Amor Al Projimo - J. Lee Anderson

8
a mañana del lunes 18 de enero conduje junto con Frantz Ewald, pintor nacido en Haití, desde lo alto de la colina que ocupa el suburbio de Pétionville, donde me alojaba, hacia Puerto Príncipe. Habían pasado seis días desde el terremoto y la ciudad aún esta- ba sumida en el caos. Mientras los rescatistas escarbaban entre los escombros en busca de sobrevivientes, los habitantes camina- ban por las calles buscando agua, comida y combustible. En Pétionville una gasolinera comenzó a funcionar y esa misma mañana se formó una larga fila de automóviles; entre los autos había hombres y mujeres a pie, cargados con bidones y esperando ansiosamente que llegara su turno frente a la bomba. Una mujer mayor se acercó a la gente de la fila y solicitó ayuda con cortesía. El cuerpo carbonizado de un hombre –un ladrón, supuestamente– yacía en la acera del otro lado de la calle, frente a un banco. Su cabeza estaba aplastada y sus piernas se doblaban extrañamente por detrás. Al pasar por ahí la gente se cubría la nariz y la boca con las manos. A unos cuantos metros, unos jóvenes mercachifles ofrecían a los conductores que pasaban tarjetas de prepago de una empresa de telefonía celular. Frantz y yo íbamos en su camioneta Toyota, y no habíamos llegado muy lejos cuando frenamos para dejar que un grupo de adolescentes cruzara la calle frente a nosotros. Los guiaba una mujer alta, vestida con una túnica blanca y una falda negra, larga. Los chicos la seguían como si fuese una suerte de flautista de Hamelin. Al pasar por enfrente, la mujer nos miró de soslayo e hizo un gesto de educada consideración; nosotros proseguimos nuestro camino. Cuatro o cinco horas más tarde, en la planicie a orillas del aeropuerto de Puerto Príncipe, vimos de nuevo a esa mujer y a sus jóvenes seguidores. Estaba de pie en medio de una multitud de curiosos, frente a las rejas del aeropuerto donde aviones de la onu y de Estados Unidos aterrizaban en la pista más allá del pequeño edificio de la terminal. Nos detuvimos, saludamos con un gesto, y ella nos habló –sorprendentemente– en inglés, con un acento sureño. Nos dijo que su nombre era Nadia François y que vivía en Delmas 75, un barrio que quedaba a cinco millas, en las colinas. Nos dijo que había bajado en representación de unas trescientas personas que estaban allá y que necesita- ban ayuda. Nos mostró un papel con un mensaje escrito a mano, sellado y firmado por un pastor protestante, que daba fe de su misión. Nadia había guiado a su grupo hasta el aeropuerto tras enterarse de que el ejército estadounidense estaba repartiendo comida. Le dijimos a Nadia y a sus acompañantes –nueve en total– que subieran a la parte trasera de la camioneta y nos dirigi- mos en busca de alimentos. Pese a los rumores que habían atraído a cientos de haitianos a la carretera del aeropuerto, sólo para congregarse y mirar con ilusión, ahí no se estaba entregando comida. Seguimos hasta topar con un terreno cercano donde algunas casas de campaña y algunas provisio- nes estaban demarcadas por una decena o más de banderas nacionales, pero se trataba de un campamento, no de un punto de distribución de comida. Preguntamos a un guardia de la onu dónde podíamos encontrar ayuda; nos contestó que no lo sabía. Alguien nos dijo que en una fábrica cercana, donde los dominicanos habían emplazado una base, se estaban entregando alimentos, así que condujimos hacia allá. Amor al prójimo Jon Lee Anderson haití L Una mujer alimenta a su comunidad en Puerto Príncipe Lee Anderson recorrió Haití pocos días después del temblor y descubrió, entre el caos, la extraordinaria historia de Fidel, un pueblo marginal a las afueras de Puerto Príncipe, y de su autonombrada protectora, Nadia François. Una prueba más de que, en situaciones extremas, brota lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. 24 Letras Libres marzo 2010

description

Amor Al Projimo - J. Lee Anderson

Transcript of Amor Al Projimo - J. Lee Anderson

  • a maana del lunes 18 de enero conduje junto con Frantz Ewald, pintor nacido en Hait, desde lo alto de la colina que ocupa el suburbio de Ptionville, donde me alojaba, hacia Puerto Prncipe. Haban pasado seis das desde el terremoto y la ciudad an esta-ba sumida en el caos. Mientras los rescatistas escarbaban entre los escombros en busca de sobrevivientes, los habitantes camina-ban por las calles buscando agua, comida y combustible. En Ptionville una gasolinera comenz a funcionar y esa misma maana se form una larga fila de automviles; entre

    los autos haba hombres y mujeres a pie, cargados con bidones y esperando ansiosamente que llegara su turno frente a la bomba. Una mujer mayor se acerc a la gente de la fila y solicit ayuda con cortesa. El cuerpo carbonizado de un hombre un ladrn, supuestamente yaca en la acera del otro lado de la calle, frente a un banco. Su cabeza estaba aplastada y sus piernas se doblaban extraamente por detrs. Al pasar por ah la gente se cubra la nariz y la boca con las manos. A unos cuantos metros, unos jvenes mercachifles ofrecan a los conductores que pasaban tarjetas de prepago de una empresa de telefona celular.

