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"Bailando en carnavales en Santiago, vivencias, memoria y presente, 1997 a 2017" Antecedentes …. Cuando comenzó el año 1991 tenia 18 años, esta época denominada transición cultural, la viví siendo estudiante de Trabajo social y simultáneamente a ese camino, me iniciaba como aprendiz de múltiples danzas en el Centro de danza Espiral en Santiago, dirigido por Joan Turner y Patricio Bunster. Cada uno de ellos tremendos artistas y maestros de importantísima trayectoria en la cultura Chilena. Ambos habían vuelto a Chile ya hace un par de años atrás, después del exilio, con el anhelo de derrocar la Dictadura, y naturalmente el arte de la danza era una de sus herramientas. Durante este año por primera vez tomo una clase de Danza Afro, impartida por Verónica Varas en el Espiral, en una época donde no existían más de dos profesoras que daban este tipo de danzas en todo Santiago, de estas clases de afro no salí hasta 1997. Durante este ciclo de múltiples aprendizajes y oportunidades, se fue reafirmando en mi la importancia del desarrollo integral del ser humano, del derecho al arte, junto con la constatación diaria de conocer contextos de desigualdad social como estudiante de Trabajo social. Por este camino llegue el año 1994 a un municipio a realizar prácticas profesionales de desarrollo comunitario a la Población el Rodeo, a orillas de los cerros de la Pincoya. Durante este experiencia sentí la natural resistencia de algunos pobladores por estar en la administración pública, y a su vez fui testigo y me involucré del trabajo de múltiples artistas locales, animadores culturales del territorio, muchas personas de gran conciencia social y política, que trabajaban por contrarrestar los impactos de la pobreza y también de todos los coletazos de la dictadura. Era una joven de 23 años que sin duda agradecía ver la convicción y amor de esos pobladores por el trabajo comunitario que levantaban. Simultáneamente en este periodo en Santiago ya se estaban generando nuevos espacios culturales, que respondían a un nuevo ambiente de apertura cultural. En 1992 se había creado la Corporación Cultural Balmaceda 1215, y en 1994 se realizó allí el primer taller de batucadas en Chile, impartido por Joe Vasconcellos. A este taller acuden un grupo de estudiantes de música, que prontamente adoptan las técnicas de la batucada, arman la propia, y comienzan a dar talleres. Los tambores salen a la calle….se inicia el llamado para danzar Y así fue que en 1996 se arma una batucada en la Pincoya. En este año también conozco una murga callejera, de nombre La Ventana ; yo aún no conocía la murga uruguaya; esta murga hacía música nortina y como a mi gustaba el baile, tuve la posibilidad de danzar con ellos por primera vez en la calle a ritmo de Morenada; tampoco sabía la historia de la morenada, solo sabía que me hacía feliz recorrer la calles de la Pincoya bailando. En este compartir el arte y el deseo de hacer cosas en la Pincoya, que observo por primera vez en Santiago una Batucada, conformada por más de 50 personas, hombres y mujeres con cascos de obreros y overoles. En esa iniciativa participaban varias agrupaciones como Cerro Negro y Kurumapu. Esta fuerza me impacto, pues veía a jóvenes empoderados haciendo cultura popular y callejera, en una población marginal y combativa. Como yo hacía danza afro hace ya varios años, comencé a compartir lo que sabía con algunas chicas de la población, que se ligaban con el impacto de los tambores. El año 1997, promovido por la Agrupación Cerro Negro estuve en el primer carnaval de la Pincoya, año que coincidió con mi inicio de estudios formales en la escuela de danza, y mi primer año formal de profesora de Danza Afro. El ser parte de este Carnaval fue fundamental pues me emocionaba ver niños, señoras, jóvenes, danzando, jugando , haciendo música, todos motivados creando algo nuevo como este carnaval urbano y poblacional, un pasacalle lleno de colores y vitalidad.

