Análisis Conversacional y Pragmática Del Recepto2

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Análisis conversacional y pragmática del receptor La relación entre significante y significado no es arbitraria, sino necesaria. En el numerador tenemos el significante total, es decir, las formas puras de segunda articulación que sí pueden ir aisladas, los fonemas. En el denominador situamos al significado unido necesariamente al significante parcial, la función lingüística que nos permite interpretarlo. El acceso a los significados se realiza siempre a través de sus significantes (totales o parciales, es decir, fonemas o funciones), de ahí que hablemos de la prioridad perceptiva de estos. Se configura así un signo asimétrico con esta estructura: …. Ste…. Ste/Sdo Es evidente que el signo lingüístico se percibe a través de su soporte formal, es decir, el significante, y que esta prioridad explica la imposibilidad de un significado “suelto”, no acotado. Ni siquiera algo tan desprovisto de significado referencial como el acto de tararear una melodía nos resulta fácil sin recurrir a los significantes. Sólo en momentos muy breves y de alta actividad mental podemos tener la impresión de un procesamiento mental no lingüístico; en la mayor parte del tiempo, el pensamiento se apoya inevitablemente en una cadena verbal que le da forma. Dinamismo dialógico: aunque todo hablante es emisor y todo oyente es receptor, también el hablante es receptor y el oyente es emisor. Desde nuestro punto de vista, y como ya adelantamos a propósito de la deíxis, el concepto de enunciación engloba simultáneamente los conceptos de HABLANTE y OYENTE, es decir, el sujeto y el objeto de esa enunciación. Lo que hace la pragmática enunciativa es interpretar el concepto de acuerdo con su polaridad natural, es decir, con el realce perceptivo del hablante. La dualidad es evidente en conceptos como máxima conversacional, deíxis o presuposición, que no se explican sin alguna intervención del oyente

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sobre la pragmatica y el analisis conversacional

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Análisis conversacional y pragmática del receptor

La relación entre significante y significado no es arbitraria, sino necesaria. En el numerador tenemos el significante total, es decir, las formas puras de segunda articulación que sí pueden ir aisladas, los fonemas. En el denominador situamos al significado unido necesariamente al significante parcial, la función lingüística que nos permite interpretarlo.

El acceso a los significados se realiza siempre a través de sus significantes (totales o parciales, es decir, fonemas o funciones), de ahí que hablemos de la prioridad perceptiva de estos. Se configura así un signo asimétrico con esta estructura:

…. Ste….

Ste/Sdo

Es evidente que el signo lingüístico se percibe a través de su soporte formal, es decir, el significante, y que esta prioridad explica la imposibilidad de un significado “suelto”, no acotado. Ni siquiera algo tan desprovisto de significado referencial como el acto de tararear una melodía nos resulta fácil sin recurrir a los significantes. Sólo en momentos muy breves y de alta actividad mental podemos tener la impresión de un procesamiento mental no lingüístico; en la mayor parte del tiempo, el pensamiento se apoya inevitablemente en una cadena verbal que le da forma.

Dinamismo dialógico: aunque todo hablante es emisor y todo oyente es receptor, también el hablante es receptor y el oyente es emisor.

Desde nuestro punto de vista, y como ya adelantamos a propósito de la deíxis, el concepto de enunciación engloba simultáneamente los conceptos de HABLANTE y OYENTE, es decir, el sujeto y el objeto de esa enunciación. Lo que hace la pragmática enunciativa es interpretar el concepto de acuerdo con su polaridad natural, es decir, con el realce perceptivo del hablante. La dualidad es evidente en conceptos como máxima conversacional, deíxis o presuposición, que no se explican sin alguna intervención del oyente

enunciación: HABLANTE oyente

(EMISOR/ receptor) (RECEPTOR/ emisor)

Enunciado: sdo ---------------> STE -------------> sdo

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LAS LEYES DEL RECEPTOR

Al analizar el enfrentamiento perceptivo entre los sujetos del enunciado y la recepción, encontramos las leyes que presiden los intercambios y que han sido identificadas por pragmáticos y analistas conversacionales: sobreentendidos, presuposiciones, redundancias, prioridad... Reduciremos todas estas leyes o MÁXIMAS DEL RECEPTOR a sólo cuatro, asociándolas, como venimos haciendo, con las leyes perceptivas en las que basamos nuestra teoría:

- ley de la predictibilidad

- ley del refuerzo formal (stes)

- ley del sentido amplio (sdos)

- ley de la prioridad

La ley de la clausura establece la agrupación de los estímulos formando conjuntos cerrados, cosa que el receptor intenta al asociar las intervenciones de un modo coherente. Esto nos lleva a la noción de pertinencia condicional, que explica las restricciones que existen entre determinadas unidades conversacionales.

