BARBITURICOS

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CAPITULO VII CANCIÓN DE CUNA SINTÉTICA Fischer, von Mering y los barbitúricos La primera eclosión de Justus von Liebig fue relativamente pequeña. Apenas podía llamársele una verdadera explosión. Fue un simple accidente, que derramó un tarro de pintura en el taller de su padre en Darmstadt, Alemania. –Justus- reprochó papá von Liebig- , te he dicho que no juegues con las pinturas. ¿Por qué no te quedas en casa para estudiar tus libros? Justus, que contaba once años, se quitó una mancha de pintura que tenía en el pelo: -Papá, no quiero estudiar. Quiero trabajar contigo, mezclar pinturas y ayudarte. Pero papá pensaba que, consideradas todas las cosas, su negocio de pinturas marcharía mejor sin su ayuda y Justus fue enviado a la escuela, al Gymnasium, donde aprendería idiomas y matemáticas y se convertiría en un verdadero hombre de negocios. La segunda explosión fue infinitamente mejor. Ocurrió una tarde en 1819 y terminó bruscamente la estada de Justus en el Gymnasiun. -No sé qué contigo –declaró el profesor-. Fíjate en lo que ha hecho con tus horribles sustancias. Mira, la pared se ha agrietado, la ventana ha ido a parar a la calle. Durante meses has sido la pesadilla de tus profesores. Realmente debes ser una terrible preocupación para tus padres. ¿Qué crees que será de ti? -Yo –anunció Justus- seré químico. Y así volvió Justus a su casa; pero no se quedó allí mucho tiempo, porque su padre tenía otras ideas. -¿Químico? ¡Tonterías, muchacho! Haremos de ti un farmacéutico. Te voy a enviar a Heppenheim, donde ya arreglé todo para tu aprendizaje. La tercera explosión ocurrió diez meses después y esta vez el joven von Liebig quedó maravillado. Comenzó con un suave uuussh que levanto el tejado del desván de la farmacia, hizo volar las ventanas, arrancó las puertas de sus goznes y volteó al sorprendido aprendiz. De nuevo von Liebig, padre e hijo, se encontraron frente a frente: -Justus –preguntó el padre-, ¿Qué será de ti? ¿Por qué, por qué no podrás ser un buen aprendiz?

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CAPITULO VII

CANCIÓN DE CUNA SINTÉTICA

Fischer, von Mering y los barbitúricos

La primera eclosión de Justus von Liebig fue relativamente pequeña. Apenas podía llamársele una verdadera explosión. Fue un simple accidente, que derramó un tarro de pintura en el taller de su padre en Darmstadt, Alemania. –Justus- reprochó papá von Liebig- , te he dicho que no juegues con las pinturas. ¿Por qué no te quedas en casa para estudiar tus libros?Justus, que contaba once años, se quitó una mancha de pintura que tenía en el pelo: -Papá, no quiero estudiar. Quiero trabajar contigo, mezclar pinturas y ayudarte. Pero papá pensaba que, consideradas todas las cosas, su negocio de pinturas marcharía mejor sin su ayuda y Justus fue enviado a la escuela, al Gymnasium, donde aprendería idiomas y matemáticas y se convertiría en un verdadero hombre de negocios.La segunda explosión fue infinitamente mejor.Ocurrió una tarde en 1819 y terminó bruscamente la estada de Justus en el Gymnasiun.-No sé qué contigo –declaró el profesor-. Fíjate en lo que ha hecho con tus horribles sustancias. Mira, la pared se ha agrietado, la ventana ha ido a parar a la calle. Durante meses has sido la pesadilla de tus profesores. Realmente debes ser una terrible preocupación para tus padres. ¿Qué crees que será de ti?-Yo –anunció Justus- seré químico.Y así volvió Justus a su casa; pero no se quedó allí mucho tiempo, porque su padre tenía otras ideas.-¿Químico? ¡Tonterías, muchacho! Haremos de ti un farmacéutico. Te voy a enviar a Heppenheim, donde ya arreglé todo para tu aprendizaje.La tercera explosión ocurrió diez meses después y esta vez el joven von Liebig quedó maravillado. Comenzó con un suave uuussh que levanto el tejado del desván de la farmacia, hizo volar las ventanas, arrancó las puertas de sus goznes y volteó al sorprendido aprendiz.De nuevo von Liebig, padre e hijo, se encontraron frente a frente: -Justus –preguntó el padre-, ¿Qué será de ti? ¿Por qué, por qué no podrás ser un buen aprendiz?-Pero papá, no quiero ser farmacéutico sino químico.Así en 1820, Justus, que contaba con diecisiete años, entró en la Universidad de Bonn para estudiar ciencias, y las explosiones –o por lo menos las personas que se habían opuesto a ellas- se terminaron. Trabajó en Bonn el tiempo necesario para descubrir que en Alemania no podía aprender química. “En 1820 –escribió más tarde- el mejor laboratorio alemán no era tan siquiera una buena cocina.” Decidió trasladarse a París para unirse al grupo que se apiñaba alrededor del gran maestro francés Gay-Lussac.Una tarde en París, un hombre verdaderamente gigantesco apareció ante él y comenzó a hacerle preguntas: -¿En qué está usted trabajando?-En el fulminato de plata, señor –replicó Justus.-Bien, ¿Y qué ha descubierto?Justus se lo explicó, cortés pero con entusiastas detalles. El gigantesco desconocido parecía impresionado: -¡Ah, ha hecho usted algunos hallazgos¡ ¿Le agradaría venir a cenar conmigo el domingo? Hablaremos un poco más e esto.