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"Bailando en carnavales en Santiago, vivencias, memoria y presente, 1997 a 2017" Antecedentes  ….  Cuando  comenzó  el  año  1991  tenia  18  años,  esta  época  denominada  transición  cultural,   la  viví  siendo  estudiante  de  Trabajo  social  y  simultáneamente  a  ese  camino,  me  iniciaba  como  aprendiz  de  múltiples  danzas  en  el  Centro  de  danza  Espiral  en  Santiago,  dirigido  por  Joan  Turner  y  Patricio  Bunster.  Cada  uno  de   ellos   tremendos   artistas   y  maestros   de     importantísima   trayectoria   en   la   cultura   Chilena.   Ambos  habían   vuelto   a   Chile   ya   hace   un   par   de   años   atrás,   después   del   exilio,   con   el   anhelo   de   derrocar   la  Dictadura,   y   naturalmente   el   arte   de   la   danza   era   una   de   sus   herramientas.   Durante   este   año     por  primera  vez  tomo  una  clase  de  Danza  Afro,   impartida  por  Verónica  Varas  en  el  Espiral,    en  una  época  donde  no  existían    más  de  dos  profesoras  que  daban  este   tipo  de    danzas  en   todo  Santiago,  de  estas    clases  de  afro  no  salí  hasta  1997.  Durante  este  ciclo  de  múltiples  aprendizajes  y  oportunidades,  se  fue  reafirmando  en  mi  la  importancia  del  desarrollo  integral  del  ser  humano,  del  derecho  al  arte,  junto  con  la  constatación  diaria  de  conocer  contextos  de  desigualdad  social  como  estudiante  de  Trabajo  social.  Por  este  camino  llegue  el  año  1994    a  un  municipio  a  realizar    prácticas  profesionales  de    desarrollo  comunitario  a  la  Población  el  Rodeo,  a  orillas   de   los   cerros   de   la   Pincoya.   Durante   este     experiencia   sentí   la   natural   resistencia   de   algunos  pobladores  por  estar  en  la  administración  pública,    y  a  su  vez  fui  testigo    y  me  involucré  del  trabajo  de  múltiples   artistas   locales,   animadores   culturales   del   territorio,   muchas   personas   de   gran   conciencia  social  y  política,  que  trabajaban  por  contrarrestar   los   impactos  de   la  pobreza    y  también  de  todos   los  coletazos  de  la  dictadura.  Era  una  joven  de  23  años  que  sin  duda  agradecía  ver  la  convicción  y  amor    de  esos  pobladores  por  el  trabajo  comunitario  que  levantaban.      Simultáneamente  en  este  periodo  en  Santiago  ya  se  estaban  generando    nuevos  espacios  culturales,  que  respondían  a  un  nuevo  ambiente  de  apertura  cultural.  En  1992  se  había  creado    la  Corporación  Cultural  Balmaceda   1215,   y   en   1994   se   realizó   allí   el   primer   taller   de   batucadas   en   Chile,   impartido   por   Joe  Vasconcellos.   A   este   taller   acuden   un   grupo   de   estudiantes   de  música,   que   prontamente   adoptan   las  técnicas  de  la  batucada,  arman  la  propia,  y  comienzan  a  dar  talleres.          Los  tambores  salen  a  la  calle….se  inicia  el  llamado  para  danzar  Y  así   fue  que  en  1996  se  arma  una  batucada  en   la  Pincoya.  En    este  año  también  conozco  una  murga  callejera,   de   nombre   La   Ventana   ;   yo   aún   no   conocía   la   murga   uruguaya;   esta   murga   hacía   música  nortina  y  como  a  mi  gustaba  el  baile,  tuve  la  posibilidad  de  danzar  con  ellos    por  primera  vez  en  la  calle  a  ritmo  de  Morenada;  tampoco  sabía  la  historia  de  la  morenada,  solo  sabía  que  me  hacía  feliz  recorrer  la  calles   de   la   Pincoya  bailando.   En   este   compartir   el   arte   y   el   deseo  de  hacer   cosas   en   la   Pincoya,   que  observo  por  primera  vez  en  Santiago  una  Batucada,   conformada  por  más  de  50  personas,  hombres  y  mujeres   con   cascos   de   obreros     y   overoles.   En   esa   iniciativa   participaban   varias   agrupaciones   como  Cerro  Negro  y  Kurumapu.  Esta    fuerza  me  impacto,  pues  veía  a  jóvenes  empoderados  haciendo  cultura  popular  y  callejera,  en  una  población  marginal  y  combativa.  Como  yo  hacía  danza  afro  hace  ya  varios  años,   comencé   a   compartir   lo   que   sabía   con   algunas   chicas   de   la   población,   que   se   ligaban   con   el  impacto  de  los  tambores.  El  año  1997,  promovido  por  la  Agrupación  Cerro  Negro  estuve  en  el  primer  carnaval  de  la  Pincoya,  año  que  coincidió  con  mi  inicio  de  estudios  formales  en  la  escuela  de  danza,  y  mi  primer  año  formal  de  profesora  de  Danza  Afro.  El  ser  parte  de  este  Carnaval  fue  fundamental  pues  me  emocionaba   ver   niños,   señoras,   jóvenes,   danzando,   jugando   ,   haciendo   música,   todos   motivados  creando  algo  nuevo  como  este  carnaval  urbano  y  poblacional,  un  pasacalle  lleno  de  colores  y  vitalidad.        

