Bioy Casares Adolfo - De La Forma Del Mundo

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ADOLFO BIOY CASARES De la forma del mundo1 Un lunes a la noche, a principios de otoo del ao 51, ese mozo Correa, que muchos apodan el Gegrafo, esperaba en un muelle del Tigre la lancha que deba llevarlo a la isla de su amigo Mercader, donde se haba retirado a preparar las materias que deba de primer ao de Derecho. Por supuesto, la isla en cuestin no era ms que un matorral anegadizo, con una casilla de madera sobre pilotes; lugar indescifrable en el laberinto de riachos y de sauces del enorme delta. Mercader le previno: "All perdido, sin ms compaa que los mosquitos, qu recurso te queda sino meterle el diente al estudio? Cuando suene tu hora, vas a estar hecho un campen". El propio doctor Guzmn, viejo amigo de la familia, que por encargo de esta benvolamente vigilaba los pasos de Correa por la capital, dio su aprobacin a ese breve destierro, que reput muy oportuno y hasta indispensable. Sin embargo, en tres das de isleo, Correa no alcanz a leer el nmero de pginas previsto. Perdi el sbado en cuidar un asado y en chupar mate, y el domingo fue a ver el encuentro de Excursionistas y Huracn, porque francamente no senta ganas de abrir los libros. Haba empezado sus dos primeras noches con la firme intencin de trabajar, pero el sueo lo volte pronto. Las recordaba como si hubieran sido muchas, y con la amargura del esfuerzo intil y del remordimiento ulterior. El lunes tuvo que viajar a Buenos Aires, para almorzar con el doctor Guzmn y porque se haba comprometido a concurrir, con un grupo de comprovincianos, a la funcin vermouth del teatro Maipo. Ya de vuelta, en el Tigre, mientras esperaba la lancha, que vena con singular atraso, pens que la culpa de esta ltima demora no era suya, pero que en adelante deba aprovechar todo minuto, porque la fecha del primer examen se aproximaba. Con inquietud pas de una preocupacin a otra. "Qu hago se pregunt si el lanchero no sabe cul es la isla de Mercader?"(El que lo llev el domingo saba.) "Yo no estoy seguro de reconocerla." La gente se puso a conversar. Alejado del grupo, acodado en la baranda, Correa miraba las arboledas de la ribera opuesta, borrosas en la noche. Es verdad que para l, a pleno sol no hubieran sido menos confusas, ya que era un recin llegado a la regin, que no se pareca a nada de lo que haba visto anteriormente, pero s a un paisaje muchas veces imaginado y soado: el archipilago malayo, segn se lo revel en las aulas del colegio de la provincia natal, ms de un volumen de Salgari, forrado en papel madera, para que los curas lo confundieran con los libros de texto. Cuando empez a llover debi guarecerse bajo el tinglado, junto a los conversadores. Descubri muy pronto que no haba un solo grupo, como haba supuesto, sino tres; por lo menos tres, una muchacha, prendida de los brazos de un hombre, se quejaba: "Entonces no sabes lo que siento". La respuesta del hombre se perdi tras una voz trmula, que deca: "El proyecto, que ahora parece tan sencillo, encontr grandes resistencias, a causa de las erradas nociones que se tena sobre los continentes". Despus de un silencio, continu la misma voz (quiz chilena), en tono de dar una buena noticia: "Felizmente Carlos acord su ms decidida proteccin a Magallanes". Correa quera seguir el dilogo de la pareja, pero una tercera conversacin, cuyo tema eran los contrabandistas, domin a las otras y le trajo a la memoria un libro sobre contrabandistas o piratas, que nunca ley, porque tena lminas con personajes de una poca lejana, arropados con bombachas, faldones y camisas demasiado holgadas, que de antemano lo aburran. Se dijo que inmediatamente de llegar a la isla empezara el estudio. Recapacit luego que estaba muy cansado, que no podra concentrarse, que se dormira sobre las pginas. Lo ms juicioso era poner el despertador a las tres y echar un sueito eso s, bien cmodo en el catre y despus, con la cabeza fresca, emprender la lectura. Melanclicamente imagin el campanillazo, la hora destemplada. "Tampoco es cuestin de desanimarse pens ya que en la isla no me quedar otro recurso que estudiar. Cuando me presente a examen estar hecho un campen." Le preguntaron: Usted qu opina? Sobre qu? Sobre el contrabando. Ahora nos parece (pero ahora sabemos lo que sucedi) que lo ms juicioso hubiera sido salir del paso con una contestacin que no lo comprometiera. La discusin lo arrastr y antes de pensar ya estaba diciendo:

Para m el contrabando no es delito. Aj coment el otro. Y se puede saber qu es? Para m insisti Correa una simple contravencin. Lo que usted dice me interesa declar un seor alto, de bigote blanco y anteojos. Le hago notar grit alguien que por esa contravencin corre sangre. El ftbol tambin tiene sus mrtires protest un gigantn que pareca llevar una boina encasquetada, pero que slo tena pelo crespo. Y no es delito, que yo sepa dijo el de bigote blanco y anteojos. En materia de ftbol hay que distinguir entre aficionados y profesionales. En materia de contrabando, el seor se declara profesional, aficionado o qu? El punto me interesa. Voy ms lejos insisti Correa. Para m el contrabando es la inevitable contravencin a una ordenanza arbitraria. Arbitraria como todo lo que hace el Estado. A travs de opiniones tan personales observ alguien el seor se perfila como todo un crata. Esas opiniones tan personales eran en realidad las del doctor Guzmn. Para formularlas ahora, Correa haba repetido fielmente las frases de Guzmn y hasta le haba imitado la voz. Desde la otra punta del grupo, un gordito atildado ("un profesional pens Correa, un dentista, sin duda") le sonrea como si lo felicitara. En cuanto a los dems, ya no le hablaron; pero hablaron de l, quiz desdeosomente. La lancha lleg al rato. Correa no estaba seguro de cmo se llamaba. "La Victoria no s cuntos", dijo. En todo caso era una especie de mnibus fluvial, de largo recorrido por el delta. Cuando subieron a bordo se encontr, al azar de los