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Llegó el domingo, y Justus, vistiendo su mejor traje, ardía de excitación cuando se le ocurrió un terrible pensamiento: ¿Quién era ese hombre? ¿Cómo se llamaba? ¿Dónde vivía? Justus había olvidado preguntarlo…El lunes por la mañana, cuando entró en el laboratorio, uno de los estudiantes corrió hacia él. –Von Liebig, ¿Dónde estuviste ayer? ¿Por qué no fuiste a cenar? ¡Te esperaron mucho tiempo!-Ya lo sé. Estoy terriblemente abochornado. Pero me olvidé de preguntar al hombre cómo se llamaba.-¿Te olvidaste? ¿Te olvidaste? ¿No sabías que fuiste invitado por el barón Von Humboldt, el más grande sabio del mundo?Von Liebig se arrancó el delantal, corrió a casa del sabio y explicó profusamente a Humboldt lo ocurrido. El gran hombre, muerto de risa, se dejó caer en la silla. Luego enjuagándose las lágrimas que corrían por su arrugado rostro, perdonó por completo al joven químico y lo invitó para el próximo domingo.Von Liebig no podía haber ganado un amigo más influyente, porque, en 1820, Friederich Alexander, barón de Von Humboldt, era un sabio sin par. Naturalista y geógrafo, había explorado el Amazonas y el Orinoco, escalado los Andes, y visitado México; había introducido en Europa productos exóticos de Sudamérica; había realizado brillantes investigaciones sobre temperaturas, historia natural, magnetismo, volcanes y rocas. Y cuando Justus Von Liebig se dispuso a dejar París, von Humboldt escribió cartas a personas importantes y obtuvo para su joven amigo el puesto de profesor de la vieja Universidad de Giessen.¿Profesor de química? Los veteranos menearon la cabeza. ¿Qué iba a ocurrir? ¡Química! ¿Qué ideas tendrían las autoridades de ese desagradable asunto maloliente, para nombrar un profesor?Además von Liebig no sabía como enseñar. Tenía tan sólo veintiún años y había muy pocos profesores de química en toda Europa. Pero el comenzó audazmente y pronto los otros profesores repararon en él. A los pocos años este genio convertía aquella pequeña universidad en el centro más interesante del mundo para aquellos que aspiraban a ser químicos. Acudieron estudiantes de todas partes a escuchar sus conferencias y observar su forma magistral de realizar experimentos.En 1831, uno de estos experimentos abrió un nuevo campo a la medicina (aunque la medicina no se dio cuenta entonces); Liebig haciendo burbujas gas cloro a través de alcohol obtuvo un líquido que denominó cloral. Después, tratando cloral con un álcali fuerte, obtuvo otro líquido que llamo cloroformo.

II

Por otra parte, Oscar Liebreich quería ser marinero. Oscar Liebreich, que al fin recogería la herencia de Liebig, no tenía el menor deseo de ser químico, médico, ni ninguna clase de hombre de ciencia.Hacía siete años del descubrimiento del cloral-cloroformo, cuando nació Liebreich, en Koenigsberg, en la Prusia oriental. Antes de que él hubiera cumplido los diez años, el cloroformo había sido introducido en cirugía como un maravilloso anestésico. La medicina sufrió una de sus más grandes evoluciones, l cirugía se convirtió en una bendición para la humanidad, y la química y las otras ciencias invadían todos los campos de la actividad humana. Pero Liebreich todavía quería ser marinero.

