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ARTHUR JERMYN H. P. LOVECRAFT ARTHUR JERMYN H. P. LOVECRAFT I La vida es algo espantoso; y desde el trasfondo de lo que conocemos de ella asoman indicios demoníacos que la vuelven a veces infinitamente más espantosa. La ciencia, ya opresiva en sus tremendas revelaciones, será quizá la que aniquile definitivamente nuestra especie humana —si es que somos una especie aparte—; porque su reserva de insospechados horrores jamás podrá ser abarcada por los cerebros mortales, en caso de desatarse en el mundo. Si supiéramos qué somos, haríamos lo que hizo sir Arthur Jermyn, que empapó sus ropas de petróleo y se prendió fuego una noche. Nadie guardó sus restos carbonizados en una urna, ni le dedicó un monumento funerario, ya que aparecieron ciertos documentos, y cierto objeto dentro de una caja, que han hecho que los hombres prefieran olvidar. Algunos de los que le conocían niegan incluso que haya existido jamás. Arthur Jermyn salió al páramo y se prendió fuego después de ver el objeto de la caja, llegado de Africa. Fue este objeto, y no su raro aspecto personal, lo que le impulsó a quitarse la vida. Son muchos los que no habrían soportado la existencia, de haber tenido los extraños rasgos de Arthur Jermyn; pero él era poeta y hombre de ciencia, y nunca le importó su aspecto físico. Llevaba el saber en la sangre; su bisabuelo, Sir Robert Jermyn, baronet, había sido un antropólogo de renombre; y su tatarabuelo, sir Wade Jermyn, uno de los primeros exploradores de la región del Congo, y autor de diversos estudios eruditos sobre sus tribus animales, y supuestas ruinas. Efectivamente, sir Wade estuvo dotado de un celo intelectual casi rayano en la manía; su extravagante teoría sobre una civilización congoleña blanca le granjeó sarcásticos ataques, cuando apareció su libro, Reflexiones sobre las diversas partes de Africa. En 1765, este intrépido UNIVERSIDAD MISKATÓNICA LOVECRAFTIANA 1

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I

La vida es algo espantoso; y desde el trasfondo de lo queconocemos de ella asoman indicios demoníacos que lavuelven a veces infinitamente más espantosa. La ciencia, yaopresiva en sus tremendas revelaciones, será quizá la queaniquile definitivamente nuestra especie humana —si es quesomos una especie aparte—; porque su reserva deinsospechados horrores jamás podrá ser abarcada por loscerebros mortales, en caso de desatarse en el mundo. Sisupiéramos qué somos, haríamos lo que hizo sir ArthurJermyn, que empapó sus ropas de petróleo y se prendió fuegouna noche. Nadie guardó sus restos carbonizados en unaurna, ni le dedicó un monumento funerario, ya queaparecieron ciertos documentos, y cierto objeto dentro de unacaja, que han hecho que los hombres prefieran olvidar.Algunos de los que le conocían niegan incluso que hayaexistido jamás.Arthur Jermyn salió al páramo y se prendió fuego después dever el objeto de la caja, llegado de Africa. Fue este objeto, yno su raro aspecto personal, lo que le impulsó a quitarse lavida. Son muchos los que no habrían soportado la existencia,de haber tenido los extraños rasgos de Arthur Jermyn; pero élera poeta y hombre de ciencia, y nunca le importó su aspectofísico. Llevaba el saber en la sangre; su bisabuelo, Sir RobertJermyn, baronet, había sido un antropólogo de renombre; ysu tatarabuelo, sir Wade Jermyn, uno de los primerosexploradores de la región del Congo, y autor de diversosestudios eruditos sobre sus tribus animales, y supuestasruinas. Efectivamente, sir Wade estuvo dotado de un celointelectual casi rayano en la manía; su extravagante teoríasobre una civilización congoleña blanca le granjeósarcásticos ataques, cuando apareció su libro, Reflexionessobre las diversas partes de Africa. En 1765, este intrépido

