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ARTE PÚBLICO A COMIENZOS DEL SIGLO XXI Una reflexión situada Diana Ribas Universidad Nacional del Sur El Bicentenario, cuestión que se ha vuelto el tema convocante de éste y de tantos otros encuentros académicos durante el 2009 y el 2010, constituye una referencia en el tiempo relacionada con el surgimiento de los Estados nacionales. Si la construcción de una tradición es siempre una de las posibles -deseada y por lo tanto ficcional-, en Argentina, nación que se configuró a futuro a partir de un proyecto que incluyó a fines del siglo XIX una fuerte presencia inmigratoria, esta vinculación con el pasado se vuelve más problemática. Por otra parte, desde la década del noventa del siglo XX, ante la globalización, los Estados han encontrado una mayor efectividad político-económica en las agrupaciones regionales como el Mercosur. ¿Hasta qué punto, entonces, constituye el Bicentenario una marca verdaderamente relevante más allá de ser un disparador para la reflexión y el debate? En Bahía Blanca, localidad ubicada a 700 km al sur de la Capital Federal, los doscientos años adquieren, a su vez, un carácter aún más ficcional puesto que hasta 1828 en que fue fundado el primer enclave militar este territorio de salitre y cangrejales era Huecufú Mapu, es decir, lo que los indígenas denominaban el “país del diablo”. Por lo tanto, ¿qué recordar?, ¿cómo se articula nuestra historia regional, en un sentido micro, con la nacional y la latinoamericana? ¿De qué manera ha quedado esta impronta en el arte público bahiense? Es necesario distinguir, en primer lugar, entre lo conmemorativo y lo decorativo. Los monumentos son huellas en el espacio en las que queda anclado un grupo y un tiempo. Representaciones construidas y constructoras, están insertas en la trama histórica (Chartier, 1990), no obstante la aceleración de la vida contemporánea los transforma en volúmenes deshistorizados que, en el mejor de los casos, acompañan el recorrido de los transeúntes y, en la mayoría, se vuelven invisibles. Sin embargo, están allí, a un paso, para que los transformemos en ventanas abiertas que nos lleven al pasado, no con un sentido de huero conocimiento erudito sino como un anclaje para pensarnos y para pensar situados, encarnados. Desde esta perspectiva esas marcas en el espacio público pueden ser consideradas hitos que dan cuenta de otra pregunta clave: ¿cómo vivimos juntos?, es decir, en nuestro caso, ciudad burguesa (Romero, 2009:311- 324), ¿cómo se articulan el rol privado y el rol social del ciudadano? El objetivo de esta comunicación es bifronte: por un lado, desde un punto de vista particular, identificar el panteón simbólico construido mediante los monumentos en la ciudad de Bahía Blanca en las efemérides centenarias teniendo en cuenta las relaciones y tensiones existentes entre lo local, lo nacional, lo internacional y, por otro, aprovechar la potencialidad del in situ como un disparador para reflexionar acerca de las posibilidades de intersticios, de pliegues, despliegues y repliegues a los sentidos impuestos desde los centros hegemónicos. 1

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ARTE PÚBLICO A COMIENZOS DEL SIGLO XXI

Una reflexión situada

Diana RibasUniversidad Nacional del Sur

El Bicentenario, cuestión que se ha vuelto el tema convocante de éste y de tantos otros encuentros académicos durante el 2009 y el 2010, constituye una referencia en el tiempo relacionada con el surgimiento de los Estados nacionales. Si la construcción de una tradición es siempre una de las posibles -deseada y por lo tanto ficcional-, en Argentina, nación que se configuró a futuro a partir de un proyecto que incluyó a fines del siglo XIX una fuerte presencia inmigratoria, esta vinculación con el pasado se vuelve más problemática. Por otra parte, desde la década del noventa del siglo XX, ante la globalización, los Estados han encontrado una mayor efectividad político-económica en las agrupaciones regionales como el Mercosur. ¿Hasta qué punto, entonces, constituye el Bicentenario una marca verdaderamente relevante más allá de ser un disparador para la reflexión y el debate?

En Bahía Blanca, localidad ubicada a 700 km al sur de la Capital Federal, los doscientos años adquieren, a su vez, un carácter aún más ficcional puesto que hasta 1828 en que fue fundado el primer enclave militar este territorio de salitre y cangrejales era Huecufú Mapu, es decir, lo que los indígenas denominaban el “país del diablo”. Por lo tanto, ¿qué recordar?, ¿cómo se articula nuestra historia regional, en un sentido micro, con la nacional y la latinoamericana? ¿De qué manera ha quedado esta impronta en el arte público bahiense?