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Pero bastó un viaje para transformar al grumete Liebreich en Liebreich estudiante. Decidió que no le interesaba el mar y se convirtió en estudiante de química y más tarde de medicina.En 1838, cuatro años después de haber terminado los estudios en la facultad de medicina, se hallaba trabajando en Berlín buscando la aplicación de la química y de las sustancias químicas a curar enfermedades. Buscaba esencialmente una cura para e insomnio.En aquellos días no había ni media docena de opciones soporíferas, que fueran eficaces, no había ni tres que fueran inofensivas, y no había ni una sola que fuese ambas cosas a la vez: inofensiva y eficaz. Los bromuros eran demasiado débiles, y la morfina, éter, cloroformo, marihuana, haxix y una serie de otros muchos, peligrosísimos para usarlos noche tras noche sin la constante vigilancia de un médico.-Y el mejor –admitía Liebreich- es un golpe en la cabeza con un martillo. Probablemente es tan eficaz como cualquier otro.Pero debía haber alguna cosa: tenía que haberla. Tenía que haber alguna droga que el enfermo pudiese tomar fácilmente, que fuese una canción de cuna química para los pacientes insomnes, y que, por encima de todo fuese inofensiva. Liebreich el médico, se convirtió en Liebreich el químico, y partió en busca de una sustancia soporífera.En el informe de Justus von Liebig (hacía cerca de cuarenta años) había algunas posibilidades: mézclese alcohol y cloro para obtener cloral; trátese el cloral con un álcali para obtener cloroformo. “¡Alto! –Pensó Liebreich-, puedo usar esto. Cloral más álcali da cloroformo y el cloroformo hace dormir. ¿Qué ocurriría si introduzco un poco de cloral en la corriente sanguínea y dejo que el álcali de la sangre actúe sobre él? ¡Es una idea!”Así, Oscar Liebreich decidió convertir los vasos sanguíneos en tubos de ensayos. En la sangre hay álcali, aunque sólo en cantidades muy pequeñas, pero debe actuar sobre el cloral y transformarlo en cloroformo, que produce sueño. Debe actuar lo mismo que en el tubo de ensayo, pero con más lentitud. Debe producir cloroformo lentamente, durante muchas horas, debe hacer dormir a los enfermos y mantenerlos dormidos el tiempo que se quiera.Si él hubiera hecho primero lo más lógico, lo científico, la idea se hubiera malogrado. Si hubiera mezclado una pequeña cantidad de sangre con un poco de cloral en un tubo de ensayo para ver si se formaba algún cloroformo, hubiera abandonado su sueño, desilusionado. Fuere cual fuese su teoría, la sangre no transforma el cloral en cloroformo. Pero Liebreich no lo sabia.En lugar de hacer primero lo más lógico, en lugar de experimentar en un tubo de ensayo, comenzó por ensayar en animales: en grandes ranas. Les inyectaba bajo la piel una fracción de gota de cloral. Las ranas se quedaban rápidamente dormidas.-¡Ah! –exclamó-. Ya lo sabía, estos sujetos están prácticamente roncando. El cloral se transformó en cloroformo… ¡Magnífico!Cuando las ranas se despertaron y comenzaron a saltar de nuevo, con toda su actividad normal, Liebreich hizo el ensayo con conejos y perros. También se amodorraban en pocos minutos y de dormían; despertaban a las pocas horas, llenos de vida.Liebreich corría por las salas, con un frasco de cloral en la mano. En el hospital de la Charité, obtuvo permiso para ensayar su mágica poción soporífera. Primero, naturalmente, en enfermos locos; porque aun cuando murieran la pérdida no sería grande.

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En una cama yacía el loco Herr Stoekel, diagnosticado de epilepsia, que sufría además alucinaciones y profunda ansiedad. Temeroso de que su cama fuera pasto de las llamas, permanecía despierto día y noche. Los médicos querían que Herr Stoekel durmiera algo; por esto Oscar Liebreich le inyectó en un brazo veinte gotas de cloral mezcladas con un poco de agua.A los tres minutos, el paciente comenzó a bostezar y a parpadear.-No quiero dormir –murmuraba-. Váyase, por favor, váyase…A los diez minutos se le cerraron los ojos. Quiso abrirlos pero era demasiado trabajo.Al cabo de una hora Herr Stoekel estaba profundamente dormido. Ni pinchándolo con un alfiler reaccionaba. Durmió por espacio de tres horas, se despertó para comer, y después se durmió de nuevo.El epiléptico Herr Stoekel tomó tres veces el cloral, y otras tantas se sumió en el sueño que temía y tanto necesitaba. Después Liebreich dio inyecciones de cloral a una mujer de media edad cuyo cerebro iba perdiendo facultades de ido a una parálisis progresiva, y a una joven perseguida por horrendas alucinaciones.Todos dormían y todos despertaban frescos. Entonces los médicos, llenos de entusiasmo, ensayaron en otros pacientes; pacientes que no podían dormir debido a un dolor, preocupaciones o, simplemente, que no podían conciliar el sueño. Y el cloral lo hizo dormir a todos, noche tras noche, mientras recuperaban su fuerza y salud.Liebreich era feliz con estos resultados, estaba encantadote que su teoría hubiera resultado tan exacta. Meses más tarde, cuando se demostró que era completamente errónea, que el cloral no se transformaba en cloroformo, que realmente actuaba por si mismo, Liebreich no se afectó. E incluso cuando otro médico alemán probó que había empleado el cloral ocho años antes, pero que se había olvidado de anunciarlo, Liebreich no se sintió disminuido. Después de todo, era él, Oscar Liebreich, quien había dado al mundo un saporífero inofensivo.

