Brujas, curanderas, hechiceras, ensalmadoras, saludadoras ...

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— 67 — Brujería y superstición en Cantabria Brujas, curanderas, hechiceras, ensalmadoras, saludadoras, adivinas… En primer lugar analizaremos el vocablo de bruja, que, sorprendentemen- te y en contra de lo que nos pudiéramos imaginar, su origen nos es relativa- mente cercano en el tiempo. Según algunos historiadores, la palabra bruja pue- de ser de origen prerrománico, sin pruebas fidedignas que respalden esta teo- ría hasta el momento. Pero más tarde sí aparece como tal “bruxa” documen- talmente a finales del siglo XIII,en un vocabulario latino-arábigo, con el sig- nificado de “súcubo o demonio femenino”. Posteriormente, terminando el si- glo XIV,aparecerá esta definición con el vocablo “broxa” en las Ordinaciones y paramientos de la ciudad de Barbastro, de 1396, en dialecto del norte de Aragón. Sebastián de Covarrubias, en su obra Tesoro de la Lengua Castellana o Espa- ñola, define como bruxa: “Cierto número de gente perdida y endiablada, que perdido el te- mor de Dios, ofrecen sus cuerpos y sus almas al Demonio a trueco de una libertad viciosa y libidinosa, y unas vezes causando en ellos un pro- fundísimo sueño les representa en la imaginación ir a partes ciertas y ha- zer cosas particulares, que después de despiertos no se pueden persua- dir, sino que realmente se hallaron en aquellos lugares. […] Otras vezes realmente y con efeto las lleva a parte donde hazen sus juntas, y el De- monio se les aparece en diversas figuras, a quien dan la obediencia, re- negando de la Santa Fe […] y haziendo […] cosas abominables y sacrí- legas, como largamente lo escribe el Malleus Maleficarum y en el se- gundo tomo, F. Bartolomé de Espina (…) son más ordinarias las muge- res, por la ligereza y fragilidad, por la lujuria y por el espíritu vengativo que en ellas suele reynar; y es más ordinario tratar esta materia debaxo del nombre de bruxa”. Así, podemos concluir que la hechicería es mucho más antigua que la bru- jería, al menos conceptualmente, por lo que muchos antropólogos han queri- do ver en sus definiciones y significado una evolución o una mezcolanza que

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Brujería y superstición en Cantabria

Brujas, curanderas, hechiceras, ensalmadoras, saludadoras, adivinas…

En primer lugar analizaremos el vocablo de bruja, que, sorprendentemen-te y en contra de lo que nos pudiéramos imaginar, su origen nos es relativa-mente cercano en el tiempo. Según algunos historiadores, la palabra bruja pue-de ser de origen prerrománico, sin pruebas fidedignas que respalden esta teo-ría hasta el momento. Pero más tarde sí aparece como tal “bruxa” documen-talmente a finales del siglo XIII, en un vocabulario latino-arábigo, con el sig-nificado de “súcubo o demonio femenino”. Posteriormente, terminando el si-glo XIV, aparecerá esta definición con el vocablo “broxa” en las Ordinaciones yparamientos de la ciudad de Barbastro, de 1396, en dialecto del norte de Aragón.

Sebastián de Covarrubias, en su obra Tesoro de la Lengua Castellana o Espa-ñola, define como bruxa:

“Cierto número de gente perdida y endiablada, que perdido el te-mor de Dios, ofrecen sus cuerpos y sus almas al Demonio a trueco deuna libertad viciosa y libidinosa, y unas vezes causando en ellos un pro-fundísimo sueño les representa en la imaginación ir a partes ciertas y ha-zer cosas particulares, que después de despiertos no se pueden persua-dir, sino que realmente se hallaron en aquellos lugares. […] Otras vezesrealmente y con efeto las lleva a parte donde hazen sus juntas, y el De-monio se les aparece en diversas figuras, a quien dan la obediencia, re-negando de la Santa Fe […] y haziendo […] cosas abominables y sacrí-legas, como largamente lo escribe el Malleus Maleficarum y en el se-gundo tomo, F. Bartolomé de Espina (…) son más ordinarias las muge-res, por la ligereza y fragilidad, por la lujuria y por el espíritu vengativoque en ellas suele reynar; y es más ordinario tratar esta materia debaxodel nombre de bruxa”.