    Frantz y yo bamos en su camioneta Toyota, y no habamos llegado muy lejos cuando frenamos para dejar que un grupo de adolescentes cruzara la calle frente a nosotros. Los guiaba una mujer alta, vestida con una tnica blanca y una falda negra, larga. Los chicos la seguan como si fuese una suerte de flautista de Hamelin. Al pasar por enfrente, la mujer nos mir de soslayo e hizo un gesto de educada consideracin; nosotros proseguimos nuestro camino.

    Cuatro o cinco horas ms tarde, en la planicie a orillas del aeropuerto de Puerto Prncipe, vimos de nuevo a esa mujer y a sus jvenes seguidores. Estaba de pie en medio de una multitud de curiosos, frente a las rejas del aeropuerto donde aviones de la onu y de Estados Unidos aterrizaban en la pista ms all del pequeo edificio de la terminal. Nos detuvimos, saludamos con un gesto, y ella nos habl sorprendentemente en ingls, con un acento sureo. Nos dijo que su nombre era Nadia Franois y que viva en Delmas 75, un barrio que quedaba a cinco millas, en las colinas. Nos dijo que haba bajado en representacin de unas trescientas personas que estaban all y que necesita-ban ayuda. Nos mostr un papel con un mensaje escrito a mano, sellado y firmado por un pastor protestante, que daba fe de su misin. Nadia haba guiado a su grupo hasta el aeropuerto tras enterarse de que el ejrcito estadounidense estaba repartiendo comida.

    Le dijimos a Nadia y a sus acompaantes nueve en total que subieran a la parte trasera de la camioneta y nos dirigi-mos en busca de alimentos. Pese a los rumores que haban atrado a cientos de haitianos a la carretera del aeropuerto, slo para congregarse y mirar con ilusin, ah no se estaba entregando comida. Seguimos hasta topar con un terreno cercano donde algunas casas de campaa y algunas provisio-nes estaban demarcadas por una decena o ms de banderas nacionales, pero se trataba de un campamento, no de un punto de distribucin de comida. Preguntamos a un guardia de la onu dnde podamos encontrar ayuda; nos contest que no lo saba. Alguien nos dijo que en una fbrica cercana, donde los dominicanos haban emplazado una base, se estaban entregando alimentos, as que condujimos hacia all.

    Amor al prjimo

    Jon Lee Andersonhait

    LUna mujer alimenta a su comunidad en Puerto Prncipe

    Lee Anderson recorri Hait pocos das despus del temblor y descubri, entre el caos, la extraordinaria historia de Fidel, un pueblo marginal a las afueras de Puerto Prncipe, y de su autonombrada protectora, Nadia Franois. Una prueba ms de que, en situaciones extremas, brota lo mejor y lo peor de la naturaleza humana.

    24 Letras Libres marzo 2010

    024-031_Reportaje-RL.indd 24 2/19/10 8:38:00 PM

  • La primera ayuda, la ms visible, haba llegado a Hait desde la vecina Repblica Dominicana. Cuando entr por vez primera al pas, en el amanecer del 15 de enero, cruc la frontera junto con una larga fila de vehculos que transportaban suministros. Tambin haba un convoy de soldados que conducan camiones en los que se lean mensajes anunciando que la ayuda era un gesto personal del presidente dominicano, Leonel Fernndez.

    Ahora se estaba consolidando un amplio esfuerzo de asis-tencia internacional. Ayuda humanitaria y equipos de rescate llegaban a diario de todas partes del mundo Espaa, Francia, Rusia, Israel, Venezuela, Cuba, y tambin Estados Unidos. Un equipo de ciencilogos con camisetas amarillas hizo su aparicin, lo mismo que un grupo de Caballeros de Malta. Incontables toneladas de vveres se haban enviado en avin o estaban en camino. Pero la distribucin de la comida era desordenada, y cada punto de reparto acababa inundado por masas desesperadas. En toda la ciudad carteles y pancartas pintados sobre telas reclamaban ayuda. Y slo aquellos dotados de paciencia y nimo parecan obtenerla.

    Nadia nos cont que haba crecido en Miami con su familia. Tena 36 aos, casi 37, y haba regresado a Hait haca apenas dos. Le pregunt por qu haba regresado. Me sonri compun-gida y dijo que se haba portado mal y que tena problemas de migracin. La semana anterior Nadia se haba convertido en un medio primordial de ayuda para su comunidad. Cada da acuda al centro de la ciudad e intentaba regresar con comida y algunos enseres bsicos.

    En el depsito de alimentos dominicano un destacamento de cascos azules peruanos se aferraba nerviosamente a unos escudos de acrlico y unos rifles de asalto, tratando de contener a una gran multitud de haitianos que se haban congregado a ambos lados de la reja de entrada. Los soldados estaban acorralados, sus caras rojas, y cuando nos estacionamos para hablar con ellos, nos contestaron a gritos, como si el ruido de la multitud los hubiera dejado sordos. Los convencimos de dejarnos pasar y, una vez adentro, nos encontramos con una escena tumultuosa: los camiones iban y venan, y los civiles que se haban saltado el cordn de seguridad se mezclaban con la polica haitiana, con los soldados dominicanos y con decenas de voluntarios de camiseta amarilla, que estaban ah con el Ministerio de Hait para la Condicin Femenina un legado de la presidencia populista de Jean-Bertrand Aristide. Una funcionaria del Ministerio estaba de pie junto a la baha de carga del almacn, donde se iban formando pilas desordenadas de suministros en los camiones.

