Benito Perez Galdos - Marianela (1878)

142
Marianela Benito Pérez Galdós -I- Perdido Se puso el sol. Tras el breve crepúsculo vino tranquila y oscura la noche, en cuyo negro seno murieron poco a poco los últimos rumores de la tierra soñolienta, y el viajero siguió adelante en su camino, apresurando su paso a medida que avanzaba la noche. Iba por angosta vereda, de esas que sobre el césped traza el constante pisar de hombres y brutos, y subía sin cansancio por un cerro en cuyas vertientes se alzaban pintorescos grupos de guinderos (1) , hayas y robles. (Ya se ve que estamos en el Norte de España.) Era un hombre de mediana edad, de complexión [6] recia, buena talla, ancho de espaldas, resuelto de ademanes, firme de andadura, basto de facciones, de mirar osado y vivo, ligero a pesar de su regular obesidad, y (dígase de una vez aunque sea prematuro) excelente persona por doquiera que se le mirara. Vestía el traje propio de los señores acomodados que viajan en verano, con el redondo sombrerete, que debe a su fealdad el nombre de hongo, gemelos de campo pendientes de una correa, y grueso bastón que, entre paso y paso, le servía para apalear las zarzas cuando extendían sus ramas llenas de afiladas uñas para atraparle la ropa. Detúvose, y mirando a todo el círculo del horizonte, parecía impaciente y desasosegado. Sin duda no tenía gran confianza en la exactitud de su itinerario y aguardaba el paso de algún aldeano que le diese buenos informes topográficos para llegar pronto y derechamente a su destino. -No puedo equivocarme -murmuró-. Me dijeron que atravesara el río por la pasadera... así lo hice. Después que marchara adelante, siempre adelante. En efecto, allá, detrás de mí queda esa apreciable villa, a quien yo llamaría Villafangosa por el buen surtido de lodos que hay en sus calles y caminos... De modo que [7] por aquí, adelante,

Transcript of Benito Perez Galdos - Marianela (1878)

Marianela

MarianelaBenito Prez Galds

HYPERLINK "http://cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/672615491575511213919536/p0000001.htm" \l "3#3"

-I-

Perdido

Se puso el sol. Tras el breve crepsculo vino tranquila y oscura la noche, en cuyo negro seno murieron poco a poco los ltimos rumores de la tierra soolienta, y el viajero sigui adelante en su camino, apresurando su paso a medida que avanzaba la noche. Iba por angosta vereda, de esas que sobre el csped traza el constante pisar de hombres y brutos, y suba sin cansancio por un cerro en cuyas vertientes se alzaban pintorescos grupos de guinderos (1), hayas y robles. (Ya se ve que estamos en el Norte de Espaa.)

Era un hombre de mediana edad, de complexin [6] recia, buena talla, ancho de espaldas, resuelto de ademanes, firme de andadura, basto de facciones, de mirar osado y vivo, ligero a pesar de su regular obesidad, y (dgase de una vez aunque sea prematuro) excelente persona por doquiera que se le mirara. Vesta el traje propio de los seores acomodados que viajan en verano, con el redondo sombrerete, que debe a su fealdad el nombre de hongo, gemelos de campo pendientes de una correa, y grueso bastn que, entre paso y paso, le serva para apalear las zarzas cuando extendan sus ramas llenas de afiladas uas para atraparle la ropa.

Detvose, y mirando a todo el crculo del horizonte, pareca impaciente y desasosegado. Sin duda no tena gran confianza en la exactitud de su itinerario y aguardaba el paso de algn aldeano que le diese buenos informes topogrficos para llegar pronto y derechamente a su destino.

-No puedo equivocarme -murmur-. Me dijeron que atravesara el ro por la pasadera... as lo hice. Despus que marchara adelante, siempre adelante. En efecto, all, detrs de m queda esa apreciable villa, a quien yo llamara Villafangosa por el buen surtido de lodos que hay en sus calles y caminos... De modo que [7] por aqu, adelante, siempre adelante... (me gusta esta frase, y si yo tuviera escudo no le pondra otra divisa) he de llegar a las famosas minas de Socartes.

Despus de andar largo trecho, aadi:

-Me he perdido, no hay duda de que me he perdido... Aqu tienes, Teodoro Golfn, el resultado de tu adelante, siempre adelante. Estos palurdos no conocen el valor de las palabras. O han querido burlarse de ti, o ellos mismos ignoran dnde estn las minas de Socartes. Un gran establecimiento minero ha de anunciarse con edificios, chimeneas, ruido de arrastres, resoplido de hornos, relincho de caballos, trepidacin de mquinas, y yo no veo, ni huelo, ni oigo nada... Parece que estoy en un desierto... qu soledad! Si yo creyera en brujas, pensara que mi destino me proporcionaba esta noche el honor de ser presentado a ellas... Demonio!, pero no hay gente en estos lugares?... An falta media hora para la salida de la luna. Ah!, bribona, t tienes la culpa de mi extravo... Si al menos pudiera conocer el sitio donde me encuentro... Pero qu ms da? (Al decir esto, hizo un gesto propio del hombre esforzado que desprecia los peligros). Golfn, t que has dado la vuelta al mundo, te acobardars ahora?... Ah!, los aldeanos tenan razn: adelante, [8] siempre adelante. La ley universal de la locomocin no puede fallar en este momento.

Y puesta denodadamente en ejecucin aquella osada ley, recorri un kilmetro, siguiendo a capricho las veredas que le salan al paso y se cruzaban y se quebraban en ngulos mil, cual si quisiesen engaarle y confundirle ms. Por grande que fuera su resolucin e intrepidez, al fin tuvo que pararse. Las veredas, que al principio suban, luego empezaron a bajar, enlazndose; y al fin bajaron tanto, que nuestro viajero hallose en un talud, por el cual slo habra podido descender echndose a rodar.

-Bonita situacin! -exclam sonriendo y buscando en su buen humor lenitivo a la enojosa contrariedad-. En dnde ests, querido Golfn? Esto parece un abismo. Ves algo all abajo? Nada, absolutamente nada... pero el csped ha desaparecido, el terreno est removido. Todo es aqu pedruscos y tierra sin vegetacin, teida por el xido de hierro... Sin duda estoy en las minas... pero ni alma viviente, ni chimeneas humeantes, ni ruido, ni un tren que murmure a lo lejos, ni siquiera un perro que ladre... Qu har?, hay por aqu una vereda que vuelve a subir. Seguirela? Desandar lo andado?... Retroceder! Qu absurdo! [9] O yo dejo de ser quien soy, o llegar esta noche a las famosas minas de Socartes y abrazar a mi querido hermano. Adelante, siempre adelante.

Dio un paso y hundiose en la frgil tierra movediza.

-Esas tenemos, seor planeta?... Con que quiere usted tragarme?... Si ese holgazn satlite quisiera alumbrar un poco, ya nos veramos las caras usted y yo... Y a fe que por aqu abajo no hemos de ir a ningn paraso. Parece esto el crter de un volcn apagado... Hay que andar suavemente por tan delicioso precipicio. Qu es esto? Ah! Una piedra; magnfico asiento para echar un cigarro, esperando a que salga la luna.

El discreto Golfn se sent tranquilamente como podra haberlo hecho en el banco de un paseo; y ya se dispona a fumar, cuando sinti una voz... s, indudablemente era una voz humana que lejos sonaba, un quejido pattico, mejor dicho, melanclico canto, formado de una sola frase, cuya ltima cadencia se prolongaba apianndose en la forma que los msicos llamaban morendo, y que se apagaba al fin en el plcido silencio de la noche, sin que el odo pudiera apreciar su vibracin postrera. [10]-Vamos -dijo el viajero lleno de gozo-, humanidad tenemos. Ese es el canto de una muchacha; s, es voz de mujer, y voz preciossima. Me gusta la msica popular de este pas... Ahora calla... Oigamos, que pronto ha de volver a empezar... Ya, ya suena otra vez. Qu voz tan bella, qu meloda tan conmovedora! Creerase que sale de las profundidades de la tierra y que el seor de Golfn, el hombre ms serio y menos supersticioso del mundo, va a andar en tratos ahora con los silfos, ondinas, gnomos, hadas y toda la chusma emparentada con la loca de la casa... Pero, si no me engaa el odo, la voz se aleja... La graciosa cantora se va... Eh! Muchacha, aguarda, detn el paso.

La voz, que durante breve rato haba regalado con encantadora msica el odo del hombre extraviado, se iba perdiendo en la inmensidad tenebrosa, y a los gritos de Golfn, el canto extinguiose por completo. Sin duda la misteriosa entidad gnmica, que entretena su soledad subterrnea cantando tristes amores, se haba asustado de la brusca interrupcin del hombre, huyendo a las ms hondas entraas de la tierra, donde moran, avaras de sus propios fulgores, las piedras preciosas.

-Esta es una situacin divina -murmur Golfn, considerando que no poda hacer mejor cosa que dar lumbre a su cigarro-. No hay mal que cien aos dure. Aguardemos fumando. Me he lucido con querer venir solo y a pie a las minas de Socartes. Mi equipaje habr llegado primero, lo que prueba de un modo irrebatible las ventajas del adelante, siempre adelante.

Moviose entonces ligero vientecillo, y Teodoro crey sentir pasos lejanos en el fondo de aquel desconocido o supuesto abismo que ante s tena. Puso atencin y no tard en adquirir la certeza de que alguien andaba por all. Levantndose, grit:

-Muchacha, hombre, o quien quiera que seas, se puede ir por aqu a las minas de Socartes?

No haba concluido, cuando oyose el violento ladrar de un perro, y despus una voz de hombre, que dijo:

-Choto, Choto, ven aqu.

-Eh! -grit el viajero-. Buen amigo, muchacho de todos los demonios, o lo que quiera que seas, sujeta pronto ese perro, que yo soy hombre de paz!

-Choto, Choto!

Golfn vio que se le acercaba un perro negro y grande; mas el animal, despus de gruir junto a l, retrocedi llamado por su [12] amo. En tal punto y momento, el viajero pudo distinguir una figura, un hombre, que inmvil y sin expresin, cual mueco de piedra, estaba en pie a distancia como de diez varas ms abajo de l, en una vereda trasversal que apareca irregularmente trazada por todo lo largo del talud. Este sendero y la humana figura detenida en l llamaron vivamente la atencin de Golfn, que dirigiendo gozosa mirada al cielo, exclam:

-Gracias a Dios!, al fin sali esa loca. Ya podemos saber dnde estamos. No sospechaba yo que tan cerca de m existiera esta senda... Pero si es un camino... Hola!, amiguito, puede usted decirme si estoy en las minas de Socartes?

-S, seor, estas son las minas de Socartes, aunque estamos un poco lejos del establecimiento.

La voz que esto deca era juvenil y agradable, y resonaba con las simpticas inflexiones que indican una disposicin a prestar servicios con buena voluntad y cortesa. Mucho gust al doctor orla, y ms an observar la dulce claridad que, difundindose por los espacios antes oscuros, haca revivir cielo y tierra, cual si se los sacara de la nada.

-Fiat lux -dijo descendiendo-. Me parece [13] que acabo de salir del caos primitivo. Ya estamos en la realidad... Bien, amiguito, doy a usted gracias por las noticias que me ha dado y las que an ha de darme... Sal de Villamojada al ponerse el sol. Dijronme que adelante, siempre adelante...

-Va usted al establecimiento? -pregunt el misterioso joven, permaneciendo inmvil y rgido, sin mirar al doctor, que ya estaba cerca.

-S, seor; pero sin duda equivoqu el camino.

