ANDRÉ GIDE'Los monederos falsos

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    ANDR GIDELos monederos falsos

    Traduccin: Julio Gmez de la Serna

    A Roger Martin Du Gard, dedico mi primera novela enprueba de profunda amistad

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    PRIMERA PARTE

    PARISI

    EL JARDN DEL LUXEMBURGO

    Es cosa de creer que oigo pasos en el pasillo, se dijo Bernardo.

    Alz la cabeza y aguz el odo. Pero no: su padre y su hermano mayor tenan que hacer en el Palacio deJusticia; su madre estaba de visitas; su hermana en un concierto; en cuanto a su segundo hermano, el pequeoCaloub, tena que enclaustrarse a diario en un pensionado, al salir del liceo. Bernardo Profitendieuse habaquedado en casa para repasar su Bachillerato; no le quedaban ya ms que tres semanas. La familia respetabasu soledad: no as el demonio. A pesar de haberse quitado la chaqueta, Bernardo se ahogaba. Porla ventanaabierta a la calle slo entraba calor. La frente le chorreaba. Una gota de sudor corri por su nariz y fue a caersobre una carta que tena en la mano:

    Imita a una lgrima, pens. Pero ms vale sudar que llorar.

    S, la fecha era perentoria. No haba manera de dudar; era de l, de Bernardo, de quien se trataba. La cartaestaba dirigida a su madre; una carta de amor de haca diecisiete aos y sin firmar.

    Qu significa esta inicial? Una V, que puede ser tambin una N... Estar bien interrogar a mi madre?...Confiemos en su buen gusto. Soy muy dueo de imaginar que es un prncipe! Qu adelanto con saber quesoyhijo de un plebeyo! No saber uno quin es su padre: esto es lo que cura del miedo a parecrsele. Todainvestigacin obliga. No retengamos de ello ms que la liberacin. No ahondemos. Por eso ya tengo bastantepor hoy.

    Bernardo dobl nuevamente la carta. Era del mismo tamao que las otras doce del paquete. Estaban atadascon una cinta rosa, que no tuvo l que desatar: le bast con subirla para fajar como antes el paquete.Volvi a colocarlo en la arqueta y guard sta en el cajn de la consola. El cajn no estaba abierto: habaentregado su secreto por arriba. Bernardo sujet de nuevo las tiras desunidas del tablero de madera, cubiertopor una pesada pieza de nix. Coloc sta suave y, casi cuidadosamente, puso nuevamente encima los doscandelabros de cristal y el historiado reloj que acababa de entretenerse en componer.

    Sonaron las cuatro. Lo haba puesto en hora.

    El seor juez de Instruccin y el seor letrado, su hijo, no estarn de vuelta antes de las seis. Tengo tiempo.Es preciso que el seor juez encuentre a su regreso, sobre su mesa, la hermosa carta en que voy a notificarlemi partida. Pero antes de escribirla, siento un enorme deseo de airear un poco mis pensamientos y de ir enbusca de mi querido Oliverio, para asegurarme, al menos provisionalmente, un cubil. Oliverio, amigo mo, ha

    llegado para m el momento deponer a prueba tu bondad y para ti de demostrarme lo que vales. Lo mshermoso que haba en nuestra amistades que, hasta ahora, no habamos recurrido nunca el uno al otro. Bah!Un favor gracioso que hacer no puede resultar molesto de pedir. Lo molesto es que Oliverio no estar solo.Qu se le va a hacer! Ya me las arreglar para hablarle aparte. Quiero aterrarle con mi tranquilidad. En loextraordinario es donde me encuentro ms natural.

    La calle de T., donde Bernardo Profitendieu haba vivido hasta ese da, est muy cerca del jardn delLuxemburgo. All, junto a la fuente Mdicis, en esa avenida que la domina, tenan la costumbre de verse,todos los mircoles de cuatro a seis, algunos de sus camaradas. Hablbase de arte, de filosofa, de deportes, depoltica y de literatura. Bernardo haba caminado muy de prisa; pero al pasar la verja del jardn divis aOliverio Molinier e inmediatamente aminor su paso.

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    La reunin era aquel da ms numerosa que de costumbre, sin duda a causa del buen tiempo. Habanseagregado unos cuantos a quienes Bernardo no conoca an a uno de aquellos muchachos, no bien seencontraba delante de los otros, representaba un personaje y perda casi toda naturalidad.

    Oliverio enrojeci al ver acercarse a Bernardo y separndose con bastante brusquedad de una joven con quienconversaba, se alej. Bernardo era su amigo ms ntimo y por eso Oliverio tena muy buen cuidado en noparecer buscarle; a veces, finga incluso no verle.

    Antes de llegar hasta l, Bernardo tena que afrontar varios grupos, y como l tambin aparentaba no buscar aOliverio, se entretena.

    Cuatro de sus compaeros rodeaban a uno bajito, barbudo, con lentes, notablemente mayor que ellos, quellevaba un libro. Era Dhurmer.

    Qu quieres! deca dirigindose especialmente a unode los otros, aunque visiblemente satisfecho de serescuchado por todos. He llegado hasta la pgina treinta sin encontrar un solo color, una sola palabra quepinte. Habla de una mujer; no s siquiera si su vestido era rojo o azul. Yo, cuando no hay colores, no veonada, sencillamente.

    Y por afn de exagerar tanto ms cuanto que se senta tomado menos en serio, insista:

    Absolutamente nada.

    Bernardo no escuchaba ya al discurseador; parecale incorrecto apartarse demasiado pronto, pero prestaba yaatencin a otros que disputaban a su espalda y a los que se haba unido Oliverio, despus de separarse de lamuchacha; uno de ellos, sentado en un banco, lea la Accin Francesa.

    Qu formal parece Oliverio Molinier entre todos! Y, sin embargo, es uno de los ms jvenes. Su rostro casiinfantil an y su mirada revelan la precocidad de su pensamiento. Se ruboriza fcilmente. Es tierno. Por muyafable que se muestre con todos, no se sabe qu secreta reserva, qu pudor, mantiene a sus compaeros adistancia. Lo cual le apena. Si no fuese por Bernardo le apenara an ms.Molinier se haba prestado un instante, como hace ahora Bernardo, a cada uno de los grupos; porcomplacencia, ya que nada de lo que escuchaba le interesa.

    Se inclinaba sobre el hombro del lector. Bernardo, sin volverse, le oa decir:

    Haces mal en leer peridicos; eso te congestiona.

    Y replicar al otro, con voz agria:

    T, en cuanto se habla de Maurras, te pones lvido.

    Y luego preguntar a un tercero, en tono zumbn:Te divierten los artculos de Maurras?

    Y contestar al primero:

    Me revientan; pero reconozco que tiene razn.

    Y despus, a un cuarto, cuya voz no conoca Bernardo:

    A ti, todo lo que no te molesta, te parece falto de profundidad.

    El primero replicaba:

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    en el momento de la msica y de la salida de los almacenes. Estudiantes, como ahora. Al atardecer,amantes que se besan y otros que se separan, llorando.Y finalmente, al anochecer, una pareja de viejos... Y de pronto, un redoble de tambor: cierran. Todo el mundo

    sale. Se acab la comedia. Comprendes? Algo que diese la impresin del final de todo, de la muerte... perosin hablar de la muerte, naturalmente.

    S, ya veo la cosa muy bien dijo Oliverio, que pensaba en Bernardo y no haba escuchado una palabra.

    Y no es esto todo, no es esto todo! prosigui Luciano con ardor. Quisiera, en una especie deeplogo, mostrar esta misma avenida, de noche, cuando todo el mundo se ha ido, desierta, mucho ms bellaquede da; en el gran silencio la exaltacin de todos los ruidos naturales: el ruido de la fuente, del viento entrelas hojas, y el canto de un pjaro nocturno.Pens al principio hacer vagar por ah sombras, estatuas quiz... pero creo que resultara ms vulgar; a ti qute parece?

    No, nada de estatuas, nada de estatuas protest distradamente Oliverio; y luego, ante la mirada triste delotro: Bueno, chico, si consigues hacerlo, ser asombroso exclam fervorosamente.

    IILA FAMILIA PROFITENDIEU

    No hay indicio en las cartas de Poussin, de ninguna obligacin para con sus padres No mostr, despus, lamenor pena por haberse alejado de ellos. Trasladado voluntariamente a Roma, perdi todo deseo de regresar,y hasta dijrase, que todo recuerdo.

    PAUL DESJARDINS (Poussin).

    El seor Proftendieu tena prisa en volver a su casa y le pareca que su colega Molinier, que leacompaabapor el bulevar Saint-Germain, andaba muy despacio.Alberico Profitendieu acababa de pasar un da especialmente atareado: le preocupaba sentir cierta pesadez enel costado derecho; el cansancio, en l, leatacaba al hgado, que tena un poco delicado. Pensabaen el baoque iba a darse; nada le descansaba mejor delas preocupaciones diarias, que un buen bao; enprevisin de lo cual no haba merendado aquella tarde, juzgando que no es prudente meterse en el agua, aunestando templada, ms que con el estmago vaco.Despus de todo, acaso no era ello sino un prejuicio;pero los prejuicios son los pilares de la civilizacin.Oscar Molinier apresuraba el paso cuanto poda y seesforzaba por seguir a Profitendieu, pero era muchomsbajo que ste y de menor desarrollo crural; adems,tena el corazn un poco envuelto en grasa, y sesofocaba fcilmente. Profitendieu, vigoroso an aloscincuenta y cinco aos, sin barriga y de paso gil, sehubiese separado de l de buena gana; pero eramuyrespetuoso con las conveniencias sociales; su colegatena ms edad que l, y era de ms categora enlacarrera: le infunda respeto. Tena adems que hacerseperdonar su fortuna que, desde la muerte de lospadresde su mujer, era considerable, mientras que el seorMolinier no posea ms bienes que su sueldo de

    presidente de Sala, sueldo irrisorio y desproporcionadocon la elevada posicin que ocupaba con una dignidad

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    tanto mayor cuanto que paliaba su mediocridad.Profitendieu disimulaba su impaciencia; se volva haciaMolinier y vea cmo se secaba el sudor; pero su

    puntode vista no era el mismo y l discusin se acaloraba.Haga usted vigilar la casa deca Molinier. Recojalos informes del portero y de la falsa criada: todoesoest muy bien. Pero tenga usted cuidado, pues a pocoque lleve su indagatoria un poco demasiado adelante,sele escapar de las manos el asunto... Quiero decir quese expone usted a que le arrastre ms all de loquepensaba usted al principio.

    Esas preocupaciones no tienen nada que ver con laJusticia.

