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La memoria del pasado n.º 3 2004 y Revista de Historia Contemporánea P asado Memoria

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  • La memoria del pasado

    n. 3 2004

    yRevista de Historia Contempornea

    PasadoMemoria

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  • PASADO Y MEMORIARevista de Historia Contempornea, n 3

    Retos de la memoria y trabajos de la historia

  • ndice

    Portada

    Crditos

    Retos de la memoria y trabajos de la historia ................ 5

    Memoria y experiencia ...................................................... 11

    Memoria e Historia ............................................................ 23

    Memoria y presente histrico ............................................ 40

    Notas ................................................................................. 51

  • Julio Arstegui

    5NDICE

    Retos de la memoria y trabajos de la historia*

    Julio Arstegui

    La Historia es la vida de la memoria, dej escrito el P. Jos de Sigenza en su Historia de la Orden de San Jernimo. Parecera como si esa aseveracin poti-ca y sutil indujese a pensar que la Historia no slo presupone siempre la Memoria sino que, a travs de aqulla, sta reco-bra vida y prolonga su presencia, permanece viva y perpeta sus contenidos (nota 1). La Historia sera as una prolonga-cin y cristalizacin de la Memoria. Esta cita de un clsico castellano no tiene otro propsito sino llamar la atencin, en esta particular coyuntura cultural que vivimos, sobre la re-lacin mltiple y compleja que ha sido destacada siempre entre Memoria e Historia, entre los contenidos del recuerdo y la prctica historiogr ca. La sutil forma en que, desde el pensamiento de la Antigedad clsica, la una se ha ligado siempre a la otra ha sido fuente de inspiracin tanto sobre las virtualidades de una historia viva como sobre las de una

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    historia memorial, una historia que da vida a la memoria. La cuestin de las relaciones entre la historia y la memoria es, sin duda, tanto antigua como extremadamente actual (nota 2). Pero los riesgos y trampas que imgenes como s-tas esconden no deben tampoco, a nuestro juicio, permane-cer ocultas.

    La memoria, interpretada como depsito y acervo de viven-cias comunes compartidas y como bien cultural de la ma-yor relevancia, ha devenido en uno de los componentes ms signi cativos de la cultura de nuestro tiempo, como inspira-cin de actitudes y aspiraciones reivindicativas derivadas de hechos del pasado, como prembulo o como derivacin de la reclamacin de identidad, como referente para variadas posiciones polticas. Muchos de los fenmenos sociocultura-les a los que asistimos hoy ilustran de manera ntida la im-portancia de la memoria no slo como valor, pues, sino como reivindicacin social. En cualquier caso, se ha convertido en un fenmeno de trascendente presencia social. La memoria y las memorias son hoy un lugar comn de la re exin social y son el terreno, en cuanto dimensin colectiva, en el que se li-bra una batalla ideolgica de notable calado. Tambin se han convertido, en consecuencia, en el objeto de un renovado

  • Julio Arstegui

    7NDICE

    inters por parte de ciertas ciencias sociales, la antropologa, la psicologa y, particularmente, la historiografa.

    La densa problemtica de la memoria colectiva, social e his-trica y de la relacin entre memoria e historia ha sido objeto de una amplia atencin de los tratadistas actuales, por ms que pueda decirse que no poseemos an una interpretacin convincente y fundada que d cuenta de la reciente expan-sin de la cultura de la memoria en sus variados contextos nacionales y regionales (nota 3). Vivimos, se ha dicho, el tiempo de la memoria o, tambin, el tiempo del testigo (nota 4). En los aos ochenta del siglo XX, una obra colectiva dirigida por Pierre Nora, Les lieux de mmoire, abri unas in-sospechadas perspectivas al tratamiento historiogr co de la memoria histrica como conformadora de persistentes com-portamientos sociales y de una percepcin particular de la herencia histrica (nota 5). El inters por la relacin entre la memoria y la historia experiment desde entonces un inde-clinable auge.

    Es incuestionable que nuestro mundo de hoy se ha converti-do en un extraordinario consumidor de memoria. Por qu y para qu recordar?, es una doble pregunta frecuente en nuestro tiempo para la que existen mltiples respuestas car-gadas siempre de una notable derivacin ideolgica (nota 6).

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    Los estudios sobre la memoria histrica se han multiplicado en los aos noventa y se ha podido decir que uno de los fenmenos culturales y polticos ms sorprendentes de los ltimos aos es el surgimiento de la memoria como una pre-ocupacin central de la cultura y de la poltica de las socie-dades occidentales (nota 7). En efecto, desde los mbitos polticos y sociales ms diversos se ha venido reclamando la preservacin de la memoria, especialmente la memoria del dolor, de las guerras, de las injusticias, la represin y los genocidios. Se ha hablado de una saturacin de memoria y tambin, por n, de una crisis de la memoria (nota 8). Y, por lo dems, se ha propuesto una explcita dedicacin a construir una historia de la memoria, a convertir sta en un objeto historiogr co.

    El cambio hacia un tiempo de la memoria puede rastrearse con cierta claridad desde el giro decisivo que se produce en los contenidos culturales occidentales a partir de nales de la dcada de los sesenta del siglo XX. Se ha dicho que si la cul-tura de la modernidad a comienzos de ese siglo tena la pers-pectiva de los futuros presentes, la que ha trado la posmo-dernidad, acusadamente desde la dcada de los ochenta, se ha vertido hacia los pretritos presentes. Nuestro tiempo padece el sndrome de la memoria recuperada y desarrolla,

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    en consecuencia, una cultura de la memoria. La memoria se ha convertido en una obsesin cultural de monumentales proporciones en el mundo entero (nota 9).

    Tal cultura de la memoria, por lo dems, no restringe el m-bito de su expansin a ese afn por la recuperacin del pa-sado sino que abarca igualmente a la impregnacin de las perspectivas temporales por la jacin del tiempo vivido y tambin por las funciones del olvido. La memoria, pues, en-tendida como la ms potente y vital ligazn de la experiencia al pasado y el mayor resorte para su conservacin, cuando no el agente de su invencin, se ha situado prcticamente en el centro de las ms reiterativas reivindicaciones cultu-rales actuales, de forma que puede pensarse que, bajo la forma de memoria colectiva especialmente, una de las con-notaciones de nuestro presente es una nueva valoracin de la funcin y la importancia de la memoria como de nidora de pautas culturales.

    Desde el punto de vista del anlisis de los comportamientos sociales, tanto la sociologa o la antropologa como, desde luego, la historiografa tienen en la memoria un amplio cam-po de exploracin. Es justamente el inters por esa memoria social en su particular especi cacin de memoria histrica la que ha despertado un creciente inters en la historiografa

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    contempornea y contemporanesta, sobre todo en relacin con la posibilidades de la historia oral, de la historia con tes-timonios vivos, tanto en su aspecto de historia apoyada por fuentes orales como el tipo ms estructurado basado en la exclusividad del testimonio oral que conforma, desde luego, una percepcin propia de la historia del presente.

    En consecuencia, la importante cuestin de la memoria como dimensin de las formas sociales permanentemente construi-das y reestructuradas y la relacin de ello con la percepcin y la escritura de la Historia es el asunto primordial al que se orientan estas pginas. Los retos de la memoria parecen ineludibles en la vida cultural de hoy. Los trabajos de la histo-ria no pueden ignorarlos. Pero la pretensin, expuesta segn variadas propuestas, de que la Historia no puede ser diso-ciada de la Memoria, de que sta es, en ltimo extremo, la justi cacin y legitimacin de aqulla, de que, en todo caso, su potencia rememorativa e institucional es superior al pro-pio contenido del bagaje histrico, no puede ser aceptada sin ms por una historiografa como actividad objetivadora, cient camente orientada, de la temporalidad social. Por ello a ese reto de la memoria debe corresponder un esfuer-zo ms aquilatado de construccin o trabajos de la historia. Memoria e Historia no son potencialidades necesariamente

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    correlativas, segn intentaremos exponer, pero s lo son con-vergentes. Como reto y como trabajo, la prolongacin de la memoria en la historia debe ser un hecho y un deber en la consecucin de un mejor conocimiento y conservacin del pasado y de un mundo distinto y ms justo.

    Memoria y experienciaSi la Memoria y la Historia llegan a presentarse como corre-lativas y secuenciadas es porque ambas son una manifes-tacin y un reservorio de la experiencia humana. La expe-riencia vivida es acumulada en la memoria y la historia es su explicitacin permanente y pblica. Para plantear e intentar resolver desde el punto de vista de la funcin historiogr ca la difcil relacin entre memoria e historia no hay ms reme-dio que pergear algo a modo de una teora de la memoria que nos permita poner en claro de qu memoria hablamos cuando la relacionamos con la construccin de lo histrico. Es evidente que podemos prescindir aqu de variados aspec-tos de la entidad de la memoria que, claro est, puede ser enfocada desde perspectivas muy diversas que comprende-ran entre ellas desde las biolgicas a las los cas, pasando por las psicolgicas. No es preciso entrar aqu, por supuesto, en mayores detalles sobre los mltiples enfoques y doctrinas que con uyen en el anlisis de la naturaleza y funcin de

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    la memoria, es decir, las neurolgicas, psquicas, antropo-lgicas, cognitivas, etc., de la misma forma que no lo es la contemplacin los ca de sus potencialidades (nota 10) en cuanto no tenga una referencia directa a su funcin social y su dimensin histrica (nota 11).