III

Pero e cloral no era realmente una droga tan inofensiva como para entregarla al mundo. Además de sus propiedades de crear hábito, como la cocaína y la morfina, que hacía que sus adeptos ya no pudieran prescindir de él, tenía efectos secundarios peligrosos: a veces los pacientes tomaban cloral sin riesgo una o dos noches, e incluso una semana, pero lo tomaban una vez más y no despertaban. Tenía valor para los capitanes que necesitaban adormecer a un marinero y para aquellos que manejaban resortes ilegales, para ellos el cloral se convirtió en un famoso “narcótico en gotas”.Se convirtió en el arma ideal de suicidas y asesinos.Sin embargo, los médicos continuaron usando el cloral. “Con la tensión y el rápido ritmo de vida moderna –decían- el cloral proporciona el descanso necesario.” Este rápido ritmo era el de 1880.Además había hombres y mujeres enfermos que podían morirse si no dormían. Los médicos no disponían de otra cosa mejor que el cloral, aunque fuese peligroso y produjera habituación; pero esperaban encontrar algo mejor y sobre todo más inofensivo.Oscar Liebreich había anunciado el descubrimiento del cloral en 1869. En el mismo año, Emil Fischer, de diecisiete años, fue enviado por su padre a trabajar en un aserradero alemán. Así como el descubridor del cloral, von Liebig, empezó como comerciante, y como el que le dio aplicación, Liebreich, quería ser marinero, así

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también Emil Fischer empezó como traficante de madera. Y Fischer quería ser químico.Transcurrieron dos años antes de que el padre de Emil llegara a la amarga y desagradable conclusión de que su hijo no estaba hecho para los negocios.-¡Bah!, eres demasiado estúpido para ser comerciante –admitió-; sería mejor que fueses a una universidad. ¡Al fin eres un fracasado!Y de este modo, Emil Fischer que estaba destinado a ser uno de los más grandes químicos que el mundo vio jamás, fue a la Universidad de Bonn, donde Justus von Liebig había comenzado su carrera, y después a la Universidad de Estrasburgo. Estrasburgo era ahora, después de la guerra francoprusiana, una cuidad alemana alegre, brillante y llena de color. Los franceses al retirarse habían dejado en los cafés el “can-can” y los alemanes que llegaban traían enjambres de estudiantes ruidosos, bebedores de cerveza y amantes de lances amorosos. ¡Y profesores!¡Y que profesores vinieron a Estrasburgo en aquella época! Hombres como el inmortal Adolf von Baeyer, con su cómic cabeza de bola de billar y su manera de mesarse la barba; y Hoppe-Seyler, fundador de la nueva ciencia bioquímica; y von Krafft-Ebing, que trataba de explicar el enigma del sexo; y Oswald Schmiedberg, el más grande maestro de los investigadores de drogas. Estrasburgo era la ciudad universitaria alemana por excelencia e intoxicó al joven Fischer. Adoraba a sus profesores todo el día y se divertía con sus compañeros durante la noche. Cambió juramentos de eterna amistad con brillantes jóvenes venidos de todas partes del mundo, con el alegre Josef von Mering, quien manejaba mejor el sable que el tubo de ensayo, y con un ejército de primos que le visitaban de ve en cuando.Entre los profesores, Fischer admiraba a von Baeyer y cuando el gran investigador se trasladó a Berlín, el lo acompañó. Cuando von Baeyer se traslado a Munich, Fischer fue con él.Mientras tanto, Emil Fischer había hecho algo más que inclinarse ante el trono de los poderosos: había hecho descubrimientos propios, de un reactivo para los azucares llamado fenilhidracina (¡y qué insidiosamente peligroso era!), fórmulas de colorantes y nuevos modos de obtener la cafeína del café y la teobromina del cacao.Cuando cumplió treinta años, Fischer fue nombrado profesor y se separó de von Baeyer para ir a la Universidad de Erlangen. Pronto, hizo más descubrimientos: un método sorprendente para obtener azúcar sintético y para estudiar la estructura de los azucares con la ayuda de la fenilhidracina.“Ese joven Fischer –decía la gente- ya es famoso. Es uno de los cuatro o cinco mejores químicos del mundo, pero debería tener cuidado con la fenilhidracina. Es una sustancia nociva. No debería respirar sus vapores.”Tres años más tarde, Fischer se traslado a la Universidad de Würzburg, y ahora, estudiantes que tenían admiración por él, lo siguieron. Allí continuó la investigación sobre los azucares –compuestos que hasta entonces se habían considerado fuera del alcance de a química- y nuevos estudios sobre las sustancias químicas eliminadas por el riñón. Con la fama y el futuro asegurado, Fischer pensó que había llegado el momento de casarse y eligió a la hermosa y espiritual Agnes Gerlach, que pronto le dio tres robustos hijos.Finalmente, en 1892 le fue ofrecido el más alto honor que Alemania podía otorgar. Fue llamado a ocupar una cátedra en la más grande universidad alemana, en Berlín.Las investigaciones sobre azúcares continuaron, pero ahora Fischer se consagró a dilucidar dos de los más difíciles problemas químicos que se podían imaginar: el estudio de los fermentos y el de las proteínas. Había allí secretos enterrados durante millones de años en las células bacterianas, en la misteriosa acción de los jugos