    Vamos! Vamos, amigo mo; ya sabemos usted y yo loque debiera ser la Justicia y lo que es. Hacemos loquepodemos, conformes; pero por mucho que hagamos, sloconseguimos algo aproximado. El caso que leocupa hoyes particularmente delicado: de quince inculpados, oque, por una sola palabra de usted podrn serlomaana,hay nueve menores. Y algunos de esos nios, como ustedsabe, son hijos de familias honorabilsimas. Poresoconsidero, en este caso, la menor orden de detencincomo una torpeza insigne. Los peridicos partidistasseapoderarn del asunto, y abre usted la puerta a todoslos chantajes, a todas las difamaciones. Haga ustedloque haga, a pesar de toda su prudencia, no podr ustedimpedir que suenen nombres... No tengo categoraparadarle un consejo y ya sabe usted hasta qu punto lorecibira de usted, cuya alteza de miras, cuya lucidezycuya rectitud he reconocido y apreciado siempre...Pero yo en su lugar, obrara as: buscara el medio deponer fin a ese abominable escndalo, cogiendo a cuatro

    o cinco de los instigadores... S, ya s que sondifciles de echar el guante; pero, qu diablo!, esnuestraprofesin. Hara cerrar el piso, teatro de esasorgas, y me las compondra para prevenir a los padresde esos jvenes desvergonzados, suavemente,secretamente y tan slo de manera de impedirreincidencias. Ah, en cambio, encierre usted a esasmujeres!Eso se lo concedo de buena gana; parece que

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    tenemos que habrnoslas en este caso con unas cuantascriaturas de una insondable perversidad, de las quehayque limpiar a la sociedad. Pero, lo repito una vez ms:

    no coja usted a unos nios; contntese usted conasustarles, y luego cubra usted todo eso con laetiqueta de habiendo obrado sin discernimiento y quese queden asombrados largo tiempo de haberselibrado deello con el susto. Piense usted que tres de esosmuchachos no tienen an catorce aos y que,seguramente, los padres los consideran como unosngeles de pureza y de candor. Pero al fin de cuentas,vamos, mi querido amigo, aqu en confianza, es quenosotros no pensbamos ya en las mujeres a esa edad?

    Se haba detenido, ms sofocado por su elocuencia quepor su paso, obligando a Profitendieu, a quienhabacogido de la manga, a detenerse tambin.

    O si pensbamos en ellas prosigui, era como podradecirse, idealmente, msticamente,religiosamente.Estos muchachos de hoy, como usted ve, estos muchachoscarecen ya de ideal... Y a propsito, cmo estnlosde usted? Claro est que no deca todo esto por ellos.S que con ellos, bajo la vigilancia de usted y graciasa la educacin que usted les ha dado,semejantesextravos no son de temer.

    En efecto, Profitendieu no haba tenido, hasta elpresente, ms que satisfacciones con sus hijos; pero nosehaca ilusiones: la mejor educacin del mundo nopuede? contra los malos instintos; a Dios gracias, sushijosno tenan malos instintos, lo mismo que los hijosde Molinier, sin duda; por eso se apartaban por spropios delas malas compaas y de las malas lecturas.Porque de qu sirve prohibir lo que no se puedeimpedir? Los libros que le prohiben leer, el nio loslee aescondidas. El sistema que l emplea es muysencillo: no prohiba la lectura de los malos libros;pero se las arreglaba de manera que sus hijos nosintiesen el menor deseo de leerlos. En cuanto alasunto en cuestin, volvera a reflexionar sobre l; yprometa, en todo caso, no hacer nada sin avisrseloaMolinier. Seguiran simplemente ejerciendo una discreta

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    vigilancia y puesto que el mal duraba ya desde hacatres meses, poda muy bien continuar unos cuantos das

    o unas cuantas semanas ms. Por otra parte, lasvacaciones se encargaran de dispersar a losdelincuentes. Hasta la vista.Profitendieu pudo apretar, al fin, el paso.

    No bien lleg a su casa, corri al cuarto de bao yabri los grifos. Antonio acechaba el regreso de su amoy selas arregl para cruzarse con l en el pasillo.

    Aquel fiel criado estaba en la casa desde haca quinceaos; haba visto crecer a los nios. Haba podidovermuchas cosas; sospechaba otras muchas, pero aparentabano notar nada de lo que pretendan ocultarle.Bernardono dejaba de sentir afecto por Antonio. No habaquerido marcharse sin decirle adis. Y acaso, porrabiaa su familia, se complaca en poner al corriente a unsimple criado de aquella huida que susallegadosignoraran; pero hay que decir en descargo de Bernardoque ninguno de los suyos estaba en aquelmomento encasa. Adems, Bernardo no hubiera podido decirles adissin que intentasen detenerle. Y l tenamiedo a lasexplicaciones. A Antonio poda decirle simplemente: Memarcho. Pero al decrselo le alarg lamano de unamanera tan solemne que el viejo criado se quedsorprendido.

    No vuelve el seor a cenar?

    Ni a dormir, Antonio.

    Y como el otro permaneciera indeciso sin saber bienqu pensar, ni si deba preguntarle ms, Bernardorepitims intencionadamente: Me marcho, y luegoagreg:

    He dejado una carta sobre la mesa de...

    No pudo decidirse a decir pap, y corrigindose:

    ...sobre la mesa del despacho. Adis.

    Al estrechar la mano de Antonio, sentase emocionado,

    como si se despidiese al mismo tiempo de su pasado;repiti muy de prisa adis, y despus se fue, para nodejar estallar el gran sollozo que le suba a lagarganta.

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    Antonio dudaba pensando si no constitua una graveresponsabilidad dejarle marchar as; pero, cmohubiesepodido retenerle?

    Que aquella fuga iba a ser para toda la familia unacontecimiento inesperado, monstruoso, Antonio losenta sin duda, pero su papel de perfecto servidorconsista en no extraarse de ello. No tena por qusaber loque el seor Profitendieu no saba. Hubierapodido, sin duda, decirle simplemente: El seor sabeque el seorBernardo se ha marchado?; pero as perdatoda ventaja, lo cual no era nada divertido. Siesperaba a su amo con tanta impaciencia era paradeslizarle, en un tono neutro, deferente, y como unsimpleaviso que le hubiese encargado de transmitirBernardo, esta frase que haba preparado largo rato:

    Antes de marcharse, el seor Bernardo ha dejado unacarta para el seor en el despacho.

    Frase tan sencilla que corra el riesgo de pasarinadvertida; haba l buscado en vano algo de msbulto, sinencontrar nada que fuese a la vez natural.Pero como Bernardo no se ausentaba nunca, el seorProfitendieu, a quien Antonio observaba con el rabillodelojo, no pudo reprimir un sobresalto:

    Cmo! Antes de...

    Se domin en seguida; no poda dejar traslucir susorpresa delante de un subalterno; el sentimiento desusuperioridad no le abandonaba nunca. Termin con untono muy tranquilo, realmente magistral.

    Est bien.

    Y mientras se diriga a su despacho:

    Dnde dices que est esa carta?

    Sobre la mesa del seor.

    No bien entr en la habitacin, Profitendieu vio, enefecto, un sobre colocado de un modo ostensible frentealsilln donde acostumbraba l a sentarse paraescribir; pero Antonio no ceda tan pronto, y el seorProfitendieuno haba ledo dos lneas de la carta,cuando oy llamar a la puerta.

    Me olvidaba de decir al seor que hay dos personasque esperan en el saloncito.

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    Que personas?

    No s.Vienen juntas?

    No lo parece.

    Qu me quieren?

    No lo s. Quieren ver al seor.

    Profitendieu sinti que se le acababa la paciencia.

    Ya he dicho y repito que no quiero que vengan amolestarme aqu sobre todo a esta hora; tengo misdas ymis horas de recibo en el Palacio de Justicia...Por qu las has dejado pasar?

    Las dos han dicho que tenan algo urgente que deciral seor.

    Estn ah hace mucho?

    Har pronto una hora.

    Profitendieu dio unos pasos por la habitacin y sepas una mano por la frente; en la otra tena la cartadeBernardo. Antonio segua en la puerta, digno,impasible. Tuvo al fin la alegra de ver al juez perdersu calma y de orle, por primera vez en su vida,gruir, dando con el pie en el suelo.

    Que me dejen en paz!, que me dejen en paz! Dilesque estoy ocupado. Que vuelvan otro da.No haba acabado de salir Antonio cuando Profitendieucorri a la puerta:

    Antonio! Antonio!... Vete a cerrar los grifos delbao.

    Para baos estaba! Se acerc al balcn y ley:

    Muy seor mo:

    He comprendido, de resultas de cierto descubrimientoque he hecho por casualidad esta tarde, que debocesarde considerarle como a mi padre, lo cual representapara m un inmenso alivio. Al sentir tan poco

    cariopor usted he credo, durante mucho tiempo, que era youn hijo desnaturalizado; prefiero saber que nosoy hijode usted en absoluto. Quizs estime usted que le deboagradecimiento por haberme usted tratado comoa uno desus hijos; pero, lo primero, he sentido siempre entreellos y yo una diferencia de consideraciones porparte

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    de usted y luego que todo lo que usted ha hecho, leconozco lo suficiente para saber que ha sido por miedoalescndalo, para ocultar una situacin que no lehaca a usted mucho honor, y, finalmente, porque nopoda

    usted hacer otra cosa. Prefiero marcharme sin vera mi madre porque he temido, si me despeda deelladefinitivamente, enternecerme y tambin porque delantede m, podra ella sentirse en una situacin falsa,locual me sera muy desagradable. Dudo que su afectohacia m sea muy grande; como he estado casisiempreinterno, no ha tenido ella tiempo de conocerme, y comoel verme le recordaba sin cesar algo de su vidaquehubiera querido borrar, creo que me ver marchar congran alivio y complacencia. Dgale, si tieneustedvalor para ello, que no la guardo rencor por habermehecho bastardo; que, por el contrario, prefiero esoasaber que usted me ha engendrado. (Perdone usted que lehable as; mi intencin no es escribir insultos;perolo que le digo le va a permitir a usted despreciarme yeso le servir de alivio.)

    Si desea usted que guarde silencio sobre los motivossecretos que me han hecho abandonar su casa, leruegoque no intente hacerme volver a ella. Mi resolucin deabandonarle es irrevocable. No s lo que habrpodidocostarle mi manutencin hasta este da; he podidoaceptar el vivir a sus expensas mientras estabaignorante de todo, pero no hay ni qu decir queprefiero no recibir nada de usted en el porvenir. Laidea dedeberle a usted algo me resulta intolerable, ycreo que, si las cosas volviesen a empezar, preferiramorirme dehambre antes que sentarme a su mesa.

    Afortunadamente creo recordar haber odo decir que mimadre era ms rica que usted cuando le tom poresposo.Puedo, por tanto, pensar que he vivido tan slo a costade ella. Se lo agradezco, le perdono todo lo dems ylepido que me olvide. Ya encontrar usted algn medio deexplicar mi marcha a quienes pudiera extraarles.Lepermito que me eche la culpa por entero (aunque sperfectamente que no esperar usted mi permisoparahacerlo).

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    Firmo con el apellido ridculo, que es el suyo, quequisiera poder devolverle y que me urge deshonrar.

    BERNARDO PROFITENDIEUP. S. Dejo en su casa todos mis brtulos, quepodrn servir a Caloub con ms legitimidad que a m,como espero en beneficio de usted.

    El seor Profitendieu pudo llegar, vacilante, hasta unsilln. Hubiese querido reflexionar, pero lasideasremolineaban confusamente en su cabeza. Adems, sentauna ligera punzada en el costado derecho, all,bajolas costillas; no podia engaarse: era el clicoheptico. Habra siquiera agua de Vichy en casa? Sial menos estuviese de vuelta su mujer! Cmo ibaacontarle la fuga de Bernardo? Deba ensearle la"carta? Es injusta esta carta, abominablemente injusta.Debiera indignarle sobre todo. Quera tomar su tristezapor indignacin. Respira hondamente y a cadaespiracinexhala un ah, Dios mo!, rpido y dbil como unsuspiro. Su dolor en el costado se confunde consutristeza, la evidencia y la localiza. Parcele quesiente pena en el hgado. Se arroja en un silln yrelee lacarta de Bernardo. Se alza de hombros,tristemente. Realmente, aquella carta es muy dura conl; pero nota en ella despecho, provocacin, jactancia.Jams ninguno de sus hijos, de sus verdaderos hijos,hubiera sido capaz de escribir as, como no hubierasido capaz l mismo; lo sabe muy bien porque no haynadaen ellos que l no haya conocido en s mismo.Verdad es que l ha credo siempre que deba censurarlo que senta en Bernardo de nuevo, de spero,deindomado; pero aunque lo siga creyendo, comprende contoda claridad que precisamente a causa de eso,lequera como no habr querido nunca a los otros.

