Beso Para La Mujer de Lot y Otros Poemas

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1 Carlos Besos para la mujer de Lot y otros poemas Muestrario de Poesía 23 Biblioteca Digital Martínez Rivas

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Carlos

Besos para la mujer

de Lot y otros poemas

Muestrario de

Poesía 23 Biblioteca Digital

Martínez Rivas

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Besos para la mujer de Lot y otros poemas Carlos Martínez Rivas, Nicaragua Edición digital gratuita de

Muestrario de Poesía 23

Primera edición: Enero 2009 Santo Domingo, República Dominicana

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Horno al rojo vivo / Presentación por Sergio Ramírez 4 Pentecostés en el extranjero 9 Besos para la mujer de Lot 10 Romanzón 12 Villancico 14 Memoria para el año viento inconstante 17 Retrato de dama con joven donante 21 San Cristobal 27 El desertor o ¡Qué Dios te valga! 28 La sulamita 29 Ars Poética 29 Hogar con luz roja 30 En la carretera una mujerzuela detiene al pasante 31 El amor humano estorbando al amor divino 32 Cuerpo cielo 32 El paraíso recobrado 33 La puerta en el sepulcro 42 Tríptico 44 Esbozo de suicida 46 Please pay when served –vignette- 46 Al poeta nicaragüense Francisco Valle; exhortándolo… 47 Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos 49 Eunice Odio 53 Tom-Boy and Little-Woman 56 Las vírgenes prudentes 57 El pintor español 58 Alba y mi modo 59 No 59 Mundo 60 Petición de mano 60 Fragmentos de crítica a su obra 62 Biografía de Carlos Martínez Rivas 67

Contenido

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Horno al rojo vivo. Prólogo censurado a la antología de Carlos Martínez Rivas

Por Sergio Ramírez

A la hora del desayuno de mis tiempos oficiales en el gobierno de la revolución ya estaba allí el correo de Carlos Martínez Rivas como si una mano invisible lo hubiera dejado sobre la mesa: un sobre de manila que había tenido antes otro uso, rotulado con su letra escolástica, firmes y elásticos arabescos de tiempos de empatador y tintero que enlazaban con sus rúbricas, como virutas, unas palabras con otras. Caligrafía de alumno díscolo del Colegio Centroamérica de Granada junto al Gran Lago de

Nicaragua, mimado de los jesuitas, sobre todo del poeta navarro Ángel Martínez Baigorri, su mejor maestro, y mimado de las musas. Dóctor, se dirigí a mí en el sobre, o Doktor. Él era the poet, nada más el poeta.

Ya estaban allí también los informes oficiales, los recados tempraneros, los partes y las tiras de telex que ya no existen más, pero la avidez me llevaba de primero a rasgar el sobre de Carlos para encontrar, sino era otra vez su testamento ológrafo, porque varias veces fui su heredero universal honorífico y legatario otras tantas veces de su biblioteca, disposición esta última que llegó a anular bajo el temor, sic, de que "la convertiría en una biblioteca popular", sus poemas aún envueltos en el dorado calor del horno: madeleines para mojar en la taza de te de tilo a la hora del asma en Combray, croissantes para comer de pie junto a la barra en los desayunaderos de piso cubierto de aserrín de la rue Monsieur-le-Prince, muy al alba aguardentosa, hora de la alta resaca, mareo nostrum, los tiempos aquellos en que Octavio Paz lo recuerda aparecer entre los amigos de la inquerida bohemia con una guitarra y una botella llena de ron.

Su casa de Managua en el barrio de Altamira, uno de esos colmenares construidos después del terremoto, era como una panadería. Aunque alguien dijera por allí, quizás nosotros dos mismos conversando en eterna risa que ya traíamos muertos de risa desde los años ejemplares que compartimos en la década de los setenta en Costa Rica, que él llamaba con risa Costa Risa, encerrados en mi oficina burocrática de San Pedro de Montes de Oca, o en su celda monacal del falso Hotel Sheraton de la

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Avenida Central de San José, nombre ampuloso para un albergue de media mala muerte que sus propietarios chinos habían inscrito en el registro de marcas y no había trasnacional del mundo que pudiera quitarles, o como una ocurrencia más de aquellas de las tertulias de anochecer discutiendo literatura con José Coronel Urtecho a la luz de lámparas tubulares en el corredor con barandas de la hacienda Las Brisas que daba al Río Medio Queso anegándose en tinieblas, aunque alguien dijera, digo, cualquiera de nosotros dos, que más que una panadería se trataba más bien de una cueva, la cueva de Altamira con sus bisontes en la pared y el minotauro hidrópico que era él mismo paseándose en pelota entre esos muebles que no eran de hogar, sino de oficina de impuestos porque casa y muebles se los había proveído el gobierno, para qué más servía una revolución sino para amparar a un poeta, acaso sobre su desnudez una robe de chambre amarilla como una capa pluvial esponjándose en el aire tibio de la mañana. Y el espejo y la navaja de afeitar cruzados sobre la bacía llena de espuma de jabón. Cueva, o torre.

A esa puerta de la panadería de Altamira en la Managua que hervía a cuarenta grados centígrados llamó Graham Greene un mediodía de los dichosos años ochenta y el panadero barrigón en robe de chambre amarilla, válgame Dios, pelo hirsuto y labios tumefactos, abotagado de gin barato como aquel de la Fábrica Nacional de Licores de Costa Rica, comprado por cuartas en el Chellez Bar y que sabía a Pinesol, no le quiso abrir, y our man in Managua se quedó en el porche donde crecía feraz, el monte. La zarza ardiendo. Llamó con mejor suerte Mario Vargas Llosa, suerte que conocía a Blanca Varela y tuvo entonces entrada, y en la boca del horno le propuso al fauno comprarle su tomo crítico de las cartas de Flaubert, un viejo Flammarion de postguerra, y no se lo quiso vender, ni por todo el oro del mundo, me dijo luego esponjando en orgulloso disgusto la boca.

Por nada del mundo vendería tampoco la reproducción de la foto de Baudelaire, obra de Nadal, fijada con chinches al estante, pero quién quita un día de estos se la roban, como tantas cosas que desaparecen aquí, en toda fábrica de pan ocurre, se roban los huevos, la mantequilla. Hasta los moldes. Tanto derelict (palabra suya preferida=a social outcast, vagrant) rodeando a su dioscuro coronado de pámpanos, pululando ya de noche entre los sacos de harina, hurgando entre los desperdicios, un cardumen de gorgojos que busca pedacitos de gloria, fragmentos brillantes dispersos por el piso sin barrer, y a quienes el panadero de barba entrecana, una barba de días, gozoso de su papel, dirige como si se tratara de las pulgas amaestradas de un circo venido a menos.

En ese cuarto ¾la alacena¾ están los libros en sus estantes y los viejos periódicos arpillados en mesas y en el piso donde andan los gatos, el viejo

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Poe que bota a su paso pelambre, el primero. ¡Amontillado! ¡Quién tuviera a su disposición un barril de amontillado aunque fuera en el rincón de la escena de un crimen! Huele por doquier a alcohol derramado, a orines estancados, a materia fecal, a desperdicios de cocina; pero aquí en la alacena toda la materia prima es apetitosa, aceite, harina, azúcar, sal: son los libros sabios y suculentos que uno siempre quisiera leer, libros citables, precisos, suficientes para confeccionar las hogazas de pan que se sirven en la fonda de Henry Fielding (Tom Jones, expósito, Libro I, Capítulo 1): los formidables portables de Penguin, ese Edmon Wilson, por ejemplo (y se colocaba imaginariamente el tomo bajo el brazo, dando un orgulloso paseo). O el sólido bollo, harina y levadura, que es Judas the obscure de Thomas Harding, y qué me decís de Sons and Lovers de D.H. Lawrence, ¿y Der Tod des Vergil, de Hermane Broch?, la muerte de Virgilio, no menos que la otra muerte, La muerte en Venecia, Der Tod im Venedig de Thomas Mann, y Dirk Bogarde sudando en la barbería funeraria bajo el maquillaje espectral. Una pronunciación espaciada, declamatoria, de cada título, el goce sapiente de cada palabra, como lo haría seguramente en las tertulias de cinco de la tarde Alexander Pope conversando con Orlando, el caballero-mujer de Virginia Wolf.

Libros arrastrados en el aluvión de su vida, piedras, lodo, amores perdidos, guitarras despanzurradas como aquella su guitarra en bandolera con la que lo vio llegar Octavio Paz, Carlos trastejando las cuerdas en el bar ya sin clientes del Hôtel des Etats-Unis, y otros amaneceres con Blanca Varela, y Fernando de Szyslo, y Julio Cortázar, y Ernesto Cardenal, todos juntos en aquella mesa del fondo que se aleja en un zoom inverso hasta que el obturador de la cámara se cierra en oscuridad, eternos desconsuelos, rencores de bolero, él, que como San Juan de la Cruz lloraba por verse postergado, (a ti te premian, a mi me plagian, le dijo en un poema a Octavio Paz), manías persecutorias, desprecio fementido de la fama.

Lecturas insuficientes: no hay lecturas suficientes, Doktor, porque ser sabio del todo sería como la muerte según el Doktor Faustus de Thomas Mann. Libros metidos en cajas de leche condensada para atravesar el mar, handle with extreme care, y los que se quedaron perdidos en París, y los otros abandonados en el apartamento de Argüelles en Madrid cuando fue el consejero cultural de la Embajada de Nicaragua que deambulaba por los bares hasta las claras del alba, y los que reposan aún en una oscura bodega en Los Ángeles, California, en espera del regreso de su dueño, el empleado de aduana marítima, puntual cuando no estaba en las cantinas, de corbata y cuello duro, mangas cortas, un clerk, como Rosseau el aduanero de los leones apacibles en azul nocturno. Igual a como vestía cuando lo conocí en León en tertulia improvisada, en la casa de Edgardo Buitrago en mayo de

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1964, yéndose ya a España a asumir su puesto en la embajada, y yo a Costa Rica a asumir el mío en el Consejo Superior Universitario Centroamericano, clerk=la persona que realiza tales funciones como llevar registros y atender correspondencia, el clerk (oficinista) que guarda en una gaveta del escritorio el libro que lee furtivamente, talvez las poesías escogidas de William Blake, talvez las de Emily Dickinson: At last, to be identified!/At last, the lamps upon thy side/The rest of life to see! (¡Al fin, ser identificado! ¡Al fin las lámparas a tu lado, lo que queda de vida para ver!)

Después, en esa casa de Altamira, la cueva que fue panadería, estaban las sartenes, colocadas en orden, donde esperaban para entrar al horno los textos en proceso (work always in progress). Se ve lo que no se toca. Carpetas rotuladas con plumones violeta, negro, marrón, a las que nadie puede asomarse, y sin embargo, todo mundo se asoma, todo mundo se siente en esta feria con el derecho de secuestrar esos manuscritos (mecanoscritos) para llevárselos como souvenirs, travestis sin fortuna, efebos indefensos como aquel del dormir plácido en el sótano del Louvre, erinnias mal disfrazadas de monjas, o peor, de vedettes, o de vampiresas, putillas, poetillas: si no estuviera el otro. El difuso terco mundillo del amanecer. La pululante línea de la imperfección y el anonimato...