empujones, junto al gordito, que le pregunt sonriendo: Usted ha visto alguna vez a un contrabandista? Que yo sepa, nunca. El otro se llev las manos a la solapa, sac el pecho y declar: Aqu tiene uno. Qu me cuenta. Le cuento. Puede llamarme doctor Marcelo. Dentista? Adivin: odontlogo. Y contrabandista en los ratos libres. Estoy seguro (me remito a las razones que usted explic admirablemente) que en tal carcter no perjudico a nadie. A nadie, salvo a los comerciantes y al fisco, lo que no me quita el sueo, crame. Gano algunos pesitos, casi tantos como en el consultorio, pero de un modo que por ahora me divierte ms, porque bordea la aventura, algo indito en un hombre como yo. O como usted, apostara. El doctor me conoce? Lo juzgo por la traza. Parece un buen muchacho, un poco tmido, pero de buena pasta, ustedes, los de tierra adentro, son mejores, cuando no son peores... Aunque hoy en da, con la juventud, chi lo sa?2 Desconfa de la gente joven? No es cuestin de creer que porque uno es joven se mete en todas las barbaridades y estupideces que andan por ah. No, no creo. Por eso le habl como le habl. Ahora, a lo mejor se arrepiente. A lo mejor piensa que lo voy a delatar a los milicos. Ni se me ocurre. Lo que pasa es que le habl como si lo conociera y que, en realidad, no lo conozco. Para tranquilizarlo, Correa le dijo quin era. Estudiaba Derecho; estaba preparando algunas materias de segundo ao; iba a quedarse unos quince das en la isla de su amigo Mercader; era nuevo en la zona. Todo lo que s es que despus de un recreo, que se llama La Encarnacin, tengo que bajar. Temo no reconocer el sitio y pasar de largo. En caso de llegar a destino, me espera mi dilema de hierro: estudiar o dormir? Eso est bueno exclam el dentista muy contento. usted me ha dado espontneamente, igame bien, la mejor prueba de sinceridad. Por qu no iba a darla, si tengo ganas de dormir? Fjese: quiero estudiar y me caigo de sueo. Quiere estudiar? Est seguro? Cmo no voy a estar seguro. igame bien: no le pregunto si de una manera general usted quiere estudiar. Le pregunto si quiere

estudiar esta noche. Correa pens que el dentista era inteligente. Dijo: La verdad es que esta noche no tengo lo que se llama ganas. Entonces duerma. Lo mejor es que duerma. A menos que... A menos qu? Nada, nada, una idea que no mastiqu todava. Como hablando solo, Correa murmur: Eso de empezar una frase... Cuidadito con lo que dice. Recuerde que est delante de un profesional. De un universitario. No quise ofenderlo. A veces me pregunto si a la gente no hay que educarla a patadas. No se ponga as. Me pongo como se me antoja, usted me irrit, justamente cuando iba a proponerle algo con la mejor intencin... En el recreo La Encarnacin bajaron tumultuosamente casi todos los que discutan sobre contrabando, un rato antes. Correa pregunt: Qu iba a proponerme? Una tercera alternativa para ese dilema de fierro. Perdone, seor, no lo sigo. Qu dilema? Dormir o estudiar. Y usted, joven, hasta en sueos me llama doctor. Correa pens, o simplemente sinti, que una proposicin que le permitiera zafarse de la alternativa de dormir o estudiar era tentadora. Ya iba a decir que s, cuando se acord de las actividades del doctor. Antes de aceptar su propuesta, voy a pedirle una aclaracin. Por favor, eso s, contsteme francamente. Sugiere que yo no soy franco? De ningn modo. Pida, pida. No piense que tengo miedo, pero vaya que me pase algo y no pueda estudiar, o no pueda presentarme a examen! Sera un verdadero desastre. Me expongo? Corro peligro? Siempre uno est expuesto a lo inesperado, as que para el cobarde hay un solo consejo: la cucha. No salir de la cucha.3 Pero en este momento usted viaja como una testa coronada,4 de incgnito, as que no corre el menor peligro. Antes que dijera que s, ya el doctor lo haba aceptado como compaero y se puso a darle toda suerte de explicaciones que, segn Correa, no venan al caso. Dijo el doctor que viva con su seora en una isla; que un rematador de mucha labia5 le haba propuesto un negocio, otra isla, que no quedaba lejos de la suya; que l lo dej hablar, aunque no tena intencin de comprarla, porque nada lo contrariaba como desprenderse del dinero, aunque fuera para una inversin beneficiosa. El da en que la seora se enter de la oferta, se le acab la paz. Mi seora bulle de vida interior explic. Usted no va a creer: tiene un motor adentro, y desde el principio fue partidaria fantica de la compra de la isla. Empez a decirme: "Siempre hay que agrandarse. La isla es un escaln". A mi modo, yo tambin soy terco, as que la dej hablar, pero no ced un tranco, por lo menos hasta el ltimo domingo del mes pasado, en que nos cayeron de visita unas amigas de mi seora, y me dije: "Por qu no darme una vuelta por esa isla y echarle un vistazo?". Me largu en mi lancha particular. Cuando llegu, el cuidador, que estaba oyendo un partido, me dijo que por favor la recorriera solo, aunque no haba mucho que ver. En ese punto de su relato, el doctor hizo una pausa, para despus agregar con aire de misterio: El cuidador se equivocaba. Si haba misterio, Correa no crey en l. Sin embargo sospech que el doctor le hablaba para entretenerlo, para evitar que mirara a la orilla y que luego recordara o reconociera lugares del trayecto. La verdad era que por ms que los mirara, esos parajes desconocidos, sucesivos, parecidos entre s, irremediablemente se le confundan como partes de un sueo. Por qu se equivocaba el cuidador? Ya ver. Mi abuelo, que junt una respetable fortuna en Polonia, pero que despus tuvo que emigrar, sola decir: "El que busca encuentra. Aun donde no hay nada, si uno busca bastante,