-Esta no es la entrada de las minas. La entrada es por la pasadera de Rabagones, donde est el camino y el ferro-carril en construccin. Por all hubiera usted llegado en diez minutos al establecimiento. Por aqu tardaremos ms, porque hay bastante distancia y muy mal camino. Estamos en la ltima zona de explotacin, y hemos de atravesar algunas galeras y tneles, bajar escaleras, pasar trincheras, remontar taludes, descender el plano inclinado; en fin, recorrer todas las minas de Socartes desde un extremo, que es este, hasta el otro extremo, donde estn los talleres, los hornos, las mquinas, el laboratorio y las oficinas.

-Pues a fe ma que ha sido floja mi equivocacin -dijo Golfn riendo. [14]-Yo le guiar a usted con mucho gusto, porque conozco estos sitios perfectamente.

Golfn, hundiendo los pies en la tierra, resbalando aqu y bailoteando ms all, toc al fin el benfico suelo de la vereda, y su primera accin fue examinar al bondadoso joven. Breve rato estuvo el doctor dominado por la sorpresa.

-Usted... -murmur.

-Soy ciego, s, seor -aadi el joven-; pero sin vista s recorrer de un cabo a otro las minas de Socartes. El palo que uso me impide tropezar, y Choto me acompaa, cuando no lo hace la Nela, que es mi lazarillo. Con que sgame usted y djese llevar. [15]

HYPERLINK "http://cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/672615491575511213919536/p0000001.htm" \l "4#4"

-II-

Guiado

-Ciego de nacimiento? -dijo Golfn con vivo inters que no era slo inspirado por la compasin.

-S, seor, de nacimiento -repuso el ciego con naturalidad. No conozco el mundo ms que por el pensamiento, el tacto y el odo. He podido comprender que la parte ms maravillosa del universo es esa que me est vedada. Yo s que los ojos de los dems no son como estos mos, sino que por s conocen las cosas; pero este don me parece tan extraordinario, que ni siquiera comprendo la posibilidad de poseerlo.

-Quin sabe... -manifest Teodoro- pero qu es esto que veo, amigo mo, qu sorprendente espectculo es este?

El viajero, que haba andado algunos pasos junto a su gua, se detuvo asombrado de la fantstica perspectiva que se ofreca ante sus [16] ojos. Hallbase en un lugar hondo, semejante al crter de un volcn, de suelo irregular, de paredes ms irregulares an. En los bordes y en el centro de la enorme caldera, cuya magnitud era aumentada por el engaoso claro-oscuro de la noche, se elevaban figuras colosales, hombres disformes, monstruos volcados y patas arriba, brazos inmensos desperezndose, pies truncados, desparramadas figuras semejantes a las que forma el caprichoso andar de las nubes en el cielo; pero quietas, inmobles, endurecidas. Era su color el de las momias, un color terroso tirando a rojo; su actitud la del movimiento febril sorprendido y atajado por la muerte. Pareca la petrificacin de una orga de gigantescos demonios; y sus manotadas, los burlones movimientos de sus desproporcionadas cabezas haban quedado fijos como las inalterables actitudes de la escultura. El silencio que llenaba el mbito del supuesto crter era un silencio que daba miedo. Creerase que mil voces y aullidos haban quedado tambin hechos piedra, y piedra eran desde siglos de siglos.

-En dnde estamos, buen amigo? -dijo Golfn-. Esto es una pesadilla.

-Esta zona de la mina se llama la Terrible -repuso el ciego indiferente al estupor de su compaero de camino-. Ha estado en explotacin [17] hasta que hace dos aos se agot el mineral de calamina. Hoy los trabajos se hacen en otras zonas que hay ms arriba. Lo que a usted le maravilla son los bloques de piedra que llaman cretcea y de arcilla ferruginosa endurecida que han quedado despus de sacado el mineral. Dicen que esto presenta un golpe de vista sublime, sobre todo a la luz de la luna. Yo de nada de eso entiendo.

-Espectculo asombroso, s -dijo el forastero detenindose en contemplarlo-, pero que a m antes me causa espanto que placer, porque lo asocio al recuerdo de mis neuralgias. Sabe usted lo que me parece? Me parece que estoy viajando por el interior de un cerebro atacado de violentsima jaqueca. Estas figuras son como las formas perceptibles que afecta el dolor cefallgico, confundindose con los terrorficos bultos y sombrajos que engendra la fiebre.

-Choto, Choto, aqu! -dijo el ciego-. Caballero, mucho cuidado ahora, que vamos a entrar en una galera.

En efecto, Golfn vio que el ciego, tocando el suelo con su palo, se diriga hacia una puertecilla estrecha, cuyo marco eran tres gruesas vigas.

El perro entr primero olfateando la negra [18] cavidad. Siguole el ciego con la impavidez de quien vive en perpetuas tinieblas. Teodoro fue detrs, no sin experimentar cierta repugnancia instintiva hacia la importuna excursin bajo la tierra.

-Es pasmoso -dijo- que usted entre y salga por aqu sin tropiezo.

-Me he criado en estos sitios y los conozco como mi propia casa. Aqu se siente fro; abrguese usted si tiene con qu. No tardaremos mucho en salir.

Iba palpando con su mano derecha la pared, formada de vigas perpendiculares. Despus dijo:

-Cuide usted de no tropezar en los carriles que hay en el suelo. Por aqu se arrastra el mineral de las pertenencias de arriba. Tiene usted fro?

-Diga usted, buen amigo -interrog el doctor festivamente-. Est usted seguro de que no nos ha tragado la tierra? Este pasadizo es un esfago. Somos pobres bichos que hemos cado en el estmago de un gran insectvoro. Y usted, joven, se pasea mucho por estas amenidades?

-Mucho paseo por aqu a todas horas, y me agrada extraordinariamente. Ya hemos entrado en la parte ms seca. Esto es arena [19] pura... Ahora vuelve la piedra... Aqu hay filtraciones de agua sulfurosa; por aqu una capa de tierra, en que se encuentran conchitas de piedra... Tambin hay capas de pizarra: esto llaman esquistos... Oye usted cmo canta el sapo? Ya estamos cerca de la boca. All se pone ese holgazn todas las noches. Le conozco; tiene una voz ronca y pausada.

-Quin, el sapo?

-S, seor. Ya nos acercamos al fin.

-En efecto; all veo como un ojo que nos mira. Es la claridad de la boca.

Cuando salieron, el primer accidente que hiri los sentidos del doctor, fue el canto melanclico que haba odo antes. Oyolo tambin el ciego; volviose bruscamente y dijo sonriendo con placer y orgullo:

-La oye usted?

-Antes o esa voz y me agrad sobremanera. Quin es la que canta?...

En vez de contestar, el ciego se detuvo, y dando al viento la voz con toda la fuerza de sus pulmones, grit:

-Nela!... Nela!

Ecos sonorosos, prximos los unos, lejanos otros, repitieron aquel nombre.

El ciego, ponindose las manos en la boca en forma de bocina, grit: [20]-No vengas, que voy all. Esprame en la herrera... en la herrera!

Despus, volvindose al doctor, le dijo:

-La Nela es una muchacha que me acompaa; es mi lazarillo. Al anochecer volvamos juntos del prado grande... haca un poco de fresco. Como mi padre me ha prohibido que ande de noche sin abrigo, metime en la cabaa de Romolinos, y la Nela corri a mi casa a buscarme el gabn. Al poco rato de estar en la cabaa, acordeme de que un amigo haba quedado en esperarme en casa; no tuve paciencia para aguardar a la Nela, y sal con Choto. Pasaba por la Terrible, cuando le encontr a usted... Pronto llegaremos a la herrera. All nos separaremos, porque mi padre se enoja cuando entro tarde en casa, y ella le acompaar a usted hasta las oficinas.

-Muchas gracias, amigo mo.

El tnel les haba conducido a un segundo espacio ms singular que el anterior. Era una profunda grieta abierta en el terreno, a semejanza de las que resultan de un cataclismo; pero no haba sido abierta por las palpitaciones fogosas del planeta, sino por el laborioso azadn del minero. Pareca el interior de un gran buque nufrago, tendido sobre la playa, y a quien las olas hubieran quebrado por la [21] mitad, doblndole en un ngulo obtuso. Hasta se podan ver sus descarnados costillajes, cuyas puntas coronaban en desigual fila una de las alturas. En la concavidad panzuda distinguanse grandes piedras, como restos de carga maltratados por las olas; y era tal la fuerza pictrica del claro-oscuro de la luna, que Golfn crey ver, entre mil despojos de cosas nuticas, cadveres medio devorados por los peces, momias, esqueletos, todo muerto, dormido, semi-descompuesto y profundamente tranquilo, cual si por mucho tiempo morara en la inmensa sepultura del mar.

La ilusin fue completa cuando sinti rumor de agua, un chasquido semejante al de las olas mansas cuando juegan en los huecos de una pea o azotan el esqueleto de un buque nufrago.

-Por aqu hay agua -dijo a su compaero.

-Ese ruido que usted siente -replic el ciego detenindose- y que parece... cmo lo dir? no es verdad que parece ruido de grgaras, como el que hacemos cuando nos curamos la garganta?

-Exactamente. Y dnde est ese buche de agua? Es algn arroyo que pasa?

-No, seor. Aqu, a la izquierda, hay una loma. Detrs de ella se abre una gran boca, [22] una sima, un abismo cuyo fin no se sabe. Se llama la Trascava. Algunos creen que va a dar al mar por junto a Ficbriga. Otros dicen que por el fondo de l corre un ro que est siempre dando vueltas y ms vueltas, como una rueda, sin salir nunca fuera. Yo me figuro que ser como un molino. Algunos dicen que hay all abajo un resoplido de aire que sale de las entraas de la tierra, como cuando silbamos, el cual resoplido de aire choca contra un chorro de agua, se ponen a reir, se engrescan, se enfurecen y producen ese hervidero que omos de fuera.

-Y nadie ha bajado a esa sima?

-No se puede bajar sino de una manera.

-Cmo?

-Arrojndose a ella. Los que han entrado no han vuelto a salir, y es lstima, porque nos hubieran dicho qu pasaba all dentro. La boca de esa caverna hllase a bastante distancia de nosotros; pero hace dos aos los mineros, cavando en este sitio, descubrieron una hendidura en la pea, por la cual se oye el mismo hervor de agua que por la boca principal. Esta hendidura debe comunicar con las galeras de all dentro, donde est el resoplido que sube y el chorro que baja. De da podr usted verla perfectamente, pues basta trepar [23] un poco por las piedras del lado izquierdo, para llegar hasta ella. Hay un cmodo asiento. Algunas personas tienen miedo de acercarse; pero la Nela y yo nos sentamos all muy a menudo a or cmo resuena la voz del abismo. Y efectivamente, seor, parece que nos hablan al odo. La Nela dice y jura que oye palabras, que las distingue claramente. Yo, la verdad, nunca he odo palabras; pero s un murmullo como soliloquio o meditacin, que a veces parece triste, a veces alegre, a veces colrico, a veces burln.

-Pues yo no oigo sino ruido de grgaras -dijo el doctor riendo.

-As parece desde aqu... Pero no nos retardemos, que es tarde. Preprese usted a pasar otra galera.

-Otra?

-S, seor. Y sta, al llegar a la mitad se divide en dos. Hay despus un laberinto de vueltas y revueltas, porque se hicieron galeras que despus quedaron abandonadas, y aquello est como Dios quiere. Choto, adelante.

Choto se meti por un agujero, como hurn que persigue al conejo, y siguironle el doctor y su gua, que tentaba con su palo el tortuoso, estrecho y lbrego camino. Nunca el sentido del tacto haba tenido ms delicadeza [24] y finura, prolongndose desde la epidermis humana hasta un pedazo de madera insensible. Avanzaron, describiendo primero una curva, despus ngulos y ms ngulos, siempre entre las dos paredes de tablones hmedos y medio podridos.

-Sabe usted a lo que me parece esto? -dijo el doctor, conociendo que los smiles agradaban a su gua-. Pues se me parece a los pensamientos del hombre perverso. Parece que somos la intuicin del malo, cuando penetra en su conciencia para verse en toda su fealdad.