La segunda intervención esta condicionada por la primera, p.e. Saludo-saludo

La ley perceptiva de la igualdad (asociada al nivel de concordancia) supone la percepción conjunta de estímulos que son iguales o semejantes. Se asocia con la ley de la redundancia que lleva al emisor a reforzar la forma de su mensaje mediante reinicios, enlaces y conectores discursivos,... Podemos incluir esta ley de la redundancia en un concepto más amplio al que llamamos LEY DEL REFUERZO FORMAL, ya que la emisión de elementos redundantes se da también en la conducta del oyente (por medio de continuadores y turnos colaborativos, por ejemplo, que demuestran su mayor o menor disponibilidad como oyente). P.e. los reinicios del hablante (“pero- pero es que- pero es que yo no lo sabía”) y también están los continuadores del oyente (“vale”, “ya”, “mm”).

En tercer lugar, la ley de la proximidad explica que se perciban conjuntamente estímulos que están próximos, lo que nos lleva al terreno del significado y a la LEY DEL SENTIDO AMPLIO. Lo focalizado ya no son los elementos formales, sino los semánticos. La proximidad de la ley se establece entre lo afirmado y lo presupuesto, o entre lo literal y lo sobreentendido.

Por último, la ley de la buena forma, que relativiza la aplicación de las otras leyes y agrupa los estímulos según leyes culturales, nos lleva al PRINCIPIO DE PRIORIDAD, que es el principio más externo de la conversación y se relaciona con la imagen social de los interlocutores.

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Para la retórica clásica, la elaboración de un discurso ha de seguir cinco fases fundamentales que, simplificando mucho, podemos describir así:

1. La INVENTIO: el primer paso en la elaboración de un discurso es la búsqueda de ideas o argumentos que van a integrarlo. Hemos de tener en cuenta cuál es la finalidad de la exposición y, especialmente, qué tipo de auditorio vamos a encontrar.

2. La DISPOSITIO: una vez hemos decidido qué queremos decir, resulta fundamental la organización interna de esos argumentos. Tal vez lo primero sea ganarnos al público; la retórica aconsejaba una CAPTATIO BENEVOLENTIAE con la que salir al paso de las posibles críticas. Así, el orador se disculpa por los posibles fallos que va a tener o por su escaso conocimiento del tema, agradece la oportunidad de hablar y la atención con que sin duda los otros le obsequiarán...

3. La ELOCUTIO: intervienen aquí, fundamentalmente, las cuestiones relativas al estilo y, por tanto, la MÁXIMA DE LA MANERA, que puede explicar determinados casos de cambio de registro así como ciertas alternancias léxicas o sintácticas.

4. La MEMORIA: una vez que el texto definitivo ha sido elaborado, de acuerdo con las variables relativas al tipo de auditorio, a la finalidad del texto, y a la disposición interna de los argumentos aducidos, el orador ha de memorizar los elementos claves de su discurso. No es necesaria una memorización completa. Hay que contar con la posibilidad de, por ejemp lo, apoyarse en un esquema previo que puede escribirse en una pizarra o proyectarse con transparencias; también es posible realizar la exposición con papeles delante, pero hay que evitar en la medida de lo posible leer demasiado. El auditorio ha de tener acceso a la mirada del orador mientras éste pronuncia el discurso.

5. La ACTIO: confluyen aquí los elementos más externos de la oratoria que, no obstante, resultan tan importantes como aquellos relativos al contenido y la corrección gramatical o estilística. El discurso mejor elaborado puede resultar un rotundo fracaso si esta parte final se desarrolla con torpeza y poca credibilidad. Los tratados clásicos insisten en que hay que tener en cuenta por un lado los elementos no verbales y por otro los puramente lingüísticos.