Articulo Sobre Vizcardo y Guzman

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149 La Carta a los españoles americanos, de Juan Pablo Viscardo. Aportes para el estudio del siglo XVIII hispanoamericano MÓNICA ELSA SCARANO Mónica Elsa Scarano Mónica Elsa Scarano es doctora en Letras de la Universidad de Bue- nos Aires y profesora y licenciada en Letras de la Universidad Nacio- nal de Mar del Plata (Argentina). Es profesora titular de Literatura y Cultura Latinoamericana I y seminarios de grado y posgrado de ese área del Departamento de Letras de la Facultad de Humani- dades de la UNMdP. Es docente- investigadora del Centro de Letras Hispanoamericanas (CELEHIS). Sus publicaciones están dedicadas especialmente al estudio del en- sayo de interpretación cultural y la crónica urbana del siglo XIX y principios del XX. Correo electró- nico: [email protected] América sin nombre, n o 18 (2013) 149-161 DOI. 10.14198/AMESN2013.18.13 ISSN: 1577-3442 / eISSN: 1989-9831 LA CARTA A LOS ESPAÑOLES AMERICANOS, DE JUAN PABLO VISCARDO. APORTES PARA EL ESTUDIO DEL SIGLO XVIII HISPANOAMERICANO MÓNICA ELSA SCARANO CELEHIS, FH, UNMdP (Argentina) [email protected] RESUMEN La Carta a los españoles americanos del ex jesuita expulso peruano, Juan Pablo Viscardo y Guzmán es un texto de alta significación para estudiar el proceso emancipatorio de la América Hispana. Olvidada durante más de un siglo y poco estudiada antes del siglo XX, la epístola nos permite problematizar el ya complejo siglo XVIII hispanoamericano. En nuestro trabajo nos de- tendremos en algunas cuestiones que atraviesan el texto y que nos permiten repensar ese período: la tradición epistolar colonial, el ideario ilustrado y su peculiar cruce con el patriotismo criollo, la literatura de los jesuitas en América y las proyecciones hacia la Emancipación americana. Palabras clave: Carta a los españoles americanos, Viscardo, siglo XVIII, América. ABSTRACT The Letter to the Spanish Americans, written by the Peruvian ex Jesuit expelled, Juan Pablo Viscardo y Guzmán, is a remarkable text to study the emancipatory process in Hispanic America. Forgotten during more than a century and understudied before the twentieth century, the epistle allows us to problematize the already complex Hispanic American eighteenth century. In our paper, we will consider with particular attention some issues that cross along the text and help us to rethink that period: the colonial epistolary tradition, the illustrated ideology and its peculiar crossing with the Creole patriotism, the Jesuit literature in America and the projections to the American emancipation. Keywords: Letter to American Spaniards, Viscardo, Hispanic XVIII, America. El siglo XVIII hispanoamericano ofrece por su complejidad serias dificultades a la hora de señalar categorías en la prosa o de ar- ticular una caracterización coherente. Por esta razón, esa centuria se ha convertido en nues- tro continente, como señala Karen Stolley, en «una tierra literaria de nadie», especial- mente en lo relativo a la prosa, un verdadero «abismo más que un puente entre el Barroco colonial y el Romanticismo del siglo XIX» (Stolley, 2006, p. 355) que, no obstante, se nos presenta hoy como un reto poco estudiado y mucho menos leído hasta nuestros días. Si la centuria anterior termina con la muerte de tres grandes autores del barroco colonial: Sor Juana Inés de la Cruz (1695), Juan del Valle y Caviedes (1697) y don Carlos de Sigüenza y Góngora (1700), el siglo que nos ocupa se cierra con la muerte de una figura emblemá- tica, el abate Juan Pablo Viscardo y Guzmán

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Vizcardo y Guzmán

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    La Carta a los espaoles americanos, de Juan Pablo Viscardo. Aportes

    para el estudio del siglo XVIII hispanoamericano

    MNICA ELSA SCARANO

    Mnica Elsa ScaranoMnica Elsa Scarano es doctora en Letras de la Universidad de Bue-nos Aires y profesora y licenciada en Letras de la Universidad Nacio-nal de Mar del Plata (Argentina). Es profesora titular de Literatura y Cultura Latinoamericana I y seminarios de grado y posgrado de ese rea del Departamento de Letras de la Facultad de Humani-dades de la UNMdP. Es docente-investigadora del Centro de Letras Hispanoamericanas (CELEHIS). Sus publicaciones estn dedicadas especialmente al estudio del en-sayo de interpretacin cultural y la crnica urbana del siglo XIX y principios del XX. Correo electr-nico: [email protected]

    Amrica sin nombre, no 18 (2013) 149-161DOI. 10.14198/AMESN2013.18.13ISSN: 1577-3442 / eISSN: 1989-9831

    LA CARTA A LOS ESPAOLES AMERICANOS, DE JUAN PABLO

    VISCARDO. APORTES PARA EL ESTUDIO DEL SIGLO XVIII HISPANOAMERICANO

    MNICA ELSA SCARANOCELEHIS, FH, UNMdP (Argentina)

    [email protected]

    RESUMEN

    La Carta a los espaoles americanos del ex jesuita expulso peruano, Juan Pablo Viscardo y Guzmn es un texto de alta significacin para estudiar el proceso emancipatorio de la Amrica Hispana. Olvidada durante ms de un siglo y poco estudiada antes del siglo XX, la epstola nos permite problematizar el ya complejo siglo XVIII hispanoamericano. En nuestro trabajo nos de-tendremos en algunas cuestiones que atraviesan el texto y que nos permiten repensar ese perodo: la tradicin epistolar colonial, el ideario ilustrado y su peculiar cruce con el patriotismo criollo, la literatura de los jesuitas en Amrica y las proyecciones hacia la Emancipacin americana.

    Palabras clave: Carta a los espaoles americanos, Viscardo, siglo XVIII, Amrica.

    ABSTRACT

    The Letter to the Spanish Americans, written by the Peruvian ex Jesuit expelled, Juan Pablo Viscardo y Guzmn, is a remarkable text to study the emancipatory process in Hispanic America. Forgotten during more than a century and understudied before the twentieth century, the epistle allows us to problematize the already complex Hispanic American eighteenth century. In our paper, we will consider with particular attention some issues that cross along the text and help us to rethink that period: the colonial epistolary tradition, the illustrated ideology and its peculiar crossing with the Creole patriotism, the Jesuit literature in America and the projections to the American emancipation.

    Keywords: Letter to American Spaniards, Viscardo, Hispanic XVIII, America.

    El siglo XVIII hispanoamericano ofrece por su complejidad serias dificultades a la hora de sealar categoras en la prosa o de ar-ticular una caracterizacin coherente. Por esta razn, esa centuria se ha convertido en nues-tro continente, como seala Karen Stolley, en una tierra literaria de nadie, especial-mente en lo relativo a la prosa, un verdadero abismo ms que un puente entre el Barroco colonial y el Romanticismo del siglo XIX

    (Stolley, 2006, p. 355) que, no obstante, se nos presenta hoy como un reto poco estudiado y mucho menos ledo hasta nuestros das. Si la centuria anterior termina con la muerte de tres grandes autores del barroco colonial: Sor Juana Ins de la Cruz (1695), Juan del Valle y Caviedes (1697) y don Carlos de Sigenza y Gngora (1700), el siglo que nos ocupa se cierra con la muerte de una figura emblem-tica, el abate Juan Pablo Viscardo y Guzmn

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    (1748-1798), ex jesuita peruano arequipe-o1, expulso, quien pas sus ltimos aos en Londres, bajo la proteccin del Ministerio de Asuntos Exteriores, y con la sorprendente difusin de su famosa epstola pblica de carcter incendiario. En efecto, Viscardo nos leg un manifiesto panfletario de gran tras-cendencia en la historia cultural de Amrica Latina y que cumpli un rol fundamental en el proceso revolucionario que conducira a la independencia de varios territorios de Am-rica: la Carta dirigida a los espaoles ameri-canos que termin de escribir en Londres en 1791 y que fue publicada, ya muerto su autor y a instancias del patriota venezolano Fran-cisco de Miranda, en francs, con el ttulo: Lettre aux Espagnols-Amricains, y con un pie de imprenta falso de Filadelfia, en 1799, para evitar dificultades en la divulgacin del mensaje secesionista.

    Los avatares del largo proceso de escritura de la epstola, que no fue un texto improvisa-do ni escrito a vuelapluma contrariamente a lo que se podra pensar por su carcter intem-

    pestivo y apasionado, as como las ediciones posteriores que colaboraron para su difusin en espaol en 1801 y en ingls en 1808-, revelan su ubicacin en la bisagra de los dos siglos (XVIII y XIX)2. En su exilio italiano, desde 1768, y durante sus estadas en Londres (entre 1782 y 1784, con su hermano, y ya fa-llecido ste, solo, entre 1791 y 1798), el joven peruano impulsado por las noticias de la rebe-lin de Tpac Amaru II en 17803, se propuso establecer relaciones con los diplomticos britnicos4 y en los ltimos aos de su vida, fij su residencia en Londres, donde fue un agente pagado por el Ministerio de Asuntos Exteriores britnico5. En esos aos escribi numerosos escritos algunos de ellos con el seudnimo Paolo Rossi, informes, cartas y ensayos sobre la situacin socio-econmica del Per y sobre la manera ms conveniente de liberar al pas del dominio de la Corona espaola, solicitando el envo de una fuerza expedicionaria britnica a la Amrica del Sur para lograr una inmediata proclamacin de la independencia.