Y finalmente el horno, la máquina de escribir, seriamente colocada sobre el escritorio de contador segundo, frente al sillón de vinilo estacionado a la distancia precisa. Su firma al pie de cada poema, cmr. La manía cmr ha llegado a consistir en sus constantes denuncias contra los tipógrafos primero, y las operadoras de computadora al acabarse los tipógrafos, porque cometen demasiados errores y arruinan los textos ¡La fatalidad de una letra trastocada, de la línea de un verso mal cortada, traiciones a la fidelidad! De modo que las cuartillas salidas de la máquina, y tecleadas con primor maniático¾a veces con subrayados en rojo (llegó la hora en que esas cintas de máquina de dos colores dejaron, alas, de existir) iban directamente a la plana del suplemento literario, fotografiadas en vivo. Si es que iban, porque había aún una mejor manía, la de negarse a publicar sus poemas.

Pasaron los años. El horno, con su rojo fulgor de infierno, aventando chispas por la boca que traga las sartenes, no hay modo que no siga encendido en la cueva desierta del panadero que toda la vida pasó aprendiendo a actuar, a vivir, a beber como Baudelaire, la perfomance de su vida que fue toda su vida. Suyo el rescoldo del absintio, suya la resaca del ajenjo que tiñen de verde las llamas del horno y el cielo del paraíso, infierno de cielo. Un ensayo de infierno. Ensayo con trajes, hoy, general rehersal, y la

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gran gala, poet, suspendida por fuerza mayor. Pan duro, duro aprendizaje. La última sopita. La cama final de la sala J del Hospital Militar de Managua.

El coche funerario arrastrado por la pareja de caballos enclenques de cabezas empenachadas y los lomos cubiertos por un velo negro como de mosquitero, va por la Calle Real de Granada mientras los transeúntes se alinean extrañados en las aceras porque detrás la banda militar toca marchas dolientes. Y no hay manera que se aparte de la cabeza del muerto eximio el recuerdo implacable de su madre endeudada que se suicidó porque había dispuesto de las joyas que el Monte de Piedad le confiaba para colocar, sólo para que el hijo se hiciera poeta en París, el hijo pródigo, el hijo prodigio. Y la edición príncipe de un mil ejemplares de La insurrección solitaria, su único libro que siempre crecía o disminuía, según el caso, que se trajo de México casi íntegra y se comieron la humedad y las polillas en la bodega de un beneficio de café de la hacienda de un pariente suyo, cercana a Managua. ¿Hay un ataúd que clavan con gran prisa en alguna parte? Ce bruit mystérieux sonne comme un départ...

Y vestido ya para la gran gala, según la foto de Nadal, mantos y mangas de mujeres lo depositan en la obscura y helada tumba que se buscó. Y que viene a ser lo mismo según su San Malcolm Lowry y el mío, la oscura tumba donde yace mi amigo.

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Pentecostés en el extranjero Antaño, en la época de las participaciones, después del tiempo pascual con sus cincuenta días bien contados y plenos en su liturgia triunfante (tal cual se nos presenta hoy bien estudiada y mal vivida) el domingo siguiente a la luna llena del equinoccio de primavera; el suceso tenía lugar: Sobre el fondo en pan de oro la ronda felina de las llamas desvaneciéndose renaciendo y una nueva forma de persuación en boca de esas gentes. Lo claro y lo oscuro. El murado yo voluntarioso con ceño de diamante y el indefinido murmullo que se resigna fondo, se conciliaban. Hoy, el Espíritu Santo ya no es pan común sino que cada uno oye al del otro, extraño al suyo, zurear a su lado. Y ante cada rostro afirmándose la desemejanza de otro rostro. Y nombres propios. Tortuosa, sonsacona, la zagala. Detractor el prójimo rechinando a tu vera. Difícil cada vez más la poesía. Y ni siquiera el día bueno: frío, nublado. Sin el menor rastro de fuego. Pero seguimos esperando. Con fe no exenta de cinismo esperamos el día de mañana para contradecir al de hoy. A su golpe vacío. Así los dos compatriotas (E. C. y C. M. R.) sentados junto a Teresa, con su respectivo cáliz y su manera peculiar de mirar a la mujer, brindan en esa dulce reunión a la áspera salud de ser diferentes.

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Fiel cada cual a su distinta lengua roja a su pentecostés privado a su fraude provisional. Porque es verdad que hacemos fraude. Porque creemos en el Espíritu Santo hacemos fraude. Porque aun a costa del fraude y de los juegos de vocablos, continuamos para perpetuar la amenaza inventar la necesidad mantener el peligro en pie mientras retornan esos tiempos que el hombre ya ha conocido antes.

Pentecostés, 1950. -Hotel de Bretagne, Rue Cassette, París.

Beso para la mujer de Lot

Y su mujer, habiendo vuelto la vista atrás, trocose en columna de sal.

Génesis, XIX, 26

Dime tú algo más. ¿Quién fue ese amante que burló al bueno de Lot y quedó sepultado bajo el arco caído y la ceniza? ¿Qué dardo te traspasó certero, cuando oíste a los dos ángeles recitando la preciosa nueva del perdón para Lot y los suyos? ¿Enmudeciste pálida, suprimida; o fuiste

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de aposento en aposento, fingiéndole un rostro al regocijo de los justos y la prisa de las sirvientas, sudorosas y limitadas? Fue después que se hizo más difícil fingir. Cuando marchabas detrás de todos, remolona, tardía. Escuchando a lo lejos el silbido y el trueno, mientras el aire del castigo ya rozaba tu suelta cabellera entrecana. Y te volviste. Extraño era, en la noche, esa parte abierta del cielo chisporroteando. Casi alegre el espanto. Cohetes sobre sodoma. Oro y carmesí cayendo sobre la quilla de la ciudad a pique. Hacia allá partían como flechas tus miradas, buscando... Y tal vez lo viste. Porque el ojo de la mujer reconoce a su rey aun cuando las naciones tiemblen y los cielos lluevan fuego. Toda la noche, ante tu cabeza cerrada de estatua, llovió azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra. Al alba, con el sol, la humareda subía de la tierra como el vaho de un horno. Así colmaste la copa de la iniquidad. Sobrepasando el castigo. Usurpándolo a fuerza de desborde. Era preciso hundirse, con el ídolo estúpido y dorado, con los dátiles, el decacordio y el ramito con hojas del cilantro. ¡Para no renacer! Para que todo duerma, reducido a perpetuo montón de ceniza. Sin que surja de allí ningún Fénix aventajado.

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Si todo pasó así, Señora, y yo he acertado contigo, eso no lo sabremos. Pero una estatua de sal no es una Musa inoportuna. Una esbelta reunión de minúsculas entidades de sal corrosiva, es cristaloides. Acetato. Aristas de expresión genuina. Y no la riente colina aderezada por los ángeles. La sospechosamente siempre verdeante Söar con el blanco y senil Lot, y las dos chicas núbiles, delicadas y puercas.

Romanzón

a L. P. G. Primomisacantano

Caminantes camineros de Madrid a San Sebastián hemos visto cómo toda la tierra está cantada por el mar. Y al borde de tu misa oímos un océano universal y el rumor de todas las hostias que se venían a quebrar. El Obispo avanzaba ayer, rojo, delante del altar. Los fuelles del órgano soplaban

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la hoguera de la cristiandad. Y caminantes camineros sacamos en claro esta verdad: que toda la tierra puede ser cantada desde un altar. Como un nadador que separa dos olas así abriste tú el misal. Te vimos entrar en una opulencia de agua de mar donde saltaba la barca de Pedro y chillaba el águila de Juan. Nos abriste como una casa las grandes puertas del misal -el único pórtico rojo por el que debimos entrar-. Cambiar nuestro vino por tu Vino; cambiar nuestro pan por tu Pan. Es porque he mirado la tierra que tengo derecho a cantar: yo estaba de guardia una noche. Las tiendas eran blancas a la luz lunar. Los grillos cantaban enamorados y no paraban de cantar. Un riachuelo sesgaba hacia la muerte y no cesaba de sonar. Yo comenzaba a comprender. Venus desde el abismo me miraba con triste mirar. En Guetaria las muchachas eran arañas entre las redes de pescar. Tejían una red infinita mientras nos veían pasar.

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En el agua quieta de Orio, brillaba gorda la estrella vesperal. Entramos en una taberna y nos pusimos a tomar. El vino lo sacaban casi negro de un barril profundo, inmemorial. En la cocina misteriosa un niño empezó a llorar. Sobre un plato abandonado, hedía una sardina de metal. Si quisiera contar todo eso no terminaría jamás. Sería como las estrellas del cielo, como las arenas del mar. Del mundo te traigo este día, con lo difícil de nombrar, los pasos pesados de este romance y el abrazo de mi amistad. Convento de Oña Burgos, España, 1946

Villancico

¡Un niño nos ha nacido un niño se nos ha dado! Vamos, pastores, vamos, vamos a Belén, a adorar, etcétera... Para algo nace el niño. Por algo lo hace.

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No se alza porque sí el vientre, la purísima clausura, de una Niña de Niñas (¡Virgo Virginum!) Si viene a traer la paz y no la guerra, no sé a qué venga. por más dulce que sea la llegada de los bebés, y ofrecerlos, ¡por el amor de Dios! si no han de cambiar todo esto, no sé a qué vienen, y sí sé que vienen a engrosarlo no a cambiarlo. Si El no ha venido -espada en mano- contra el sabor a hierro, el regusto a cobre de no haber sembrado sino desparramado, de haber sido gastado por la existencia sin gastarla, de haber sido usado sin usar, si El no viene a quitar de una vez por todas ese resabio a cobre de las bocas, no sé a qué viene. Vamos, pastores, vamos, vamos a Belén, a adorar, etcétera... Porque hemos entendido bastante bien el sentido oculto (la segunda intención) de lo blanco, de lo blancuzco y sus relaciones con la lepra y el sello del pecado casi como en el Exodo y en el Levítico es entendido ("...y he aquí que estaba leprosa, como la nieve") -pero sin poder remediarlo- (la manchada rutina, el empaste blanque- cino y la abominable pereza del color: años

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centurias eras para que el gris se arrastre un poco hacia el verde-zinc) -pero sin poder combatirlo- creo, entonces, que a eso viene y que si no viene a eso no sé a qué viene. Vamos, pastores, vamos, vamos a Belén, a adorar, etcétera... El zapatón que taconea con estrépito no ha sido silenciado. Los prójimos unos contra otros se aguzan como cuchillos chas-chas-chas. Se oye el encierro, el din-don monótono el cencerreo de los adúlteros guisando al rojo y cenando frío y el ruido de hojas secas de la ropa humana... Si El no viene a acabar con ese chas-chas-chas y el frou-frou de la hojarasca y el din-don y el ¡tac tac! de la bota y toda nuestra cacofonía, no sabré que ha venido cuando venga. No tendré la menor idea. Vamos, pastores, vamos, vamos a Belén, a adorar, etcétera... Aquí están todos los hijos, madres. Recién nacidos, puros como la nieve. Son la sal de la tierra. El libre vuelo de vuestro ser. Oidlos ahora, parlotear. Miradlos marchitarse y adiestrarse -agibílibus- y marcharse. Hinchándose codiciosos, empobreciéndose de oro. Poco

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de todo aquel libre vuelo del ser, madres. Y poco que hacer desde vuestro lecho contra esta ola en torno de una cuna. Poco desde vuestro rezo, desde vuestro sueño, desde vuestro puesto. Sólo hay la nieve afuera amontonada como la sal que se ha vuelto insípida y es tirada y pisada. Sólo la nieve sucia, el sello blanco de la lepra y la sal desalada. Vamos, pastores, vamos, vamos a Belén, a adorar, etcétera...

