuerdo del día de su boda, por su frondosidad y el “follaje” que a todos los novios les gusta tanto. Pero pocos son los que recordaran que ese parque antes fue un vertedero y basurero21. Y ello se debió a que los vecinos de este ala oeste, envidiosos de nosotros, los del este, que disfrutábamos de todos los aromas típicos de un pueblo rural, decidieron, por su cuenta, que querían tener un perfume diferenciador. De ello se beneficio la zona centro, porque, viniera el aire de donde viniera, sus vecinos podían disfrutar de todos los olores, sin que les costara nada el mantenimiento de la esencia que los producía. Así las cosas solo nos faltaba un Tanatorio al norte y una depuradora al sur para estar todos contentos, algo que se hizo después. Pero se equivocaron los cálculos y al distanciarlos del pueblo su eficacia dejó mucho que desear. Al desaparecer los dos focos mas importantes (el matadero y el vertedero) solo nos queda el consuelo del alcantarillado, cuando no llueve y el de los tubos de escape de los coches. Pero no es lo mismo; el olor a pueblo, pueblo lo hemos perdido definitivamente. Ó se ha perdido la fórmula ó nos faltan los ingredientes. A este teatro-cine-auditorio del parque de Cataluña le secundó el Auditorio de Alcobendas, pero a su vez fue el continuador de la sala de fiestas ó los jardines Villaluz. Todo el mundo sabe donde está el Auditorio, pero la sala de fiestas de verano Villaluz es ya difícil ubicarle, porque su

21 Antes cualquier lugar era propicio para acumular basura. Los vecinos antiguos también recordaran el Corralón, que estaba en la esquina de Marquesa Viuda de Aldama con la calle Padilla, donde ahora se ubica el estanco más antiguo de Alcobendas, después de que desapareciera el que existía en el callejón de Pablo Picasso que regentaba la familia Perez-Monte Ochando (Antonio). Este basurero estaba bordeado por los restos de una vieja tapia de adobe que delimitaba un socavón del terreno. Los vecinos se animaron y decidieron llenan ese socavón echando allí todos los desperdicios que generaban y que estarán sepultados debajo de lo que fue después Muebles Montoya.

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demolición supuso la urbanización de toda una zona22. ¡Cuántos recuerdos me vienen a la mente de este baile! Le debieron de hacer grande para dar cabida a todos los jóvenes de Alcobendas y sus pueblos circundantes, incluso de Madrid (Tetuán, Chamartin, ...). Los oriundos dejábamos pasivamente que nuestras mozas23 bailaran al “revoltijo” con los foráneos las canciones ligeras que se prestaban al mogollón, pero llegando al “one to one” con el Twist o el Rock and Roll y no te digo nada cuando tocaban “Las Palmeras” ó “Tus manos en mi cintura”, ya empezaban los follones cuando exigíamos nuestro derecho a bailar “pegados”. Todos los días alguien se iba a su casa con algún hematoma. Entre los mamporros, la juventud y la pasión del momento, todavía tengo el recuerdo en la piel de la temperatura que tenía mi cuerpo, incrementada, además, por los calores del verano. Pero de estos calentones, los míos y los de los demás, mi padre no se benefició de nada pues, para ir a bailar, los cántaros se dejaban en casa. Allí conocí a la que ha sido mi esposa desde hace cuarenta años. Si llevamos tanto tiempo junto no ha sido solo porque es la madre de mis dos hijos, ni porque la quiera -que también-, pero habiendo tanta competencia, como me costó tanto conseguir que bailara conmigo lo “agarrao”, después, a fuerza de costumbre, no he podido despegarme de ella. A veces pienso si el “fenómeno Villaluz” ha sido el catalizador familiar de una época y si no habrá sido causante del desarraigo posterior la desaparición de estos bailes y la forma en que se vivían. También me acuerdo del cine Villaluz de invierno, en la calle Empecinado. Tenía media sala (la parte superior) con butacas “cómodas” para que la gente “acomodada” del pueblo pudiera hacer gala de su posición y otra media con sillas de madera plegables para la plebe. Estando a un plano superior los unos respecto a los otros, se ejercía el poder de la altura e, incluso, alguien quiso imponer la moda de aliviar la presión de la vejiga regando a los de abajo, pero “los “del cine” lo prohibieron porque se les hinchaban las... sillas de madera, lo que dificultaba su despliegue a la hora de abrirlas. Tenía acomodadores, mas que para indicarte tu asiento, para vigilar que los novios no se sobrepasaran cuando veían en pantalla escenas amorosas y para pedir silencio a los que la emoción del momento les impulsaba a silbar, vociferar ó lanzar cualquier improperio. Todas las sesiones empezaban con el Noticiario de “El Nodo” para continuar con un pequeño descanso en el que se proyectaban anuncios de la localidad. Y a continuación, la película. El “Nodo” pocos le veían, bien porque ya los conocíamos al repetirlos veinte veces, ó porque no nos interesábamos tanto por las noticias de actualidad como ahora (si se puede decir que fueran actuales). Pero los anuncios eran muy entretenidos y, algunos, como por ejemplo el de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid (después Caja Madrid y finalmente Bankia”), eran muy descriptivos y a modo de película podíamos ver la cara de todos sus conocidos empleados metidos en faena. El que tuvo la suerte de estar presente cuando rodaron el anuncio, iba al cine, más a verse él que a la película, ya que antes no era tan fácil tener tu imagen en fotografía, cuanto menos en película. No teníamos el “7 dias” pero el señor Alcalde, D. Tomás Páramo,