encuentra lo que quiere". Deca tambin: "Los mejores lugares para un buscador son los altillos y el fondo de los jardines". Esta isla no ser un jardn, pero... Pero qu? Ahora bajamos dijo el doctor y en seguida grit: Lanchero, atraque por favor. El muelle, de maderas podridas, era chico y sin duda endeble. Correa lo mir con aprensin. Hago mal gimi. Yo, seor, debiera estar estudiando. Dale con seor. Usted sabe, mejor que yo, que no iba a estudiar esta noche. Djese de pavadas y tenga la bondad de seguirme. Pise donde piso. Ve la casilla que asoma entre los sauces? All vive el cuidador. No tema. No hay perro. Su palabra? Mi palabra. Ese hombre no tiene ms amigo que el aparato de radio. Ac, en la isla, usted sigue pisando donde piso. Hay que ir por terreno firme, para no dejar huellas. Apuesto que si no le digo nada, endereza para el barro, como los chanchos. El doctor, con las manos en alto, apartaba las ramas, abra camino. A Correa le pareci que bajaban por un declive en la penumbra; en una penumbra que gradualmente se convirti en oscuridad, como si estuvieran bajo tierra, en un tnel. Comprendi que era precisamente en un tnel donde se hallaban: un angosto y largo tnel vegetal, con el piso de hojas y las paredes y el techo de hojas y de ramas, salvo en la parte ms profunda que estaba realmente bajo tierra, y donde la oscuridad era absoluta. El sitio le result desagradable, sobre todo por lo extrao y lo inesperado. Se pregunt por qu haba permitido que lo apartaran de su deber. Quin era su acompaante? un contrabandista, un delincuente en el que nadie, en su sano juicio, poda fiarse. Lo peor era que dependa de l; por lo menos crey que si el otro lo dejaba solo, no sera capaz de encontrar la salida. Se le ocurri una idea irracional, que le pareci evidente: para los dos lados el tnel era infinito. Empezaba a sentirse muy ansioso cuando se encontr afuera. La travesa no haba durado ms de tres o cuatro minutos; a cielo abierto hubiera sido cuestin de segundos. Estaban en un paraje completamente distinto del que dejaron en la otra boca del tnel. Correa lo describi como "ciudad jardn", expresin que haba odo ms de una vez, pero cuyo significado exacto ignoraba. Caminaron por una calle sinuosa, entre jardines y quintas, con casas blancas, de techo colorado. El doctor le pregunt en tono de reproche: Se me vino sin pesos oro? Me lo figuraba, me lo figuraba. En cualquier lugar le darn cambio, pero no deje que lo estafen. Yo s dnde le dan buen cambio y dnde se compra mercadera que uno puede colocar ventajosamente en Buenos Aires. Conocimientos como estos, usted comprender, tienen su precio y no se los voy a comunicar gratuitamente, de buenas a primeras. Un da, quin le dice, uno puede asociarse. Hoy por hoy cada cual se las arregla por su lado. Ve el letrero? El que dice Parada 14? El mismo. Ah nos encontramos maana, a las cinco en punto de la madrugada. Correa protest. Eso no era lo convenido. l se haba resignado a perder una noche y ahora iba a perder dos noches y un da. El doctor retrocedi un paso, como si quisiera examinarlo bien. Mire lo que me est proponiendo. Que volvamos a plena luz, para rifar nuestro secreto entre la concurrencia. Sabe que si me descuido, usted a lo mejor me sale caro? Ahora, dgame qu hace, en el extranjero, sin mi proteccin? Se pone a llorar?Le pide al cnsul que lo repatrie en un bal? Correa comprendi que estaba a la merced del doctor y que ms vala no enconarlo. Hasta maana dijo. Hasta maana dijo el doctor y mir el reloj, a las cinco en punto, as tenemos tiempo de sobra, porque amanece a las seis. No me gusta andar con apuros. Yo me voy por ac y usted por all. Cuidadito con seguirme, porque le rompo el alma. Cuando Correa haba caminado un rato, pens que si el doctor faltaba a la cita, l se vera en una situacin difcil. Andaba con poco dinero encima y, desde luego, no se tena mucha fe para encontrar la boca del tnel. Lo ms prudente sera buscarla antes que se le confundieran los recuerdos. Trat de rehacer el camino, pero muy pronto las calles sinuosas lo desorientaron. Haba un detalle sobre el que no haba pedido aclaracin, para no quedar como estpido: Dnde estaban? Sinti que se mareaba y pens que era mejor, con ese cansancio, no seguir describiendo crculos por calles que ignoraban el rudimento del trazado en damero. Comprendi tambin que lo ms urgente para l era dormir un poco. Despus encarara la situacin. "Me tiro a dormir en cualquier parte dijo en voz alta,

y agreg: En cualquier parte en que no haya perro." En seguida empezaron las dificultades, porque en aquella comarca haba un perro por jardn, cuando no dos. Tal vez para acallar su mala conciencia, pens que si en lugar de cometer la idiotez de escucharlo al doctor, hubiera vuelto, como cualquier individuo con uso de razn, a la isla de Mercader, con semejante cansancio no podra estudiar. Si no encontraba pronto un jardn sin perro, dormira en la calle. Bastante asustado entr en una quinta y avanz por una glorieta de laureles, fantasmagrica a la luz del alba. Como ningn perro ladr, se ech a dormir. Cuando despert, el sol le daba en los ojos. Advirti con sobresalto que alguien lo miraba de cerca. Era una mujer joven, que no pareca fea y tena, quiz, la cara congestionada. Como estaba nervioso, confusamente pens que deba tranquilizarla. Perdn por haber entrado dijo. Tena tanto sueo que me ech a dormir. No tema, no soy un ladrn. No me importa lo que usted sea contest la mujer. Quiere tomar algo? Ha de estar con hambre, a estas horas, pero tendr que contentarse con un desayuno. Hoy no preparar nada. Caminaron por el pasto, entre plantas, hasta que apareci la casa, blanca, de techo de tejas, rodeada de un corredor de baldosas coloradas. Adentro era sombra y fresca. Me llamo Correa dijo. La mujer contest que se llamaba Cecilia y agreg un apellido, que son tal vez como Vias, pero en otro idioma. Aparentemente estaban solos en la casa. Sintese dijo la mujer. Voy a preparar el desayuno. Correa pens en ese extrao tnel, muy corto en definitiva, que segn todas las apariencias lo haba llevado muy lejos, y se pregunt dnde estaba. Se levant, camin por un corredor, lleg a la cocina. Cecilia, de espaldas, atareada en calentar el agua y tostar el pan, no se volvi inmediatamente. Con un movimiento rpido se pas la mano por la cara. Voy a hacerle una