    1Juan Pablo Viscardo y Guzmn naci el 26 de junio de 1748 en la villa de Pampacolca, situada en un prspero distrito del de-partamento de Arequipa. Poco se conoce acerca de su infancia y la de Jos Anselmo, su herma-no, tambin novicio jesuita y ex-pulsado como aquel. Su familia tena propiedades en el valle de Majes; all est ubicada la ha-cienda de Chancn, donde pas al parecer buena parte de su in-fancia. Cuando ingresaron a la Compaa de Jess, los hermanos Viscardo fueron enviados al Cole-gio San Bernardo en el Cusco, y tras dos aos de prueba pasaron al colegio Mximo de la Transfi-guracin para seguir los estudios de Humanidades y Filosofa. Sin duda la estada en la capital in-caica los marc definitivamente por el ambiente tan especial de esa ciudad histrica. Su padre, Gaspar, muri inesperadamente poco antes de la expulsin de los jesuitas. Una vez desterrados en Italia, los hermanos dejaron los hbitos con la esperanza de que as se allanara su regreso al Per,

    lo que nunca sucedi. Anselmo se cas, tuvo una hija y muri en 1786. Juan Pablo pas su exilio europeo en Italia e Ingla-terra y muri en Londres el 10 de febrero de 1798.

    2Las citas textuales de la Carta a los espaoles americanos estn extradas de la siguiente edicin: Juan Pablo Viscardo y Guzmn (2004), que repro-duce la versin publicada en Espaa en 1801, pero con ortografa y puntuacin mo-dernizadas. Cabe sealar que inicialmente la Carta fue escrita en espaol y el propio Viscardo la tradujo al francs. Adems, los dos manuscritos existentes de ese documento estn en ese idioma. Uno de ellos form parte de los manuscritos que revis y complet entre 1791 y 1792 y que present a su protector, Sir James Bland Burges, el subsecretario de Es-tado britnico, poco despus de su arribo a Londres. Una dcada ms tarde, al editar las dos versiones, la francesa y la espaola, Francisco de Miran-da introdujo leves cambios muy significativos como la insercin en las notas de una larga lis-ta de jesuitas exiliados y una extensa cita de Bartolom de Las Casas, a quien Viscardo admiraba profundamente. En 1801, Miranda propici la traduccin de la Carta al es-

    paol y la public en Londres, titulndola Carta derijida [sic] a los espaoles americanos. En 1806, cuando Miranda lleg a Venezuela con una pequea expedicin, reparti copias del panfleto en algunas islas del Caribe. Dos aos despus, la incluy como apndice en in-gls, al costear una coleccin de documentos relacionados con su expedicin, con la con-viccin de que ese pequeo tratado contribuira en la ta-rea emancipatoria ms que los discursos y declaraciones sobre Espaa y Sudamrica. Efectiva-mente esta publicacin caus una enorme impresin en Gran Bretaa.

    3Jos Gabriel de Condorcanqui (Tpac Amaru II), cacique de Tungasuca (Per), haba des-atado en 1780 una rebelin para liberar a los habitantes originarios de esa regin de la esclavitud de Espaa y re-cuperar el antiguo imperio de sus antepasados. La rebelin fue sofocada y sus lderes, eje-cutados. Segn Viscardo, este fracaso se debi en gran parte al recproco celo de las ra-zas que habitaban el Per, un serio obstculo para la lucha contra el rgimen colonial. Ya en Europa, Viscardo ley en varias cartas procedentes de la Amrica del Sur que el le-vantamiento abarcaba toda la

    regin serrana del virreinato del Per y que en Charcas y Quito existan movimientos se-paratistas semejantes. El ex je-suita alentaba una expedicin naval britnica para capturar el puerto de Buenos Aires, con la esperanza de que ello colaborara a la liberacin de su tierra natal. Finalmente ese plan se vio frustrado por cam-bios en el gobierno britnico y por la firma de la paz entre Espaa y Gran Bretaa, tras la declaracin de guerra entre Francia y Espaa, en 1793. Lo que queda claro hacia 1793 es la abierta oposicin de Vis-cardo al estado revolucionario francs y sus crmenes y atro-pellos, sin que esto signifique desconocer la deuda de los angloamericanos y de los es-paoles americanos con la Re-volucin de Francia, a la cual reconoci siempre como un acontecimiento que conmocio-n a todo el gnero humano.

    4Ya exiliado en Italia, en 1781, le envi varias cartas a John Udny, cnsul britnico en Leg-horn, en las que le comunicaba la noticia del levantamiento de Tpac Amaru II, sealaba el momento propicio para ganar la independencia de Hispano-amrica y ofreca sus servicios al gobierno britnico para ayudar a liberar al Per, pre-sentndolo como un atractivo

    mercado para los productos britnicos (Simmons, 1983, p. 24). Vctima l mismo del des-potismo espaol, se sumaba as al descontento de los espaoles americanos con el rgimen co-lonial y sus tiranas, especial-mente por la exclusin de los criollos (los espaoles nacidos en el Nuevo Mundo) de los puestos ms altos de la Iglesia y el Estado. A menudo incluso las reivindicaciones de indios, mestizos y mulatos tenan a los criollos como lderes naturales, como es el caso del mismo Vis-cardo, en el orden ideolgico.

    5Entre junio de 1782 y marzo de 1784, los Viscardo residie-ron en Londres, donde reciban una modesta subvencin del Ministerio de Asuntos Exterio-res britnico. En 1790, Francis Osborne, el quinto duque de Leeds y ministro de Asuntos Exteriores, orden a los re-presentantes britnicos en el norte de Italia que entablaran relaciones con Paolo Rossi, alias de Juan Pablo Viscardo y Guzmn. ste caus tan buena impresin a los funcionarios, que pudo negociar ventajosa-mente su colaboracin y obte-ner una buena retribucin por sus servicios, suficiente para vivir cmodamente en Londres. Lleg a esa ciudad en marzo de 1791 y permaneci all hasta su muerte.

    Retrato de Juan Pablo Viscardo siglo XIX

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    Justamente para colaborar con tal empresa termin de escribir en 1791 su Carta dirigida a los espaoles americanos, confiando en des-pertar el entusiasmo patritico en la nobleza criolla y el clero, principales prodestinatarios y paradestinatarios de la Carta6, hasta conven-cerlos de aceptar a sus liberadores britnicos. Fracasado este proyecto, se dedic a trazar un anlisis profundo del gobierno desptico que se impuso durante los tres siglos de colonia-lismo espaol en la Amrica espaola, y de las desigualdades del comercio transatlntico. Viscardo muri sin haber visto publicados sus escritos, ni la Carta ni sus otros ensayos extensos7, pero siendo tal vez consciente de ello, en su lecho de muerte, confi su pa-quete de papeles a Rufus King, ministro plenipotenciario de los Estados Unidos en Londres, con la peticin de publicarlos para su honra y la dicha del mundo. King se los prest a Miranda, residente por ese tiempo en esa capital, quien fue el futuro responsable de las primeras ediciones de la Carta. Inme-diatamente el documento llam la atencin e impuls a muchos patriotas y revolucio-narios a comprometerse con la lucha por la independencia americana. Luego desapareci por completo, relegados su autor y la Carta al olvido, al postergarse la independencia del Per. Y aunque fue publicada por entregas en el pas del autor, en 1822, casi no obtuvo reconocimiento, excepto la mencin que hace de l Andrs Bello en su silva americana Alo-cucin a la poesa (1823). Recin en el siglo XX, la Carta se volvi a publicar, primero en Pars, luego en Buenos Aires y por ltimo en Per. Desde entonces y merced tambin a los estudios del paso de los jesuitas expulsos por Italia, se reaviv el inters tanto por la vida, el contexto y la formacin profesional del autor como por su obra.

    Otras razones nos permiten comprender este prolongado y aparente desinters por la obra del arequipeo. A las investigaciones sobre el autor llevadas a cabo por dos erudi-tos jesuitas, el peruano Rubn Vargas Ugarte (1954) y el cataln Miguel Batllori (1953), que impulsaron la recuperacin histrica de su fi-

    gura y de sus escritos, se sum el decisivo des-cubrimiento del historiador norteamericano Merle E. Simmons del paquete de papeles que Viscardo le confi a Rufus King8. Este hallazgo, junto con el de otras copias de la Carta y la publicacin de las obras completas de Viscardo, signific un paso muy importan-te para el estudio de la trayectoria intelectual del peruano9. Como lo ha sealado David Brading, esto colabor en forma decisiva para cambiar la percepcin que se tena de este au-tor, en la medida en que puso en evidencia que no fue un mero precursor de la independencia sino una de las principales figuras de la Ilus-tracin hispnica (2004, p. 11), discpulo de Montesquieu y de Adam Smith.

    Entre la epstola colonial y el discurso pol-tico moderno

    Viscardo adjunt su intensa y apasionada epstola, ya traducida al francs, en una carta dirigida a Sir Bland Burges del 15 de setiem-bre de 1791. En ella exhortaba a sus herma-nos y compatriotas tal, el indito ncipit de la Carta a rebelarse contra el rgimen colonial espaol que los oprima. Este texto, a diferencia de los otros escritos coetneos del autor, se caracterizaba por ser un verda-dero manifiesto poltico emancipatorio, con un fuerte tono panfletario, diseado para ser distribuido durante las expediciones de la ma-rina britnica en el caso de que stas llegaran a la Amrica espaola. En el manifiesto que preceda a la carta, el autor admita su posi-ble efecto insurreccional y por ello adverta que slo deba ser distribuida en caso de una guerra entre Espaa y Gran Bretaa, situacin que no estaba lejos de poder concretarse por esos aos.