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Al  año  siguiente  viaje  a  Arica  por  primera  vez  en  la  vida,    y  como  ya  tenia  el  bichito  del  carnaval,  cuando  supe   que   se   hacía   el   carnaval   de   Azapa,  me   fui   para   allá   solita   y   feliz.   También   fue   una   experiencia  impactante,   pues   era   mi   primer   carnaval   andino,   donde   la   expresión   intercultural   era   evidente   y  hermosa,   escuchar   las  Tarkas,   las  bandas  de  bronces,   los  bailes  andinos  y   los   juegos   carnavaleros  de  harina   y   agua,   fue   otro   despertar.   En   esa   oportunidad   seguí   a   unos   Caporales,   que   finalmente   me  invitaron   a   su   convite,   donde   conocí   la   tradición   del   abuelo   Carnavalón.   Yo,   una   joven   del   centro   de  Chile,  nunca  había  experimentado  esto  y  de  verdad  me  fui  muy  agradecida  de  la  alegría  y  reciprocidad  vivida.  Así   llegaba   al   final   de   los   90,   todos   los   hitos   mencionados   hicieron   que   los   años   posteriores   me  mantuviera  ligada  al  movimiento  afro  y  batuquero  por  bastante  tiempo.    El  año  1998  nacía  la  primera  escuela  de   samba,   llamada  Kawin   ,   después  en  1999   la   Sirigidum  y   la  Pacha  Batu.  Ese  mismo  año   se  creaba   el   Carnaval   de   los  Mil   tambores   y   la  Capoeira   tenía   sus  primeros   aprendices   en  Chile,   que   ya  hacían   presencia   en   algunos   carnavales   de   Santiago.   Estos   espacios   convocaban   a   nuevas   personas  hacer  danza  desde  el  soporte  del  tejido  social,  saliendo  de  las  lógicas  tradicionales  de  aprendizaje  de  un  baile   en   una   academia   y   presentación   de   un   escenario.   El   bailar   en   la   calle   por   más   de   dos   horas  seguidas,   en   recorridos   que   permiten   habitar   sensiblemente   un   territorio,   junto   a   un   contexto   de  significación  colectiva  pues  hay  una  sentido  de  celebración,  comenzaba  a  generar  una    nueva  identidad  de  danzantes,  surgían  los  bailarines  de  carnavales  en  Santiago.  Fue  así    como  continué  colaborando  en  el  Carnaval  de  la  Pincoya,  mediante  el  traspaso  y    creación  de  danzas  inspiradas  en  la  cultura  afro  brasileña,  vinculo  que  me  dio  la  oportunidad  de  dirigir  la  comparsa  de  bailarines  de  la  Pincoya  por  tres  años  1999,  2000  y  2003.    Durante  ese  periodo  también    comencé  a  invitar  a  mis  estudiante  del  Taller  Afro  FECH  que  hacia  por  esos  años  (1998  al  2003),  a  que  fuéramos  a  improvisar  a  la  Pincoya  y    desde  el  año  2001  a  los  Mil  tambores,  nos  poníamos  de  acuerdo  con  alguna  ropa,  y  nos  íbamos  a  danzar  libre  y  gozosos    por  la  calles.    Progresivamente  veía  como  más  personas  y  danzarines  se  involucraban  en  esta  experiencia  de  danzar  por  las  calles  con  libertad  y  convicción.  En  ese  tiempo  también  era  conocido  el  Carnaval  de  San  Antonio  de  Padua,  pues  era  el  único  carnaval  de  barrio   en   el   centro   de   Santiago.   El   año   2000   fui   por   primera   vez   como   espectadora,   era   su     octava  versión,   el   primero   había   sido   en   1992.   Ahí   vi   por   primera   vez     vi   danzas   andinas   ejecutadas   en  pasacalle  carnavalero,  como  Caporales  o  Tobas  ,  junto  a  comparsas  de  estilo  carioca.    Durante  este  periodo,  como  profesora  de  afro  ,  me  pidieron  si  podía  dar  clases  al  cuerpo  de  baile  de  la  Batucada  Pachabatu.  Se  juntaban  en  el  Quinta  Normal,  fue    una  gran  impresión  al  ver  que  habían  más  de  100   batuqueros   ,   y   no   mas   de   20   bailarinas.   Yo   quería   que   inventáramos   pasos   con   los   ritmos  batuqueros,   fusionados   con   los   pasos   de   afro   que   yo   había   estudiado,   pero     válidamente   las   chicas  querían  aprender  a  bailar  samba  y  ojalá  con  una  brasileña.  Solo  participé  en  un  carnaval    en  el  Parque  O´Higgins,   que   tampoco   olvidaré,   pues   se   hacia     canciones   al   estilo   brasileño,   pero   con   temáticas   de  contingencia  local.              El   año   2000   con   financiamiento   de   la   FECH,   hicimos   un   proyecto   con   una   percusionista,   que   había  estado  en  los  primeros  Talleres  de  batucada  de  Balmaceda  1215,    proyectos  que  le  llamamos  Comparsa  comunitaria.  En  este  proyecto  participaron  estudiantes  de  la    Universidad  de  Chile,  y  se  trató  de  hacer  cueca,   cumbia   y   algunos   ritmos   propios   con   batucada,   e   inventar   coreografías.   Fue   un   espacio   de  experimentación  e  hibridez,  que  fue  estrenado  por  el  paseo  peatonal  de  Estado  y  Ahumada  en  Santiago  Centro.      Durante  todo  este  tiempo  seguía  conectada  con  el  Carnaval  de  la  Pincoya,  pues  hice  talleres  de  danza  en  Huechuraba  e  iba  a  improvisar    al  carnaval.    Llegaba  el  año  2003,  y  comencé  a  cuestionarme  el  porque  hacia  danza  afro,  más  allá  del  gusto,  me  preguntaba  cual  era      la  pertinencia  cultural  de  esta  expresión  en  mi   territorio.  Sin  duda  me  parecía   importante  el  movimiento  de  batucada,  pues   la  oportunidad  de  cohesionar   a   personas   en   los   espacios   populares,   pero   a   su   vez   me   percataba   que   las   personas   en  