    La memoria, en su de nicin ms sencilla posible, o sea, como la facultad de recordar, traer al presente y hacer per-manente el recuerdo, tiene, indudablemente, una estrecha relacin, una con uencia necesaria, y tal vez una prelacin inexcusable, con la nocin de experiencia, al igual que con la de conciencia, porque, de hecho, la facultad de recordar or-denada y permanentemente es la que hace posible el registro de la experiencia. Sin la memoria no existe posibilidad de ex-periencia, haba dicho ya Aristteles. La temporalidad huma-na tiene en la memoria su apoyo esencial (nota 12), mientras que la continuidad que facilita a la accin humana es la clave de la funcin estructurante que tiene tambin en la constitu-cin de las relaciones sociales. La memoria, por tanto, tiene una funcin decisiva en todo hecho de experiencia como la tiene tambin en la captacin del tiempo por el hombre.

    Ocurre as dada la multiplicidad operativa de la memoria como contenido vivencial, como presenti cacin en expresin que emplean Husserl o Giddens, por ejemplo, como funcin

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    recuperadora mediante el recuerdo o discriminadora median-te el olvido, como reordenacin continua de las representa-ciones de la mente y, en n, como suministradora de pautas para la accin. La memoria, en consecuencia, gura tambin entre las potencialidades que mayor papel desempean en la constitucin del hombre como ser histrico. Ella es el so-porte de la percepcin de la temporalidad, de la continuidad de la identidad personal y colectiva, y, consiguientemente, es la que acumula las vivencias donde se enlazan pasado y presente.

    Sin la capacidad de recordar, de hacer presente lo pasado, no existira modo de llegar a elaborar una historizacin de la experiencia o una captacin del presente como historia, es decir, no habra posibilidad de vivir histricamente. La impor-tancia, por tanto, de analizar las funciones de la memoria en relacin con la experiencia humana se acrecienta an dada la insistencia de un gran nmero de tratadistas actuales en la relacin entre memoria y recuperacin del pasado tanto como entre ste, o sea, lo convencionalmente llamado Histo-ria, y la percepcin del presente en cuanto parte constitutiva del proceso histrico.

    Paul Ricoeur ha llamado la atencin de forma repetitiva y con nfasis hacia la diferencia entre la recordacin habitual y el

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    esfuerzo de memoria. Entre la mneme y la ananmnesis de los clsicos griegos. Lo sustancial de sus posiciones se reco-ge en la aseveracin de que acordarse es no slo acoger, recibir una imagen del pasado: es tambin buscarla hacer algo. Esta por dems convincente distincin nos coloca ante el hecho crucial de la memoria activa, de la memoria como potencia creadora y, en consecuencia como sustrato de la te-matizacin de la experiencia que es la potencialidad preemi-nente de la recordacin (nota 13). La memoria se distingue igualmente con nitidez de la funcin de la imaginacin, en relacin, sobre todo, con su contenido de verdad. Ya Hen-ri Bergson haba reparado en que imaginar no es acordar-se, cuestin en la que insistira tambin J. P. Sartre. Existen, pues, dimensiones diversas de la memoria cuyos extremos se realizaran especialmente en la distincin entre hbito de recordar y esfuerzo de rememoracin y entre imaginacin y recuerdo. La experiencia est mucho ms ligada al esfuerzo por recordar.

    La memoria es constitutivamente bastante ms que un de-psito de sensaciones y percepciones o, sencillamente, algo ms que la facultad mental que permite traer al presente, me-diante el recuerdo, las vicisitudes del pasado. La memoria es, ms all de eso, una facultad fundamentalmente activa,

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    reorganizadora y coordinadora, estructurante, que no se li-mita en manera alguna al registro, aunque lo realice, de lo percibido o experienciado. Gracias a la memoria el hombre puede poner ante s en un ejercicio mental su trayectoria vital completa, su biografa, como algo unitario, puede reproducir-la en una secuencia ordenada temporalmente, del presente al pasado y viceversa. Puede tambin imaginar el futuro, y, de esta forma, puede acceder a la imagen de un presente continuo.

    Ahora bien, cmo est representada la experiencia en la memoria humana? Topamos aqu con la cuestin del signi -cado mismo de representacin y su importante relacin con las formas de comportamiento (nota 14) y tambin con el hecho de que al hablar de representacin se est presupo-niendo que no todos los contenidos de la experiencia pasan de forma permanente a la memoria. La memoria trae el pa-sado al presente, pero no lo reproduce. Ello est en relacin con la a rmacin que ya introdujese Bergson y que ciertas corrientes de la psicologa, especialmente la cognitiva, man-tienen hoy de que la funcin real de la memoria estriba no en la retencin de las vicisitudes de todo orden que se atravie-san, sino en la reconversin de ellas, o su representacin, a travs de categoras y conceptos. La memoria se puebla de

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    estructuras interactivas a las que se denomina esquemas. Estos esquemas se abstraen de la experiencia de forma que constituyen modelos del mundo exterior, que sirven a su vez para procesar toda nueva informacin. La memoria no es, pues, una reproduccin del mundo exterior sino un aparato para interpretarlo (nota 15).

    No hay experiencia sin memoria. El recuerdo mismo perte-nece al mundo de la experiencia como dicen los fenomen-logos. La Historia, a su vez, procede, en palabras de Kose-lleck, de la tematizacin de las experiencias (nota 16). La prelacin de la memoria y de la experiencia sobre la historia parece as quedar clara. Tanto la experiencia como su crista-lizacin en la memoria constituyen, a su vez, la ms intuitiva y profunda percepcin del tiempo humano. La experiencia y la memoria son condensaciones del tiempo. Ambas tienen la estructura de la temporalidad y ambas, en consecuencia, son la condicin inexcusable de toda posibilidad de historicidad.

    De otra parte, la memoria no se constrie tampoco a la ca-pacidad de recordar, de traer el pasado al presente, sino que alcanza tambin a la de olvidar en su funcin selectiva. La memoria como capacidad de recordar tiene su contraimagen en la capacidad de olvidar, teniendo a sta, claro est, por algo ms que una simple de ciencia patolgica. El olvido,

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    pues, no es en modo alguno una de ciencia de la actividad mnemnica, es, por el contrario, una de sus funciones. El olvido, como capacidad psquica, es tambin una facultad ac-tiva, aunque peor estudiada que la del recuerdo, si bien los anlisis los cos o sociales de la memoria como recuerdo van comnmente acompaados de su funcin inversa como olvido. El silencio y el olvido tienen un uso, ejercen un pa-pel en el mantenimiento de las vivencias y ocupan un lugar de relevante importancia en la reproduccin social y en la plasmacin del discurso histrico (nota 17). La expulsin de la memoria de determinados pasajes de ella tiene tanta sig-ni cacin como su conservacin (nota 18). La memoria, en resumen, funciona siempre en pluralidad, de manera limitada y selectiva, frgil y manipulable, se vierte, sobre todo, hacia la percepcin del cambio y ejerce un trabajo simblico de resti-tucin y de sustitucin.

    Tambin es preciso aludir de inmediato a un asunto de par-ticular importancia para lo tratado aqu: la dimensin social de la memoria. Es decir, el hecho de que esta facultad, en cuanto que trasciende las potencias del individuo aislado, tiene por lo mismo variadas determinaciones sociales. Por una parte, la memoria siempre incluye a los dems; de otra, en efecto, es tambin un presupuesto de la actividad social.

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    En el plano antropolgico y sociolgico, al tiempo que la me-moria acta como un soporte fundamental de la temporali-dad, destaca tambin como un componente imprescindible en la construccin de las realidades sociales. Su relacin con stas es recproca: la memoria acta y es explicable dentro de unos cuadros [o marcos] sociales, como los llamara M. Halbwachs, uno de los clsicos en el estudio sociolgico de la memoria, pero contribuye igualmente a la simbolizacin y reproduccin de ellos.

    Siguiendo precisamente a Halbwachs, suele hablarse de la existencia de memorias individual, colectiva y social, que son tres especi caciones o grados distintos e inclusivos de la ca-pacidad mnemnica. Ms all de la memoria individual, apa-recera la memoria colectiva o memoria del grupo, mientras que la social sera la de una sociedad globalmente considera-da. Maurice Halbwachs abord en la primera mitad del siglo XX un anlisis detallado de la relacin entre memoria indivi-dual y memoria colectiva y, lo que es ms importante, entre la memoria colectiva y la memoria histrica, esto ltimo en un estudio que apareci pstumamente (nota 19). Segn l, existe un proceso de recuerdo que est ms all de cada indi-viduo, que es impersonal, en el cual los individuos participan aunque sea parcialmente y segn sus intereses particulares.

