ANÓNIMO Anglosajón- El Navegante (1)

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El navegante (The seafarer) Anónimo anglosajón del siglo IX Versión de Armando Roa Vial. Publicado originalmente en Universitaria, Santiago de Chile, 1998. Puedo pregonar por mí mismo este canto en tiempos de zozobra, la amarga verdad de mi travesía; como mi cuerpo, en ásperos días, a menudo resistió sufrimientos y penalidades. Sombrías inquietudes se agolparon en mi pecho. Refugiado en mi nave carcomida por el estío, pugné por sortear el abrumador tumulto de las olas. En la estrecha proa del barco monté guardia muchas noches, vigilando las embestidas contra los acantilados. Entumecidos por la escarcha estaban mis pies, como atados a heladas cadenas; ardientes sueños turbaron mi corazón; el hambre doblegaba mi ánimo. El hombre de tierra firme, mezquino y complaciente, ignora los pesares que he soportado en éste, mi largo exilio en las gélidas aguas del mar, lejos de las regiones donde alumbra el sol, sumido en el desamparo, cuando toda la riqueza del mundo se vuelve desperdicio, resistiendo el invierno, como un miserable vagabundo, privado de sus compañeros. El granizo caía con sus afiladas astillas de hielo mientras mis oídos eran asaltados por el borrascoso clamor del mar, por el glacial alboroto de las olas. Las heridas más profundas de mi corazón dolían por mis perdidos hermanos. Pues risas humanas ya no escuchaba; solo el estridente alarido de los cisnes o el fatídico gorjeo de gaviotas y alcatraces. La tormenta, azotando el barco contra los riscos de piedra,

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Literatura medieval

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El navegante

El navegante

(The seafarer)Annimo anglosajn del siglo IXVersin de Armando Roa Vial.

Publicado originalmente en Universitaria, Santiago de Chile, 1998.

Puedo pregonar por m mismo este canto en tiempos de zozobra, laamarga verdad de mi travesa; como mi cuerpo, en speros das,

a menudo resisti sufrimientos y penalidades.

Sombras inquietudes se agolparon en mi pecho.

Refugiado en mi nave carcomida por el esto,

pugn por sortear el abrumador tumulto de las olas.

En la estrecha proa del barco mont guardia muchas noches,

vigilando las embestidas contra los acantilados.

Entumecidos por la escarcha estaban mis pies,

como atados a heladas cadenas; ardientes sueos

turbaron mi corazn; el hambre doblegaba mi nimo.

El hombre de tierra firme, mezquino y complaciente,

ignora los pesares que he soportado en ste, mi largo exilio

en las glidas aguas del mar, lejos de las regiones donde alumbra el sol,sumido en el desamparo, cuando toda la riqueza del mundo se vuelve desperdicio,

resistiendo el invierno, como un miserable vagabundo,

privado de sus compaeros.

El granizo caa con sus afiladas astillas de hielo

mientras mis odos eran asaltados por el borrascoso clamor del mar,

por el glacial alboroto de las olas.

Las heridas ms profundas de mi corazn

dolan por mis perdidos hermanos.

Pues risas humanas ya no escuchaba; solo el estridente alarido de los cisnes

o el fatdico gorjeo de gaviotas y alcatraces.

La tormenta, azotando el barco contra los riscos de piedra,

invada la popa; a menudo las guilas ululaban amenazantes,

con sus plumas congeladas, cubiertas de roco.

Ningn protector

puede brindar consuelo a un hombre desolado.

A quienes hacen de su vida un festn,

esperando del destino tan slo abultadas ganancias,sumidos en la opulencia y en el vino, poco les importa mis fatigas, mi larga vigilia resistiendo la desbordante clera del mar.

Cercado por las duras tinieblas de la noche, cuando la tormenta rompa desde el norte

y mi barca luchaba por esquivar las altas corrientes

que atravesaban las aguas,

todo de pronto cubrise de granizo:

la ms fra de las mieses. Entonces solloc como un desdichado

forastero, con el corazn desgarrado,

anhelando un sendero lejos de aqu,

libre de las aflicciones de la soledad y del silencio.

No hay orgullo de prncipe sobre sus dominios que pueda equipararse al mo,

nadie como yo para aorar los bienes dispensados por la juventud,

que an perdido el valor y la fe en el Rey,

cargo mis penas por el mar

a merced de la voluntad del Seor.