22 El solar del baile de verano Villaluz abarcaba desde el final de la calle Capitán Francisco Sánchez hasta el bulevar de Salvador Allende. Estaba lleno de árboles y en el centro de ese espacio había un claro donde se alzaba un escenario de ladrillo, con un tejadillo donde se colocaban los músicos y cantantes para resguardarse ellos y sus instrumentos de la lluvia. En su frente una explanada de cemento donde se bailaba. Sus propietarios los Baena (casualmente, no les he conocido apodo salvo el apelativo identificador de “los del cine”) eran los dueños de todos los locales de esparcimiento de Alcobendas llegando a tener el cine Villaluz y la Sala de fiestas del mismo nombre en la calle Empecinado (ahora solar reservado para construcción de pisos), el cine Avenida en la calle Constitución (ahora Centro Comercial) y el cine Regio, reconvertido a Bingo y no se si todavía mantiene alguna sala de proyecciones cinematográficas. Creo que también tuvieron el cine y Sala de Fiestas Darraceva en San Sebastián de los Reyes, frente a la Iglesia de San Sebastián. 23 ¡Porque eran nuestras!

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podía transmitir su imagen pública a través de aquel anuncio, porque en aquellas fechas salía como Director de la Caja de Ahorros que era. Haciendo honor a la verdad, tengo que decir que el pluriempleo del Sr. Páramo, exento de incompatibilidad, porque entonces era habitual trabajar en varios sitios a la vez, no fue de su provecho, pues sé de buena tinta que viendo que el Ayuntamiento ya requería de su plena ocupación, aunque no renunció al sueldo de la Caja de Madrid, éste le repartía entre los empleados que eran los que hacían su trabajo (el de él). Otra cara conocida era la de Pablo, sobrino del cura D. Amador y José Luis, marido de una hija de los de la “centralita de teléfonos”, esos que por aquel entonces “pinchaban” los teléfonos para que pudieras comunicar con tu interlocutor. Hasta que Telefónica (ahora Movistar) cambió al sistema de los prefijos (el célebre 91 para Madrid, etc.), dependíamos de la destreza de esas telefonistas para pinchar en el agujero correcto de un panel en vertical que tenían frente a su silla, trasportando de la base horizontal unas clavijas portadoras de la comunicación y que las estiraban para llevarlas a su alojamiento como si fueran de goma. Mis padres tenían el teléfono número 82 y en el pueblo no habría más de cien teléfonos. Si esas telefonistas se equivocaban de clavija te podía salir una persona preguntando por el lechero de la calle Empecinado ó por el mismo señor Alcalde, igual que ahora cuando se cruzan las líneas, sólo que antes podías echar la culpa a alguien24. ----.---- Desde uno de los balcones que teníamos enfrente se oyó a alguien diciendo:

- ¿qué, os tiráis ya de una vez? Por lo que , a modo de pregunta, dije a mis nocturnos compañeros:

- Si os parece nos bajamos y nos vamos cada uno a su casa Tú Antonio ya no tienes que denunciar nada. Tu situación ha cambiado para bien y no tienes motivos para seguir en tu huelga particular. Y tu José Luis, reza por que ese hombre no haya muerto. -Y añadí: Además, tengo prisa que mañana viene mi hijo a traerme a mi nieto para que cuidemos de él –a lo que me replicó Antonio.

- Si, vámonos Pero José Luis no estaba por la labor

- De eso nada. Ahora que sabéis mi secreto no os voy a dejar que os vayáis tan tranquilos a vuestra casa. Yo, Antonio, me he solidarizado contigo y ahora me dejas en la estacada. Y tú Alfonso, ¿donde ha quedado tu valor reivindicativo?

- ¡Hombre, yo...! -murmullé y Antonio dijo - Como bien dice Alfonso, ya no pinto nada aquí. Yo te cedo mi puesto. Lo único que

puedo hacer es un pacto de silencio. - Y yo –adhiriéndome a él - No me es suficiente. –Replicó José Luis.

Mientras tanto los vecinos de enfrente, ya impacientes, no dejaban de vociferar, por lo que dijo José Luis.

- Vámonos de aquí para que esta gente se acueste tranquila. - Eso es entrar en razón –dijo Antonio y se levantó del borde del edificio, dónde estaba

sentado. - No. Digo que nos vamos al otro lado, al que da al Ambulatorio para allí poder hablar mas

tranquilos – dijo José Luis

24 Para cortar la comunicación y desclavijarte cuando habías terminado no tenían nada que se lo avisara, por lo que entraban en la conversación para preguntar: ¿Han terminado ya? Y si respondías que no, sistemáticamente te decían: Pues dense prisa que tengo otra línea esperando. Fijaos donde quedaba el derecho a la intimidad: pinchaban los teléfonos sin autorización judicial y las tenías pendientes de tu conversación con el pretexto de dar una mejor utilización de las líneas telefónicas. Si oían que estaban mandando besos a alguien, aunque fuera a tu madre, rápidamente te decían: ¡voy a cortarte, que el teléfono no está para eso, so guarro! Una telefonista era como un cura, pero sin estar obligadas por el secreto de confesión, por eso, si querías que se supiera cualquier chisme en todo el pueblo no tenías nada más que contarle por teléfono.

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- Si no hay nada que hablar. Ya está todo hablado. Cada mochuelo a su olivo y aquí no ha pasado nada.

Fue lo que le contestó Antonio mientras se quitaba la camisa dejando al descubierto un arnés que tenía atado a una columna. Cuando nos percatamos, dijo José Luis:

- ¡Coño!, ¡Si estabas atado! - Encadenado... ¿No es lo que se hace en estos casos? –replicó Antonio. - Me parece a mí que tú no has tenido nunca muchas ganas de suicidarte. Más que un

suicida eres un “vividor”. Y nos marchamos dando trompicones para atravesar en penumbra, ahora por el centro, toda la planta del edificio hasta llegar al otro extremo que nos libraba de las miradas de los vecinos, porque a su frente solo está el Ambulatorio y la boca del metro que, a esas horas, estaban cerrados. Iba José Luis el primero, como abriendo paso, y a una distancia corta nosotros dos. Cuando llegamos al borde, José Luis se quedó parado, miró al fondo y se dio la vuelta hacia nosotros. Por un momento pensé que se quería tirar al abismo de espaldas al precipicio. Pero no fue así. Nos miró increpante y nos dijo:

- Sois unos gilipollas, unos aprendices de suicidas. No habéis hecho nada más que marear al personal. Tenéis pendientes de vosotros cinco coches de policía, una dotación de bomberos y a todo un barrio al que mañana van a despedir porque van a llegar todos tarde al trabajo. Si os queréis suicidar no es necesario montar esta verbena. No se necesita nada más que esto. –y sacando una pistola del bolsillo se la puso en la cabeza.