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digestivos, en los componentes de la carne, la leche y los huevos –el secreto de la vida misma. Nadie se había atrevido aún a cultivar estos dos campos; nadie había dejado en ellos una huella. Pero Fischer estaba convencido de que estos complicados fermentos y proteínas eran sustancias químicas y no se dejaba amedrentar por ellas.Cuando comenzaba este nuevo trabajo le llegó la noticia de que había sido honrado con el Premio Nóbel de Química. Tenía ahora cincuenta años. “¡Ah! –Dijo-, si mi padre estuviera vivo para ver lo que la ha sucedido a su estúpido hijo…”Pero, de repente, Emil Fischer se hizo viejo, irritable y nervioso. Increpaba a sus discípulos sin motivo. Se hizo gruñón. Los vapores de fenilhidracina que había respirado durante años comenzaron a corroer su organismo. Y entonces, Josef von Mering se presento en el laboratorio.Von Mering había nacido en 1849 en Colonia, diez años antes de Fischer, y había estudiado medicina en Bonn, Greifswald y por último en Estrasburgo, donde él y Fischer se habían hecho grandes amigos. Poco después de la partida de Fischer a Berlín con von Baeyer, von Mering obtuvo su título de doctor en medicina y fue a esta ciudad y a Leipzig. Pero mientras las universidades y los laboratorios industriales hacían a Fischer magníficas ofertas, nadie se acordaba de von Mering.Von Mering quería ser médico, y de los bueno, pero su imaginación no estaba en eso. Si no hubiera sido por el diploma que adornaba su despacho, incluso sus escasos pacientes hubieran dudado de la validez de sus títulos.-¿Cómo es esto? –Preguntaba uno de ellos-, ¿No puede concentrarse en su trabajo? Me dice que saque la lengua y después me pregunta cómo se digiere el azúcar en el estómago.Es exactamente como usted dice –aseguraba otro-. Le pregunté cuál era la causa de mis jaquecas, y me dio una conferencia sobre el envenenamiento del perro por el nitro no sé qué.-¿Y sabe lo que hizo a mi mujer? La pobre estaba enferma del estómago y le describió cómo inyecta el alimento en las venas en lugar del estómago. ¡La puso todavía más enferma!Pero ¿Cómo podía von Mering dedicarse a este trabajo? ¿Cómo podía preocuparse por los dolores y molestias de sus pacientes cuando tantos misterios reclamaban su atención en el laboratorio? ¡Si al menos tuviese paciencia para escuchar las confidencias de los enfermos! Pero invariablemente los interrumpía para darles una conferencia sobre el valor de la investigación científica. Era una lastima, porque sus pacientes lo querían; había pocos que tuvieran su alegría, su constante buen humor.-No obstante –decían- necesitamos un médico que nos cure. Podemos reírnos sin pagar tanto.Así, el pobre von Mering –aunque se reía de todas estas bromas- no alcanzaba a vivir decorosamente. El único cargo que pudo conseguir y conservar, fue el insignificante puesto de “médico de baños” en el balneario de Salzschlirf y esto no duraba más que el verano.Pero su trabajo allí le hizo dar un paso decisivo en su vida. Allí encontró a María Fuxius y se casó con ella, y María –tan femenina, tierna y prudente durante el noviazgo- pronto se impuso a su marido.Volvieron a Estrasburgo y von Mering fue todo seriedad. Estimulado por su mujer, obtuvo por último un puesto de ayudante en el Instituto de Fisiología. Ahora podía olvidar los enfermos y dedicarse de lleno, con todo su entusiasmo, a los tubos de ensayos, conejos y perros.

