Auerbach - La Condición Humana (Resúmen)

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Notas del comienzo del capítulo segundo del tercer libro de los Ensayos de Montaigne: “No puedo fijar mi objeto, que marcha confuso y vacilante por una embriaguez natural. Lo tomo en este punto en que se me place: yo no pinto el ser, pinto el pasar, y no el pasar de una edad a otra o, como dice el pueblo, de siete en siete años, sino de día en día, de minuto en minuto.” “Si mi alma pudiera hacer pie, yo no ensayaría, sino que me decidiría, pero mi alma se halla siempre en el aprendizaje y en la prueba” Nota sobre el Silogismo de Montaigne: Tan sólo ahora viene la menor, y tampoco directamente, sino como conclusión de un silogismo subordinado, que dice así: el mundo cambia constantemente, yo soy una parte del mundo, por consiguiente yo cambio constantemente. La mayor provista de ejemplos y el modo en el que el mundo cambia es doble, según el análisis: cada cosa participa del cambio general y además del suyo propio. (…) Los dos temas que se entrelazan son la menor y la conclusión del pensamiento principal: como soy un ser en continuo cambio, debo ajustar a esta circunstancia mi descripción. Aquí es donde se encuentra en el centro de su terreno, en el juego entre yo y yo, entre Montaigne escritor y Montaigne asunto por tratar. El lector debe colaborar; es arrastrado dentro del movimiento del pensar y sin embargo, se espera de él, a cada momento, que se detenga, pruebe y complete. Debe adivinar quiénes son les autres, y también quién es el particulier. (Auerbach sostiene la idea de que al leer, lo “ve” a Montaigne gesticulando y haciendo ademanes.) Pero Montaigne, sólo consigo mismo, encuentra en su pensamiento bastante vida y, por así decirlo, bastante calor corporal para escribir como si estuviera hablando. (M) Habla muy en serio cuando nos dice que su composición, por muy cambiante y diversa que sea, nunca se extravía, y que si bien es verdad que se contradice a veces a sí mismo, jamás a la verdad. En estas palabras se contiene una idea de hombre muy realista, procedente de la experiencia y especialmente de la experiencia interna, y que es la siguiente: que él es un ser oscilante, sujeto a las variaciones del

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Notas del comienzo del capítulo segundo del tercer libro de los Ensayos de Montaigne:

“No puedo fijar mi objeto, que marcha confuso y vacilante por una embriaguez natural. Lo tomo

en este punto en que se me place: yo no pinto el ser, pinto el pasar, y no el pasar de una edad

a otra o, como dice el pueblo, de siete en siete años, sino de día en día, de minuto en minuto.”

“Si mi alma pudiera hacer pie, yo no ensayaría, sino que me decidiría, pero mi alma se halla

siempre en el aprendizaje y en la prueba”

Nota sobre el Silogismo de Montaigne: Tan sólo ahora viene la menor, y tampoco

directamente, sino como conclusión de un silogismo subordinado, que dice así: el mundo

cambia constantemente, yo soy una parte del mundo, por consiguiente yo cambio

constantemente. La mayor provista de ejemplos y el modo en el que el mundo cambia es

doble, según el análisis: cada cosa participa del cambio general y además del suyo propio. (…)

Los dos temas que se entrelazan son la menor y la conclusión del pensamiento principal: como

soy un ser en continuo cambio, debo ajustar a esta circunstancia mi descripción.

Aquí es donde se encuentra en el centro de su terreno, en el juego entre yo y yo, entre

Montaigne escritor y Montaigne asunto por tratar.

El lector debe colaborar; es arrastrado dentro del movimiento del pensar y sin embargo, se

espera de él, a cada momento, que se detenga, pruebe y complete. Debe adivinar quiénes son

les autres, y también quién es el particulier.

(Auerbach sostiene la idea de que al leer, lo “ve” a Montaigne gesticulando y haciendo

ademanes.) Pero Montaigne, sólo consigo mismo, encuentra en su pensamiento bastante vida

y, por así decirlo, bastante calor corporal para escribir como si estuviera hablando.