Crey Golfn que se haba expresado en lenguaje poco inteligible para el ciego; mas ste probole lo contrario, diciendo:

-Para el que posee ese reino desconocido de la luz, estas galeras deben de ser tristes; pero yo, que vivo en tinieblas, hallo aqu cierta conformidad de la tierra con mi propio ser. Yo ando por aqu como usted por la calle ms ancha. Si no fuera porque unas veces es escaso el aire y otras la humedad excesiva, preferira estos lugares subterrneos a todos los dems lugares que conozco.

-Esto es la idea de la meditacin.

-Yo siento en mi cerebro un paso, un agujero lo mismo que este por donde voy, y por [25] l corren mis ideas desarrollndose magnficamente.

-Oh! cun lamentable cosa es no haber visto nunca la bveda azul del cielo en pleno da! -exclam el doctor con espontaneidad suma-. Dgame usted, este conducto donde las ideas de usted se desarrollan magnficamente, no se acaba nunca?

-Ya, ya pronto estaremos fuera... Dice usted que la bveda del cielo...? Ah! Ya me figuro que ser una concavidad armoniosa, a la cual parece que podremos alcanzar con las manos, sin poder hacerlo realmente.

Al decir esto, salieron; Golfn, respirando con placer y fuerza, como el que acaba de soltar un gran peso, exclam mirando al cielo:

-Gracias a Dios que os vuelvo a ver, estrellitas del firmamento. Nunca me habis parecido ms lindas que en este instante.

-Al pasar -dijo el ciego, alargando su mano que mostraba una piedra- he cogido este pedazo de caliza cristalizada; sostendr usted que estos cristalitos que mi tacto halla tan bien cortados, tan finos, y tan bien pegados los unos a los otros no son una cosa muy bella? Al menos a m me lo parece.

Dicindolo, desmenuzaba los cristales.

-Amigo querido -dijo Golfn con emocin [26] y lstima- es verdaderamente triste que usted no pueda conocer que ese pedruzco (2) no merece la atencin del hombre, mientras est suspendido sobre nuestras cabezas el infinito rebao de maravillosas luces que llenan la bveda del cielo.

El ciego volvi su rostro hacia arriba, y dijo con profunda tristeza:

-Es verdad que exists, estrellas?

-Dios es inmensamente grande y misericordioso -observ Golfn, poniendo su mano sobre el hombro de su acompaante-. Quin sabe, quin sabe, amigo mo... Se han visto, se ven todos los das casos muy raros.

Mientras esto deca, le miraba de cerca, tratando de examinar a la escasa claridad de la noche las pupilas del joven. Fijo y sin mirada, el ciego volva sonriendo su rostro hacia donde sonaba la voz del doctor.

-No tengo esperanza -murmur.

Haban salido a un sitio despejado. La luna, ms clara a cada rato, iluminaba praderas ondulantes y largos taludes, que parecan las escarpas de inmensas fortificaciones. A la izquierda y a regular altura vio el doctor un grupo de blancas casas en el mismo borde de la vertiente.

-Aqu a la izquierda -dijo el ciego- est [27] mi casa. All arriba... sabe usted? Aquellas tres casas es lo que queda del lugar de Aldeacorba de Suso: lo dems ha sido expropiado en diversos aos para beneficiar el terreno; todo aqu debajo es calamina. Nuestros padres vivan sobre miles de millones sin saberlo.

Esto deca, cuando se vino corriendo hacia ellos una muchacha, una nia, una chicuela, de ligersimos pies y menguada estatura.

-Nela, Nela -dijo el ciego-. Me traes el abrigo?

-Aqu est -repuso la muchacha ponindole un capote sobre los hombros.

-sta es la que cantaba?... Sabes que tienes una preciosa voz?

-Oh! -exclam el ciego con candoroso acento de encomio -canta admirablemente-. Ahora, Mariquilla, vas a acompaar a este caballero hasta las oficinas. Yo me quedo en casa. Ya siento la voz de mi padre que baja a buscarme. Me reir de seguro... All voy, all voy!

-Retrese usted pronto, amigo -dijo Golfn estrechndole la mano-. El aire es fresco y puede hacerle dao. Muchas gracias por la compaa. Espero que seremos amigos, porque estar aqu algn tiempo... Yo soy hermano de Carlos Golfn, el ingeniero de estas minas.

-Ah!... ya... D. Carlos es muy amigo de [28] mi padre y mo: le espera a usted desde ayer.

-Llegu esta tarde a la estacin de Villamojada... dijronme que Socartes estaba cerca y que poda venirme a pie. Como me gusta ver el paisaje y hacer ejercicio, y como me dijeron que adelante, siempre adelante, ech a andar, mandando mi equipaje en un carro. Ya ve usted cmo me perd... pero no hay mal que por bien no venga... le he conocido a usted y seremos amigos, quizs muy amigos... Vaya, adis; a casa pronto, que el fresco de Setiembre no es bueno. Esta seora Nela tendr la bondad de acompaarme.

-De aqu a las oficinas no hay ms que un cuarto de hora de camino... poca cosa... Cuidado no tropiece usted en los rails (3); cuidado al bajar el plano inclinado. Suelen dejar los vagonetes sobre la va... y con la humedad, la tierra est como jabn... Adis, caballero y amigo mo. Buenas noches.

Subi por una empinada escalera abierta en la tierra y cuyos peldaos estaban reforzados con vigas. Golfn sigui adelante, guiado por la Nela. Lo que hablaron merecer captulo aparte? Por si acaso, se lo daremos. [29]

HYPERLINK "http://cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/672615491575511213919536/p0000001.htm" \l "5#5"

-III-

Un dilogo que servir de exposicin

-Aguarda, hija, no vayas tan a prisa -dijo Golfn detenindose- djame encender un cigarro.

Estaba tan serena la noche, que no necesit emplear las precauciones que generalmente adoptan contra el viento los fumadores. Encendido el cigarro, acerc la cerilla al rostro de la Nela, diciendo con bondad:

-A ver, ensame tu cara.

Mirbale la muchacha con asombro, y sus negros ojuelos brillaron con un punto rojizo, como chispa, en el breve instante que dur la luz del fsforo. Era como una nia, pues su estatura deba contarse entre las ms pequeas, correspondiendo a su talle delgadsimo y a su busto mezquinamente constituido. Era como una jovenzuela, pues sus ojos no tenan el mirar propio de la infancia, y su cara revelaba [30] la madurez de un organismo en que ha entrado o debido entrar el juicio. A pesar de esta desconformidad, era admirablemente proporcionada, y su pequea cabeza remataba con cierta gallarda el miserable cuerpecillo. Alguien deca que era una mujer mirada con vidrio de disminucin; alguno que era una nia con ojos y expresin de adolescente. No conocindola, se dudaba si era un asombroso progreso o un deplorable atraso.

-Qu edad tienes t? -preguntole Golfn sacudiendo los dedos para arrojar el fsforo, que empezaba a quemarle.

-Dicen que tengo diez y seis aos -replic la Nela, examinando a su vez al doctor.

-Diez y seis aos! Atrasadilla ests, hija. Tu cuerpo es de doce, a lo sumo.

-Madre de Dios! Si dicen que yo soy como un fenmeno -manifest ella en tono de lstima de s misma.

-Un fenmeno! -repiti Golfn poniendo su mano sobre los cabellos de la chica-. Podr ser. Vamos, guame.

La Nela comenz a andar resueltamente sin adelantarse mucho, antes bien, cuidando de ir siempre al lado del viajero, como si apreciara en todo su valor la honra de tan noble compaa. Iba descalza: sus pies, giles y pequeos [31] denotaban familiaridad consuetudinaria con el suelo, con las piedras, con los charcos, con los abrojos. Vesta una falda sencilla y no muy larga, denotando en su rudimentario atavo, as como en la libertad de sus cabellos sueltos y cortos, rizados con nativa elegancia, cierta independencia ms propia del salvaje que del mendigo. Sus palabras, al contrario, sorprendieron a Golfn por lo recatadas y humildes, dando indicios de un carcter formal y reflexivo. Resonaba su voz con simptico acento de cortesa, que no poda ser hijo de la educacin, y sus miradas eran fugaces y momentneas, como no fueran dirigidas al suelo o al cielo.

-Dime -le pregunt Golfn- t vives en las minas? Eres hija de algn empleado de esta posesin?

-Dicen que no tengo madre ni padre.

-Pobrecita! T trabajars en las minas...

-No, seor. Yo no sirvo para nada -replic sin alzar del suelo los ojos.

-Pues a fe que tienes modestia.

Teodoro se inclin para mirarle el rostro. Este era delgado, muy pecoso, todo salpicado de menudas manchitas parduzcas (4). Tena pequea la frente, picudilla y no falta de gracia la nariz, negros y vividores los ojos; pero comnmente [32] brillaba en ellos una luz de tristeza. Su cabello dorado-oscuro haba perdido el hermoso color nativo por la incuria y su continua exposicin al aire, al sol y al polvo. Sus labios apenas se vean de puro chicos, y siempre estaban sonriendo; pero aquella sonrisa era semejante a la imperceptible de algunos muertos cuando han dejado de vivir pensando en el cielo. La boca de la Nela, estticamente hablando, era desabrida, fea; pero quizs poda merecer elogios, aplicndole el verso de Polo de Medina: es tan linda su boca que no pide. En efecto; ni hablando, ni mirando, ni sonriendo revelaba aquella miserable el hbito degradante de la mendicidad callejera.

Golfn le acarici el rostro con su mano, tomndolo por la barba y abarcndolo casi todo entre sus gruesos dedos.

-Pobrecita! -exclam-. Dios no ha sido generoso contigo. Con quin vives?

-Con el seor Centeno, capataz de ganado en las minas.

-Me parece que t no habrs nacido en la abundancia. De quin eres hija?

-Dicen que mi madre venda pimientos en el mercado de Villamojada. Era soltera. Me tuvo un da de Difuntos, y despus se fue a criar a Madrid. [33]-Vaya con la buena seora! -murmur Teodoro con malicia-. Quizs no tenga nadie noticia de quin fue tu pap.

-S, seor -replic la Nela con cierto orgullo-. Mi padre fue el primero que encendi las luces en Villamojada.

-Cspita!

-Quiero decir que cuando el Ayuntamiento puso por primera vez faroles en las calles -dijo la muchacha, dando a su relato la gravedad de la historia-, mi padre era el encargado de encenderlos y limpiarlos. Yo estaba ya criada por una hermana de mi madre, que era tambin soltera, segn dicen. Mi padre haba reido con ella... Dicen que vivan juntos... todos vivan juntos... y cuando iba a farolear me llevaba en el cesto, junto con los tubos de vidrio, las mechas, la aceitera... Un da dicen que subi a limpiar el farol que hay en el puente; puso el cesto sobre el antepecho, yo me sal fuera y came al ro.

-Y te ahogaste!

-No, seor; porque ca sobre piedras. Divina Madre de Dios! Dicen que antes de eso era yo muy bonita.

-S; indudablemente eras muy bonita -afirm el forastero con el alma inundada de bondad-. Y todava lo eres... Pero dime otra [34] cosa. Hace mucho tiempo que vives en las minas?

-Dicen que hace tres aos. Dicen que mi madre me recogi despus de la cada. Mi padre cay enfermo, y como mi madre no le quiso asistir, porque era malo, l fue al hospital donde dicen que se muri. Entonces vino mi madre a trabajar a las minas. Dicen que un da la despidi el jefe porque haba bebido mucho aguardiente...

-Y tu madre se fue... Vamos, ya me interesa esa seora. Se fue...

-Se fue a un agujero muy grande que hay all arriba -dijo Nela, detenindose ante el doctor y dando a su voz el tono ms pattico- y se meti dentro.

-Canario! Vaya un fin lamentable! Supongo que no habr vuelto a salir.

-No, seor -replic la Nela con naturalidad-. All dentro est.