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Más tarde confesó: -Realmente los enfermos me aburrían, ¿Qué saben ellos de la enfermedad? Pero ahora…Inició sus investigaciones con un estudio sobre el cloral de Oscar Liebreich y trató de descubrir cómo actuaba, causando para ello la muerte de miles de animales.-Pero ¿Cómo podré saberlo? –Se preguntaba-; el sueño está íntimamente ligado con la química del cerebro, de la cual ¡nadie sabe nada!Estudió la química del cerebro, y obtuvo resultados inexplicables; decidió comenzar el estudio de los venenos. Encontró un veneno, el nitrobenceno, que mataba a los perros produciéndoles diabetes. Después encontró otro, la floridcina, que producía el mismo efecto.-¡Extraordinario! –Exclamó-, he aquí dos sustancias químicas que producen diabetes en los perros. Pero, prácticamente, los perros nunca contraen diabetes. Y estas dos sustancias nunca se encuentran en los seres humanos que contraen diabetes. ¿Cuál es el significado de todo esto?Renunció a este problema, después que por sus contribuciones obtuvo el puesto de profesor ayudante, y volvió al cloral. -Es inútil ensayar el cloral en animales –dijo a María-. No pueden decirnos lo que sienten. Debemos trabajar con seres humanos.Los únicos pacientes que pudo conseguir fueron presos de la cárcel de Estrasburgo, y así alivió el aburrimiento de asesinos y ladrones haciéndolos dormir con cloral. Pronto obtuvo un derivado del cloral, el hidrato de amileno, y se considero a si mismo un experto en este asunto del sueño sintético.-Dentro de poco.-prometió- tendremos toda la respuesta al ministerio del sueñoPero la solución no era tan fácil, y por segunda vez abandonó el cloral y volvió a la diabetes. Halló otro modo de provocar esta enfermedad, esta vez no con una sustancia química sino con una simple operación. Con el cirujano Minkowski extrajo el páncreas de un perro e inmediatamente éste se volvió diabético y murió.Este experimento era mucho más importante que sus pequeños ensayos con nitrobenceno y floridcina. Si estos dos investigadores hubieran sido capaces de encontrar lo que posiblemente en el páncreas la diabetes…Los dioses de la ciencia fueron crueles con los diabéticos ese día, porque von Mering volvió a hacer experimentos con el cloral. En cambio fueron más amables con aquellos que imploraban el sueño.Un año más tarde le fue ofrecida a von Mering una buena situación y una cátedra en la Universidad de Halle. Naturalmente, Halle era una Universidad pequeña y de ningún modo podía competir con la de Estrasburgo, pero un puesto de profesor titular era para ser desdeñado. Y con la aquiescencia de María, lo aceptó.Durante nueve años, los grandes centros médicos no oyeron prácticamente nada, de Josef y Mará von Mering. Arrinconado en Halle, continuó sus trabajos, escribió un libro relativamente importante y fue adorado por sus discípulos y colegas. Empezaron a llamarle “el viejo von Mering”. “No es un gran investigador, pero Dios lo bendiga, siempre tiene una sonrisa y una palabra amistosa para todos. ¡Y las historias que cuenta!”Un día de 1903, von Mering se dio cuenta que se había metido en un problema demasiado grande para él. Tenía una idea asombrosa, pero no sabía que hacer con ella; se fue a Berlín, al gran laboratorio de la Gergenstrasse y allí volvió a encontrar a Emil Fischer.-¿Cómo esta usted, profesor Fischer? No sé si usted me recordará, pero yo venía…-¡Acordarme de ti –exclamó Fischer-, Josef von Mering! ¡Mi viejo y querido amigo! ¿De donde vienes? ¡Que contento estoy de verte! Pero, ¿Dónde has estado? ¿Qué