pregunta anunci Correa; pero call, y despus dijo: Qu sucede? Me dej mi marido explic Cecilia, llorando. Ya ve, nada extraordinario. Posterg de nuevo la pregunta, para consolar a la mujer, pero encontr dificultades, que aumentaron a medida que se enteraba de la situacin. Cecilia quera a su marido, que la haba dejado por otra ms linda y ms joven. Ahora resulta que me enga siempre, as que de mi gran amor no me queda ni el buen recuerdo. Como Cecilia no paraba de llorar, Correa se dijo que tal vez fuera inoportuno sealarle que el agua herva. Cuando olieron el pan quemado, ella sonri entre lgrimas. A Correa la sonrisa le gust, en parte porque interrumpa el llanto. Este, por desgracia, no tard en empezar de nuevo, y Correa la acarici, porque no encontraba argumentos para consolarla, y descubri que las lgrimas servan de estmulo para las caricias, que retribuy Cecilia, sin dejar de llorar. Consigui reanimarla un poco, hasta que alguna imprevisible palabra debi evocar recuerdos que amenazaron con una recada. Cuando l se preparaba para lo peor, Cecilia observ: Ahora yo tambin tengo hambre. Voy a cocinar algo. "Mucho llanto, pero buena disposicin", pens Correa. Comieron, durmieron la siesta y pareci que haba tiempo para todo. La primera vez que se acord del doctor Marcelo, pens: "Con tal de que no falte a la cita". Despus tuvo miedo de que la hora de irse llegara demasiado pronto y encontr que su reflexin sobre el hecho de que Cecilia aceptara las caricias no era nicamente cnica, sino tambin grosera y estpida. "Precisamente porque siente dolor necesita que la consuelen pens. Las caricias, como lo prueban los chicos que lloran, son el consuelo universal." Olvid al doctor, olvid los exmenes. Descubri que Cecilia le gustaba mucho. Ese largo da, que trajo tantas cosas, le trajo tambin la ocasin de formular la pregunta: Dnde estamos? Cecilia contest: No entiendo. En qu parte del mundo estamos? En el Uruguay, naturalmente. En Punta del Este. Correa necesit un tiempo para comprender lo que le haban dicho. Despus pregunt: A qu distancia queda Punta del Este de Buenos Aires? Como Mar del Plata. En avin se tarda ms o menos lo mismo. Cuntos kilmetros sern? Alrededor de 400.

Correa le dijo que ella saba mucho, pero que haba una cosa que tal vez no supiera y que l saba. Continu: Apuesto que no sabs que hay un tnel, por el que te vens caminando, lo ms tranquilo, lo que se llama sin apuro, en cinco minutos. De dnde? Del Tigre, es claro. Del propio delta. Cres que te miento? Anoche, con un doctor de nombre Marcelo, salimos del Tigre, navegamos un ratito noms y llegamos a una isla cubierta de lamos y de maleza, como tantas otras. Ah, bien escondida, se halla la boca del tnel. Nos metimos adentro y no tardamos cinco minutos (pero, bajo tierra, aquello fue la eternidad) en aparecer entre jardines y parques, en un barrio parque, en una ciudad jardn. Punta del Este? Lo has dicho. Debo agregarte que el tnel es un secreto para todo el mundo, salvo el doctor, vos y yo. Te pido que no se lo cuentes a nadie. Interesado en sus explicaciones, no advirti que Cecilia estaba de nuevo triste. No se lo voy a contar a nadie asegur Cecilia; cambiando de tono observ: Por ms que te acompae, un mentiroso te deja sola. Correa exclam con sinceridad: No entiendo cmo pudo alguien tener ganas de mentirte. De pronto y como porque s, lo acometi un intolerable temor de que Cecilia creyera que el tnel era una mentira. Volvi a historiar, con ms detalles, por si acaso, el viaje de esa noche, desde el encuentro con el doctor Marcelo hasta la despedida en la Parada 14. Enfticamente precis: Justo en esa parada, maana a las cinco en punto, me espera el doctor, para llevarme de vuelta. Por el tnel? dijo Cecilia, al borde del llanto. Tengo que ir a estudiar. Faltan pocos das para los exmenes. Derecho, segundo ao. Por qu todo ese cuento? Ya me voy a acostumbrar a que me dejen. No es cuento. Al contrario: te he dado espontneamente la mejor prueba de sinceridad. Si el doctor Marcelo se entera, me mata. Ay, por favor, es como si te dijera que por un tnel vine de Europa en cinco minutos. Es distinto. Ome bien: entre Europa y nosotros hay muchos kilmetros y mucha agua. Si todava no me cres, le voy a pedir al doctor Marcelo que me aclare los conceptos, as la semana que viene, cuando vuelva, te explico todo. Cecilia dijo como hablando sola: Cuando vuelvas. Para ganar tiempo, hasta encontrar una respuesta decisiva, la estrech entre sus brazos. La mejor parte de aquel da fue muy feliz y dur mucho; ms que el da mismo, segn le pareci. Aunque un despertador se apresuraba en la mesa de luz, pudieron creer que le tiempo no iba a agotarse, pero de pronto se oscureci la casa, y Correa fue hasta la ventana, y sin saber por qu se entristeci al ver el crepsculo. Todava la noche les reservaba felicidades. Comieron algo (recordaba aquello como un festn), volvieron a la cama y de nuevo pareci que el tiempo se ensanchaba. Tuvieron hambre y cuando Cecilia fue a la cocina, Correa puso el despertador en las cuatro y media. Comieron fruta, conversaron, se abrazaron, volvieron a conversar y debieron de dormir, porque el despertador los sobresalt. Qu es eso? pregunt ella. Por qu? Yo puse el despertador. Me esperan. Acordte. Cecilia tard en contestar: Es verdad. A las cinco en punto. Correa se visti. La abraz y, para mirarla en los ojos, la apart un poco. Prometi: Vuelvo la semana que viene. Aunque estaba seguro de volver, le molestaban las dudas de Cecilia, que aparentemente no crea en el tnel ni en las promesas. Me hubiera gustado que me acompaaras a la Parada 14, para que vieras con tus propios ojos que el doctor Marcelo no es un invento. Ya que no vens, indicme el camino, por favor. Cecilia se empe menos en darle indicaciones que en abrazarlo. Finalmente se fue. Ms de una vez crey que se haba extraviado, pero lleg al lugar de la cita. Nadie lo esperaba. "Qu desastre si el doctor se ha ido pens. Qu desastre si no me presento a exmenes."