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general  no  prendían  con    el   ritmo  para  danzar  colectivamente,  no  era  algo  propio  de   la  cultura,  si  no  que  estamos  en  un  proceso  inicial  de  apropiación.    Desde  esa  inquietud,  el  año  2003,  ya  egresada  de  la  carrera  de  Licenciatura  en  Danza,  converse  con  el  maestro  Patricio  Bunster,  sobre  mi  deseo  de  profundizar  en  los  bailes  de  comparsa,  en  la  manifestación  de  la  danza  colectiva  en  la  calle,  del  potencial  social  y  político    que  veía  en  el  Carnaval.  Patricio  fue  muy  receptivo  a  lo  que  le  exponía,  y  me  motivo    a  seguir  investigando  este  camino,  compartiendo  su    mirada  particular  de  las  expresiones  delas  artes  populares,  y  en  especial  el  de  la  danza.  Fue  así  que    me  señalo  que  tenía  que  ir  a  la  Fiesta  de  la  Tirana,  para  tener  más  antecedentes  en  mi  búsqueda.    Ese  año  2003    se  me  permitió   ser  ayudante  de   Juana  Millar  en  el  viaje  de  estudios  que  hacia   la  escuela  de  danza  de   la  UAHC,  en  el  ramo  de  folclor.     Ir  a   la  Fiesta  religiosa  de   la  Tirana,   fue  una  nueva  revelación  de  cultura  popular   y   festiva   del   Norte   Grande.   Sabía   que   no   era   Carnaval,   pues   había   ley   seca,   y   habían  misas  constantemente,  muy  distinto  a   lo  que  había  vivido  en    Carnaval  de  Azapa.  Ver  a   los  bailes  religiosos,  compartir   con   personas   que   vivían   la   Fiesta   desde   hace   ya   varios   años,   me   permitió   reconocer   y  comprender  mejor  el  peso  de  la    tradición,  la  fuerza  de  la  creatividad  popular  reflejada  en    diversidad  de  danzas  y  músicas.  Todas  estas  experiencias  me  seguían  hablando  de  un  pueblo  vivo,  movido  por  su  fe  y  convicción.  La  ritualidad,    el  oficio  de  los  danzantes,  músicos,  la  entrega  de  las  familias    y  el  esfuerzo  comunitario  para  sostener  tan  intensa  y  larga  Fiesta  fue  una  inspiración  más  para  seguir  pensando  en  nuestra  cultura.  En  febrero    del  2004  ,  también  tuve  la  oportunidad  de  vivenciar  el  Carnaval  en  Salvador  de   Bahia.   Brasil,   observar   su   tradiciones   danzarias   y   musicales,   sincretismos,   arte   popular   ,  institucionalidad  y  masividad,  fue  otro  referente  para  comprender  la  fiesta  y  carnaval  como  expresión  humana.  Al   regreso   de   estos   viajes,   sentí   que   seguir   improvisando   para   ir   a   los   Carnavales,   era   valioso,   sin  embargo  había  que  darle  más  consistencia  al  hecho  para  que  finalmente  se  convirtiera  en  una  práctica  con  soporte  comunitario  y  con  el  sueño  que  algún  día  dicha  práctica  se  convirtiera  en  una  tradición,  que  se  pudiera  traspasar  de  generación  en  generación  en  el  territorio  de  Santiago.    “La    Comparsa  carnavalera,  comprometiéndose  con  un    hacer”      El   año   2004   después   de   muchos   años   de   andar   carnavaleando   en   las   calles,   tomo   la   decisión   de  convocar   abiertamente   entre   mis   redes   para     crear     una   comparsa   carnavalera,   que   generara     un  repertorio  para  el  Carnaval  de   la  Pincoya   ,  Mil  Tambores  y   la  Marcha  de   los  pueblos  Originarios.    Las  razones  eran  claras,  darle  oficio  a  este  trabajo,  generar  rito-­‐rutina,  junto  a  la  necesidad  de  fortalecer  un  espacio  de   creación   comunitaria  de   arte  popular,   pues   eso  había   visto   en   la  Pincoya,   en  Azapa,   en   la  Tirana,   y   en   Bahia.     En   este   tiempo   ya   estaba   instalada   en   mi,   la   expectativa   y   necesidad   de   hacer    coreografías  grupales  con  ritmos  festivos  que  había  bailado  desde  niña  en  las  fiestas  familiares,  la  cueca  y  la  cumbia  tenían  que  estar  en  este  proceso  de  creación.  A  la  convocatoria  de  danzantes  llegaron  estudiante  de  los  Talleres  de  afro  que  hacia  en  la  Universidad  Chile   y   también   danzantes   de   la   Pincoya.   En   la   música,   llegaron   amigos   y   algunos   novios   de   las  bailarinas  que  se  interesaron  en  ser  parte  de  este  proyecto,  habían    percusionistas  aficionados  y  otros  con   mayor   experiencia.   En   este   momento   se   involucró   Juan   José   Lazcano,   el   “Jota”,   que   ya   era   mi  compañero   hace   4   años.     Los   instrumentos   que   teníamos   eran   los   que   estaban   en   sintonía   con   el  momento,   zurdos,   yembé,   timba,   agogó,     caja,   afoche.  Nos   juntamos  por  dos   años   los  domingos   en   la  tarde    en  la  explanada    inicial  del  Parque  Bustamante,  donde  esta  la  estatua  del  Manuel  Rodriguez,  y  en  los  inviernos  en  un  espacio  facilitado  por  la  Fech.  Así     iniciamos   una   organización   colectiva   que   siempre   le   llamamos   “La   Comparsa”,   solo   una   vez,  después  del  carnaval  de  los  Mil  tambores  del  2004,  comiendo  entre  todos  una  gran  chorrillana  porteña,  uno  de  los  integrantes  dio  la  idea  de  que  nos  llamáramos  “pan  comparsa”,  nos  reímos  pues  de  alguna  manera  interpretaba  la  mezcla  y  la  rareza  de  la  propuesta.  Habíamos  iniciado    un  camino  de  creación  y  