    La ayuda consista en bolsas de plstico con productos para mantener a una sola familia durante un da: arroz, harina de maz, frijoles, sardinas y salchichas. La funcionaria llevaba un vestido estampado, con una mascada a juego y unos grandes lentes oscuros, y hablaba atenta y continuamente por su celular. A su alrededor las disputas estallaban conforme personas sin autorizacin intentaban colarse hasta la ltima barrera, que-

    riendo llegar a la comida en la baha de carga. Una mujer de apariencia brava, con un pauelo en la cabeza, entr y pidi comida a voces. Un soldado la empuj. Ella le grit. l la empu-j de nuevo. El soldado aseguraba que la mujer haba estado ah el da anterior y que se estaba haciendo de suministros para despus venderlos.

    Un coronel dominicano de triste apariencia intentaba supervisar las maniobras. Fue l quien autoriz a Nadia y su grupo llevarse un poco de comida, y despus aadi, en tono de disculpa, que tena rdenes de distribuir la comida a travs del gobierno haitiano y que, por ende, no poda entregrsela directamente a la gente de la ciudad. El coronel nos llev con la funcionaria del Ministerio, quien retir el celular de su odo y escuch mientras exponamos el caso. La funcionaria mir gravemente a Nadia, movi la cabeza asintiendo, y luego regres a su telfono.

    Cargamos la camioneta con setenta u ochenta bolsas, las aseguramos con una red de carga de plstico amarillo, y fuimos hacia las rejas. Cuando salimos, el gento era an mayor y los soldados estaban alterados. Nos gritaron que condujramos ms rpido y que no nos detuviramos por nada, ya que la gente podra abalanzarse sobre nuestro vehculo para tomar la comida. Atravesamos la multitud pisando el acelerador; camino de las colinas, circulamos precavidamente por vas secundarias. Despus de unos cuantos kilmetros, paramos en una calle de clase media flanqueada por rboles, y ah, en una curva, haba un hueco entre las casas. Un toldo de retacera, hecho de sbanas y lonas, se extenda sobre aquel hueco, y debajo del toldo haba una gran cantidad de mujeres y nios viviendo sobre tapetes dispuestos en el pavimento.

    Al fondo del toldo terminaba la calle y la tierra se cortaba abruptamente. Debajo, en un barranco de unos diez metros de profundidad y unos treinta metros de anchura, estaba la comunidad de Nadia: Fidel llamada as por Fidel Castro, segn me dijo, donde ella y otras trescientas personas solan vivir. (Me di cuenta de que Delmas 75 corresponda a la calle que pasaba frente al barranco y que apareca en los mapas de la ciudad; Fidel quedaba fuera del mapa.) Se trataba del lecho seco, pedregoso, de un ro, colmado por una geometra de viviendas hechas con bloques de cemento y pedazos de lmina, una de las cuales era la casa de Nadia, una estructura de concreto, de unos cuatro metros cuadrados, que rentaba por el equivalente a unos trescientos dlares al ao.

    La mayor parte de los residentes de Fidel se haba mudado a la calle para dormir bajo el toldo. Estaban asustados por las rplicas continuas y no queran que otro temblor los sorpren-diera en el barranco. Nadia apunt hacia un cmulo de piedra y concreto derribados en la orilla de la caada; yo poda adivinar la silueta de un desarrollo inmobiliario inacabado. Nadia me cont que los residentes de Fidel le haban pedido a la cons-tructora no llevar la pared tan cerca de la orilla del barranco, pero que los haban ignorado. Durante el temblor, una seccin

    marzo 2010 Letras Libres 25

    024-031_Reportaje-RL.indd 25 2/19/10 8:38:01 PM

  • de la pared se derrumb sobre la vecina de Nadia, la golpe en la cabeza y la mat.

    A un lado de la camioneta, Nadia alz la voz para pedir ayuda, y en unos cuantos momentos un grupo de jvenes y nios comenz a cargar las bolsas de comida al interior de una pequea y rudimentaria iglesia protestante, la glise Pancotista Sous Delovy. La iglesia, construida a un lado del barranco, estaba hecha de hojas de lmina corrugada, pintada de azul y rosa. Al altar y las bancas se llegaba bajando una escalera de concreto hacia el fondo de lo que pareca casi un pozo. Nadia dio rdenes a los jvenes, y el pastor, Jean Vieux Villers, pro-meti que se hara cargo de la justa distribucin de la comida; todo el mundo pareca contento con este arreglo.

    n

    Segn Verner Lionel vecino de Nadia, Fidel se fund hace 32 aos, cuando se construy la zona por encima de los barrancos. A Lionel se le considera lder en Fidel, ya que, a sus 52 aos, es el hombre ms viejo del lugar. Como muchos otros hombres de Fidel, Lionel es un trabajador itinerante de la construccin y un mil usos. Lleg ah en los aos setenta como trabajador de una proyectista, una mujer a la que llama Prosper, que le permiti construir una casucha para s mismo en el barranco. La ma fue la primera casa, me dijo. Desde el campo llegaron los amigos y parientes de Lionel, siguindolo a los barrancos, y luego vinieron ms. Hoy viven ah unas 860 personas, segn los clculos de Nadia. Los haitianos tienen familias grandes; las organizaciones humanitarias internacionales suelen calcular entre seis y siete personas por familia, y en algunas ocasiones son muchos ms. Casi la mitad de los nueve millones de habi-tantes del pas tiene menos de dieciocho aos.