Corazn para el arpa ya no tengo; las riquezas de nada me sirven;

soy un hombre que ha perdido todo deseo hacia las

mujeres y hacia los placeres de esta vida.

Atribulado despierto cada da antes del amanecerjunto a las olas que envisten mi navo

y lo precipitan por estas recnditas sendas de sal.

Los bosques se cubren de flores; la belleza se apodera de los frutos;

resplandecen los campos; la tierra se renueva.

Mi alma, enchida de nostalgia,

dispone ansias y afanes hacia remotos confines,

a travs de los pletricos caminos del mar.Fnebres melodas entona el cuclillo;amargo guardin del verano, presagios y lamentosacumula en el pecho.

El hombre vido de fortuna desconoce la secreta vocacin de aqullos que padecen navegando sin rumbo fijo,

entre estelas de espuma,

lejos de su patria.Ahora la fra caverna del corazn se va desmoronando

en medio de este torrente, golpeada por grandes olas.

El exange rostro de un pjaro se obstina en la proa al declinar el da;

sus quejidos convergen bastos y abrumadoresmientras las ballenas trazan blancas estelas sobre las rutas marinas.Vislumbro los designios divinos

que prolongan mi destierro y mis tormentos.

Mi Seor, como un temible centinela,

me entrega a esta vida de muerte;

de paso estoy en el reino de este mundo. No hay goce terrenalque sea eterno; tres cosas hay que siempre amenazan la paz del hombre

derribando su espritu antes del fin:

la enfermedad, la vejez o el sabor de la venganza,

cuando dejan sentir sus latidos en cada cuerpo resignado a su suerte.

An as los grandes seores gustan del elogio

de cuantos lo rodean; loas de la vida,

fraguadas ante la enemistad y el rencor

de Satans: hazaas y proezas.

Que los oradores respeten el sagrado nombre de los valientes

cuyas vidas se prolongaron en duraderos estallidos;

que los ngeles les rindan sus honorespor siempre y para siempre. Deleite de hombres bravos: para ellos el poder y la alabanza.

Oh, cun efmeros se tornan mis das!

La arrogancia y el orgullo

irrumpen sin reyes ni csares.

Ya no quedan maestros generosos como los de antao,

esos que idearon las primeras hazaas del mundo,

gloriosos en sus vidas, renombrados en las canciones.

Quienes han blandido el escudo del honor y el seora se alejan;

el fervoroso esplendor de las viejas espadas de a poco se mustia.

Dolorosa ventura! Dbiles y pusilnimes

ahora nos gobiernan, al amparo de las luz agonizante

de las dilaciones y la cobarda.

Cunta aoranza en la nobleza perdida:

espritus ardientes, pensamientos poderosos!

l lo sabe y se lamenta: conoce a sus compaeros perdidos,

hombres fuertes y leales devorados por las mareas,

conducidos oscuramente por las mismas olas

hacia el umbro pramo que se extiende en el fondo del ocano.Cada vez que la vida cede, el cartlago afloja;

asalta la edad los rostros de ajan:

entonces ya no habr congojas ni deleites para el cuerpo.

Maana volver al silencio;

los miembros estarn crispados, en eterna rigidez:

carne yerta, despojada de vida, incapaz de saborear lo dulce o de sentir el roce de la pena.

Un hombre puede sepultar a sus hermanos muertos

cubriendo sus tumbas con todo el oro

que les perteneci; sus cuerpos enterrados sern as

el ms preciado de sus tesoros.

Pero el oro que acumularon en este mundo

no podr aliviar la ira de Dios

ante sus almas cargadas de culpas,

que el poco tuvieron los favores del cielo.

Caro es el precio de la vida.

De nada sirve jactarse de la fama o la abundancia.

No hay ddivas que sean capaces de sobornar

los inescrutables designios de Dios.

El sabio y el necio perecen por igual.

Sus tumbas sern sus moradas para siempre

aunque nombre a su tierra hayan puesto.

Por eso bien aventurados los humildes,aquellos que al cielo temen

y ponen sus almas a disposicin del Seor.

El pesar desgarra sus ojos:

entre despojos recuerda a sus mayores, sus compaeros cados,

en la hora postrera, pasto de gusanos, heridos por el destino,estremecidos por las garras de la muerte