Memoria para el año viento inconstante I

Sí. Ya sé. Ya sé yo que lo que os gustaría es una Obra Maestra. Pero no la tendréis. De mí no la tendréis. Aunque se vuelva, comentando, algún maestro del humor entre vosotros: -Poco trabajo le costará cumplir... Aunque sepa hasta qué extremo las amáis. Sé cómo amáis la Música. No la de los negros, por supuesto. Ni la guitarra a lo rasgado, por tientos, esa brisa seca de uñas y plata. Ni el endiablado son de la Múcura que está en el suelo, o Rosa de Castilla

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con su largo alarido al comienzo... sino ¡BACH! Ultimamente sobre todo Juan-Sebastián Bach. Yo os he visto alzar la tapa de la discoteca, oyendo en vuestros sagrados depósitos de música estancada cómo cae el Concierto, y tirar de la cadena purificados por el suceso musical puro. ¡Con qué libertad respiráis! casi voy a decir que vivís como hombres por un momento. De tal modo saboreáis el aire salado de la emancipación al salir por la puerta, la puerta giratoria y afelpada -que se traba- del Museo de Bellas Artes. Y ya cerrarlo con doble llave. Y haber cumplido con la tercera y última de las variaciones de las variantes de la Battaglia. Irse sin dejar nada pendiente con la figura que toca el pífano y el tambor en el Cristo de los Ultrajes de Grünewald. En paz con el exigente Maestro de la Leyenda de Santa Ursula. Gran día para vosotros. Ese de la Obra Maestra. Una antigua necesidad: el holocausto del propio ser. El deseo de imponeros algo perenne y tribunal. Y otro. Más rabioso, más trémulo: el deseo de tener un pasado. Un pasado por fin que oponer al maldito presente. Un pasado adornado con todas sus plumas. Con su perspectiva de adecuada jerga, con sus categorías históricas y su problematismo crítico-cultural precisado en función de una radical revisión de... Y la larga, accidentada, alucinante teoría de los géneros y los estilos.

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II Si no estuviera el otro. El difuso terco mundillo del amanecer. La pululante línea de la imperfección y el anonimato. Más informe en el año del hombre y dudosa que en el año exterior los renacuajos moviéndose sin dignidad, que la crisálida de una abeja en su célula cuando no es sino un poco de saliva ciega y moho, que esas medusas que olvida el mar aun sin hacer, translúcidas al asco. Ahí velaremos. Como sagaces hijos del siglo. Como el Iscariote, que no conoció almohada. Alertas centinelas en la púrpura penumbra del umbral. Celosos polizontes con la diestra en la cartuchera de cuero al pie del sicomoro. Cada hoja tendrá su guardián. El más mínimo remolino de savia el tiempo necesario de cumplir su revolución su breve furor elipsoidal hasta pintarse como un leopardillo y ya ni Salomón en toda su gloria (o tendrá más tiempo: todo el vasto y soleado tiempo de no cumplirla y abdicarse a sí mismo y perderse). No es una amenaza. Tampoco exageraremos. Pero ni un solo murmullo será malogrado. Ningún lenguaje estéril y ameno brutalizará los reciencapullos, los brotes del presente que asómanse predicando lo que todavía no es cierto. La fina sombra de una lanza llena de tacto guardará el paso cálido, distinto al anterior, casi indecente de una pulsación de segundo. El milagro de un entendimiento súbito entre dos sangres extranjeras.

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Aceptaremos sin entender cualquier discordancia: el más aprendiz de los palmoteos el más inventado de los borbollones. Porque de lo seguro salimos a reposar en lo inseguro. En lo peligrosamente sesgado como doncella cortante veloz como desde un puente. Del puente a lo escapado a lo demasiado huído a lo frío saltamos ¡impacientes! Y más si se quiere. Que el tránsito de una burbuja nos sea viaje largo y fatigante. Una piragua de papiro en el centro del remolino es fortaleza, chato torreón de piedra, ante el inseguro inestable vacilante hogar de un corazón inclinado al esbozo. De un corazón de hombres dóciles flexibles vulnerables como un colibrí es siempre un colibrí agudo ardiente rápido. Y más hombres: los que llamaren. Como ese colibrí es tantos diferentes colibríes agudos ardientes rápidos. A cada arranque imprevisto ¡un nuevo colibrí sin memoria! Agua fluctuante y pan preparado sin fatiga, delicioso como agua desaprovechada que se mira correr y riqueza no guardada para mañana (recibida prestada en el viento escrita) agua móvil como sólo ella sabe serlo y jirones de plata donde ninguno se repite y de ninguno es posible hallar vestigio... Lo que a los planetas eternos les fue negado y concedido a una chispa: desaparecer! -Ese lujo- dice el coro. Y vuelta a lo mismo: de lo seguro para girar en lo inseguro en lo ondeante adoncellado y con andares aptos para el desmiembre el date vuelta en lo que como lomo de paloma amarillea y ala untada de plata y gala de la mañana y que pasa de nosotros con liberalidad projimal o nos es quitado por asalto o rechazado (arrebatado por rechazo) o birlado

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vulgarmente o registrado chabacanamente destruido desplegado con vocerrón devuelto con las patas (¡y para nosotros gala de la mañana!) pero que vuela saca las uñas duerme vive ahí -¿en dónde?- ¡aquí aquí en el entornado desierto mundo del amanecer. Y no domado dulcificado acorderado bajo velocino sino amenazante!

Retrato de dama con joven donante I

La Juventud no tiene donde reclinar la cabeza. Su pecho es como el mar. Como el mar que no duerme de día ni de noche. Lo que está en formación y no agrupado como la madurez. Como el mar que en la noche cuando la tierra duerme como un tronco da vueltas en su lecho. Solo. Retirado a mi tos. Desde mi lecho que gruñe oigo correr el agua. Toda el agua que se oye pasar de noche bajo los lechos. Bajo los puentes.

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Las aves del cielo tienen sus nidos. Nidos curiosísimos. Los zorros y las raposas tienen alegres madrigueras donde hacen de todo. La juventud no tiene donde apoyar la cabeza. Y rompe a hablar. A hablar. Toda la tarde se la pasó el joven hablando delante de la mujer enorme. Dejándola para mañana se le pasa la vida. Y en la Pinacoteca de Munich, bajo el gran hongo, a la afable sombra de los Viejos Maestros, o en la olla del placer, derramando en el suelo su futuro dice a su juventud, a su divino tesoro dícele: -Sólo espero que pases para servirme de ti. Y aprender a sentarse. Empezar a tener una cara. Lo que hizo Míster Carlyle, el dispéptico. Lo que hicieron Don Pío Baroja y su boina. O Emerson ("...una fisonomía bien acabada es el verdadero y único fin de la Cultura"). Y todos los otros Octogenarios, los que no escamotearon su destino: el propio, el que vuelve al hombre rocín y acaba sólo gafas, hocico, terco bigote individual. Los que llegaron hasta el final y zanjaron el asunto y merecieron un retrato en su viejo sillón rojo calvo ya como ellos y hermoso. Sentados para siempre. Fotogénicos. Idénticos a su celebridad. Fijos los ojos como si por encima del vano afanarse de la tribu lo logrado miraran. ¡Lo logrado! ¿Lo logrado? ¿Y si fuera otra cara la verdadera y no ésta sino la otra, la mal hecha, la que no se parece y es distinta cada vez? La del Hombre

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del Trapo en la Cabeza, el que se cortó la oreja con una navaja de afeitar para dársela a la menuda prostituta? Pero él fue solamente un pintor. Uno entre los otros espantapájaros, minúsculos en medio del gran viento que choca contra el cielo, empeñados en añadir un paso más a la larga cadena. Ocupados en cambiar la Naturaleza, como las estaciones. Rehaciendo y contrahaciendo el rostro del mundo. El rostro del vasto mundo plástico, supermodelado y vacío.

II Aludo a, trato de denunciar algo sin un significado cabal pero obcecado en su evidencia: el árbol con piel de caimán. La esponja con cara de queso de Gruyere, y viceversa. El viejo de la esquina, el que vende cordones para zapatos, peludo de orejas, animal raro, Nabucodonosor amansado. Una lora en su estaca moviéndose peculiarmente. Mostrándonos su ojo viejo, redondo, lateral. Los moluscos, temblorosa vida en la canasta que contemplan tan serios el niño y la niña. El perro en la cantina, debajo de su mesa favorita, temible a causa de su bozal. Un par de hombres solitarios bañando un caballo con un cepillo grande a la orilla del mar en una perdida costa pequeña y abrupta. Los grandes bueyes lentos de fuerza y peso, cargados de su propio poder, y los caballos pastando con sus cuellos inclinados igual que las colinas... Todo incomprensible (en apariencia) o idílico, pero inasistido, no azotado por el error, vivo dentro de un cero en la impotencia de lo sólo evidente.

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El mundo plástico, supermodelado y vacío. Como un infierno ocioso, abandonado por los demonios, condenado a la paz.

III

Pues si esta noche el alma. Si esta noche quisiera el alma hundirse en la infamia o la ira hasta el fondo, hasta que el pulgar del pie brille contra la roca en la tiniebla del agua; y desde allí intentara una vez más bracear, cerrar los ojos, hundirse aun más hondo, no podría. La ola de la Tontería, la ola tumultuosa de los tontos, la ola atestada y vacía de los tontos rodeádola ha, hala atrapado. Inclinada sobre el idioma, sobre el pastel de ciruelas, lo consume y consúmese ella disertando. Y danza. Pero no al son del adufe, sí del castañeteo de los dientes que agitados por el rencor y el miedo producen un curioso tintineo. Al son del ¡sún-sún! de la calavera. Y súbito el recuerdo del hogar. De pronto, como una espiga ardiente. Como el sonido de un clarín de niño en la traición, en las traiciones de las que sólo el olvido nos defiende: sólo otra traición del corazón nos defiende. Y el pecado futuro, ya en acción, zumbando desde lejos, desde antes sabido, realizado y ceniza.

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Hoyo, humo y ceniza. Es el desierto. El sol huero, la arena y la pequeña mata de llamas. A lo lejos, la nube abstracta sobre la colina ocre. Un pájaro atraviesa la tarde de borde a borde. Una hoja seca araña el techo de zinc. Un grifo vierte el tedio. -Pero conocí a una dama.