Ahora si que pensé que se iba a saltar la tapa de los sesos, pero tampoco, porque continuo diciendo.

- Un “pum” y ya está. Un poco de ruido pero menos escándalo. Aunque esto tampoco arregla nada: Si queréis salvar este país hay que denunciar donde sea preciso, buscar dónde sea, imaginar lo inimaginable, trabajar de lo que sea, pero... seguir viviendo.

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Que complicados somos los adultos. Tres personas que, aparentemente estábamos de acuerdo, en menos de un segundo hemos pasado a estar en total desacuerdo y sin saber quién tiene la razón. Quiero volver a ser niño, cuando las diferencias se solucionaban en el campo de batalla, ó en “la frontera”25 como se llamaba a los campos que separaban Alcobendas de San Sebastián de los Reyes, y a drea tendida se solucionaban las disputas de los chavales de los dos pueblos. Y al día siguiente no nos dolía la cabeza nada más que por el chillón que teníamos de la pedrada del día anterior, pero volvíamos a ser amigos... hasta la siguiente, claro. ----.---- Enfrascados en la conversación fuimos girando en torno a nosotros mismos y en un momento se habían invertido nuestras posiciones. Ahora éramos nosotros los que estábamos en el borde y José Luis frente a nosotros, que continuó diciendo:

- Os voy a dejar que os vayáis a casa, pero no como estáis pensando. Y acercándose rápidamente hacia nosotros con los brazos hacia delante, nos puso la mano sobre nuestro pecho y de un empujón nos tiró para atrás. Sentí la sensación de vacío y en menos de un segundo, pensé en todo lo que perdería tras la caída. Pensé en mi mujer, en mis hijos, en mis

25 El edificio de una planta en la esquina de Travesía de Huesca con Marquesa Viuda de Aldama, donde hoy está la Caixa, originariamente fue un bar que hacía honor al nombre que los vecinos dimos a esa franja de terreno: el bar “La frontera” de la familia Soto, aunque se les llamaba los “Sotitos” por el nombre de otro bar que tuvo un hijo un poco mas arriba en la misma calle. La frontera natural era el arroyo que bajaba por lo que ahora es la Avenida de España y el paso fronterizo un puente romano, ya desaparecido, que servía para que los coches cruzaran ese arroyo cuando la N-1 pasaba por el centro de los dos pueblos.

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nietos, mi madre, mis hermanos, sus besos, sus sonrisas, sus lágrimas. Todo pasó en menos de un segundo. Después pude saber que esto ocurría a las ... ... SEIS DE LA MADRUGADA. HORA DEL DESENLACE Antes de darme cuenta me sentí caer sobre algo mullido, aunque noté un fuerte dolor en una pierna. Cuando pude palpar con las manos, no podía creer que hubiera tenido la suerte de haber caído en un montón de arena. Miré para arriba y ví a José Luis a una altura no mayor de dos metros. También estaba a mi lado, ileso, Antonio. Aturdido totalmente oí a José Luis que, desde su altura, dijo, dirigiéndose a varios policías:

- ¡Compañeros, auxiliad a estos ¡ -Y un policía le respondió - ¡Joder Jefe, nos ha tenido en vilo! ¿Cómo ha tardado tanto en convencerles? - La cosa iba muy bien, sobretodo, desde que a este hombre le ofrecieron el contrato de

trabajo, pero, ya metido en el papel le he tomado gustillo y he querido profundizar en las grandezas y miserias del ser humano. Ten en cuenta que estoy estudiando Psicología y tenía una oportunidad de oro para hacer un buen trabajo de campo.