    Como lo ha planteado Luis Hachim La-ra en su interesante estudio sobre el texto viscardino (2000), desde el punto de vista estrictamente genrico, esta epstola reconoce una larga tradicin retrica colonial con la que entronca. Pensemos no slo en las Cartas del Descubrimiento, sino en otras epstolas de resistencia rubricadas por nativos amerindios

    todos los pueblos libres o que quieran serlo, por un america-no espaol, sobre el comercio exterior. Un extenso borrador de este tratado estuvo durante aos inconcluso y fue concluido final-mente en 1797. Casi no quedan en este escrito huellas del patrio-tismo criollo que haba profesa-do en sus textos anteriores; por el contrario, el autor se presenta aqu como un discpulo confeso de la Ilustracin europea.

    8Como acota Brading (2004, p. 16), Rufus King sin duda se interes en Viscardo por haber sido aquel un destacado polti-co federalista y por la posicin del peruano enfrentada a la revolucin francesa. El estado-unidense esperaba iniciar una intervencin angloamericana en la Amrica espaola para asegurar su independencia, ya que de no contar con el apoyo de Inglaterra, lo hara Francia, introduciendo sus principios y dividindola en pequeas rep-blicas y concretando sus planes contra los ingleses. Con estas ideas, King entabl cordiales relaciones con Francisco de Mi-randa, recin llegado a Londres, desilusionado por los aconteci-mientos en Francia y esperando recibir el apoyo britnico.

    9Simmons encontr otras copias de la Carta entre los papeles del protector de Viscardo en el Ministerio de Asuntos Exteriores, sir James Bland Burges, quien los haba depositado en la Biblioteca Bodleiana, en Oxford. En 1983, Simmons public los ensayos londinenses de Viscardo, tambin incluidos en los materiales de King conservados en Nueva York. Vase: Merle E. Simmons (1983).6

    Utilizamos la clasificacin de los destinatarios del discurso poltico propuesta por Eliseo Vern (1987, pp. 16-18). En el juego discursivo que se plantea en todo discurso

    poltico, Vern distingue una doble destinacin (positiva y negativa, a la vez). En el Otro positivo seala, por un lado, a un grupo que denomina pro-destinatario, cuyas creencias presupone y que incorpora en

    un mismo colectivo de identifi-cacin junto con el sujeto de la enunciacin, en un nosotros inclusivo y, por otro, a un pa-radestinatario, a quien est dirigido el arsenal persuasivo del discurso con el objeto de

    ganar su adhesin a las ideas y metas propuestas.

    7Entre esos escritos, se destaca La paz y la dicha del nuevo siglo, exhortacin dirigida a

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    durante la conquista o en la misma Carta-respuesta a Sor Filotea de la Cruz de Sor Juana Ins de la Cruz, donde se despliega el dilema del letrado ilustrado entre razn, dogma y po-der. Ms precisamente, el texto epistolar que nos ocupa forma parte del intrincado tejido de cartas que recorrer al decir de ngel Rama todo el continente americano, una compleja red de comunicaciones con un alto margen de redundancia y un constante uso de glosas (1995, p. 47), aunque a diferencia de otras sta no generar rplicas sino simple-mente reproducciones y servir de estmulo para esquelas emancipatorias posteriores.

    Desde una perspectiva temtico-argumen-tativa, la Carta se presenta aqu como una forma discursiva emancipadora y de resis-tencia, portadora de una conciencia crtica, que asume una funcin servicial (pedaggica y crtica a la vez), y se vincula con una serie de textos que proliferan en ese perodo car-tas, proclamas, manifiestos, pasquines, alega-tos, arengas, peridicos, panfletos, sermones laicos, advertencias, declaraciones y otras discursividades emergentes de un nuevo decir emancipatorio y letrado (Hachim Lara, 2000, p. 83), cuyo uso no era exclusivo de los lderes criollos. Ocupando un lugar central en el pensamiento hispanoamericano, que se le neg durante mucho tiempo, la epstola de Viscardo inaugura un tipo de reflexin en-caminada a la bsqueda de una racionalidad inclusiva, alternativa, americana, combatiendo el colonialismo cultural, poltico y econmi-co, ejercido por el gobierno espaol.

    Pero hay en esta Carta una nota que la hace peculiar: Hachim Lara ve en ella una estrategia de la subjetividad (2000, p. 84). Ya desde el ttulo se plantea su inscripcin en el gnero epistolar. Sin embargo, la inter-pelacin que ejerce esta proclama la coloca al mismo tiempo en una categora transgen-rica. En efecto, investido de la autoridad del saber ilustrado, enciclopdico, tico-religioso (recordemos las citas de autoridad -Montes-quieu, Antonio de Ulloa- y las referencias a la independencia de las Colonias de la Amrica del Norte y la Revolucin Francesa), el sujeto de la enunciacin inicia una alocucin dirigida a sus hermanos y compatriotas, como elige nombrar a sus destinatarios ms explcitos en el encabezado del texto, esbozando una entidad cultural casi indita, an distante de ser concretada en el orden poltico. La Carta deviene as un discurso poltico emancipa-

    torio en el sentido moderno, que oficia de texto-base para futuros proyectos libertado-res y forma sistema con otras anteriores y posteriores desde el punto de vista temtico-argumental.

    Por el contrario, es difcil si no imposi-ble reconstruir el intercambio al que pudiera haber dado lugar, en principio porque se public y difundi ya muerto su autor. Esa compleja red de interlocucin no se establece solamente en relacin con el poder espaol, sino tambin y al mismo tiempo con criollos, mestizos, indios y espaoles que viven en Europa y no son gachupines ni chapetones.

    Por otra parte, si como sostiene Hachim Lara el acto performativo tiende a construir un narratario especfico, que se involucra con el proyecto emancipatorio (2000, p. 85), el sujeto de la enunciacin es desde varios pun-tos de vista un sujeto indito, consciente de su especificidad, no slo por su condicin de ex jesuita criollo, desterrado de su lugar natal, la que podra colocarlo en un entre-lugar: ni del lado del dominador ni del dominado. Sin embargo, elige presentarse como un espaol americano y desde esta opcin enuncia un esbozo de una entidad supranacional, la Patria grande, en el marco de lo que Arturo Roig ha llamado el discurso del nosotros (1981), marcado gramaticalmente por la omnipre-sencia casi asfixiante de la primera persona del plural a lo largo de todo el texto, como cuando afirma ya en las primeras lneas de la Carta que El Nuevo Mundo es nuestra pa-tria, su historia es la nuestra, y en ella es que debemos examinar nuestra situacin presente para determinarnos, por ella, a tomar el par-tido necesario a la conservacin de nuestros derechos propios y de nuestros sucesores (Viscardo, 2004, p. 73. La cursiva es nuestra).

    Al identificarse el enunciador con el per-sonaje del jesuita expulsado, proclama la ur-gencia de la liberacin de la Amrica espaola y se establece de este modo una interpelacin fundada en un cmulo de conocimientos propios de la cultura humanstica en la que fue formado el autor. Hay aqu, como ad-vierte con agudeza Hachim Lara, un sustrato ficcional en los modos discursivos desde el principio hasta el final (explicit) de la carta que escapa al esquema epistolar: el destinatario criollo de ese relato emancipatorio permane-ce siempre en el campo de la potencialidad, est siempre en formacin como un sujeto posible, proyectado hacia un futuro que es

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    imperioso construir. En este punto el discur-so ingresa en un territorio dominado por la letra y la razn, propio de la secularizacin, en la medida en que se reconoce y promueve all la lucha del sujeto moderno por superar prejuicios, rmoras y limitaciones para ganar la libertad necesaria para recrearse como un sujeto soberano y dueo de s mismo (2000, pp. 87-88). Aqu Hachim Lara sugiere la cercana del texto-proclama con una forma discursiva propiamente moderna como el en-sayo (2000, p. 88). Nosotros preferimos plan-tearlo como una forma proto-ensaystica que anticipa y prepara el advenimiento del ensayo propiamente dicho en el siglo XIX, ya libre de frmulas retricas ajenas, y enunciado por sujetos polticamente emancipados.

    Hay que advertir, adems, que en la Carta el discurso emancipador no se limita a lo me-ramente retrico; por el contrario, incita a la accin y pone nfasis en la denuncia histrica de tres siglos de coloniaje: el gobierno colonial es acusado de tirnico, opresor, usurpador, con una larga serie de improperios y figuras descalificatorias proferidas en tono creciente. Esto habilita la posibilidad de leerlo como un discurso poltico, ya en un sentido moderno, donde pueden distinguirse con claridad las diferentes zonas que distinguen este discurso (Vern, 1987)10. En efecto, el discurso des-pliega desde las primeras lneas un cuadro de situacin donde prevalecen componentes descriptivos11y explicativos del presente y el pasado colonial12, para ms adelante avanzar en prescripciones13 y frmulas programticas orientadas a instalar en el lector la urgencia de concretar la independencia en esa instancia histrica precisa14.