Le dara un poco de vergenza reaparecer en casa de Cecilia, y tener que anunciarle que traa poco dinero y que, hasta conseguir trabajo, no podra pagar su parte en los gastos. A lo mejor ese anuncio era una formalidad, porque ellos dos se queran, pero una formalidad molesta, para quien haba tomado fama de embustero. Admiti, sin embargo, que la situacin no era tan grave; que Cecilia estara contenta y que si vivan juntos los malentendidos desapareceran pronto. Ensimismado en sus imaginaciones vio, sin prestar mayor atencin, a un hombre que avanzaba hacia l. Desde haca un rato se acercaba arrastrando trabajosamente dos grandes bultos. Por qu diablos no me ayuda? grit el hombre. Sorprendido, Correa se disculp: No lo vi. El doctor se pas un pauelo por la frente y suspir. Despus dijo: No compr nada? Me lo palpitaba, crame, usted no traa plata, lo que me parece mal, y no me pidi un prstamo, lo que me parece bien, verdaderamente bien. En nuestra prxima excursin empezar su ganancia. Ahora aydeme a cargarlo. Como pudo Correa carg con las dos bolsas, que eran bastante pesadas. Para no tropezar, fij su atencin en el camino, ms precisamente en dnde pona los pies. Tem que no viniera dijo. Casi no poda hablar. Jadeaba. El doctor le contest: Yo tem que usted no viniera. Sabe lo que pesan esas bolsas? Ahora me parece que tengo alas, crame. Camino con gusto. Sigamos. En pleno tnel, Correa debi hacer otro alto para descansar, y coment: Lo que no entiendo es cmo por aqu, por este simple tnel, Punta del Este y el Tigre quedan tan cerca. El Tigre, no puntualiz el doctor. La isla que voy a comprar con mis ahorros. Es lo mismo, prcticamente. Si de Punta del Este a Buenos Aires un avin tarda una hora... Se lo digo sin ambages: el avin, a m no me convence. Por el tnel llego en seguida, sin gastar un centavo, fjese bien. Ah est lo que no entiendo. Si partimos de la premisa de que la tierra es redonda... Qu premisa ni premisa. Usted dice que es redonda porque se lo contaron, pero en realidad no sabe si es redonda, cuadrada o como su propia cara. Le prevengo: si el detalle geogrfico es lo que le llama la atencin, no cuente conmigo. A mis aos no tengo paciencia para estupideces. Me pregunto si tomarlo de socio no habr sido un error fatal, un hombre como usted, que est completamente fuera de la realidad, a lo mejor se pone a ventilar mi tnel con mujeres y extraos. Correa protest: Cmo se le ocurre que voy a ventilar estas cosas? Con extraos, menos todava. Con nadie subray el doctor y lo mir escrutadoramente. Con nadie. Salieron a la isla: vio el cielo, sinti que pisaba barro, caminaron entre sauces, despus entre un hijero de lamos. Apenas poda avanzar... Adrede me trae por donde es ms tupido? No entendi todava que estamos buscando un lugar para esconder los bultos? O pretende que los cargue en la lancha colectiva, a vista y paciencia de todo el mundo? Por fin llegaron a un caaveral que el doctor juzg adecuado. Ac ni Dios los encuentra asever Correa. No le he pedido su opinin. Dej pasar la impertinencia y pregunt: Hasta cundo los deja? Me vengo esta misma noche, con mi lancha particular, y me los llevo. Pero usted se ha puesto muy curioso. No andar con ganas de alzarse con lo ajeno? Correa pregunt con furia: Por quin me ha tomado? El otro perdi el aplomo y se excus: Fue una broma. Una simple broma. Ojal que llegue pronto la lancha. Le confieso que no me siento verdaderamente cmodo en estos pantanos. Adems no me gustara que nos vieran aqu. En cualquier momento aclara y quedamos expuestos al primer mirn. Le participo que estoy por darle toda la razn a mi seora: debo comprar la isla. Cuanto antes, porque el da menos pensado uno de esos desocupados que no tiene nada que hacer va a preguntarse en qu andar el caballero ese,

que dos veces por semana viaja a una isla que no es de su pertenencia. No soy partidario de tirar la plata, pero esta vez cierro los ojos y compro. Tiene razn observ Correa. No vaya a pasarnos algo desagradable. Cuando apareci la lancha, la llamaron. El doctor pag los boletos; no se haban acomodado en el asiento, que ya reclamaba: Estoy esperando que me salde la deuda. En cuanto uno se distrae, lo comen vivo. Correa le dio un billete de diez pesos. Era bastante plata en aquellos aos. Dijo: Cbrese. Quiere llevarse todo mi cambio? Le di lo que tengo. El doctor dej ver su irritacin. Luego se palme un bolsillo y con sbita alegra declar: Est ms seguro aqu. Recibir su cambio la prxima vez. Cundo volvemos? No obtuvo respuesta y no se atrevi a repetir la pregunta. Por un rato guardaron silencio. Si usted para en casa de Mercader dijo, por ltimo, el doctor mejor ser que se vaya arrimando a la borda, porque los lancheros no estn para perder tiempo. Obedeci Correa y pregunt: Entonces no volvemos all? El doctor lo empuj descomedidamente. No tiene arreglo protest. Hable bajo, si no quiere que medio mundo se entere. Nos encontramos el jueves, a la misma hora, en el mismo sitio. Estamos? Apenas poda Correa contener el jbilo. Se dijo que las perspectivas mejoraban. Cecilia lo esperaba la semana siguiente, pero l llegara el viernes a la madrugada y le dara una sorpresa que no vacil en calificar de extraordinaria. Ya estaba por saltar a tierra, cuando se pregunt si no quedara algn punto sin aclarar. Lo asustaba la posibilidad de un desencuentro. Murmur: A las once y media? Perfectamente. En el Tigre? Si usted y yo sabemos todo lo interrumpi el doctor, temblando de rabia para qu informar a los otros? Baje, hgame el favor, baje. Desde la orilla mir cmo la lancha se alejaba. Despus camin hasta la casa, a grandes trancos subi los escalones, abri la puerta y se detuvo, para armarse de valor, porque saba que al entrar en ese cuarto empezara la espera. La impaciente y larga espera de un segundo viaje al Uruguay. Coment en voz alta: "No s qu tengo. Estoy nervioso". Lo que evidentemente no tena eran ganas de