- Y ¿por qué les ha empujado? - Porque cuando he llegado a este lado y he visto que, por el desnivel de la calle,

estábamos casi a ras de suelo, con un montón de arena para que amortiguara el golpe, no me he podido contener la ganas de dar a éstos el gusto que tenían de suicidarse. Pero prometo no volverlo a hacer -Y preguntó: Estáis bien, ¿no?

- A mi me duele una pierna –dije - A ver, que venga un sanitario y que lleve a éste al Hospital Infanta Sofía, y tú, Antonio,

te vas a venir conmigo que tengo un par de preguntas más para terminar de completar el informe.

Ya no recuerdo más. No se si me dormí o me quedé inconsciente. Recuerdo haber visto por la ventanilla el color anaranjado de una luz parpadeante durante todo el recorrido y que pensé como han cambiado los tiempos: antes te morías sin remedio y hoy por una simple rotura de un hueso tienes a tu disposición policía, sanitarios, bomberos... Me gusta vivir en Alcobendas aunque algunas cosas hayan cambiado. Ó, ¿hemos cambiado nosotros? ----.---- Hay varias teorías para explicar el origen etimológico de Alcobendas, entre otras el de “Alko” (corzo) “Vindos” (Blanco) de lo que se deduce que, posiblemente, por la abundancia de caza su nombre puede provenir de aquí, aunque el significado más extendido es una derivación del nombre árabe “al-cobba” que, una de sus traducciones en castellano es “Aposento para dormir” ó “lugar de reposo”. Yo me inclino más por pensar que fuera, más que alcoba ó dormitorio como tal, un pueblo con posada o posadas para pasar la noche los viajeros. Algunos libros de Historia lo mencionan así y, si no recuerdo mal, uno de esos viajeros ilustres fue el Cardenal Cisneros, viniendo a la Corte desde Torrelaguna. Teniendo en cuenta la distancia que hay con Madrid ó Toledo y de la manera como se viajaba, no es descabellado pensar que Alcobendas podía ser un pueblo ideal para hacer un descanso en el camino. Pero de mis tiempos de infancia –y conozco Alcobendas desde que tengo uso de razón, aunque me viniera a vivir con mis padres a los doce años-, en contra de lo que se dice, no tengo el recuerdo de ese pueblo hospitalario del que todo el mundo presume. Tenían demasiado acuñado el término “forastero” y como tal te trataban. Cuando los americanos de la Base de Torrejón de Ardoz “colonizaron” El Encinar de los Reyes, entraban en el pueblo con recelo. Venían en unos coches más grandes que las calles y es verdad que molestaban a los vecinos sentados en plena calle tomando el fresco, pero no supimos ó no quisimos compartir los espacios con ellos y mas de uno se ha marchado con los cristales rotos de una pedrada. Esa xenofobia duraba poco, porque también primaban intereses económicos, pero existía ó, al menos, a mi me lo pareció.