    Ms all de lo hasta aqu expuesto insisti-mos, existen otros factores coadyuvantes que hacen de esta carta un texto peculiar: personal y pblico a la vez. En verdad, la subjetividad all construida incluye lo personal: no escribe solo un criollo sino un jesuita expulso y, en un plano no visible ni explcito, un peruano con problemas para regresar a su patria y obtener su herencia patrimonial. Adems, el sujeto de la enunciacin no se agota en su condicin de revolucionario o de ex jesuita exiliado; efectivamente pesan en la Carta motivos privados de ndole personal que enfrentan a Juan Pablo Viscardo as como a su hermano, al tirnico gobierno colonial espaol. Ambos haban hecho sus primeros votos en Cuzco y haban dejado el Per en 1768, an sin recibir tonsura, arrojados a un temprano y penoso exilio por el decreto de expulsin sumaria firmado por Carlos III15, episodio en el que nos detendremos en el prximo apartado. Durante su estada en Europa creci en l el resentimiento hacia el gobierno espaol que lo haba expulsado de su patria y que adems le impeda volver para hacerse cargo de su herencia16. Su experiencia de informante y conspirador en la Foreign Office, sumada a su desconfianza y su temor de ser perseguido y vivir bajo sospecha (Brading, 2004, p. 15), conforma un teln de fondo siempre presente en sus escritos y en su pensamiento, que nos revelan aspectos no siempre considerados en los estudios sobre esta centuria en nuestros pases.

    Es claro que el siglo XVIII hispanoameri-cano no se agota en la razn ni mucho menos en la hegemnica o imperial. La Independen-cia se va conquistando y tejiendo no slo con

    nuestra apata (p. 92); Este momento ha llegado: acojmos-le con todos los sentimientos de una preciosa gratitud () la sa-bia libertad (), seguida de la prosperidad comenzar su reino en el Nuevo Mundo, y la tirana ser inmediatamente extermina-da (p. 92); Este glorioso triun-fo ser completo y costar poco a la humanidad (p. 93).15Recordemos que, al arribar a Italia, los hermanos Viscardo de-jaron la Compaa de Jess, pa-saron a ser laicos y se mantenan con una magra pensin cercana a la paga de un sirviente inferior, razn por la cual se vieron obli-gados a reclamar su parte del patrimonio paterno y el de un to sacerdote. Por va paterna, su bisabuelo era un espaol que se haba asentado en esas regiones en 1630 y su abuelo se cas con una heredera de Pampacolca, en el valle del Majes, donde su familia tena las haciendas. Pese a que los dos hermanos insistie-ron en el reclamo ante la Coro-na espaola tanto para que les permitieran regresar a su patria como para la liquidacin judicial de su herencia, jams obtuvieron respuesta.

    16Habiendo crecido Juan Pablo en la provincia de Arequipa y ha-biendo cursado estudios durante siete aos en el Cuzco, donde pudo conocer el Per autntico, es comprensible que hablara el quechua (la lengua de los nati-vos). Existan adems conexiones por matrimonio entre su familia y un linaje de indios kurakas. Esto, sumado a su dominio del francs y el italiano, adems del espaol naturalmente, lo convertira ya en Europa en un calificado agente para la corona britnica.

    10Eliseo Vern distingue cuatro zonas discursivas en el discur-so poltico, caracterizadas por la presencia de componentes discursivos: 1) descriptiva: perteneciente a la constatacin del pasado y el presente; 2) didctica: donde se introducen explicaciones, argumentos y principios generales, y que corresponde a la modalidad del saber; 3) prescriptiva que pertenece al orden del deber y que plantea las necesidades denticas generalmente como imperativo universal, y 4) pro-gramtica que plantea un pro-

    yecto futuro con verbos en ese tiempo y en infinitivo. Vase Vern (1987, pp. 19-22).

    11Algunos ejemplos: El des-cubrimiento de una parte tan grande de la tierra, es y ser siempre, para el gnero hu-mano, el acontecimiento ms memorable de sus anales, examinar nuestra situacin presente, veamos cmo se adaptan (Viscardo, 2004, p. 73); Si corremos nuestra des-venturada patria de un cabo al otro hallaremos (p. 79), Ob-servad que (p. 94).

    12Supuestos estos principios in-contestables (Viscardo, 2004, p. 75); No se pueden obser-var sin indignacin los efectos de este detestable plan de comercio (p. 76); Aplican-do estos principios al asunto actual (p. 85).

    13Queridos hermanos y com-patriotas, () los grandes ejemplos de vuestros antepa-sados, y vuestro valeroso de-nuedo, os prescriben la nica resolucin que conviene al honor (Viscardo, 2004, p.

    89); Debemos hacerlo por gratitud a nuestros mayores (p. 90); Debmoslo a noso-tros mismos por la obligacin indispensable de conservar los derechos naturales (p. 91); No hay ya pretexto para ex-cusar nuestra apata (p. 92).

    14Descubramos otra vez de nuevo la Amrica para todos nuestros hermanos, los habi-tantes de este globo (...). La recompensa no ser menor para nosotros que para ellos (Viscardo, 2004, p. 91); No hay ya pretexto para excusar

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    el teln de fondo de nuevas ideas y de una fra racionalidad poltica sino en un bastidor donde se entrecruzan tambin temores, re-sentimientos, urgencias y pasiones, no siem-pre confesadas pblicamente. Por otra parte, es curioso observar cmo este despojo que conjuga el disimulado lamento personal con el explcito compadecimiento colectivo nos reenva nuevamente a la correlacin formal que mencionamos anteriormente entre las cartas indgenas y la que aqu nos ocupa: to-das ellas comparten la situacin de menoscabo y usurpacin social, poltica y econmica, y la desigualdad comunicativa. Leemos en la Carta: con nuestros tesoros inmensos no hemos comprado sino miseria y esclavitud (Viscardo, 2004, p. 79), y Qu maravilla es pues, si con tanto oro y plata, de que hemos casi saciado al universo, poseamos apenas con qu cubrir nuestra desnudez? (Viscardo, 2004, p. 76).

    La formacin jesutica de Viscardo y la idea de la independencia americana

    El episodio de la expulsin de los cinco mil jesuitas de los territorios monrquicos de Amrica en 176717 es mencionado en la Carta en reiteradas oportunidades con el claro propsito testimonial y de denuncia, pero tambin como un ejemplo contundente de la ndole de la tirana espaola ejercida en Amrica: La Espaa nos destierra del mundo antiguo (Viscardo, 2004, p. 75); han desple-gado de un golpe su irresistible eficacia sobre ms de cinco mil ciudadanos Espaoles (p. 84); Despus de haberlos botado en un pas, que no es de su dominacin, y renuncidolos como vasallos, la Corte de Espaa () se ha reservado el derecho de perseguirles y opri-mirles continuamente (p. 81), entre otras tantas alusiones18. Sin embargo, aunque en esos pasajes Viscardo se posiciona frente a la decisin de Carlos III de expulsar a los jesui-tas de todos los vastos territorios de la monar-

    qua espaola, y critica que se los haya con-denado a pasar el resto de su vida en Italia, en un penoso exilio, en ninguno de ellos explicita su relacin pasada ni presente con la Orden de San Ignacio ni singulariza su experiencia, excepto por el nosotros que lo incluye y la aclaracin de su condicin de ex-jesuita que figura en la Advertencia del Editor. De he-cho no figuran ni l ni su hermano en la lista de jesuitas en el exilio italiano agregada por Miranda a las notas en su edicin de la Carta, probablemente por haber renunciado ambos a la Orden. No obstante, no quedan dudas de la pertenencia de la epstola a la literatura de la dispora jesutica, un captulo que complejiza an ms la caracterizacin de la produccin literaria hispanoamericana del siglo XVIII y del entresiglo XVIII - XIX.

    Por otra parte, es sabido que la presencia de los jesuitas y su intensa labor educativa incidieron fuertemente en la produccin cul-tural de los dos ltimos siglos coloniales, el XVII y el XVIII, en la Amrica Hispana. En particular, en lo que nos incumbe, forman parte ineludible de un captulo an abierto y por explorar literatura del siglo XVIII hispanoamericano. Sin duda no se puede en-tender esta ltima centuria sin tener en cuenta su papel. Como sostiene Mario Hernndez Snchez-Barba:

    En la elaboracin de las estructuras culturales y mentales del siglo XVIII hispanoamericano, resul-ta fundamental el mundo de ideas creadas por la sensibilidad criolla del siglo XVII, la elaboracin de un humanismo jesutico que en el siglo XVIII fue en gran parte, heredero de las ideas elaboradas por ilustres miembros de la Orden en el siglo XVII (1978, p. 284).

    Entre otros fenmenos destacables men-ciona el surgimiento de un sentido crtico a distancia por los jesuitas expulsados y por sus discpulos universitarios, los criollos (p. 284)19. En el marco de un denso proceso inte-

    17Los jesuitas fueron brutalmen-te arrestados y enviados a un penoso exilio sin razn alguna, violando los derechos naturales de libertad y seguridad de las personas y de sus bienes, lo que anticipaba de algn modo la futura confiscacin de sus ricas propiedades. Los expul-sados eran todos ciudadanos hispanos (europeos y ameri-canos), de renombre por sus servicios a la comunidad, con grandes riquezas y muy estima-dos. Entre las causas no confe-sadas o, mejor, las excusas de la expulsin se impone su gran influencia en el continente americano. Carlos III tom la decisin, incitado por ministros influenciados por enciclopedis-tas franceses, principalmente Voltaire y DAlembert. Uno de ellos, Pedro Pablo Abarca de Bolea, Conde de Aranda, hbil y enrgico, llamado el representante de Voltaire en Espaa, indujo al rey espaol a firmar la Pragmtica Sancin en contra de la Compaa de Jess del 27 de febrero de 1767. Finalmente, el rey acce-di a ordenar la expulsin de los jesuitas de Amrica en abril de ese mismo ao, luego de que los enemigos de esos cl-rigos lo persuadieran con una carta que finga la acusacin de que Carlos III no era hijo de su padre, Felipe V, sino de un cardenal. Lo extrao fue que el monarca llevara adelante esa accin, siendo l mismo catlico.

