Braque el día y la noche - Roberto Bolaño

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Braque: el día y la noche Miércoles 2 de mayo de 2001 Braque tenía 70 años, en 1952, cuando apareció en Gallimard "El día y la noche", libro de menos de cien páginas que ahora edita en español la editorial El Acantilado. Lo menos que se puede decir es que se trata de un libro precioso, en el sentido literal de la palabra, hecho de anotaciones, pensamientos, aforismos que el pintor va desgranando desde 1917 hasta 1952 y que obviamente no constituye la principal de sus ocupaciones sino más bien todo lo contrario, y precisamente es esto lo que lo hace tan interesante, lo que le concede al libro el halo de ocupación secreta, no excluyente pero exigentísima. Braque, junto con Juan Gris y Picasso, formó la santísima trinidad del cubismo, en donde el rol de Dios padre perteneció íntegramente a Picasso y el rol del hijo, un hijo hasta hoy un tanto incomprendido, al sorprendente Juan Gris, que en otra obra de teatro hubiera podido interpretar sin ningún problema a un cíclope, mientras el destino le reservaba a él, el único francés del trío, el papel del Espíritu Santo, que es, como se sabe, el más difícil de todos y el que menos aplausos arranca al público. "El día y la noche" así parece atestiguarlo, con apuntes de este calibre: "En arte sólo es válido un argumento, el que no puede explicarse". "El artista no es un incomprendido, es un desconocido. Se le explota sin saber quién es". "Nunca hallaremos reposo: el presente es perpetuo". Algunos de sus atisbos, como los de Duchamp o Satie, son infinitamente superiores a los de muchos escritores de su época, incluso a algunos cuya principal ocupación era la de pensar y reflexionar: "Cada época limita sus propias aspiraciones. De ahí surge, no sin complicidad, la ilusión por el progreso". "Pensándolo bien, prefiero quienes me explotan a quienes me imitan. Los primeros tienen algo que enseñarme". "La acción es una cadena de actos desesperados que permite mantener la esperanza". "Es un error encerrar el inconsciente en un cerco y situarlo en los confines de la razón". "Hay que escoger: una cosa no puede ser verdadera y verosímil a un mismo tiempo". Humorista y desesperanzado al mismo tiempo (de la misma manera en que es religioso y materialista, o de la manera en que parece moverse demasiado aprisa cuando en realidad permanece inmóvil como una montaña o una tortuga), Braque nos ofrece estas joyas: "Recuerdo de 1914: a Joffre sólo le preocupaba reconstruir los cuadros de batallas pintados por Vernet". "Lo único que nos queda es eso que no nos quitan, y es lo mejor que poseemos". "Con la edad, el arte y la vida se funden en una sola cosa". "Tan sólo quien sabe lo que quiere se equivoca". El libro se cierra con un apéndice de no poco interés, el casi-manifiesto "Pensamientos y reflexiones sobre la pintura", publicado en el número 10 de "Nord-Sud", en 1917. Pero yo prefiero despedirme de este libro magnífico con uno de sus muchos hallazgos: "Desconfiemos: el talento es prestigioso". Roberto Bolaño.

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Braque: el día y la noche

Miércoles 2 de mayo de 2001

Braque tenía 70 años, en 1952, cuando apareció en Gallimard "El día y la noche", libro de

menos de cien páginas que ahora edita en español la editorial El Acantilado.

Lo menos que se puede decir es que se trata de un libro precioso, en el sentido literal de la

palabra, hecho de anotaciones, pensamientos, aforismos que el pintor va desgranando desde

1917 hasta 1952 y que obviamente no constituye la principal de sus ocupaciones sino más bien

todo lo contrario, y precisamente es esto lo que lo hace tan interesante, lo que le concede al

libro el halo de ocupación secreta, no excluyente pero exigentísima.

Braque, junto con Juan Gris y Picasso, formó la santísima trinidad del cubismo, en donde el rol

de Dios padre perteneció íntegramente a Picasso y el rol del hijo, un hijo hasta hoy un tanto

incomprendido, al sorprendente Juan Gris, que en otra obra de teatro hubiera podido

interpretar sin ningún problema a un cíclope, mientras el destino le reservaba a él, el único

francés del trío, el papel del Espíritu Santo, que es, como se sabe, el más difícil de todos y el

que menos aplausos arranca al público. "El día y la noche" así parece atestiguarlo, con apuntes

de este calibre: "En arte sólo es válido un argumento, el que no puede explicarse". "El artista

no es un incomprendido, es un desconocido. Se le explota sin saber quién es". "Nunca

hallaremos reposo: el presente es perpetuo".

Algunos de sus atisbos, como los de Duchamp o Satie, son infinitamente superiores a los de

muchos escritores de su época, incluso a algunos cuya principal ocupación era la de pensar y

reflexionar: "Cada época limita sus propias aspiraciones. De ahí surge, no sin complicidad, la

ilusión por el progreso". "Pensándolo bien, prefiero quienes me explotan a quienes me imitan.

Los primeros tienen algo que enseñarme". "La acción es una cadena de actos desesperados

que permite mantener la esperanza". "Es un error encerrar el inconsciente en un cerco y

situarlo en los confines de la razón". "Hay que escoger: una cosa no puede ser verdadera y

verosímil a un mismo tiempo".

Humorista y desesperanzado al mismo tiempo (de la misma manera en que es religioso y

materialista, o de la manera en que parece moverse demasiado aprisa cuando en realidad

permanece inmóvil como una montaña o una tortuga), Braque nos ofrece estas joyas:

"Recuerdo de 1914: a Joffre sólo le preocupaba reconstruir los cuadros de batallas pintados

por Vernet". "Lo único que nos queda es eso que no nos quitan, y es lo mejor que poseemos".

"Con la edad, el arte y la vida se funden en una sola cosa". "Tan sólo quien sabe lo que quiere

se equivoca".

El libro se cierra con un apéndice de no poco interés, el casi-manifiesto "Pensamientos y

reflexiones sobre la pintura", publicado en el número 10 de "Nord-Sud", en 1917. Pero yo

prefiero despedirme de este libro magnífico con uno de sus muchos hallazgos: "Desconfiemos:

el talento es prestigioso".

Roberto Bolaño.