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LA CAIDA DEL MURO DE BERLIN Y LA DISOLUCION DE UURRSSLa caída del Muro de Berlín fue el resultado de una imparable revolución popular que se
anidó durante más de cuarenta años, y que conoció sucesivos estallidos debido a la
inviabilidad del régimen estalinista de la Alemania oriental, y de los regímenes estalinistas
en general, principalmente el ruso. Se inscribió en la ola de levantamientos que inició la
clase obrera polaca en 1980, una ola que puso al desnudo la negativa de la clase obrera
a soportar la carga de la 'coexistencia pacífica' y de la 'distensión' entre el imperialismo
mundial y la burocracia estalinista, que se traducía en pesadas deudas externas y
descomunales 'ajustes' económicos. Por eso, aunque las grandes potencias de los dos
bloques ya habían tomado la decisión de enfrentar a los pueblos del este, no mediante la
represión sino mediante el 'desvío democrático', el derribamiento del Muro por una
revolución popular fue un episodio de la revolución europea, que quebró "el artificio
montado (por el imperialismo mundial y la burocracia soviética) para dividir al proletariado
más fuerte de Europa"; la caída del Muro puso sobre el tapete "la descomposición
conjunta del imperialismo y de los regímenes burocráticos y el completo agotamiento de
las relaciones políticas establecidas entre ellos a partir de la posguerra".
-Las causas que provocaron su derrumbe:
Alentados por las reformas de Gorbachov, a partir de octubre de 1989 proliferaron en
Alemania Oriental los movimientos de protesta contra el régimen comunista de Erich
Honecker.
Miles de ciudadanos optaron por abandonar el país por las fronteras, recientemente
abiertas de Hungría y Austria, mientras otros miles continuaban la resistencia a través de
huelgas y manifestaciones que culminaron en noviembre con una enorme concentración
de dos millones de personas que se fueron acercando al muro de Berlín y comenzaron a
derribarlo.
El 9 de noviembre el gobierno permitió la libre circulación entre las dos Alemanias.
La caída del Muro de Berlín, inaugurado en agosto de 1961 con el fin de evitar el éxodo
de la población de Berlín oriental hacia occidente, era todo un símbolo del derrumbe del
bloque comunista.
Los grandes protagonistas de la desaparición del gran símbolo de la gerra fría en Europa
fueron, entre otros, el entonces presidente de la antigua URSS, Mijail Gorbachov; el ex
presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan; el joven electricista de los astilleros
Lenin de Gdansk, el polaco Lech Walesa; el disidente y ex prisionero político checo Vaclal
Havel; el ex canciller de Alemania, Helmut Kohl; y el Papa Juan Pablo II.
Gorbachov, con la extensión de su perestroika (reestructuración) fuera de las fronteras
rusas, fue el encargado de relajar la presión sobre los países satélites de la antigua Unión
Soviética y de facilitar la apertura a Polonia y Hungría. Una política que, junto a la
glasnost (transparencia), acabó por destruirle políticamente, al no contentar ni a los
ortodoxos ni a los reformistas. El golpe de Estado de 1991 fue el punto final. Admirado
fuera de sus fronteras, Gorbachov recibió el Premio Nóbel de la Paz el 1990, un año
después de la caída del muro. Retirado de la política, a los 73 años imparte conferencias
millonarias en las que ofrece su visión del mundo.
Reagan, por su parte, que impulsó una fuerte corriente conservadora en los Estados
Unidos durante su mandato de 8 años, que acabó precisamente en enero del mismo año
en que cayó el muro, contribuyó al mismo tiempo a liquidar la Guerra Fría. Llegó a
celebrar hasta 5 cumbres con Gorbachov, en las que se firmaron importantes acuerdos de
desarme. Premonitorias fueron sus palabras dirigidas al primer mandatario ruso ante la
puerta de Brandenburgo un 12 de junio del 87: “Señor Gorbachov, haga caer este muro”.
También en un segundo plano de la política y afectado por el Alzheimer en la última
década, fallecía el pasado 5 de junio a los 93 años de edad en su residencia de Los
Ángeles.