Así, podemos concluir que la hechicería es mucho más antigua que la bru-jería, al menos conceptualmente, por lo que muchos antropólogos han queri-do ver en sus definiciones y significado una evolución o una mezcolanza que

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ha ido trastocándose con el paso de los siglos. Agrandes rasgos, diremos que la hechicería es unaintención de dominar la naturaleza con todos loselementos que nos ofrece, para producir resulta-dos benéficos o maléficos. Por el otro lado estála brujería, que asume la hechicería, pero queacude a pactos y ayudas con el mismísimo Dia-blo para obtener sus propósitos, negando y re-pudiando así las creencias y el Dios cristiano.

La brujería ha sido enriquecida por leyendas,supercherías o exageraciones que, en algunos ca-sos, han sido promulgados por la misma Iglesia,quizás así para aumentar su propio poder y res-peto entre sus creyentes. Tales dudas y conceptostan subjetivos han creado estas turbias creencias,ambigüedades que estamos advirtiendo a lo lar-go de todo este trabajo.

A pesar de lo dicho, existieron épocas dora-das para ejercer estas actividades brujeriles, si biena ras de suelo, entre las creencias con más pesodel pueblo llano, siempre existía (y de hecho hoycontinua existiendo) la costumbre de respetar to-

do lo sobrenatural o de lo que en un determinado momento se hubiera ob-tenido un beneficio siguiendo unas pautas sin, aparentemente, una explicaciónlógica o demostrable. De esta manera, la bruja nunca ha sido comprendida ensu justa medida con el paso de los siglos. A lo largo de la historia, ha pasado deser una mera curandera con resultados milagrosos gracias a sus conocimientosbotánicos, venerada y respetada por todos sus vecinos, hasta una vil aliada delDemonio, culpable de las más horribles desgracias, despreciada, perseguida ycastigada hasta las últimas consecuencias por sus airadas víctimas.

Por ello es muy importante diferenciar la bruja negra, poseedora de pac-tos con el Demonio y otros espíritus malignos y que se vale de ellos para con-seguir sus perversos fines, y la maga, hechicera y no tan lúgubre bruja cono-cedora de las cualidades de la flora y fauna de su alrededor y de cómo sacarprovecho a los caracteres de esta naturaleza para el bien propio o de sus con-vecinos. Incluso en muchos lugares por aquellos tiempos existía una tercerafigura dentro de esta clasificación de los magos y magas, a medio camino en-tre la magia blanca y la magia negra y que no solía utilizar grinomios u obras

Malleus maleficarum, el famoso“Martillo de las Brujas“, compendioutilizado por las autoridadesreligiosas para luchar contra lasmaléficas.

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conceptuales comunes entre sus compañeras. Su inspiración y su magín pro-venían del medio que le rodeaba, observando atentamente la naturaleza y ra-zonando sus influjos sobre el hombre. Estos conocimientos se transmitían oral-mente entre ellas mismas, estando convencidas de que poseían poderes sobre-naturales que les venían dados a su vez por esos elementos que tan solo ellasconocían y que estaban presentes en el medio en el que habitaban. Solían in-terpretar que su poder era inmenso, ya que al ser concedido por la madre na-turaleza y ejercido sobre lo creado por ella, les era posible actuar sobre cual-quier cosa, incluso modificando su esencia, invocando a las fuerzas invisiblesque habitan en ella. El nombre de este tipo de brujas era diverso dentro de lageografía española.Así, en Asturias eran conocidas como “adivías”. Muchas ve-ces, en zonas en donde la religión cristiana ejercía su máxima influencia, susritos se apoyaban en personajes religiosos como la Virgen María, los santos, con

“Prácticas de brujería” y “Brujas dirigiéndose al aquelarre”. Dos ilustraciones de la obraTratado de las mujeres maléficas, de Ulrico Molitor, editado en Hamburgo en el año 1508.Fuente: “Por Esos Mundos”, 1 de febrero de 1916.

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sus peculiaridades propias y suutilización concreta para cada ca-so, y hasta el mismísimo Dios, in-vocándolos en oraciones, súplicasy jaculatorias y mezclándolos conelementos paganos. Podían ela-borar bebedizos de amor, comu-nicarse con parientes fallecidos oconocer el porvenir de una per-sona. Sin duda que esta tipologíase puede definir como la ramamás espiritista o animista dentrodel mundo brujeril.