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asociatividad,  con  el  fin  de  ir  encontrando  códigos  de  identidad  carnavalera,  que  tenía  el  propósito  de  ir  aprendiendo  desde   la  experiencia,  y  desarrollar  colaborativamente  el   soporte  material  y   los   recursos  expresivos,  para  canalizar  la  necesidad  de  prepararnos  para  los  carnavales.    Hicimos  cuatro  propuestas  dancístico  –musicales  diferentes  que  se  iban  sucediendo    una  a  otra  a  través  de  la  interpretación  de  las  siguientes  expresiones:  Danza  afro  de  orixas  de  agua,  Danza  de  Huayno,  Cueca  carnavalera,  Danza  afro  de  orixas  de  fuego  -­‐  tierra,  al  final  del  proceso  comenzamos  a  montar  de  manera  cantada  la  cumbia  La  temporera   y   Daniela.   A   esta   propuesta   le   llamé   Carnaval   Mestizo.   Usábamos   un   vestuario   que   se  adaptaba   de   manera   abstracta   a   cada   ritmo.   Ese   año   también   invite   a   una   amiga   bailarina,   Viviana    González,  a  que  pudiera  ser   figurín  de   la  comparsa,  necesitábamos   tener  una  personaje  enmascarado  que  interactuará  con  las  personas  que  nos  veían  bailar  por  las  calles,  ella  aceptó  alegremente.                                                                                              