Desde Polonia, 2 destacadas personalidades, una política y la otra religiosa, estaban
destinadas a ser protagonistas de la historia, entre otras cosas, por su influencia en la
caída del muro de Berlín. El Papa Juan Pablo II contribuyó decisivamente a la caída del
muro, al respaldar en todo momento a Lech Walesa en sus aspiraciones de hacer
desaparecer el comunismo de la tierra natal de ambos y las de derribar la muralla que
dividía Berlín. Walesa, también premio Nóbel de la Paz en 1983, llegó a convertirse en el
primer presidente postcomunista de Polonia desde 1990 hasta 1995. Actualmente, a sus
61 años, también está retirado, lo mismo que el checo Havel, de 68 años, que se mantuvo
13 años como jefe de Estado de su país.Por su parte, Kohl no pudo acabar de peor
manera su brillante carrera política: su nombre se vio involucrado en un escándalo
financiero ilegal de su partido. Repudiado por su propia gente, el hombre que se lo jugó
todo a una carta en la reunificación alemana y que estuvo 16 años en la chancillería es
hoy un diputado más de la Unión Demócrata Cristiana.
Mijail Gorbachov en profundidad
Líder de la URSS. Gorbachov comenzó a aplicar cambios significativos en la economía y
el liderazgo del partido. La política de Glasnost liberó el acceso público a la información
después de décadas de pesada censura del gobierno, como también abogó por la
transparencia en la gestión de los líderes soviéticos.
La actitud de Gorbachov ha merecido juicios muy diferentes. Muy positivo en Occidente:
The Economist lo llamó “zar liberador” y más aún en Alemania.
En cambio en Rusia es criticado acerbamente como pusilanimidad, que supuso la
renuncia a las conquistas acumuladas por Moscú durante tres siglos. Si la voluntad
política, de la que careció Gorbachov, hubiese faltado a Lincoln, Estados Unidos habría
dejado de existir. Otros líderes rusos, anteriores y posteriores a Gorbachov, no habrían
actuado como él lo hizo. Putin consideró la desintegración de la URSS el principal
desastre geopolítico del siglo XX. La gran mayoría de los rusos comparte esta opinión.
Las consecuencias
Una vez caído el Muro de Berlín, y ante la quietud militar de la Unión Soviética (que
al perder a la RDA perdía a su socio clave en el Pacto de Varsovia) se produjo la
reunificación inmediata y la reaparición de la antigua Alemania en el centro de
Europa.
Esto, unido a la transición postcomunista en Polonia, consolidó de nuevo el
concepto geopolítico de Europa Central y creó una frontera compleja contra la
URSS.
El gigante soviético vivió entonces el surgimiento de movimientos nacionalistas y
religiosos, más que de partidos políticos de orientación capitalista, como
principales opositores al monopolio político comunista.
Las consecuencias para América Latina, y para Colombia en especial, fueron
complejas: por una parte, Cuba, el gran aliado soviético y promotor de revoluciones
y guerras interestatales tanto en África como en América Latina, se quedó sin
respaldo y viviendo las consecuencias de un ‘período especial’ para el que no
estaba preparado.
Esta situación desembocó en el distanciamiento entre La Habana y Moscú que
solo empezó a cerrarse con la llegada al poder de Vladimir Putin en 1999.
En Colombia el impacto fue intenso en diversos grupos intelectuales, para quienes
estos hechos representaban el síntoma de una crisis cultural de fondo que
englobaba lo político, lo económico y lo social, y que poco después sería ratificada
por la implosión soviética.
La crisis hizo que una parte importante de las referencias de las ciencias sociales
tuvieran que “redescubrir” discursividades y prácticas no marxistas para explicar el
“nuevo escenario mundial” que deshacía el modelo bipolar la Guerra Fría.
En ese contexto aún no era ni comprensible ni factible explicar asuntos como la
Tercerea Revolución Industrial, el papel de la religión en la política contemporánea
o los problemas sociales y políticos que se multiplicarían a partir de 1991.