(M) Habla muy en serio cuando nos dice que su composición, por muy cambiante y diversa que

sea, nunca se extravía, y que si bien es verdad que se contradice a veces a sí mismo, jamás a

la verdad. En estas palabras se contiene una idea de hombre muy realista, procedente de la

experiencia y especialmente de la experiencia interna, y que es la siguiente: que él es un ser

oscilante, sujeto a las variaciones del ambiente, del destino y de sus propios movimientos

interiores. De suerte que el método de trabajo de Montaigne, en apariencia tan caprichoso y

carente de plan, que se pliega flexiblemente a las mudanzas de su ser, es en el fondo, un

método experimental estricto, el único que corresponde a un objeto semejante. (…) Es un

método riguroso, científico hasta en el sentido moderno, y es el método al cual Montaigne trata

de apegarse.

“Es una tarea escabrosa, y más de lo que parece, perseguir un rastro tan vagabundo como el

de nuestro espíritu; penetrar en los fondos opacos de sus repliegues internos; escoger y

detener tantos airecillos de sus agitaciones; y también es una diversión nueva y extraordinaria

que nos retira de las ocupaciones comunes del mundo, sí, y de las más recomendables. Hace

varios años que mis pensamientos no se ocupan sino de mí; y cuando estudio otra cosa, es

para inmediatamente, albergarla en mí…”

La ignorancia deliberada y la indiferencia con respecto a las “cosas” forman parte de su

método; en éstas únicamente se busca a sí mismo. (…) Lo que importa en definitiva son la

unidad y la verdad, ya que al socaire de las variaciones lo que aparece es el ser.

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Forma también parte del método de Montaigne la forma peculiar de los Essais. No son ni

autobiografía ni diario. No tienen como base ningún plan artificioso, ni sigue una cronología

como base. Siguen al azar.

Villey ha demostrado que la forma de los Essais proviene de colecciones de ejemplos, citas y

proverbios; un tipo de libros que gozaron y ya de gran aceptación a fines del siglo XVI para la

divulgación del material humanista. Montaigne había empezado así: su libro era al principio una

sarta de lecturas, acompañadas de observaciones.

Montaigne es algo nuevo; el sabor de lo personal, o, mejor dicho, de una sola persona, es

mucho más penetrante, y la forma de expresarse es mucho más espontánea y más próxima a

la conversación diaria, a pesar de que no se trata de diálogos.

El orden y la expresión de esta parte (el ensayo primero citado) están llenos, una vez más, de

modestia reticente e irónica.

El orden de sus pensamientos es el siguiente:

1 – Describo una existencia baja y sin brillo; pero es no importa, porque aún en la vida más

baja se alberga la totalidad del hombre.

2 – No describo tampoco, como los otros, una rama del saber, ni una capacidad especial que

haya ya conseguido; soy el primero que se entrega a sí mismo, Montaigne, en la totalidad de su

persona.

3 – Si se me reprocha que hablo demasiado de mí mismo, contestaré por mi parte con otro

reproche: vosotros no pensáis nunca jamás en vosotros mismos.

4 – Tan sólo ahora plantea la cuestión: ¿No será arrogancia querer exponer al conocimiento

público y general un caso aislado tan limitado? ¿Será sensato ofrecer a un mundo que sólo

sabe apreciar las formas y el arte, un producto natural simple y sin pulimento, y para colmo tan

insignificante?

5 – En lugar de respuestas, vienen ahora “circunstancias atenuantes”: a) nadie fue tan perito en

su materia como yo en la mía; b) nadie ha ahondado como yo, persiguiéndolo por todas sus

zonas y vericuetos, nadie ha llevado nunca a la práctica su propósito con tanto rigor y

perfección que yo.

6 – A fin de conseguir esto, no he menester más que de sinceridad sin restricciones, la cual no

me falta. Los convencionalismos me cohíben un poco, a veces iría de buen grado más lejos;

pero desde que estoy haciéndome viejo, me permito a este respecto muchas libertades, pues

se suele tener más tolerancia con los ancianos.