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    Para evocar su pasado, el hombre necesita frecuentemente acudir a los recuerdos de los otros (nota 20). Toda memoria individual supone el marco o cuadro de la social (nota 21), lo que descartara la super cial visin de la memoria colectiva como alguna forma de mera sntesis o construccin basada en las memorias individuales.

    Segn esa misma dualidad, Halbwachs propona distinguir entre una memoria interior y una exterior al individuo, una personal y una social y, adems, ms importante para lo que dilucidamos aqu, entre memoria autobiogr ca y memoria histrica. La memoria histrica sera, pues, una especi ca-cin temporal de la memoria colectiva. Sera externa al indivi-duo, objetivada y socializada. Con indudables ambigedades, esta posicin recoge mucho, sin embargo, de la mantenida por Durkheim de hecho, maestro de Halbwachs acerca de la objetividad impersonal de todos los hechos sociales, que se imponen al individuo.

    La proposicin de que existe una memoria colectiva, es, sin duda, de notable importancia y pueden encontrrsele claras analogas en la misma medida en que existe una accin co-lectiva, una conciencia colectiva, etc. pero ha suscitado des-pus tantas dudas como la de nicin de cualquier concepto que representa una cualidad social emergente, que trascien-

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    de al actor individual y que no puede entenderse como la suma de las cualidades singulares. La memoria presupone una mente, en efecto, est relacionada siempre con una ex-periencia determinada y concreta. As, pues, quin o qui-nes seran el sujeto familia, clase, grupo tnico, generacin histrica, etc. de tal memoria colectiva?; dnde est depo-sitada?; qu contenidos selecciona? Si bien cualesquiera contenidos de memoria tienen siempre una indudable pro-yeccin colectiva, son el re ejo de la realidad social y en ellos juega un papel esencial el contexto de la socializacin, es el sujeto de ella el que representa un problema para la teora social e histrica (nota 22). La memoria colectiva es un con-cepto atractivo no exento de problemas, que ha suscitado menos estudios de los deseables y que, en todo caso, cons-tituye un poderoso instrumento de anlisis de los recuerdos socialmente compartidos (nota 23).

    Conviene resaltar, desde luego, el inters de esta visin holista de los problemas de la memoria, que evita los psicologismos frente a los que prevendra asimismo Durkheim, pero omite dimensiones esenciales en la proyeccin y la insercin social de la memoria, que hoy no pueden ser, en manera alguna, obviados. En efecto, la idea de memoria colectiva se avie-ne con di cultad con su casi homnimo de memoria social,

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    ello esquivando conscientemente las muchas y muy sutiles re exiones y matices que cabran en la comparacin entre lo colectivo y lo social (nota 24). De la obra de Halbwachs es-tn prcticamente ausentes los problemas derivados de los usos de la memoria, la manipulacin de la memoria colectiva, su importancia ideolgica y como instrumento de poder, su papel en la lucha por la dominacin y la hegemona y, en lti-mo extremo, su fragmentacin.

    La memoria colectiva no parece en absoluto un producto in-mediato de la actividad social, sino que es una construccin cultural muy elaborada. Existe algn colectivo con una me-moria nica? O bien, cmo se constituye esa memoria co-mn? La memoria colectiva es el lugar comn de todas esas importantes realidades sociales y, de paso, todas las di cul-tades epistemolgicas, a las que Halbwachs no se re ere. Sus estudios, sin embargo, siguen prcticamente insupera-dos en lo que atae a la tesis de que la memoria individual y colectiva, y, por supuesto, la memoria histrica, son siempre en efecto construcciones en las que la dimensin social no es meramente un contexto sino una causa. La memoria es una dimensin ms de las relaciones sociales que precisa siempre una contextualizacin, contrastacin y, sobre todo, objetivacin.

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    Las peculiaridades de la memoria social y la memoria histri-ca, sin embargo, no se agotan ah. Importa tanto ms sealar, entre otras muchas cosas posibles, que, por lo que atae a la funcin y al uso de la memoria como factor de conciencia-cin histrico-social y cultural, existen decisivas diferencias entre las memorias sociales justamente en relacin con la experiencia. Existen una memoria directa, llamada tambin, a veces, espontnea, frente a otra adquirida o transmitida, o, lo que es lo mismo, una memoria ligada a la experiencia vital, propia y directa, del individuo o el grupo, la memoria viva, y otra que es producto de la transmisin de otras memorias, de la memoria de los predecesores, la memoria heredada. Los entrecruzamientos de estas memorias son absolutamen-te esenciales para el anlisis a fondo de la memoria histrica. La memoria, por lo dems, es una referencia decisiva tam-bin en procesos como los de identidad, integracin grupal o generacional y en la elucidacin del signi cado de la accin pblica, social y poltica. Hay, en n, una memoria institucio-nal (lugares de memorias, liturgias y rememoraciones pbli-cas, utilizacin poltica, derechos de la memoria y prcticas del olvido) cuyos contenidos son clave para la prctica y la reproduccin social.

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    23NDICE

    Memoria e Historia

    No es difcil entender, como consecuencia de todo lo expues-to, que el problema central al que debemos dirigir la atencin es la manera exacta en que se establece la relacin entre memoria como representacin permanente de la experiencia en la mente individual y en los colectivos humanos e historia como racionalizacin y objetivacin temporalizadas y expues-tas en un discurso, por decirlo as, de tal experiencia. Porque a partir del esclarecimiento de ese enlace esencial podremos penetrar con mayores garantas en el problema mayor de la funcin de la memoria en la construccin de lo histrico y del presente histrico.

    La memoria tiene dos funciones importantes en la aprehen-sin de lo histrico, sobre el plano general de su signi cacin como sustento de la continuidad de la experiencia. Una de ellas es la capacidad de reminiscencia de las vivencias en forma de presente. La memoria, como decimos, es capaz de reasumir la experiencia pasada como presente y, al mismo tiempo, como duracin, lo que no equivale a decir que no contenga su propia temporalidad interna, que no d cuenta de la sucesin temporal. El presente histrico, como percep-cin subjetiva, se fundamenta justamente en la extensin de la memoria de vida, y excluye en buena medida, aunque no

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    de forma absoluta, la memoria transmitida, la memoria del pasado heredado pero no vivido, sin mengua de que esta ltima tenga naturalmente una importante funcin tambin para interpretar y dotar de signi cado la memoria vivida. En su sentido extendido, un presente es el contenido completo de una memoria viva, no heredada, aunque el tiempo est en ella ordenado segn la secuencia pasado-presente.

    La segunda funcin destacable deriva de su papel no ya como presupuesto, predisposicin o, si se pre ere, umbral, de lo histrico, sino como soporte mismo de lo histrico, y como vehculo de su transmisin, limitada prcticamente a ella cuando se trata de la transmisin oral. De nitivamente, no hay historia sin memoria. An as, una a rmacin de tal gnero tiene que ser cuidadosa porque corre el riesgo de ser equvoca: la memoria y la historia no son, a pesar de su estrecha relacin, entidades correlativas relacionadas en un nico sentido.

    En de nitiva, llegamos al meollo verdadero de la relacin que intentamos clari car: cul es el sentido propio de esa estrecha relacin entre memoria, potencia cognoscitiva, ins-trumento imprescindible de la relacin social y dispositivo central en la percepcin humana del tiempo, e historia, con-ciencia de la temporalidad de todas las acciones, atribucin

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    25NDICE

    que poseen todas las creaciones humanas y discurso que las objetiva y las registra en el tiempo? Que la Historia pa-rece ser la materializacin y prolongacin de los contenidos de la Memoria es, como hemos visto, una suposicin muy antigua. Los historiadores han intentado establecer muchas veces la naturaleza exacta de esa ligazn irreductible. Unos de los tratadistas contemporneos ms citados, Pierre Nora, se pronunci sobre ello en el sentido de que mientras la memoria es la vida, en evolucin permanente, abierta a la dialctica del recuerdo y de la amnesia, inconsciente de sus deformaciones progresivas y vulnerable a las manipulacio-nes, la historia es la reconstruccin siempre problemtica e incompleta de lo que ya no existe. La memoria es un fe-nmeno siempre actual, la historia es una representacin del pasado. Existen tantas memorias como grupos, es por natu-raleza mltiple, colectiva, plural e individual. La historia, por el contrario, pertenece a todos y a ninguno y por ello tiene vocacin universal (nota 25).