Por tanto, aunque pequemosde reivindicar una y otra vez estacondición, es justo diferenciar lapersona bruja de la hechicera. Laprimera está relacionada en unsentido más amplio con la religión(incluso durante algunas épocas ala brujería se la conocía con el so-brenombre de “vieja religión”),siendo una figura subjetiva y fan-tasiosa en la inmensa mayoría de

las ocasiones, recurrente a partir de la Edad Media como nota negativa de lascreencias religiosas y modos ortodoxos. Esta bruja maléfica provocaba tempes-tades, pellizcaba por las noches a las personas en sus lechos y causaba, en defini-tiva, terror y recelo. Se podía transformar en diversos animales, por supuesto quea los instantes calificados como malignos por el paisanaje, como en gato grandey negro, lechuzas, búhos, lobos, conejos, liebres o ratones, que apagaban los can-diles de las moradas e incordiaban a sus habitantes.

La segunda definición, la de hechicera, vendría a recoger una serie de cre-encias y rituales populares representados en tal persona y que son verdadera-mente reales. La palabra bruja, de esta manera, implicaba una connotación ma-ligna que no poseía la hechicera. Muchos historiadores argumentan que enverdad la brujería era un canto crítico hacia el cristianismo, una especie de he-rejía, siendo la hechicería algo más universal, tanto en el espacio, como en eltiempo. Por todo ello, la brujería fue perseguida, mientras que la hechicería,

“La cocina de las brujas”, dibujo de Francisco de Goya.En él se aprecia a un grupo de maléficastransformándose en diversos animales.

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salvo en raros casos en los que se confundían ambas prácticas, pasaba desaper-cibida a los ojos de los tribunales religiosos. La brujería era parte de la religión,cargada de variadísimas creencias y rituales que hacían conocer su sentido ma-léfico, mientras que la hechicería pertenecía al folklore popular ancestral.

Ya Pereda advertía en su obra de estas diferenciaciones:

“La bruja montañesa no es la hechicera, ni la encantadora, ni la adi-vina; se cree también en estos tres fenómenos, pero no se les odia; al con-trario, se les respeta y se les consulta, porque, aunque también son fami-liares del Demonio, con frecuencia son benéficas sus artes; dan salud alenfermo, etcétera. La bruja no da más que disgustos: chupa la sangre alos jóvenes, muerde a sus aborrecidos por la noche, hace mal de ojo alos niños, da maldad a las embarazadas, atiza los incendios, provoca lastronadas, agosta las mieses y enciende la guerra en las familias”.

Pero después de estas figuras principales que podríamos incluir dentro dela cultura popular supersticiosa del país, existían unos arquetipos de persona-

Antigua pintura donde se recrea un tugurio de maléficas, repleto de potingues, ungüentos yollas con los más diversos materiales que recogían el magín de las hechiceras.

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jes quizás menos conocidos, pero que poseían también pintorescos procederesy curiosas supuestas virtudes a la hora de llevar a cabo ciertas labores que seles solicitaban. Existían, por ejemplo, los ensalmadores, que eran aquellos yaquellas (las féminas estaban más localizadas en ambientes aislados, rurales ycampesinos) que pretendían curar a los enfermos y heridos recitando ante ellosplegarias de índole supersticioso o pseudorreligioso. Podían al mismo tiempo,colocar en el cuello del doliente cartelas o trozos de papel con oraciones oplegarias escritas (las conocidas como “nóminas”) o bien depositarlas en luga-res secretos u ocultos para recurrir a ellos cuando se necesitasen. Utilizabanigualmente plantas y flores, como ramos de laurel que mojaban en vinagre oen otros líquidos y los utilizaban a modo de bastón de mando sobre el enfer-mo, restregándoselo sobre la frente, llaga o herida, mientras hacían la señal dela cruz y otros gestos. Menéndez Pelayo, en su “Historia de los heterodoxosespañoles”, los define así:

“… curar con palabras de conjuros y raras ceremonias curativas, do-lencias de hombres y bestias”.

Por lo tanto, hay que pensar que los ensalmadores mostraban su virtud enla fuerza de la palabra, más aún que en ciertos elementos de la naturaleza de

“La bruja”. Óleo deRicardo Bernardo,propiedad delAteneo deSantander.