7 – No me pasará lo que suele ocurrirles a muchos especialistas: que el hombre y su obra no

concuerdan, y que mientras se admira la obra, se encuentra al autor muy mediano en el trato, o

viceversa. Un hombre instruido no lo está en todas las cosas; pero un hombre cabal o entero es

cabal y entero en todos los aspectos, hasta en ese en el cual es ignorante. Mi libro y yo somos

una y la misma cosa, y quien hable del uno no puede menos que hablar del otro.

La afirmación que describe una vida baja y sin brillo es bastante exagerada: Montaigne era un

gran señor, prestigioso e influyente, y sólo de él dependía que hicieran valer su persona en

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forma comedida, y políticamente con desgano. El fundamento obligado del método de

Montaigne es la vida propia “cualquiera”. Y esta “vida propia de cualquiera” debe ser tomada

por entero. La situación social y económica de Montaigne le facilitaba la posibilidad de

educarse y mantenerse en la condición de hombre “cabal” o entero; su época y la civilización

oligárquica se ajustaba a sus deseos.

El método de acoger la vida propia “cualquiera” en su totalidad como punto de partida de la

filosofía moral, de la investigación de la humaine condition, ofrece un marcado contraste con

todos los métodos que estudian a un gran número de hombres según un plan determinado,

ateniéndose a que posean o carezcan de determinadas cualidades, o su comportamiento en

una situación dada.

Del tercer miembro de su exposición ( el contra reproche: vosotros no pensáis jamás en

vosotros mismos) hay que hacer notar que tiene por base, tácitamente, la idea del “yo mismo”

propia de Montaigne. Los interpelados piensan mucho en sí mismo en sentido corriente (…)

Todo esto no es para Montaigne el “sí mismo”. No es más que una parte del “yo mismo” y hasta

puede llevar al oscurecimiento y a la pérdida del yo, como ocurre casi siempre que uno se

entrega a una u otra o a varias de estas cosas, tan intensamente, que la conciencia actual de la

existencia propia en su totalidad, la conciencia plena de la vida, se desvanece.

Del apartado cuarto y quinto: ya ha respondido por anticipado, la plantea ahora a fin de

destacar algunas antitesis excelentes. El texto es importante, además, por el viaje imprevisto

desde las palabras compuestas en tono de disculpa a una confesión decidida del sentimiento

de su importancia propia. Esta confesión nos muestra un nuevo aspecto de su método. Nunca

viene a decirnos su asunto tan perfectamente, nunca lo ha perseguido tan profundamente en

todas sus particularidades y ramificaciones, nunca ha alcanzado su objetivo tan plenamente. A

pesar de la ligera autoironía que acaso encierra la formulación en celuy-là je suis le plus scavon

homme qui vive, estas frases significan el subrayado asombrosamente franco, claro, expresivo

de la singularidad de su libro, y tiene un alcance mayor que el moy le premier (el primero en

promedio) mencionado antes, por cuanto revelan la convicción de Montaigne de que no existe

conocimiento o ciencia alguna a los cuales sea posible una accesibilidad tan perfecta y exacta

como el conocimiento de sí mismo. Para él el “conócete a ti mismo” no es sólo un mandato

práctico y moral, sino también teórico-cognoscitivo. Por eso siente tan poco interés por los

conocimientos de las ciencias naturales y ninguna confianza; lo que el cultiva es lo moral y

humano.

(…) Montaigne sólo aspira, con su examen de la vida propia “cualquiera” en su integridad, a la

exploración de la humaine condition, con lo cual pone de manifiesto el principio heurístico del

cuál (…) nos servimos siempre que tratamos de comprender y juzgar las acciones de los

demás (…): los medimos siempre con la escala que nos ofrece nuestra propia vida y nuestra

propia experiencia interna (…). Montaigne se ha interesado siempre con la mayor vivacidad por

la vida ajena. Es cierto que siente cierta desconfianza a los historiadores. (…) Le parece un

error el hacerse una idea del hombre completo sobre la base de uno o unos puntos culminantes

en una vida (…) Lo que quiere conocer es el comportamiento diario, vulgar y espontáneo del

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hombre, y para eso su vecindad, que puede observar por propia experiencia, le es tan valiosa

como el material que le brinda la historia.