estudiar. Para no malgastar el tiempo hasta el da del examen, todos los minutos eran preciosos lo mejor era dormir un rato. Ya se entregara de lleno al estudio, cuando se hubiera calmado y refrescado. No bien se ech en el catre, descubri que tampoco tena ganas de dormir. Se dijo que para el jueves faltaba mucho, y siglos para el viernes, en que vera a Cecilia: hasta entonces podran ocurrir cosas que vala ms no prever. Pens en la cita del Tigre; en la posibilidad de que el doctor, por cualquier inconveniente, faltara. Con los datos que tena, no sera fcil dar con l. Ni siquiera le conoca el apellido. Si el doctor no se presentaba el jueves, no haba ms remedio que pasarse todos los das de plantn en el embarcadero, hasta que se le ocurriera aparecer. Y si el doctor no volva al Tigre, si de ahora en adelante viajaba directamente desde su casa a la isla del tnel? Correa pens que lo ms prudente era ir esa misma tarde a esperarlo junto a los bultos. As, por lo menos, tendra la seguridad de verlo, ya que el hombre los recogera al caer la noche. Se pregunt si era capaz de reconocer la isla en esa costa desconocida, donde una casa, un embarcadero, lo que fuera, se confunda, se perda en la invariable sucesin de rboles. Por cierto, si volva pronto, la probabilidad de identificarla sera algo mayor. Encontr un dinero que haba guardado entre las pginas de la Economa Poltica, de Gide. El doctor, al quedarse con el cambio, no solamente lo haba privado de unos pesos, que siempre son tiles, sino tambin de la posibilidad de conocer el importe del viaje a la isla, lo que le hubiera servido de punto de referencia para encontrarla. Ahora no saba qu palabras emplear para pedir el boleto. No poda pedir un boleto de tantos pesos ni un boleto hasta tal o cual lugar. Conoca de nombre pocos lugares en el delta. Cavil sobre el viaje planeado. Haba que elegir bien el momento, porque si llegaba con luz, tal vez lo

vieran en la isla, y si llegaba al anochecer, tal vez no la reconociera. Con el paso de las horas imaginaba ms vividamente las ansiedades a que se expondra. Quin sabe cunto tendra que esperar agazapado junto a los bultos, entre nubes de mosquitos, en ese pantano con yuyos. Para qu? Ni siquiera para librarse del temor de un desencuentro. Al contrario: vea razones para que el temor aumentara despus de la entrevista. Hasta entonces no le haba dado al doctor motivo de queja; le haba sido til, lo haba ayudado con los bultos; pero si el doctor lo encontraba, de pronto, en la isla, quin le sacara de la cabeza que estaba ah con la intencin de robarlo o de aprovechar su conocimiento del tnel para trabajar por su cuenta? En cambio, si no lo molestaba con apariciones intempestivas por qu faltara a la cita el doctor? Para escamotearle los pesos del boleto? No pareca creble. La nica decisin inteligente era atenerse a lo convenido. Se quedara, pues, hasta el jueves, lo ms tranquilo, estudiando como Dios manda. Apenas tom esa decisin cay en el peor desasosiego. Renunciaba a la accin inmediata, se dijo, porque era apocado, haragn y cobarde. Pas el mircoles entre cavilaciones y resoluciones contradictorias. Porque no poda estudiar, trataba de dormir; porque no poda dormir, trataba de estudiar. Al amanecer del jueves qued dormido. Cuando despert faltaba poco para la cita con el doctor. Se ba y se afeit con agua fra, se puso una camisa limpia, se visti rpidamente y corri a esperar la lancha que lo llevara al Tigre. Todo sali bien. A las once y media en punto, de acuerdo con lo convenido, estaba esperando en el embarcadero. Al rato se dijo que para mayor seguridad debi llegar a las once, a ms tardar a las once y cuarto. Es claro que si el doctor quera evitarlo, de nada le valdra la anticipacin, y si no quera evitarlo, no se ira antes de hora. "A menos que mi reloj atrase", pens Correa y lo cotej con el de un hombre que esperaba la lancha. No atrasaba. Lleg la lancha. Pregunt si era la ltima. Haba otra. Si no vena el doctor, tomara la ltima lancha y no sacara los ojos de la costa, poniendo gran atencin, para identificar la isla. Ya en la isla, encontrara fcilmente la boca del tnel. Con el doctor las cosas hubieran sido muy simples, pero solo tambin se las arreglara para llegar sin demora a donde lo esperaba Cecilia. El doctor no llegaba. Cay en supersticiones: en pensar que hasta que no pasaran tres embarcaciones ro arriba, antes que una ro abajo, no aparecera... Pasaron las tres embarcaciones. Lleg la lancha. Estaba decidido a embarcarse, pero con cunta intensidad dese la llegada del doctor! Ya estaba por saltar a la lancha, cuando vio a un hombre, cruzando la calle, en direccin al embarcadero. Agit una mano, tal vez grit algo. Slo cuando el hombre entr en el embarcadero y en el crculo de luz del farol, Correa vio que no era el doctor, que ni siquiera se pareca al doctor, aunque los dos eran bajos y ms bien gordos. Increblemente, el desconocido se dirigi a Correa. Usted espera a alguien, no? pregunt. As es. A un doctor? Al doctor Marcelo. No pudo venir. Sgame. Tras alguna vacilacin lo sigui. Bordearon el ro, doblaron a la izquierda. Correa pudo leer en la chapa de la calle el nombre Tedn. Haba todava gente en las puertas. Falta mucho? pregunt. No me diga que ya est cansado contest el individuo; pareca menos atildado que el doctor y ms fornido. Cruzamos el puente sobre el Reconquista y en seguida llegamos. Bordearon la tapia del Club Gas del Estado. Contra la tapia, ms adelante, haba un hombre enorme. Correa se detuvo un poco y dijo: Ese no es el doctor. Ni por asomo, no me diga que desconfa? No desconfo, pero... No hay pero que valga. Si desconfa, sus motivos tendr, me sigue o hay que empujarlo? Antes de seguirlo, Correa mir rpidamente, a un lado y otro. Intil que mire: no hay nadie a la redonda. No entiendo. Entiende. Y le voy a decir ms: que usted desconfe nos da que pensar, a m y al seor, que es un amigo.