Es necesario distinguir, en primer lugar, entre lo conmemorativo y lo decorativo. Los monumentos son huellas en el espacio en las que queda anclado un grupo y un tiempo. Representaciones construidas y constructoras, están insertas en la trama histórica (Chartier, 1990), no obstante la aceleración de la vida contemporánea los transforma en volúmenes deshistorizados que, en el mejor de los casos, acompañan el recorrido de los transeúntes y, en la mayoría, se vuelven invisibles. Sin embargo, están allí, a un paso, para que los transformemos en ventanas abiertas que nos lleven al pasado, no con un sentido de huero conocimiento erudito sino como un anclaje para pensarnos y para pensar situados, encarnados. Desde esta perspectiva esas marcas en el espacio público pueden ser consideradas hitos que dan cuenta de otra pregunta clave: ¿cómo vivimos juntos?, es decir, en nuestro caso, ciudad burguesa (Romero, 2009:311-324), ¿cómo se articulan el rol privado y el rol social del ciudadano?

El objetivo de esta comunicación es bifronte: por un lado, desde un punto de vista particular, identificar el panteón simbólico construido mediante los monumentos en la ciudad de Bahía Blanca en las efemérides centenarias teniendo en cuenta las relaciones y tensiones existentes entre lo local, lo nacional, lo internacional y, por otro, aprovechar la potencialidad del in situ como un disparador para reflexionar acerca de las posibilidades de intersticios, de pliegues, despliegues y repliegues a los sentidos impuestos desde los centros hegemónicos.

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En este sentido, establecer un puente entre las producciones simbólicas del pasado y del presente en esta ciudad del interior de la República Argentina en donde la historia parece desarrollarse “en cámara rápida” (Barrán, 1991:14), permite cuestionar el binomio centro-periferia como matriz de análisis (Castelnuovo y Ginzburg,1979) y proponer la utilización de una cartografía rizomática, multifocal y dinámica (Deleuze y Guattari, 1996).

San Martín en el Liverpool argentino

La “conquista del desierto” efectuada por el Gral. Julio A. Roca en 1879 y la instalación de un nudo ferro-portuario durante el siguiente quinquenio marcaron un antes y un después en la vida de la Fortaleza Protectora Argentina fundada cincuenta años antes como un puesto de avanzada en la línea de frontera interior. Si el tren facilitó la integración al resto del país, en especial a la Capital, ser el principal puerto de aguas profundas del territorio argentino impulsó el ingreso abrupto en el modelo agro-exportador que insertaba a Argentina en el mercado internacional como productor de materias primas.

Las expectativas de crecimiento eran aún mayores en tanto se proyectaba que fuera el puerto más grande del mundo, el “Liverpool argentino” por donde saldrían hacia el océano Atlántico las producciones provenientes desde las zonas con salida natural hacia el océano Pacífico, puesto que la construcción del canal de Panamá era vista como muy difícil y la navegación por el pasaje de Drake como peligrosa.

El desplazamiento del eje desde lo militar a lo económico trajo aparejados cambios profundos en lo social y lo cultural. Un aluvión de forasteros -tanto del exterior como del interior del país- confluyó ante las expectativas generadas y transformó a la localidad en la “California del Sur”. Se produjo entonces una “segunda fundación” (Lugones, LN, 11-03-1883) de Bahía Blanca, ligada al proceso de modernización (Ribas, 2008).

Las modificaciones fueron tan rápidas y bruscas que quedaron en evidencia los poderes dominantes que las promovían. Al capital inglés se sumó un poder político tan ávido de negociados como dividido entre aquellos que buscaban la subordinación al gobierno provincial que había instalado recientemente su capital en La Plata o los que veían incluso la autonomía como una posibilidad alternativa.

El cambio de siglo encontró a la ciudad burguesa con un repliegue hacia atrás: la instalación de una base militar en Puerto Belgrano, que volvía a considerar su situación geográfica como estratégica en vistas a la posibilidad de un conflicto armado con Chile por la cuestión limítrofe. Por otro lado, la presencia cada vez más frecuente de propuestas socialistas y anarquistas entre los inmigrantes culminó en un grave conflicto en 1907: el asesinato de dos italianos por fuerzas del Estado como resolución de una huelga realizada para reclamar mejores condiciones de trabajo en la compañía ferroviaria inglesa.