La nueva situación creada por los acontecimientos de 1989 permitió que diversos
movimientos ciudadanos encontraran expresión y asumieran que el espectro
político en las sociedades contemporáneos se mueve más allá de la izquierda y la
derecha tradicionales, y que incluso esas denominaciones eran bastante
anticuadas para describir el mundo que se reconformaba a finales de siglo.
Disolución de la URSS: fue la desintegración de las estructuras políticas federales y el
gobierno central de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que culminó en
la independencia de las quince Repúblicas de la Unión Soviética entre el 11 de Marzo de
1990 y el 25 de Diciembre de 1991. El Tratado de Belavezha fue un acuerdo internacional
firmado el 8 de diciembre de 1991 por los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia
Borís Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislav Shushkiévich, respectivamente, en la reserva
natural de Belavézhskaya Pushcha. La firma del Tratado fue comunicada por teléfono al
Presidente de la Unión Soviética Mijaíl Gorbachov por Stanislav Shushkiévich.1 2 Estos
acuerdos declaran la disolución oficial de la URSS poniendo fin a la vigencia del Tratado
de Creación de la URSS. La disolución del Estado socialista más grande del mundo
también marcó el fin de la Guerra Fría.
Con el fin de dejar de lado el estancamiento de la economía soviética, el líder soviético
Mijaíl Gorbachov inició un proceso de apertura política (glásnost) y reestructuración
económica (perestroika) en el que había sido un Estado totalitario unipartidista. La
liberalización llevó al surgimiento de movimientos nacionales y disputas étnicas
largamente reprimidos al interior de diversas Repúblicas de la Unión Soviética. Las
Revoluciones de 1989 llevaron a la caída de los Estados socialistas aliados a la Unión
Soviética e incrementaron la presión sobre Gorbachov para implementar una mayor
democracia y autonomía para las repúblicas constituyentes de la URSS. Bajo el liderazgo
de Gorbachov, el Partido Comunista de la Unión Soviética introdujo elecciones directas,
formó una nueva legislatura central y puso fin a la prohibición de partidos políticos. Las
legislaturas de las repúblicas soviéticas empezaron a promulgar leyes que disminuyeron
el control del gobierno central y ratificaron su autonomía.
Los crecientes disturbios políticos llevaron a que las Fuerzas Armadas soviéticas y el
Partido Comunista intentaran un golpe de Estado para derrocar a Gorbachov, el entonces
Presidente de la Unión Soviética, y volver a establecer un régimen central autoritario en
agosto de 1991. Si bien fue frustrado por la agitación popular comandada por Borís
Yeltsin, el entonces presidente de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia,
el intento de golpe aumentó el temor de que las reformas fueran revertidas y la mayoría
de repúblicas soviéticas empezó a declarar su independencia absoluta. El 8 de noviembre
de 1991, los presidentes de las repúblicas soviéticas de Rusia, Ucrania y Bielorrusia se
reunieron en secreto y acordaron disolver la Unión Soviética y remplazarla con una forma
de unión voluntaria conocida como la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Cada
vez más impotente frente a los eventos, Gorbachov renunció a su cargo y la Unión
Soviética dejó de existir formalmente el 25 de diciembre de 1991.3 El Soviet Supremo
reconocería al día siguiente la extinción de la Unión,4 disolviéndose y asumiendo Rusia
los compromisos y la representación internacional del desaparecido Estado, siendo
reconocida como el Estado sucesor de la Unión Soviética en el derecho internacional.3
La desintegración de la Unión Soviética está claramente relacionada con el contexto
surgido tras el fin de la Guerra Fría y la disolución de otros países del bloque oriental
como la disolución de Yugoslavia y la disolución de Checoslovaquia. A diferencia de
Checoslovaquia, no fue una disolución totalmente pacífica y prueba de ello es la
existencia todavía de conflictos latentes como la de Transnistria, Chechenia, o la Crisis en
Ucrania de 2013-2015. Pero a diferencia de Yugoslavia, tampoco degeneró en una guerra
abierta que el caso yugoslavo condujeron a las Guerras Yugoslavas.