                                                                                 La  Comparsa  en  el  Carnaval  de  Mil  Tambores,  octubre  2004    A   fines   del   año   2004,   con   la  motivación   de   darle   constancia   a   la   práctica   carnavalera,   asumiendo   su  potencial  educativo  desde  una  perspectiva  integral,  y  la  posibilidad  de  ahondar  en  la  identidad  musical  y  danzaria  ligado  a  un  territorio  y  a  una  historia  sociocultural  común,  formulo  un  proyecto  que  llamé  Escuela  carnaval  mestizo,  para  presentarlo  a  un  fondo  estatal.  Esta  fue  la  primera  vez  que  sistematizaba  las  ideas  en  un  papel,  fundamentaba  una  necesidad  y  proyectaba  una  organización.  Sin  duda,  tenia     la  necesidad  de  formarme  en  contenidos  que  la  academia  no  me  había  dado  con  la  profundidad  esperada:  La  cueca,  la  cumbia  ,  los  oficios  del  carnaval,  ya  acuñada  la  idea  de    la  practica  y  la  cultura  carnavalera.  Se   inicio   el   año   2005,   y     comenzamos   a   trabajar   en   marzo,   no   nos   adjudicamos   el   proyecto,   pero  seguimos  creciendo,  de  15  personas  que  éramos  el  2004,  al  año  siguiente  la  duplicamos  siendo  30.      Yo   tenía   la   idea   de   hacer   escuela   para   los   carnavales,   el   concepto   se   recogía   por   el   referente   de   la  escuela   de   samba,   y   así   seguíamos   pensando   en   nuestra   identidad   festiva   y   musical   ,   junto   a   mi  compañero  Juan  José.    Fue  en  este  transitar,  en  que  la  víspera  del  18  de  septiembre  del  2005,  estando  junto    a  mi  compañero  Juan   en   la   plaza   de   armas   de   Santiago,   cuando   vimos   a   una   familia   de   chinchineros   trabajando:   un  hombre,  un  niño  de  seis  años  aproximadamente  y  una  organillera.  Mientras  admirábamos    sus  talentos,  se   acercaron   dos   carabineros   para   que   dejaran   de   tocar,   el   corte   fue     abrupto.   Esta   situación   nos  indigno  profundamente.  Nos  acercamos  a  los  pacos  para  reclamarles  por  la  situación  y  manifestarle  a  su  vez  toda  la  solidaridad  a  la  familia.  A  los  pacos  les  dijimos  abiertamente  que  considerábamos  injusto  y  prepotente  el  hecho,  que  era  inusual  que  les  impidieran  trabajar,  siendo  que  el  oficio  del  Chinchin  era  y  es  una  expresión  popular  y  tradicional  de  nuestra  cultura,  más  encima  en  un  clima  ya  festivo,  como  