    18Ya antes de la expulsin del territorio americano, se haba concretado una orden similar en Portugal y Francia. En Am-rica existieron antecedentes de la defensa de la libertad y la vida como derechos humanos inalienables. La primera expedi-

    cin al Per de los jesuitas fue durante el reinado de Felipe II y las reducciones de Juli (de Belande, 2002, pp. 57-58). Segn Batllori, el germen de la idea independentista de los jesuitas expulsos fue el fermen-to de la idea cesionista entre ellos. Lo cierto es que hasta los no catlicos y los enemigos de

    los jesuitas lo condenaron. Era conocido el encono de las mo-narquas borbnicas contra la orden de San Ignacio de Loyo-la, por los principios filosficos tomistas y de otros discpulos sobre la soberana popular, opuestos al absolutismo monr-quico. Al mismo tiempo, fueron creciendo las presiones de esas

    cortes para que la Santa Sede extinguiera la Orden hasta que el Papa Clemente XIV firm el Breve de Extincin el 21 de julio de 1773.

    19Mario Hernndez Snchez-Barba menciona, adems, en-tre otros factores que singulari-

    zan el poco conocido y peor estructurado siglo XVIII hispa-noamericano, la considera-cin de la polmica defensiva frente a las interpretaciones de los naturalistas europeos, y la aparicin de una importante corriente de opinin pblica, llevada adelante por los prime-ros periodistas (1978, p. 284).

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    lectual la pervivencia del humanismo jesutico haba cobrado fuerza creciente entre las capas criollas ilustradas hispanoamericanas desde las Universidades y cobr importancia al crear una sensibilidad telrica hispanoameri-cana y avivar la crtica racionalista e ilustrada, desde el exilio europeo.

    La integracin de los jesuitas en la socie-dad criolla presenta una doble fase separada por la expulsin. El nuevo humanismo que ellos venan impulsando desde un siglo antes conform un fenmeno cultural de gran im-portancia que cristaliz en el saber universi-tario de la primera mitad del siglo XVIII. La segunda fase consisti en la llamada literatura de emigracin jesutica, que abarc distintas zonas con marcados matices, tanto en sus su-puestos ideolgicos como en la defensa de lo americano contra los naturalistas y filsofos europeos. En la segunda mitad del siglo, las nefastas implicancias poltico-administrativas de la Pragmtica Sancin firmada por Carlos III en contra de la Compaa de Jess se vie-ron agravadas por la violencia inhumana en el trato. Asimismo, entre sus mltiples con-secuencias, se destac la suspensin de una enorme tarea cultural en Amrica.

    En lo que concierne a nuestro autor, por su formacin como religioso, es muy pro-bable que conociera la corriente doctrinaria de pensadores espaoles como el dominico Francisco de Vitoria, el escolstico Martn de Azpilcueta, Francisco Surez, Juan de Mariana y otros, siguiendo las enseanzas de Santo Toms de Aquino (de Belande, 2002, p. 49). En su horizonte de ideas estaba por un lado la tradicin antiabsolutista y populista medieval, modernizada por Surez durante el reinado del mismsimo Felipe II y puesta en prctica en Amrica en la vida municipal de los cabildos, y, por otro lado, el choque con el absolutismo borbnico. En relacin con este ltimo, la expulsin de los jesuitas fue una de las acciones ms impopulares en Amrica, ya que en el conflicto los desterrados no haban sido meros espectadores, sino protagonistas (Batllori, 1953, p. 82). Nutridos por las con-cepciones de Aristteles, la evolucin con-tempornea de hechos e ideas y la proyeccin de la nocin de un estado orientado hacia la realizacin del bien comn, los jesuitas ob-jetaban el derecho divino de los monarcas y replanteaban la cuestin del origen de la auto-ridad, apoyados en la doctrina de la soberana popular de Surez. De este modo, el derecho

    natural cristiano se converta fcilmente en una crtica intensamente revolucionaria de to-das las relaciones de poder existentes, defen-diendo la libertad y la igualdad. Podra decirse que, en este sentido, los filsofos y juristas mencionados se adelantaban a los pensadores ilustrados. Como se sabe, las tesis de los te-logos y juristas espaoles Francisco de Vitoria y del padre Surez son dos buenos ejemplos de las races ibricas de la teora moderna cris-tiana del estado. Todas estas teoras confluye-ron junto con la tradicin jurdica espaola de los Fueros y las Cortes (sobre todo la poca gloriosa de las Cortes de Aragn, Navarra y Castilla) y abrieron caminos diferentes a los del pensamiento protestante (de Belande, 2002, p. 52). Mariano Picn Salas destaca aqu la existencia de un idealismo moral espaol que integra lo tico y lo social (1978, p. 66).

    Es evidente que el hecho de que Viscardo integrara las filas de los jesuitas exiliados no es una circunstancia aleatoria. Si bien, como ya se ha anticipado, durante mucho tiempo se otor-g un lugar decisivo a situaciones personales, no hubo siempre acuerdo sobre los factores ms influyentes: Batllori otorga mayor peso al resentimiento que Viscardo seguramente expe-riment por su injusto destierro y las difciles circunstancias en que viva, impedido de regre-sar al Per. Por otra parte, agrega que el tener noticia del levantamiento de Tupc Amaru incentiv su rebelda independentista. Deses-timando estas posturas, de Belande refuta la conjetura del estudioso cataln, aduciendo que ya antes de enterarse de esa rebelin, Viscardo haba manifestado una posicin ideolgica y un propsito muy claros al respecto. En los catorce aos de destierro, transcurridos desde su partida del Per hasta 1781, cuando tom conocimiento de ese hecho, ya haba forjado un pensamiento al respecto a travs de lectu-ras y de su formacin jesutica. En todo caso arriesga el investigador peruano, la noticia oper como un detonante para que se pronun-ciara el idelogo (2002, pp. 46-55).

    En resumen: la expulsin fue un elemento que facilit el movimiento de la Independencia y colabor en la bsqueda de una conciencia americana. Entre los efectos contradictorios de la proscripcin, suele sealarse que oblig a los mestizos a comprometerse para avanzar en la accin emancipadora, sin que eso significase anular las ideas subversivas del clero ms pro-gresista sino todo lo contrario. En relacin con

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    el proceso emanci-patorio, la expulsin de los jesuitas esti-mul la importante funcin que ellos venan cumpliendo en la difusin del conocimiento de la realidad americana, a menudo en pol-micas con los pro-pios europeos. Los

    jesuitas exiliados sumaron su aporte a la accin de los criollos y contribuyeron a la formacin de un Humanismo Ilustrado (Hachim Lara, 2000, p. 79)20. En este sentido, fueron, desde la perspectiva de Jos Luis Romero, la ex-presin catlica del espritu moderno (1977, pp. IX-XXXVIII). Una muestra de ello fue la sospecha y la persecucin que despert el texto de Viscardo en algunos lugares de Am-rica. La suerte de su difusin en Mxico es paradigmtica al respecto: el 24 de setiembre de 1810, la Inquisicin mexicana hizo pbli-co un edicto sumario donde se prohiba un cuadernito que circulaba con el ttulo Carta dirijida a los espaoles americanos por otro de sus compatriotas, y orden la confiscacin de todas sus copias. En el dictamen de los dos dominicos que oficiaron de calificadores, se condenaba la carta por falsa, temeraria, impa y sediciosa, acre y mordaz, revolucionaria y sofstica21. En verdad, lo que ms preocupaba de ella eran las acusaciones al gobierno colonial de Espaa, concentradas en cuatro sustantivos con una carga fuertemente negativa, al afirmar que Espaa haba gobernado sus imperios de ultramar con ingratitud, injusticia, servidum-bre, y desolacin (Viscardo, 2004, p. 73)22. Sin embargo, pese a que la Inquisicin conden ese texto en octubre de 1812, un grupo de criollos residentes en la ciudad de Mxico, los Guada-lupes, que apoyaban en secreto la insurgencia, le hizo llegar una copia a Jos Mara Morelos, lder del movimiento insurgente en el sur. En consecuencia, la circulacin del panfleto de Viscardo alarm seriamente a la Inquisicin, al ser la primera demanda pblica por la indepen-dencia, proveniente de un espaol americano.

    La Carta y la tradicin ilustrada en la Amrica Hispana

    En cuanto a la formacin doctrinaria e ideolgica de Viscardo, si buscamos las fuentes

    que originaron su pensamiento revolucionario, stas no se encuentran ni en la Revolucin Francesa ni en la rebelin de Tpac Amaru23. Nada de ello basta para explicar su pensamien-to. Reiteramos que cuando Viscardo tom conocimiento de esta noticia en 1781, ya haba manifestado poseer una ideologa arraigada al respecto24. Por cierto, el pensamiento de Viscardo se form ocho aos antes de la Re-volucin Francesa, diez aos antes de que Francisco de Miranda comenzara sus activi-dades revolucionarias, unos doce antes de que Antonio Nario fuera encarcelado en Nueva Granada por la publicacin de los Derechos del Hombre y trece antes de que Santiago F. Puglia publicara en una imprenta de Filadelfia sus diatribas contra la monarqua espaola (De Belande, 2002, p. 73). Habra que buscar las fuentes de su pensamiento revolucionario en lo que Arturo Andrs Roig caracteriz como el humanitarismo ilustrado, con lmites pro-pios en Amrica y que va ms all del aspecto economicista y utilitario del ideario ilustrado, manifestado en cifras, estadsticas y argumen-tos econmicos, que abundan en la Carta.