-Despus de esa catstrofe, pobre criatura -dijo Golfn con cario-, has quedado trabajando aqu. Es un trabajo muy penoso el de la minera. T ests teida del color del mineral; ests raqutica y mal alimentada. Esta vida destruye las naturalezas ms robustas.

-No, seor, yo no trabajo. Dicen que yo no sirvo ni puedo servir para nada.

-Quita all, tonta, t eres una alhaja. [35]-Que no seor -dijo Nela insistiendo con energa-. Si no puedo trabajar. En cuanto cargo un peso pequeo, me caigo al suelo. Si me pongo a hacer alguna cosa difcil en seguida me desmayo.

-Todo sea por Dios... Vamos, que si cayeras t en manos de personas que te supieran manejar, ya trabajaras bien.

-No, seor -repiti la Nela con tanto nfasis como si se elogiara-; si yo no sirvo ms que de estorbo.

-De modo que eres una vagabunda?

-No, seor, porque acompao a Pablo.

-Y quin es Pablo?

-Ese seorito ciego, a quien usted encontr en la Terrible. Yo soy su lazarillo desde hace ao y medio. Le llevo a todas partes; nos vamos por esos campos paseando.

-Parece buen muchacho ese Pablo.

La Nela se detuvo otra vez mirando al doctor. Con el rostro resplandeciente de entusiasmo, exclam:

-Madre de Dios! Es lo mejor que hay en el mundo. Pobre amito mo! Sin vista tiene l ms talento que todos los que ven.

-Me gusta tu amo. Es de este pas?

-S, seor, es hijo nico de D. Francisco Penguilas, un caballero muy bueno y [36] muy rico que vive en las casas de Aldeacorba.

-Dime y a ti por qu te llaman la Nela? Qu quiere decir eso?

La muchacha alz los hombros. Despus de una pausa, repuso:

-Mi madre se llamaba la se Mara Canela; pero le decan Nela. Dicen que este es nombre de perra. Yo me llamo Mara.

-Mariquita.

-Mara Nela me llaman y tambin La Hija de la Canela. Unos me dicen Marianela, y otros nada ms que la Nela.

-Y tu amo, te quiere mucho?

-S, seor, es muy bueno. l dice que ve con mis ojos, porque como le llevo a todas partes y le digo cmo son todas las cosas...

-Todas las cosas que no puede ver.

El forastero pareca muy gustoso de aquel coloquio.

-S, seor; yo le digo todo. l me pregunta cmo es una estrella, y yo se la pinto de tal modo hablando, que para l es lo mismito que si la viera. Yo le explico todo, cmo son las yerbas, las nubes, el cielo, el agua y los relmpagos, las veletas, las mariposas, el humo, los caracoles, el cuerpo y la cara de las personas y de los animales. Yo le digo lo que es feo y lo que es bonito, y as se va enterando de todo. [37]-Veo que no es flojo tu trabajo. Lo feo y lo bonito! Ah es nada... Te ocupas de eso?... Dime, sabes leer?

-No, seor. Si yo no sirvo para nada.

Deca esto en el tono ms convincente, y el gesto de que acompaaba su firme protesta pareca aadir: Es usted un majadero en suponer que yo sirvo para algo.

-No veras con gusto que tu amito reciba (5) de Dios el don de la vista?

La muchacha no contest nada. Despus de una pausa, dijo:

-Divino Dios! Eso es imposible.

-Imposible no, aunque difcil.

-El ingeniero director de las minas ha dado esperanzas al padre de mi amo.

-D. Carlos Golfn?

-S, seor. D. Carlos tiene un hermano mdico que cura los ojos, y, segn dicen, da vista a los ciegos, arregla a los tuertos y les endereza los ojos a los bizcos.

-Qu hombre ms hbil!

-S, seor; y como ahora el mdico anunci a su hermano que iba a venir, su hermano le escribi dicindole que trajera las herramientas para ver si le poda dar vista a Pablo.

-Y ha venido ya ese buen hombre?

-No, seor: como anda siempre all por las [38] Amricas y las Inglaterras, parece que tardar en venir. Pero Pablo se re de esto y dice que no le dar ese hombre lo que la Virgen Santsima le neg desde el nacer.

-Quizs tenga razn... Pero dime, estamos ya cerca?... porque veo chimeneas que arrojan un humo ms negro que el del infierno, y veo tambin una claridad que parece de fragua.

-S, seor, ya llegamos. Aquellos son los hornos de la calcinacin, que arden da y noche. Aqu enfrente estn las mquinas de lavado, que no trabajan sino de da; a mano derecha est el taller de composturas y all abajo, a lo ltimo de todo, las oficinas.

En efecto; el lugar apareca a los ojos de Golfn como lo describa Marianela. Esparcindose el humo por falta de aire, envolva en una como gasa oscura y sucia todos los edificios, cuyas masas negras sealbanse confusa y fantsticamente sobre el cielo iluminado por la luna.

-Ms hermoso es esto para verlo una vez que para vivir aqu -indic Golfn apresurando el paso-. La nube de humo lo envuelve todo, y las luces forman un disco borroso, como el de la luna en noches de bochorno. En dnde estn las oficinas? [39]-All: ya pronto llegamos.

Despus de pasar por delante de los hornos, cuyo calor obligole a apretar el paso, el doctor vio un edificio tan negro y ahumado como todos los dems. Verlo y sentir los gratos sonidos de un piano teclado con verdadero frenes musical, fue todo uno.

-Msica tenemos. Conozco las manos de mi cuada.

-Es la seorita Sofa, que toca -afirm Mara.

Claridad de alegres habitaciones luca en los huecos, y el balcn principal estaba abierto. Vease en l una pequea ascua: era la lumbre de un cigarro. Antes que el doctor llegase, aquella ascua cay, describiendo una perpendicular y dividindose en menudas y saltonas chispas; era que el fumador haba arrojado la colilla.

-All est el fumador sempiterno -grit el doctor con acento del ms vivo cario-. Carlos, Carlos!

-Teodoro! -contest una voz en el balcn.

Call el piano, como un ave cantora que se asusta del ruido. Sonaron pasos en la casa. El doctor dio una moneda de plata a su gua y corri hacia la puerta. [41]

HYPERLINK "http://cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/672615491575511213919536/p0000001.htm" \l "6#6"

-IV-

La familia de piedra

Menudeando el paso y saltando sobre los obstculos que hallaba en su camino, la Nela se dirigi a la casa que est detrs de los talleres de maquinaria y junto a las cuadras donde rumiaban pausada y gravemente las sesenta mulas del establecimiento. Era la morada del seor Centeno de moderna construccin, si bien nada elegante ni aun cmoda. Baja de techo, pequea para albergar en sus tres piezas a los esposos Centeno, a los cuatro hijos de los esposos Centeno, al gato de los esposos Centeno, y, por aadidura, a la Nela, la casa, no obstante, figuraba en los planos de vitela de aquel gran establecimiento ostentando orgullosa, como otras muchas, este letrero: Vivienda de capataces.

En lo interior el edificio serva para probar prcticamente un aforismo que ya conocemos, [42] por haberlo visto enunciado por la misma Marianela; es, a saber, que ella, Marianela, no serva ms que de estorbo. En efecto; all haba sitio para todo: para los esposos Centeno, para las herramientas de sus hijos, para mil cachivaches de cuya utilidad no hay pruebas inconcusas, para el gato, para el plato en que coma el gato, para la guitarra de Tanasio, para los materiales que el mismo empleaba en componer garrotes (cestas), para media docena de colleras viejas de mulas, para la jaula del mirlo, para los dos peroles intiles, para un altar en que la de Centeno pona a la Divinidad ofrenda de flores de trapo y unas velas seculares, colonizadas por las moscas; para todo absolutamente, menos para la hija de la Canela. Frecuentemente se oa:

-Que no he de dar un paso sin tropezar con esta condenada Nela!...

Tambin se oa esto:

-Vete a tu rincn... Qu criatura! Ni hace ni deja hacer a los dems.

La casa constaba de tres piezas y un desvn. Era la primera, a ms de comedor y sala, alcoba de los Centenos mayores. En la segunda dorman las dos seoritas, que eran ya mujeres, y se llamaban la Mariuca y la Pepina. Tanasio, el primognito, se agasajaba en el [43] desvn, y Celipn, que era el ms pequeo de la familia y frisaba en los doce aos, tena su dormitorio en la cocina, la pieza ms interna, ms remota, ms crepuscular, ms ahumada y ms inhabitable de las tres que componan la morada Centenil.

La Nela, durante los largos aos de su residencia all, haba ocupado distintos rincones, pasando de uno a otro conforme lo exiga la instalacin de mil objetos que no servan sino para robar a los seres vivos su ltimo pedazo de suelo habitable. En cierta ocasin (no conocemos la fecha con exactitud), Tanasio, que era tan imposibilitado de piernas como de ingenio, y se haba dedicado a la construccin de cestas de avellano, puso en la cocina, formando pila, hasta media docena de aquellos ventrudos ejemplares de su industria. Entonces la de la Canela volvi tristemente sus ojos en derredor, sin hallar sitio donde albergarse; pero la misma contrariedad sugiriole repentina y felicsima idea, que al instante puso en ejecucin. Metiose bonitamente en una cesta, y as pas la noche en fcil y tranquilo sueo. Indudablemente aquello era bueno y cmodo: cuando tena fro, tapbase con otra cesta. Desde entonces, siempre que haba garrotes grandes, no careci de estuche en [44] que encerrarse. Por eso decan en la casa: Duerme como una alhaja.

Durante la comida, y entre la algazara de una conversacin animada sobre el trabajo de la maana, oase una voz que bruscamente deca: Toma. La Nela recoga una escudilla de manos de cualquier Centeno grande o chico, y se sentaba contra el arca a comer sosegadamente. Tambin sola orse al fin de la comida la voz spera y becerril del seor Centeno diciendo a su esposa en tono de reconvencin: Mujer, que no has dado nada a la pobre Nela. A veces aconteca que la Seana (este nombre se haba formado de seora Ana) moviera la cabeza para buscar con los ojos, por entre los cuerpos de sus hijos, algn objeto pequeo y lejano, y que al mismo tiempo dijera: Pues qu, estaba ah? Yo pens que tambin hoy se haba quedado en Aldeacorba.

Por las noches, despus de cenar, rezaban el rosario. Tambalendose como sacerdotisas de Baco, y revolviendo sus apretados puos en el hueco de los ojos, la Mariuca y la Pepina se iban a sus lechos, que eran cmodos y confortantes, paramentados con abigarradas colchas. Poco despus oase un roncante do de contraltos aletargados que duraba sin interrupcin hasta el amanecer. [45]Tanasio suba al alto aposento y Celipn se acurrucaba sobre haraposas mantas, no lejos de las cestas donde desapareca la Nela.

Acomodados as los hijos, los padres permanecan un rato en la pieza principal, y mientras Centeno, sentndose estiradamente junto a la mesilla y tomando un peridico, haca mil muecas y visajes que indicaban el atrevido intento de leerlo, la Seana sacaba del arca una media repleta de dinero, y despus de contado y de aadir o quitar algunas piezas, lo volva a poner cuidadosamente en su sitio. Sacaba despus diferentes los de papel que contenan monedas de oro, y trasegaba algunas piezas de uno en otro apartadijo. Entonces solan orse frases sueltas como stas:

-He tomado treinta y dos reales para el refajo de la Mariuca... A Tanasio le he puesto los seis reales que se le quitaron... Slo nos faltan once duros para los quinientos...

O como estas:

-Seores diputados que dijeron s... Ayer celebr una conferencia, etc.

Los dedos de Seana sumaban, y el de Sinforoso Centeno segua tembloroso y vacilante los renglones, para poder guiar su espritu por aquel laberinto de letras.