    Desde haca unos instantes oase en la habitacincontigua a Cecilia que, de vuelta del concierto, sehaba sentado al piano y repeta con obstinacin lamismafrase de una barcarola. Finalmente AlbericoProfitendieu no pudo contenerse ms. Entreabri la

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    puerta del saln y con voz quejumbrosa, casisuplicante, porque el clico heptico empezaba a

    hacerle sufrir cruelmente (y adems siempre ha sido unpoco tmido con ella):Cecilita, quieres ver si hay agua de Vichy en casa?Si no la hubiese, manda a buscarla. Adems, teagradecera que tuvieses la bondad de dejar un poco elpiano.

    Te sientes mal?

    No, no. Es, sencillamente, que necesito meditar unpoco hasta la cena y tu msica me distrae.

    Y, por amabilidad, pues el dolor le dulcifica, aade:

    Es muy bonito lo que estabas tocando. Qu era?

    Pero se va sin haber odo la respuesta. Por otraparte, su hija, que sabe que no entiende nada de msicay queconfunde un cupl con la marcha de Tannhuser(ella as lo dice al menos), no tiene el propsito decontestarle.Mas he aqu que vuelve a abrir la puerta.

    No ha vuelto tu madre?

    No, todava no.

    Es absurdo. Iba a regresar tan tarde que no tendra ltiempo de hablarle antes de cenar. Qu iba ainventarpara explicar, de momento, la ausencia de Bernardo? Nopoda, sin embargo, contar la verdad, revelara loschicos el secreto del extravo pasajero de su madre.Ah, estaba todo tan bien perdonado, olvidado,reparado! El nacimiento de su ltimo hijo haba selladosu reconciliacin. Y de pronto, aquel espectrovengadorque resurga del pasado, aquel cadver devuelto por lasolas...Vaya! qu suceda ahora? La puerta de su despacho seha abierto sin ruido; rpidamente, se mete la cartaenel bolsillo interior de su americana; la cortina sealza muy despacio. Es Caloub.

    Dime, pap.... Qu quiere decir esta frase latina?No la entiendo.

    Ya te he dicho que no entres sin llamar. Y, adems,no quiero que vengas a interrumpirme as, a cadamomento. Te ests acostumbrando a que te ayuden,aconfiarte en los dems, en vez de realizar un esfuerzo

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    personal. Ayer era tu problema de geometra; hoy es

    una... de quin es tu frase latina?Caloub le tiende su cuaderno.

    No nos lo ha dicho; pero, mira; a ver si t lareconoces. Nos la ha dictado, pero quizs la he escritomal.Quisiera saber, al menos, si est escritacorrectamente...

    El seor Profitendieu coge el cuaderno, pero sufredemasiado. Rechaza suavemente al nio.

    Despus. Vamos a cenar. Ha vuelto Carlos?

    Ha bajado otra vez a su despacho. (El abogado recibea sus clientes en el piso bajo.)

    Dile que venga aqu. Anda, de prisa.

    Un timbrazo! La seora Profitendieu regresa al fin;se disculpa de llegar con retraso; ha tenido que hacermuchas visitas. Le apena encontrar enfermo a su marido.Qu puede hacerse? Es verdad que tiene muy mala cara.No podr comer. Que se sienten a la mesa sin l. Peroque venga, despus de la comida, a verle, con loschicos.Y Bernardo? Ah, es verdad! Su amigo... yasabes, ese con el que repasaba las matemticas, se lehallevado a cenar.

    Profitendieu se encontraba mejor. Al principio temiestar demasiado enfermo para poder hablar. Y,sinembargo, haba que dar una explicacin sobre laausencia de Bernardo. Saba ahora lo que deba decir,por doloroso que ello fuese. Sentase firme y resuelto.Su nico temor era que su mujer le interrumpiera con sullanto o con un grito; que se sintiese mal...Una hora ms tarde, entra ella con los tres hijos; seacerca. l la hace sentarse, a su lado, junto a susilln.

    Procura contenerte le dice en voz baja, pero con untono imperioso; y no digas una palabra; ya meentiendes. Luego hablaremos los dos.

    Y mientras l habla, tiene cogida una mano de ellaentre las suyas.

    Vamos, sentaos, hijos mos. Me cohibe veros ah, depie frente a m, como en un examen. Tengo quedeciros

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    algo muy triste. Bernardo nos ha abandonado y no levolveremos ya a ver... de aqu a algn tiempo. Tengoquerevelaros hoy lo que os he ocultado al principio,

    deseoso como estaba yo de veros querer a Bernardo comoa un hermano; porque vuestra madre y yo lequeramoscomo a un hijo. Pero no era hijo nuestro... y un tosuyo, hermano de su verdadera madre, que nos lehabaconfiado al morir... ha venido esta noche a buscarle.

    Un silencio penoso sigue a sus palabras y se oyesorber con la nariz a Caloub. Cada uno de ellos espera,creyendo que va a hablar ms. Pero l hace un ademn:

    Idos ahora, hijos mos. Necesito hablar con vuestramadre.

    Despus que han partido, el seor Profitendieupermanece largo rato sin decir nada. La mano que laseora Profitendieu ha dejado entre las suyas estcomomuerta. Con la otra se ha llevado ella el pauelo a losojos. Se apoya en la gran mesa y vuelve la caraparallorar. A travs de los sollozos que la agitan,Profitendieu la oye murmurar:

    Oh, qu cruel eres!... Le has echado!...

    Haca un rato haba l decidido no ensearle la cartade Bernardo; pero ante esta acusacin tan injusta se latiende.

    Ten: lee.

    No puedo.

    Es preciso que leas.

    Ya no piensa en su dolor. La sigue con los ojos, a lolargo de la carta, lnea tras lnea. Haca un momento,al hablar, costbale trabajo contener las lgrimas;ahora la emocin misma le abandona; contempla a sumujer. Qu piensa? Con la misma voz quejumbrosa,atravs de los mismos sollozos, murmura an:

    Oh!, por qu le has hablado?... No hubieras debidodecirle.

    Pero si ya ves que yo no le he dicho nada!... Leemejor su carta.

    La he ledo bien... Pero, entonces, cmo hadescubierto?... quin le ha dicho?...

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    Cmo!, en eso piensa ella! Ese es el acento de sutristeza! Aquel pesar deba unirlos. Ay!Profitendieusiente vagamente que los pensamientos de ambos tomandirecciones opuestas. Y mientras ella se

    queja, acusa,reclama, l intenta inclinar aquel espritu indcilhacia unos sentimientos ms piadosos.

    sta es la expiacin dice.

    Se ha levantado, por instintiva necesidad de dominar;est ahora muy erguido, olvidado y despreocupado de sudolor fsico, y coloca grave y tiernamente,autoritariamente su mano sobre el hombro de Margarita.Sabe muy bien que ella no se ha arrepentido nunca msque muy imperfectamente de lo que l ha queridosiempreconsiderar como un extravo pasajero; querra decirleahora que aquella tristeza, aquella pruebapodrayudarla a rendirse; pero busca en vano una frmula quela satisfaga y que pueda resultar comprensible.Elhombro de Margarita resiste a la suave presin de sumano. Margarita sabe perfectamente que siempre, deunmodo insoportable, debe surgir alguna enseanza moral,explicada por l, de los menores sucesos de la vida; linterpreta y traduce todo conforme a su dogma.Seinclina hacia ella. He aqu lo que quisiera decirle:

    Ya ves, infeliz amiga ma: no puede producir nadabueno el pecado. De nada ha servido intentar tapartufalta. Ay! He hecho cuanto he podido por ese hijo; lehe tratado como si fuese mo. Dios nos ensea ahoraqueera un error pretender...

    Pero a la primera frase se detiene.

    Y ella comprende, sin duda, aquellas pocas palabrastan cargadas de sentido; sin duda, han penetrado ensucorazn, porque vuelven a conmoverla los sollozos, msviolentos todava que al principio, a ella, quedesdehaca unos instantes ya no lloraba; luego, se doblacomo dispuesta a arrodillarse ante l, que seinclinahacia su mujer y la sostiene. Qu dice ella a travsde sus lgrimas? l se encorva hasta sus labios. Yoye:

    Ya lo ves... ya lo ves... Ah!, por qu meperdonaste?... Ah, no deba yo haber vuelto!

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    Se ve casi obligado a adivinar sus palabras. Luego,ella enmudece: no puede tampoco expresar ms. Cmo ibaa decirle que se senta aprisionada en aquella

    virtudque l exiga de ella? Que se ahogaba; que no era tantosu falta la que ahora deploraba, sino elhabersearrepentido de ella.

    Profitendieu se haba erguido de nuevo.

    Mi pobre amiga dice con un tono digno y severo.temo que ests un poco obcecada esta noche. Es yatarde. Mejor haramos en acostarnos.

    La ayuda a levantarse y luego la acompaa hasta sucuarto, roza su frente con sus labios y despus sevuelve asu despacho y se deja caer en un silln. Cosarara: su clico heptico se ha calmado; pero se sientedestrozado.Permanece con la frente en las manos,demasiado triste para llorar. No oye llamar a lapuerta, pero al ruido que hace al abrirse, alza lacabeza: es suhijo Carlos.

    Vena a darte las buenas noches.

    Carlos se acerca. Lo ha comprendido todo. Quieredrselo a entender a su padre. Quisiera demostrarlesucompasin, su cario, su devocin, pero quin iba acreerlo en un abogado: es de lo ms torpeparaexpresarse; o quiz se vuelve torpe precisamente cuandosus sentimientos son sinceros. Abraza a su padre.Lamanera insistente que tiene de colocar, de apoyar sucabeza sobre el hombro de su padre y dedescansarlaall un rato, persuade a ste de que ha comprendido. Hacomprendido de tal modo que alzando unpoco la cabeza,pregunta torpemente, como todo lo que l hace, tieneel corazn tan dolorido! que no puede dejar depreguntar:

    Y Caloub?

    La pregunta es absurda, porque as como Bernardo sediferenciaba de los otros hijos, en Caloub el airedefamilia es evidente. Profitendieu da unos golpecitossobre el hombro de Carlos:

    No, no, tranquilzate. nicamente Bernardo.

    Entonces Carlos, sentenciosamente:

    Dios arroja al intruso por...

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    Pero Profitendieu le detiene; qu necesidad tiene deque le hablen as? Cllate.

    El padre y el hijo no tienen ya nada que decirse.Dejmosles. Pronto sern las once. Dejemos a la seoraProfitendieu en su cuarto, sentada sobre unasillitarecta, poco confortable. Ya no llora; no piensa ennada. Quisiera, ella tambin, huir; pero no lo har.Cuando estaba con su amante, el padre de Bernardo, queno tenemos por qu conocer, ella se deca: Pormuchoque hagas, no sers nunca ms que una mujer honrada.Tena ella miedo a la libertad, al crimen, a la buenaposicin; lo cual hizo que, al cabo de diez das,volviese arrepentida al hogar. Sus padres tenan raznal decirlo en otro tiempo: No sabes nunca loquequieres. Dejmosla. Cecilia duerme ya. Caloubcontempla su vela con desesperacin: no durar losuficiente para permitirle terminar un libro deaventuras, que le distrae de la marcha de Bernardo.Hubiera yo sentido curiosidad por saber lo que Antonioha podido contar a su amiga, la cocinera; pero nopuedeuno orlo todo. sta es la hora en que Bernardo debe ira casa de Oliverio. No s bien dnde cenaquellanoche, ni si cen siquiera. Ha pasado sin dificultadpor delante de la portera; sube la escaleracautelosamente...