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El primer centenario de la Revolución de Mayo encontró a la localidad, entonces, con una población en la que más de la mitad hablaba otros idiomas1 y a la que el Estado intentaba asimilar mediante la asistencia obligatoria de los niños a las escuelas públicas en las que se enseñaba la lengua castellana y la historia nacional. Efemérides y nominaciones a las calles con los apellidos de los héroes del panteón construido por la historiografía liberal fueron utilizadas como marcas en el tiempo y en el espacio que reforzaran ese aprendizaje y el proceso de integración2 (Bertoni, 2001). Como dos caras de una misma moneda, si en la mayoría las expectativas de progreso fueron postergadas a un tiempo futuro mientras el presente ofrecía múltiples dificultades de adaptación y de supervivencia, el capital británico empezó la construcción del mayor casino de Sudamérica en un paraje de la zona serrana distante a unos cien kilómetros, que se estrenó a fines de 1911.

Distintos tiempos, por lo tanto, coexistían en el imaginario regional. Mientras en la mayoría la ideología progresista impuesta desde los sectores dominantes de manera más o menos solapada y con aspectos seductores como la tecnología, se iba transformando en un mito difuso, naturalizado, que incorporaba nuevos horarios y la adicción a la velocidad como estrategias disciplinantes de la vida cotidiana e impulsaba hacia el futuro la proyección de sueños, aquellos que habían introducido el time is money podían hacer que la inauguración del Gran Club Hotel Sierra de la Ventana no coincidiera con ninguna fecha con carga simbólica: el 20 de diciembre de 1911. Simultáneamente, el Estado y la Iglesia3 promovían una liturgia que apelaba a una repetición cíclica de acontecimientos claves y que se traducía en ceremonias y procesiones en el espacio público. La presencia del primero era, sin embargo, la más débil, a la hora de respetar un calendario en tanto los intereses político-institucionales se desdibujaban ante la priorización de los político-partidarios: como ejemplo más significativo valga recordar que el día elegido para inaugurar la punta de riel construida por la Great Southern Railways fue el 26 de abril de 1884 y no el aniversario de la Revolución de Mayo4, en tanto el gobernador Dardo Rocha finalizaba su mandato a fines de ese mes y deseaba adjudicarse la extensión de la línea ferroviaria como un logro de su gestión en vistas a las próximas elecciones presidenciales de 1886 en las que quería ser candidato.

La heterogeneidad temporal coexistía con la espacial. Mientras capitales privados británicos eran dueños del puerto, de gran parte de las tierras urbanas y de los

1 Si bien la consideración de los datos absolutos del crecimiento poblacional ubica a Bahía Blanca como una localidad intermedia, de segunda línea, el análisis del porcentaje en valores relativos permite advertir que, mientras Buenos Aires, Rosario y Córdoba durante el mismo período multiplicaron su población por 8, por 10 y por 4 respectivamente, el nudo ferro-portuario sureño lo hizo por casi 42 (de 1057 habitantes en el censo de 1869 a 44143 en el de 1914). El movimiento migratorio causó, por lo tanto, un fortísimo impacto.2 Este fenómeno excede el marco local. 3 La presencia de la Iglesia en la localidad fue efectiva desde 1835, con conflictos que generaron lapsos sin cura hasta la llegada de los salesianos en 1890. Esta orden implementó un rápido y amplio programa de acción que incluyó, además de lo devocional, la creación de los colegios Don Bosco y María Auxiliadora en el centro (1890/91) y del Colegio de Artes y Oficios La Piedad en cercanías del Ferrocarril Noroeste (1894). Si con los primeros se buscó convertir al catolicismo a los sectores medios, con el último y con la creación del primer Círculo Católico de Obreros del país (1891) disciplinar a los trabajadores, en especial, a los italianos.4 La fecha patria había sido propuesta por Benigno Lugones, periodista del diario porteño La Nación, durante su visita a la localidad en marzo de 1883.

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campos de la región, el desequilibrio entre la oferta y la demanda habitacional producido como consecuencia del fuerte impacto migratorio generó un aumento del precio de las propiedades, usura y dificultades cada vez mayores para el acceso a la casa propia de parte de los sectores menos pudientes. El Estado, por su parte, en manos de gobernantes locales pertenecientes a los sectores económicamente mejor acomodados fue organizando poco a poco su aparato burocrático como una herramienta para el cobro de impuestos más que para diagnóstico y solución de los problemas colectivos.