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has hecho? Vamos al despacho. Siéntate, Josef, siéntate. No te veo desde…¡Ah! ¡Ahora habla, cuéntame todo! Josef von Mering se había quedado sin habla. Por primera vez en su vida, este hombre que conocía y amaba todo el mundo se sintió embarazado. Sus ojos brillaban. –Emil, yo…yo no estaba seguro. Ahora eres famoso, premio Nóbel y todo. No sabía si me querías ver. Pensaba, tenía miedo de que estuvieras demasiado ocupado.-¿Demasiado ocupado? ¿Demasiado ocupado para verte? ¡Pero Josef! ¿De donde sacaste semejante idea? Ven, cerraremos el laboratorio y nos iremos a casa a comer. Tienes que ver a mis hijos, tres muchachotes, y después charlaremos de Estrasburgo. ¿Te acuerdas, Josef, de Estrasburgo? ¿Te acuerdas de aquellos tiempos, la cerveza, las canciones y las fiestas?... Ven, date prisa, tenemos que salir de aquí antes de que alguien me llame.Esa tarde charlaron, y charlaron durante horas de los viejos tiempos de Estrasburgo y de los nuevos de Berlín, de los viejos profesores muertos o desaparecidos y de los antiguos amigos y novias. Von Mering se sumergía en los recuerdos como en un rayo de sol. Por fin, y con esfuerzo, sacó a relucir el motivo de su visita.-Emil –le dijo-, sé que estás terriblemente ocupado, pero nadie sino tu puede ayudarme.-¿Ayudarte? Por supuesto, Josef. Esta mañana habías empezado a hablarme de eso. ¿Tienes algún disgusto en Halle? ¿Acaso necesitas un pequeño préstamo? ¿Qué puedo hacer?-No, no es nada de eso: Te explicaré –von Mering se inclinó hacia delante- ¿Sabes algo de hipnóticos?-¿Hipnóticos? Son píldoras, ¿No? ¿Algo para hacer dormir?-Exactamente. Supongo que a los químicos no os preocupa el sueño, pero es muy importante para nosotros los médicos. Algunas veces es imprescindible hacer dormir a un paciente, para curar su insomnio, o darle el descanso que necesita, para tranquilizarlo antes de una operación y hasta para calmar algunos tipos de demencia.Fischer movió la cabeza: -Comprendo. No había imaginado que era tan importante. Este sueño que tu quieres producir, algunas veces realmente salva vidas, ¿No?-¡Herr Gott, si! ¡Un buen hipnótico sería tan importante como un buen anestésico o una cura para alguna infección!-Bien, bien –contestó Fischer-. Todo esto es nuevo para mí. Tendré que decírselo a mis estudiantes. Les interesará.-Díselo –asintió von Mering-, pero diles que sólo un buen hipnótico tendrá ese valor. Y no existe tal cosa todavía. He aquí por qué he venido a verte: para conseguir un hipnótico.Fischer protestó: -Pero realmente, amigo mío, esto esta fuera de mí especialidad. No puedo sugerirte nada que ...-No hace falta. Mira, dame un lápiz y un trozo de papel y te mostraré.Rápidamente, von Mering escribió los nombres de las sustancias: bromuro potásico, alcohol, cloral, morfina, haxix, sulfonal y media docena más.-Aquí están los mejore productores de sueño de que disponemos, y cada uno de ellos tiene varias propiedades nocivas.-Bonito negocio dijo Fischer con desdén-, una docena de buenas drogas y ninguna de ellas buena del todo.-Exactamente –asintió von Mering-. Pero yo tengo la solución, la traje conmigo.-¿Lo encontraste ya? ¡Maravilloso! Déjame ver.

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Von Mering sacó de su bolsillo un arrugado y sucio papel y lo extendió ante Fischer: -He aquí el diagrama –dijo el gran químico-. Esta es la fórmula de mi compuesto químico, de mi pequeña canción de cuna sintética, que cantará al mundo para dormirlo ¡Y sin peligro alguno! Volvió a introducir la mano en el bolsillo y sacó un tubo lleno de cristales blancos. ¡Y aquí esta el producto!-Magnífico! –Exclamó Fischer-. Esto es un gran descubrimiento. Pero ¿Dónde entro yo?Von Mering vaciló un momento: Bien, mi gran descubrimiento, como tú le llamas, no da resultado. Alguna cosa hay en él que esta mal.-¿Qué?-Así es, Emil. La fórmula es correcta, pero el producto es ineficaz. No produce sueño.Fischer se hecho a reír: -Mi querido amigo –le dijo-, en realidad necesitas algo, pero yo no sé si necesitas un químico o un médico. ¡He aquí que haces el mejor polvo del mundo para dormir, y es tan bueno que te mantiene despierto! Ven Josef, dime…¿Qué ha ocurrido?Von Mering recogió el trozo de papel: -Esta es la sustancia que quiero preparar: ácido dietilbarbitúrico. Contiene estas dos partes productoras de sueño, urea y dos grupos etilo unidos al mismo átomo de carbono.-Bien, y ¿Cómo la obtuviste?Condensando urea y ácido dietilmalónico con oxicloruro de fósforo.-¿Con esas cosas, Josef? Eso no sirve. Nunca obtendrías esos polvos productores de sueño con esa mezcla. No me extraña que tus cristales no den resultado. Son una sustancia distinta. Déjame esa fórmula durante unos días. ¡Tú no necesitas un médico, Josef, necesitas un químico!Fischer salió del cuarto y se acercó a la escalera: -¡Alfred –llamó-, ven aquí!A los pocos minutos entró un joven en la habitación.-Josef –dijo Fischer-, éste es mi sobrino Alfred, Alfred Dilthey. Alfred, este es un viejo amigo mío de Estrasburgo, el profesor von Mering de Halle.-¿Cómo está usted, Alfred?-Herr profesor..-Alfred vive con nosotros –continuó Fischer- y me ayuda en el laboratorio; haremos de el un químico. Alfred, he aquí la fórmula del ácido dietilbarbitúrico. El profesor von Mering cree que puede ser muy valioso como soporífero, y vamos a obtenerlo para él…-Pero, tío Emil, usted dijo que tenía tanto trabajo que hacer que nosotros nunca…-¡Silencio, Alfred! –Fischer se volvió hacia von Mering -. Mi sobrino es nuevo entre nosotros. No sabe que cuando yo digo “nunca” quiero decir “nunca a menos que…” Por favor Alfred, sin comentarios. ¡Empezaremos mañana por la mañana!Von Mering había puesto su problema en las manos más capaces de Europa. Si había alguien capaz de obtener ácido dietilbarbitúrico , era Emil Fischer. Pero von Mering no podía adivinar que Fischer estaba agobiado de trabajo: sus investigaciones, problemas de organización, sus deberes de profesor y las visitas a los dignatarios. Von Mering simplemente vigilaba sorprendido cómo Fischer dirigía a su sobrino en la obtención de un nuevo productor de sueño. Por fin, Dilthey y su tío no solo el ácido dietilbarbitúrico, sino otros dieciocho compuestos análogos.-Aquí están –dijo Fischer- pero, en nombre del cielo, ¿Qué vas a hacer con ellos? Todos parecen iguales, tienen el mismo gusto y el mismo aspecto. ¿Cómo sabrás cuál de ellos es un buen medicamento?-Eso es trabajo mío –dijo von Mering-. Lo que el problema necesita ahora es un buen médico. ¡Y aquí es donde entro yo!