    Sin duda, la expulsin oper como una motivacin psicolgica importante para sus escritos independentistas. Formado en los principios filosficos cristianos opuestos a la crueldad y la injusticia, con los que tom contacto en el colegio de los jesuitas, duran-te su noviciado, tras algunos aos en Italia, desde su exilio, se traslad a Londres donde estudi las doctrinas econmicas de la Ilus-tracin europea. Los maestros britnicos de la palabra se sumaron a la formacin provista por Loyola. Durante su exilio tambin con-tinu su formacin como autodidacta. Entre las fuentes de las que se nutri, se destacan la filosofa poltica del siglo XVIII en la que definieron el destino revolucionario las obras de Montesquieu y Rousseau, ya influido por los filsofos catlicos espaoles, adems de la lectura del ensayo del ingls John Locke, de gran influjo en el pensamiento de su poca por su defensa de la libertad, el ideal demo-crtico, la tolerancia en el pensamiento pol-tico, entre otras ideas que contribuyeron a la independencia de la Amrica del Norte, sobre todo la Declaracin de Filadelfia. Aqu pode-mos encontrar los argumentos por los cuales Viscardo condenaba tempranamente el abso-lutismo espaol. En sntesis: doctrinariamente eclctico como lo describe Csar Pacheco Vlez (1975), concili distintas doctrinas

    20El crtico chileno Luis Hachim Lara toma este concepto del fi-lsofo argentino Arturo Andrs Roig, quien lo desarrolla en A. A. Roig (1984, p.16).

    21Dictamen de los calificadores del Santo Oficio, en J. P. Vis-cardo y Guzmn (2004), Carta dirigida a los espaoles ame-ricanos, Traduccin, prefacio e introduccin de David Brading, Apndice II, p. 110.

    22Segn los calificadores de la In-quisicin, los frailes dominicos Luis Carrasco y Jos Brcenas, en ese texto Viscardo incurra en un paralogismo, por cuanto admiraba el valor de los prime-ros conquistadores y al mismo tiempo calificaba a los poste-riores de ladrones. Adems prevean que la Carta sera un instrumento sedicioso y subversi-vo que contribuira a sublevar y fomentar la rivalidad entre hijos y padres, y criollos y gachupi-nes. Por otra parte, dado el fa-natismo mexicano con respecto a los jesuitas, la imagen de stos proyectada en la epstola, de inocentes perseguidos, la torna-ba an ms peligrosa (Brading, 2004, pp. 9-10).

    23En verdad, las repercusiones del reinado ilustrado y reformista de Carlos III, iniciado en 1759, no fueron slo econmico-admi-nistrativas sino que alcanzaron tambin la vida intelectual y fun-cionaron como catalizadores en la formacin de una identidad criolla en Hispanoamrica. Pro-pici una verdadera revolucin intelectual que transform la cultura acadmica hispnica ha-cia el fin del siglo XVIII.

    24Pedro Henrquez Urea le con-cede en esa poca una impor-tancia decisiva a la influencia de lecturas europeas, de las actas de independencia de re-cientes naciones americanas y otros libros que circulaban, en muchos casos en forma clan-destina (1986, pp. 39 y 52).

    Retrato de Montesquieau, 1728

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    que colaboraron con su causa revolucionaria, tal como lo muestran en la Carta las citas explcitas y alusiones ms o menos veladas (Antonio de Ulloa, el Inca Garcilaso de la Vega, Montesquieu, Bartolom de las Casas, y parfrasis o resonancias de Montesinos, Raynal, Thomas Paine, entre otros).

    Teniendo en cuenta que la Ilustracin es un estado de conciencia que canaliz las in-quietudes intelectuales minoritarias mediante el impulso de la crtica centrada en dos puntos bsicos de anclaje: la comprensin racional de las cosas y la desvinculacin consciente del ms all (Hernndez Snchez-Barba, 1978, p. 286), sin que ninguno de los dos represente un aporte excluyente, podemos asegurar que el efecto de este proceso ideol-gico basado fundamentalmente en la razn ya se haba hecho explcito en sus comentarios crticos sobre el catolicismo romano y espa-ol. Una carta dirigida a un colega ex jesuita de 1787 es el nico texto donde abord abier-tamente la cuestin religiosa: all critic a los obispos y telogos jansenistas del snodo de Pistoia. Sin embargo, en su ltimo tratado so-bre la paz finalizado en 1797, objet el despo-tismo civil religioso desmesurado y critic los malos efectos de la religin en la conquista de Amrica, sobre todo la supersticin expresada en el fanatismo y la discordia. Su objecin no estaba dirigida all solamente al uso poltico del catolicismo sino tambin a sus devociones. Al parecer hacia el final de su vida adopt una versin ms filosfica o ilustrada del cristia-nismo que se distanciaba de las pretensiones del papado25.

    No cabe duda de que la Carta es el estudio mejor logrado de Viscardo, donde se combina como afirma David Brading la defensa de derechos ancestrales, propia del patriotismo criollo, con la proclamacin de derechos uni-versales caractersticos del credo ilustrado26. En cuanto a las remisiones a este sistema de creencias, es clara la resonancia de la Decla-racin de la Independencia de los Estados

    Unidos de 1776 y de la Declaracin de los Derechos del Hombre de 1789. Se anticip as por muchos aos a la Revolucin de la Inde-pendencia en el Per y otras naciones del sub-continente que fueron, en ltima instancia, fruto de su prdica ideolgica. Seguramente los vaivenes polticos que dominaron en esos aos y las diferentes alianzas concertadas por las potencias europeas colaboraron en el proyecto libertador. Por cierto, si en un prin-cipio Viscardo fue un precursor y un patriota criollo, termin siendo muy pronto segn Brading un philosophe27 (2004). Se resisti a ver la Amrica espaola con la mirada desde-osa de otros idelogos del Nuevo Mundo y defendi su personalidad peculiar y las cuali-dades criollas frente al menosprecio ilustrado.

    Los componentes ilustrados de la Carta nos reenvan a una serie de cuestiones que nos permiten perfilar con mayor acierto el siglo XVIII latinoamericano: en primer lugar, el debate sobre la llegada de la Ilustracin a Hispanoamrica si en verdad eso sucedi, cundo tuvo lugar ese desembarco, las particularidades de la llamada Ilustracin catlica y su papel decisivo en los territorios de ultramar, el fenmeno de la influencia de la Inquisicin en la difusin de las nuevas ideas en esta orilla del Atlntico y, finalmente, la re-lacin entre la Ilustracin y los movimientos independentistas hispanoamericanos.

    Si consideramos en trminos generales el perodo ilustrado en Amrica, es necesario aclarar de antemano que no se dio como en Europa, sino que fue ms bien un deseo que una realidad:

    La apropiacin del pensamiento Ilustrado adquiere usos diversos y especficos en el hombre de letras americano y an ms, el perodo no coincide ni temporal ni paradigmticamente con el homnimo europeo (). En Amrica, la historia de las ideas se benefici del pensamiento de muchos hombres de letras, que eran sacerdotes y al mismo tiempo luchadores por la causa de la libertad, como Hidalgo

    verdad (Viscardo, 2004, p. 74)), y se alude tanto a los de-rechos naturales (La naturaleza nos ha separado de la Espaa con mares inmensos (p. 90); por la obligacin indispensa-ble de conservar los derechos naturales (p. 91)), como a los ancestrales (nuestros ante-pasados, cuando restablecieron el reino y su gobierno, pensaron en premunirse contra el poder absoluto, a que siempre han as-pirado nuestros reyes (p. 82); Debemos hacerlo por gratitud a nuestros mayores (p. 90)), para argumentar a favor de la urgencia de lograr la emancipa-cin poltica, econmica y cultu-ral de Amrica.

    27Zygmunt Bauman agrupa en este concepto a mdicos, cientficos, ingenieros, hacendados rurales, sacerdotes o escritores que se lean mutuamente sus obras, ha-blaban unos con otros y compar-tan las responsabilidades de un juez colectivo, gua y conciencia de la especie humana (Bauman, 1997, p. 38). Bauman desta-ca el papel de les philosophes de la era de la Ilustracin en el proceso de autoconstruccin de los intelectuales modernos y su funcin en la memoria histrica viva de utopa activa, en un juego sin fronteras. No eran ni una escuela ni una comuni-dad de experiencia y educacin; por el contrario, entre ellos se contaban personas de distintos estados y condiciones sociales (pp. 39-40). Eran, en suma, un grupo autnomo que presentaba la opinin, la escritura, los dis-cursos y el lenguaje en general como una atadura social para abolir todas las ataduras socia-les (1997, p. 40).

    25No obstante, la Carta es un claro ejemplo de lo que sostie-ne Mario Hernndez Snchez-Barba sobre la Ilustracin en Amrica: No existe, cierta-mente, una ruptura decisiva entre el humanismo jesutico y el humanismo ilustrado, pues-to que, en ambos, existe una base antropolgica del saber,

    basado de un modo especta-cular en el conocimiento del hombre, del ser humano, des-de una situacin y desde una realidad mundana especfica (1978, p. 287).