    Nadia seal a las numerosas madres, bebs y nios bajo el toldo y afirm que algo deba hacerse por ellos. La cosa es, dijo con un tono de tierno menosprecio, que estos haitianos no saben qu hacer. El problema inmediato era que el camin cisterna del que la gente de Fidel sola comprar agua no haba aparecido desde antes del terremoto del 12 de enero, as que el acceso al agua no era fcil. (Un problema generalizado: incluso antes del terremoto la mitad de la poblacin de Hait no tena una fuente de agua segura.) En Fidel tampoco haba comida ni medicinas, ya que no haba trabajo y nadie tena dinero aho-rrado. Esta gente es pobre y, como muchos de sus compatriotas, Nadia incluida, estn viviendo por debajo de la lnea de la pobreza y haban vivido as desde mucho antes del terremoto.

    Hait ha permanecido en estado de lucha desde que se independiz de Francia, en 1804. Es el pas ms pobre del hemisferio occidental; un 78 por ciento de su poblacin vive con menos de dos dlares al da, y 54 por ciento con la mitad de eso. Sus exportaciones tradicionales caf y azcar han cado, y el sector de manufacturas ha ido en declive durante dcadas. El pas ha padecido disturbios, una violencia espantosa y levan-tamientos polticos trgicamente regulares, encabezados por

    una sucesin de dspotas y estafadores: Papa Doc, Baby Doc, el Padre Aristide.

    Y encima de todo, Hait parece casi singularmente marti-rizado por la naturaleza. De junio a octubre se registran graves tormentas y huracanes. En el verano de 2008, en el lapso de tan slo dos meses, la tormenta tropical Fay, el huracn Gustav, la tormenta tropical Hanna y el huracn Ike le dieron una paliza, y juntos dejaron a ochocientos mil personas sin casa y la infraestructura del pas severamente daada.

    Hait depende en gran medida de la ayuda extranjera, pero slo un poco de ese dinero contribuye a un desarrollo sostenido, y a menudo le ha sido retirado por razones polticas. La mayor parte de los trabajos estn en el sector agrcola; puesto que la exportacin ha ido en picada, cerca de cien mil haitianos al ao emprenden el viaje desde el campo hacia Puerto Prncipe. Ah trabajan sobre todo en el sector informal: botones, jor-naleros, boleros y marchantes. Hoy incluso esos trabajos han desaparecido.

    n

    Un da, saliendo de la pequea oficina de concreto de la poli-ca, cercana al aeropuerto y convertida en sede provisional del gobierno de Hait, Frantz y yo pasamos por el cementerio de Puerto Prncipe. Haba cadveres por toda la ciudad yacan en las esquinas de las calles, a veces a mitad de las avenidas y, en la oficina, el gobernador de Puerto Prncipe y el director del Ministerio de Salud me haban informado que estaban haciendo lo que podan para recogerlos. Al fin y al cabo todo lo que poda hacer el gobierno de Hait por ahora era lidiar con los cadveres. El primer ministro Jean-Max Bellerive me dijo que se haban recogido setecientos mil cuerpos con buldzers y camiones de volteo, cuerpos que haban sido enterrados en cuatro fosas comunes, dentro y fuera de la ciudad. Una de esas fosas estaba en el cementerio principal.

    Conforme nos acercamos vi tres cuerpos boca abajo sobre la tierra, en un agujero en la valla. Dos de ellos parecan ser mujeres, una muy joven. Los dems cadveres que haba visto en Puerto Prncipe estaban hinchados y abrasados por el calor. Estos cuerpos estaban frescos y no tenan heridas visibles. Me recordaron a las fotografas que haba visto de las vctimas de los escuadrones de la muerte en El Salvador. Una peste abru-madora flotaba en el aire, incluso dentro de la camioneta.

    Junto a la valla del cementerio yaca un hombre joven, empapado en sangre de pies a cabeza; haba an ms sangre encharcada alrededor de l, sobre la acera. El hombre estaba de lado, con un codo apoyado en la tierra, para poder colocar la cabeza en su mano. Justo encima de l, en la valla, haba un anuncio de celulares Nino, color rojo brillante, y, al lado, un crucifijo tallado dentro de un crculo. Frantz me dijo: Creo que todava est vivo. Varias personas se juntaron en el camelln para mirarlo. Una de ellas afirm: Es un ladrn. La polica lo ejecut y lo vino a tirar aqu. Y aquellos tambin, e indic los cuerpos frescos. Son ladrones.