IV

Sola en principio y descastada como un águila. El águila de Zeus en el exilio, de paso entre nosotros. El ruido de sus garras sobre la mesa y el ojo perspicaz. El ojo que sólo ve, sin opiniones. Así el suyo. Como el ojo del ave: sin respuesta, puro de voluntad óptica. Ojos duros, pequeños y desiertos delante de la ilimitada extensión del yo varonil. Rostro intemporal, zoológico. Lleno de fanatismo, pero frío, sutil, no sometido, como escarabajo o bala. Civilizaciones la han hecho. Muchas estirpes habrán sido necesarias delante de ella como delante de los frutos soles y siglos. Una hilera de siglos como grandes filtros

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para que al fin cayera -gota pura- entre las fuentes públicas y los hábitos de su raza. No la driada de los bosques ni oréade, breve de seno, oliendo el aire. No trirreme a la luz de las olas. Ni algo que el pueblo de Francia advertía. Ni tocador lleno de dijes fríos, colgantes como lluvia, y revólveres relucientes que enseñáronme tanto sobre la naturales secreta del níquel y el por qué las uñas y lo dentado. Pero sí algo que entró en el cielo excluído de lo suficiente. Si algo con la lógica de lo simple, la forzosidad de lo perfecto, la inteligibilidad de lo necesario. Ileso eso se mueve en la tercera rueda, nosotros aquí abajo enronquecemos discutiendo. Sin vacilaciones ni sombras. Todo respuesta que el enigma vano de la blancura oculta y suplanta, el pecho ofrece un fondo al rayo de la mano. Tras la aislada frente monótona (donde ensordece el apagado barullo del mundo invisible)

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se abre el perla, absorto, cóncavo día solo de una mujer. Es el interior de la concha. La Nada femenina. Allí, aun sin aletas y sin ojos un caos se defiende, más cerca del huevo que del pez. Mordiente sol, limón de oro, virginidad aceda. Es la mujer, golpeando, matando con su pico al hombre cálido. Su pico de vidrio. El de hielo. Púdica, insípida y hostil con la terquedad espantable y pacífica de la luz. La Nada femenina. Sola ante lo último, lo límpido donde lo resistente es nácar. Piedra vestida por la sombra y desnudada por el sol. 1949-50 -18, Rue Cassette, París

San Cristóbal --¿Hay paso? --gritó el niño mirando hacia lo oscuro en los últimos límites de lo bruto. Y no oyó nada, sino la lluvia

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cayendo en el abismo. Sólo la pesantez eterna ha respondido honda y negra, al niño. --Tal vez es que no viene nadie aquí --cuando vió unos tizones apagándose, mojados bajo el humo. Y llamó otra vez hacia el gran hoyo mudo. Retó al caos palurdo. Golpeó en su oído duro. Y apareció un farol. Se le acercó la noche. cabeceando. El pie descalzo, enorme, removió el agua fría y dormida. El niño vio el reflejo del farol cruzando el río. Sacudido y soñoliento sobre el alto hombro macizo.

El desertor o ¡Qué Dios te valga! --Por donde vaya tú me faltas. Por donde huya tú eras blanca- fueron mis últimas palabras. Diligentemente la savia trepa verdeando las ramas y el ardor del verano es agua

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en la pileta de mi casa, aquí en Granada! Sólo tú andas rival y alta. Sin donde, sin nadie, sin nada.

La sulamita En bata todo el santo día. Muy sola y en sus cosas pero con aire de saberse dos. Flaca, secreta y rocallosa. Sin hablar, cortando papeles y pegándolos. Hogareando. Confiando sólo en su marido detestando los visitantes. En bata todo el santo día soporta la felicidad bajo su camisa de noche.

Ars poética ¿Que eres reacia al Amor, pues su manía de eternidad te ahuyenta, y su insistente voz como un chirriante ruiseñor te exaspera y quieres solamente besar lo pasajero en la cambiante eternidad de lo fugaz? -entonces ¡soy tu hombre! Pues más hospitalario que el mío un corazón no halló jamás para posarse el falso amor. Igual

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que llegué, parto: solo, y cuando mudo de cielo mudo también de corazón. Pero, atiende: no vas a hacer traición a tu alma infiel. No intentes, si una chispa del hijo del hombre ves en mis ojos, descifrarla, ni trates de inquirir mucho en mi acento y el fondo de mi risa. Donde quiero destierro y silencio no traspases la linde. Allí el buitre blanco del Juicio anida y sólo el ceño de la vida privada ¡canta!

Hogar con luz roja

a Pilar y las chicas Los escalones de madera, inseguros para el extranjero en la oscurana, son fácil camino para el hijo. Alrededor de la mesa, congregada juega a las cartas la familia; las fichas chocan en el centro del tapete en donde cae la luz. Discreta zumba la radio. Porque es pacífico este hogar, temeroso, y sólo al amor consagrado. Llega el hijo y los hermanos del hijo y las hermanas de los hijos acuden a la llamada del timbre, y esperan dichosas, con agitado pecho, en medio del saloncito de mobiliario eterno: los cojines color naranja y el cromo con la góndola de Cleopatra en el Nilo.

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En la carretera una mujerzuela detiene al pasante ¿Qué pasó con el joven que amó su madre? El incapturable. Pero a quien las mujeres notaron como el can al extraño. Al que todas ellas amaban: las crías de pecho las niñas sin pecho las mujeres en pecho las despechadas. Cuantas pudieron verle lo guardaron para siempre. No en sus corazones. Ni en el puño cerrado. Ni en el cráneo acústico. En su vientre lo conservaba cada mujer. No encinta de un hijo de él sino preñada dél. O aligeradas de golpe se descargaban, paríanse a sí mismas pariéndolo, detenían su anual alumbramiento. Por qué propósito de fecundar el fondo de la mujer y perpetuar su sombra iba y venía... ¿Dónde circula ahora? ¿Alguien le conoce?

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El amor humano estorbando al amor divino

Si amamos (no quiero escribir Amor sino capricho, simple locura, espíritu de demencia) todo es compañía: pudiendo prescindir de todo, nada nos recuerda la soledad. (Porque Su crimen es querer mandar en la nada tan bien desmelenada de los dioses, donde no hay plenitud tramposa sino despilfarro.)

Cuerpo Cielo Tocar un cuerpo es tocar el Cielo -quiere decir esto: Cuerpo ni La Maja es visible. Forma renuente que se expone contra lo oculto que se entrega cuerpo desnudo está cerrado. Sordo al dedo, a la consciencia esquivo, murado al contacto. Lo que quiso decir Novalis. Es intocable el cuerpo humano como el Cielo es intocable. ¿O que será tocado sólo cuando tocáramos el cielo y tocar cielo es tocar cuerpo y sólo entonces como puerto? Fórmula Cuerpo Cielo Cero

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El Paraíso Recobrado

Poema en tres Escalas y un Prólogo

A Yadira Jiménez

En el Puerto de Cartagena, Colombia. Apartado N° 75.

Abandona tu patria y tu parentela y ven a un país que yo te mostraré.

Cogidos de la mano, con pasos errabundos y lentos, emprendieron por los campos del Paraíso

su camino solitario.

Génesis, XII, 1

Prólogo

Allá, en la América del Sur, lejos, en Colombia. Donde el Magdalena corre ancho y solemne, y el Tequendama se alza como un río que se puso de pie para mirar de lejos el mar; al norte, en el Puerto de Cartagena. Frente al escándalo de las olas, y bajo los suntuosos cocoteros; en medio del paisaje marino con el muelle, los barcos, las gaviotas... vive una niña. No es largo de contar. La conocí una mañana en el aeropuerto de San José de Costa Rica.

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Lo demás no puede ser más sencillo: la amé. Todos los jóvenes la amábamos. Un día partió para Colombia, para Cartagena... Y, entonces, yo, al no hallar qué hacer con mi amor, hice de él una canción. La encontré buena. Y me la aprendí de memoria para mi propio recreo y deleite; y para decirla ante un grupo de amigos que con cierta frecuencia me piden que recite. Dice así la canción...

Primera Escala

Antes del aire

Cogidos de la mano, con pasos errabundos y lentos, emprendieron por los

campos del Paraíso su camino solitario.

John Milton, Paraíso Perdido, Libro XII

Día y noche golpeaba el pie de tu sonrisa. Pero tú no me oías. Te llamé con abejas... y nada. Con gorriones... tampoco. Con caballos... y tu pecho seguía cerrado. Hasta que un día, cuando todo era inútil y la cosa parecía perdida, se me ocurrió llamarte a ti contigo misma. Y por medio de ti llegar a ti. Y di en el clavo.

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Fue leve, como un zarpazo de violeta, como un puñetazo de abanico. Pero sonó la aldaba, rechinaste... y te fui abriendo toda, como una puerta, y penetré en tu nombre. Por eso, y desde entonces: Para el día y la noche. Para los dolorosos y quebrantados ojos que dejaste perdidos. Para todos los días y todas las noches de la vida. Para que el mar y el fuego te coronen y tejan para ti una guirnalda. Para que el viento venga. Para que el vino venga y te diga: "¡Levántate y anda! Corta un racimo de uvas, y sígueme". Para que pidas todo lo que te dé la gana: El laurel, el espejo, la guitarra. El lirio blanco como una niña después de un accidente. El árbol, la pianola, el reloj, la naranja. El paisaje que espera en el fondo del vaso dar de beber al ojo lo que no bebió el labio. El frutero en donde cabe todo el verano, y el sofá dentro de una pecera con violines. La fuente donde el líquen sueña sus catedrales. El clavel que en el tallo se enciende como un fósforo y el pájaro que sueña atornillado a un trino. En fin para que todas las cosas de la tierra. Para que todas las cosas trémulas y hermosas de la tierra descansen en el hueco de cada una de esas manos tuyas que yo amo y en doble arroyo lleguen hasta tu boca pura: te levanté una rosa lo más alto que pude. Te he construido una casa sitiada por la espuma. Pon el oído en esa rosa, y oye lo que su olor te dice.

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Húndete en esta casa que te hice, y habítala. Y bébete esta copa de agua con golondrinas. Porque tú... Pero espera. No vayamos tan lejos. Creo que ya va siendo hora de que me explique. Yadira, aquí me tienes: solo, como los monogramas en los pañuelos. Y desde Granada, desde el Colegio. Sobre mi ventana que da al Lago de Nicaragua, y en esta hora, te recuerdo, y pienso: Era entonces en San José de Costa Rica... En el Barrio Amón, y en la misma esquina de tu casa, de tu casa con barandas... Ahora ya de lejos, toda la ciudad cabe en tu pequeño nombre. Y por eso, hasta las cosas más pequeñas, todo, lo tomo y lo empujo hacia ti para que brille. Me refiero a las vueltas alrededor del parque, a los discos en moda de ese tiempo; a las interminables partidas de ping pong en el asueto de los sábados por la tarde. A tus vestidos con un barco bordado en la bolsa, y a los paseos en bicicleta por los alrededores de la capital... Cosas que no valen la pena, pero que yo las canto -y lo hago ardientemente- porque en torno de esto hay algo tuyo que se reune: un desprendido pétalo que llega de tu cielo. Un pedazo de espuma caído de tu espuma. Un resto de palomas, una pelusa de alma. Pero es el caso que yo no me conformo con eso. Que ninguno de nosotros puede conformarse con eso. Porque tú no eres únicamente esa niña que juega ping pong, sonríe, y se vuelve manzana cuando cumple quince años. Hay algo más en ti. Esa tu otra tú que te aguarda en el sueño de tu desnudo puro.