    26Tengamos presente que, en el siglo XVIII, la corriente fi-losfica de la Ilustracin en

    Europa gener el sistema po-ltico del Despotismo Ilustrado (gobierno autoritario de los monarcas o de algunos de sus ministros). Este sistema pretenda realizar algunas reformas en el mbito admi-nistrativo que reformularan la poltica y el comercio colonial en Amrica. En otros rdenes, al mismo tiempo buscaba disi-

    par las tinieblas del dogma y la autoridad, fomentar el pen-samiento crtico, afirmando la razn y la libertad individual, en un sistema anticatlico y adverso a la Compaa de Jess. En la Carta se apela explcitamente a la dialctica de las luces (descubramos este horroroso cuadro para considerarle a la luz de la

    Declaracin de los derechos del hombre

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    y Morelos en Mxico. El encuentro de las dos ver-tientes de pensamiento, en la conformacin difusa del proyecto autonomista y emancipatorio, se produce con el aporte de una Ilustracin Catlica (), que propende a no disociar la razn y la fe y que por otro lado contiende con la filosofa escolstica en el inte-rior de la misma institucin de la Iglesia, recuperando aspectos del humanismo renacentista (Hachim Lara, 2000, pp. 79-80).

    En gran medida, el anticlericalismo domi-nante en esta corriente filosfica fue la causa de que no se reconociera como es debido el aporte de la ilustracin catlica, de innegable importancia en Hispanoamrica. La filosofa de la Ilustracin se ocup principalmente del proceso de secularizacin del pensamiento, pero dentro de ella, como hemos visto, los jesuitas se comprometieron paradjicamente en la ruptura de la episteme clsica. Pese a ser sacerdotes, muchos miembros de la Compa-a participaron en forma activa en el debate intelectual de su tiempo. Esta variante del pensamiento ilustrado catlico se distingui de la emancipacin hispanoamericana por sus races escolsticas, sin que se la pudiera negar ni soslayar, puesto que la ilustracin ameri-cana tuvo lugar en un cruce heterogneo de dilogos, rechazos e integraciones.28 Por otra parte, como lo vemos en el texto que nos ocu-pa, el pensamiento americano no remiti de un modo excluyente a la Ilustracin francesa sino tambin a otras formas ilustradas margi-nales (espaolas y portuguesas) que contribu-yeron a explicar la compleja orientacin cat-lica y emancipatoria de este autor, que ilustra en cierto sentido la extrema tensin entre escolasticismo y enciclopedismo que atraves el clima mental de la sociedad colonial (Picn Salas, 1978, pp. 199-200)29.

    Adems, la apropiacin de estas formas diversas de pensamiento contribuy a crear una conciencia criolla diferenciada que se origin tempranamente durante la colonia y que se manifest en el enfrentamiento entre peninsulares y espaoles americanos (sus igua-les nacidos en Amrica de padres espaoles,

    llamados tambin criollos o indianos), acom-paado de desigualdades y discriminaciones impuestas por el gobierno central espaol, lo que cre las condiciones materiales para el surgimiento de una conciencia crtica (Oso-rio, 2000, p. 72).

    Hay, desde el orden textual mismo, otra particularidad en la Carta que reside en la importancia dual de la razn universal y de cierta subjetividad poltica en ciernes que trasunta una experiencia situada en un con-texto determinado por el entendimiento y la apropiacin del mundo, que se vincula con la soberana de los pueblos: as a argumentos tales como la apelacin a la verdad: Esta nos ensea, que toda ley que se opone al bien universal de aquellos, para quienes est hecha, es un acto de tirana (Viscardo, 2004, pp. 74-75), se le suman otros de esta ndole: aun-que no conozcamos otra patria que sta, en la cual est fundada nuestra subsistencia, y la de nuestra posteridad (p. 74) o si no hay entre vosotros quien conozca y sienta sus agravios ms vivamente que yo (p. 89).

    En relacin con este ltimo sentido, la reiterada argumentacin a favor de la opor-tunidad de la independencia en esa coyuntura histrica, marcada por decticos temporales, exhortaciones y verbos en futuro, se torna cr-tica spera y sin concesiones a la Conquista, apelando a la fustigacin del despotismo y la tirana coloniales que alcanzan hasta la esfera econmica: el estado de ignominiosa esclavi-tud (p. 74) y violencia en que se autorretrata se completa con la denuncia del ms desen-frenado monopolio en una verdadera tira-na mercantil (p. 76). Es esto lo que habilita la estrategia de adoptar un tono panfletario que se hace evidente en los adjetivos califi-cativos bien elegidos como dardos certeros y las figuras denigratorias de los contradestina-tarios del texto (entre otros, los funcionarios espaoles que ejercan el poder injustamente y sin piedad). Se los describe como un enjam-bre de aventureros, que pasan a la Amrica, resueltos a desquitarse all, con nuestra propia sustancia, de lo que han pagado para obtener

    28Si por un lado, como sostiene Pe-dro Henrquez Urea, Entre las gentes educadas de la Amrica hispnica hubo mucha aficin por la lectura (). En el siglo XVIII circulaban muchos libros de orientacin moderna: la Encyclo-pdie, obras de Bacon, Descar-tes, Coprnico, Gassendi, Boyle Leibniz, Locke, Condillac, Buffon, Voltaire, Montesquieu, Rous-seau, Lavoisier, Laplace se man-tuvieron en circulacin secreta todava cuando se los consider peligrosos y se prohibi su lec-tura (1986, p. 39), a la par de la imposicin del nuevo sistema del libre comercio en las colonias americanas, desde 1778, an exista en algunas regiones del subcontinente cierta hostilidad a las ideas ilustradas (soberana popular, anticlericalismo, entre otras), al mismo tiempo que en otras se abogaba por difundir el conocimiento cientfico til y liberar el pensamiento filosfico de la escolstica. Otro ejemplo de las paradojas de este perodo es el intercambio transatlntico con el erudito benedictino Fray Benito Jernimo Feijo, uno de los ms destacados exponen-tes del racionalismo en Espaa que impuls, ya entrado el siglo XVIII, un cambio hacia una acti-tud crtico-cientfica y predic la flexibilidad mental.

    29Como se sabe, los comienzos de la Ilustracin en Espaa co-incidieron con la llegada de la Casa de Borbn al trono. Pero la nueva ideologa no desplaz totalmente de la escena a las co-rrientes escolsticas que, desde el siglo XVI y sobre todo desde las universidades de Salamanca y Alcal de Henares, se haban propagado a las de Lima y Mxi-co. Con la colaboracin de los colegios jesuitas se otorg cierta homogeneidad al pensamiento hispanoamericano de la poca, cuando apenas se hacan sentir en Espaa an dbiles ecos del movimiento cientfico de la Euro-pa del XVII. Vase: Ma. Angeles Eugenio Martnez (1988), La Ilus-tracin en Amrica (siglo XVIII): pelucas y casacas en los trpicos. pp. 34-ss. Por otra parte, como explica Mariano Picn Salas, El cosmopolitismo del hombre euro-peo que ya no se satisface con su vida tradicional y sale por an-helo cientfico o por mera inquie-tud humana a recorrer distantes pases y a someter sus valores se-

    culares al paralelo y contraste con el de pueblos ms nuevos y hasta ese instante menospre-ciados; y el cosmopolitismo del criollo que siente en su cerrada rbita colonial la desazn del aislamiento y el gusto de po-

    seer las ideas y aplicaciones de la vieja Europa, son uno de los ingredientes que determinan hasta en la cultura hispano-americana del siglo XVIII ese complejo estado de espritu o actitud de conciencia que se ha

    llamado Enciclopedismo o Ilustracin (1978, p. 197). A diferencia de la contrarre-forma y el barroco, se abri en el siglo XVIII una nueva poca internacional (p. 197) que asisti a un avasallador

    choque de ideas, junto a un conflicto generacional y una atmsfera de creciente insur-gencia, marcada por el as-censo de criollos y un creciente resquemor indiano frente a los peninsulares (pp. 199-200).

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    sus empleos (p. 78), orgullosos tiranos (p. 78), sin lmites, perversos y obstinados, que exterminaron de la superficie de la tierra a pueblos enteros30. Junto a la denostacin de stos y de su mal gobierno, se avanza en la defensa de los criollos, mestizos e indios31. A su vez, con la argumentacin mediante citas de autoridad tomadas, por ejemplo, de la obra del Inca Garcilaso de la Vega, oponindose a la privacin de participar en el gobierno de sus propias tierras32. Viscardo se inscribe en una tradicin de protestas criollas patriticas, pero es importante advertir que su condena de la monarqua absoluta de los Habsburgo y los Borbones significaba un paso ms all de las quejas tradicionales del patriotismo criollo.

    La condicin interpelativa y el didactismo del texto abren paso a un discurso poltico de crtica y resistencia frente a la filosofa esco-lstica. Reforzado por un discurso pedaggi-co en la lnea del Padre Feijo, que acompaa la denuncia, buscando ilustrar e iluminar al espaol americano para enjuiciar el poder colonial y revisar crticamente sus prcticas, a poco de iniciada la proclama se instala claramente la verdad: descubramos este ho-rroroso cuadro para considerarle a la luz de la verdad. Esta nos ensea que toda ley que se opone al bien universal de aquellos, para quienes est hecha, es un acto de tirana (Vis-cardo, 2004, p. 74). En esa construccin apela tambin a pensadores coetneos y testigos oculares como Antonio de Ulloa, coautor de un informe que escribi con Jorge Juan, Noti-cias secretas de Amrica (1747), para certificar

    su denuncia de condiciones pauprrimas de los americanos en general con argumentos acordes a las reglas de la razn. En ese esfuer-zo verificador recurre a afirmaciones como la de Montesquieu: Las Indias y la Espaa son dos potencias bajo un mismo dueo; mas las Indias son el principal y la Espaa el acceso-rio (Viscardo, 2004, p. 81).