Lo que hemos definido anteriormente como sexto punto de la exposición trata de su sinceridad:

única cosa que necesita para poder realizar sus intenciones, y cosa que además posee: él

mismo lo dice y es cierto. La sinceridad es una parte primordial de su método de

representación de la vida propia “cualquiera” en su integridad. La unidad cuerpo espíritu de

Montaigne tiene sus raíces en la antropología cristiano-cultural; su introspección realista se

basa en ella, y sería inconcebible sin la misma.

Último punto: Trata de la unidad que existe en su caso entre obra y autor, cosa que no ocurre

con los especialistas, que muestran un saber particular, en débil relación con su propia

persona. Montaigne fue el primero en escribir para la capa de los “educados” que acabamos

de describir: con el éxito de sus Essais, el público de los cultos se hace presente por primera

vez. Montaigne no escribe para una clase determinada o para los especialistas, tampoco para

“el pueblo” o para los cristianos; no escribe para ningún partido, tampoco se considera poeta:

escribe el primer libro de conocimiento profano de sí mismo y encuentra que existen personas,

hombres y mujeres, que consideran que el libro se dirige a ellos.

(…) También podemos decir: se especializaba en sí mismo, en la vida propia “cualquiera” en su

integridad. Por eso su homme suffisant no es todavía el honnête homme, sino un “hombre

cabal”. Además vivía en una época en la que el absolutismo, que con su influencia niveladora

estandarizó la forma de vida del honnête homme, no estaba desarrollado por entero. Por eso

ocupa un lugar prominente en la historia previa de esta forma de vida, pero no pertenece a ella.

Resumen de la forma: página 289

Pero no cabe duda que su realismo criatural ha rebasado el marco cristiano en el que antaño

se encerraba. La vida terrena ya no es “figura” de la del más allá, y él ya no se permite el lujo

de despreciar y descubrir el aquende en nombre del allende.

La vida terrena es la única que posee, y quiere degustarla (…) En vivir “aquí” consiste su

finalidad y su arte, lo cual expresa de una manera muy sencilla, pero nada trivial; y la parte

principal de este arte reside en liberarse de todo aquello que se aleje del goce de la vida o lo

obstruye y distancia al vivo de sí mismo.

El abandono del marco cristiano no llevó a Montaigne – a pesar del conocimiento justo y

constantemente renovado de la cultura antigua – a las concepciones y circunstancias en que

vivieron sus semejantes de la época de Cicerón o Plutarco.

La libertad que había alcanzado era mucho más incitante, real y ligada al sentimiento de

inseguridad; la abigarrada confusión de los fenómenos, en la que por primera vez fijó la mirada,

parecía avasalladora; el mundo, ya fuera exterior o interior, aparecía como algo enorme,

ilimitado, inabarcable; la necesidad de encontrarse adecuadamente dentro del mismo parecía

difícil de satisfacer y, no obstante, apremiante.

En él, por primera vez, se hace problemática, en sentido moderno, la vida el hombre, la vida

propia “cualquiera” en su integridad.

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Ya hemos dicho que en la obra de Montaigne no encontramos todavía la tragedia; la aleja de

sí, es demasiado irónico, desprovisto de patetismo, cómodo, si tomamos esta palabra en un

sentido honorable; se mantiene demasiado sosegado, a pesar de sus incursiones en la propia

inseguridad. No ha de decidir si esto constituye una debilidad o una fuerza; en todo caso, este

equilibrio peculiar de su naturaleza impide que lo trágico, cuya posibilidad ya esta dada en su

imagen del hombre cobre expresión en él.