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Sin embargo éramos muy solidarios entre nosotros mismos, una vez entrábamos en el clan. Era muy normal el préstamo entre los vecinos ó el comprar de “fiado” en las tiendas.. ¡Dios se lo habrá tenido en cuenta a Lobo de los ultramarinos de la plaza del Ayuntamiento viejo y a Ponderas de la Travesía del Cañón. Cuando una era o un pajar se prendía, al toque de campana todo el mundo se movilizaba y con los cubos de agua y nuestras manos acudíamos para paliar el desastre. Si tocaban a muerto, todos a despedir al muerto. Las campanas de Santiago Apóstol han sido la emisora de radio antes de que la radio se inventara y todos conocíamos su lenguaje. Había pobres y ricos, pero todos nos saludábamos por la calle. Aunque al “amo” se le reverenciara, nadie se endiosaba, por más que algunos se empeñaran en poner de mote a una de las familias “los diositos”. Tal vez el apodo no estuviera tan mal puesto, pues el diminutivo resta deidad al que lo ostenta. Sea por necesidad ó por sentimiento, yo no he conocido a ningún pobre que no haya encontrado trabajo en casa de algún rico. Y daba lo mismo que fuera normal o tullido; a todos se les encontraba un puesto, a unos de pastor y a otros de gañan. Todos los años, a casa de mi padre venía un tuerto a traerle carretas de paja para sus bestias de tiro y la Seguridad Social no estaba bonificada para nadie. Ahora se contrata a discapacitados por el ahorro en los costes laborales. Es verdad que antes tampoco se extralimitaban y te daban lo justo para comer, pero todos nos apañábamos. Ahora es todo al revés: hemos dado la “llave del pueblo” a todo el mundo, al contrario de lo que antes pasaba, pero pocos son los que se animan a poner negocios que requieran una contratación intensiva de mano de obra que de trabajo a los nuevos vecinos. Al desaparecer la agricultura y la construcción dejar de ser la locomotora del empleo, a excepción del sector servicios que compensa el abultado número de trabajadores con sueldos mas bajos, en proporción, que los de antaño, el resto de sectores no invierte un euro si no encuentra los niveles de automatización que le permitan una producción infinita con un mínimo de empleados. Nadie piensa en repercutir la bondad de una buena mecanización en los procesos productivos, en beneficio de sus empleados. Al revés, solo invierten en maquinaria si con ello pueden despedir algún trabajador. Alcobendas no ha sido una excepción y al desaparecer la necesidad de dependencia, todos hemos individualizado nuestros comportamientos. Sólo nos preocupamos de lo nuestro y, todo lo más, de nuestros familiares más directos. No tenemos que actuar colectivamente para apagar los fuegos: tenemos a los bomberos. Y al no necesitarnos los unos a los otros nos hemos aislado para blindarnos de los problemas del resto: tenemos bastante con los nuestros, que, tampoco, nadie te va a solucionar. No pides a nadie y nadie te pide, salvo los políticos el voto a la hora de las elecciones. Nos damos los “buenos días” y “gracias”. Así no es de extrañar que hayamos tenido que desarrollar tanto todas las áreas de cobertura social: Policia, Bomberos, Hospitales... Estamos pagando con nuestro bolsillo lo que antes nos dábamos generosamente entre todos y sino fíjate en los Bancos; no les digas préstame hoy dos duros que mañana te los devuelvo, si no es pactando antes un interés. El vecino no te cobraba nada y tú tampoco a él, por supuesto. Y de tanto remachar en la insolidaridad, nos hemos vuelto más egoístas, personal y colectivamente. Te pongo dos ejemplos. Uno individual: ¿A cuántos vecinos conoces realmente de tu bloque?, y otro colectivo: las Cajas de Ahorros han dejado de prestar su función social estatutaria, dejando su Obra Social en un simple nombre sin ningún contenido pragmático para la sociedad de la que viven ó, en el mejor de los casos, relegada al último lugar de sus objetivos, cuando antes era prioritario y lo que daba razón de ser a su existencia (la de las Cajas). ----.---- Estaba amaneciendo aunque yo no me enterara, pero un sexto sentido me transmitía a dosis pequeñas un aumento de luminosidad. No estaba en condiciones de ver el reloj y saber que hora era, pero la hora del alba son las siete de mañana. Eran por tanto las...

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SIETE DE LA MAÑANA. HORA DE DESPERTAR A LA REALIDAD

- Alfonso, despierta que ya está aquí Hugo - Levántate tú que yo tengo la pierna rota. - ¿La pierna rota? - Si. ¿No te ha llamado la policía para decirte que he tenido un accidente? - ¿Un accidente? Anda despierta ya de una vez y levántate que voy a abrir la puerta. Hace

ya un rato que han llamado éstos al telefonillo.

Seguí durmiendo por poco tiempo hasta que me despertó la voz dulce de mi nieto que estaba de pie junto a mi pegado a la cama. Simplemente me dijo:

- ¡Abuelo! lo que fue suficiente para que me despertase del todo.