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Y a esto es, precisamente, a lo que vengo: vas a emprender un viaje que nunca habías hecho. Conmigo. Tú y yo, solos. Nosotros dos, volando hacia los otros dos nosotros que nos esperan allá, sobre las nubes de luz fría, entre un camino de lámparas, paseándose, altos, eternos y definitivos. Prepárate. Iguala tu reloj de pulsera con el reloj del aire. Y ahora mismo, mientras todos bailan, y en tu puerto el alcalde y el comandante juegan una partida de ajedrez para mientras llega el barco, tú y yo nos vamos. Deja que todo quede como está, en desorden. Y date prisa. Tenemos todo el día por delante pero el camino es largo. Llegaremos allá cuando las estrellas brillen. Prepárate para el salto. Y que el aire sea con nosotros. Listos. A la una... a las dos... y a las... tres!

Segunda Escala

En el aire

...porque el Espíritu Santo, que es amor, también se compara en la Divina Escritura al aire.

San Juan de la Cruz

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Hemos llegado a la primera estrella. Mira la inmensa noche azul llena de temblorosos ojos. Todo esto forma ahora nuestro nuevo camino. Por él vamos, Yadira, y te miro como un gorrión saltar de estrella a estrella. Subir de astro en astro. De cometa en cometa. Y más allá. Más alto. Más arriba, ya por las últimas orillas del cielo, en donde va tu cuerpo, quemándose en el aire, con rumbo hacia un seguro porvenir de lucero. Y como en la bandera, que en la mañana sube... y sube, y hasta que ha llegado al término se despliega y se entrega de lleno al azul puro; así tú, Yadira, has ido avanzando hacia la belleza. Pasando de muchacha a estrella. De estrella a remolino; de remolino a brisa, y de brisa a sosegado, claro, ilustre aire. Porque, en verdad, la carne se hizo aire. Y el aire se hizo carne y habitó entre nosotros. Desde la tierra, entre el hervidero fuimos ascendiendo. Ahora todo está en ti. Y tú tan sola, ya aire ante el aire. Llegamos a la cima más alta de su delicia. Y oye qué nueva trinidad tan pura: tú, yo y el aire. Y los tres somos uno. Por eso, a través de tu cuerpo puedo contemplar todo el cielo. Como si lo tuviera dentro de ti. Y tu esqueleto brilla como los hilos de una lámpara. Y de tu corazón, en vez de sangre, sale un río astronómico y celeste, que en orden y de pies a cabeza te recorre. Y pasan, entre otros: El Dragón y la Cabra. Orión, el Pez Austral.

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Arturo del Boyero. Las Dos Osas, La Lira y el Centauro. El Cochero, la Espiga de la Virgen. Cástor y Pólux, Fénix, el Cangrejo. La Nebulosa Espiral de Andrómeda. La Cabellera de Berenice. Las Nubes Magallánicas, El Cisne, el Sagitario, El Enjambre de Hércules, La Niebla de los Perros de caza. La Ballena, la Cruz del Sur, El Ave del paraíso y el Navío, Marte, Saturno, Júpiter, Neptuno, Venus, La Vía Láctea, El Unicornio, y el Ojo del Toro y la Serpiente. Ya no hace falta ahora sino el sueño. Ultimo paso de la transfiguración. Sepárate de ti hasta caer en ti. Que como un anillo hundiéndose poco a poco en el agua, en el agua del sueño se irán tus otras manos, se irán tus otros ojos, tu otra voz, tu otra frente, tu otra tú, como sobre un estanque donde el árbol se separa del árbol. Bueno. Después de esto ya nada queda por hacer. Tiéndete, duerme, sueña. Y mañana ya podremos entrar al Paraíso.

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Tercera Escala

Después del aire

...Y en la tercera rueda contigo mano a mano busquemos otro llano,

busquemos otros montes y otros ríos, otros valles floridos y sombríos,

do descansar, y siempre pueda verte ante los ojos míos,

sin miedo y sobresalto de perderte.

Garcilaso de la Vega Estamos ya más allá de todo! Todo ha cesado. Se descorren las cortinas y se abren los eternos espacios. Hemos quedado solos. Solos: tú, yo, y el aire nuestro de cada día. Estamos ya más allá de todo. Más allá de todo lo que fue antes del aire. De los discos en moda, de los paseos en bicicleta y de tus vestidos con un barco bordado en la bolsa. Más allá de los cumpleaños y de los pequeños obsequios a los que cuidadosamente les borramos el precio. Más allá de la cadena de oro y el anillo dados a guardar a alguien para mientras nos bañamos en la piscina. Más allá de las radiantes fotografías, en grupos, tomadas en la playa, debajo del verano. Más allá de todo eso!

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Más allá de la nube y el relámpago. Más allá de las constelaciones. En los aires finales. Y más allá, todavía. Más allá del mismo aire, es decir, en el aire de tu aire que es mi aire. De escala en escala, todo ha ido desapareciendo. Ahora ya no queda nadie. Nada. Sino el espacio y un hombre y una mujer. La nueva creación apoyada en nosotros. La tierra es otra vez la tierra. El hombre es otra vez un hombre. La mujer es de nuevo una mujer. Y tú tienes la palabra. La mujer es anterior a la vida. La mujer es anterior a Adán. La mujer es anterior a la mujer. Porque antes, mucho antes de que Eva naciera del costado del hombre, cada árbol, cada flor, cada fruta, toda la Creación era una mujer. Tú tienes la palabra. Separa la luz de las tinieblas. Y ordena los mares y los ríos porque el Espíritu de Dios empolla sobre las aguas. Y qué bien así! Nadie y nada. Sino tú y yo: una mujer y un hombre. De nuevo juntos. Para siempre juntos. Y qué bien mañana! Cuando nuestros corazones maduren: Cuando sobre este aire limpio, inaugurado, colocaremos otra vez la rama, la manzana, el pájaro y la estrella.

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La puesta en el sepulcro Décimocuarta estación Cuando ya no me quieras. Cuando ya no me quieras y no podamos estropear nada porque nada estará vivo y confiado. Cuando tú te hayas ido y yo me haya ido y los de la música se hayan marchado y el portón se cierre (dentro pasan el largo fierro por la argolla asegurando con la correa el cerrojo, y soplan los candiles y las mechas se quedan humeando); diremos: "Algo se ha perdido. No mucho. Nunca es mucho. Pero algo esencial –un culto, un lenguaje, un rito—está perdido". Cuando hayamos dejado de ser esto que somos: pareja expuesta al dardo, mal avenida pero bien enlazada, y nos dispersemos en otros círculos y nos disipemos en otras charlas; habrá quien diga: "Aquí dos seres carmesíes se atraparon. Los vimos balancearse estremecerse oscilar retornar a la seguridad y caer". Para entonces, el zumbido del tractor volverá a oírse desde el fondo del llano. Las chorejas del guanacaste caerán con su golpe seco frente al portal.

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Pero esos rumores de la vida nos llegarán por separado, y otro será tu sol y otra luna será mi luna. Cuando ya no me quieras. Cuando en la reunión tus ojos al encontrar los míos ya no digan: "Aguarda a que termine con esta gente, pero mi corazón te pertenece". Cuando en las sucesivas fases de tu errabunda búsqueda femenina ames a otro: y te descalces delante de otro cetro y te desveles bajo otra antorcha y triturada por otros trapiches trasiegues el poder que yo te trasmití; pensaré agudamente: "Ya se le agotará. ¡Y entonces vendrá a mí y no le daré más!" Y así siga por el mundo y a través de los días rumiándote en el hosco destierro, granitizándome en la frustración y el orgullo como un mendigo sobre un pedestal. Remontando el obstruido pasado como un sucio canal maloliente en el crepúsculo: "Aquí estuve brutal. Ahí comenzó el desierto. En aquel banco trató de herirme. Tal día…" Y así te evoque. Así conjure tu sombra agujerándola de flaquezas y máculas. Cuando ya no me quieras y yo ya no te tema. Cuando contentadizo, trivial, inadecuado para la soledad y la amargura

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yo mismo haya olvidado –cuando ya no me quieras— que me quisiste; garras y mantos de mujeres: Furias como Pietás, Erinias disfrazadas de monjas me depositarán en la obscura y helada tumba que me busqué. Sierras de Managua, Viernes Santo 1953 Viernes 6 de junio 1980.

Tríptico 15 de Agosto en Granada "Por estos aires de Granada, ¡mi Granada!" Antonio Machado (de EL CRIMEN FUE EN GRANADA, III, 1936) Don Miguel de Cervantes advierte que caballeros pueden a veces degenerar en caballería. Cuando no se realiza el Centauro y la antigua fusión no se logra. El hombre no reasume al caballo ni éste se reconcilia en el hombre. Y ya queda el mito borrado. II La Alegoría de Botticelli. Donde Minerva con su alabarda junto al Centauro, achumicado bajo la cornisa de basalto malva. Roca tallada a tajadas. La civilización domeñando a la brutez, a la zafiedad.

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Palas Atenea lo heleniza, lo occidenta, lo cristianiza. La mano de la Diosa, piadosa, juega las negras greñas del monstruo que la mira ceñudo, pero reverente. Temeroso de la sagrada compasión. Todo en simbólica simetría, en cruz: la lanza vertical como un eje, horizontal el paisaje al fondo. Y todo como aquí en Granada: la cerca hecha con rajas clavadas. El archipiélago allá, distante. La extensión de cristal azogado con una lancha negra bogando. Costa en herradura punta a punta. Ascendente boscoso Mombacho. ¿Por qué todo como aquí en Granada? Pero esto fue una digresión. Vieja manía. Diversión, divertirse, salirse de senda. A dura rienda volvamos a nuestro tema. III En Granada de Nicaragua, los jinetes están de fiesta. !Por fin volver a caballejear! Aunque sea sólo por un día. Su atavismo cuadrúpedo cobra vigor. Y regresan, retroceden a la Colonia. Al coloniaje. Cuando los déspotas iban a caballo, y el pueblo siervo iba a pie. Restellantes de fusta, sonoros de espuelas, montados sobre sus sementales alazanes palominos, estos Encomenderos cargan encomiendas, sus aperos. Son envoltorios de hojas: bajo, moronga, chicharrón con yuca, Flor de Caña. Pero el pueblo alza a mirar -igual que entonces- en empavorecida perspectiva, las altas patas delanteras corveteando

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y el tórax de la enorme mole antropoequína como un poder abstracto a desplomarse sobre él. Que hoy todavía ahora en estos aires veamos eso, lo deja a uno interrogante. Preguntándose si hubo aquí Revolución. ¡Semejante pregunta! Manuscrito "D" Agosto-Septiembre/82

Esbozo de suicida

Ahora todos duermen arriba abajo a izquierda a derecha Pero mañana todos ya despiertos las caras crispadas (¡sólo yo dormida!)

Please pay when served – vignette- Please pay when served sí yo también pago siempre al ser servido así quedo listo giro el asiento un pie en el riel de cobre el otro en tierra alerta en la penumbra veo pasar la calle en la luz cruda al acecho de una mujer una muchacha una niña quien fuere la que busco hace treinta años echo a correr la alcanzo entre el tumulto

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me emparejo la sigo de perfil hípicamente al fin la pierdo o la suelto encuentro otra taberna entro me siento pago en cuanto me sirven desde hace treinta años esto.