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    IIIBERNARDO Y OLIVERIO

    Plenty and peace breeds cowards: hardness ever

    Of hardiness is mother.

    SHAKESPEARE.

    Oliverio se haba metido en la cama para recibir elbeso de su madre, que vena a besar a sus dos ltimoshijos,en sus camas, todas las noches. Hubiera podidovolver a vestirse para esperar a Bernardo, pero dudabaan desu llegada y tema dar el alerta a su hermanopequeo. Jorge se dorma de costumbre en seguida ysedespertaba tarde; quiz no notase nada anmalo.

    Al or una especie de rascado discreto en la puerta,Oliverio salt de su cama, se calz apresuradamenteunas zapatillas y corri a abrir. No tuvo necesidaddeencender; la luz de la luna iluminaba lo suficiente elcuarto. Oliverio estrech a Bernardo en sus brazos.

    Cmo te esperaba! No poda creer que vinieses:Saben tus padres que no duermes esta noche en tu casa?

    Bernardo miraba hacia adelante, a la oscuridad. Seencogi de hombros.

    Crees que deba haberles pedido permiso, no?

    El tono de su voz era tan framente irnico, queOliverio sinti inmediatamente lo absurdo de supregunta. No ha comprendido an que Bernardo se hamarchado de veras; cree que tiene el propsitodefaltar slo aquella noche y no se explica el motivo deaquella escapatoria. Le interroga:

    Cundo piensas volver?

    Nunca!

    Entonces se hace la luz en el cerebro de Oliverio. Lepreocupa grandemente mostrarse a la altura de lascircunstancia y no dejarse sorprender por nada; a pesarde locual se le escapa un: Es enorme eso que haces!No le desagrada a Bernardo asombrar un poco a suamigo; es sensible sobre todo a lo que se traslucedeadmiracin en aquella exclamacin; pero se encoge otra

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    vez de hombros. Oliverio le ha cogido la mano; est muy

    serio; pregunta con ansiedad:Pero... por qu te vas?

    Ah! Esos son asuntos de familia. No puedo decrtelo.

    Y para no parecer demasiado serio, se divierte enhacer caer con la punta de su zapato la zapatilla queOliveriobalancea al extremo de su pie, pues se hansentado al borde de la cama.

    Entonces, dnde vas a vivir?

    No s.

    Y con quin?

    Ya veremos.

    Tienes dinero?

    El suficiente para almorzar maana.

    Y despus?

    Despus habr que buscar. Bah! Siempre encontraralgo. Ya vers; te lo contar.

    Oliverio admira inmensamente a su amigo. Conoce sucarcter decidido; sin embargo, desconfa an: faltoderecursos y apremiado bien pronto por la necesidad, nointentar volver a su casa? Bernardo le tranquiliza;intentar cualquier cosa antes que volver con lossuyos. Y como repite varias veces y cada una de ellasmssalvajemente: cualquier cosa, una sensacinangustiosa sobrecoge el corazn de Oliverio. Querrahablar, pero no se atreve. Al fin, empieza, bajandolacabeza y con voz insegura:

    Bernardo... a pesar de todo, no tendrs intencinde...

    Pero se detiene. Su amigo levanta los ojos y, sin verbien a Oliverio, percibe su confusin.

    De qu? pregunta. Qu quieres decir? Habla. Derobar?

    Oliverio mueve la cabeza.

    No, no es eso.De pronto estalla en sollozos; estrechaconvulsivamente a Bernardo.

    Promteme que no te...

    Bernardo le abraza y luego le rechaza, riendo. Hacomprendido:

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    Eso te lo prometo. No, no me dedicar a chulo.

    Y aade:Confiesa, sin embargo, que sera lo ms sencillo.

    Pero Oliverio se siente tranquilizado; sabe muy bienque estas ltimas palabras slo las ha dicho poraparentarcinismo.

    Tu examen?

    S; eso es lo que me revienta. No quisiera que metumbasen. Creo estar preparado; es cuestin sobre tododeno estar cansado ese da. Tengo que salir pronto delapuro. Es un poco arriesgado, pero... saldr, ya lovers.

    Se quedan un instante callados. La segunda zapatillase ha cado. Bernardo:

    Vas a coger fro. Vuelve a acostarte.

    No; eres t el que va a acostarse.

    Djate de bromas! Vamos, pronto.

    Y obliga a Oliverio a meterse de nuevo en la camadeshecha.

    Pero, y t?, dnde vas a dormir?

    En cualquier sitio. Sobre el suelo. En un rincn.Tengo que irme acostumbrando.

    No, yeme. Quiero decirte algo, pero no podr si note siento muy cerca de m. Ven a mi cama.Y una vez que Bernardo, que se ha desnudado en unmomento, est tambin en la cama:

    Ya sabes lo que te dije la otra vez. Atrae contra la su amigo, que contina:

    Bueno, chico, pues es repugnante. Horrible!...Despus, tena ganas de escupir, de vomitar, dearrancarme la piel, de matarme.

    Exageras.

    O de matarla a ella...

    Quin era? No habra sido imprudente, al menos?

    No, es una lagarta muy conocida de Dhurmer: l me lapresent. Lo que me asqueaba sobre todo era suconversacin. No cesaba de hablar. Y qu estpida es!No comprendo cmo no se calla uno en esos momentos.Hubiese querido amordazarla, estrangularla...

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    Pobre chico! Debiste pensar, sin embargo, queDhurmer slo poda ofrecerte una idiota... Era guapa,por lo menos?

    Si creers que la mir!

    Eres un idiota. Eres un encanto. Durmamos... Pero almenos hiciste bien...

    Hombre! Eso es lo que ms me asquea: el de haberpodido a pesar de todo... como si la desease.

    Nada, chico, es soberbio.

    Calla! Si es eso amor, ya me he hartado para unatemporada...

    Qu nio eres!

    Me hubiese gustado verte all.

    Oh, yo! Ya sabes que no las persigo. Te lo he dicho:espero la aventura. Hecho as, framente, no me dicenada. Lo cual no obsta para que si yo...

    Si t, qu?

    Si ella... Nada. Durmamos.

    Y, bruscamente, se vuelve de espalda, separndose unpoco de aquel cuerpo, cuyo calor le molesta. Pero,Oliverio, dice al cabo de un instante:

    Di... t crees que ser elegido Barrs?

    Caray!... Te preocupa eso mucho?

    Me tiene sin cuidado!... Di, yeme...

    Se deja caer sobre el hombro de Bernardo, que sevuelve.

    Mi hermano tiene una querida.

    Jorge?

    El pequeo, que finge dormir, pero que lo escuchatodo, aguzando el odo en la oscuridad, al or sunombrecontiene la respiracin:

    Ests loco! Te hablaba de Vicente.

    (Vicente, que es mayor que Oliverio, acaba de aprobarsu primer ao de medicina.)

    Te lo ha dicho l?

    No. Me he enterado sin que l lo sospeche. Mis padresno saben nada.

    Qu diran si se enterasen?

    No s. Mam se pondra desesperada. Pap le exigiraque riese o que se casase.

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    Caray! Los burgueses honrados no comprenden que sepueda ser honrado de otra manera que ellos. Cmolohas sabido?

    Vers: desde hace algn tiempo, Vicente sale por lanoche, despus de haberse acostado mis padres. Haceelmenor ruido que puede al bajar, pero yo reconozco supaso en la calle. La semana ltima, el martesmeparece, la noche era tan calurosa que no poda yo estaracostado. Me asom a la ventana para respirarmejor. Ola puerta de abajo abrirse y volverse a cerrar. Meinclin, y cuando pas junto al farol, reconoc aVicente. Eran las doce dadas. Esa ha sido la primeravez. Quiero decir que ha sido la primera vez que lovea.Pero desde que estoy sobre aviso, vigilo. oh!,sin querer... y casi todas las noches le oigo salir.Tiene su llave y mis padres le han arreglado el antiguocuarto, de Jorge y mo, como gabinete de consultaparacuando tenga clientela. Su alcoba est al lado, a laizquierda del vestbulo, mientras que el resto delcuartoest a la derecha. Puede salir y entrar cuandoquiere, sin que nadie lo sepa. Generalmente no le oigovolver,pero anteayer, el lunes por la noche, no s qume pasaba; pensaba en el proyecto de revista deDhurmer... No poda dormirme. O unas voces en laescalera; cre que era Vicente.

    Qu hora era? pregunta Bernardo, no tanto por deseode saberlo, como por demostrar su inters.

    Las tres de la madrugada, supongo. Me levant y mepuse a escuchar, con el odo pegado a la puerta.Vicente hablaba con una mujer. O, mejor dicho, era ellasola la que hablaba.

    Entonces, cmo sabas que era l? Todos losinquilinos pasan por delante de tu puerta.

    Eso es incluso muy molesto a veces; cuanto ms tardees, ms jaleo arman al subir; les importa un bledolagente que duerme! No poda ser nadie ms que l; oa yoa la mujer repetir su nombre. Le deca... Oh, medaasco repetirlo!

    Anda, hombre.

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    Le deca: Vicente, cario mo, mi amante, no medejes! Verdad que es curioso?

    Sigue contando.No tienes derecho a abandonarme ahora. Qu quieresque sea de m? Dnde quieres que vaya? Dimealgo. Oh,hablame! Y le llamaba de nuevo por su nombre yrepeta: Mi amante, mi amante con una voz cada vezmstriste y ms baja. Despus o un ruido (debanestar en plena escalera), un ruido como de algo quecayese. Meimagino que ella se dejara caer derodillas.

    Y l no contestaba nada?

    Debi subir los ltimos escalones; o cerrarse lapuerta del piso. Y luego ella permaneci largo rato,muy cerca, casi contra mi puerta. La oa sollozar.

    Debiste abrirle.

    No me atrev. Vicente se pondra furioso si supieseque estoy al corriente de sus asuntos. Y adems temquea ella le cohibiese mucho de verse sorprendida enpleno llanto. No s qu hubiera yo podido decirle.Bernardo se haba vuelto hacia Oliverio.

    Yo, en tu lugar, hubiese abierto.

    S, t te atreves a todo! Haces lo que te pasa porla cabeza.

    Me lo reprochas?

    No, te envidio.

    No te imaginas quin poda ser esa mujer?

    Cmo quieres que lo sepa? Buenas noches.

    Dime... ests seguro de que Jorge no nos ha odo? musita Bernardo al odo de Oliverio. Permanecen unmomento en acecho.

    No, duerme prosigue Oliverio con su voz natural; yadems no hubiese comprendido. Sabes que lepreguntel otro da a pap? Por qu los...

    Esta vez Jorge no puede contenerse; se incorpora amedias sobre su cama y cortando la palabra a suhermano:

    Imbcil! grita. No viste que lo haca apropsito? S, hombre, he odo todo lo que habishablado hace un rato; oh, no merece la pena que os

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    emocionis! En cuanto a Vicente, saba yo eso hacemucho tiempo. Pero eso s, hijos mos, procuradhablarms bajo, porque tengo sueo. O callaros.

    Oliverio se vuelve hacia la pared. Bernardo, que noduerme, contempla la habitacin. La luz de la luna lahaceparecer mayor. En realidad, l apenas la conoce.Oliverio no est all nunca durante el da; las rarasveces en que ha recibido a Bernardo ha sido en el pisodeencima. La luz de la luna llega ahora al pie de lacama, donde Jorge se ha dormido al fin; ha odo casitodo loque ha contado su hermano; ya tiene con qusoar. Por encima de la cama de Jorge se distingue unapequealibrera de dos estantes, donde estn unoslibros de clase. Sobre una mesa, junto al lecho deOliverio, Bernardove un libro de mayor tamao, alargael brazo y le coge para mirar el ttulo: Tocqueville;pero al ir a dejarlo sobre la mesa, se cae el libro yel ruido despierta a Oliverio.