    Jon Lee Andersonhait

    26 Letras Libres marzo 2010

    024-031_Reportaje-RL.indd 26 2/19/10 8:38:02 PM

  • Durante el terremoto cientos de prisioneros escaparon de la crcel nacional, a unas cuadras del Palacio Presidencial y el cementerio. Entre los fugitivos se hallaban criminales peli-grosos y algunos de los lderes ms violentos de las pandillas de Puerto Prncipe. Muchos saqueadores miles de ellos, segn algunas informaciones invadieron la Grand Rue, la zona comercial ms importante, y otras zonas de la ciudad. La polica se vio en apuros para responder, pues haba perdido a la mitad de sus fuerzas en el rea de Puerto Prncipe. Yo haba escuchado reportes sobre disparos de la polica contra los ladrones y asesinatos de saqueadores a manos de patrullas ciudadanas. En el barrio donde pernoctaba se oan balazos por la noche y, en cierto momento, corrieron rumores sobre maleantes que robaban bebs para venderlos para adopcin, secuestrndolos supuestamente por la noche, mientras la gente dorma afuera, en las calles. Un da vi a un hombre amarrado a un poste, destazado con machetes y asesinado a pedradas.

    El hombre de la acera se estremeci; su pecho se alz y cay lentamente un par de veces. Un buldzer amarillo subi por la calle y un hombre de aspecto rudo, caminando frente a l, lo gui hasta los tres cuerpos en el agujero de la valla. Entre mucho ruido y mucho humo, el buldzer los levant con su

    pala de acero y, despus, con varios movimientos bruscos, los dej caer sobre un montculo de tierra amarillenta que se alzaba unos cinco metros dentro de la valla. En cosa de un minuto los cuerpos haban desaparecido. El buldzer avanz junto a la acera y baj su pala. Pero, antes de que levantara al hombre herido, el trabajador que diriga las maniobras camin hacia l. Al ver que estaba vivo todava, hizo seas para que el buldzer se alejara. Mientras la mquina ruga y se apartaba, le pregun-tamos al trabajador qu pensaba hacer respecto del herido. Nos dijo: Yo slo me hago cargo de los muertos, y se fue.

    n

    Cuando ocurri el terremoto, Nadia trat de correr fuera de la caada. Estaba a la mitad de los burdos escalones de concreto que llevan a la calle cuando escuch gritos cerca de su casa. Corri de vuelta y vio a su vecina muerta bajo una pila de blo-ques de concreto. La vecina tena un nio de siete meses. Dije: Dnde est el beb, dnde est el beb? y lo vimos ah, tirado en la tierra. La mujer haba logrado arrojar al beb y ponerlo a salvo justo al quedar sepultada bajo los bloques. Una mujer lo recogi y me lo entreg, nos cont Nadia. Estaba cubierto en sangre, tambin tena sangre en las calcetas. Uno de sus brazos pareca dislocado, y tambin una de sus piernas, y su cabeza esta-

    marzo 2010 Letras Libres 27

    Foto

    : r

    od

    rigo

    ab

    d /

    aP

    024-031_Reportaje-RL.indd 27 2/19/10 8:38:27 PM

  • ba hinchada. Yo tena miedo de que se muriera en mis brazos. l trataba de dormirse y yo trataba de mantenerlo despierto. Nadia fue en busca de los parientes del nio y encontr a su ta, que viva en Ravine 75, a unas cuantas cuadras de Fidel. Despus sal y me sent; estaba llorando porque no saba qu le haba pasado a mi novio. Su novio, un joven de nombre Kesnel Jean, haba salido ms temprano en un autobs hacia Jacmel, un pueblo de la costa sur de Hait. No se saba nada de l.

    Esa noche, cuando todo par, segn dijo Nadia, camin a Delmas 36, a unas 35 cuadras, para ver si su primo y su familia haban sobrevivido. Y as fue, slo que lo que vio en la ciudad muchas casas cadas, y gente muerta y herida por doquier la entristeci. Nadia recordaba un rumor que haba comenzado a circular despus del desastre. Los haitianos empezaron a decir que la causa de esto era un experimento realizado por Estados Unidos, que quera apoderarse de Hait. Pero yo s que es obra de Dios, porque si Estados Unidos lo hizo, entonces, tambin provoc el terremoto de California hace unos aos? Yo les trat de explicar que no tena sentido.

    En los das siguientes Nadia sigui vagando fuera de Fidel. El mircoles camin hasta el centro y de regreso, buscando a mi novio. Vi gente muerta por todas partes, dijo. Vi a un nio que haba tratado de correr fuera de un edificio, y el edificio se le vino encima, y todo lo que podas ver era su cara y uno de sus brazos. Vi saqueadores llevndose cosas o lanzndolas desde lo alto de un edificio destruido, y escap corriendo, porque no quera que la polica me llevara.

    Fue en esas primeras salidas, en busca de Kesnel y de sus parientes, que Nadia comenz a buscar comida. Me dijo, con cierto orgullo feroz: Nunca sufr en Estados Unidos por cosas como agua y comida, as que no veo por qu habra de hacerlo en Hait. La comida que encontr se la llev al pas-tor Villers para almacenarla en la pequea iglesia hasta que pudiera repartirse.

