Amalia

3

Click here to load reader

description

Extracto del cuento contenido en el libro "Nictograma".

Transcript of Amalia

Page 1: Amalia
Page 2: Amalia

1

Amalia

Page 3: Amalia

2

La presencia de esa muñeca se remontaba a la noche de los tiempos familiar. Se hablaba –poco; quizás nada- de una tatarabuela loca quien entretenía su vejez tejiendo mantillas para el esperpento, y de una abuela que la miraba con desconfianza. Mi propia madre, cuando me la regaló, no pudo evitar un gesto de alivio al sacársela de encima. Yo tomé el obsequio en mis manos y, mientras doblaba sus piernas de porcelana para sentarla a tomar el té, recuerdo que le dije:

- Vamos a ser muy buenas amigas, ¿verdad? No sé qué sucedió luego, pero me veo jurándole a mi madre que la muñeca me había

contestado que sí. Muy pronto perdí las esperanzas de que me creyeran. Mis amigas se burlaban. De

manera que preferí el silencio, aunque secretamente conservaba el orgullo de ser la única propietaria, que yo conociera, de una muñeca parlanchina.

Así transcurrieron mis primeros años, cinco, tal vez seis, con Amalia, tal el nombre que le había impuesto. Nunca pude evitar, empero, esa extraña sensación de que, sutilmente, de a poco, se fuera como invirtiendo la relación: más de una vez me encontraba jugando con Amalia sin ninguna gana, como si algo me obligara a entretener a mi propio juguete.

Así las cosas, se mudaron los Dawson. Nuestros nuevos vecinos eran familia numerosa, y juro que una no podía terminar de elegir con cuál de los cinco muchachos quedarse, pues competían en belleza y simpatía. Con Ed, con quien me correspondía relacionarme por la edad, muy pronto hicimos migas; nos gustaban las tardes en el arroyo, trepar las rocas, hacer carreras y cazar lagartijas. Mamá, de tanto en tanto, nos agasajaba con pasteles de manzana, con su inevitable séquito de moscas.

Y Amalia muy pronto cayó en el olvido. Lo último que oí de ella llegó a mis oídos una pesada tarde estival. Yo había salido

con Ed pero al llegar a la esquina resolví volver a casa por mi sombrero blanco. Salía de mi habitación cuando Amalia, llena de polvo, desde un rincón detrás de unas cajas de zapatos, me dijo:

- Voy a matarte, maldita puerca. Es cierto, tras el sobresalto inicial descubrí que detrás de esa pared, en el cuarto

contiguo, mi hermana más pequeña jugaba con una amiga a los policías y los delincuentes. Debí darme cuenta que Amalia sabía tomar prestada una voz.

Con diecisiete años cumplidos, muchas cosas habían cambiado en mi vida. Ed había desaparecido de mi historia hacía tiempo, cuando los Dawson volvieron a cambiar de condado. Tenía nuevas y magníficas amigas. ¡Y hasta unos vecinos músicos que interpretaban música de cámara! Vaya, eso sí que era un privilegio del que jactarme con mis amigas. Era mi fiesta de graduación. Sentía una extraña ansiedad, acá, en la boca del estómago, donde mejor se siente la ansiedad. Esa sensación parecía decirme…