    Lees a Tocqueville, ahora?

    Me ha prestado eso Dubac.

    Te gusta?

    Es un poco pesado. Pero tiene cosas que estn muybien.

    Oye; qu vas a hacer maana?

    Al da siguiente, jueves, los colegiales estn libres.Bernardo piensa en citarse quiz con su amigo. Tiene elpropsito de no volver ms al liceo; pretende noasistira las ltimas clases y preparar, l solo, suexamen.

    Maana dice Oliverio voy a las once y media a laestacin de San Lzaro, a esperar a mi to Eduardo,quellega de Inglaterra, en el tren de Dieppe. Por latarde, a las tres, ir a buscar a Dhurmer, al Louvre.Tengo que trabajar el resto del da.

    Tu to Eduardo?

    S, es un hermanastro de mam. Est fuera desde haceseis meses, y apenas le conozco; pero le quieromucho.No sabe que voy a esperarle y temo no reconocerle. Nose parece nada al resto de mi familia; es un hombrequeest muy bien.

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    Qu hace?

    Escribe. He ledo casi todos sus libros; pero hacemucho tiempo que no ha vuelto a publicar nada.Novelas?

    S, una especie de novelas.

    Por qu no me has hablado nunca de ellas?

    Porque hubieras querido leerlas, y si no te hubierangustado...

    Qu?, acaba!

    Pues que me hubiera causado pena; eso es todo.

    Qu te hace decir que est muy bien?

    No lo s en realidad. Ya te he dicho que le conozcoapenas. Es ms bien un presentimiento. Presiento queseinteresa por muchas cosas que no interesan a mis padresy que se le puede hablar de todo. Un da, pocotiempoantes de su marcha, haba almorzado en casa; mientrashablaba con mi padre, senta yo que me mirabaconstantemente, lo cual empezaba a molestarme; iba amarcharme de la habitacin era en el comedor, dondesehaban quedado despus del caf; pero l empez ainterrogar a mi padre sobre m, lo cual me molestanms; y, de pronto, pap se levant para ir a buscarunos versos que acababa yo de hacer y que habatenidola idiotez de ensearle.

    Versos tuyos?

    S, hombre, s, los conoces; es esa obra en verso quese pareca al Balcn. Saba yo que no valan nada omuypoco y me irrit mucho que pap ensease aquello.Durante un momento y mientras que pap buscaba esosversos, nos quedamos solos en la habitacin, eltoEduardo y. yo, y not que me pona muy colorado; no seme ocurra nada que decirle; miraba hacia otrolado, lomismo que l, por supuesto; empez por hacerse unpitillo, y luego, sin duda para no azorarme,puesseguramente vio que me pona colorado, se levant y sepuso a mirar por el balcn. Silbaba. De repente,medijo: Estoy ms azorado que t. Pero creo que lo dijopor amabilidad. Pap volvi al fin; entreg misversosal to Eduardo, que se puso a leerlos. Estaba yo tannervioso, que si llega a elogiarme creo que lehubiera

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    insultado. Pap, evidentemente, esperaba eso, unoselogios; y como mi to no deca nada, le pregunt:

    Qu?, qu te parecen? Pero mi to le dijo, riendo:Me violenta hablarle delante de ti. Entonces papsali de la habitacin, rindose tambin. Ycuandoestuvimos otra vez solos, me dijo que le parecan muymalos mis versos: sin embargo, me agradorselo decir;y lo que me agrad todava ms es que, de pronto,seal con el dedo dos versos, los dos nicos que megustaban del poema, me mir sonriendo, y dijo:stosson buenos. No te parece que est bien? Si supierascon qu tono me lo dijo! Le hubiese abrazado.Luego medijo que mi error consista en partir de una idea, yque no me dejaba guiar lo bastante por laspalabras. Nolo comprend bien al principio, pero creo que ahoraentiendo lo que quera decir y que tena razn.Ya teexplicar eso en otra ocasin.

    Comprendo ahora que quieras ir a esperarle.

    Oh! Esto que te he contado no es nada, y no s porqu te lo cuento. Nos hemos dicho muchas cosas ms.

    A las once y media, dices? Cmo sabes que llega enese tren?

    Porque se lo ha escrito a mam en una postal, yadems he consultado la gua.

    Vas a almorzar con l?

    Oh, no! Tengo que estar de vuelta aqu para elmedioda. No tendr tiempo ms que de estrecharle lamano:pero eso me basta... Ah!, dime, antes de que meduerma: cundo te volver a ver?

    Hasta dentro de unos das, no. Hasta que haya salidodel atolladero.

    A pesar de todo... si pudiese yo ayudarte...

    No. No entra eso en el juego. Me parecera estarhaciendo trampas. Que duermas bien.

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    IVEN CASA DEL CONDE DE PASSAVANT

    Mi padre era un animal, pero mi madre tena talento;era quietista; era una mujercita dulce que me deca confrecuencia: Hijo mo, te condenars. Pero esto no laapenaba lo ms mnimo.

    FONTENELLE.

    No, no era a casa de su querida adonde iba VicenteMolinier por las noches. Aunque camina de prisa,sigmosle. Desde la parte alta de la calle de NuestraSeora de los Campos, donde vive, Vicente baja hastalacalle de San Plcido, que la contina; luego a la calledel Bac, por donde circulan todava algunosburguesesrezagados. Se detiene en la calle de Babilonia, anteuna puerta cochera que se abre. Ya est en casadelconde de Passavant. Si no viniera aqu con tantafrecuencia no entrara tan resueltamente en estefastuoso hotel. El lacayo que le abre sabe muy biencunta timidez se oculta bajo aquel fingido aplomo.Vicente aparenta no entregarle su sombrero, que tira,desde lejos, sobre un silln. Y, sin embargo, no hacemucho tiempo que va all Vicente. Roberto de Passavant,que se llama amigo suyo, es amigo de mucha gente. No sbien cmo se han conocido Vicente y l. En elliceo,sin duda, aunque Roberto de Passavant sea bastantemayor que Vicente; se haban perdido de vistaunoscuantos aos y luego, recientemente, se encontraron denuevo una noche en que, caso extraordinario,Oliverioacompaaba a su hermano al teatro; durante elentreacto, Passavant les haba convidado a unoshelados; se enter aquella noche de que Vicente estabaindeciso sin saber si se presentara como interno;lasciencias naturales, a decir verdad, le atraan ms quela medicina; pero la necesidad de ganar su vida...Enresumen, que Vicente haba aceptado gustoso laproposicin remuneradora que le hizo poco tiempodespus Roberto de Passavant, de venir por las noches a

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    cuidar a su anciano padre, a quien una operacinbastante grave haba dejado muy quebrantado: tratbasederenovar unos vendajes, de unos delicados sondajes,

    de unas inyecciones, en fin, de no s qu cosas queexigan unas manos diestras. Pero, aparte de esto,elvizconde tena secretas razones para acercarse aVicente, y ste tena tambin otras para aceptar. Larazn secreta de Roberto, ya intentaremos descubrirlamsadelante; en cuanto a la de Vicente, era sta: unagran necesidad de dinero le apremiaba. Cuando se tieneuncorazn templado y una sana educacin os hainculcado desde nio el sentido de lasresponsabilidades, no se le hace un chico a una mujersin sentirse algo comprometido con ella, sobretodocuando esa mujer ha abandonado a su marido paraseguirle a uno. Vicente haba hecho hasta entoncesunavida bastante virtuosa. Su aventura con Laura lepareca, segn las horas del da, o monstruosa onaturalsima. Basta, muy a menudo, con la suma deunacantidad de pequeos hechos muy sencillos y naturales,tomados cada uno por separado, para obtener un totalmonstruoso. Esto se lo repeta andando y no le sacabadelatolladero. Verdad era que no haba pensado nuncaen tomar aquella mujer definitivamente a su cargo,encasarse con ella, una vez divorciada, o en vivir en sucompaa sin casarse con ella; se vea obligadoaconfesarse que no senta por ella un gran amor; perosaba que estaba en Pars sin recursos; era el causantedesu aflictiva situacin: le deba, por lo menos,aquella primera asistencia precaria que comprenda lodifcil que iba a ser para l asegurarle, hoy anmenosque ayer, menos que aquellos ltimos das. Pues lasemana pasada posea an los cinco mil francos quesumadre haba ido ahorrando paciente y penosamente parafacilitar el comienzo de su carrera; aquellos cincomilfrancos hubiesen bastado sin duda para el parto de suquerida, su pensin en una clnica y losprimeroscuidados a la criatura. De qu demonio haba escuchadoentonces el consejo? La suma, entregada yaenpensamiento a aquella mujer, aquella suma que l le

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    ofreca y le consagraba, y de la que no hubiese podidodistraer nada sin sentirse culpable, qu demonioleinsinu, cierta noche, que sera probablementeinsuficiente? No, no era Roberto de Passavant. Robertono

    haba dicho nunca nada parecido; pero su proposicinde llevar a Vicente a una sala de juego, fuehechaprecisamente la noche aquella. Y Vicente acept.

    Aquel garito tena de prfido que todo ocurra allentre gente de mundo, entre amigos. Roberto present asuamigo Vicente a unos y a otros. Vicente, cogido deimproviso, no pudo jugar en grande aquella primeranoche.No llevaba casi nada encima y rechaz losbilletes que quiso prestarle el vizconde. Pero, comoganaba, sintino haber arriesgado ms y prometivolver al da siguiente.

    Ahora, le conoce aqu todo el mundo; ya no esnecesario que le acompae le dijo Roberto.

    Esto suceda en casa de Pedro de Brouville. A partirde aquella primera noche, Roberto de Passavant pusosuauto a disposicin de su nuevo amigo. Vicente aparecaalrededor de las once, charlaba un cuarto de horaconRoberto fumando un cigarrillo y luego suba al primero,y permaneca con el conde ms o menos tiempo, segn elhumor de ste, su paciencia y las exigencias desuestado; despus, el auto le llevaba a la calle de SanFlorentino, a casa de Pedro, de donde le traa unahorams tarde, dejndole otra vez, no precisamente en sucasa, pues tema llamar la atencin, sino en laesquinams prxima.

    La penltima noche, Laura Douviers, sentada en lospeldaos de la escalera que conduce al piso delosMolinier, haba esperado a Vicente hasta las tres;entonces fue cuando l regres. Aquella noche, por otraparte, Vicente no haba ido a casa de Pedro. Notenaya nada que perder all. Desde haca dos das no lequedaba un cntimo de los cinco mil francos. Selohaba comunicado a Laura; le haba escrito dicindoleque no poda ya hacer nada por ella; la aconsejabaquevolviese al lado de su marido o de su padre; y que loconfesase todo. Pero la confesin pareca yaimposible

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    a Laura, y no peda siquiera pensar en ello a sangrefra. Los reproches de su amante no provocaban en ellamsque indignacin y aquella indignacin desaparecasolamente para dejarla sumida en la desesperacin. Ental

    estado la haba encontrado Vicente. Haba ellaquerido retenerle y l se haba arrancado de susbrazos. Tuvo realmente que violentarse, pues era decoraznsensible; pero ms voluptuoso que enamorado, sehaba hecho fcilmente, de la misma dureza, un deber.No contest nada a sus splicas, a sus quejas; y comole cont despus a Oliverio, que los oa, a Bernardo,ella se haba quedado, cuando Vicente cerr la puerta,desplomada sobre los escalones, sollozando, durantelargo rato, en la oscuridad.