    No fue sino dos das despus de desaparecer que Kesnel regres a Fidel, lastimado de una pierna, pero bien por lo dems. Cuando vino el terremoto, su autobs choc; cerca de ah, un vehculo de la onu tambin se accident. Murieron muchos pasajeros, segn le cont a Nadia, pero a l lo puso a salvo la gente de la onu. Luego pudo contratar una moto-cicleta para hacer parte del camino de regreso a Puerto Prncipe, y el resto del trayecto pidi a los automovilistas que lo llevaran.

    n

    En la carretera de la costa que lleva hacia Logne, al oeste de Puerto Prncipe una vieja plantacin que qued prcticamen-te destruida en el terremoto, me detuve un da en la casa de Max Beauvoir, el houngan o sacerdote vud ms importante de Hait. La casa laberntica de Beauvoir se encuentra en un claro, a la sombra de rboles tropicales un paisaje inusual en esta zona del pas que, como gran parte de Hait, ha sido prctica-

    mente deforestada. Parte del muro de coral del frente se haba derrumbado en el terremoto. Una seccin de su templo y una cocina al aire libre tambin haban resultado daados, pero su casa estaba intacta. Desde los parapetos de las construcciones varias estatuas de dioses vud dominaban el jardn.

    Beauvoir, sentado frente a una mesa redonda bajo los rbo-les de atrs de su casa, me salud cortsmente. Es un hombre alto y bien parecido, con ojos profundos e intensos; tena un par de rottweilers enormes a sus pies y, sobre la mesa, un paquete de Marlboro Lights que iba vaciando al tiempo que hablbamos. Me dijo que estaba alterado por los comentarios del predicador evanglico estadounidense Pat Robertson, quien haba achacado la tragedia de Hait a un pacto con el Diablo. Siento que Pat Robertson perdi una gran oportunidad para cerrar la boca, dijo Beauvoir. Lo que ms se necesita en Hait en este momento es compasin. Una tragedia como esta no es culpa de nadie, y buscar culpas es ridculo, y no muy inteligente a mi parecer. Habra sido ms inteligente de su parte callarse la boca, sencillamente. Beauvoir tambin estaba molesto por los entierros masivos de las vctimas del terremoto. Cada da decenas de miles de cuerpos humanos sin identificar estaban siendo enterrados con buldzers sin ceremonia alguna, y l deseaba que hubiera una manera de brindar mayor dignidad al proceso. Todos tenemos una parte de Dios en nosotros, y nuestros cuerpos deben ser descartados en forma decente. La manera en que lo estn haciendo, reco-gindolos y echndolos en agujeros, es indigna.

    Le cont a Beauvoir sobre los cuerpos tirados en el cemen-terio, y asinti. El 16 de enero, asegur, el presidente de Hait, Ren Prval, lo haba mandado llamar a una junta de emergen-cia del gabinete, junto con el primer ministro, el jefe de polica y las autoridades supervivientes de las iglesias catlica y pro-testante. En la junta los lderes haban discutido cmo zanjar la situacin de la seguridad en Puerto Prncipe. Decidimos que debamos lidiar con ellos de emergencia, dijo. Desde el da 17 y durante las siguientes dos semanas, los criminales deban ser tratados como se hace en una emergencia. Le pregunt si esto significaba aplicar la pena capital, y me contest que s: Pena capital automtica para los bandidos. Algunos de los saqueadores robaban aquello que necesitaban desesperada-mente, de lugares donde ya a nadie le importara. Algunos estaran abasteciendo a quienes estaban demasiado enfermos o demasiado lastimados como para valerse por s mismos; Nadia no poda ser la nica que se ocupaba de una comunidad. Sin duda, otros robaban por codicia y oportunismo. Pero esta pareca ser una distincin imposible de realizar, especialmente para una fuerza policiaca disminuida.

    Le pregunt a Beauvoir si tal licencia podra extenderse incluso a una jovencita, y mencion a la muchacha cuyo cuerpo estaba entre aquellos tirados en el cementerio. Beauvoir asin-ti. Podra incluir a cualquiera. Pareca concebir esta medida rigurosa como una necesidad deplorable. Personalmente lo lamento, dijo. Lamento todas las muertes. Lamento las nume-

    Jon Lee Andersonhait

    28 Letras Libres marzo 2010

    024-031_Reportaje-RL.indd 28 2/19/10 8:38:31 PM

  • rosas llamadas que he recibido solicitando ayuda. Lamento que todava haya gente atrapada en sus casas. Lamento el terremoto que tuvimos esta maana. (Ese mismo da, ms temprano, una rplica de 6.1 en la escala de Richter haba sacudido Puerto Prncipe.) Le coment sobre el joven que habamos encontrado, herido de bala y abandonado a morir, y sobre cmo, al final, haban sido los soldados estadounidenses los que se lo haban lle-vado para proporcionarle tratamiento mdico. Le dije a Beauvoir que haba intentado seguir el caso, pero me fue imposible hallar al muchacho. Esto tambin era lamentable, segn dijo. Pero si quiere buscarlo, le digo, vaya y busque en las tumbas.

    El gobierno haitiano niega haber ordenado a la polica usar medios extrajudiciales para lidiar con los saqueos. Pero cuando le cont a Nadia lo que Beauvoir haba dicho, no le sorprendi. Unos cuantos das antes un polica que vive en Fidel le haba dicho a ella y a otros vecinos: Si descubren a un ladrn, mtenlo.

    n

    Nadia habla ingls, espaol y criollo, y, segn me dijo, se siente ms estadounidense que haitiana. Cuando le pregunt cules son sus programas de televisin favoritos, se ri y me dijo: Los duques de Hazzard y Punky Brewster! Su madre la llev

    a Estados Unidos, junto con sus hermanos, cuando ella tena seis aos; se fueron en un barco con otros inmigrantes ilegales haitianos, primero a Cuba y luego a Florida. Su padre estuvo en prisin en Estados Unidos y se reuni con ellos ms tarde, cuando Nadia tena catorce aos. Poco despus lo encontr aspirando cocana en su casa, y l la trat de golpear. Su madre lo corri. Cuando Nadia an cursaba el bachillerato, su padre dispar contra una persona y luego huy a Puerto Prncipe. No pas mucho tiempo antes de que se enterara de que lo haban matado tras un negocio de drogas en Delmas 33, a unas treinta cuadras de donde vive ahora.