    Proyecciones hacia el XIX hispanoamerica-no: la literatura de la Emancipacin

    El intenso valor polmico de la Carta, propio de un texto agonstico inmerso en la pragmtica de un conflicto (Hachim, 2000, p. 92), as como su evidente imbricacin con la temtica emancipatoria33 y su funcin ac-tiva en el proceso histrico concomitante en Amrica, nos permiten revisar su inclusin en la llamada literatura de la Emancipacin hispanoamericana. Al respecto, la ubicacin de este tramo del siglo XVIII vara segn los autores ya incluyndolo en el concepto am-plio de cultura colonial (Pedro Henrquez Urea, 1986; entre otros), ya incorporndolo entre las letras de la emancipacin, en una primera etapa del siglo XIX (1791-1830) (Picn Salas, 1978; Osorio, 2000), y pone de relieve la arbitrariedad sealada por Ana Pizarro en la periodizacin de la historiogra-fa literaria latinoamericana por siglos o con criterios histrico-polticos externos34. Sin desestimar los aciertos descriptivos de estas proposiciones, nos inclinamos por ver tam-bin en esa parte del siglo XVIII una prime-

    el sustento argumentativo de la crtica a la colonia y en particu-lar de la tirana ejercida en ese perodo, no se basa en las citas de autores clsicos como Arist-teles o Santo Toms de Aquino, sino en argumentos econmicos como el monopolio comercial, los impuestos excesivos que gra-vaban el comercio con Amrica y el opresivo repartimiento de comercio implementado por los nefastos corregidores.

    33En este sentido, merece llamarse la atencin sobre la formulacin utpica del remate final de la Carta, donde aboga por una Amrica espaola que sea punto de encuentro de toda la humani-dad. As la epstola se convierte en un instrumento poltico pode-rossimo que se dirige con distin-tas voces y variados argumen-tos, a lectores muy diferentes. Prefigurando la utopa del siglo XIX, ve a hombres de todas las naciones frecuentando las costas de Amrica, atrados por el libre intercambio de los productos. Erradicados el despotismo y la pobreza, imagina a estos hom-bres radicndose en la Amrica espaola para enriquecerse con la industria, los conocimientos y el aumento de la poblacin ame-ricana. Amrica se unira a pa-trias ms lejanas y sus habitantes formaran una sola GRANDE FAMILIA DE HERMANOS (Vis-cardo, 2004. p. 94), en conso-nancia con la euforia csmica dominante en la imaginacin europea en las primeras etapas de la Revolucin Francesa.

    34En relacin con la periodizacin de la historia literaria por siglos, en una perspectiva cronolgica, Ana Pizarro explica que esta for-ma de organizacin presenta el inconveniente de simplificar el es-quema sin aportar un conocimien-to sobre las modulaciones que adopta el discurso en proceso, sobre sus rupturas y sus continui-dades en trminos de produccin literaria. (2005, p. 28). En cuan-to a la organizacin por cortes de la historia poltica tales como la Independencia o la Colonia, la cr-tica chilena sostiene que ella no explica el proceso mismo sino que lo remite a cortes externos. Estas situaciones externas desde luego lo condicionan, lo sitan; frente a ellas la literatura entrega una res-puesta, pero no necesariamente le corresponden como rupturas pro-pias (1985, p. 29).

    30Tambin leemos en la Carta: Sera una blasfemia el ima-ginar que el supremo bien-hechor de los hombres haya permitido el descubrimiento del Nuevo Mundo para que un corto nmero de pcaros imb-ciles fuesen siempre dueos de desolarle, y de tener el placer atroz de despojar a millones de hombres, que nos les han dado el menor motivo de que-ja, de los derechos esenciales recibidos de su mano divina (Viscardo, 2004, p. 91).

    31Al referirse a fortunas hechas sobre el maltrato hacia los na-tivos, los evoca como pobres indios, nuestros compatriotas (p. 87), y cuando denuncia las atrocidades de los reparti-mientos se conduele de la de-

    solacin y la ruina de los des-graciados indios y mestizos (p. 76). Del mismo modo, al criticar a virreyes, corregidores y alcaldes mayores europeos, que actan como aventureros injustos que trafican injusticias e inhumanidades de parte de las sanguijuelas empleadas por el gobierno (Viscardo, 2004, p. 79). En este punto, sus cr-ticas e interpelaciones buscan despertar la desconfianza crio-lla hacia los espaoles peninsu-lares y atizar su resentimiento por la condicin colonial, en tanto que elogia las libertades ganadas por las cortes medie-vales y ataca el absolutismo real, anticipndose a Gaspar Melchor de Jovellanos y Fran-cisco Martnez Marina, juristas que alabaron la antigua Cons-titucin espaola y buscaron reformar la monarqua por el

    retorno a las instituciones y li-bertades medievales (Brading, 2004, p. 38).

    32En la cita de los Comentarios Reales del Inca Garcilaso, Viscardo se manifiesta fuer-temente en contra del primer representante del nuevo po-der arbitrario de la Corona: el virrey Francisco de Tole-do, a quien describe como un monstruo sanguinario (Viscardo, 2004, p. 81) que captur al primer heredero del imperio inca, el joven e inocente Inca Tpac Amaru (2004, p. 79) y lo asesin tras un falaz proceso judicial. All se explaya sobre la persecu-cin y las torturas de ese virrey hacia los jvenes mestizos de Cuzco, hijos de conquista-dores espaoles y princesas

    incas, acusados de apoyar a los rebeldes. La cita le permite tambin referir el destino de sus desventurados compatrio-tas, asociando la causa de los espaoles americanos con el destino de los mestizos de Cuz-co, y manifestarse en contra del arbitrario rgimen colonial introducido por el Emperador Felipe II y su subordinado, el virrey Toledo. Para ilustrar la tirana real, como se dijo, la expulsin de los jesuitas ocupa en la Carta un lugar preferen-cial, en una larga y detallada lista de atropellos de diferente ndole, tales como el aumento de los impuestos tan resistido por los espaoles americanos, el reclutamiento de una milicia en las Indias y la ampliacin de la armada espaola con rentas del Nuevo Mundo. Debe notarse, adems, que

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    ra etapa insoslayable del proceso literario de la Revolucin de la Independencia de Amrica Latina, destacando sobre todo el papel rector de idelogos y precursores.

    Volviendo a la epstola, ms all de la forma de la expresin, la perspectiva introducida por el sujeto ilustrado en esta prime-ra proclama de la Emancipacin hispanoamericana, como en otras cartas polticas de esta etapa (tal es el caso de la Carta de Jamaica de Simn Bolvar y las Cartas de un americano al Espaol de Fray Servando Teresa de Mier, entre otras), remite al relato de la eman-cipacin tanto desde lo cultural como desde lo poltico y presenta un nuevo objeto: Amrica como

    una sola Patria, propuesta que continuarn patriotas de la talla de Miranda y Bolvar. En este sentido, no puede negarse la importancia de este texto y de otros escritos menos cono-cidos de Viscardo para los planes independen-tistas. En efecto, la Carta es el primer mani-fiesto clebre que abog abiertamente por la independencia de las Indias, con argumentos slidos y razones evidentes, y durante dos lustros fue el instrumento ms utilizado por Miranda en su accin revolucionaria y tal vez el ms eficaz por la amplia repercusin que al parecer tuvo en el ambiente intelectual de los criollos hispanoamericanos revolucionarios, sirviendo adems como modelo a muchos escritos inspirados en ella, desde Mxico hasta Argentina y Chile, lo que coloc a su autor definitivamente en el papel de idelogo y precursor de la nacin, de la independencia y la solidaridad continental35. En su spera crtica a la poca colonial en bloque, fue ade-ms precursor del liberalismo decimonnico que menospreciaba los tres siglos de dominio desptico hispano, en busca de la concrecin de una utopa propia.

    A modo de conclusin, podemos afirmar que, en el siglo XVIII, cuando el mundo hispnico viva ya bajo la sombra de los mo-delos externos y vea en los Estados Unidos un referente paradigmtico, en esa coyun-tura, Juan Pablo de Viscardo y Guzmn se perfila como un precursor e idelogo de la emancipacin, la que sera un lugar comn en el siglo XIX y no se cumplira en Amrica de manera uniforme sino con una dinmica

    35Es difcil precisar el impacto de la Carta sobre los hombres que promovieron y lucharon por la independencia de la Amrica espaola. Se sabe que fue leda con entusiasmo por los venezo-lanos Pedro Gual y Francisco.de Miranda, tambin por el rio-platense Mariano Moreno, quien siendo abogado en Chuquisaca tradujo la edicin francesa al espaol. Adems, se sabe que el patriota e idelogo mexicano fray Servando Teresa de Mier posea una copia de la Carta.

    propia segn las distintas situaciones locales, irreductible a la de los procesos europeos coetneos (Romero, 1977, p. IX). Con la libertad como condicin indispensable del proyecto emancipador, un apasionado fer-vor utpico ante el futuro y una acendrada causticidad para juzgar el pasado, Viscardo realiz un importante aporte a la tradicin nacional peruana, irrumpiendo as con su palabra intempestiva a fines de esa centuria como testigo proftico del patriotismo crio-llo y de la clausura del perodo colonial.

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    Fecha de recepcin: 20/02/2013Fecha de aceptacin: 29/07/2013