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los que se podría valer. De esta manera colocaba sobre el enfermo paños ben-decidos con sus súplicas, realizando a su vez trazos, signos y jaculatorias sobreel paciente.

Pero en contra de lo que nos podamos imaginar, aun observando que mu-cho de ese ritual llevado a cabo por los ensalmadores recogían variedad de tra-diciones cristianas (señal de la cruz, rezos y oraciones…) la Iglesia se sentía mo-lesta por ver obrar a gentes sin la menor preparación y estudio en tales tesituras.Así, intentó perseguirlos, tildándolos de embusteros y creyéndolos enviados porel mismísimo diablo para embaucar a personas inocentes, ignorantes y humildes.Pedro Ciruelo, en su obra Reprobación de Supersticiones y Hechicerías, publicado amediados del siglo XVI, carga agriamente contra estos personajes:

“En la palabra de los hombres ninguna virtud natural hay, porque lasustancia de ellas es un poco de aire que el hombre echa de su boca, queno es medicina natural para cuidar alguna enfermedad, porque ni tienevirtud para curar la cólera como el ruibarbo, ni la flema como el agári-co (…) Que no venga por milagro de Dios, diciendo que en aquellaspalabras haya virtud sobrenatural divina para hacer milagros, por dos ra-zones se puede probar: la primera, porque Dios no suele hacer sus mi-lagros así a cada hora y en cada casa que a los hombres se les antoje, si-no en tiempos y en lugares muy señalados de mucha importancia, y es-to hace muy pocas veces; pues el ensalmador con sus palabras sana acuantos a él vienen y en todas las casas donde lo llaman, como quientiene (…) La segunda razón es: porque la Iglesia Católica, madre nues-tra, de solas siete palabras sabe que tengan virtud sobrenatural divina pa-ra hacer algunos efectos maravillosos, que son las palabras de los SieteSacramentos de la Iglesia Cristiana (…).

Queda, luego, que aquella sanidad venga por medio del Diablo (…).Todas estas imaginaciones son malas o supersticiosas, halladas por astu-cia del Diablo que enreda a los hombres en diversos errores para losechar a perder”.

Otro personaje quizás no reconocido en su justa medida y muchas vecesconfundido con brujas y hechiceras, sobre todo en la época antigua, era el cu-randero o curandera. Sin duda que era el subtipo más cercano a la rudimen-taria medicina de aquellos años. Era el sustituto del médico en los lugares másaislados, donde las costumbres milenarias aún permanecían casi inalteradas. Enmuchos lugares, sobre todo en el ámbito rural, eran a los primeros a quienes

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se les consultaba las dolencias, incluso an-tes que al médico, mucho más distante pa-ra las clases humildes en lugares apartadosy míseros. Había incluso pacientes que re-conocían en los curanderos a una personaque había sido tocada por el don divino:cierta virtud que Dios le había otorgadopara curar a sus semejantes. En la parte máslúgubre de este personaje, algunos otrospensaban que estas facultades que al pare-cer poseía el curandero, no habían sidootorgadas por entes benévolos, como po-dría ser el mismísimo Dios, sino todo locontrario, y el recelo crecía al sospecharque podían haber pactado su virtud conespíritus malignos, cuando no con el mis-mísimo Satán. Lo cierto es que pocos co-nocen la manera por la que el curanderohabía adquirido sus conocimientos. Algu-nos argumentan que su vocación le habíapermitido indagar en tales asuntos que leinteresaban, convirtiéndose en un especia-lista en la materia. Otros los tenían por

personas aventajadas, capaces de descubrir remedios por medio de la observa-ción y el estudio práctico de la naturaleza… lo cierto es que la mayoría de es-tos curanderos recelaban a la hora de explicar sus conocimientos y remedios,intentando por todos los medios que ungüentos, recetas e ingredientes de lasmismas, no se conocieran de manera abierta.