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explorador fue internado en un manicomio de Huntingdon.Todos los Jermyn poseían un rasgo de locura, y la gente sealegraba de que no fueran muchos. La estirpe carecía deramas, y Arthur fue el último vástago. De no haber sido así,no se sabe qué habría podido ocurrir cuando llegó el objetoaquel. Los Jcrmyn jamás tuvieron un aspecto completamentenormal; había algo raro en ellos, aunque el caso de Arthur fueel peor, y los viejos retratos de familia de la Casa Jermynanteriores a sir Wade mostraban rostros bastante bellos.Desde luego, la locura empezó con sir Wade, cuyasextravagantes historias sobre Africa hacían a la vez lasdelicias y el terror de sus nuevos amigos. Quedó reflejada ensu colección de trofeos y ejemplares, muy distintos de losque un hombre normal coleccionaría y conservaría, y semanifestó de manera sorprendente en la reclusión oriental enque tuvo a su esposa. Era, decía él, hija de un comercianteportugués al que había conocido en Africa, y no compartíalas costumbres inglesas. Sc la había traído, junto con un hijopequeño nacido en Africa, al volver del segundo y más largode sus viajes; luego, ella le acompañó en el tercero y último,del que no regresó. Nadie la había visto de cerca, ni siquieralos criados, debido a su carácter extraño y violento. Durantela breve estancia de esta mujer en la mansión de los Jermyn,ocupó un ala remota, y fue atendida tan sólo por su marido.Sir Wade fue, efectivamente, muy singular en sus atencionespara con la familia; pues cuando regresó de Africa, noconsintió que nadie atendiese a su hijo, salvo una repugnantenegra de Guinea. A su regreso, después de la muerte de ladyJermyn, asumió él enteramente los cuidados del niño.Pero fueron las palabras de sir Wade, sobre todo cuando seencontraba bebido, las que hicieron suponer a sus amigos queestaba loco. En una época de la razon como e! siglo XVIII,era una temeridad que un hombre de ciencia hablara devisiones insensatas y paisajes extraños bajo la luna delCongo; de gigantescas murallas y pilares de una ciudadolvidada, en ruinas e invadida por la vegetación, y dehúmedas y secretas escalinatas que descendíaninterminablemente a la oscuridad de criptas abismales ycatacumbas inconcebibles. especialmente, era una temeridadhablar de forma delirante dc los seres que poblaban tales

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lugares: criaturas mitad de la jungla, mitad de esa ciudadantigua e impía... seres que el propio Plinio habría descritocon escepticismo, y que pudieron surgir después de que losgrandes monos invadiesen la moribunda ciudad de lasmurallas y los pilares, de las criptas y las misteriosas escul-turas. Sin embargo, después de su último viaje, sir Wadehablaba de esas cosas con estremecido y misteriosoentusiasmo, casi siempre después de su tercer vaso en elKnight’s Head, alardeando de lo que había descubierto en laselva y de que había vivido entre ciertas ruinas terribles queél sólo conocía. Y al final hablaba en tales términos de losseres que allí vivían, que le internaron en el manicomio. Nomanifestó gran pesar, cuando le encerraron en la celdaenrejada de Huntingdon, ya que su mente funcionaba deforma extraña. A partir de! momento en que su hijo empezó asalir de la infancia, le fue gustando cada vez menos el hogar,hasta que últimamente parecía amedrentarle. El Knight’sHead llegó a convertirse en su domicilio habitual; y cuandole encerraron, manifestó una vaga gratitud, como si para élrepresentase una protección. Tres años después, murió.

Philip, el hijo de Wade Jermyn, fue una personaextraordinariamente rara. A pesar del gran parecido físicoque tenía con su padre, su aspecto y comportamiento eran enmuchos detalles tan toscos que todos acabaron por rehuirle.Aunque no heredó la locura como algunos temían, erabastante torpe y propenso a periódicos accesos de violencia.De estatura pequeña, poseía, sin embargo, una fuerza y unaagilidad increíbles. A los doce años de recibir su título secasó cori la hija de su guardabosque, persona que, según sedecía, era de origen gitano; pero antes de nacer su hijo, sealistó en la marina de guerra como simple marinero, lo quecolmó la repugnancia general que sus costumbres y su uniónhabían despertado. Al terminar la guerra de América, secorrió el rumor de que iba de marinero en un barco mercanteque se dedicaba al comercio en Africa, habiendo ganadobuena reputación con sus proezas de fuerza y soltura paratrepar, pero finalmente desapareció una noche, cuando subarco se encontraba fondeado frente a la costa del Congo.Con el hijo de sir Philip Jermyn, la ya reconocidapeculiaridad familiar adoptó un sesgo extraño y fatal. Alto y