Aquellas frases iban poco a poco resolvindose [46] en palabras sueltas, despus en monoslabos; oase un bostezo, otro, y al fin todo quedaba en plcido silencio, despus de extinguida la luz, a cuyo resplandor haba enriquecido sus conocimientos el capataz de mulas.

Una noche, despus que todo call, dejose or ruido de cestas en la cocina. Como all haba alguna claridad, porque jams se cerraba la madera del ventanillo, Cilipn Centeno, que no dorma an, vio que las dos cestas ms altas, colocadas una contra otra, se separaban abrindose como las conchas de un bivalvo. Por el hueco aparecieron la narizilla (6) y los negros ojos de la Nela.

-Celipn, Celipinillo -dijo esta, sacando tambin su mano-. Ests dormido?

-No, despierto estoy. Nela, pareces una almeja. Qu quieres?

-Toma, toma esta peseta que me dio esta noche un caballero, hermano de D. Carlos... Cunto has juntado ya?... Este s que es regalo. Nunca te haba dado ms que cuartos.

-Dame ac; muchas gracias Nela -dijo el muchacho incorporndose para tomar la moneda-. Cuarto a cuarto, ya me has dado al pie de treinta y dos reales... Aqu lo tengo en el seno, muy bien guardadito en el saco que me diste. Eres una real moza! [47]-Yo no quiero para nada el dinero. Gurdalo bien, porque si la Seana te lo descubre, creer que es para vicios y te pegar con el palo grande.

-No, no es para vicios, no es para vicios -dijo el chico con energa, oprimindose el seno con una mano, mientras sostena su cabeza en la otra- es para hacerme hombre de provecho, Nela, para hacerme hombre de pesquis, como muchos que conozco. El domingo, si me dejan ir a Villamojada, he de comprar una cartilla para aprender a leer, ya que aqu no quieren ensearme. Crcholis! Aprender solo. Ay!, Nela, dicen que D. Carlos era hijo de uno que barra las calles en Madrid. l solo, solito l, con la ayuda de Dios, aprendi todo lo que sabe.

-Puede que pienses t hacer lo mismo, bobo.

-Crcholis! Puesto que mis padres no quieren sacarme de estas condenadas minas, yo me buscar otro camino; s, ya vers quin es Celipn. Yo no sirvo para esto, Nela. Deja t que tenga reunida una buena cantidad, y vers, vers, cmo me planto en la villa y all o tomo el tren para irme a Madrid, o un vapor que me lleve a las islas de all lejos, o me meto a servir con tal que me dejen estudiar.

-Madre de Dios divino! Qu calladas tenas [48] esas picardas! -dijo la Nela abriendo ms las conchas de su estuche y echando fuera toda la cabeza.

-Pero t me tienes por bobo?... Ay! Nelilla, estoy rabiando. Yo no puedo vivir as, yo me muero en las minas. Crcholis! Paso las noches llorando, y me muerdo las manos, y... no te asustes, Nela, ni me creas malo por lo que voy a decirte: a ti sola te lo digo.

-Qu?

-Que no quiero a mi madre ni a mi padre como los debiera querer.

-Ea, pues si haces eso, no te vuelvo a dar un real. Celipn, por amor de Dios, piensa bien lo que dices.

-No lo puedo remediar. Ya ves cmo nos tienen aqu. Crcholis! No somos gente, sino animales. A veces se me pone en la cabeza que somos menos que las mulas, y yo me pregunto si me diferencio en algo de un borrico... Coger una cesta llena de mineral y echarla en un vagn; empujar el vagn hasta los hornos; revolver con un palo el mineral que se est lavando. Ay!... (al decir esto los sollozos cortaban la voz del infeliz muchacho). Cr... crcholis!, el que pase muchos aos en este trabajo, al fin se ha de volver malo, y sus sesos sern de calamina... No, Celipn no sirve para esto... Les [49] digo a mis padres que me saquen de aqu y me pongan a estudiar, y responden que son pobres y que yo tengo mucha fantesa. Nada, nada, no somos ms que bestias que ganamos un jornal... Pero t no me dices nada?

La Nela no respondi... Quizs comparaba la triste condicin de su compaero con la suya propia, hallando esta infinitamente ms aflictiva.

-Qu quieres t que yo te diga? -replic al fin-. Como yo no puedo ser nunca nada, como yo no soy persona, nada te puedo decir... Pero no pienses esas cosas malas, no pienses eso de tus padres.

-T lo dices por consolarme; pero bien ves que tengo razn... y me parece que ests llorando.

-Yo no.

-S; t ests llorando.

-Cada uno tiene sus cositas que llorar -repuso Mara con voz sofocada-. Pero es muy tarde, Celipe, y es preciso dormir.

-Todava no... crcholis!

-S, hijito. Durmete y no pienses en esas cosas malas. Buenas noches.

Cerrronse las conchas de almeja y todo qued en silencio. [50]Se ha declamado mucho contra el positivismo de las ciudades, plaga que entre las galas y el esplendor de la cultura, corroe los cimientos morales de la sociedad; pero hay una plaga ms terrible, y es el positivismo de las aldeas, que petrifica millones de seres, matando en ellos toda ambicin noble y encerrndoles en el crculo de una existencia mecnica, brutal y tenebrosa. Hay en nuestras sociedades enemigos muy espantosos, a saber: la especulacin, el agio, la metalizacin del hombre culto, el negocio; pero sobre stos descuella un monstruo que a la callada destroza ms que ninguno: es la codicia del aldeano. Para el aldeano codicioso no hay ley moral, ni religin, ni nociones claras del bien; todo esto se resuelve en su alma con supersticiones y clculos groseros, formando un todo inexplicable. Bajo el hipcrita candor, se esconde una aritmtica parda que supera en agudeza y perspicacia a cuanto idearon los matemticos ms expertos. Un aldeano que toma el gusto a los ochavos y suea con trocarlos en plata para convertir despus la plata en oro, es la bestia ms innoble que puede imaginarse; porque tiene todas las malicias y sutilezas del hombre y una sequedad de sentimientos que espanta. Su alma se va condensando, hasta no [51] ser ms que un graduador de cantidades. La ignorancia, la rusticidad, la miseria en el vivir completan esta abominable pieza, quitndole todos los medios de disimular su descarnado interior. Contando por los dedos, es capaz de reducir a nmeros todo el orden moral, la conciencia y el alma toda.

La Seana y el seor Centeno, que haban hallado al fin, despus de mil angustias, su pedazo de pan en las minas de Socartes, reunan, con el trabajo de sus cuatro hijos un jornal que les habra parecido fortuna de prncipes en los tiempos en que andaban de feria en feria vendiendo pucheros. Debe decirse, tocante a las facultades intelectuales del seor Centeno, que su cabeza, en opinin de muchos, rivalizaba en dureza con el martillo-piln montado en los talleres; no as tocante a las de Seana, que pareca mujer de muchsimo caletre y trastienda, y gobernaba toda la casa como gobernara el ms sabio prncipe sus Estados. Ella apandaba bonitamente el jornal de su marido y de sus hijos, que era una hermosa suma, y cada vez que haba cobranza, parecale que entraba por las puertas de su casa el mismo Jess Sacramentado; tal era el gusto que la vista de las monedas le produca. [52]La Seana daba muy pocas comodidades a sus hijos en cambio de la hacienda que con las manos de ellos iba formando; pero como no se quejaban de la degradante miseria en que vivan; como no mostraban nunca pujos de emancipacin ni anhelo de otra vida mejor y ms digna de seres inteligentes, la Seana dejaba correr los das. Muchos pasaron antes que sus hijas durmieran en camas; muchsimos antes que cubrieran sus lozanas carnes con vestidos decentes. Dbales de comer sobria y metdicamente, hacindose partidaria en esto de los preceptos higinicos ms en boga; pero la comida en su casa era triste, como un pienso dado a seres humanos.

En cuanto al pasto intelectual, la Seana crea firmemente que con la erudicin de su esposo el seor Centeno, adquirida en copiosas lecturas, tena bastante la familia para merecer el dictado de sapientsima, por lo cual no trat de atiborrar el espritu de sus hijos con las rancias enseanzas que se dan en la escuela. Si los mayores asistieron a ella, el ms pequeo viose libre de maestros, y engolfado viva durante doce horas diarias en el embrutecedor trabajo de las minas, con lo cual toda la familia navegaba ancha y holgadamente por el inmenso pilago de la estupidez. [53]Las dos hembras, Mariuca y Pepina no carecan de encantos, siendo los principales su juventud y su robustez. Una de ellas lea de corrido; la otra no, y en cuanto a conocimientos del mundo, fcilmente se comprende que no carecera de algunos rudimentos quien viva entre risueo coro de ninfas de distintas edades y procedencias, ocupadas en un trabajo mecnico y con boca libre. Mariuca y Pepina eran muy apechugadas, muy derechas, fuertes y erguidas como amazonas. Vestan falda corta, mostrando media pantorrilla y el carnoso pie descalzo, y sus rudas cabezas habran lucido mucho sosteniendo un arquitrabe como las mujeres de la Caria. El polvillo de la calamina que las tea de pies a cabeza, como a los dems trabajadores de las minas, dbales aire de colosales figuras de barro crudo.

Tanasio era un hombre aptico. Su falta de carcter y de ambicin rayaban en el idiotismo. Encerrado en las cuadras desde su infancia, ignorante de toda travesura, de toda contrariedad, de todo placer, de toda pena, aquel joven, que ya haba nacido dispuesto a ser mquina, se convirti poco a poco en la herramienta ms grosera. El da en que semejante ser tuviera una idea propia, se cambiara el orden admirable de todas las cosas, [54] por el cual ninguna piedra puede pensar.

Las relaciones de esta prole con su madre, que era la gobernadora de toda la familia, eran las de una docilidad absoluta por parte de los hijos y de un dominio soberano por parte de la Seana. El nico que sola mostrar indicios de rebelin era el chiquitn. La Seana, en sus cortos alcances, no comprenda aquella aspiracin diablica a dejar de ser piedra. Por ventura haba existencia ms feliz y ejemplar que la de los peascos? No admita, no, que fuera cambiada, ni aun por la de canto rodado. Y Seana amaba a sus hijos; pero hay tantas maneras de amar! Ella les pona por encima de todas las cosas, siempre que se avinieran a trabajar perpetuamente en las minas, a amasar en una sola artesa todos sus jornales, a obedecerla ciegamente y a no tener aspiraciones locas, ni afn de lucir galas, ni de casarse antes de tiempo, ni de aprender diabluras, ni de meterse en sabiduras, porque los pobres -deca- siempre haban de ser pobres y como pobres portarse, y no querer parlanchinear como los ricos y gente de la ciudad, que estaba toda comida de vicios y podrida de pecados.

Hemos descrito el trato que tenan en casa [55] de Centeno los hijos para que se comprenda el que tendra la Nela, criatura abandonada, sola, intil, incapaz de ganar jornal, sin pasado, sin porvenir, sin abolengo, sin esperanza, sin personalidad, sin derecho a nada ms que al sustento. Seana se lo daba, creyendo firmemente que su generosidad rayaba en herosmo. Repetidas veces dijo para s al llenar la escudilla de la Nela: -Qu bien me gano mi puestecico en el cielo!

Y lo crea como el Evangelio. En su cerrada mollera no entraban ni podan entrar otras luces sobre el santo ejercicio de la caridad; no comprenda que una palabra cariosa, un halago, un trato delicado y amante que hicieran olvidar al pequeo su pequeez, al miserable su miseria, son herosmos de ms precio que el bodrio sobrante de una mala comida. Por ventura no se daba lo mismo al gato? Y este al menos oa las voces ms tiernas. Jams oy la Nela que se la llamara michita, monita, ni que le dijeran re-preciosa, ni otros vocablos melosos y conmovedores con que era obsequiado el gato.