    Aqu y all, dicho de una manera u otra, la permanente li-gazn y la permanente tambin dicotoma parece hacerse descansar en que la Memoria es una potencia radical de lo humano al tiempo que un factor imprescindible de la vida so-cial y la percepcin temporal, mientras que la Historia es una

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    atribucin osteolgica del tiempo humano, pero es tambin una construccin intelectual y por lo tanto un producto cul-tural emergente. Insistiendo y matizando en este orden de ideas, podra aadirse que la memoria, bastante ms all de la facultad que nos permite recordar es un fenmeno social estructurante, donde converge la tensin entre lo individual y lo colectivo. La historia representa el peso y el paso inelucta-bles del tiempo, pero en alguna manera es una creacin libre del hombre. En cualquier caso, la Historia-discurso es bas-tante distinta de la Memoria-recuerdo, pero siempre aqulla empieza su construccin sobre sta. La memoria cultural que aqu nos importa es la que se incardina en el trabajo de la rememoracin. En este sentido la memoria tanto individual como colectiva o social tiene relaciones cambiantes con el discurso de la historia. La historia, por su parte, es tanto re-memoracin como registro. Sin embargo, el registro no es necesariamente rememoracin.

    La historia debe incluir la memoria, pues, pero esta segunda no equivale necesariamente a la primera. La historia aparece, decamos, como una creacin intelectual, como un discurso modelado por decisiones culturales. En de nitiva, con el paso del tiempo la realidad histrica ha venido a estar representada cada vez ms por lo que los franceses han llamado lhistoire

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    savante, la historia erudita. En ese nivel memoria e historia son categoras claramente distintas. Pero si la memoria es una potencialidad constitutiva de lo humano, modelada, a su vez, por la dinmica social misma, por el cambio, y la historia es el registro de ese cambio, la discriminacin entre una y otra se hace necesariamente problemtica. La cuestin real reside aqu, a lo que parece, en la di cultad de hablar de una memoria colectiva como dimensin realmente global, mientras que la historia no puede tener sino ese carcter glo-bal.

    Una determinada comunidad interpreta su historia de ma-neras distintas en funcin de los grupos que la componen, de sus intereses y de sus memorias, pero cada uno de ellos pretende que su interpretacin es la universalmente vlida, la que afecta a todos. El problema central de toda memoria es, pues, el de su abilidad. Sin embargo, la historia tiene una connotacin de nitoria inexcusable: su necesario conte-nido de verdad. Una historia cuya verdad puede ser negada pasa a ser necesariamente ilegtima. El contenido veritativo de la memoria es mucho ms aleatorio. La memoria es, sobre todo, una visin particular del pasado. La memoria es mucho ms fragmentaria. Es la memoria histrica, por tanto, el punto real e imprescindible de la convergencia entre las memorias

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    particulares y la historia de vocacin universal de la que ha-blaba Pierre Nora y el punto real entre una y otra realidad no puede establecerlo sino la memoria histrica.

    El problema esencial queda ya, a nuestro juicio, su ciente-mente enunciado. Debe continuar mantenindose el esta-tuto de matriz de la historia otorgado comnmente a la memo-ria? (nota 26). La respuesta slo puede ser matizadamente positiva. Memoria e historia son realidades con una relacin secuencial y necesaria, incluso, pero distinguibles la una de la otra y, desde luego, separables. Ello quiere decir que la relacin no las hace necesariamente coincidentes ni an ne-cesariamente convergentes en su naturaleza. Su relacin es inequvocamente contingente, como tendremos ocasin de discutir despus. Los contenidos de la memoria, de cualquier memoria, de las memorias vivas y de las heredadas, no cons-tituyen ya, en s mismos, el contenido de la historia. Para que la memoria sea historia necesita algo ms que el esfuerzo por la rememoracin. Necesita convertirse, o ser convertida por la operacin historiogr ca, para decirlo tambin en los trminos empleados por Ricoeur, en memoria annima, en memoria objetivada. Memoria e historia se acercan, efectiva-mente, cuando se establece entre ellas una relacin que slo se entiende si se tiene en cuenta, al menos, un requisito que

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    el propio Halbwachs acert a expresar con precisin: para que la experiencia o sencillamente la imagen de lo vivido al-cance la realidad de lo histrico ser preciso que salga de s misma, que se coloque en el punto de vista del grupo, que pueda denotar que un hecho marca una determinada poca porque ha penetrado en el crculo de las preocupaciones y de los intereses colectivos (nota 27).

    No hay Historia sin Memoria, repitamos, pero dado que lo recproco no es igualmente cierto ello quiere decir que la re-lacin es unidireccional y que no puede descartarse la con-frontacin con ictiva entre ellas. En de nitiva, la Historia tie-ne su propia autonoma, no coincide necesariamente con la Memoria. A consecuencia de ello, siendo cierta la importancia que la cultura actual da a la funcin social de la memoria, e innegable su extraordinaria relevancia en las formas en que percibimos hoy la historicidad, es errneo, a nuestro juicio, extraer de ah la conclusin de que la lucha por la memoria es espec camente anloga a la lucha por la historia, y por la verdad de sta... Es errneo, en n, suponer que ambas cosas son sinnimas y que la lucha por la memoria es inequ-vocamente la muestra de una persistente conciencia hist-rica como caracterstica emblemtica de nuestra condicin de contemporneos (nota 28). Esa homologacin incurre,

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    sencillamente, en una peticin de principio. La relacin en cuestin, adems, dista de poder ser considerada aislada del complejo de vertientes sociales y culturales presentes en una situacin histrica en la que la lucha por la memoria tiene dimensiones muy distintas de la de re ejar meramente con-ciencia histrica. Porque la lucha por la memoria es, entre otras cosas, una lucha poltica y tica.

    En efecto, memoria y conciencia histrica pueden coexistir sin que su correlacin e interdependencia sean necesarias ni enteramente discernibles, ni sus manifestaciones obliga-damente convergentes. La lucha por la recuperacin de la memoria del pasado, la lucha contra el olvido, tiene una tras-cripcin al discurso de la Historia que no es en modo alguno lineal. Una correlacin de ese gnero no podra ser postula-da, tiene que demostrarse. Quienes claman por la preserva-cin de la memoria de determinados hechos del pasado, no reclaman necesariamente una mejor investigacin histrica de ellos La Historia es dado por supuesto. Quienes exigen su conservacin y se lanzan a la lucha por la memoria son, muy destacadamente, los portadores mismos de ella. Son los depositarios directamente concernidos por los hechos cuyo recuerdo permanente se reclama, sus bene ciarios o sus vctimas. En manera alguna queremos decir que ello afec-

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    te a la legitimidad de los valores reclamados, sino que esa reclamacin implica la preeminencia de las pretensiones de retribucin tica, identitaria, social, en de nitiva, de la memo-ria sobre la verdad de su contenido. Por ello puede llamarse, justamente, a nuestra poca, la del testigo (nota 29).

    La reclamacin de memoria no es estrictamente correlativa y sintomtica del aumento de conciencia histrica o de con-ciencia de la historicidad, aunque pueda serlo, sino que se incardina primariamente en la lucha por las identidades, las restituciones y reparaciones, por la justicia sobre el pasa-do, el reconocimiento de las diferencias y los protagonis-mos, el rescate del olvido y el desvelamiento de las biogra-fas marginadas. Y todo ello obediente, ahora s, de manera estrechamente correlativa, al re ejo directo del peso de la cultura actual de la comunicacin de masas.

    Mientras la memoria es valor social y cultural, es reivindica-cin de un pasado que se quiere impedir que pase al olvido, la historia es, adems de eso, un discurso construido, obli-gatoriamente factible de contrastacin y objetivado o, lo que es lo mismo, sujeto a un mtodo. Puede, por tanto, y esto es esencial, ser distinto de los contenidos, o de algunos conteni-dos, de la memoria. La relacin entre la memoria y la historia es por fuerza muy determinante, pero de ah no se in ere

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    la identidad de ambas realidades. La relacin entre ellas es compleja, sinuosa, ninguna de ellas contiene enteramente a la otra. Por ello, considerar que la existencia de una memoria socialmente desvelada ya y la presencia de usos explcitos de ella son la antesala ineludible de su conversin historio-grafa y que sta prolonga, solidi ca y legitima directamente aqulla, es otro error de concepto.

    De la misma forma que en el caso de la conciencia histri-ca, la relacin de la memoria con la historia como operacin intelectual es inestable. Memoria e Historia son categoras del conocimiento de orden diverso, sobre todo porque, frente a la pretensin de objetividad que toda construccin his-toriogr ca debe tener ineluctablemente, no hay memoria neutral, ni inocente, como no ninguna facultad humana lo es enteramente. Por lo dems, no siempre resulta fcil trazar la lnea que separa el pasado mtico del pasado real. Y es que el pasado recordado con intensidad puede transformar-se en memoria mtica (nota 30). Por lo general, los sujetos y los grupos organizan su memoria como autojusti cacin y autoa rmacin, pero no necesariamente como contribucin histrica desinteresada. Toda especie de memoria colecti-va en cuanto representativa de un grupo es la expresin de un nosotros, y est ligada a los intereses de quienes la ex-

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    presan. De ah que los olvidos cumplan muchas veces en ne-gativo esa misma funcin de representacin de intereses. La Historia, como dijese Franois Bdarida, ve el acontecimien-to desde fuera, mientras la memoria se vincula a l y lo vive ms bien desde dentro (nota 31). La Historia no pretende, en cualquier caso, ni monopolizar el aporte de la memoria, ni agotar su signi cado, y, sin embargo, son los mismos que proclaman la necesidad de mantener la llama de la memoria y subsidiariamente de establecer la verdad de la historia los que solicitan a los historiadores para ayudarles y para legiti-mar sus resultados (nota 32).