Enrique Banchs visitó la ciudad en 1910 y observó que “Bahía no tiene paseos, no ha tenido tiempo aún de hacerlos, quizá no tiene tiempo para pasear” y advirtió, además, lo siguiente:

“Dan a entender los carteles que llenan asombrosamente las paredes en una decoración de teatro o de feria por la danza alocada de colores, de un duelo de vecinos por quien pone más grandes, quién tapa a quien, como en los manifiestos políticos. En otro sentido, se piensa que los letreros cuando son tantos tienen un significado que penetrado bien no es despreciable e ilustraría más que cualquier otro detalle sobre el carácter de una ciudad. Representan hervor de vida, ansia de ganar… y mentira. […] Bahía Blanca es casi triste como un obrero. Y sin embargo, con sus calles anchas y sus casas nuevas, es clara y el sol la lava toda con una prodigalidad que la hace sufrir”. (Banchs, 2006:11)

El espacio público bahiense se concibió, entonces, como una zona de proyección de lo privado donde pugnaban por la visibilidad y se dirimían de manera simbólica los intereses particulares. La cartelería, esa forma de nominación propia de la competencia comercial -dinámica y atractiva, pero también agresivamente invasiva-, se yuxtaponía a la ejercida por el Estado en el nombramiento de calles, plazas y parques mediante el ejercicio de una tradición selectiva (Williams, 1980:137-142), con la cual legitimaba sus derechos a ejercer el dominio frente a la mayoría extranjera, no-ciudadana. Su presencia, sin embargo, no se verificaba más allá de esa estrategia permanente y estática. Señalaba también Banchs:

“El centro de la ciudad lo marca la plaza Rivadavia, tal vez la única. […] Es cierto que hay un descampado señalado para parque, un parque en veremos, que se realizará cuando haya ratos de ocio. Y esta plaza tiene un aspecto de aridez, de raquitismo, como las plazas de los barrios fabriles. Con sus arbolitos cenicientos, sus cuadros donde amarillea el césped y ese carácter de improvisado y reciente que hay aquí en una y otra parte, no es por cierto una invitación al esparcimiento, sino más bien un atajo para gente apurada que corta camino”. (Banchs, op. cit.:12)

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Si se consideran, además, los vientos frecuentes y las temperaturas extremas en verano y en invierno, se comprende por qué el espacio compartido no fue vivenciado como un locus en donde reunirse, sino, predominantemente, como un medio de circulación, de tránsito, en el cual los sectores económica y políticamente dominantes podían hacerse visibles o excluir de acuerdo a sus conveniencias. En ese contexto, en el cual no era un dato menor la ausencia de artistas, la erección de un monumento como medio de celebración del centenario de la Revolución de Mayo fue una decisión que se terminó resolviendo a menos de dos meses de la efemérides patria y se debió recurrir al gobierno nacional para que enviara la efigie de San Martín que fue emplazada en el Parque de Mayo.

La estatua ecuestre de 1910 concretizó en ese espacio marginal un estado de fuerzas en el que parecería claro que el único cuya visibilidad debía ser reforzada era el Estado, en tanto era el sector más desdibujado. El capitalismo británico, los sectores medios y los trabajadores5 estaban demasiado preocupados y ocupados por el presente y el devenir para prestar atención a las marcas permanentes y al pasado.

1928

Si los festejos de 1910 en Bahía Blanca se resolvieron a último momento, el centenario local comenzó a prepararse dos años antes y contó con las inauguraciones de cuatro monumentos de colectividades extranjeras. Esos inmigrantes cuyos hijos ya hablaban castellano quisieron dar visibilidad a las diferencias, no obstante éstas eran cada vez menos notorias en esa sociedad todavía heterogénea.

Algunos cambios se habían producido también en el plano político. El avance de la Iglesia se correspondió con un retroceso de los sectores de izquierda, que quedó también registrado en el uso del espacio público. Las plazas se convirtieron en lugares de competencia en los cuales la influencia del clero logró que su apropiación por parte de los socialistas fuera considerada como una cuestión policial. Esta tensión entre el horizonte político y el religioso fue denunciada en el medio de prensa partidaria como una desigualdad legal:

“Lo que más rebela el espíritu en este asunto es la parcialidad odiosa de los encargados de las plazas y de la misma policía. Una mala ordenanza municipal prohíbe las reuniones políticas en las plazas, cumpliéndose su aplicación al pié de la letra con el Partido Socialista, pero no con la iglesia católica, por ejemplo, que celebra desfiles de niños de sus escuelas y hasta funciones religiosas. Contra todas estas injusticias y parcialidades, protestamos nosotros con todas nuestras energías.