Actualmente y ya alejados de ambientes supersticiosos u oscurantistas, sinduda que el lector reconocerá algún tipo de curanderismo cercano, que in-cluso puede haber probado en su propia persona. Estos individuos han traspa-sado leyendas y supercherías, y han logrado llegar hasta nuestros días no sin po-cos pacientes o defensores de sus técnicas. Desde aquel hábil colocador de hue-sos desencajados y músculos dañados, hasta aquella otra descubridora de cre-mas con las cuales las huellas de las quemaduras desaparecen asombrosamen-te, la región de Cantabria ha contado a lo largo de su historia más reciente congran cantidad de personas asociadas al curanderismo. Como narran los auto-res Saiz Viadero y Vallés Gómez en su interesante libro Guía Secreta de Santan-

La curandera, según una ilustración de “El Periódico para Todos” del 3 de febrerode 1872.

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der sobre uno de estos controvertidos curanderos, bien conocido en la capitalcántabra y que desempeñaba su labor hasta hace relativamente pocos años, amediados del siglo XX:

“(…) Nos referimos al anciano conocido por el sobrenombre de “ElBrujo” y que ha sido visitado en su larga experiencia médica (sin títuloninguno, perseguido por la Ley y por las denuncias competitivas, encar-celado hacia el año 30) por miles de personas, recetando exclusivamen-te productos naturales a partir de su diagnóstico por observación del iris.No hace mucho, cuando este personaje vivía en un chalet en lo alto dela ciudad, en el Paseo del General Dávila, se recuerdan filas de enfermosque venían de todas las partes de la provincia y de otras próximas, parasometerse al tratamiento y esperaban largas horas la llegada del turnocorrespondiente”.

Nos ocuparemos ahora de una nueva figura. Se trata de las saludadoraso saludadores, o lo que es lo mismo, aquellas personas que tenían la virtudde sanar con su saliva o aliento. Aunque a primera vista resulte repugnante,

Bretaña francesa. Un curandero, con la ayuda de unos asistentes, coloca el hombro dislocadoa un paciente. Tarjeta postal de principios del siglo XX.

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sus convecinos los tenían por virtuosos,elegidos por voluntad divina para podercurar con su propia baba o vaho.Tambiéncuraban con el pan que masticaban y ensa-livaban. Otros saludadores escupían direc-tamente sobre el enfermo o a los alimen-tos que este iba a consumir. Otros más em-badurnaban los labios del paciente con sa-liva y luego le echaban el aliento por todala piel de su cuerpo. En otra técnica cura-tiva, el saludador solía echar agua en uncuenco o en un recipiente similar y escu-pía en él. A continuación, observaba el fon-do de la vasija para vislumbrar si veía la fi-gura de un perro, por lo que sin duda elenfermo padecería de rabia. De esta mane-ra, localizándose las heridas de los mordis-cos, soplaba y escupía sobre ellas. En otrasocasiones, le chupaba primero la morde-dura y luego la escupía también.

Estas saludadoras y saludadores eranbien vistos generalmente por sus vecinos yautoridades. Gonzalo Aguirre Beltrán, mé-dico mexicano, habla así de estos sujetos ensu obra Medicina y magia:

“Las personas santas o en gracia de Dios, por virtud de su naci-miento, como el llamado saludador, tienen poder de curar con el va-ho o la saliva. Repitiendo la técnica usada por Jesucristo para curar aun enfermo, untan sobre los párpados la secreción de las glándulas bu-cales a la que atribuyen una fuerza terapéutica infalible”.

Para ser saludador o saludadora se tenía que nacer ya con unos requisitosespeciales: era preciso haber llegado al mundo en Navidad o en Viernes San-to; o hacer el número siete de los hermanos en los que todos fueran varones;o haber nacido con un hermano gemelo y haber visto la luz antes que él; otener una señal corpórea que era una cruz debajo de la lengua (la rueda deSanta Catalina)… y alguna que otra peculiaridad más.

Un saludador de las montañas andaluzas.“El Periódico para Todos”, primero defebrero de 1879.

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Pero si como hemos dicho, algunos los tenían casi como enviados divinos,otros los tildaban de emisarios del mismísimo diablo. Dura crítica era sobre to-do la voz de galenos y personas doctas que los repudiaban, diciendo a las gen-tes humildes y escasas de cultura que desconfiaran de tales embaucadores, queno tenían poderes por divinidad, sino por voluntad directa del Demonio. Porello, recomendaban a los incautos que “acudieran a la medicina y a las oracio-nes, a Dios y a los Santos”.

