Artículo Rosa Montero
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Como una perlaCuando la realidad se empeña en abismarse y el presente aprieta, creo que centrarse en el momento puede
ser un acierto•
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Estamos viviendo un otoño tan atribulado que más bien parece un despeñadero, porque la
realidad asusta y el futuro amenaza con ser peor. Tengo amigos psicoanalistas que me
dicen que sus pacientes andan todos medio desbaratados: la angustia ambiental es tan
grande que te puede romper el espinazo si te pilla en un momento de fragilidad.
La verdad es que llevamos unos años de órdago;
recuerdo que al comienzo de la crisis hubo otro
pico de angustia como éste de ahora, con la
prima de riesgo por la nubes, rumores de colapso
del sistema y desahucios que te partían el
corazón. Ahora esa parte económica nos
preocupa menos, aunque a mí me parece que la
famosa recuperación es en gran medida un espejismo, porque la gente sigue
perdiendo sus casas, y hay 770.000 familias en España que no cuentan con
ningún ingreso, y 8 de cada 10 abuelos tienen que ayudar a sus hijos y a sus nietos
con sus magras pensiones (cobran, de media, 1.000 euros). Incluso se diría que
las cosas han empeorado para el sector más necesitado, porque en 2010 sólo 2 de
cada 10 pensionistas tenían que mantener a sus descendientes. Cosa por otra
parte lógica: las familias se han ido comiendo los ahorros. En fin, lo que más me
conmueve de este esfuerzo final de los ancianos es que casi la mitad han tenido
que reducir su gasto en alimentos, y un 15% se han visto obligados a dejar de
consumir productos frescos como carne, queso, pescado o verdura. Alimentar a su
progenie los está matando de hambre.
ROSA MONTERO 27 SEP 2015 - 00:00 CEST1.177
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Me conmueve de este
esfuerzo final de los
ancianos que muchos han
tenido que reducir su gasto
en alimentos
Así que la situación de una buena parte de la sociedad de este país sigue siendo
dolorosa y extrema, pero los demás hemos aparcado ese tema, nos hemos
olvidado de él, hemos puesto la cabeza y los miedos en otra parte. Una fuente de
nuestro actual desasosiego es Cataluña (ahí están las tensas elecciones de hoy),
pero la angustia se centra, sobre todo, en la guerra global del fundamentalismo,
en la creciente pujanza de ese Estado Islámico que es un cáncer que avanza por el
mundo, en las olas de aterrorizados refugiados que vienen a estrellarse contra las
murallas del fortín de Europa. El porvenir da miedo, la realidad espanta, hace
falta mucho temple para aguantar los telediarios. Varias personas me han dicho
últimamente que ya no se atreven a ver las noticias. Yo las sigo mirando, pero con
el mando en la mano y dispuesta a salir huyendo, como quien se acerca de
puntillas a un paquete bomba.
Probablemente sea en parte también problema mío. Ya he escrito alguna vez que,
al envejecer, nos vamos haciendo cada vez más blandos, más lloricas, nos afectan
más las cosas, se nos arruga el ánimo. A veces pienso que esto es algo bueno; que
la edad fomenta la empatía, y que cada día nos identificamos más con los que
sufren. Otras veces, en cambio, se me ocurre que quizá el dolor propio y ajeno se
nos va acumulando en el organismo, igual que la cantidad de rayos X o de horas
de sol que recibimos a lo largo de nuestra vida, y que llega un momento en el que
ya no nos da el cuero para más. Tiempos radiactivos. Soles achicharrantes.
Ya saben que la
diferencia entre un
optimista y un
pesimista es que el
último cree que estamos en la peor de las situaciones posibles, mientras que el
optimista piensa que aún se puede empeorar mucho más. Yo siempre he sido
razonablemente optimista, muy vitalista, una disfrutona en toda regla, pero ahora
ando con el cuerpo algo aterido. “No se puede escribir poesía después de
Auschwitz”, dice la famosa frase de Adorno. Cómo sonreír, cómo vivir, cómo
bailar, cómo amar, cómo crear, cómo permitirse la tan necesaria frivolidad y la
ligereza cuando el mundo entero es un grito de angustia.
Mi prima Virginia Gayo, que es como la hermana que nunca tuve, sostiene que la
existencia es un completo e irremediable asco, pero que los días, uno a uno,
pueden ser algo precioso. Golosa de la vida como soy, siempre le discutí esta
filosofía y defendí (aún lo creo) el fulgor de la existencia y su milagro. Pero
cuando la realidad se empeña en abismarse, cuando el presente aprieta, creo que
centrarse en el momento, como dice mi prima, puede ser un acierto. Ralentizar el
tiempo, cuando es bueno, y aprender a apreciar todo aquello que el azar nos está
Cada instante de emoción y de belleza es
como una perla
regalando cada día, esos dones que por lo general tendemos a ignorar. Como el
amor de la gente que nos quiere; la salud, si la tenemos; un libro, un paseo, una
conversación, un atardecer, un coqueteo, un beso, una risa, el lametazo de un
perro. No estoy de acuerdo con la frase de Adorno: la poesía sirve, justamente,
para combatir el horror. Al igual que los momentos de felicidad, y la gratitud por
poder vivirlos. Cada instante de emoción y de belleza es como una perla. Un
modesto chispazo de luz que ilumina el mundo.
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