Jams se le dio a entender a la Nela que haba nacido de criatura humana, como los dems habitantes de la casa. Nunca fue castigada; pero ella entendi que este privilegio se fundaba [56] en la desdeosa lstima que inspiraba su menguada constitucin fsica, y de ningn modo en el aprecio de su persona. Nunca se le dio a entender que tena un alma pronta a dar ricos frutos si se la cultivaba con esmero, ni que llevaba en s, como los dems mortales, ese destello del eterno saber que se nombra inteligencia humana, y que de aquel destello podan salir infinitas luces y lumbre bienhechora. Nunca se le dio a entender que en su pequeez fenomenal llevaba en s el germen de todos los sentimientos nobles y delicados, y que aquellos menudos brotes podan ser flores hermossimas y lozanas, sin ms cultivo que una simple mirada de vez en cuando. Nunca se le dio a entender que tena derecho, por el mismo rigor de la Naturaleza al criarla, a ciertas atenciones de que pueden estar exentos los robustos, los sanos, los que tienen padres y casa propia; pero que corresponden por jurisprudencia cristiana al invlido, al pobre, al hurfano y al desheredado.

Por el contrario, todo le demostraba su semejanza con un canto rodado, el cual ni siquiera tiene forma propia, sino aquella que le dan las aguas que lo arrastran y el puntapi del hombre que lo desprecia. Todo le demostraba que su jerarqua dentro de la casa era [57] inferior a la del gato, cuyo lomo reciba las ms finas caricias, y a la del mirlo que saltaba en su jaula.

Al menos, de estos no se dijo nunca con cruel compasin: Pobrecita, mejor cuenta le hubiera tenido morirse. [59]

HYPERLINK "http://cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/672615491575511213919536/p0000001.htm" \l "7#7"

-V-

Trabajo. Paisaje. Figura

El humo de los hornos que durante toda la noche velaban respirando con bronco resoplido se plate vagamente en sus espirales ms remotas; apareci risuea claridad por los lejanos trminos y detrs de los montes, y poco a poco fueron saliendo sucesivamente de la sombra los cerros que rodean a Socartes, los inmensos taludes de tierra rojiza, los negros edificios. La campana del establecimiento grit con aguda voz: Al trabajo, y cien y cien hombres soolientos salieron de las casas, cabaas, chozas y agujeros. Rechinaban los goznes de las puertas; de las cuadras salan pausadamente las mulas, dirigindose solas al abrevadero, y el establecimiento, que poco antes semejaba una mansin fnebre alumbrada por la claridad infernal de los hornos, se animaba moviendo sus miles de brazos. [60]El vapor principi a zumbar en las calderas del gran automvil, que haca funcionar a un tiempo los aparatos de los talleres y el aparato de lavado. El agua, que tan principal papel desempeaba en esta operacin, comenz a correr por las altas caeras, de donde deba saltar sobre los cilindros. Risotadas de mujeres y ladridos de hombres que venan de tomar la maana, precedieron a la faena; y al fin empezaron a girar las cribas cilndricas con infernal chillido; el agua corra de una en otra, pulverizndose, y la tierra sucia se atormentaba con vertiginoso voltear, rodando y cayendo de rueda en rueda, hasta convertirse en fino polvo achocolatado. Sonaba aquello como mil mandbulas de dientes flojos que mascaran arena; pareca molino por el movimiento mareante; kaleidoscopio (7), por los juegos de la luz, del agua y de la tierra; enorme sonajero, de innmeros cachivaches compuesto, por el ruido. No se poda fijar la atencin, sin sentir vrtigo, en aquel voltear incesante de una infinita madeja de hilos de agua, ora claros y transparentes, ora teidos de rojo por la arcilla ferruginosa; ni cabeza humana que no estuviera hecha a tal espectculo, podra presenciar el feroz combate de mil ruedas dentadas que sin cesar se mordan [61] unas a otras, y de ganchos que se cruzaban royndose, y de tornillos que, al girar, clamaban con lastimero quejido pidiendo aceite.

El lavado estaba al aire libre. Las correas de transmisin venan zumbando desde el departamento de la mquina. Otras correas se pusieron en movimiento, y entonces oyose un estampido rtmico, un horrsono comps, a la manera de gigantescos pasos o de un violento latido interior de la madre tierra. Era el gran martillo-piln del taller, que haba empezado a funcionar. Su formidable golpe machacaba el hierro como blanda pasta, y esas formas de ruedas, ejes y rales, que nos parecen eternas por lo duras, empezaban a desfigurarse, torcindose y haciendo muecas, como rostros afligidos. El martillo, dando porrazos uniformes, creaba formas nuevas tan duras como las geolgicas, que son obra laboriosa de los siglos. Se parecen mucho, s, las obras de la fuerza a las de la paciencia.

Hombres negros, que parecan el carbn humanado, se reunan en torno a los objetos de fuego que salan de las fraguas, y cogindolos con aquella prolongacin incandescente de los dedos a quien llaman tenazas, los trabajaban. Extraa escultura la que tiene por genio al fuego y por cincel al martillo! Las [62] ruedas y ejes de los millares de vagonetes, las piezas estropeadas del aparato de lavado, reciban all compostura y eran construidos los picos, azadas y carretillas. En el fondo del taller las sierras hacan chillar la madera, y aquel mismo hierro, educado en el trabajo por el fuego, destrozaba las generosas fibras del rbol arrancado a la tierra.

Tambin afuera las mulas haban sido enganchadas a los largos trenes de vagonetes. Veaselas pasar arrastrando tierra intil para verterla en los taludes, o mineral para conducirlo al lavadero. Cruzbanse unos con otros aquellos largos reptiles, sin chocar nunca. Entraban por la boca de las galeras, siendo entonces perfecta su semejanza con los resbaladizos habitantes de las hmedas grietas, y cuando en las oscuridades del tnel relinchaba la indcil mula, creerase que los saurios disputaban chillando. All en lo ltimo, en las ms remotas caadas, centenares de hombres golpeaban con picos la tierra para arrancarle, pedazo a pedazo, su tesoro. Eran los escultores de aquellas caprichosas e ingentes figuras que permanecan en pie, atentas, con gravedad silenciosa, a la invasin del hombre en las misteriosas esferas geolgicas. Los mineros derrumbaban aqu, horadaban all, cavaban [63] ms lejos, rasguaban en otra parte, rompan la roca cretcea, desbarataban las graciosas lminas de pizarra samnita (8) y esquistosa, despreciaban la caliza arcillosa, apartaban la limonita y el oligisto, destrozaban la preciosa doloma, revolviendo incesantemente hasta dar con el silicato de zinc, esa plata de Europa, que, no por ser la materia de que se hacen las cacerolas, deja de ser grandiosa fuente de bienestar y civilizacin. Sobre ella ha alzado Bergia el estandarte de su grandeza moral y poltica. Oh! La hojalata tiene tambin su epopeya.

El cielo estaba despejado; el sol derramaba libremente sus rayos, y la vasta pertenencia de Socartes resplandeca con sbito tono rojo. Rojas eran las peas esculturales, rojo el mineral precioso, roja la tierra intil acumulada en los largos taludes, semejantes a babilnicas murallas; rojo el suelo, rojos los carriles y los vagones, roja toda la maquinaria, roja el agua, rojos los hombres y las mujeres que trabajaban en toda la extensin de Socartes. El color subido de ladrillo era uniforme, con ligeros cambiantes, y general en todo; en la tierra y las casas, en el hierro y en los vestidos. Las mujeres ocupadas en lavar parecan una plyade de equvocas ninfas de barro ferruginoso [64] crudo. Por la caada abajo, en direccin al ro, corra un arroyo de agua encarnada. Creerase que era el sudor de aquel gran trabajo de hombres y mquinas, del hierro y de los msculos.

La Nela sali de su casa. Tambin ella, a pesar de no trabajar en las minas, estaba teida ligeramente de rojo, porque el polvo de la tierra calaminfera no perdona a nadie. Llevaba en la mano un mendrugo de pan que le haba dado la Seana para desayunarse, y, comindoselo, marchaba aprisa, sin distraerse con nada, formal y meditabunda. No tard en pasar ms all de los edificios, y despus de subir el plano inclinado, subi la escalera labrada en la tierra, hasta llegar a las casas de la barriada de Aldeacorba. La primera que se encontraba era una primorosa vivienda infanzona, grande, slida, alegre, restaurada y pintada recientemente, con cortafuegos de piedra, aleros labrados y ancho escudo circundado de follaje grantico. Antes faltara en ella el escudo que la parra, cuyos sarmientos cargados de hoja parecan un bigote que aquella tena en el lugar correspondiente de su cara, siendo las dos ventanas los ojos, el escudo la nariz y el largo balcn la boca, siempre riendo. Para que la personificacin fuera completa, sala del [65] balcn una viga destinada a sujetar la cuerda de tender ropa, y con tal accesorio la casa con rostro estaba fumndose un cigarro puro. Su tejado era en figura de gorra de cuartel y tena una ventana de bohardilla que pareca una borla. La chimenea no poda ser ms que una oreja. No era preciso ser fisonomista para comprender que aquella casa respiraba paz, bienestar y una conciencia tranquila.

Dbale acceso un patiecillo circundado de tapias y al costado derecho tena una hermosa huerta. Cuando la Nela entr, salan las vacas que iban a la pradera. Despus de cambiar algunas palabras con el gan, que era un mocetn formidable... as como de tres cuartas de alto y de diez aos de edad... dirigiose a un seor obeso, bigotudo, entrecano, encarnado, de simptico rostro y afable mirar, de aspecto entre soldadesco y campesino, el cual apareci en mangas de camisa, con tirantes, y mostrando hasta el codo los velludos fornidos brazos. Antes que la muchacha hablara, el seor de los tirantes volviose adentro y dijo:

-Hijo mo, aqu tienes a la Nela.

Sali de la casa un joven, estatua del ms excelso barro humano, grave, derecho, con la cabeza inmvil y los ojos clavados y fijos en sus rbitas, como lentes expuestos en un muestrario. [66] Su cara pareca de marfil, contorneada con exquisita finura; mas teniendo su tez la suavidad de la de una doncella, era varonil en gran manera, y no haba en sus facciones parte alguna ni rasgo que no tuviese aquella perfeccin soberana con que fue expresado hace miles de aos el pensamiento helnico. Aun sus ojos, puramente escultricos porque carecan de vista, eran hermossimos, grandes y rasgados. Desvirtubalos su fijeza y la idea de que tras aquella fijeza estaba la noche. Falto del don que constituye el ncleo de la expresin humana, aquel rostro de Antinoo ciego posea la fra serenidad del mrmol, convertido por el genio y el cincel en estatua y por la fuerza vital en persona. Un soplo, un rayo de luz, una sensacin bastaran para animar la hermosa piedra, que teniendo ya todas las galas de la forma, careca tan slo de la conciencia de su propia belleza, la cual emana de la facultad de conocer la belleza exterior.

Pareca tener veinte aos, y su cuerpo slido y airoso, con admirables proporciones construido, era digno en todo de la sin igual cabeza que sustentaba. Jams se vio incorreccin ms lastimosa de la Naturaleza, que la que tan acabado tipo de la humana forma representaba, recibiendo por una parte admirables dones [67] y siendo privado por otra de la facultad que ms comunica al hombre con sus semejantes y con el maravilloso conjunto de todo lo creado. Era tal la incorreccin, que aquellos prodigiosos dones quedaban como intiles, del mismo modo que si al ser creadas todas las cosas hubiralas dejado el Hacedor a oscuras, para que no pudieran recrearse en sus propios encantos. Para que la imperfeccin ira de Dios! Fuese ms manifiesta, haba recibido el joven portentosa luz interior, un entendimiento de primer orden. Esto y carecer de la facultad de percibir la idea visible, que es la forma, siendo al mismo tiempo divino como un ngel, hermoso como un hombre y ciego como un vegetal, era fuerte cosa ciertamente. No comprendemos ay!, el secreto de estas horrendas incorrecciones. Si lo comprendiramos, se abriran para nosotros las puertas que ocultan primordiales misterios del orden moral y del orden fsico; comprenderamos el inmenso misterio de la desgracia, del mal, de la muerte, y podramos medir la perpetua sombra que sin cesar sigue al bien y a la vida.