Al poeta nicagüense Francisco Valle; exhortándolo a no escribir su correspondiente elegía a Alejandra Pizarnik

I No es indispensable, poeta, que la escriba. Su elegía. No va a ayudarla a morir con eso. No va a enterrarla más. Si acaso a medio desenterrarla. Un pie sólo entre terrones de humus en el Museo de Cera. Deje que escriban otros su obituario. Un redactor de la revista Gente dice: "gozó de la amistad de Octavio Paz y Julio Cortázar". Seguramente ellos –y otros menos célebres pero considerables, que también fueron sus amigos, escribirán. Y los que no lo fueron ni cruzaron palabra con ella, pero dirán, ahora que no puede desmentirlos: Ah, sí, Alejandra, Sacha, siempre sin un real, "fauchee". Cuantas veces nos encontramos se sentó a mi mesa y le invité a tostadas y té verde.

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II Tendría que encontrar primero un buen epígrafe. Luego, ¿qué género emplearía? El coloquial: Cuando enlazados bajo un solo abrigo, el tuyo, los pies helados, volvíamos a la pensión desde la plaza de Saint Germain a la rue de l’Ambre… o: Subías hacia mi ágilmente los peldaños del Metro, sin aliento, porque se hacía tarde y nos perdíamos de ver "L’ Age d’Or…"? III No vale la pena. Como los intimistas malolientes, traperos de poemas hediondos a ropa sucia, cuando hay que revolverla toda hurgando para buscar en un bolsillo algo extraviado? Nunca. Las sábanas de los suicidas están siempre limpias. Se duchan antes del acto. Una ducha corta y enérgica. Yo sé algo de ellos. Seres que invocan el silencio y ruido reciben en respuesta. Y los más allegados, los primeros en hacer más ruido. ¿Qué podría decirnos de esta muchacha, apenas humana para lo demasiado demasiado humana que ella quería ser? ¿Qué va usted a decirle a quien quiso entrar en el silencio? IV Poeta, he venido a exhortarle induciéndole con palabras y ruegos a no escribir ninguna elegía por su amiga Alejandra Pizarnik. Le expuse mis razones. Ahora, con su permiso, me retiro.

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Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos

I

Con el redoble de un tambor en el centro de una pequeña Plaza de Armas, como si de los funerales de un Héroe se tratara; así querría comenzar. Y lo mismo que es ley en el Rito de la Muerte, de su muerte olvidarme y a su vida, y a la de los otros héroes apagados que igual que él ardieron aquí abajo, volverme.

Porque son muchos los poetas jóvenes que antaño han muerto.

A través de los siglos se saludan y oímos encenderse sus voces como gallos remotos que desde el fondo de la noche se llaman y responden.

Poco sabemos de ellos: que fueron jóvenes y hollaron con sus pies esta tierra. Que supieron tocar algún instrumento.

Que sintieron sobre sus cabezas el aire del mar y contemplaron las colinas. Que amaron a una muchacha y a este amor se aferraron al extremo de olvidarse de ellas. Que todo esto lo escribían hasta bien tarde, corrigiendo mucho, pero un día murieron. Y ya sus voces se encienden en la noche.

II

Sin embargo nosotros, Joaquín, sabemos tanto de ti. Sé tanto… Retrocedo hasta el día aquel en brazos de tu aya en que, de pronto, te diste cuenta de que existías.

Y ante ese percatarte fuiste y fueron tus ojos y el ver más puro fue que hasta entonces sobre los seres se posara. No obstante, los mirabas

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sólo con una boba pupila sin destino, sin retenerlos para el amor o el odio. (Aún tus mismas manitas sabían ser más hábiles en eso de coger un objeto y no soltarlo). Una mañana te llevaron a una peluquería, en donde te sentaron muy serio, y todo el tiempo te portaste como un caballerito y bromearon contigo los clientes. Todo esto mientras te cortaban los bucles y te hacían parecer tan distinto. A la calle saliste después. A la otra calle y a la otra edad, en la que se le pintan bigotes a la Gioconda de Leonardo y se es greñudo y cruel.. Mas luminosa irrumpe pronto la juventud.

Después, todos sabemos lo demás: el impuesto que las cosas te cobraban. El fluir de los seres que a tu encuentro acudían por turno, cada uno con su pregunta a la que tú debías responder con un nombre claro, que en sus oídos resonara distinto entre todos los otros, y poder ser sí mismos; como sabemos que a Iaokanann llegaban los hombres más oscuros, a recibir un nombre con el que desde entonces pudieran ser llamados por Dios en el desierto.

Y ése fue en adelante tu destino. Por el que no podrías ya nunca más mirar libremente la tierra. Un mal negocio, Joaquín. Por él supiste que ante todas las cosas en que te detuvieras el tiempo mandado, temblarías. Que bastaba mirarlas con los ojos que se te dieron un tiempo decoroso para que se tornaran atroces: el fulgor de un limón. El peso sordo de una manzana. El rostro pensativo del hombre. Los dos senos jadeantes, pálidos, respirando debajo de la blusa de una muchacha que ha corrido; la mano que alcanza. Hasta las mismas palabras…

Todo había una esencia dentro de sí. Un sentido sentado en su centro, inmóvil, repitiéndose

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sin menguar ni crecer, siempre lleno de sí, como un número.

Y esa lista de nombres y esa suma total tú la tendrías que hacer para el día de la ira o el premio. Y al hacerla, pasar tú a ser ella misma. Porque también te dieron a ti un nombre. Para que de todo esto lo llenaras como un vaso precioso. Que de tal modo dentro de ti lo incluyeras --las noches estrelladas, las flores, los tejados de las aldeas vistos desde el camino-- que al nombarlo te nombraras tú: suma total de cuanto vieras.

Y para todo esto sólo se te dieron palabras, verbos y algunas vagas reglas. Nada tangible. Ni un solo utensilio de esos que el refriegue ha vuelto tan lustrosos. Por eso pienso que quizá --como a mí a veces-- te hubiese gustado más pintar.

Los pintores al menos tienen cosas. Pinceles que limpian todos los días y que guardan en jarros de loza y barro que ellos compran. Cacharros muy pintados y de todas las formas que ideó para su propio consuelo el hombre simple. O ser de aquellos otros que tallan la madera; los que en un mueble esculpen una ninfa que danza y cuya veste el aire realmente agita.

Pero es cierto que nunca rigió el hombre su propio destino. Y a la dura tarea mandada te entregaste del modo más honorable que he conocido. Eso sí, tú sabías bien en qué te habías metido.

A los obreros viste cuando van a la tienda. Observaste cómo examinan ellos las herramientas y palpan el filo y entre todos eligen una, la única: la esposa para el alto lecho de los andamios.

De este modo elegías tú el adjetivo debido, la palabra, y el verso cuyos rítmicos

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pasos como los de un enemigo acechabas. Hacer un poema era planear un crimen perfecto. Era urdir una mentira sin mácula hecha verdad a fuerza de pureza.

III

Pero ahora te has muerto. Y el chorro de la gracia contigo.

Mas dicho está, que nunca permitió Dios que aquello que entre los mortales noblemente ardiera se perdiese. De esto vive nuestra esperanza.

Difícil es y duro el luchar contra el Olimpo acuoso de las ranas. Desde muy niños son entrenados con gran maestría para el ejercicio de la Nada.

Mucho hay que afanarse porque lo otro sea advertido. Y aun así, pocos son los que entre el humo y la burla lo reconocen.

Pero, con todo, perseveramos, Joaquinillo. Descuida.

Redoblaremos nuestro rencor ritual, el de la cítara. Nuestro alegre odio a saltitos. La nuestra víbora de los gorgeos. Y el Amor ganará. Tú deja que tu sueño mane tranquilo.

Y si es que a algo has hecho traición muriendo, allá tú. No seré yo quien vaya a juzgarte. Yo, que tantas veces he traicionado. Por eso no levanto mi voz tampoco contra la Muerte. La pobre, como siempre, asustada de su propio poder y de tantos ayes en torno al muerto, enrojece.

Tu muerte solamente tú te la sabes.

No atañe a los vivos su enigma, sino el de la vida. Mientras vivamos sea ella olvidada como si eternos [fuéramos, y esforcémonos.

Tú, desde el Orco, gallo, despiértanos.

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IV

Y a igual manera que las abejas de Tebas --conforme el viejo Eliano cuenta-- iban a libar miel en labios del joven Píndaro;

llegue este canto hasta la pálida cabeza. En tu pecho se pose y tu pico su pico hiera sorbiendo fuego. En torno de tu frente aletee tejiendo sobre ella una invisible corona.

Sus alas bata con más fuerza y hiendan un espacio más alto sus noble giros. El esfuerzo repita. Y otra vez. Y otra… Y su vuelo por el cielo se extienda en anchos círculos.

Madrid, febrero de 1947

Eunice Odio

Y añadió: --No podrás ver mi faz, pues el hombre no puede verme y vivir.

Exodo, XXXIII,20

Una visión legendaria, un elevado discurrir, un pensamiento, --tal a Avila sus murallas y su gorjeante azul-- la rodeaban defendiéndola de lo que, extranjero y hostil, podía herir. Estoy hablando de tu frente. A los lados están, asomando como las alas de dos ángeles sumisos por un costado en el muro, las dos orejas pálidas, acústicas, precipitándose en el remolino del oído hasta el fondo. Al estanque del tímpano en donde se reflejan el trino del ave, la nota del violín, el soneto.

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Y sobre la pulida nariz que suele hundirse nave en el oleaje de la rosa, buscando una exacta respuesta de olor a su pregunta, se encienden los dos ojos, desde la telaraña redonda, minuciosa y azul de la pupila.

Y luego, del lecho fresco de los labios, donde tu juventud parecía haberse tendido ya a sólo madurar, de golpe, como el agua en los valles, todo se lanza hacia los hombros y los senos…

Después todo es quietud y desnudez sin fin.

(Sólo en el vientre, el vello. Creciendo allí tal vez por la misma secreta razón --aún sólo sabida por él-- del musgo)

¡Muchacha! Tú estás sentada sobre la tierra. Miras. Como lebreles tus largas manos posas: seres armados, guardan la puerta de tu cuerpo. Las dos perreras a la entrada del Jardín.

He tratado de decir cómo eres;

de ponerte de nuevo delante de mí oh muchacha desnuda! forma! perfección! Porque aunque a menudo te vimos, apenas nos percatamos de ti. Hablamos mucho de tu gracia porque eso distraía pero qué poco sospechamos bajo el cariño de la piel y entre el ir y venir de tu sangre atariada!

Creímos que eras bella solamente para ser lecho oscuro del sol o chispa de la atmósfera, y no advertimos cómo sobrellevabas ese penoso y duro oficio de las cosas bellas que, tras de su dorada corteza lucha para salvar al hombre de la Divinidad en bruto.

Porque tras de esa membrana, de esa ala de cigarra, está escondido, tirante, alerta, lo otro. Detenido de pronto en su exceso cuando todo iba a estallar.

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Un poco más y el compromiso se habría establecido. Un poco más y habría sobrevenido eso. De lo que nadie osa hablar.

Pero de ello, si unos pocos tuvieron noticias es mucho. Porque tú corriste a ponerte disimuladamente en la puerta, y entonces ya no te vimos sino a ti, ¡Antifaz! con tu pétalo soportando el golpe del ariete sagrado, con un dedo menudo y perfecto evitándonos en un diálogo el mayor de los riesgos.

Tú bisel, bisagra, ángulo, eres, allí el nudo ciego de la lid, del combate entre lo que intenta revelarse, obtener, y lo que trata de poner al hombre al amparo de lo que no podría soportar.