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era   la  víspera  del  18.  Naturalmente   los  pacos,  solo  tenían  en  su  cabeza  resguardar  el  orden  público  y  esa  manifestación  hacía  que  se  aglutinara  gente  y  generaba  desorden.  La  familia  resignada  nos  dice  que  no  sigamos  reclamando,  que  la  situación  es  así,  que  no  hay  nada  que  hacer.  A  nosotros  nos  dio  mucha    impotencia,  les  volvimos  a  manifestar  el  valor  de  su  oficio  y  nos  despedimos.  A  los  minutos  de  nuestro  andar  y  conversando    de  la  situación  con  el  Jota,  llegamos  a  la  conclusión  que  ese  bello  tambor  que  era  el  chinchin,  había  que  rescatarlo  y  promoverlo,  que  era  un  tambor  con  identidad  propia,  fue  ahí  donde  se   nos   prendió   la   ampolleta,   y   pensamos   en   una   escuela   carnavalera   donde   se   enseñara   el   chinchin,  como  tambor  de  base,    y  con  el  desafío  de  que  quien  lo  tocá  es  un  músico  danzante.  

                                                           Chinchinero  Patricio  Toledo  ,  con  su  hijo  Luis  ,  2006    Danzando  con    la  Escuela  Carnavalera  Chinchintirapié    2006  al  2017    Después   de   9   años   de   baile   carnavalero   ligado   al   afro,   fui   observando   como   progresivamente   se  sumaban  nuevas  fuerzas  al  movimiento  de  Santiago,  ya  comenzaban  ha  presenciarse  la  danza  de  Tinku  y  se  reafirmaba  la  proliferación  de  batucadas  por  varios  territorio.    Fui  así    que  el  año  2006  soy  gestora    y  fundadora  junto  a  otros,  de  la  Escuela  carnavalera  Chinchintirapié,  la  cual  tiene  como  tambor  base  en  su   montaje   de   carnaval   el   bombo   chinchinero1  ,   tambor   que   nos     permite   diferenciarnos   de   las  batucadas.   Desde   ese   tiempo   hasta   hoy   he   estado   vinculada   a   la   formación   de   bailarines   para   el  carnaval   y   a   la   creación   desde   el   lenguaje   de   la   danza,   con   el   fin   de   potenciar   el   movimiento   en  comunidad,   desde   la   expresión   carnavalera.   La   base   de   este   lenguaje   ha   sido   el     reconocimiento   de    nuestros  gustos  danzarios  mestizos  y  populares,  resignificando  ritmos  que  hemos  bailado  en  Fiestas  de  año   nuevo,   en   el   dieciocho   septiembre,   así   aparece   en     la   calle     la   cueca,   la   cumbia,   la   ranchera   en  formato   de   comparsa.   También   hemos   danzado     ritmos   base   del   tambor   chinchinero,   como   el     vals,  foxtrot,  baión,  donde  rescatamos  melodías  antiguas.  Nos  hemos  dado   la  posibilidad  de  bailar  músicas  que   escuchamos   por   décadas,   reactualizando   golgorios,   generando   unión   y   comunidad   mediante   el  paso  común  y  la  creación  colectiva  en  torno  a  la  danza.    Todo  esto  a  permitido  ir  fortaleciendo  procesos  identitarios  a  partir  de  la  hibridez  y  mestizaje  de  nuestra  cultura,    en  la  cual  se  expresa  la  diversidad  del  repertorio  de  bailes  en  la  fiesta  chilena.  En  toda  esta  ruta    he  sido  coreógrafa,  como  también  facilitadora                                                                                                                  1  Bombo  desarrollado  de  manera  genuina  en  el  centro  de  nuestro  territorio  (  Santiago-­‐  Valparaíso).  Su      ejecutante  es  un  músico  danzante,  su  forma  de    tocar  con  el  bombo  en  la  espalda  y  conectado  los  platillos  con  el  pie  de  su  ejecutante  es  un  saber  y  técnica  forjada  solo  en  estas  tierras.  

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de  coreografías  colectivas,  aprendizaje  que  potencia  valores  de  convivencia,  libertad  y  que  me  reafirma  el  derecho  a    sentir  que  todos  podemos  ser  creadores  y  danzantes  cuando  hay  necesidad  y  convicción.    