Don Francisco Penguilas, padre del joven, era un hombre ms que bueno, era inmejorable, superiormente discreto, bondadoso, afable, honrado y magnnimo, no falto de [68] instruccin. Nadie le aborreci jams; era el ms respetado de todos los labradores ricos del pas, y ms de una cuestin se arregl por la mediacin, siempre inteligente, del seor de Aldeacorba de Suso. La casa en que le hemos visto fue su cuna. Haba estado de joven en Amrica, y al regresar a Espaa sin fortuna, haba entrado a servir en la Guardia civil. Retirado a su pueblo natal, donde se dedicaba a la labranza y a la ganadera, hered regular hacienda, y en la poca de nuestra historia acababa de heredar otra muy grande.

Su esposa, que era andaluza, haba muerto en edad muy temprana, dejndole un solo hijo, que desde el nacer demostr hallarse privado en absoluto del ms precioso de los sentidos. Esto fue la pena ms aguda que amarg los das del buen padre. Qu le importaba allegar riqueza y ver que la fortuna favoreca sus intereses y sonrea en su casa? Para quin era esto? Para quien no poda ver ni las gordas vacas, ni las praderas risueas, ni las repletas trojes, ni la huerta cargada de frutas. D. Francisco hubiera dado sus ojos a su hijo, quedndose l ciego el resto de sus das, si esta especie de generosidades fuesen practicables en el mundo que conocemos; pero como no lo son, no poda D. Francisco dar [69] realidad al noble sentimiento de su corazn, sino proporcionando al desgraciado joven todo cuanto pudiera hacerle agradable la oscuridad en que viva. Para l eran todos los cuidados y los infinitos mimos y delicadezas cuyo secreto pertenece a las madres, y algunas veces a los padres, cuando faltan aquellas. Jams contrariaba a su hijo en nada que fuera para su consuelo y entretenimiento en los lmites de lo honesto y moral. Divertale con cuentos y lecturas; tratbale con solcito esmero, atendiendo a su salud, a sus goces legtimos, a su instruccin y a su educacin cristiana, porque el seor de Penguilas, que era un si es no es severo de principios, deca: No quiero que mi hijo sea ciego dos veces.

Vindole salir, y que la Nela le acompaaba fuera, djoles cariosamente:

-No os alejis hoy mucho. No corris... Adis.

Miroles desde la portalada hasta que dieron vuelta a la tapia de la huerta. Despus entr, porque tena que hacer varias cosas; escribir una esquela a su hermano Manuel, ordear una vaca, podar un rbol y ver si haba puesto la gallina pintada. [71]

HYPERLINK "http://cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/672615491575511213919536/p0000001.htm" \l "8#8"

-VI-

Tonteras

Pablo y Marianela salieron al campo, precedidos de Choto, que iba y volva gozoso y saltn, moviendo la cola y repartiendo por igual sus caricias entre su amo y el lazarillo de su amo.

-Nela -dijo Pablo-, hoy est el da muy hermoso. El aire que corre es suave y fresco, y el sol calienta sin quemar. A dnde vamos?

-Echaremos por estos prados adelante -replic la Nela, metiendo su mano en una de las faltriqueras de la americana del mancebo-. A ver qu me has trado hoy?

-Busca bien y encontrars algo -dijo Pablo riendo.

-Ah, Madre de Dios! Chocolate crudo... y poco que me gusta el chocolate crudo!... nueces... una cosa envuelta en un papel... qu es? Ah! Madre de Dios!, un dulce... Dios Divino!, [72] pues a fe que me gusta poco el dulce! Qu rico est! En mi casa no se ven nunca estas comidas ricas, Pablo. Nosotros no gastamos lujo en el comer. Verdad que no lo gastamos tampoco en el vestir. Total, no lo gastamos en nada.

-A dnde vamos hoy? -repiti el ciego.

-A donde quieras, nio de mi corazn -repuso la Nela, comindose el dulce y arrojando el papel que lo envolva-. Pide por esa boca, rey del mundo.

Los negros ojuelos de la Nela brillaban de contento, y su cara de avecilla graciosa y vivaracha multiplicaba sus medios de expresin, movindose sin cesar. Mirndola se crea ver un relampagueo de reflejos temblorosos, como los que produce la luz sobre la superficie del agua agitada. Aquella dbil criatura, en la cual pareca que el alma estaba como prensada y constreida dentro de un cuerpo miserable, se ensanchaba y creca maravillosamente al hallarse sola con su amo y amigo. Junto a l tena espontaneidad, agudeza, sensibilidad, gracia, donosura, fantasa. Al separarse, parece que se cerraban sobre ella las negras puertas de una prisin.

-Pues yo digo que iremos a donde t quieras -observ el ciego-. Me gusta obedecerte. [73] Si te parece bien, iremos al bosque que est ms all de Saldeoro. Esto, si te parece bien.

-Bueno, bueno, iremos al bosque -exclam la Nela, batiendo palmas-. Pero como no hay prisa, nos sentaremos cuando estemos cansados.

-Y que no es poco agradable aquel sitio donde est la fuente sabes, Nela?, y donde hay unos troncos muy grandes, que parecen puestos all para que nos sentemos nosotros, y donde se oyen cantar tantos, tantsimos pjaros, que es aquello la gloria.

-Pasaremos por donde est el molino de quien t dices que habla, mascullando las palabras como un borracho. Ay, qu hermoso da y qu contenta estoy!

-Brilla mucho el sol, Nela? Aunque me digas que s, no lo entender, porque no s lo que es brillar.

-Brilla mucho, s, seorito mo. Y a ti qu te importa eso? El sol es muy feo. No se le puede mirar a la cara.

-Por qu?

-Por que duele.

-Qu duele?

-La vista. Qu sientes t cuando ests alegre?

-Cundo estoy libre, contigo, solos los dos en el campo? [74]-S.

-Pues siento que me nace dentro del pecho una frescura, una suavidad dulce...

-Ah te quiero ver! Madre de Dios! Pues ya sabes cmo brilla el sol.

-Con frescura.

-No, tonto.

-Pues con qu?

-Con eso.

-Con eso; y qu es eso?

-Eso -afirm nuevamente la Nela, con acento de la ms firme conviccin.

-Ya veo que esas cosas no se pueden explicar. Antes me formaba yo idea del da y de la noche. Cmo? Vers: era de da, cuando hablaba la gente; era de noche, cuando la gente callaba y cantaban los gallos. Ahora no hago las mismas comparaciones. Es de da, cuando estamos juntos t y yo; es de noche, cuando nos separamos.

-Ay, divina Madre de Dios! -exclam la Nela, echndose atrs las guedejas que le caan sobre la frente-. A m, que tengo ojos, me parece lo mismo.

-Voy a pedirle a mi padre que te deje vivir en mi casa, para que no te separes de m.

-Bien, bien -dijo Mara batiendo palmas otra vez. [75]Y dicindolo, se adelant saltando algunos pasos y recogiendo con extrema gracia sus faldas, empez a bailar.

-Qu haces, Nela?

-Ah!, nio mo, estoy bailando. Mi contento es tan grande, que me han entrado ganas de bailar.

Pero fue preciso saltar una pequea cerca, y la Nela ofreci su mano al ciego.

Despus de pasar aquel obstculo, siguieron por una calleja tapizada en sus dos rsticas paredes de lozanas hiedras y espinos. La Nela apartaba las ramas para que no picaran el rostro de su amigo, y al fin, despus de bajar gran trecho, subieron una cuesta por entre frondosos castaos y nogales. Al llegar arriba, Pablo dijo a su compaera:

-Si no te parece mal, sentmonos aqu. Siento pasos de gente.

-Son los aldeanos que vuelven del mercado de Homedes. Hoy es mircoles. El camino real est delante de nosotros. Sentmonos aqu antes de entrar en el camino real.

-Es lo mejor que podemos hacer. Choto, ven aqu.

Los tres se sentaron.

-Si est esto lleno de flores... -dijo la Nela-. Madre!, qu guapas! [76]-Cgeme un ramo. Aunque no las veo, me gusta tenerlas en mi mano. Se me figura que las oigo.

-Eso s que es gracioso.

-Parceme que tenindolas en mi mano me dan a entender... no puedo decirte cmo... que son bonitas. Dentro de m hay una cosa, no puedo decirte qu, una cosa que responde a ellas. Ay! Nela, se me figura que por dentro yo veo algo.

-Oh!, s, lo entiendo... como que todo los tenemos dentro. El sol, las yerbas, la luna y el cielo grande y azul, lleno siempre de estrellas; todo, todo lo tenemos dentro; quiero decir que adems de las cosas divinas que hay fuera, nosotros llevamos otras dentro. Y nada ms... Aqu tienes una flor, otra, otra, seis: todas son distintas. A que no sabes t lo que son las flores?

-Pues las flores -dijo el ciego, algo confuso, acercndolas a su rostro- son... unas como sonrisillas que echa la tierra... La verdad, no s mucho del reino vegetal.

-Madre Divinsima, qu poca ciencia! -exclam Mara, acariciando las manos de su amigo-. Las flores son las estrellas de la tierra.

-Vaya un disparate. Y las estrellas, qu son? [77]-Las estrellas son las miradas de los que se han ido al cielo.

-Entonces las flores...

-Son las miradas de los que se han muerto y no han ido todava al cielo -afirm la Nela, con la conviccin y el aplomo de un doctor-. Los muertos son enterrados en la tierra. Como all abajo no pueden estar sin echar una miradilla a la tierra, echan de s una cosa que sube en forma y manera de flor. Cuando en un prado hay muchas flores es porque all... en tiempos de atrs, enterraron en l muchos difuntos.

-No, no -replic Pablo con seriedad-. No creas desatinos. Nuestra religin nos ensea que el espritu se separa de la carne y que la vida mortal se acaba. Lo que se entierra, Nela, no es ms que un despojo, un barro inservible que no puede pensar, ni sentir, ni tampoco ver.

-Eso lo dirn los libros, que segn dice la Seana, estn llenos de mentiras.

-Eso lo dicen la fe y la razn, querida Nela. Tu imaginacin te hace creer mil errores. Poco a poco yo los ir destruyendo, y tendrs ideas buenas sobre todas las cosas de este mundo y del otro.

-Ay, ay, con el doctorcillo de tres por un cuarto!... Ya... cuando has querido hacerme [78] creer que el sol est quieto y que la tierra da vueltas a la redonda!... Cmo se conoce que no lo ves! Madre del Seor! Que me muera en este momento, si la tierra no se est ms quieta que un pen, y el sol va corre que corre. Seorito mo, no se la eche de tan sabio, que yo he pasado muchas horas de noche y de da mirando al cielo, y s cmo est gobernada toda esa mquina... La tierra est abajo, toda llena de islitas grandes y chicas. El sol sale por all y se esconde por all. Es el palacio de Dios.

-Qu tonta!

-Y por qu no ha de ser as? Ay! T no has visto el cielo en un da claro: hijito, parece que llueven bendiciones... Yo no creo que pueda haber malos, no, no los puede haber, si vuelven la cara hacia arriba y ven aquel ojazo que nos est mirando.

-Tu religiosidad, querida Nelilla, est llena de supersticiones. Yo te ensear ideas mejores.

-No me han enseado nada -dijo Mara con inocencia- pero yo, cavila que cavilars, he ido sacando de mi cabeza muchas cosas que me consuelan, y as cuando me ocurre una buena idea, digo: esto debe de ser as, y no de otra manera. Por las noches, cuando me voy sola a mi casa, voy pensando en lo que ser de nosotros [79] cuando nos muramos, y en lo mucho que nos quiere a todos la Virgen Santsima.