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bastante agraciado, con una especie de misteriosa graciaoriental pese a sus proporciones físicas un tanto singulares,Robert Jermyn inició una vida de erudito e investigador. Fueel primero en estudiar científicamente la inmensa colecciónde reliquias que su abuelo demente había traído de Africa,haciendo célebre el apellido en el campo de la etnología y laexploración. En 1815, sir Robert se casó con la hija delséptimo vizconde de Brightholme, con cuyo matrimoniorecibió la bendición de tres hijos, el mayor y el menor de loscuales jamás fueron vistos públicamente a causa de susdeformidades físicas y psíquicas. Abrumado por estasdesventuras, el científico se refugió en su trabajo, e hizo doslargas expediciones al interior de Africa. En 1849, susegundo hijo, Nevil, persona especialmente repugnante queparecía combinar el mal genio de Philip Jermyn y la hauteurde los Brightholme, se fugó con una vulgar bailarina, aunquefue perdonado a su regreso, un año después. Volvió a lamansión Jermyn, viudo, con un niño, Alfred, que sería con eltiempo padre de Arthur Jermyn.

Decían sus amigos que fue esta serie de desgracias lo quetrastornó el juicio de Sir Robert Jermyn; aunqueprobablemente la culpa estaba tan sólo en ciertas tradicionesafricanas. El maduro científico había estado recopilandoleyendas de las tribus onga, próximas al territorio exploradopor su abuelo y por él mismo, con la esperanza de explicar dealguna forma las extravagantes historias de sir Wade sobreuna ciudad perdida, habitada por extrañas criaturas. Ciertacoherencia en los singulares escritos de su antepasado sugeríaque la imaginación del loco pudo haber sido estimulada porlos mitos nativos. El 19 de octubre de 1852, el exploradorSamuel Seaton visitó la mansión de los Jermyn llevandoconsigo un manuscrito y notas recogidas entre los onga,convencido de que podían ser de utilidad al etnólogo ciertasleyendas acerca de una ciudad gris de monos blancosgobernada por un dios blanco. Durante su conversación,debió de proporcionarle sin duda muchos detallesadicionales, cuya naturaleza jamás llegará a conocerse, dadala espantosa serie de tragedias que sobrevinieron de repente.Cuando sir Robert Jermyn salió de su biblioteca, dejó tras desí el cuerpo estrangulado del explorador; y antes de que

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consiguieran detenerle, había puesto fin a la vida de sus treshijos: los dos que no habían sido vistos jamás, y el que schabía fugado. Nevil Jerrnyn murió defendiendo a su hijo dedos años, cosa que consiguió, y cuyo asesinato entrabatambién, al parecer, en las locas maquinaciones del anciano.El propio sir Robert, tras repetidos intentos de suicidarse, yuna obstinada negativa a pronunciar un solo sonidoarticulado, murió de un ataque de apoplejía al segundo año desu reclusión.Sir Alfred Jermyn fue baronet antes de cumplir los Cuatroaños, pero sus gustos jamás estuvieron a la altura de su título.A los veinte, se había unido a una banda de músicos, y a lostreinta y seis había abandonado a su mujer y a su hijo paraenrolarse en un circo ambulante americano. Su final fuerepugnante de veras. Entre los animales del espectáculo conel que viajaba, había un enorme gorila macho de color algomás claro de lo normal; era un animal sorprendentementetratable y de gran popularidad entre los artistas de la com-pañía. Alfred Jermyn se sentía fascinado por este gorila, y enmuchas ocasiones los dos se quedaban mirándose a los ojoslargamente, a través de los barrotes. Finalmente, Jermynconsiguió que le permitiesen adiestrar al animal asombrandoa los espectadores y a sus compañeros con sus éxitos. Unamañana, en Chicago, cuando el gorila y Alfred Jermynensayaban un combate de boxeo muy ingenioso, el primeropropinó al segundo un golpe más fuerte de lo habitual,lastimándole el cuerpo y la dignidad del domador aficionado.Los componentes de «El Mayor Espectáculo del Mundo»prefieren no hablar de lo que siguió. No se esperaban el gritoescalofriante e inhumano que profirió sir Alfred, ni verleagarrar a su torpe antagonista con ambas manos, arrojarle confuerza contra el suelo de la jaula, y morderlo furiosamente ensu peluda garganta. Había cogido al gorila desprevenido;pero éste no tardó en reaccionar; y antes de que el domadoroficial pudiese hacer nada, el cuerpo que había pertenecido aun baronet había quedado irreconocible.