Por eso, para hablar de tu cabello, quise resistir hasta ahora, para decir que está detrás de ti como un árbol y como un árbol mucho follaje y sombra esparce. Para ocultarnos lo que nos haría enrojecer y temblar: el ajetreo de los ángeles, las poleas de lo monumental, y a Dios mismo en plena tarea, con las dos media lunas de sudor alrededor de las axilas.

A veces a ti misma te esquivamos. Tratamos de cubrirte con palabras y adjetivos espléndidos, por temor a ver entre tus pliegues algo de lo desconocido, pues, ¿qué enorme compromiso no traería haberlo visto aunque fuera una sola vez? Por temor a conocerte demasiado, de llegar a ser demasiado de ti y entrar en relación con lo que ¿quién nos dice cuánto no sería capaz de exigir?

Pero tú, entretanto, así,

como una estrella dentro de su armadura, sonriendo pones a todo esto un nombre animador y andadero: belleza. Y haces que de esta lucha, de esta cuerda tensa

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no brote ni oigamos los cercanos, nada, nada, sino esa nota pura a la que el corazón en medio de su afán y su gemir pueda un momento asirse.

Tom-Boy and Little-Women

No nos equivoquemos sobre este punto. Las niñas marimachas, chinvaronas, tom-boys --como se diga-- que juegan sólo con muchachos, beisbol de lustradores trepadoras de rodillas raspadas, con cicatriz visible y permanente en la ceja izquierda impresa contra el filo de la piedra de la poza absoluta de la infancia; son sensibles, intensas bajo sus overoles, y despliegan más tarde mamalias adorables y hacen hombre al hombre porque lo trataron desde niñas y se lo saben desde dentro, y ya adultas le amortiguan todo lo que es demasiado duro, pulido e hiriente como ebanistería enemiga.

Pero las otras, mujercitas, little-woman, damitas --como se diga-- que juegan con muñecas y bordan y cocinan de mentira, son más tarde mezquinas económas que esconden senos ínfimos, metálicos y devienen espeluznantes cónyuges, paridoras de futuros misóginos, como aquel desdichado que menciona el doctor Rober Burton en Anatomy of Melancholy, que no salía nunca, y cuando en su alta alcoba alzaba los visillos, asomándose al tumulto de Londres, si divisaba apenas una sombrilla o un talle, rompía a vomitar.

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Las vírgenes prudentes

Vendrá en la noche como ladrón

¿Quién es esa mujer que canta en la noche? ¿Quién llama a su hermana? De país en país, esa rapsoda que vuelva en el viento por encima del mar tenebroso donde culebrea el cielo? ¡Salidle al encuentro! Ella, la enamorada. Ella nada más, y su hermana. ¿Ese viento que canta? Es la voz del amor. La voz del deseo del amor que se alza en la noche alta. Sobre la potencia de la ciudad, esa voz que gira. Esa aria exquisita! Sólo esa nota vibra en la noche helada. Esa arpa sola tañendo en la noche vasta. Ese único silbo penetrante de la pureza. Sólo esa serenata encantada. Y el amor de las hermanas! De las estrellas protegiendo sus llamas para el Deseado que tarda. Nada sino eso: el cañaveral de las desposadas y la sombra alargada del Ladrón que escala. Canta la noche y las llanuras solitarias sometidas al hechizo de la luna. Claras, vacías súbitamente al paso de las hermanas. Al paso de la bandada blanca de las vírgenes hermanas. Las que se entregaron al amor. A quienes no se les concedió sino el amor. Las Vírgenes Prudentes cuchicheando en la alcoba [estrellada. Bajando la voz y subiendo la llama. Cerrándose en medio de su sombra. Desapareciendo detrás

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[de su lámpara. Aquí sólo tienes abismo. Aquí sólo hay un punto fijo: el pábilo quieto ardiendo y el halo frío. Aquí vas a rasgar el velo. Aquí vas a inventar el centro. Aquí vas a tocar el cuerpo Como toca un ciego el sueño. Aquí podrás soplar y apagar tu secreto. Aquí ya podrás quedarte muerto.

El pintor español --Yo pintaré un hombre con una linterna. --Hazlo. Pero qué le pondrás alrededor para que se vea? --Pues, noche dijo, ya iracundo.

Pequeña moral A Elvira Van dirigidas estas líneas a quien poseyó:

la Belleza, sin la arrogancia la Virtud, sin la gazmoñería la Coquetería, sin la liviandad el Desinterés, si la desesperación el Ingenio, sin la mofa la Ingenuidad, sin la ignorancia

todas las trampas de la feminidad, sin usarlas.

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Alba y mi modo Si se da cuenta de mi modo Si lo logro Si le da la vuelta mi modo Entera y en redondo Y si mi modo a su manera Se le presenta como Se le recomienda solo Si la despierta con su codo Si le restriega un ojo Para que vea con el otro Y si se le pega su tono Y ya le suena como propio Si lo logro Si de mi modo se da cuenta Tomo lo todo que la quiera Porque el modo es el hombre. Ellas Son sólo darse cuenta.

No Me presentan mujeres de buen gusto Y hombres de buen gusto Y últimos matrimonios de buen gusto Decoradores bien avenidos viviendo en medio de un miserable e irreprochable buen gusto Yo sólo disgusto tengo. Un excelente disgusto, creo.

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Mundo Dios hizo el agua El Diablo la echó en el vino Dios hizo la ventana abierta para el hombre interior El Diablo la puerta cerrada para el de afuera Dios hizo el pan El Diablo su precio Dios hizo las mejores palabras ocultas El Diablo las que sobran Dios nos hizo juntos El Diablo nos falsificó separados Dios te hizo una El Diablo otra Yo te esperaba Pasaste sin mirarme. Te escribí entonces un epigrama como una ortiga. Pero ¡ay, tú no lo leerás. Tú nunca lees versos, mi niña!

Petición de mano

Sigue amor mío, síguete, sigámonos. Sólo estando juntos podremos despistarles. Sólo juntos podemos volcar el matrimonio, ¡hacerlo saltar en astillas!

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Déjalos bisbiseando, abriéndose y cerrándose, los labios de la Excusa. Aparta tu oreja de la boca de tu runruneante preceptor.

¿Qué puede decierte? ¿Qué otra cosa sentir tú en su aliento, amor mío, sino el olor delicado y repugnante de la muerte y el aire frío del vacío?

Asómate…¿qué ves? ¿Qué más podrías ver sino la rala oscuridad y la mortaja, sola, albeando en el fondo del sepulcro?

Ten cuidado con los casados que se retiran temprano. Témeles. Al Marido, a su Trabajo, a su Mujer, témeles. No les toques ni te toquen. Yo, les tiemblo.

Es contra nosotros que se han casado. Es contra ti y contra mí, amor mío, que ellos se retiran temprano a su trabajo: los productores, los engendradores, los publicadores de libros.

Son el Demonio. El Demonio, más activo que Dios. Es el Diablo y su banda de muertos laboriosos.

Si oyeres algún ruido. Cualquier ruido al otro lado del mundo, al otro lado de la noche;

Cualquier ruido sospechoso y prudente de falso día, de clandestino taller sepulcral, de disimulada fábrica de pasado;

Aviva tu ocio. Oponles tu presente de poderosa caducidad. Que son ellos, amor mío, ¡siempre los mismos! ¡Los muertos enterrando sus muertos!

¡Desenterrándolos y enterrándolos y volviéndolos a desenterrar!

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Fragmentos de crítica a su obra

"El mejor de nuestro grupo de tres es Carlos Martínez Rivas. América lo conocerá algún día".

Ernesto Cardenal Ernesto Cardenal Ernesto Cardenal Ernesto Cardenal

"Carlos Martínez Rivas es ante todo el poeta de los poetas y hasta quizá principalmente un poeta para poetas. Pero no olviden que, al fin de cuentas, los poetas para poetas son los que pueden quizá revelar para los no poetas lo que realmente es la poesía."

José Coronel UrtechoJosé Coronel UrtechoJosé Coronel UrtechoJosé Coronel Urtecho

(La poesía de) Carlos Martínez Rivas es sin lugar a dudas la mayor en intensidad y profundidad, ya no se diga en su poder de maravillar y producir admiración. Es sobre todo la mayor en contenido humano. Carlos Martínez Rivas, sin embargo, es uno de esos poetas realmente extraordinarios -o como se decía en el siglo pasado, geniales o de genio- de los que por lo mismo es difícil hablar en términos generales, porque se corre el riesgo de parecer desproporcionado, aunque se diga la verdad.

José Coronel UrtechoJosé Coronel UrtechoJosé Coronel UrtechoJosé Coronel Urtecho

"Cuando digo de Ernesto Cardenal y Carlos Martínez Rivas que uno es un tigre y el otro, un ave del paraíso, supongo que lo que quiero decir es que no se pueden comparar."

José Coronel UrtechoJosé Coronel UrtechoJosé Coronel UrtechoJosé Coronel Urtecho (de Culture & Politics in Nicaragua, Steven F. White, Lumen Books, New York, 1986)

Carlos Martínez Rivas es uno de los más notables representantes del grupo que sigue al movimiento de la Vanguardia. En realidad, no pertenece a ninguna de las generaciones existentes en su país; comienza la poesía al lado de Ernesto Cardenal y Ernesto Mejía Sánchez, muy joven todavía, después de estudiar en San José de Costa Rica y en Granada. En Madrid sigue la carrera de letras, especializándose en crítica de arte. Vivió largas temporadas en Europa, a veces como diplomático.

Autor de una escasa obra poética en lo que se refiere a la cantidad, Martínez Rivas se mantiene a un nivel elevado desde su primer poema ("El paraíso recobrado") hasta sus más recientes publicaciones, aceptadas con voz unánime hasta por los jóvenes más rebeldes e iconoclastas. Hay

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alrededor de su poesía una feroz admiración, posiblemente debido a su larga ausencia del país, seguramente por su calidad de poeta muy importante en un panorama de poetas verdaderos.

Stefan BaciuStefan BaciuStefan BaciuStefan Baciu

(Antología de la poesía latinoamericana, Universidad de Hawai, 1976)

Carlos Martínez Rivas nos ofrece su primer libro: La insurección solitaria. ¿Una nueva versión del poeta rebelde? Sí y no. Rebelión y aislamiento pero también búsqueda y reconocimiento de sí mismo y del mundo.

A diferencia de otros rebeldes, Martínez Rivas no quiere ser dios, ángel o demonio; si pelea, es por alcanzar su cabal estatura de hombre entre los hombres. Su rebelión es contra lo inhumano. La rebelión solitaria es legítima defensa, pues ahí, enfrente actual y abstracta como la policía, la propaganda o el dinero, se alza

La ola de la Tontería, la ola tumultuosa de los tontos, la ola atestada y vacía...

Octavio PazOctavio PazOctavio PazOctavio Paz (tomado de Las peras del olmo, Editorial Seix Barral, S.A., 1983)

[…] en 1967 me encuentro de tertulia en el "Café Gijón" con un variopinto grupo de escritores. Ahora la ingenuidad se ha transformado en curioso dato literario. En aquella mesa se sentaban: Diego Jesús Jiménez, Marcos R. Barnatán, Francisco Umbral, el poeta vanguardista hispanoamericano Julio Campal (que se suicidaría poco tiempo después), Javier Lostalé (gran animador de la poesía por entonces, primero desde la Facultad de Derecho y luego desde "Puente Cultural"), Ignacio Gómez de Liaño, Luis Berenguer (con novela reciente en la Alfaguara de entonces), Carlos Martínez Rivas ("el mayor poeta nicaragüense después de Rubén Darío", solíamos decir entonces ante su culta locuacidad) […]

Antonio ColinasAntonio ColinasAntonio ColinasAntonio Colinas (de "Fragmentos del diario italiano", Clarín, marzo-abril 1997 [Notas de un viaje por Italia, del escritor Antonio Colinas, que serán editadas por Calambur.]