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Y comenzó a trabajar, ensayando cada una de las nuevas sustancias químicas en perros. Encontró que algunos de los productos no hacían efecto. Otros, eran tan peligrosos que producían un sueño del cual los perros nunca despertaban. Pero muchos que tenían algunas posibilidades: uno, que producía cuarenta horas de sueño; otro que hacía dormir durante veinticuatro horas; aquel, que producía ocho horas de sueño, seguidas por seis horas de semiinconsciencia. Pero el mejor grupo era, realmente, el ácido dietilbarbitúrico, el mismo compuesto que había estado buscando tanto tiempo. En los perros, producía ocho horas de sueño profundo del que despertaban frescos y llenos de vida.En marzo de 1903, los resultados fueron dados a conocer en un breve informe firmado por von Mering y Fischer. Describían los ensayos en perros, junto con unos pocos experimentos en seres humanos.Ellos habían decidido ya, que el compuesto no podía llamarse en el mercado con el nombre tan difícil de ácido dietilbarbitúrico. Por esto lo llamaron veronal, de la ciudad italiana de Verona que von Mering consideraba el lugar más tranquilo del mundo. El veronal fue el primero de una gran serie de nuevos soporíferos, los barbitúricos.En pocos años, otros investigadores fueron más allá en los barbitúricos y obtuvieron hipnóticos aun mejores y más inofensivos, drogas como el luminal o fenobarbital (que von Mering había pasado por alto en sus primeros ensayos) y otros muchos. Estos barbitúricos dieron a la medicina un instrumento de la mayor importancia; dieron al médico el control del sueño.Con sólo dos excepciones –el paraldehido usado en las primeras etapas del parto, y la avertina, combinación de paraldehido y bromo- estos esplendidos barbitúricos no tenían rival. Desalojaron al cloral, su ilustre predecesor. Si Fischer y von Mering hubieran sido supersticiosos les hubiera preocupado un momento el caso de Oscar Liebreich, que dio al mundo su primer gran productor de sueño, el cloral. Hubieran temblado al pensar que Liebreich murió con tan intensos dolores que tuvo que usar su propia droga para lograr unos últimos segundos de paz.Pero Fischer y von Mering eran investigadores. No eran en absoluto supersticiosos.Cinco años después del descubrimiento del veronal, von Mering fue a Italia para tomarse un merecido descanso y volvió con fuerte ataque de neumonía, guardó cama durante varias semanas sufriendo terribles angustias en el pecho y de la terrible agonía que le producía la gota que maldijo sus últimos años. Durante semanas permaneció así, en la agonía, hasta que la muerte lo liberó. El veronal alivió sus últimos días.Quedó Emil Fischer, pero Fischer no era supersticioso.Año tras año, este hombre eminente prosiguió su trabajo.La muerte de von Mering lo privó del placer de una renovada amistad, pero tenía mucho trabajo que hacer, mucho trabajo con los fermentos y las proteínas. Sólo que ahora le costaba cada vez más concentrarse en su labor. Los mortíferos vapores de la fenilhidracina, la sustancia química que había usado durante largos años, había hecho su funesto trabajo. Cada vez le era más difícil el sueño por la noche, no disputar con los amigos…Emil Fischer tenía sesenta y dos años cuando estalló la primera guerra mundial; ésta lo privó de su sobrino y colaborador Dilthey, que fue muerto por los cosacos, en Polonia. Y de su hijo Alfred, médico militar muerto de tifus en Rumania. Lo trastornó la muerte de su hijo Walter, que se suicidó. Le arrebató a sus amigos de Inglaterra, Francia y Estados Unidos y le quito también su ciencia.

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Al final la derrota de Alemania hizo pedazos su último sueño: la invencibilidad de su patria.Emil Fischer murió en 1919. El veronal suavizó el efecto de los venenos que habían devastado su cuerpo y su espíritu. El veronal lo introdujo en su último sueño.

EMIL FISCHER JOSEF VON MERING

VERONAL

FENOBARBITAL