II

Arthur Jermyn era hijo de Sir Alfred Jerrnyn y de una

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cantante de music-halI de origen desconocido. Cuando elmarido y padrc abandonó a su familia, la madre llevó al niñoa la Casa de los Jermyn, donde no quedaba nadie que seopusiera a su presencia. No carecía ella de idea sobre lo quedebe ser la dignidad de un noble, y cuidó que su hijorecibiese la mejor educación que su limitada fortuna le podíaproporcionar. Los recursos familiares eran ahoradolorosamente exiguos, y la Casa de !os Jermyn había caídoen penosa ruina; pero el joven Arthur amaba el viejo edificiocon todo lo que contenía. A diferencia de los Jermynanteriores, era poeta y soñador. Algunas de las familias de lavecindad que habían oído contar historias sobre la invisibleesposa portuguesa de sir Wade Jermyn afirmaban que estasaficiones suyas revelaban su sangre latina; pero la mayoría delas personas se burlaban de su sensibilidad ante la belleza,atribuyéndola a su madre cantante, a la que no habíanaceptado socialmente. La delicadeza poética de ArthurJermyn era mucho más notable si se tenía en cuenta su toscoaspecto personal. La mayoría de los Jermyn había tenido unapinta sutilmente extraña y repelente; pero el caso de Arthurera asombroso. Es difícil decir con precisión a qué se parecía;no obstante, su expresión, su ángulo facial, y la longitud desus brazos producían una viva repugnancia en quienes leveían por primera vez.

L inteligencia y el carácter de Arthur Jermyn, sinembargo, compensaban su aspecto. Culto, y dotado detalento, alcanzó los más altos honores en Oxford y parecíadestinado a restituir la fama de intelectual a la familia.Aunque de temperamento más poético que científico,proyectaba continuar la obra de sus antepasados enarqueología y etnología africanas, utilizando la prodigiosaaunque extraña colección de sir Wade. Llevado de sumentalidad imaginativa, pensaba a menudo en la civilizaciónprehistórica en la que el explorador loco había creídoabsolutamente, y tejía relato tras relato en torno a lasilenciosa ciudad de la selva mencionada en las últimas ymás extravagantes anotaciones. Pues las brumosas paIabrasobre una atroz y desconocida raza de híbridos de la selva leproducían un extraño sentimiento, mezcla de terror yatracción, al especular sobre el posible fundamento de

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semejante fantasía, y tratar de extraer alguna luz de los Jatosrecogidos por su bisabuelo y Samuel Seaton entre los onga.Fn 1911, después de la muerte de su madre, sir ArthurJermyn decidió proseguir sus investigaciones hasta el final.Vendió parte de sus propiedades a fin de obtener el dineronecesario, preparó una expedición y zarpó con destino alCongo. Contrató a un grupo de guías con ayuda de lasautoridades belgas, y pasó un año en las regiones de Onga yKaliri, donde descubrió muchos más datos de lo que él seesperaba. Entre los kaliri había un anciano jefe llamadoMwanu que poseía no solo una gran memoria, sino un gradode inteligencia excepcional, y un gran interés por lastradiciones antiguas. Este anciano confirmó la historia queJermyn había oído, añadiendo su propio relato sobre laciudad de piedra y los monos blancos, tal como él la habíaoído contar.

Según Mwanu, la ciudad gris y las criaturas híbridashabían desaparecido, aniquiladas por los belicosos n’bangus,hacía muchos años. Esta tribu, después de destruir la mayorparte de los edificios y matar a todos los seres vivientes, sehabían llevado a la diosa disecada que había sido el objeto dela incursión: la diosa-mono blanca a la que adoraban losextraños seres, y cuyo cuerpo atribuían las tradiciones delCongo a la que había reinado como princesa entre ellos.Mwanu no tenía idea del aspecto que debieron de teneraquellas criaturas blancas y simiescas; pero estabaConvencido de que eran ellas quienes habían construido laciudad en ruinas. Jermyn no pudo formarse una opiniónclara; sin embargo, después de numerosas preguntas,consiguió una pintoresca leyenda sobre la diosa disecada.La princesa-mono, se decía, se convirtió en esposa de un grandios blanco llegado de Occidente. Durante mucho tiempo,reinaron juntos en la ciudad; pero al nacerles un hijo, semarcharon de la región. Más tarde, el dios y la princesahabían regresado; y a la muerte de ella, su divino esposohabía ordenado momificar su cuerpo, entronizándolo en unainmensa construcción de piedra, donde fue adorado. Luegovolvió a marcharse solo. La leyenda presentaba aquí tresvariantes. Según una de ellas, no ocurrió nada más, salvo quela diosa disecada se convirtió en símbolo de supremacía para