    De nia, en Miami, haba querido ser marine o modelo. Mi madre me prometa llevarme a Barbizon, pero eran mentiras: nunca lo hizo. Nadia sonri. Su vida haba sido difcil. Su hermano mayor, me explic, haba cado enfermo, vctima de una maldicin vud. Su madre haba vuelto a Puerto Prncipe para cuidarlo, pero l haba muerto. La madre de Nadia trajo la enfermedad de vuelta con ella, y muri poco despus. Esto ocurri en su ltimo ao de bachillerato. Nadia se gradu, pero tras la muerte de su madre ella y su hermana tuvieron que dejar la casa que rentaban.

    Durante algn tiempo, me dijo, estudi srh en el Tallahassee Community College. Cuando le pregunt qu que-

    marzo 2010 Letras Libres 29

    Foto

    : r

    am

    n

    Esp

    ino

    sa /

    aP

    024-031_Reportaje-RL.indd 29 2/19/10 8:38:55 PM

  • ra decir eso, me contest: Servicios de Recursos Humanos, dudando, como si no pudiera recordar del todo lo que signifi-caban esas siglas. Tambin estudi cosmetologa y obtuvo un certificado para trabajar en un call center. Tena tres nios, dos de un hombre y uno de otro.

    En 1992 fue arrestada y pas cinco aos y medio en prisin. Primero me dijo que la haban arrestado en un auto que no le perteneca y en el que haba una pistola. Luego me mir y agreg: Ca con la gente equivocada. Despus de estar en la crcel fue deportada. En 1999 regres a Estados Unidos con la esperanza de ver a su hija, a la que maltrataban en su casa de acogida, segn me asegur. La polica la detuvo por entrar al pas ilegalmente y pas siete aos y un mes en una correccional federal de Tallahassee. En junio de 2007 fue enviada, junto con otras detenidas, en un vuelo especial a Puerto Prncipe. Ah las recibieron policas haitianos y quedaron en custodia. Tena miedo, porque no saba qu esperar, me dijo, con un escalofro. No saba por qu tenan que llevar mscaras. Tras un par de semanas, su primo fue por ella. Poco despus rent la pequea casa en Fidel y desde entonces viva all, obteniendo un pequeo ingreso por cortarles el cabello a las mujeres.

    Nadia no haba visto a ninguno de sus hijos desde su ltimo arresto. El ms pequeo era un beb cuando ella ingres a pri-sin. Los tres haban acabado en casas de acogida. El deseo ms grande de Nadia es regresar a Estados Unidos con su sobrino (hijo del hermano que muri en Hait) para reunirse con sus hijos y tener un trabajo. Puedo trabajar en lo que sea, no me importa qu, me dijo. Dicen que si pagas tus deudas debes tener una segunda oportunidad, no es cierto?

    n

    Una maana, cuando llegu a verla, Nadia estaba en la calle discutiendo acaloradamente con la mujer que venda agua, caa de azcar y refrescos en una tiendecita al final de la calle, donde se congregaban todos los habitantes del barranco. Nadia la estaba reprendiendo a gritos en criollo. Aquello dur un buen rato. El da anterior, segn me explic Nadia, la mujer haba recibido algunas cajas de arroz chino que le estaban destinadas. El donante era un hombre canadiense que se haba detenido ah mientras conduca; Nadia lo haba convencido de llevar comida para ella y sus vecinos, pero al parecer haba regresado mientras ella estaba fuera. La mujer de la tienda le dijo que ya haba repartido el arroz. Eso dice, murmur Nadia, enfadada.

    Cuando le pregunt cmo fue que la gente de Fidel la empe-z a ver como lder, me contest que se deba a que hablaba ingls. Luego, secamente, agreg: Y porque soy la que busca ayuda mientras ellos se sientan en sus miserables traseros.

    Fidel no result particularmente afectado por el terremoto; a excepcin de la vecina de Nadia y de un par de mujeres de la zona ms profunda del barranco, cuyas casas se derrumbaron y que resultaron heridas de las piernas, Fidel no pas por los