    Conservar la memoria, en de nitiva, no equivale ni indefec-tible ni inmediatamente, a construir la historia. Pero hay en realidad, pese a todo ello, un par de extremos en el que Me-moria e Historia como categoras estn sujetas a las mismas determinaciones y cumplen de forma paralela una misma funcin. Uno es su signi cacin de batalla contra el olvido; el otro es la imposibilidad de ambas de contener en s todo el pasado (nota 33). Sin embargo, la conservacin de la memoria, incluso el deber de memoria del que hablan sus mantenedores, no asegura necesariamente una historia ms verdica, porque la memoria como facultad personal y como referencia de un grupo, de cualquier carcter, es siempre

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    subjetiva, representa una visin parcial, no contextualizada en su temporalidad y no objetivada.

    Para que la memoria trascienda sus limitaciones y sea el punto de partida de una historia es preciso que se opere el fenmeno de su historizacin, o, lo que es lo mismo, de la historizacin de la experiencia, asunto al que nos referimos en extenso en otro lugar (nota 34). La memoria puede ser, y es de hecho, objeto de una historizacin, en el sentido sub-jetivo y objetivo de tal expresin, pero ello no es un proceso necesario ni indefectible. Esa historizacin es ella misma un producto histrico, sujeto a condicionantes y determinaciones externas, como muestra el hecho de su presencia desigual en unos u otros momentos histricos. Justamente, una de las caractersticas culturales ms acusadas de las socieda-des actuales es la profundidad del fenmeno de historizacin de la memoria, pero ello no puede predicarse en la misma medida de todas las pocas. El recuerdo es una operacin intencional. La historizacin se apoya en una superacin de la intencionalidad, en una objetivacin de los contenidos de memoria. La memoria no lleva de suyo, por su propia virtua-lidad, naturalmente, a producir una historia; tampoco es la historia an, sino que es una pre-historia, una materia de historia, de e cacia diversa. No es una historia construida,

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    sino una materia que debe ser historizada. Por lo dicho, la rei-vindicacin de la memoria no siempre conduce a una mejor veri cacin de la historia. La historia, la historia veri cada, se entiende, no puede legitimarse por la justicia y oportunidad de la preservacin de una determinada memoria sino senci-llamente por la propiedad y rigor de su discurso.

    Adems, la memoria en cuanto fuente de historia debe estar sujeta, y en las mismas condiciones que todas las dems, a los requisitos metodolgicos aplicables a cualquier gnero de fuente histrica. De hecho, y segn es bien sabido, son los contenidos de la memoria no escrita, de la memoria oral, los que constituyen el fundamento de la historia oral, de la historia sobre fuentes orales y tambin del mecanismo de las historias de vida. Ello conduce al mismo gnero de ope-raciones que en todos los dems casos: identi cacin como fuente idnea, contrastacin, contextualizacin temporal, re-lativizacin, objetivacin y construccin de un discurso meto-dolgicamente fundamentado. El ejemplo de las fuentes ora-les, por tanto, y las cautelas metodolgicas a que obligan es ampliamente demostrativo de estas necesidades (nota 35). Las memorias pueden llegar o no al grado de una verdadera construccin histrica, para lo que han de pasar por su re-elaboracin en forma de discurso objetivado y probado, con

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    una certi cacin intersubjetiva, es decir, una aceptacin que nunca es perfecta ni absoluta.

    La Historia restituye la memoria del pasado pero puede tam-bin recti carla. La tensin entre la memoria de los testigos y la construccin del historiador est siempre presente y puede llegar a ser con ictiva. La historia ms reciente est pobla-da de ejemplos de ese tipo (nota 36). La memoria retiene el pasado pero es la historia la que lo explica. La falibilidad de la memoria debe ser un presupuesto a la hora de basar en ella la historia. Como dijese Ch. Wright Mills, el historia-dor representa la memoria organizada de la humanidad y esa memoria, como historia escrita, es enormemente maleable (nota 37). La misma falibilidad de la memoria condiciona esa maleabilidad de la historia escrita. A rmar, por tanto, que la funcin de hacer, de escribir, la historia, equivalga inequ-vocamente a la restitucin de la memoria es un error por exceso, no siempre desinteresado, y existen buenos ejem-plos contemporneos de ello. Cuando el historiador se cree el guardin de la memoria, o es tenido por tal (nota 38), es vctima de una ilusin. Existen trabajos de la memoria que pueden constituir un soporte y hasta una legitimacin de una historia. Pero la Historia no se fundamenta necesariamente en tales trabajos (nota 39).

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    Historizar la memoria es, por lo pronto, tomar conciencia de que existen cambios en su percepcin que modi can el sen-tido que damos al pasado (nota 40). El contenido de la me-moria puede ser reinterpretado, como el de la historia, pero la argumentacin de esta ltima tiene que pasar siempre por una prueba. La memoria es mucho ms libre, no necesita poner su legitimidad a prueba. El sentido que tienen las expe-riencias que la memoria actualiza es visto de manera distinta a causa no del alargamiento en el tiempo de la experiencia misma, sino, sobre todo, del sentido de esa experiencia en la medida en que cambia a medida que se prolonga (nota 41). En este orden de cosas, la historizacin equivale tambin al intento de explicar la vida personal o colectiva en el contexto y signi cado de la Historia que nos ha precedido, de la Histo-ria que se nos ha legado. Es interpretar la historia vivida a la luz de la no vivida. La historizacin de la memoria, que tiene como operacin esencial, de hecho, la relativizacin temporal de lo rememorado, es la condicin previa para poder histo-riarla, lo que signi ca igualmente racionalizarla, antes de su insercin en un discurso histrico veri cable.

    De otra parte, nunca puede obviarse el hecho de que la me-moria colectiva y la memoria social han de ser pblicas para poder ser tenidas por hechos sociales. Ello las relaciona

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    con la cuestin de los poderes, de las hegemonas ideol-gicas y sociales, de la dominacin y el sometimiento, y, en ese contexto, son objeto siempre en disputa. La memoria se ha convertido en alguna manera en una formidable arma de combate cultural, tico y poltico. De ah tambin la existencia de emprendedores de la memoria y de polticas de memoria (nota 42). Existe un permanente debate de la memoria, en especial acerca del pasado reciente, mientras la obsesin por ella se mani esta en la sinonimia, muchas veces abusi-va, que se hace entre pasado y memoria. La memoria constituye la denominacin actual, dominante, para designar el pasado, no de una manera objetiva y racional, sino con la pretensin explcita de que es preciso conservar tal pasa-do, mantenerlo vivo, atribuyndole un papel, sin que, por otra parte, se precise cul (nota 43).

    En cualquier caso, en una sociedad y en un momento his-trico dado jams existe una sola memoria, sino varias en pugna. De ah que la idea de memoria colectiva deje mu-chos cabos sueltos. Adems, junto a la memoria combate aparece muchas veces la no-memoria, es decir, el intento de expulsin de ciertos hechos fuera del bagaje completo de la memoria. En efecto, las memorias del pasado pueden enfo-car su luz sobre una parte de sus contenidos y dejar a otros

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    conscientemente en la oscuridad. Ocurre esto en especial en el fenmeno sealado por E. J. Hobsbawm segn el cual el pasado parece quedar absorbido en el presente; pero, aa-damos, ello ocurre selectivamente. El fenmeno nos instruye sobre el valor de lo olvidado en contraposicin a lo rememo-rado. Podra ejempli car este hecho el caso de una sociedad como la espaola donde una transicin poltica de la dictadu-ra a la democracia ha sido un ejercicio colectivo de recuerdo y de olvido selectivos.

    De otro gnero, pero con consecuencias que impiden igual-mente hablar de la Historia como simple trascripcin de la Memoria, es la caracterstica de una memoria tan omnipre-sente hoy como la de la shoah, el genocidio de los judos centroeuropeos en las cercanas de la mitad del siglo XX, un hecho cuya entidad no ha hecho sino adquirir relieve desde la posguerra de 1945. Estamos aqu ante el ejemplo de una memoria extraordinariamente activa y legtima pero puesta en muchos casos al servicio de intereses que van mucho ms all que la preservacin de una historia ejemplar y para-digmtica de la barbarie y el horror. Efectivamente, el Holo-causto se transform en un signo del siglo XX y del fracaso de la Ilustracin (nota 44). Pero si con toda justicia se ha hablado de los asesinos de la memoria que han intentado

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    negar aquel hecho, con no menos se lo ha hecho de la in-dustria del Holocausto (nota 45). Esta selectividad u orien-tacin particular de la memoria opera en muchas ocasiones magni cando una barbarie a costa del ocultamiento o minus-valoracin de otras, tanto en su propia identidad y cualidad como en sus consecuencias (nota 46), justi cando el sufri-miento de unos en el presente por los sufrimientos de otros en el pasado. Los lugares de Memoria y sus simbolismos no son, en modo alguno, de manera inmediata y por la sola virtud de su potencia rememorativa, lugares de Historia.