Así como un poeta no sólo expresa o le da voz al pueblo, sino que lo crea y lo modela, una institución de cultura, si permanece, le da un rostro a una ciudad, a un estado, a una nación.

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Nicaragua es pobre desde un ángulo económico; rica, en cambio, si la vemos en el desarrollo de su palabra. Rubén Darío ejerce magisterio universal y ha hecho que en Nicaragua el cultivo de la palabra sea religión de honda raigambre nacional. Ahí han nacido varios de los poetas más altos de la lengua castellana: Salomón de la Selva, Ernesto Cardenal o Carlos Martínez Rivas.

Jaime LaJaime LaJaime LaJaime Labastidabastidabastidabastida (de "Excélsior", México)

Martínez Rivas, el más favorecido por la gracia poética de los tres [poetas de la Generación del 40, junto a Ernesto Mejía Sánchez y Ernesto Cardenal], ejecutó en su adolescencia un poema de singular madurez: "El paraíso recobrado" (1943) , diez años más tarde, un monumento excepcional de la poesía española: La insurrección solitaria (1953).

Presidido por una sabiduría fulgurante y un equilibrio verbal, este poemario encierra un programa de vida y una nueva configuración de elementos sustantivos de la sociedad. Para Hernández Sánchez-Barba, la cima que sustituye, releva y contrapone a Neruda una conciencia nueva del hombre en América es Martínez Rivas.

Por lo demás, su poesía realiza esplendorosamente el axioma de Baudelaire: la Belleza como el resultado del entendimiento y el cálculo. De ahí que toda su obra posterior, acaso la más rigurosa que se escribe en el verso español de hoy, ofrezca textos extraordinarios o dechados de concentración y perfección.

Jorge Eduardo ArelJorge Eduardo ArelJorge Eduardo ArelJorge Eduardo Arellanolanolanolano

(de Antología general de la poesía nicaragüense, Ediciones Distribuidora Cultural, Managua, 1994)

Carlos Martínez Rivas es un hombre difícil, problemático, solitario, porque vive en su mundo totalmente. Uno debe saber cómo está uno en el mundo de Carlos para meterse allí sin dificultades con él. Uno tiene que acercarse a él con mucho cuidado.

Vive en un su mundo poético como ningún otro, muy intenso y muy valioso y muy importante, muy total, pero todo es conforme le vaya a su situación y a su mundo donde él se mueve.

Yo he estado muy bien con él siempre, porque lo he querido mucho y he creído mucho en él. Es en el que más creo de todos. Creo que de todos los

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poetas nicaragüenses de nuestras generaciones, de nuestra época, desde que aparecemos Cabrales y yo, al que más admiro es a Carlos, porque sus capacidades me parecen enormes y sus realizaciones también y su obra me parece muy significativa.

Aunque todo ese sucede en su mundo de él, que no es un mundo puramente poético, de una poesía hermética e inabordable; tiene también mucho de sus elementos vitales, de su vida, de su mundo, de sus experiencias y de su país, que es su mundo de él, pero lleno también de este mundo.

José Coronel UrtechoJosé Coronel UrtechoJosé Coronel UrtechoJosé Coronel Urtecho (de Conversando con José Coronel Urtecho, Manlio Tirado, Editorial Nueva Nicaragua, Managua, 1983)

Nunca será lo suficientemente citada aquella frase que Octavio Paz dijo en su libro de prosa crítica Las peras del olmo: "La insurrección solitaria -escribía Paz hace treinta años y pico- es el libro de un buen poeta y la promesa de un gran poeta".

Acaso yo esté equivocado, pero es claro que la profecía de Paz se ha cumplido a cabalidad. ¿Qué es lo que establece el matiz entre el "grande" y "el bueno"? La continuidad, supongo; el eslabonado encadenamiento, la sucesión de libro tras libro, hacia una totalidad indiscutible y evidente. Neruda sería solamente "bueno" si se hubiera contentado con publicar sus veinte poemas de amor y una canción inesperada. También Lezama sería simplemente "bueno" si tan sólo hubiera publicado "Muerte de Narciso", poema escrito a los veintisiete años de su edad.

El silencio de Martínez Rivas es tópico trillado y obligado entre nosotros, que somos sus discípulos, amigos y posibles herederos. (Debo hacer una salvedad: una vez en Madrid, en 1965, cuando lo llamé "maestro", el poeta me respondió que maestros únicamente era los muertos; que jamás le llamara maestro a un vivo, a un contemporáneo).

Beltrán MoralesBeltrán MoralesBeltrán MoralesBeltrán Morales (tomado de "Carlos Martínez Rivas", La Prensa Literaria, agosto 1997)

Carlos Martínez Rivas nació en la ciudad de Guatemala en 1924 y se reveló como gran poeta desde muy temprana edad, casi desde niño.

A los 16 años ganó un concurso nacional con una poesía muy sorprendente por lo novedosa y original: un prodigio que a muchos pareció muy semejante al de Darío.

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A los 18, estando aún estudiando bachillerato en el colegio de los jesuitas en Granada, escribió su extenso poema "El paraíso recobrado" (publicado por los Cuadernos del Taller San Lucas en 1944) que ha sido uno de los eventos importantes en la historia de la poesía nicaragüense y que ha influido mucho.

Después de su bachillerato residió varios años en Madrid, y otros en París, después tuvo otra época en Managua y otra en Los Ángeles, California (Estados Unidos), después nuevamente estuvo otros años en Madrid y actualmente vive en San José de Costa Rica.

Ha publicado un libro de poemas, La insurrección solitaria (1953), que no es conocido en América Latina como merece, pero que ha influido en muchos poetas jóvenes nicaragüenses y es un libro, en nuestra literatura, de capital importancia.

Su poesía rebelde y de protesta, aunque individual y personalista, está muy bien definida en ese título. A partir de esa publicación la mayor parte de la obra de Carlos Martínez Rivas está aún inédita.

Esta renuencia a publicar es la causa de que este poeta --uno de los que ha tenido más talento y genio poético en Nicaragua-- no sea conocido en el extranjero como debiera, pero creemos que cuando sea más divulgado tendrá en otras partes la preeminencia que ya tiene entre nosotros.

Ernesto CardenalErnesto CardenalErnesto CardenalErnesto Cardenal

(Poesía nueva de Nicaragua, Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1974)

Hasta cierto punto, Martínez Rivas es parecido a Picasso, otro artista del siglo XX que conserva muchos ideales estéticos del siglo anterior. En su libro "The Success & Failure of Picasso", John Berger hace una paráfrasis de Ortega y Gasset en La rebelión de las masas y habla de Picasso como un "invasor vertical", un hombre primitivo, un bárbaro cuya obra artística siempre contiene algo del propio país del creador y también del pasado. Martínez Rivas mantiene en su poesía las mismas cualidades salvajes que Baudelaire exalta en la pintura de Delacroix.

Steven F. White Steven F. White Steven F. White Steven F. White

(de Modern Nicaraguan Poetry, Bucknell University Press, London 1993

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Biografía de Carlos Martínez Rivas Tomada de Wikipedia

Nació el 12 de octubre de 1924 en Ciudad de Guatemala (Guatemala), donde su padre se encontraba trabajando. Hijo de una familia nicaragüense acomodada, comenzó a escribir poesía desde muy joven. Con tan solo dieciséis años obtuvo un premio nacional de poesía. Cursó estudios de

bachiller en Granada (Nicaragua) con los jesuitas. Su poema El paraíso recobrado (Taller de San Lucas, 1943), obtuvo un inmediato reconocimiento y supuso la consagración definitiva del poeta.

Tras terminar el bachillerato, se trasladó a Madrid para cursar estudios de filosofía y letras, y periodismo. En 1947 publica el Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos, en honor a su amigo y poeta, muerto a muy joven edad. En 1953 publica en México su obra más importante, La insurrección solitaria, que sería también su último libro publicado. Trabajó para el servicio diplomático nicaragüense en Roma, Madrid. Residió en París (1948-1951), en Los Ángeles, Calif. (1954-1964) y San José de Costa Rica (1971-1977). Con el triunfo de la Revolución sandinista se traslada de nuevo a Nicaragua. En 1984 obtuvo el premio nacional Rubén Darío, con el libro Infierno de cielo, que no permitió en vida que fuese publicado. Tuvo a su cargo una Cátedra con su nombre en la Universidad Nacional Autónoma, Managua. Falleció el 16 de junio de 1998 en Managua. En 2007 bajo el título "Poesía Reunida" se publica su obra poética, compilada por el poeta Pablo Centeno Gómez, que incluye su libro inédito "Allegro Irato".

Obras

• El paraíso recobrado, 1944. • Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos, 1948. • La insurrección solitaria, 1953. Reeditado en 1973, 1982 y 1992. • La Insurrección Solitaria seguida de Varia, 1994. Reeditada en 1997. • Infierno de Cielo y antes y después (póstumo, fragmento de Allegro Irato), 1999. • Poesía Reunida (póstumo,compilación de Pablo Centeno Gómez, incluye casi toda

su obra que, por voluntad de Carlos Martínez Rivas, había permanecido inédita desde La Insurrección Solitaria',), 2007.

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Muestrario de Poesía

13. Oda a nadie y otros poemas / Hans Magnus Enzersberger 14. Entender el rugido del tigre / Aimé Césaire 15. Poesía árabe / Antología de 16 poetas árabes contemporáneos 16. Voy a nombrar las cosas y otros poemas / Eliseo Diego 17. Muero de sed ante la fuente y otros poemas / Tom Raworth 18. Estoy de pie en un sueño y otros poemas / Ana Istarú 19. Señal de identidad y otros poemas / Norberto James Rawlings 20. Puedo sentirla viniendo de lejos / Derek Walcott 21. Epístola a los poetas que vendrán / Manuel Scorza 22. Antología de Spoon River / Edgar Lee Masters 23. Beso para la Mujer de Lot y otros poemas / Carlos Martínez Rivas

1. La eternidad y un día y otros poemas / Roberto Sosa 2. El verbo nos ampare y otros poemas / Hugo Lindo 3. Canto de guerra de las cosas y otros poemas / Joaquín Pasos 4. Habitante del milagro y otros poemas / Eduardo Carranza 5. Propiedad del recuerdo y otros poemas / Franklin Mieses Burgos 6. Poesía vertical (selección) / Roberto Juarroz 7. Para vivir mañana y otros poemas / Washington Delgado. 8. Haikus / Matsuo Basho 9. La última tarde en esta tierra y otros poemas / Mahmud Darwish 10. Elegía sin nombre y otros poemas / Emilio Ballagas 11. Carta del exiliado y otros poemas / Ezra Pound 12. Unidos por las manos y otros poemas / Carlos Drummond de Andrade

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Colección

Muestrario de Poesía

2009