El grandote lo miraba impvidamente. Su cabeza, notable por lo redonda, estaba cubierta de pelo negro y corto. Correa pens que lo haba visto alguna vez. Van a asaltarme? Por quin nos ha tomado? Para ensuciarnos con las dos o tres porqueras que lleva encima? No me haga rer. Mire si seremos buenos que nos hemos costeado hasta aqu para darle un consejo. Ponga atencin: al socio que se ha agenciado, usted lo olvida. Lo olvida enteramente. Por su bien, sabe? El seor ese lo com-pro-me-te. Est claro? Para ganar tiempo y pensar, porque senta la mente ofuscada, Correa pregunt: Al doctor? S, al doctor o como lo llame. No se haga el que no entiende, porque el amigo se pone nervioso y a usted tambin podra pasarle cualquier cosa, usted sabe de quin hablamos: un gordito bastante retacn. El grandote, que tena una voz inesperadamente suave, dijo: Usted, por favor, se nos va a olvidar de todo lo que sabe, y de nosotros tambin, y se nos mantiene alejado de los parajes donde lo vieron con el doctor en cuestin. De acuerdo? S, por qu no, de acuerdo dijo Correa. Cuando comprendi que el peligro se volva menos apremiante, se acord de Cecilia, y se dijo que por simple cobarda no iba a dejarla. No haba que tener miedo de hablar, porque la suya era una situacin bastante comn, al alcance de cualquiera. Pregunt: Puedo sincerarme? Puede, puede contest el alto. Siempre que no le lleve demasiado tiempo. Es muy sencillo lo que voy a decirles. Yo no lo busco al doctor por cuestin de intereses. Saben para qu lo busco? Para que me lleve a la otra Banda, a ver una persona que dej all. Sealndolo, el grandote coment: El seor es desinteresado. Y suertudo. Tiene una persona en la otra Banda. Y sufre si no la ve. El seor cree que vos y yo somos sonsos. Como crea el doctor, que en paz descanse. Es que el doctor se pas de vivo. Quera entretenernos con infundios. Inventos, como la persona que el seor tiene en la otra Banda. Airadamente Correa protest primero por las cosas que le decan, despus porque lo tocaban, pero se call y slo atin a llevarse las manos a la cabeza, cuando empez el castigo. En algn momento bastante ms tarde, segn comprob lo despert un hombre, que preguntaba con insistencia y afabilidad, Qu le pasa? No est bien? Ayudado por el desconocido, un seor alto, de bigote blanco y anteojos, Correa se incorpor con la mayor dificultad. Le dola todo el cuerpo. Observ tristemente: Creo que me dieron una paliza. Tiene pensado presentar la denuncia? Lo acompao, si quiere, a la comisara. El comisario es un amigo. Me parece que no tengo ganas de meterme en la comisara. Por esta noche con la paliza me basta. Est en su derecho. Vngase hasta casa un momentito, a ver si le limpio esa magulladuras. Caminando penosamente, Correa se dej llevar. Le pareci que la casa era muy presentable, con rejas y araas de hierro forjado y sillones fraileros. Perdn, si molesto dijo Correa. Aqu voy a tener luz para curarlo. Est cmodo? Es lo principal. Lo sentaron junto a una lmpara de pie, de hierro forjado, en el rincn de una sala. Correa pens con gratitud y respeto: "Estoy en el saln comedor, que se reserva para las grandes ocasiones." En el centro haba una larga mesa de madera barnizada, negra. El seor le desinfect las heridas con agua oxigenada y le sopl la cara cuidadosamente. Quema dijo Correa. No es nada asegur el seor. Porque no le quema a usted. Eso no le discuto. Convenga, sin embargo, que la sac barata, si tiene bien en cuenta lo que le pas al otro me sigue? Y no vaya a creer que los muchachos son malos.

Los conoce? pregunt Correa, sorprendido. El seor sonri afablemente. Aqu uno conoce a todo el mundo explic. Los muchachos, como le deca, no son malos; un poco nerviosos, producto de la juventud, usted no debi mentirles. No les ment. El viaje a la otra Banda, para ver a una mujer, cuento viejo. Pero no es mentira. Mi buen seor, le hago ver que si usted se encuentra en una discusin con gente seria, ms le vale no salir con esa pavada. Es natural, es humano, que nuestros amigos se alterasen. Adems, para visitar una mujer por qu precisaba al doctor de ladero? El doctor conoce una isla, donde hay un tnel. En esta altura, la escena se aceler. Usted quiere decir una cueva, una cueva para guardar mercadera? Me espera un instante? Yo me voy. Me espera un instante. Al salir agit pausadamente una mano, insistiendo en que lo esperara y cerr con llave la puerta. El simple hecho de que lo encerrasen lo asust ms que la discusin de un rato antes con los matones (explic: "Entonces los golpes llegaron sin darme tiempo"). Pudo entender, aunque no distingua las palabras, que el seor hablaba por telfono, en el cuarto de al lado. "No me embroman pens. Me voy por la ventana." La ventana daba a un jardn oscuro y tena rejas de barrotes muy juntos. Le quedaba la posibilidad de pedir socorro, con el consiguiente riesgo de que el seor oyera antes que nadie y... Mejor no pensar. El "instante" del seor dur media hora larga. Despus oy la llave que giraba en la cerradura, vio que la puerta se abra y que entraba el seor, seguido de los dos matones. Las alarmas de esa noche no tenan fin. Aqu estamos juntos, de nuevo dijo el ms bajo. Para bien de todos, quiero creer. En esa cueva suya abunda la mercadera? pregunt con sincero inters el grandote. No es una cueva y no hay absolutamente nada. El seor le aconsej: Mida sus palabras. Qu quiere? Que invente? El seor dijo: No cuesta nada ir a ver. Eso s le previno a Correa el ms bajo. Por su integridad personal convendra que encontrramos la cueva bien repleta. Quin va a encontrarla? pregunt Correa, sin asustarse. Usted. Lo metemos en el crucerito y lo nombramos capitn dijo alegremente el grandote. Yo no estoy seguro de encontrarla. Ahora salimos con esa? El doctor me llev una sola vez. Yo soy nuevo en la zona. Todos los lugares de la costa me parecen iguales. No cuesta nada probar dijo el seor. Pero ustedes no me lo apabullen. Con esas compadradas6 no vamos a ninguna parte. Si no intervengo qu sabamos de la cueva? Lo metieron en un automvil, en el asiento de atrs. De un lado tena al grandote; del otro al gordo. Manejaba el seor. Cuando llegaron a la costa amaneca. Correa se acongoj y sin contenerse dijo: Estoy seguro de que no voy a reconocer la isla y ustedes me van a matar. Prefiero que me maten ahora. Los matones recibieron esas palabras risueamente. El seor les explic: Para l no hay motivo de risa. Viene de tierra adentro y no le gusta que lo tiren al agua. Se embarcaron. El gordo iba en el timn, conversando con el grandote; el seor y Correa se sentaron ms atrs. Correa estaba muy asustado, muy triste y aterido de fro. Le ardan los tajos de la cara y le dola el cuerpo. Sin saber por qu, fij su atencin en un botecito que llevaban a remolque y en dos remos que haba en la parte descubierta del crucero. Cuando llegaron al recreo La Encarnacin, el seor dijo: Aqu bajamos nosotros. Con sorprendente agilidad Correa se incorpor. Los otros echaron a rer. El gordo dijo:

No se haga ilusiones, que tenemos navegacin para rato. El seor recordaba noms que bajamos aqu, la noche esa que usted viaj con su compinche7 el doctor. El seor se dirigi al grandote: Vos te quedaste dormido en seguida? No lo hice queriendo. No se trata de eso. Contest lo que te pregunto. Al promediar esta parte de la costa me mantena despierto, pero empezaba a luchar con el sueo, lo que es un engorro. Te luciste. Mir fijamente a Correa y le pregunt: En algn momento ustedes cambiaron de lancha? No, por qu? Cunto tiempo navegaron antes de bajar en la isla? Veinte minutos por lo menos. Media hora, qu s yo. La isla queda a la derecha. Mire con atencin y con fe y la va a encontrar. Correa afirm: Yo siempre he pensado que si uno busca bastante encuentra lo que quiere. Se pregunt si no habra dicho algo peligroso. As me gusta exclam el seor y lo palme en la espalda. Reflexion Correa que tal vez el destino estaba ofrecindole su mejor oportunidad. Pareca poco probable que l solo encontrara la isla, y, por lo visto, no deba contar con el doctor. Ahora estos hombres lo forzaban a encontrarla. El tnel lo llevara en un santiamn a Punta del Este y l aprovechara el desconcierto general para fugarse. No habra fuerza en el mundo capaz de impedir su reunin con Cecilia. Se dijo que tal vez no guard literalmente, como haba prometido, el secreto del tnel; pero obr as bajo amenaza de muerte y porque al doctor, ahora, no poda perjudicarlo. En la calma de esa navegacin pareja y sin novedades, Correa se adormeci un poco, hasta que el ro entr en una zona ms abierta, ms vasta y de tonalidad ms clara, donde apareci en la margen izquierda un aserradero y en la derecha una plantacin de lamos en hileras interminables. Entonces (pero no inmediatamente) Correa tuvo un sobresalto. Aunque no fuera capaz de identificar ningn paraje de la costa, saba que a estos no los haba visto nunca. Asustado, murmur: Creo que nos pasamos. El grandote se incorpor, sin apuro concluy su conversacin con el gordo, camin hasta Correa y lo abofete dos veces. Basta orden el seor. Demos vuelta. Se dirigi a Correa y le dijo: Usted siga mirando. La cara le ardi y se pregunt si les dira a esos malevos8 lo que pensaba, sin importarle las consecuencias. Cuando habl finalmente, a l mismo le pareci que se quejaba como un chiquiln. Dijo: Si vamos a navegar en sentido contrario, me desoriento del todo. Con usted hay que tener una paciencia! coment el seor. Despus (haba pasado una media hora) logr serenarse y contest: Quisiera verlo, sintindose como me siento, y con la amenaza de ms golpes. Yo creo que estoy completamente aturdido: si no ya hubiera encontrado la isla. Fjese: como bamos navegando, queda en la orilla derecha; tiene un embarcadero de maderas podridas, que alguna vez habra estado pintado de verde... Estoy pensando en lo que le pas con nosotros. Como en este mundo todos mienten, no creemos en nada y cuando llega uno que dice la verdad lo escarmentamos. Yo creo en usted. Correa continu la explicacin: Si desde el embarcadero mira en lnea recta hacia el fondo de la isla va a divisar, casi tapada por los rboles, una casilla de madera. Si camina unos cincuenta metros a la izquierda y se mete en la zona en que hay mayor espesura de rboles y matorral, encuentra la boca del tnel. Recuerde lo que le digo: no es una cueva, es un tnel. El seor le record: Ahora, a este joven, que ya ha de estar cansado, lo dejamos en su casa. Primero tiene que llevarnos a la cueva dijo el gordo. El seor le record: No te di permiso de opinar. A Correa le dijo: Lo dejamos tranquilo, pero contamos con su

discrecin o va andar charlando por ah? Yo no voy a hablar. Saban dnde paraba: lo llevaron directamente a la isla de Mercader. Para atracar, el grandote, con un remo haca palanca en el fondo del ro. Sin creer del todo en que esa gente lo dejaba libre, Correa salt al embarcadero. En ese instante, con sbita vergenza de s mismo, se acord de Cecilia y quiso decirle al seor que seguira con ellos, que los ayudara a encontrar el tnel. Al volverse para hablar, alcanz a ver una sonrisa en la cara del seor y muy cerca, mojado, reluciente y enorme, el remo. La dureza del golpe se confundi con la cada en el pasto barroso. El golpe haba sido muy fuerte, pero no terrible, porque lo vio llegar y se ech atrs. No perdi el conocimiento; qued inmvil, por si acaso. Cuando ya no oa el motor del crucero, mir. Se levant, entr en la casilla, junt sus cosas, tom la primera lancha para el Tigre y el primer tren para Buenos Aires. Quera seguir el viaje hasta su provincia, para sentirse protegido y en casa, pero se qued en Buenos Aires, con la intencin de volver al Uruguay, cuando reuniera el dinero del pasaje, porque de verdad crey que sin Cecilia no poda vivir. Mercader, a quien le pidi un prstamo, le dijo: Te olvids de que el gobierno ha prohibido los viajes al Uruguay. Quiz podramos ir al Tigre y hablar con un lanchero, de esos que pasan a emigrados, o con un contrabandista. Correa dijo: "Mejor que no". Tampoco fue a buscar el tnel. Para saber que exista, no necesitaba verlo. En cuanto a comunicar el conocimiento a los dems, le pareca un esfuerzo intil. A su debido tiempo se recibi de abogado, se doctor y, porque todo llega, se jubil de empleado pblico. Hombre poco dado a la aventura, de carcter parejo aunque melanclico, nicamente se dejaba arrebatar, segn los amigos, en conversaciones que versaban sobre temas de geografa. Entonces Correa se habra mostrado, ms de una vez, irritable y soberbio.