    Memoria y presente histrico

    Naturalmente, el tema espec co de la relacin entre me-moria y construccin historiogr ca del presente histrico (nota 47), participando de todas las connotaciones que ya hemos sealado, presenta algunas particularidades ms. La posibilidad de de nir, en el plano subjetivo al menos, un pre-sente histrico propio se apoya tambin, sin duda, en la capacidad de la memoria para sustentar historias particulares aunque en absoluto baste la trascripcin del pasado al pre-sente, su actualizacin, para poder disponer de un discurso histrico articulado y veri cado. Por su propia naturaleza, la memoria del presente no puede ser otra primordialmente que la directa, la espontnea o viva, la que corresponde a una

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    experiencia vivida, aunque en la construccin de un presente histrico tenga tambin un papel relevante la memoria here-dada. La cuestin central es aqu la determinacin de en qu grado las procedencias de los diversos contenidos de memo-ria (la directa y la heredada, la individual, colectiva o social) participan en la delimitacin del presente histrico.

    Adems de ello, entender el presente como historia y concep-tualizar a partir de ello una historia del presente no es posible tampoco sino como operacin de objetivacin de la memoria, como racionalizacin de ella y como comunicacin fenome-nolgica interpersonal. Por tanto, la memoria en la que se basa un presente histrico ha de ser memoria pblica, como cualidad emergente en el colectivo social. Esa memoria p-blica que conforma el presente, construida sobre las memo-rias vivas, no puede, sin embargo, prescindir de la memoria heredada, de la continuidad de la transmisin histrica. De esa forma, memorias individuales y colectivas, memorias so-ciales, memorias vivas y heredadas, tienen necesariamente que converger en la construccin de una memoria histrica.

    Si bien las posiciones de M. Halbwachs sobre la memoria histrica no resultaban del todo convincentes, de l proceden algunas observaciones sobre la memoria vivida que son, a nuestro juicio, mucho ms aceptables. Halbwachs, que

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    empieza a rmando que un acontecimiento no adquiere su lugar en la serie de los hechos histricos sino algn tiempo despus de haberse producido, no duda luego en remachar que no es en la historia aprendida sino en la historia vivida en la que se apoya nuestra memoria (nota 48). Con ello, efectuaba una asimilacin de la historia contempornea es el trmino que emplea a la historia vivida. Una historia contempornea, que hoy estaramos obligados a llamar co-etnea, o simplemente historia presente, se construye nece-sariamente sobre la memoria e imagen de lo vivido.

    La historia empieza a ser vivida desde el uso de razn, con-tinua Halbwachs, aunque no se posean entonces las nece-sarias referencias a una historia externa, una historia englo-bante, para encuadrar y valorar la nueva historia particular que empieza a nacer. Desde entonces comienza la participa-cin en la memoria colectiva y el momento en que los hechos histricos se comprenden como tales se produce cuando el recuerdo est an vivo. Es entonces cuando del recuerdo mismo, de su entorno, vemos de alguna manera irradiar su signi cacin histrica. Halbwachs retoma as el tema de que los recuerdos ms lejanos de la infancia son siempre re-ac-tualizados, pero ningn recuerdo prevalecera si en el mo-mento en que el hecho recordado era una realidad no se le

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    hubiera adjudicado ya un sentido que, en todo caso, el paso del tiempo jar y clari car (nota 49).

    Ricoeur haciendo una amplia exgesis de las ideas de la fe-nomenologa de Husserl al tratar de la conciencia interna del tiempo, de las diferencias eidticas entre imagen y re-cuerdo, seala asimismo que la lnea de separacin o ruptu-ra entre una y otra como las dos formas de actividad mnem-nica corre entre presentacin y presenti cacin (nota 50). No nos parece que sea difcil establecer una clara relacin entre esta diferenciacin y la idea de que tal presenti cacin es un componente de la historizacin de la memoria y, en consecuencia, de la historizacin del presente. Funcin de la memoria y concepcin de un presente histrico marchan as estrechamente entrelazados.

    Puede decirse tambin que, desde el punto de vista gene-racional, la transmisin cultural desde los antecesores a los sucesores opera de forma que ha de confrontarse con el do-ble origen y doble naturaleza que tienen los contenidos de memoria. En la memoria permanecen tanto el recuerdo de lo que fue individualmente obtenido por uno mismo, como los contenidos procedentes de lo que se llama la apropiacin, que debe entenderse como memoria adquirida (nota 51). Una cosa es la experiencia de lo realmente vivido y otra lo que nos

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    transmite la tradicin, lo que nos incorpora la memoria an-nima del grupo. Slo el contenido de la memoria personal es parte de la experiencia historizable aunque tal historizacin recurra tambin realmente a la memoria histrica. Slo ese recuerdo personal se posee verdaderamente.

    El saber obtenido en situaciones reales es el que queda ja-do, dira Karl Mannheim. Y aadira: alguien es viejo, ante todo, cuando vive en el contexto de una experiencia espec- ca que l mismo obtuvo y que funciona como una precon -guracin, por cuyo medio cualquier nueva experiencia recibe de antemano, y hasta cierto punto, la forma y lugar que se le asignan (nota 52). La con guracin completa de la me-moria es la que asigna su lugar a la memoria heredada entre los contenidos de la memoria directa. Ello forma parte de la madurez progresiva de la experiencia. He aqu una adecuada manera de distinguir entre una experiencia realmente vivida por la generacin de ms edad, que nos ja el lmite cronol-gico ms lejano de una cierta historia del presente, y la esca-sa experiencia de aqulla ms nueva que est en trance de construir su propia con guracin vital e histrica.

    La coetaneidad est marcada asimismo por la realidad, la ex-presin y la presin de la memoria y las memorias. El dep-sito ms completo de la memoria colectiva de una sociedad

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    suele residir e, incluso, estar encomendado a la generacin existente ms antigua. Ello implica el problema de la relacin entre las memorias de al menos dos de las generaciones co-existentes, la de los antecesores y la activa. Cmo se per-cibe una historia que tiene su momento axial en un hecho de la memoria personal de la generacin ms antigua? Qu peso tiene esa memoria en la accin histrica de los actores convivientes? No es negable que algn hecho importante no vivido por las generaciones coetneas puede ser clave, sin duda, en la memoria del presente. No nos faltan ejemplos de ello, de la potencia para jar momentos axiales en la histo-ria, en algunos acontecimientos particularmente traumticos del siglo XX. La guerra civil de 1936-1939 en el caso espaol, la Segunda Guerra Mundial en la escala completa del planeta como con guradoras de la memoria histrica de las genera-ciones siguientes.

    Pero la memoria que contribuye a jar la naturaleza de un determinado presente histrico no es nica, no es unnime, ni pertenece necesariamente a una sola de las generaciones que conviven. La memoria de los acontecimientos traumti-cos nos muestra un inmejorable ejemplo de ello (nota 53). La memoria del acontecimiento traumtico tiene un contenido diverso que el propio curso de la historia posterior y la remi-

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    niscencia de las generaciones venideras enfoca en sentidos diferentes. Un ejemplo patente de ello lo tenemos tambin, una vez ms, en la in uencia de la memoria de la guerra civil en Espaa para la generacin que protagoniz la transicin posfranquista a la democracia (nota 54). La guerra civil era un hecho de memoria heredada para la generacin que sur-ge a la vida poltica activa espaola en los primeros sesenta y que no la haba vivido, pero haba sido socializada en su me-moria, la memoria de los vencedores, por cierto. El peso de la memoria de los hechos no vividos puede ser importante, pero slo en cuanto pasa a integrarse como memoria viva.

    En toda esta potencialidad con gurativa de una historia que posee la memoria una cosa es la memoria de los protagonis-tas, la memoria pica, la memoria propia de la historia vi-vida, que sus portadores reivindicarn insistentemente frente al olvido. El punto nodal es aqu la memoria biogr ca, y al hablar de una biografa donde la memoria es la clave lo ha-cemos tanto en el caso de la individual como de la colectiva, de los recuerdos del nosotros. La memoria biogr ca es siempre valorativa. Es la memoria del dolor, del bien y del mal y es el ms fuerte antdoto contra el olvido de lo que nun-ca debe ser olvidado En este sentido, la diferencia con la construccin de la historia no puede ser ms notable.