    Haban transcurrido ms de cuarenta horas desdeaquella noche. Vicente, el da anterior, no haba ido acasa de Roberto de Passavant cuyo padreparecareponerse; pero un telegrama le hizo acudir aquellanoche. Roberto quera verle. Cuando Vicente entren lahabitacin que serva a Roberto de despacho y desaloncito de fumar, donde permaneca la mayora delasveces y que haba arreglado y adornado a su gusto,Roberto le tendi la mano, indolentemente, por encimade su hombro, sin levantarse.

    Roberto escribe. Est sentado ante una mesa cubiertade libros. Frente a l la puerta-balcn que da aljardn est abierta de par en par a la luz de la luna.Le habla sin volverse.

    Sabe usted lo que estoy escribiendo? Pero, no lodiga usted..., me lo promete? Un manifiestoqueencabezar la revista de Dhurmer. No lo firmo,naturalmente... tanto ms cuanto que hago en l mielogio. Adems, como acabarn por descubrir que soy yoelque financia esa revista, prefiero que no sepan tanpronto que colaboro en ella. As es que chitn! Pero,ahora que pienso, no me ha dicho usted que su hermanoescriba? Cmo se llama?

    Oliverio dijo Vicente.

    Oliverio, s, me haba olvidado... No est usted depie. Sintese en ese silln. No tiene fro? Quiere

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    usted que cierre el balcn? Son versos lo que hace,verdad? Deba trarmelos. Claro es que no me

    comprometo a aceptarlos... pero, sin embargo, meextraara que fuesen malos. Parece muy inteligente suhermano. Y adems se ve que est muy al da.Quisierahablar con l. Dgale que venga a verme, eh? Cuentocon usted. Un pitillo? y le ofrece su petacadeplata.

    Con mucho gusto.

    Y ahora escuche usted, Vicente; tengo que hablarlemuy seriamente. Obr usted como un nio la otranoche... y yo tambin, por supuesto. No digo que hicemal en llevarle a usted a casa de Pedro; pero mesientoun poco responsable del dinero que usted ha perdido. Medigo que soy yo quien se lo ha hecho perder.No s siser esto lo que se llama remordimiento, pero empieza atrastornarme el sueo y las digestiones,palabra!, yluego pienso en esa pobre mujer de la que usted me hahablado... Pero esto es otro asunto; no lotoquemos, essagrado. Lo que quiero decirle es que deseo, quequiero, s, firmemente, poner a disposicin deusteduna cantidad equivalente a la que ha perdido. Erancinco mil francos, verdad? Va usted a arriesgarlosdenuevo. Esa suma, le repito, estimo que he sido yo quiense la ha hecho perder, que se la debo, no tieneustedque agradecrmela. Me la devolver si gana. Y si no,tanto peor!, quedaremos en paz. Vuelva usted a casa dePedro esta noche, como si no hubiera pasado nada.Elauto le llevar a usted y luego vendr a buscarme aqupara dejarme en casa de Lady Griffith, donde leruegoque venga despus a buscarme. Cuento con ello, verdad?El auto volver por usted a casa de Pedro.

    Abre un cajn y saca cinco billetes que entrega aVicente.

    Vayase en seguida.

    Pero, y su padre?

    Ah! Se me olvidaba decrselo: ha muerto hace...Saca su reloj y exclama:

    Caray! Qu tarde es! Van a dar las doce... Va yasede prisa. S, hace unas cuatro horas.

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    Todo esto dicho sin precipitacin alguna, sino por elcontrario con una especie de dejadez.

    Y no se queda usted...Velndole? interrumpe Roberto. No; de eso seencarga mi hermano pequeo; est arriba con su viejacriada, que se entenda con el difunto mejor que yo...

    Y luego, como Vicente no se mueve, contina:

    Escuche usted, mi querido amigo: no quisieraparecerle cnico; pero me horrorizan los sentimientos,como los trajes hechos. Haba yo creado en mi corazn,respecto a mi padre, un amor filial a medida, pero que,en los primeros tiempos, resultaba un poco holgado yque tuve que achicar. El viejo slo me haproporcionadoen vida disgustos, contrariedades, molestias. Si lequedaba algo de ternura en el corazn, no hasido a ma quien se la ha demostrado. Mis primeros impulsoshacia l, en la poca en que no saba yo lo queera lacontencin, no me han valido ms que sofiones, que mehan servido de enseanza. Ya habr visto ustedmismo,cuando le cuidaba... Le dio nunca las gracias?Mereci usted de l la menor mirada, la ms levesonrisa? Crey siempre que se le deba todo. Oh! Eralo quellaman un carcter. Creo que hizo sufrir mucho ami madre, a quien, sin embargo, l amaba, s es que haamadorealmente alguna vez. Creo que ha hecho sufrir atodo el mundo a su alrededor, a sus criados, a susperros, asus caballos, a sus queridas; a sus amigosno, porque no tena ninguno. Su muerte har querespiren todos consatisfaccin. Era segn creo, unhombre de gran vala en lo suyo, como dicen; pero nohe podido nuncadescubrir qu era lo suyo. Era, sinduda alguna, muy inteligente. En el fondo, senta yopor l, y conservoan, cierta admiracin. Pero eso deponer en juego un pauelo... eso de derramarlgrimas... no, no soy yo un chiquillo para eso.Vamos! Largese usted pronto y venga dentro de unahora a reunirse conmigo en casa de Lilian. Qu?Lemolesta no estar de smoking? No sea usted tonto! Porqu? Estaremos solos. Mire, le prometo ir yotambin deamericana. Entendido. Encienda un puro antes de

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    marcharse. Y mndeme pronto el coche; despus volver arecogerle a usted.

    Mir salir a Vicente, se alz de hombros y luego fue asu cuarto a ponerse el frac, que le esperabaextendidosobre un sof.

    En una habitacin del primero, el viejo conde yace ensu lecho mortuorio. Han puesto el crucifijo sobresupecho, pero se han olvidado de unirle las manos. Unabarba de varios das suaviza el ngulo de sumentnvoluntarioso. Las arrugas transversales que cortan sufrente, bajo sus cabellos grises peinados comouncepillo, parecen menos profundas y como distendidas.Los ojos se hunden bajo el arco superciliar, abultadopor una mata de pelos. Precisamente porque novolveremos a verle ms, le contemplo largo rato. Unsilln est a la cabecera de la cama, en el que estsentadaSerafina, la vieja criada. Pero se halevantado. Se acerca a una mesa donde una lmpara deaceite de un antiguo modelo alumbra malamente;lalmpara necesita que la reanimen. Una pantalla proyectala claridad sobre el libro que lee el jovenGontrano...

    Est usted cansado, seorito Gontrano. Mejor harausted en acostarse.

    Gontrano alza una mirada muy dulce hacia Serafina. Supelo rubio, que l aparta de su frente, cae sobresussienes. Tiene quince aos; su rostro casi femenil noexpresa an ms que ternura y amor.

    Y t? dice l. T eres la que debas irte adormir, mi pobre Fina. Has estado levantada casi todalanoche pasada.

    Oh! Yo estoy acostumbrada a velar, y adems hedormido durante el da, mientras que usted...

    No, djame. No me siento fatigado, y me hace muchobien quedarme aqu meditando y leyendo. Heconocidotan poco a pap! Creo que le olvidara por completo sino le contemplase bien ahora. Voy a velarlehasta quesea de da. Cunto tiempo hace que ests en casa,Fina?

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    Estoy desde el ao antes de nacer usted, y va usted acumplir pronto los diecisis aos.

    Te acuerdas bien de mam?Que si me acuerdo de su mam? Qu pregunta! Es comosi me preguntase usted si me acuerdo de minombre.Claro que me acuerdo de su mam.

    Yo tambin me acuerdo un poco, pero no muy bien... notena yo ms que cinco aos cuando se muri...Dime...y pap le hablaba mucho?

    Eso dependa de los das. No fue nunca muy habladorsu pap, y no le gustaba mucho que le dirigiesenlapalabra primero a l. Pero, a pesar de todo, hablaba unpoco ms que en estos ltimos tiempos. Y mire usted,seor, ms vale no remover demasiado los recuerdos ydejar que el Seor lo juzgue todo.

    T crees realmente que el Seor va a ocuparse detodo eso, mi buena Fina?

    Si no es el Seor, quin quiere usted que sea?

    Gontrano posa sus labios sobre la mano enrojecida deSerafina.

    Sabes lo que debas hacer? Irte a dormir. Te prometodespertarte en cuanto empiece a clarear; entoncesmeir a dormir, a mi vez. Anda, te lo ruego.

    En cuanto Serafina le ha dejado solo, Gontrano sepostra de rodillas al pie del lecho; hunde su frente enlassbanas, pero no consigue llorar; ningn arrebatoconmueve su corazn. Sus ojospermanecendesesperadamente secos. Entonces se incorpora.Contempla aquel rostro impasible. l quisieraexperimentar, en aquel momento solemne, un no s qudesublime y de extrao, escuchar una comunicacin del msall, lanzar su pensamiento hacia regionesetreas,suprasensibles, pero su pensamiento permanece,aferrado, a ras del suelo. Contempla las manos exangesdel muerto, y se pregunta cunto tiempo leseguirncreciendo todava las uas. Le choca ver desunidasaquellas manos. Querra acercarlas, unirlas, hacer quesostuviesen el crucifijo. S, es una buena idea.Piensaque Serafina se quedar muy sorprendida cuando vuelva aver al difunto con las manos enlazadas, y sedivierte

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    de antemano con su sorpresa; e inmediatamente despusse reprocha aquella diversin. A pesar de lo cualseinclina hacia adelante sobre el lecho. Coge el brazodel muerto ms distante de l. El brazo est ya rgidoy se

    niega a moverse. Gontrano quiere forzarle adoblarse, pero hace que se mueva todo el cuerpo. Cogeel otrobrazo, que le parece ms flexible. Gontrano haconseguido casi llevar la mano al sitio necesario; cogeelcrucifijo, intenta deslizarle y mantenerle entre elpulgar y los otros dedos; pero el contacto de aquellacarne frale hace desfallecer. Cree que va a sentirsemal. Le dan deseos de llamar a Serafina. Suelta todo:el crucifijo atravesado sobre la sbana arrugada, elbrazo que vuelve a caer inerte en su primitivo sitio,y, en medio del gran silencio fnebre, oye de pronto unbrutal Maldito sea el...! que le llena de espanto,como si alguien... Se vuelve; pero no: est solo. Hasido realmente l quien ha lanzado aquel juramentosonoro,l, que nunca ha jurado. Luego va a sentarse denuevo y se enfrasca otra vez en su lectura.

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    V

    VICENTE ENCUENTRA DE NUEVO A PASSAVANT EN CASA DE LADY

    GRIFFITH

    Era un alma y un cuerpo donde no penetra jams elaguijn.

    SAINTE-BEUVE.

    Lilian, incorporndose a medias, toc con la punta desus dedos, los cabellos castaos de Roberto:

    Empieza a despoblrsele la cabeza, amigo mo.Cuidado: tiene usted treinta aos apenas. La calviciele sentar muy mal. Toma usted la vida demasiadoenserio.

    Roberto alza su rostro hacia ella y la mira sonriendo.

    No cuando estoy al lado de usted, se lo aseguro.

    Ha dicho usted a Molinier que venga aqu abuscarnos?

    S, puesto que usted me lo pidi.

    Y... le ha prestado usted dinero?Cinco mil francos, como le dije, que va a perder denuevo en casa de Pedro.

    Por qu cree usted que va a perderlos?

    Eso es de cajn. Le he visto la primera noche. Juegamuy mal.