5 Banchs señala: “El elemento obrero es una potencia como en ninguna otra parte. Están fuertemente organizados, como un bloque, y tienen una cultura bastante acentuada, al menos en el conocimiento de sus derechos. Mucho han hecho en este sentido la propaganda socialista y de avanzada, las conferencias periódicas y el mismo espíritu de asociación. Hay cinco sociedades de resistencia importantes. Su acción se extiende quizás en todas las clases en lo que se refiere a las ideas liberales, o mejor dicho antirreligiosas, lo cual está muy lejos de ser liberal” (Banchs, 2006:12-13).

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Las leyes deben ser iguales para todos y los derechos también”. (NT, 10-5-1924:1)

En 1928 el poder eclesiástico consiguió, asimismo, extender su control sobre las arterias de circulación, impidiendo que la marcha organizada para celebrar el 1º de mayo pasara frente a la iglesia central y obligando a que desplazara los encuentros con oradores desde las esquinas de la plaza Rivadavia al monumento a Garibaldi. Los lugares desde donde partieron las distintas columnas de manifestantes señalan, asimismo, como contrapartida, que las plazas periféricas constituyeron lugares de reunión (de concentración y de tribuna de oradores) para esos grupos contra-hegemónicos. Fueron los socialistas también quienes se hicieron eco en el Concejo Deliberante y en el periódico Nuevos Tiempos de los reclamos por el mantenimiento de la plaza de Villa Mitre, ubicada en uno de los barrios creados a partir de la extensión de la grilla urbana más allá del cinturón de acero creado por las vías ferroviarias.

Lugar de tránsito, desactivado como soporte de las luchas político-partidarias, la plaza central fue un espacio disputado a la hora de lograr visibilidad. Ingleses e israelitas, colectividades minoritarias desde el punto de vista cuantitativo pero de peso indiscutible desde lo económico, lograron sin dificultades emplazar sus marcas en uno de los ejes centrales del diseño que reproducía, mediante la distribución de calles internas, la bandera inglesa. La “reina de los mares” instaló en el nacimiento de la avenida que conduce al puerto una fuente de mármol blanco en la que el agua sumaba al valor ornamental el simbólico; en ella, relieves tallados y en bronce reforzaban una “fraternidad” desigual en la que a Argentina correspondió siempre un rol ligado a la producción de materias primas y a Gran Bretaña el control del ferrocarril, el puerto, el comercio y la industria.

(Imagen 1)

Sobre el otro extremo, en el nacimiento de la calle San Martín que permitía el acceso desde la estación de ferrocarril y sobre la cual se encontraban sus propiedades dedicadas al comercio mayorista y minorista, los israelitas homenajearon al Barón Hirsch, encargado de la colonización judía en la región, con un volumen macizo, ligeramente rotado sobre el eje.

La plaza, entonces, fue tenida en cuenta en un doble sentido. Por un lado, desde un punto de vista centrípeto, se mantuvo la valoración tradicional que reforzaba el centro como un polo fuerte. Por otro, con un sentido centrífugo, se la consideró en relación con los bordes que la enmarcan: ambos homenajes priorizaron sus frentes hacia las superficies exteriores recorribles y no hacia las interiores de permanencia.

Los italianos, la comunidad más numerosa pero en esos momentos dividida por los acontecimientos peninsulares, saludaron a la libertad con un monumento a Giuseppe Garibaldi emplazado en una plazoleta contigua al Teatro Municipal, mientras que los pocos sirio-libaneses erigieron una pilastra con un reloj. En estos casos se advierten nuevas tensiones, puesto que mientras estos últimos prefirieron el relativamente distante y casi vacío Parque de Mayo a la plaza de Villa Mitre, barrio en donde practicaban el comercio minorista, los socialistas festejaron que ese 1º de mayo “sobre el pedestal del héroe flameó por vez primera la roja bandera, la bandera de redención y de justicia, en el bronce de su efigie” (NT, 5-5-1928:2). En ambos casos, la dominación simbólica

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ejercida históricamente por los grupos hegemónicos hizo que estos sectores que, por distintas razones, resultaron periféricos quedaran atrapados en la matriz representacional que daba jerarquía al centro y, de esa manera, reforzaron y se hicieron cómplices involuntarios de una estructura dominante que los excluía.