    estragos que acabaron con casi toda la ciudad. Sin embargo, en ausencia de una economa viable y de una infraestructura nacional, Fidel es, pese a todo, un lugar sin esperanza, un smbolo de los problemas profundos y persistentes de Hait. Muchos de los hombres del barrio parecen sentarse por ah la mayor parte del da. Algunos juegan domin para pasar el rato. No hay trabajo para ellos, y no lo habr hasta que el dinero para la reconstruccin genere empleos. Verner Lionel no ha tenido trabajo en la construccin por mucho tiempo, segn me cont; para vivir, vende tarjetas de prepago para telfonos celulares. Tiene ocho hijos y no tiene esposa. Gana entre veinte y treinta gourdes poco menos de un dlar cada da. Nadia me explic que antes del terremoto una pequea bolsa de frijoles, suficiente para una comida familiar, costaba veintisiete gourdes; una bolsa de arroz, cincuenta. Ahora los precios han subido sustancialmente. Lionel me dijo que l y sus hijos suelen comer una comida al da: espagueti o arroz, y a veces harina de maz con frijoles. Desde el terremoto Nadia y un grupo numeroso de habitantes de Fidel los que duermen bajo el toldo han comenzado a cocinar una merienda colectiva en una olla grande colocada sobre unos carbones, en plena calle. No desperdician nada. Algunos de los bloques de concreto que cayeron sobre la vecina de Nadia han sido reutilizados como base para una baera. Nadia tiene guardada la cuna desbaratada del beb.

    n

    El 25 de enero, trece das despus del terremoto, Nadia me pidi acompaarla al Ptionville Country Club, un campo de golf de nueve hoyos adornado con exuberantes naran-jos. Ahora haba ah un campo de desplazados, me dijo, y el ejrcito estadounidense estaba dando comida. Nadia afirmaba haber encontrado el campo despus de notar los helicpteros del ejrcito estadounidense y seguirlos para ver adnde iban.

    En el campo de golf caminamos hasta un terreno de pasto inverosmilmente podado en el segundo tee. Delante de noso-tros, extendidas sobre las cuestas de la colina, haba miles de carpas hechas de todos los materiales concebibles: sbanas, costales, plstico y, en cierto caso, un plstico verdoso en el que se lean las palabras Peligro: contiene desechos biolgicos infecciosos. Haban brotado tambin pequeas tiendas de campaa, incluida una que venda pelucas y extensiones, y otra en la que un joven recargaba telfonos celulares con un pequeo generador.

    El Servicio de Socorro Catlico (crs) estaba administrando los vveres, y Nadia detuvo a uno de los trabajadores cuando este trotaba entre la muchedumbre, un irlands llamado Donal. Aunque se vea atareado y exhausto, escuch pacientemente mientras Nadia formulaba su peticin. Donal explic que l no poda hacer nada hasta que ella acudiera a su oficina, en Delmas. Entonces se enviara a un equipo para inspeccionar

    Jon Lee Andersonhait

    30 Letras Libres marzo 2010

    024-031_Reportaje-RL.indd 30 2/19/10 8:38:56 PM

  • el barranco y, si su peticin era aceptada, se les entregara comida. El campo ya albergaba al menos a unas veinticinco mil personas, dijo Donal, y el nmero creca da con da. Dado que no haba letrinas, todo el mundo estaba defecando al aire libre: un grave riesgo para la salud. Se haban registrado violaciones, y a l le preocupaban los incendios. El crs estaba tratando de aguantar, pero estaba al borde de la zozobra.

    Nadia asinti comprensivamente, pero se mostr impla-cable. Entonces qu debo hacer?, pregunt. Antes de que lo dejara ir, Donal ya le haba dicho dnde obtener ayuda y le haba dado su propio nmero de celular.

    En la oficina del crs, Nadia encontr a Lane Hartill, un oriundo de Oregon, alto, amable, de 35 aos, que le consigui una silla y una botella de agua y la escuch atentamente mien-tras ella describa la situacin de Fidel. El crs quera ayudar al mayor nmero de personas posible, le dijo Hartill a Nadia; la organizacin ya haba trado diecisis toneladas de comida y planeaba devolverle su trabajo a la gente contratndolos para remover escombros.

    Hartill ofreci acudir con Nadia a inspeccionar Fidel por s mismo. Cuando llegamos, se mostr sorprendido de que hubiera gente viviendo en el barranco. Qu hacen en la poca de lluvias?, pregunt. Se mojan, dijo Nadia.

    De vuelta en la oficina, se redact una autorizacin para que Nadia fuera al complejo del crs al otro lado de la ciudad y recogiera 150 cubetas de comida y 150 paquetes de higiene (cubetas con toallas, jabn, toallas sanitarias y detergente), as como cincuenta cajas de agua potable. Nadia parti en la motocicleta de un joven que viva cerca, y regres poco despus con cuatro camionetas pequeas.

    En el complejo del crs, mientras se suba la carga a las camionetas, Nadia bromeaba y coqueteaba con un contin-gente de soldados nepaleses de la onu que hacan guardia en el lugar. Estaba exultante con las provisiones. Cuando regres a Fidel, el pastor Villers abri las puertas de su iglesia y rpidamente hubo un arrollo de nios, y nias, y hombres yendo y viniendo de las camionetas, acarreando las cubetas del crs, y el agua, y apilndolo todo sobre el piso de la iglesia.

    Nadia iba y vena dando rdenes. Le dijo a la gente que hiciera una fila y, utilizando una lista de nombres que haba recopilado con su letra de nia, comenz a llamarlos uno a uno. ~

    Traduccin de Marianela Santovea Jon Lee Anderson.

    Publicado originalmente en The New Yorker

    marzo 2010 Letras Libres 31

    Foto

    : r

    od

    rigo

    ab

    d /

    aP

    024-031_Reportaje-RL.indd 31 2/19/10 8:39:19 PM