    Ha tenido tiempo de aprender... Quiere usted apostara que gana esta noche?

    Si usted quiere...

    Oh! Le ruego que no lo acepte como si fuese unapenitencia. Prefiero que se haga gustoso lo que va

    ahacerse.No se enfade. Convenido. Si gana ser a usted a quiendevuelva el dinero. Pero si pierde ser usted la quemepague. Conformes?

    Apret ella el botn de un timbre:

    Triganos el Tokay y tres copas. Y si vuelve con loscinco mil francos solamente, se los dejamos, eh? Ysino gana ni pierde...

    Eso no ocurre nunca. Es curioso cmo se interesausted por l.

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    Es curioso que no le encuentre usted interesante.

    Le encuentra usted interesante porque est ustedenamorada de l.Eso es cierto, querido! A usted se le puede decir.

    Pero no es por eso por lo que me interesa. Alcontrario: cuando me seduce alguien intelectualmente,me siento ms fra por regla general.

    Reapareci el criado trayendo, en una bandeja, el vinoy las copas.

    Vamos a brindar lo primero por la apuesta y luegovolveremos a beber con el ganador.

    El criado sirvi el vino y brindaron.

    A m me parece insoportable su Vicente replicRoberto.

    Oh, mi Vicente! Como si no fuese usted el que melo ha trado! Adems le aconsejo que no repitaportodas partes que le aburre. Se comprendera demasiadopronto por qu le trata usted...

    Roberto, volvindose ligeramente, apoy sus labiossobre el desnudo pie de Lilian, que sta retir enseguida yescondi bajo su abanico.

    Debo ruborizarme? dijo l.

    No merece la pena intentarlo conmigo. No podrausted.

    Vaci ella su copa, y luego;

    Quiere usted que le hable con franqueza, querido?Tiene usted todas las cualidades del literato: es ustedvanidoso, hipcrita, ambicioso, voluble, egosta...

    Usted me confunde.

    S, todo eso es encantador. Pero no ser usted nuncaun buen novelista.

    Por qu?

    Porque no sabe usted escuchar.

    Me parece que la escucho a usted muy bien.

    Bah! l, que no es literato, me escucha an mejor.Pero cuando estamos juntos, soy yo ms bien la queescucho.

    No sabe casi hablar.

    Eso es porque charla usted todo el rato. Le conozco:no le deja usted colocar ni dos palabras.

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    S de antemano todo lo que l podra decir.

    Usted cree? Conoce usted bien su historia con esamujer?Oh, los asuntos amorosos son lo ms aburrido queconozco!

    Me gusta tambin mucho cuando habla de historianatural.

    La historia natural es todava ms aburrida que losasuntos amorosos. As es que le ha explicado a usteduncurso?

    Si pudiese yo repetirle lo que l me ha dicho... Esapasionante, amigo mo. Me ha contado un montndecosas sobre los animales marinos. Siempre he sentidocuriosidad por todo cuanto vive en el mar. Ya sabequeahora construyen unos barcos, en Amrica, con cristalesen los costados, para ver alrededor el fondodelOcano. Segn parece, es maravilloso. Se ve el coralvivo y... y... cmo llaman ustedes a eso?... madrporas, esponjas, algas, bancos de peces. Vicentedice que hay especies de peces que mueren cuandoelagua se vuelve ms o menos salada, y que existen otros,por el contrario, que soportan grados de salinidadvariada, y que permanecen al borde de las corrientes,all donde es el agua menos salada, para comerse a losprimeros cuando desfallecen. Deba usted pedirle quelecontase... Le aseguro que es curiossimo. Cuando hablade eso, resulta extraordinario. No le reconocerausted... Pero usted no sabe hacerle hablar... Es comocuando cuenta su amoro con Laura Douviers... S, es elnombre de esa mujer... Sabe usted cmo la conoci?

    Se lo ha dicho a usted?

    A m se me dice todo. Ya lo sabe usted, hombreterrible! Y le acarici la cara con las plumas desuabanico cerrado. Sospechaba usted que ha venido averme todos los das, desde la noche en que ustedletrajo?

    Todos los das! No; realmente, no lo sospechaba.Al cuarto no pudo contenerse y me lo cont todo. Perodespus, cada da iba aadiendo algn detalle.

    Y no la aburra a usted! Es usted admirable.

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    Ya te he dicho que le amo.

    Y le cogi el brazo enfticamente.Y l... ama a esa mujer?

    Lilian se ech a rer:

    La amaba. Oh! Al principio, he tenido que fingir queme interesaba vivamente por ella. He tenido inclusoquellorar con l. Y, sin embargo, me senta atrozmentecelosa. Ahora, ya no. Escucha cmo empez la cosa:estaban en Pau los dos, en un sanatorio, adonde leshaban enviado, porque decan que estaban tuberculosos.En el fondo, no lo estaban en realidad ninguno de losdos. Pero ambos se crean muy enfermos. No seconocantodava. Se vieron por primera vez, tumbados el uno allado de la otra en la terraza de un jardn, cadacualen su chaise-longue, junto a otros enfermos quepermanecen tendidos todo el da, al aire libre,paracurarse. Como se vean condenados, se convencieron deque todo lo que hicieran no tendra yaconsecuencias.l la repeta a cada momento que no les quedaba ms queun mes de vida: y era en primavera. Ella estabaallcompletamente sola. Su marido es un profesorcillo defrancs en Inglaterra. Ella le haba abandonado paraira Pau. Se haban casado baca tres meses. Y l tuvo quesoltar hasta el ltimo cntimo para mandarla all.Leescriba a diario. Es una muchacha de una familiahonorabilsima; muy bien educada, muy reservada, muytmida. Pero all... No s bien lo que pudodecirleVicente, pero al tercer da ella le confesaba que, apesar de acostarse con su marido y de que stelaposeyese, no saba lo que era el placer.

    Y l qu dijo entonces?

    La cogi la mano que dejaba ella colgar a un lado desu chaise-longue y la oprimi largamente contrasuslabios.

    Y usted qu dijo cuando le cont eso?Yo! Es horrible... Figrese que me acometi entoncesuna risa loca. No pude reprimirla, nilograbacontenerme... No era precisamente lo que me contaba loque me haca rer; era el aire interesado yconsternadoque cre que deba yo adoptar, para animarle a

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    continuar. Tem parecer demasiado divertida. Y luegoque en el fondo era muy hermoso y muy triste.Estabatan conmovido habindome! No haba contado nunca nada

    de todo aquello a nadie. Sus padres no saben nada,naturalmente.

    Usted es la que deba escribir novelas.

    Ah, amigo mo, si supiese al menos en qu lengua!...Pero no podr nunca decidirme entre el ruso, el inglsy el francs. En fin, a la noche siguiente, fue abuscar asu nueva amiga a su cuarto y all le reveltodo lo que su marido no haba sabido ensearle; y mefiguro que selo ense muy bien. Ahora que comoestaban convencidos de que les quedaba tan slo muypoco tiempo porvivir, no tomaron, naturalmente,ninguna precaucin y claro es, poco tiempo despus, conayuda del amor, empezaron a estar mucho mejor losdos.Cuando se dio ella cuenta de que estaba embarazada sequedaron consternados. Fue el mes pasado. Empezabaahacer calor. Pau, en verano, es insoportable. Volvieronjuntos a Pars. Su marido cree que ella est en casadesus padres, que dirigen un pensionado cerca delLuxemburgo; pero no se ha atrevido a volver a verlos.Los padres, por su lado, la creen an en Pau; peroacabar por descubrirse todo, muy pronto. Vicente juraba, al principio, que no la abandonara; lepropona marchar a Amrica, a Oceana. Pero necesitabandinero. Entonces fue, precisamente, cuando leencontra usted y empez a jugar.

    No me haba contado nada de eso.

    Sobre todo no vaya usted a decirle que yo le hehablado!

    Se detuvo, aguzando el odo:

    Cre que era l... Me ha contado que durante eltrayecto de Pau a Pars, crey que iba ella a volverseloca.Slo entonces comprendi que empezaba elembarazo. Iba frente a l en el compartimiento delvagn; estaban solos. No le haba dicho nada desde porlamaana; tuvo l que ocuparse de todo al salir; ellase dejaba manejar, pareca no darse cuenta de nada. Lecogilas manos; pero ella miraba fijamente hacia

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    adelante, hosca, como si no le viese; y sus labios seagitaban. Se inclin hacia ella. Deca: Un amante!Un amante! Tengo un amante. Lo repeta con idnticotono; y siempre la misma palabra, como si no

    supieseotras... Le aseguro a usted, querido, que cuando merelat eso, no tena yo ganas de rer en absoluto.ohe odo en toda mi vida nada tan pattico. Pero, sinembargo, a medida que hablaba, comprenda yo queseapartaba de todo aquello. Hubirase dicho que susentimiento desapareca con sus palabras. Hubirasedicho que agradeca a mi emocin el que relevase unpocola suya.

    No s cmo dira usted eso en ruso o en ingls, perole aseguro que resulta muy bien en francs.

    Gracias. Ya lo saba. Despus de eso fue cuando mehabl de historia natural; e intent convencerle dequesera monstruoso sacrificar su carrera a su amor.

    O, dicho de otro modo, le aconsej usted quesacrificase su amor. Y se propone usted sustituir eseamor?

    Lilian no contest nada.

    Ahora s creo que es l repuso Roberto,levantndose. Una ltima palabra antes de que entre.Mi padre ha muerto hace un rato.

    Ah! dijo ella simplemente.

    No le dira a usted nada eso de convertirse en lacondesa de Passavant?

    Lilian, al orlo, se dej caer hacia atrs riendo acarcajadas.

    Pero, amigo mo... es que me parece recordar que heolvidado un marido en Inglaterra. Cmo!, no selohaba dicho a usted ya?

    Quiz no.

    Existe un lord Griffith en alguna parte.

    El conde de Passavant, que no haba credo nunca en laautenticidad del ttulo de su amiga, sonri.Ellaprosigui:

    Dgame. Se le ha ocurrido a usted proponerme esopara encubrir su vida? No, querido, no. Sigamoscomoestamos. Amigos, eh?

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    Y le tendi una mano que l bes.

    Hombre! Estaba seguro de ello exclam Vicente alentrar. Se ha vestido de etiqueta el muy traidor.S, le haba prometido quedarme de americana para queno se avergonzase de la suya dijo Roberto. Lepido austed perdn, mi querido amigo, pero he recordado depronto que estaba de luto.

    Vicente llevaba la cabeza engallada; todo en lrespiraba el triunfo, la alegra. A su llegada, Lilianse puso en pie de un salto. Le contempl un instante yluegose precipit alegremente sobre Roberto y legolpe repetidamente la espalda, bailando y gritando.(Lilian me crispa un poco los nervios cuando se pone ahacer nieras.)

    Ha perdido su apuesta!, ha perdido su apuesta!

    Qu apuesta? pregunt Vicente.

    Roberto ha apostado a que iba usted a perder denuevo. Vamos! Dgalo pronto: cunto ha ganado?

    He tenido el extraordinario valor, la virtud de parara los cincuenta mil y de retirarme del juego enesemomento.

    Lilian lanz un rugido de contento.

    Bravo, bravo y bravo! gritaba.

    Luego se colg del cuello de Vicente, que sinti a lolargo de su cuerpo la flexibilidad de aquel cuerpoardientecon un extrao perfume de sndalo; y Lilian lebes en la frente, en las mejillas, en los labios.Vicente, vacilante, se desasi. Sac de su bolsillo unfajo de billetes de Banco.

    Tenga, recoja usted su anticipo dijo tendiendo cincoa Roberto.Es a lady Lilian a quien se los debe usted ahora.