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    Pero tal memoria va siendo asumida por las generaciones posteriores. De ah que pase a ser la memoria que busca su sitio en la memoria histrica y en la historia construida y que puede devenir, en una tercera fase, en la memoria tica, la memoria de la restitucin, la del reconocimiento y la justicia. La memoria se liga as a la percepcin de las generaciones y se contrasta entre ellas no sin con icto. Un caso paradig-mtico nos parece el proceso espaol actual centrado en una pretendida recuperacin de la memoria histrica que tiene como protagonista a la tercera generacin que sucedi a la guerra civil de 1936-1939. El presente histrico est as mar-cado por las memorias generacionales de los hechos trau-mticos. Por ello decimos a veces que el pasado se resiste a pasar... y a rmamos que la coetaneidad no representa en forma alguna un corte con el pasado histrico mientras ste permanezca como contenido de experiencia y memoria para una generacin viva.

    El presente concita sobre s una memoria propia, de la mis-ma forma que dijese Unamuno que poda concitar tambin una tradicin. El presente histrico, del que se ocupa la his-toria del presente, slo es de nible por la relacin y el juego de las memorias vivas, pero puede decirse tambin que sin esas memorias parcialmente heredadas la historizacin del

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    presente no sera posible. Recoger tal historia ciertos pasa-dos de los vivos que sern ms extensos cuanto mayor sea su edad. En este caso, se producirn mayores espesores de memoria. Pero hablar tambin de realidades que, ellas mismas, son un presente con escueto pasado para las gen-tes ms jvenes.

    As, existe un ujo continuo de la memoria entre generacio-nes, sucesivas o convivientes, una interaccin en las gene-raciones convivientes entre la memoria individual y la colec-tiva, una elaboracin trabajosa ms o menos acabada de los per les comunes de una memoria histrica de la que pueda participar un colectivo de nido ms all de sus rupturas inter-nas, sin todas las cuales no sera posible la construccin de un discurso histrico basado en experiencias propias. En la memoria sobre la que se constituye el presente histrico no ocupa un lugar central, aunque tampoco la excluya, la tradi-cin escrita, los hechos transmitidos, o las historias estable-cidas de un pasado que se site ms all de la memoria de los vivos, de su experiencia personal. Esa memoria lo es ya irremisiblemente del pasado, no del presente, escapa a las generaciones vivas. La experiencia de la sociedad presen-te parte, por tanto, y slo puede partir, de los ms antiguos contenidos de memoria que estn depositados en la genera-

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    cin viviente de mayor longevidad. La historia del presente en cada momento histrico empieza, pues, en aquella coyuntura o momento axial que la hace inteligible en su conjunto y que debe ser considerado el patrimonio principal que la genera-cin activa transmite a la sociedad coetnea.

    Tambin es pertinente ahora, por n, la distincin entre me-moria escrita y memoria oral. Ello es de una especial impor-tancia en la historia del presente donde la memoria oral pue-de jugar un papel testimonial esencial. Al contrario que en la historia al uso donde siempre se ha tenido a la memoria escrita por la fundamental y a la oral por la secundaria, los papeles se invierten aqu. De ah que esa era del testimonio de la que se ha hablado sea, sobre todo, la era del testi-monio oral. En el contexto de la relacin problemtica entre Memoria e Historia, la categora misma de historia oral y las profundas implicaciones metodolgicas que se derivan de su construccin deben ocupar un lugar destacado. En este sen-tido es el testimonio el punto de convergencia de la memoria con la historia (nota 55).

    Como consecuencia global de lo que decimos parece impo-nerse la evidencia de que la historizacin de la experiencia, que es el fundamento de toda posibilidad de hablar de una historia del presente, aparece, al menos en cierto sentido,

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    como una historizacin de la memoria. La existencia de un presente histrico se basa fundamentalmente en la posibi-lidad de con uencia de las memorias vivas y las memorias adquiridas de las generaciones coexistentes. La historia del presente recoge fundamentalmente el espectro temporal de las memorias vivas, mientras que la Historia en su ms am-plio sentido recoge tambin toda la potencia de las memorias transmitidas, de las memorias de la sucesin. Pero ambas son inexcusables en la construccin de la historia del pre-sente. Est justi cada la diferencia entre una historia vivida y una historia heredada, aunque no es posible una distincin de alcance ontolgico entre ambas y, por ello, la historia de cualquier presente no se explica sin la historia heredada.

    En de nitiva, la Historia no puede prescindir de la Memoria, pero sta, en cuanto ella misma es una potencia activa, com-bativa, con guradora de relaciones sociales, ni puede ser la nica de las fuentes de aqulla y ni siquiera su matriz ex-clusiva. Todas las experiencias histricas quedan registradas en la memoria, claro est. Pero la memoria tiene su propia trayectoria no necesariamente con uente con el discurso de la Historia. Ni la Historia, por lo dems, puede recoger todo el acervo de la memoria. La relacin permanecer siendo viva, dialctica, problemtica y, siempre, fructfera.

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    * En sus pasajes principales este texto es una adaptacin del con-tenido sobre el mismo asunto con el ttulo Experiencia, Memoria e Historia en el libro del autor La Historia vivida. Sobre la Historia del presente, Madrid, Alianza Editorial, 2004.

    1. El lector observar que en el texto se utilizan las palabras Memoria e Historia tanto escritas con mayscula como con minscula. Ese uso doble no es ambiguo y es, tambin, por lo dems, frecuente. En el pri-mer caso hablamos de las categoras mentales y cient cas que esas dos realidades representan. Lo escribimos con minscula cuando queremos referirnos a la construccin particularizada o a la actividad de la memoria social y de la historiografa respectivamente.

    2. MAURICE, J., Question ancienne, question actuelle, en CHAPUT, M-C. y MAURICE, J., Espagne XX sicle. Histoire et Mmoire. Regards/4, Universit Paris X-Nanterre, 2001, p. 15 y ss.

    3. HUYSSEN, A., En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalizacin, Mxico, FCE, 2002, p. 13.

    4. Algunas referencias a ello seran JENIN, E., Los trabajos de la me-moria, Madrid, Siglo XXI, 2002. VIEWIORKA, A., Lre du tmoin, Paris, Plon, 1998. ROUSSO, H., Vichy, un pass qui ne passe pas, Paris, Ga-llimard, 1996, y tambin ROUSSO, H., La hantise du pass, Paris, Les ditions Textuel, 1998 (transcripcin de una entrevista al autor).

    5. NORA, P. (dir.), Les Lieux de Mmoire, Primera edicin en Paris, Gallimard, 1984-1992, 7 vols.; reedicin en Paris, Gallimard, 1997, 3 vols.

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    6. Tal como muestra un libro de ese ttulo Por qu recordar? Buenos Aires, Editorial Granica, 2002, sobre una edicin original francesa de 1999, producto de un simposio internacional sobre Memoria e His-toria organizado por una Academia Internacional de las Culturas presidida por el conocido militante sionista Elie Wiesel y auspiciado por la Unesco.

    7. HUYSSEN, A., En busca del futuro perdido..., op. cit., p. 13.

    8. COLMEIRO, J. F., La crisis de la memoria, Anthropos, Barcelona, n.os 189-190, pp. 221-227. El autor se re ere especialmente al caso espaol.

    9. Las citas en HUYSSEN, A., En busca del futuro perdido..., op. cit., p. 13 y passim.

    10. De la que existe una rica tradicin desde la Antigedad como pone muy bien de mani esto, entre otros, el reciente libro de P. Ricoeur al que nos referiremos despus.

    11. Una recopilacin de trabajos psicolgicos se contiene en RUIZ VAR-GAS, J. M. (comp.), Claves de la memoria, Madrid, Editorial Trotta, 1997. Por su carcter de puesta a punto general es especialmente re-comendable el texto contenido en ella de RUIZ VARGAS, J. M., Cmo funciona la memoria? El recuerdo, el olvido y otras claves psicolgi-cas, pp. 121-152.

    12. Vase RUSELL, B., El tiempo en la experiencia, en El conoci-miento humano, Barcelona, Ediciones Orbis, 1983, p. 220 y ss.

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    13. La distincin en cuestin en RICOEUR, P., La memoria, la historia, el olvido, Madrid, Editorial Trotta, 2003, p. 81 y ss. y pasajes subsiguien-tes (edicin original francesa de 2000). La potencialidad creadora de la memoria en MARINA, J. A., La memoria creadora, en RUIZ VARGAS, J. M., (comp.), Claves de la memoria..., op. cit., p. 33 y ss.

    14. Es importante en este terreno el tratamiento histrico e historio-gr co del problema hecho por CHARTIER, R., El mundo como repre-sentacin. Estudios sobre historia cultural, Barcelona, Gedisa, 1992, pp. 45-63.

    15. SIERRA DEZ, B., Cmo est representada la experiencia en la memoria?, Anthropos, Barcelona, n.os 189-190, p. 126.

    16. KOSELLECK, R., Estratos del tiempo. Estudios sobre la historia, Bar-celona, Paids-ICE de la UAB, 2001.

    17. Vase el interesante aunque desigual conjunto de estudios ya ci-tado YERUSHALMI, Y., LORAUX, N., MOMMSEN, H. y otros, Usos del olvido..., op. cit.