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la tribu que la poseyera. Este era el motivo por el que losn’bangus se habían apoderado de ella. Una segunda versiónaludía al regreso del dios, y su muerte a los pies de laentronizada esposa. En cuanto a la tercera, hablaba delretorno del hijo, ya hombre —o mono, o dios, según elcaso—, aunque ignorante de su identidad. Sin duda losimaginativos negros habían sacado el máximo partido de loque subyacía debajo de tan extravagante leyenda, fuera loque fuese.

Arthur Jermyn no dudó ya de la existencia de la ciudadque el viejo Sir Wade había descrito; y no se extrañó cuando,a principios de 1912, dio con lo que quedaba de ella.Comprobó que se habían exagerado sus dimensiones, perolas piedras esparcidas probaban que no se trataba de unsimple poblado negro. Por desgracia, no consiguió encontrarrepresentaciones escultóricas, y lo exiguo de la expediciónimpidió emprender el trabajo de despejar el único pasadizovisible que parecía conducir a cierto sistema de criptas quesir Wade mencionaba. Preguntó a todos los jefes nativos dela región acerca de los monos blancos y la diosa momificada,pero ffie un europeo quien pudo arnpliarle los datos que lehabía proporcionado el viejo Mwanu. Un agente belga de unafactoría del Congo, M. Verhaeren, creía que podía no sólolocalizar, sino conseguir también a la diosa momificada, de laque había oído hablar vagamente, dado que los en otrotiempo poderosos n’bangus eran ahora sumisos siervos delgobierno del rey Alberto, y sin mucho esfuerzo podríaconvencerles para que se desprendiesen de la horrendadeidad de la que se habían apoderado. Así que, cuando Jer-myn zarpó para Inglaterra, lo hizo con la gozosa esperanza deque, en espacio de unos meses, podría recibir la inestimablereliquia etnológica que confirmaría la más extravagante delas historias de su antecesor, que era la más disparatada decuantas él había oído. Pero quizá los campesinos que vivíanen la vecindad de !a Casa de los Jermyn habían oído historiasmás extravagantes aún a sir Wade, alrededor de las mesas delKnight’s Head.Arthur Jermyn aguardé pacientemente la esperada caja de M.Verhaeren, estudiando entretanto con creciente interés losmanuscritos dejados por su loco antepasado. Empezaba a

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sentirse cada vez más identificado con sir Wade, y buscabavestigios de su vida personal en Inglaterra, así como de sushazañas africanas. Los relatos orales sobre la misteriosa yrecluida esposa eran numerosos, pero no quedaba ningunaprueba tangible de su estancia en la Mansión Jcrmyn. Jermynse preguntaba qué circunstancias pudieron propiciar opermitir semejante desaparición, y supuso que la principaldebió de ser la enajenación mental del marido. Recordabaque se decía que la madre de su tatarabuelo fue hija de uncomerciante portugués establecido en Africa.Indudablemente, el sentido práctico heredado de su padre, ysu conocimiento superficial del Continente Negro, le habíanmovido a burlarse de las historias que contaba sir Wade sobreel interior; y eso era algo que un hombre como él no debió deolvidar. Ella había muerto en Africa, adonde sin duda sumarido la llevó a la fuerza, decidido a probar lo que decía.Pero cada vez que Jermyn se sumía en estas reflexiones, nopodía por menos de sonreír ante su futilidad, siglo y mediodespués de la muerte de sus extraños antecesores.En junio de 1913 le llegó una carta de M. Verhaerer en la quele notificaba que había encontrado la diosa disecada. Setrataba, ecía el belga, de un objeto dc lo más extraordinario;un objeto imposible de clasificar para un profano. Sólo uncientífico podía determinar si se trataba de un simio o de unser humano; y aun as¡, su clasificación sería muy difícil dadosu estado de deterioro. El tiempo y el clima del Congo no sonfavorables para las momias; especialmente cuando consistenen preparaciones de aficionados, como parecía ocurrir en estecaso. Alrededor del cuello de la criatura se había encontradouna cadena de oro que sostenía un relicario vacío conadornos nobiliarios; sin duda, recuerdo de algún infortunadoviajero, a quien debieron de arrebatárselo los n’bangus paracolgárselo a la diosa en el cuello, a modo de talismán.Comentando las facciones de la diosa, M. Verhaeren hacíauna fantástica comparación; o más bien aludía con humor alo mucho que iba a sorprenderle a su corresponsal; peroestaba demasiado interesado científicamente para extenderseen trivialidades. La diosa momificada, anunciaba, llegaríadebidamente embalada, un mes después de la carta.