No solamente las virtudes de estos saludadores estaban relacionados conlas enfermedades y sus curas por medio de tan desagradable proceder. A ellosse les reconocía también facultades varias, como por ejemplo, apagar un fue-go, alejar las tempestades, ahuyentar las plagas, transformarse en otros vario-pintos seres, poder arrojarse al fuego sin quemarse, lamer un hierro ardiendo,coger un objeto ardiendo sin lastimarse la mano o pisar carbones incandes-centes sin abrasarse los pies. Con el paso de los siglos, con la disminución delanalfabetismo y la falta de cultura y, al mismo tiempo, con la presión que ejer-cieron sobre ellos religiosos y personas ilustradas, lo cierto es que los saluda-dores desaparecieron totalmente, a diferencia de los demás personajes que he-mos estado aludiendo, que aunque sea entre una población marginal y redu-cida, actualmente aún se les puede reconocer.

Se contrataban a los saludadores pagándoles en dinero o en trigo para queatendieran a los vecinos y a sus ganados. Como recoge Alejandro Peris, en suestudio sobre estos personajes publicado en la Revista del Folklore, nº 339, si elsaludador vivía en otra población, se comprometía a hacer un par de visitas alaño, casi siempre en primavera y otoño, o cuando se le avisase por haber ocu-rrido algún caso de rabia.

Así por ejemplo, en 1495 el Ayuntamiento de Madrid pagaba a Juan Ro-dríguez de Palacio, saludador de Getafe, un cahíz de trigo al año:

“… por desde Nuestra Señora de Agosto en un año con salario deun cahíz de trigo, con que sea obligado de venir cada vez que la villa lellamare…”.

El concejo de Lagrán (Álava) pagaba a una saludadora en 1605, de acuer-do con el contrato hecho con ella, dos fanegas y media de trigo al año, queentonces valían 42 reales.

El municipio de Jaén pagaba en 1630 a un saludador 24 reales.El saludador que contrató el Ayuntamiento de Hernani (Guipúzcoa) en los

años de 1635 a 1643, percibía 50 reales anuales por visitar la villa una vez enmarzo y otra en septiembre.

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Otro nuevo arquetipo de figura su-persticiosa y con ciertas diferencias conlas citadas anteriormente eran los adivi-nadores o adivinadoras. Muchos de elloseran vulgares timadores, que se ganabanla confianza de ingenuos y cándidos pai-sanos (aunque eran favoritos también demuchos poderosos, reyes y cultivados, a lahora de consultarles sobre diversas mate-rias) para sacarles los dineros a cambio deingeniosas premoniciones. Sin duda quehay que reconocer y valorar la astucia y lahabilidad de muchos de estos personajesa la hora de poner en práctica su peculiarmagín, que sin duda reflejaba su persona-lidad avispada y observadora de su entor-no, en muchas ocasiones con acertadasconclusiones en cuanto a la interpreta-ción de ciertas señales de la naturaleza yde lo que ello significaría en un futuro

próximo. Para este trabajo utilizaban las más diversas técnicas, conocidas comomancias, y que se han venido usando desde tiempos inmemoriales, algunas delas cuales ya hemos citado en esta obra. Por ejemplo, solían observar el compor-tamiento del medio formado por la fauna, la flora y la naturaleza, a la hora deobtener sus conclusiones. Así lograban componer una pseudociencia con las quepredecían el futuro. Estas famosas mancias se denominaban de distintas formas,dependiendo del medio en el que se disponía (aeromancia, geomancia o hidro-mancia, aire, tierra y agua respectivamente) o la técnica utilizada, como por ejem-plo las reacciones de algunas partes del cuerpo humano, como las entrañas de lasmujeres y de los niños (antinopomancia), por la observación del ombligo (on-falomancia), o quizás la más conocida, la quiromancia o adivinación por el exa-men de las líneas de las manos… o por los más diversos, peregrinos e impensa-bles objetos y materiales, como eran el cuajo del queso (tiromancia) o la obser-vación de los higos (sicomancia).

Estos adivinadores tuvieron más presencia y acción en tiempos de la anti-güedad más remota a la hora de tomar los augurios, dictaminando cuando unafecha era proclive para comenzar la lucha contra una tribu vecina o cuandoera necesario recoger la cosecha para evitar que la tormenta la perdiera, por

Adivinando por medio de los naipes. “LaRevista de Teatros” (Madrid), 30 de marzo de1843.