    18. Vanse tambin las tiles y asequibles apreciaciones de CUESTA, J., en Historia del presente, Madrid, Eudeba, 1996 y en el estado de la cuestin con relacin bibliogr ca igualmente en CUESTA, J., De la memoria a la Historia, en ALTED VIGIL, A. (coord.), Entre el pasado y el presente. Historia y Memoria, Madrid, UNED, 1996, pp. 55-89, con amplia bibliografa.

    19. HALBWACHS, M., La mmoire collective. Paris, Presse Universitaires de France, 1968 (2.). Un pasaje justamente celebrado del libro pstu-mo de Halbwachs es el dedicado a La memoria de los msicos.

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    20. La mmoire collective..., op. cit., 36.

    21. HALBWACHS, M., Les cadres sociaux de la mmoire, Paris, Alcan, 1925. Una obra clsica que ha tenido multitud de ediciones posterio-res.

    22. Problema comentado por ROUSSO, H., La mmoire nest plus ce quelle tait, en crire lhistoire du temps prsent. Hommage Franois Bdarida, op. cit., pp. 106-107, e igualmente por CANDAU, J., Anthropologie..., op. cit. Obra importante tambin es la de NAMER, G., Mmoire et societ, Paris, Meridiens Klincksieck, 1987. Los estu-dios sobre las dimensiones sociales de la memoria que se han hecho en Francia tienen siempre como referente ltimo la obra de M. Hal-bwachs. Vase tambin el estudio citado de CUESTA, J., De la me-moria a la Historia, en ALTED VIGIL, A. (coord.), Entre el pasado y el presente..., op. cit., pp. 55-89.

    23. BLANCO, A., Los a uentes del recuerdo: la memoria colectiva, en RUIZ VARGAS, J. M. (comp.), Claves de la memoria..., op. cit., p. 83 y ss.

    24. Ibdem, pp. 84-85.

    25. NORA, P., Les lieux de mmoire, Paris, Gallimard, 1997, vol. 1, p. 25.

    26. RICOEUR, P., La Memoria, la Historia..., op. cit., p. 128.

    27. HALBWACHS, M., La mmoire, op. cit., p. 45. El subrayado es nuestro.

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    28. OLICK, J. K., Memoria colectiva y diferenciacin cronolgica: his-toricidad y mbito pblico, en Historia y Memoria, Ayer, Madrid, 32 (1998), p. 119. Este desacuerdo no impide reconocer la importancia e inters de este artculo.

    29. Un texto lleno de extraordinarias sugerencias sobre ello es el de VOLDMAN, D. (dir.), La bouche de la verit? La recherche historique et les sources orales, Les Cahiers de lIHTP, Paris, n. 31. Y tambin de esta misma autora Le tmoignage dans lhistoire du temps prsent, Bulletin de lInstitut dHistoire du Temps Prsent, Paris, 75 (juin 2000), pp. 41-54.

    30. HUYSSEN, A., En busca del futuro perdido, op. cit., 148.

    31. BEDARIDA, F., De nicin, mtodo y prctica de la historia del tiem-po presente, en Historia y Tiempo presente. Un nuevo horizonte de la historiografa contemporanesta (dossier), Cuadernos de Historia Contempornea, Madrid, Universidad Complutense, n. 20 (1998), p. 22.

    32. VOLDMAN, D., Le tmoignage dans lhistoire franaise du temps pr-sent, op. cit., 50.

    33. ROUSSO, H., El estatuto del olvido, en Por qu recordar?, op. cit., p. 87 y ss.

    34. Cfr. El libro que anunciamos en la nota 1, en su cap. 4..

    35. La naturaleza e importancia para la historia ms reciente de las fuentes orales y, en mayor grado an, para la historia del presente es un asunto ampliamente tratado en la metodologa actual. Buenas

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    guas, en principio, para sus anlisis pueden ser el libro clsico de JOUTARD, P., Esas voces que nos llegan del pasado, Mxico, FCE, 1986 (original francs de 1983). FOLGUERA, P., Cmo se hace historia oral, Madrid, Eudema, 1994. Lo ms recomendable, en todo caso, es el seguimiento de la coleccin completa de la revista Historia y Fuente Oral (Historia, Antropologa y Fuentes Orales), Barcelona.

    36. Vase el interesante texto de BABOULET-FLOURENS, P., Anciens r-sistants e historiadores, en Historia, Antropologa y Fuentes Orales, 29 (2003), pp. 143-153. En realidad, a este mismo efecto interesa todo el dossier que presenta este nmero de la revista bajo el ttulo Diver-gencias entre testimonios e historiadores, pp. 143 y ss.

    37. WRIGHT MILLS, C., La imaginacin sociolgica..., op. cit., p. 158.

    38. Cosa por la que le tiene errneamente J. C. Milner al referirse a los historiadores como los profesionales de la memoria, erigidos ellos mismos en guardianes de la moralidad, una a rmacin tan extrava-gante como desinformada, en Usos del olvido..., op. cit., 68.

    39. Expresin que recoge precisamente el ttulo ya citado de JENIN, E., Los trabajos de la memoria..., op. cit.

    40. JENIN, E., Los trabajos de la memoria..., op. cit., p. 2.

    41. Ibdem, p. 69.

    42. La expresin emprendedores de la memoria es tambin de esta misma autora, op. cit., p. 48. A este efecto es sumamente instructivo el libro de PREZ GARZN, J. S. y otros, La gestin de la memoria. La Historia de Espaa al servicio del poder, Barcelona, Crtica, 2000, un

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    texto orientado, sobre todo, al anlisis de la memoria y la enseanza de la historia en los procesos de reivindicacin nacionalista de cual-quier signo. La disputa de la memoria y su relacin con el poder es el objeto de un trabajo colectivo de gran importancia, el de BARAHONA DE BRITO, A., AGUILAR FERNNDEZ, P. y GONZLEZ ENRQUEZ, C. (eds.), Las polticas hacia el pasado. Juicios, depuraciones, perdn y olvido en las nuevas democracias, Madrid, Istmo, 2002.

    43. ROUSSO, H., La hantise du pass, op. cit., p. 16.

    44. HUYSSEN, A., En busca del futuro perdido..., op. cit., p. 17.

    45. VIDAL-NAQUET, P., Los asesinos de la memoria, Mxico, Siglo XXI, 1994, frente a FINKELSTEIN, N. G., La industria del Holocausto. Re exio-nes sobre la explotacin del sufrimiento judo, Madrid, Siglo XXI, 2002 (la primera edicin inglesa es del ao 2000). Ni que decir tiene que la resonancia de este asunto en la historiografa y, mucho ms, en la poltica actual es tan extraordinaria como para que sea imposible dar cuenta cumplida aqu de ello.

    46. Sobre los genocidios del siglo XX puede verse un libro tan alec-cionador como el de TERNON, Y., El Estado criminal. Los genocidios en el siglo XX, Barcelona, Pennsula, 1995. Por lo dems, la literatura de todo orden sobre la barbarie del siglo XX es extenssima.

    47. La construccin historiogr ca del presente histrico es el obje-to preciso de nuestro texto de prxima aparicin ya aludido La Historia vivida.

    48. La mmoire collective, op. cit., p. 43.

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    49. Las citas en op. cit., p. 46 y ss.

    50. Ibdem, cfr. p. 68 y ss. y, en especial, p. 73.

    51. MANNHEIM, K., El problema de las generaciones, REIS, Revista Espaola de Investigaciones Sociolgicas, Madrid, n. 62 (1993), p. 214.

    52. Ibdem.

    53. Sobre este tema es de relevante inters el trabajo de LAVABRE, Me C., Sociologa de la memoria y acontecimientos traumticos, trabajo que ver la luz en la publicacin prxima Memoria e historiografa de la guerra civil, coordinada por el autor de estas lneas.

    54. Sobre ello son de inters la obra de AGUILAR FERNNDEZ, P., Memo-ria y olvido de la guerra civil espaola, Madrid, Alianza Editorial, 1996 y ARSTEGUI, J., La mmoire de la guerre civile et du franquisme dans lEspagne dmocratique, Vingtime Sicle, Paris, 74 (avril-juin 2002), pp. 31-42. Pero vase tambin un sugerente conjunto de ensayos en MORENO GMEZ, F., MIR CUC, C., REIG TAPIA, A. y otros, Memoria y ol-vido sobre la guerra civil y la represin franquista, Lucena (Crdoba), Ayuntamiento de Lucena, 2003.

    55. Una publicacin reciente donde vuelven a enfocarse diversas cuestiones relacionadas con el testimonio y la construccin de la his-toria oral es Memoria rerum, Historia, Antropologa y Fuentes Ora-les, Barcelona, 30 (2003), monogr co dedicado al asunto.