                                             La  Escuela  Chinchintirapié  ,  preparando  su  salida  en  el  Carnaval  Vamos  por  ancho  Camino,                                                      por  la  memoria  de  Víctor  Jara,  Los  Espejo  ,  2015    Ser  bailarín  carnavalero  en  Santiago  en  el  siglo  XXI,  es  ser  parte  de  un  movimiento  relativamente  nuevo  y  creciente  en  la  cultura  centrina  y  popular  de  Chile.  Ya  han  pasado    20  de  años  (1997-­‐2017)  en  el  cual  he  visto  como  se  han  ido  ampliando  la  diversidad  de  danzantes  de  manera  significativa  en  las  calles  de  Santiago.  En  el  año  2006,  uno  veía  samba,  afro  mandigue,  tinkus,  posteriormente  se  fueron  sumando  a  más   espacios   las   danzas   de   huaynos,   Caporales,   Tobas,   Morenedas,   y   ahora   en   el   2017   podemos  contemplar   Danzas   Gitanas,   Cumbiambas   (comparsas   de   cumbia),   danzas   afroperuanas,  madres   que  danzan  con  sus  bebes  en  brazos,  Tinkunazos  y  mixturas  nuevas.  Las  calles   florecen  de  bailarines  que  escogen  este  escenario    para  expresar  su  derecho  al  arte,    a  sentir,  a  expresar  y  resistir  un  modelo  que  atomiza  en  el  juego  del  consumismo,  la  individualidad  y  los  valores  del  capitalismo  descarnado.  

           Montaje  Wetripantu  ,  Escuela  Chinchintirapie,    Marcha  de  los  Pueblos  Originarios,    Santiago  ,2013    Todos   estas   comparsas   asisten   a   diversos   carnavales   que   son   convocados   por   comunidades  territoriales   los   cuales   nos   invitan   a   danzar,   a   carnavalear   con   diferentes   sentidos,     tales   como   el:  

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Carnaval   de   Wetripantu   –Intiraymi;   Carnaval   de   aniversarios   Poblacionales 2 ;   Mil   tambores   en  Valparaíso,  Carnaval  por  la  Tierra  en  Cartagena;  la  llegada  de  la  primavera  y  el  verano  en  la  población  la  Legua,  La  Pincoya;  el  carnaval  de  la  Challa  en  enero,  entre  tantas  convocatorias  que  existen.    En  fin  ser  bailarín  carnavalero  implica  asumir  una  convivencia  social  y  practica  danzaría  inclusiva  por  excelencia,   pues   todos   pueden   bailar.   Nuestra   danza   se   basa   en   la   construcción   de   comunidad,     una  aventura   que   permite   reafirmar   sentidos   rituales   y   políticos   ,fundamentos   que   nos   hacen   bailar   en  diversos  contextos  y  lugares.    Implica    vivir  y  reconocer  las  memorias  de  las    personas  en  sus  cuerpos,    sus  calles  y  territorios.    Es  vivir   la  experiencia  de  bailar  en  pasajes  chicos,  calles  grandes,  caminos  de  tierra,    con  adoquines,    con  hoyos,  en  día  de  sol   intenso   ,  o  fríos  caladores.  Significa  en  mí  ofrendar  la  danza   y   el   rito   del   carnavalear   en   comunidad   a   la   comunidad.   Es   reciprocidad   danzada,   experiencia  emancipadora  en  una  sociedad  enfocada  a  la  producción    y  especialización,  y  no  en  la  liberación  del  ser  humano  en  su   integralidad,   junto  a  otros  y  con  otros.  Ser  bailarín  carnavalero,  es    reconocer   la  danza  como  un  mecanismo  de  transformación  cultural  y      puente  para  promover  mayor  tejido  social,  implica  empoderarse   del   propio   cuerpo   desde   el   colectivo,   despertando   memorias   ancestrales,   mestizas   y  contemporáneas.  

                           Chinchintirapié,  Carnaval  de  la  Challa  2008  

                                                                                                                                                                 La  Cumbiamba  Caribe  ,  Santiago  2016  

                                                                                                                 2  El  Carnaval  de  Población  La  Victoria     es  uno  de   los  más   emblemáticos,     la  población     surge  de  una  toma  de  terreno  de  1957.    Y  celebran  su  aniversarios  desde  el  año  1958.    

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