-Nuestra madre amorosa.

-Nuestra madre querida! Yo miro al cielo y la siento encima de m como cuando nos acercamos a una persona y sentimos el calorcillo de su respiracin. Ella nos mira de noche y de da por medio de... no te ras... por medio de todas las cosas hermosas que hay en el mundo.

-Y esas cosas hermosas...?

-Son sus ojos, tonto. Bien lo comprenderas si tuvieras los tuyos. Quien no ha visto una nube blanca, un rbol, una flor, el agua corriendo, un nio, el roco, un corderito, la luna pasendose tan maja por los cielos, y las estrellas, que son las miradas de los buenos que se han muerto...

-Mal podrn ir all arriba si se quedan debajo de tierra echando flores.

-Miren el sabihondo! Abajo se estn mientras se van limpiando de pecados; que despus suben volando arriba. La Virgen les espera. S, crelo, tonto. Las estrellas, qu pueden ser sino las almas de los que ya estn salvos? Y no sabes t que las estrellas (9) bajan? Pues yo, yo misma las he visto caer as, as, haciendo una raya. S, seor, las estrellas bajan cuando tienen que decirnos alguna cosa. [80]-Ay, Nela! -exclam Pablo vivamente-. Tus disparates, con serlo tan grandes, me cautivan y embelesan, porque revelan el candor de tu alma y la fuerza de tu fantasa. Todos esos errores responden a una disposicin muy grande para conocer la verdad, a una poderosa facultad tuya, que sera primorosa si estuvieras auxiliada por la razn y la educacin... Es preciso que t adquieras un don precioso de que yo estoy privado; es preciso que aprendas a leer.

-A leer!... Y quin me ha de ensear?

-Mi padre. Yo le rogar a mi padre que te ensee. Ya sabes que l no me niega nada. Qu lstima tan grande que vivas as! Tu alma est llena de preciosos tesoros. Tienes bondad sin igual y fantasa seductora. De todo lo que Dios tiene en su esencia absoluta te dio a ti parte muy grande. Bien lo conozco; no veo lo de fuera, pero veo lo de dentro, y todas las maravillas de tu alma se me han revelado desde que eres mi lazarillo... Hace ao y medio! Parece que fue ayer cuando empezaron nuestros paseos... No, hace miles de aos que te conozco. Porque hay una relacin tan grande entre lo que t sientes y lo que yo siento!... Has dicho ahora mil disparates, y yo, que conozco algo de la verdad acerca del [81] mundo y de la religin, me he sentido conmovido y entusiasmado al orte. Se me antoja que hablas dentro de m.

-Madre de Dios! -exclam la Nela, cruzando las manos-. Tendr eso algo que ver con lo que yo siento?

-Qu?

-Que estoy en el mundo para ser tu lazarillo, y que mis ojos no serviran para nada si no sirvieran para guiarte y decirte cmo son todas las hermosuras de la tierra.

El ciego irgui su cuello repentina y vivsimamente, y extendiendo sus manos hasta tocar el cuerpecillo de su amiga, exclam con afn:

-Dime, Nela, y cmo eres t?

La Nela no dijo nada. Haba recibido una pualada. [83]

HYPERLINK "http://cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/672615491575511213919536/p0000001.htm" \l "9#9"

-VII-

Ms tonteras

Haban descansado. Siguieron adelante, hasta llegar a la entrada del bosque que hay ms all de Saldeoro. Detuvironse entre un grupo de viejos nogales, cuyos troncos y races formaban en el suelo una serie de escalones, con musgosos huecos y recortes tan apropiados para sentarse, que el arte no los hiciera mejor. Desde lo alto del bosque corra un hilo de agua, saltando de piedra en piedra, hasta dar con su fatigado cuerpo en un estanquillo que serva de depsito para alimentar el chorro de que se abastecan los vecinos. Enfrente el suelo se deprima poco a poco, ofreciendo grandioso panorama de verdes colinas pobladas de bosques y caseros, de praderas llanas donde pastaban con tranquilidad vagabunda centenares de reses. En el ltimo trmino dos lejanos y orgullosos cerros que [84] eran lmite de la tierra, dejaban ver en un largo segmento azul pursimo del mar. Era un paisaje cuya contemplacin revelaba al alma sus excelsas relaciones con lo infinito.

Sentose Pablo en el tronco de un nogal, apoyando su brazo izquierdo en el borde del estanque. Alzaba la derecha mano para coger las ramas que descendan hasta tocar su frente, por la cual pasaba a ratos, con el mover de las hojas, un rayo de sol.

-Qu haces, Nela? -dijo el muchacho despus de una pausa, no sintiendo ni los pasos, ni la voz, ni la respiracin de su compaera-. Qu haces? Dnde ests?

-Aqu -replic la Nela, tocndole el hombro-. Estaba mirando el mar.

-Ah! Est muy lejos?

-All se ve por los cerros de Ficbriga.

-Grande, grandsimo, tan grande, que se estar mirando todo un da sin acabarlo de ver, no es eso?

-No se ve sino un pedazo como el que coges dentro de la boca cuando le pegas una mordida a un pan.

-Ya, ya comprendo. Todos dicen que ninguna hermosura iguala a la del mar, por causa de la sencillez que hay en l... Oye, Nela, lo que voy a decirte... Pero qu haces? [85]La Nela, agarrando con ambas manos la rama del nogal, se suspenda y balanceaba graciosamente.

-Aqu estoy, seorito mo. Estaba pensando que por qu no nos dara Dios a nosotras las personas alas para volar como los pjaros. Qu cosa ms bonita que hacer zas, y remontarnos y ponernos de un vuelo en aquel pico que est all entre Ficbriga y el mar!...

-Si Dios no nos ha dado alas; en cambio nos ha dado el pensamiento, que vuela ms que todos los pjaros, porque llega hasta el mismo Dios... Dime t, para qu querra yo alas de pjaro, si Dios me hubiera negado el pensamiento?

-Pues a m me gustara tener las dos cosas. Y si tuviera alas, te cogera en mi piquito para llevarte por esos mundos y subirte a lo ms alto de las nubes.

El ciego alarg su mano hasta tocar la cabeza de la Nela.

-Sintate junto a m. No ests cansada?

-Un poquitn -replic ella, sentndose y apoyando su cabeza con infantil confianza en el hombro de su amo.

-Respiras fuerte, Nelilla; t ests muy cansada. Es de tanto volar... Pues lo que te [86] iba a decir, es esto: Hablando del mar me hiciste recordar una cosa que mi padre me ley anoche. Ya sabes que desde la edad en que tuve uso de razn, acostumbra mi padre leerme todas las noches distintos libros de ciencia y de historia, de artes y de entretenimiento. Esas lecturas y estos paseos se puede decir que son mi vida toda. Diome el Seor, para compensarme de la ceguera, una memoria feliz, y gracias a ella he sacado algn provecho de las lecturas; pues aunque stas han sido sin mtodo, yo al fin y al cabo he logrado poner algn orden en las ideas que iban entrando en mi entendimiento. Qu delicias tan grandes las mas al entender el orden admirable del Universo, el concertado rodar de los astros, el giro de los tomos pequeitos, y despus las leyes, ms admirable an, que gobiernan nuestra alma! Tambin me ha recreado mucho la historia, que es un cuento verdadero de todo lo que los hombres han hecho antes de ahora; resultando, hija ma, que siempre han hecho las mismas maldades y las mismas tonteras, aunque no han cesado de mejorarse, acercndose todo lo posible, mas sin llegar nunca, a las perfecciones que slo posee Dios. Por ltimo, me ha ledo mi padre cosas sutiles y un poco hondas para ser penetradas [87] de pronto; pero que suspenden y enamoran cuando se medita en ellas. Es lectura que a l no le agrada, por no comprenderla, y que a m me ha cansado tambin unas veces, deleitndome otras. Pero no hay duda que cuando se da con un autor que sepa hablar con claridad, esas materias son preciosas. Contienen ideas sobre las causas y los efectos, sobre la razn de todo lo que pensamos y el modo como lo pensamos, y ensean la esencia de todas las cosas.

La Nela pareca no comprender ni una sola palabra de lo que su amigo deca; pero atenda profundamente abriendo la boca. Para apoderarse de aquellas esencias y causas de que su amo le hablaba, abra el pico como el pjaro que acecha el vuelo de la mosca que quiere cazar.

-Pues bien -aadi l- anoche ley mi padre unas pginas sobre la belleza. Hablaba el autor de la belleza, y deca que era el resplandor de la bondad y de la verdad, con otros muchos conceptos ingeniosos y tan bien trados y pensados, que daba gusto orlos.

-Ese libro -dijo la Nela queriendo demostrar suficiencia- no ser como uno que tiene padre Centeno, que llaman... Las mil y no s cuntas noches. [88]-No es eso, tontuela; habla de la belleza en absoluto... no entenders esto de la belleza ideal?... tampoco lo entiendes... porque has de saber que hay una belleza que no se ve ni se toca, ni se percibe con ningn sentido.

-Como, por ejemplo, la Virgen Mara -interrumpi la Nela- a quien no vemos ni tocamos, porque las imgenes no son ella misma, sino su retrato.

-Ests en lo cierto: as es. Pensando en esto, mi padre cerr el libro, y l deca una cosa y yo otra. Hablamos de la forma y mi padre me dijo: Desgraciadamente t no puedes comprenderla. Yo sostuve que s; dije que no haba ms que una sola belleza y que esa haba de servir para todo.

La Nela, poco atenta a cosas tan sutiles, haba cogido de las manos de su amigo las flores, y combinaba sus risueos colores.

-Yo tena una idea sobre esto -aadi el ciego con mucha energa- una idea con la cual estoy encariado desde hace algunos meses. S, lo sostengo, lo sostengo... No, no me hacen falta los ojos para esto. Yo le dije a mi padre: Concibo un tipo de belleza encantadora, un tipo que contiene todas las bellezas posibles; ese tipo es la Nela. Mi padre se ech a rer y me dijo que s. [89]La Nela se puso como amapola y no supo responder nada. Durante un breve instante de terror y ansiedad, crey que el ciego la estaba mirando.

-S, t eres la belleza ms acabada que puede imaginarse -aadi Pablo con calor-. Cmo podra suceder que tu bondad, tu inocencia, tu candor, tu gracia, tu imaginacin, tu alma celestial y cariosa que ha sido capaz de alegrar mis tristes das; cmo podra suceder, cmo, que no estuviese representada en la misma hermosura?... Nela, Nela -aadi balbuciente y con afn-. No es verdad que eres muy bonita?La Nela call. Instintivamente se haba llevado las manos a la cabeza, enredando entre sus cabellos las florecitas medio ajadas que haba cogido antes en la pradera.

-No respondes?... Es verdad que eres modesta. Si no lo fueras, no seras tan repreciosa como eres. Faltara la lgica de las bellezas, y eso no puede ser. No respondes?...

-Yo... -murmur la Nela con timidez, sin dejar de la mano su tocado- no s... dicen que cuando nia era muy bonita... Ahora...

-Y ahora tambin.

Mara, en su extraordinaria confusin, pudo hablar as: [90]-Ahora... ya sabes t que las personas dicen muchas tonteras... se equivocan tambin... a veces el que tiene ms ojos ve menos.-Oh! Qu bien dicho! Ven ac: dame un abrazo.

La Nela no pudo acudir pronto, porque habiendo conseguido sostener entre sus cabellos una como guirnalda de florecillas, sinti vivos deseos de observar el efecto de aquel atavo en el claro cristal del agua. Por primera vez desde que viva se sinti presumida. Apoyndose en sus manos, asomose al estanque.

-Qu haces, Mariquilla?

-Me estoy mirando en el agua, que es como un espejo -replic con la mayor inocencia, delatando su presuncin.

-T no necesitas mirarte. Eres hermosa como los ngeles que rodean el trono de Dios.

El alma del ciego llenbase de