- ¡Hola, cariño! –le contesté y le dí un beso en la mejilla Noté el dolor de la pierna y me reafirmé en la nochecita que había pasado. Todo el ajetreo de la noche pasó de nuevo por mi mente. Primero trajinarme a la Lucia (di Lameermoor, por supuesto) y lo que me quedó pendiente, las idas y venidas a la terraza, la sed que sentí, el gusto de la micción, la salida del portal, el encuentro con el pescadero, etc. Y recordando el resto quedé como avergonzado con una sensación de idiota. ¡He hecho el ridículo!, ¡soy un gilipollas!, y me empecé a repetir. “Mucho sacar pecho y a la hora de la verdad me he cagado y para colmo no arreglo nada y saco una pierna rota. Al menos Antonio ha conseguido un trabajo y estará tan tranquilo, porque echó el órdago y le salió bien. Aunque claro, hizo trampas: lo de la cadena, menudo chasco. Si lo llego yo a saber. Pero, ¿quién me manda a mí meterme donde no me importa?”

- ¡Alfonso! – oigo que me llama mi mujer - Di a la abuela que no me puedo levantar -le digo a mi nieto que estaba todavía a mi

lado. A modo de respuesta recibo su balbuceo y me recrimino, “anda que no soy tonto, no sé como quiero que se lo diga si todavía no habla bien”.

- ¡Alfonso! –otra vez ella. - ¿Qué quieres? –respondo - Que te levantes ya –me dijo - No puedo, ya te lo he dicho - Venga, déjate de bromas y espabílate - Ya sabes que tengo la pierna rota - ¿Cómo vas a tener la pierna rota si no te has movido de la cama? - Eso te crees tú. Entonces, ¿Por qué me duele? - Te habré dado alguna patada. Ya sabes que pego muchos respingos

Me hace dudar y me toco la pierna. No encuentro ninguna señal de tener escayola, ni esparadrapo, ni nada que me confirme tener ninguna fractura de importancia. Y pensé: ó son muy buenos los médicos del Infanta Sofía ó en la caída no me rompí nada. Habrá sido un simple golpe con algo que estuviera en la arena. Y me levanté como todas las mañanas. Voy hacia la cocina a desayunar y pregunto a mi mujer

- ¿No has oído el follón de esta noche? - No, no he oído nada - ¿No has oído gritos desde la obra de la plazoleta? - No - Pues había un tío encima del edificio que está en construcción que se quería suicidar. - Y tú le decías: ¡No te tires, por favor!, ¡No te tires, por favor! - ¿No dices que no te has enterado de nada?.

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- Pues claro que no, pero a las tres me has despertado y estabas repitiendo como un poseso ¡No te tires, no te tires!. Todo lo has soñado.

- Yo lo he vivido - ¿Cómo lo vas a vivir y te vas a enterar lo que ha pasado en la calle si te has pasado toda

la noche roncando, y no me has dejado pegar ojo?. - Entonces, ¿todo ha sido un sueño? - Si. - Pues no sabes lo que me alegra, porque solo recordarle me hace sentir mal. - Anda vete con tu nieto al parque y verás que pronto se te pasa. - Pues llevas razón. ¡Hugo! ¿nos vamos al parque? - Si, abuelo –dijo mi nieto.

Abrí la puerta, bajamos la escalera, cruzamos el portal, sentí en la cara el “fresco de la mañana” y, con la misma crisis de ayer, me sentía muy feliz viendo a mi nieto bajando por el tobogán Sin dejar de vigilar a mi nieto, me senté en un banco y entablé conversación con un joven de veinte y pocos años que estaba haciendo tiempo para hacer una entrevista de trabajo en una empresa de la Zona Industrial. En un momento de la conversación me dijo que le gustaría comprar un piso pero que, mientras el trabajo esté así, no puede. Le pregunté que si pudiera dónde le gustaría vivir, y me respondió - En Alcobendas, sin ir más lejos. 26/09/2012