La distribución en el espacio público de los monumentos quedó directamente relacionada con la capacidad económico-política de presión de los grupos que lograban visibilidad mediante ellos. Como contrapartida, los sectores políticos dominantes ni siquiera llegaron con piedras fundacionales. Los radicales, que eran dueños del poder municipal desde 1895 y en ese entonces estaban divididos en corrientes internas (yrigoyenistas y antipersonalistas) que reflejaban las distintas alternativas ante la conducción del gobierno nacional del que su partido se había hecho cargo desde 1916, no pudieron llegar a tiempo con su proyecto de monumento a Rivadavia. El vacío material dejó en claro la incapacidad gubernamental para resolver cuestiones en tiempo y forma, pero también que ese espacio no podía o debía ser ocupado por los sectores privados por más poderosa que fuera su presión.

A su vez, la ausencia de los gobernantes al acto de colocación de la piedra fundacional por priorizar la sobremesa de un almuerzo protocolar y la presencia de habitantes anónimos a la espera de un festejo cívico, demostraron cuáles eran las vivencias, usos y significaciones que el espacio público tenía para el sector dominante. En una clara lucha de representaciones político-partidarias los socialistas se apropiaron de la figura de Rivadavia y comenzaron los reclamos por la colocación de la piedra fundacional, mientras que los conservadores buscaron legitimar su presencia mediante el proyecto de creación de un monumento a los Fundadores6.

Por otro lado, ambos sectores utilizaron el prestigio de la Asociación Bernardino Rivadavia -la institución cultural más antigua de la ciudad-, como un medio para insertar su presencia en la plaza central, frente al Palacio Municipal, con un busto dedicado a Luis Caronti, uno de sus creadores, político conservador que había dejado la mitad de su legado a la biblioteca y la otra mitad al hospital municipal. Esa figura en bronce realizada por Giuseppe Vasco Vian, escultor italiano afincado en la ciudad desde poco tiempo antes y también autor del monumento a Garibaldi, efectuaba un corrimiento en el culto al gran héroe hacia lo cívico, en tanto optó por presentarlo como un tribuno romano en lugar de la imagen de militar por la que siempre había optado el retratado.

Según lo visto, el centenario de la fundación de Bahía Blanca tuvo una repercusión a nivel local mucho mayor que el de la Revolución de Mayo, tanto desde el punto de vista cuantitativo como cualitativo, puesto que con esa verdadera “estatuamanía” en poco tiempo fueron ocupados con volúmenes plásticos los espacios considerados con mayor carga simbólica. La matriz centro-periferia instalada en el imaginario y naturalizada mediante los recorridos por esa planta urbana que reproducía no sólo la distribución en damero sino también la estructura de plaza central traída a América por los colonizadores españoles (Romero, 2009:299), reforzada por el corsé

6 Conformaron una comisión autodenominada “Hijos de Bahía Blanca” en la que se arrogaron prerrogativas fundacionales al contemplar entre los fundadores a los colonos de la legión agrícolo-militar del Coronel Olivieri que fracasó en el paraje cercano Nueva Roma en 1857 y cuyos integrantes, antepasados de los miembros del grupo patrocinador, se asimilaron al fortín local. El monumento, inaugurado exactamente tres años después del centenario en un sitio privilegiado del Parque de Mayo, reforzaba en sus imágenes el modelo agro-exportador que beneficiaba a esos terratenientes.

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anular generado por las vías ferroviarias y por el precio inmobiliario de las tierras dentro o más allá de las mismas, originó ese sobredimensionamiento del valor de la plaza Rivadavia y la yuxtaposición en la misma de varios proyectos monumentales. Los mismos agentes y la misma lógica del espacio privado que podía advertirse en los letreros publicitarios en las principales calles comerciales se proyectaron sobre el escenario privilegiado del espacio público.