El envío fue recibido en Casa de los Jermyn la tarde deI 3

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de agosto de 1913, siendo trasladado inmediatamente a lagran sala que alojaba la colección de ejemplares africanos, talcomo fueran ordenados por sir Robert y sir Arthur. Lo quesucedió a continuación puede deducirse de lo que contaronlos criados, y de los objetos y documentos examinadosdespués. De las diversas versiones, la del mayordomo de lafamilia, el anciano Soames, es la más amplia y coherente.Según este fiel servidor, sir Arthur ordenó que se retirasetodo el mundo de la habitación, antes de abrir la caja; aunqueel inmediato ruido del martillo y el escoplo indicó que nohabía decidido aplazar la tarea. Durante un rato no seescuchó nada más; Soames no podía precisar cuánto tiempo;pero menos de un cuarto de hora después, desde luego, oyóun horrible alarido, cuya voz pertenecía inequívocamente aJcrmyn. Acto seguido, salió Jermyn de la estancia y echó acorrer como un loco en dirección a la entrada, comoperseguido por algún espantoso enemigo. La expresión de surostro —un rostro bastante horrible ya de por sí— eraindescriptible. Al llegar a la puerta, pareció ocurrírsele unaidea; dio media vuelta, echó a correr y desapareciófinalmente por la escalera del sótano. Los criados sequedaron en lo alto mirando estupefactos; pero el señor noregreso. Les llegó, eso sí, un olor a petróleo. Ya de nocheoyeron el ruido de la puerta que comunicaba el sótano con elpatio; y e! mozo de cuadra vio salir furtivamente a ArthurJermyn, todo reluciente de petróleo, y desaparecer hacia elnegro páramo que rodeaba la casa. Luego, en una exaltaciónde supremo horror, presenciaron todos el final. Surgió unachispa en el páramo, se elevó una llama, y una columna defuego humano alcanzó los cielos. La estirpe de los Jermynhabía dejado de existir.La razón por la que no se recogieron los restos car bonizadosde Arthur Jermyn para enterrarlos está en lo que encontrarondespués; sobre todo, en el objeto de la caja. La diosa disecadaConstituía una visión nauseabunda, arrugada y consumida;pero era claramente un mono blanco momificado, de especiedesconocida, menos peludo que ninguna de las variedadesregistradas e infinitamente más próximo al ser humano...asombrosamente próximo. Su descripción detallada resultaríasumamente desagradable; pero hay dos detalles que merecen

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mencionarse, ya que encajan espantosamente con ciertasnotas de Sir Wade Jermyn sobre las expediciones africanas, ycon 1as leyendas congoleñas sobre el dios blanco y laprincesa-mono. Los dos detalles en cuestión son estos: lasarmas nobiliarias del relicario de oro que dicha criaturallevaba en el cuello eran las de los Jermyn, y la jocosaalusión de M. Verhaeren a cierto parecido que le recordaba elapergaminado rostro, se ajustaba con vívido, espantoso eintenso horror, nada menos que al del sensible ArthurJermyn, hijo del tataranieto de Sir Wade Jermyn y de sudesconocida esposa. Los miembros del Real InstitutodeAntropología quemaron aquel ser, arrojaron el relicario a unpozo, y algunos de eIIos niegan que Arthur Jermyn hayaexistido jamás.

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