    Roberto le entreg los billetes que ella tir sobre eldivn. Estaba jadeante. Fue hasta la terraza pararespirar.Era la hora indecisa en que acaba la noche yen que el diablo hace sus cuentas. Afuera no se oa niun ruido.Vicente se haba sentado en el divn. Lilianse volvi hacia l y tutendole por primera vez:

    Y ahora, qu vas a hacer?

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    Se cogi l la cabeza con las manos y dijo en unaespecie de sollozo:

    No lo s.Lilian se acerc a l y le puso la mano sobre lafrente, que l levant; sus ojos estaban secos yardientes.

    Entretanto, vamos a beber los tres dijo ella y llenlas copas de Tokay.

    Cuando hubieron bebido:

    Y ahora djenme ustedes. Es tarde y ya no puedo ms.

    Les acompa hasta la antesala y luego, como Robertoiba delante, desliz en la mano de Vicente unpequeoobjeto de metal y musit:

    Sal con l y vuelve dentro de un cuarto de hora. Enla sala dormitaba un lacayo, a quien ella sacudi deunbrazo.

    Alumbre a estos seores hasta abajo.

    La escalera estaba oscura; hubiera sido ms sencillo,sin duda, encender la luz elctrica; pero Lilian queraque un criado viese, siempre, salir a sus invitados.

    El lacayo encendi las velas de un gran candelabro quesostuvo en alto delante, precediendo a Roberto yaVicente por la escalera. El auto de Roberto esperabaante la puerta que el lacayo cerr de nuevo tras ellos.

    Me parece que voy a volver a pie. Necesito andar unpoco para recobrar mi equilibrio dijo Vicente,cuandoel otro abri la portezuela del coche y le hizo seasde que subiese.

    No quiere usted de verdad que le deje en su casa?Roberto cogi bruscamente la mano izquierda deVicente, que ste tena cerrada.

    Abra usted la mano! Vamos! Enseme lo que llevaah.

    Vicente tena la ingenuidad de temer los celos deRoberto. Enrojeci al aflojar los dedos; cay unallavecitasobre la acera. Roberto la recogiinmediatamente y la examin; se la devolvi, riendo, aVicente.

    Caray! exclam, alzndose de hombros.

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    Y luego, al entrar en el coche, se volvi haciaVicente, que se haba quedado cohibido.

    Hoy es jueves. Dgale a su hermano que le espero estatarde, desde las cuatro.Y cerr rpidamente la portezuela, sin darle tiempo aVicente para replicar.

    El auto arranc. Vicente anduvo unos pasos por elmalecn, cruz el Sena, lleg hasta esa parte de lasTullerasque queda fuera de las verjas, se acerc a unpiloncito y moj en el agua su pauelo, que luegoaplic sobre sufrente y sobre sus sienes. Despus,volvi lentamente hacia casa de Lilian. Dejmosle,mientras el diablo divertido le ve meter sin ruido lallavecita en la cerradura...

    Es la hora en que Laura, su amante de ayer, despus dehaber llorado y gemido largo rato, va a dormirse enuntriste cuarto de hotel. En la cubierta del barco que ledevuelve a Francia, Eduardo, a la primera claridaddelalba, relee la carta que ha recibido de ella, cartadolorida, en la que pide auxilio. Ya la dulce costa desutierra natal est a la vista, pero, a travs de labruma, se necesita una mirada prctica para verla. Niuna nube enel cielo, donde la mirada de Dios hayasonredo. El prpado del horizonte, enrojecido ya, sealza. Qu calor vaa hacer en Pars! Es hora ya devolver en busca de Bernardo. Y ste se despierta en lacama de Oliverio.

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    VIDESPERTAR DE BERNARDO

    We are all bastards;

    And that most venerable man which I

    Did call my father, was I know not where

    When I was stamp'd.

    SHAKESPEARE.

    Bernardo ha tenido un sueo absurdo. No se acuerda delo que ha soado. No intenta recordar su sueo, sinosalir de l. Reingresa en el mundo real para sentirelcuerpo de Oliverio apoyarse pesadamente contra l. Suamigo, durante su sueo, o al menos durante el sueodeBernardo, se haba ido acercando, y adems la estrechezde la cama no permite mucha distancia; se habavuelto;duerme ahora sobre un costado y Bernardo siente sualiento clido cosquillearle el cuello. Bernardo notienems que una corta camisa de calle; un brazo deOliverio, atravesado sobre su cuerpo, oprimeindiscretamentesu carne. Bernardo duda un momento sisu amigo duerme realmente. Se desprende, suavemente.Sin despertar a Oliverio, se levanta, se viste y vuelvea tumbarse en la cama. Es an demasiado prontoparamarcharse. Las cuatro. Comienza apenas a palidecer lanoche. Una hora ms de reposo, de acumulacin dempetupara empezar valientemente la jornada. Pero se acab elsueo. Bernardo contempla los cristalesazulantes, lasparedes grises del cuartito, la cama de hierro dondeJorge se agita, soando.

    Dentro de un momento se dice, ir hacia mi destino.Qu hermosa palabra: aventura! Lo que debe suceder.Todo lo sorprendente que me espera. No s si otrossern como yo, pero en cuanto estoy despierto, megustadespreciar a los que duermen. Oliverio, amigo mo, meir sin tu adis. Hola! En pie, valerosoBernardo! Yaes hora.

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    Frota su rostro con un pico de toalla mojada; sepeina; se calza. Abre la puerta, sin hacer ruido.Afuera!

    Ah!, qu saludable le parece a todo el ser, el aireque no ha sido an respirado! Bernardo sigue la verjadelLuxemburgo; baja la calle Bonaparte, llega a losmuelles, cruza el Sena. Piensa en su nueva regla devida, cuyafrmula ha encontrado hace poco: Si t nohaces eso, quin lo har? Si no lo haces en seguida,cundo ser? Piensa: Grandes cosas que hacer; leparece que va hacia ellas. Grandes cosas se repite,mientras anda. Si supiera, al menos, cules!...Entretanto, sabe que tiene hambre; est cerca delmercado. Tiene setenta cntimos en el bolsillo, ni unoms.Entra en un bar, toma caf con leche con un bolloen el mostrador. Gasto: cincuenta cntimos. Lequedanveinte; deja valientemente diez sobre el mostrador y dalos otros diez a un desharrapado que rebusca enunalata de basura. Caridad? Reto? Poco importa. Ahora sesiente dichoso como un rey. Ya no tiene nada:todo essuyo!

    Lo espero todo de la providencia, piensa. Con sloque acceda a poner ante m, alrededor de las doce,unhermoso rosbif sangrando, transigir gustoso con ella(pues, anoche, no cen).

    El sol ha salido hace mucho tiempo. Bernardo se acercaal malecn. Se siente ligero; si corre, le parecequevuela. En su cerebro brinca voluptuosamente supensamiento. Se dice:

    Lo difcil en la vida es tomar en serio durante muchotiempo la misma cosa. As, el amor de mi madre por elque yo llamaba mi padre; ese amor, he credo enlquince aos seguidos; ayer an crea en l. Ellatampoco qu demonio!, ha podido tomar en seriodurantemucho tiempo, su amor. Me gustara saber si ladesprecio o si la estimo ms, por haber hecho de suhijo un bastardo... Aunque en el fondo, no meimportatanto saberlo. Los sentimientos hacia los padres,forman parte de las cosas que es preferible no intentardemasiado poner en claro. En cuanto el cornudo, esmuy

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    sencillo: hasta donde alcanzan mis recuerdos, le heodiado siempre, tengo que confesarme hoy que no habaenello un gran mrito y es todo lo que siento ahora.

    Y pensar que si no hubiese yo forzado ese cajn habracredo toda mi vida que experimentaba hacia unpadreunos sentimientos desnaturalizados! Qu alivio elsaber!... Sin embargo, yo no he forzado realmente elcajn; no pensaba siquiera abrirlo... Ademsexistancircunstancias atenuantes: lo primero, me aburraatrozmente aquel da. Y luego, esa curiosidad, esafatal curiosidad, como dice Feneln, es lo que heheredado con mayor seguridad de mi verdadero padre,porque no hay ni rastro de ella en la familiaProfitendieu. No he visto nunca a nadie menos curiosoque el seor marido de mi madre; como no sean los hijosque ha tenido con ella. Tengo que volver a pensarenellos cuando haya comido... Levantar el mrmol de unvelador y ver que el cajn est entreabierto, noesrealmente lo mismo que forzar una cerradura. No soy unladrn de ganza. Eso de levantar el mrmol deunvelador, le puede suceder a cualquiera. Teseo debatener mi edad cuando levant la roca. Lo que nopermitehacerlo de costumbre, en el velador, es el reloj. No seme hubiera ocurrido levantar el mrmol delvelador sino hubiese querido arreglar el reloj... Lo que nosucede a cualquiera es encontrar debajo unas armas; ounascartas de amor culpable! Bah! Lo importante eraque yo lo supiese. Todo el mundo no puede permitirse,como Hamlet, el lujo de un espectro revelador. Hamlet!Es curioso cmo vara el punto de vista, segn sea unofruto del crimen o de la legitimidad. Ya volversobreesto cuando haya comido... Haca yo mal en leer esascartas? Si hubiera hecho mal... no, tendraremordimiento. Y si no hubiese ledo esas cartas,habra tenido que seguir en la ignorancia, en lamentira y en la sumisin. Airemonos. Proa hacia altamar!Bernardo! Bernardo, lozana juventud..., comodice Bossuet, sintate en este banco, Bernardo. Quhermosotiempo hace esta maana! Hay das en que el solparece realmente que acaricia la tierra. Si pudiera yo

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    evadirme de m mismo un poco, hara versos seguramente.Tendido sobre un banco, se evadi tan bien que durmi.

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    VIILADY GRIFFITH Y VICENTE

    El sol, ya alto, llega por la ventana abierta, aacariciar el pie descalzo de Vicente, sobre el ampliolecho dondereposa, junto a Lilian. sta, que no sabeque est despierto, se levanta, le mira y se quedaextraada al notarleun aire preocupado.

    Lady Griffith amaba quizs a Vicente; pero amaba en lal xito. Vicente era alto, guapo, esbelto, pero nosabani estar de pie, ni sentarse, ni levantarse. Sucara era expresiva, pero se peinaba mal. Ella admirabasobre todola intrepidez, la solidez de su pensamiento;era l verdaderamente muy instruido, pero parecainculto. Se inclinaba ella con un instinto de amante ydemadre sobre aquel nio grande que tena empeo enformar. Haca de l su obra, su estatua. Le enseabaacuidarse las uas, a peinarse hacia un lado el pelo,que al principio llevaba l echado hacia atrs: y sufrente, medio oculta por sus cabellos, pareca msplida yms alta. Y, finalmente, haba ella sustituidopor corbatas adecuadas los modestos lacitos hechos quelllevaba. Decididamente, lady Griffith amaba aVicente; pero no le soportaba taciturno o spero,como ella deca.

    Pasea con suavidad sobre la frente de Vicente su dedo,como para borrar una arruga, doble surco que partiendode las cejas, abre dos trazos verticales y parececasidoloroso.

    Si vas a traerme aqu penas, preocupaciones,remordimientos, ms vale que no vuelvas murmurainclinndose hacia l.

    Vicente cierra los ojos como ante un resplandordemasiado fuerte. La alegra de las miradas de Lilianledeslumbra.Aqu es como en las mezquitas; se descalza uno alentrar para no llevar a ellas el barro de afuera.Creers t que no s en qu piensas!

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    Y luego, al querer Vicente taparle la boca con lamano, se desprende enfadada.

    No, d