1978

La sucesión de golpes de Estado que atentaron contra los gobiernos democráticamente elegidos desde 1930 llegó a su expresión más violenta con la dictadura iniciada en 1976. Si todo el país vivió ese año una situación esquizofrénica al darse de manera simultánea la represión militar y el mundial de fútbol, en Bahía Blanca se sumaron los festejos del sesquicentenario. Sólo dos marcas quedaron sobre el espacio público como recordatorios del nuevo aniversario de la fundación, ubicadas en un área que daba cuenta del desplazamiento del poder real desde el Palacio Municipal hacia el Regimiento del V Cuerpo de Ejército.

Por un lado, la Universidad Nacional del Sur aprovechó el hallazgo fortuito de un grupo escultórico que había pertenecido a la mansión de los Paz Anchorena en la Capital Federal y que había sido comprado por uno de sus rectores y luego donado por su viuda, para homenajear a la ciudad. De esta manera, dos florones esculpidos en mármol por Lola Mora y una fuente tallada en el mismo material por un artista italiano desconocido fueron integrados en un único conjunto en el playón ubicado en el frente del complejo edilicio ubicado sobre la avenida Alem, a metros de la entrada al Parque de Mayo.

Por otro, la comunidad italiana se hizo presente en ese espacio verde que conduce al centro militar con una columna que, en lugar de servir de memoria de gestas guerreras como en la antigua Roma, recordaba con su estilo toscano la época de la República. La metáfora que sugería de manera velada la ausencia de las instituciones democráticas se completaba con una loba capitolina con Rómulo y Remo, grupo de bronce colocado en el nivel superior.

(Imagen 2)

Si una primera lectura de este último conjunto permite interpretarlo como una referencia a los orígenes míticos de la colectividad y, por lo tanto, anodino en su mensaje político, la ambigüedad propia de toda imagen también induce la posibilidad de considerarlo desde el presente como una posible alusión a los hijos de los desaparecidos que eran criados por otras madres.

La censura y la autocensura de esos tiempos difíciles llevó, en consecuencia, a que Bahía Blanca festejara sus 150 años con dos obras que funcionaron como un espejo roto: por un lado, la institución más afectada -con el despido, el encarcelamiento, la desaparición y la muerte de muchos de sus integrantes-, con una evasión esteticista; la otra, llevada adelante por la comunidad que había sido mayoritaria en la conformación social de la ciudad, mediante una metáfora visual enmascaradora. Ante la gravedad de

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la situación compartida a nivel nacional sólo una presencia local con anclaje internacional encontró margen para decir el margen.

¿Al gran pueblo argentino, salud?

La manera tradicional de ocupación del espacio público en la ciudad -como proyección de lo privado y como tránsito- ha derivado a partir de la década del noventa en una modalidad de tránsito-recreativo a partir de la construcción de una serie de paseos lineales en los que, por otra parte, se ha hecho cada vez más frecuente el descanso al aire libre (Aramburu, 2008). En estas nuevas prácticas han incidido diversos factores: el deterioro económico que impide que los sectores con menores recursos puedan desplazarse hasta las playas o las sierras distantes a cien kilómetros; el aumento de la población que vive en departamentos y encuentra en esos sitios verdes posibilidades de esparcimiento; el desplazamiento de pubs y discos hacia sectores aledaños, que han potenciado simbólicamente esas zonas entre los adolescentes y los jóvenes; la difusión de las prácticas aeróbicas (caminatas, bicicleta).

Temáticamente, allí han encontrado visibilidad esos Otros relativamente acallados: el arte (Paseo de las Esculturas), la mujer, la paz, los estudiantes desaparecidos durante “la noche de los lápices”, los caídos durante la guerra de Malvinas y, finalmente, en 2008, César Milstein, el premio Nobel nacido en nuestra ciudad. Lo mundial y lo nacional se han entretejido con lo local, dando cuenta de una identidad compleja, múltiple, heterogénea, conflictiva, en la que, como una constante, para lograr presencia en el espacio público las coyunturas político-partidarias no han sido un dato menor.

Así llegamos al bicentenario de la Revolución de mayo con una cartografía monumental que evidencia un peso ineludible de lo local con respecto a lo nacional y lo internacional. Desde este punto de vista, resulta inaplicable el binomio centro-periferia como matriz de análisis, aún si se lo considera como una relación conflictiva en la que la periferia no acata pasivamente las indicaciones del centro (Castelnuovo y Guinzburg, op. cit.). Si bien en primera instancia podría parecer viable la deconstrucción del mismo, Bahía Blanca no fue el polo temático más importante durante algunos períodos. En consecuencia, se ha adoptado un modelo rizomático (Deleuze y Guattari, op. cit.) que permite pensar nuestro objeto de estudio como una construcción múltiple, con diversas entradas (la urbanística, la histórica, la histórico-artística), que no pierde de vista en ningún momento que se trata de mapas que permiten investigar las distintas obras artísticas conectándolas con diferentes recorridos (espaciales/temporales/iconográficos/formales), haciendo centro ampliado sobre cualquiera de ella/s.

Este modelo deleuziano, multifocal y dinámico, se presenta como el más fecundo a la hora de superar la mirada sobre la historia regional sometida al endogámico color local o a un estado de pérdida respecto de los poderes hegemónicos, en tanto permite combinar escalas micro y macro, integrar de manera convergente métodos y fuentes variadas, así como tener presente en todo momento que los avances logrados son provisorios, una cartografía en permanente construcción y revisión que guía el análisis pero no sustituye la vivencia.

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Ese anclaje en lo real es un aspecto clave, fundamental, que precede y preside no sólo la investigación del equipo que conformamos, sino que se vuelca, por una parte, como gestión municipal en el área Espacio Público dependiente de Planeamiento Urbano y, por otra, en la utilización de los monumentos como disparadores para la enseñanza de la historia regional, hasta ahora ausente en el plan de estudios de la licenciatura y del profesorado en Historia en el Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur.

En este sentido, frente a los dos shopping center y los am/pm, esos lugares difundidos por el neoliberalismo en los que se nos impone la sensación de estar en ninguna parte, y ante la anestesia que produce la “trinidad que hoy todo lo rige: información, comunicación, técnica” (Balandier, 1994:12), el estudio del arte público monumentalizado a partir de la vivencia in situ permite descubrir luchas por el poder en escalas más domésticas, en las que la pugna por la ocupación de un espacio real y simbólico se plasma en una comunidad aprehensible, diferenciable, donde la visibilidad adquiere -al menos en el momento del proyecto y de la inauguración- connotaciones concretas y el tiempo se vuelve un hito, una marca tan significativa como el espacio.

Por otra parte, si con internet y los mass media “hemos quedado fuera de escala, hemos cortado y perdido toda referencialidad hacia la realidad a causa de nuestro vértigo y falta de gravedad, debido a la velocidad en la que vivimos” (Goicochea, 2008:41), los monumentos se presentan como una alternativa que adopta de gran parte del arte contemporáneo la necesidad imperiosa de “poner el cuerpo”. Participar como seres humanos íntegros, pensar la historia más allá del roce de nuestros dedos sobre el control remoto o de la fragilidad de la página de papel del libro, constituye hoy un desafío no sólo necesario sino urgente. Es plantear el nomadismo didáctico como alternativa y contrapeso al sedentarismo que ya no es sólo el del tiempo escolar, sino el de la televisión y la computadora. Es, frente al espacio descentrado de la red, desnaturalizar el espacio con el cual nuestros cuerpos in-corporaron como “normales” las nociones de autoridad, de jerarquía, de diferencia.

Es también, frente al instante, la inmediatez y la velocidad cada vez más acelerada, advertir que el presente es una trama que viene tejiéndose desde hace mucho tiempo y recuperar la memoria no como dato para que quede almacenado en un archivo, sino como punto de partida para el análisis crítico. En este sentido, no puede dejarse de lado que el espacio público se ha constituido también en los últimos tiempos en una nueva forma de proyección de lo privado, en tanto algunos lo privilegian como soporte para sus manifestaciones conceptuales, muchos para sus festejos deportivos (Ortiz García, 2008) y otros para su reclamo espontáneo ante la injusticia, la inseguridad, es decir, en distintas formas en las que subyace el deseo de una mejor calidad de vida.

Ante esa uniformidad de percepciones y representaciones impuestas desde los centros hegemónicos por la globalización, el espacio y el arte públicos contemporáneos ofrecen una cartografía compleja, dinámica, insoslayable en tanto parte constitutiva y constituyente de esa trama simbólica en la que se entretejen las relaciones del individuo con los otros y con el poder.

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IMÁGENES

Imagen 1. Fuente de los Ingleses en Plaza Rivadavia, Bahía Blanca, Rep. Argentina (Fotogr. J. L. Sabattini).

Imagen 2. Monumento de la colectividad italiana con motivo del Sesquicentenario de la fundación de Bahía Blanca en 1978 (Fotogr. J.L.Sabattini)

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