Cambio Social
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LECTURAS OBLIGATORIAS CAP. 7º
La red y el yo
Hacia el final del segundo milenio de la era cristiana varios acontecimientos de trascendencia históri-
ca han transformado el paisaje social de la vida humana. Una revolución tecnológica, centrada en
torno a las tecnologías de la información, está modificando la base material de la sociedad a un ritmo
acelerado. Las economías de todo el mundo se han hecho interdependientes a escala global, introdu-
ciendo una nueva forma de relación entre economía, Estado y sociedad en un sistema de geometría
variable. El derrumbamiento del estatismo soviético y la subsiguiente desaparición del movimiento
comunista internacional han minado por ahora el reto histórico al capitalismo, rescatado a la izquierda
política (y a la teoría marxista) de la atracción fatal del marxismo-leninismo, puesto fin a la guerra fría,
reducido el riesgo de holocausto nuclear y alterado de modo fundamental la geopolítica global. El
mismo capitalismo ha sufrido un proceso de reestructuración profunda, caracterizado por una mayor
flexibilidad en la gestión; la descentralización e interconexión de las empresas, tanto interna como en
su relación con otras; un aumento de poder considerable del capital frente al trabajo, con el declive
concomitante del movimiento sindical; una individualización y diversificación crecientes en las relacio-
nes de trabajo; la incorporación masiva de la mujer al trabajo retribuido, por lo general en condiciones
discriminatorias; la intervención del estado para desregular los mercados de forma selectiva y des-
mantelar el estado de bienestar, con intensidad y orientaciones diferentes según la naturaleza de las
fuerzas políticas y las instituciones de cada sociedad; la intensificación de la competencia económica
global en un contexto de creciente diferenciación geográfica y cultural de los escenarios para la acu-
mulación y gestión del capital. Como consecuencia de este reacondicionamiento general del sistema
capitalista, todavía en curso, hemos presenciado la integración global de los mercados financieros, el
ascenso del Pacífico asiático como el nuevo centro industrial global dominante, la ardua pero inexo-
rable unificación económica de Europa, el surgimiento de una economía regional norteamericana, la
diversificación y luego desintegración del antiguo Tercer Mundo, la transformación gradual de Rusia y
la zona de influencia ex soviética en economías de mercado, y la incorporación de los segmentos
valiosos de las economías de todo el mundo a un sistema interdependiente que funciona como una
unidad en tiempo real. Debido a todas estas tendencias, también ha habido una acentuación del de-
sarrollo desigual, esta vez no sólo entre Norte y Sur, sino entre los segmentos y territorios dinámicos
de las sociedades y los que corren el riesgo de convertirse en irrelevantes desde la perspectiva de la
lógica del sistema. En efecto, observamos la liberación paralela de las formidables fuerzas producti-
vas de la revolución informacional y la consolidación de los agujeros negros de miseria humana en la
economía global, ya sea en Burkina Faso, South Bronx, Kamagasaki, Chiapas o La Courneuve.
De forma simultánea, las actividades delictivas y las organizaciones mafiosas del mundo también se
han hecho globales e informacionales, proporcionando los medios para la estimulación de la hiperac-
tividad mental y el deseo prohibido, junto con toda forma de comercio ilícito demandada por nuestras
sociedades, del armamento sofisticado a los cuerpos humanos. Además, un nuevo sistema de comu-
nicación, que cada vez habla más un lenguaje digital universal, está integrando globalmente la pro-
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ducción y distribución de palabras, sonidos e imágenes de nuestra cultura y acomodándolas a los
gustos de las identidades y temperamentos de los individuos. Las redes informáticas interactivas cre-
cen de modo exponencial, creando nuevas formas y canales de comunicación, y dando forma a la
vida a la vez que ésta les da forma a ellas.
Los cambios sociales son tan espectaculares como los procesos de transformación tecnológicos y
económicos. A pesar de toda la dificultad sufrida por el proceso de transformación de la condición de
las mujeres, se ha minado el patriarcalismo, puesto en cuestión en diversas sociedades. Así, en bue-
na parte del mundo, las relaciones de género se han convertido en un dominio contestado, en vez de
sor una esfera de reproducción cultural. De ahí se deduce una redefinición fundamental de las rela-
ciones entre mujeres, hombres y niños y, de este modo, de la familia, la sexualidad y la personalidad.
La conciencia medioambiental ha calado las instituciones de la sociedad y sus valores han ganado
atractivo político al precio de ser falseados y manipulados en la práctica cotidiana de las grandes
empresas y las burocracias. Los sistemas políticos están sumidos en una crisis estructural de legiti-
midad, hundidos de forma periódica por escándalos, dependientes esencialmente del respaldo de los
medios de comunicación y del liderazgo personalizado, y cada vez más aislados de la ciudadanía.
Los movimientos sociales tienden a ser fragmentados, localistas, orientados a un único tema y efíme-
ros, ya sea reducidos a sus mundos interiores o fulgurando sólo un instante en torno a un símbolo
mediático. En un mundo como éste de cambio incontrolado y confuso, la gente tiende a reagruparse
en torno a identidades primarias: religiosa, étnica, territorial, nacional. En estos tiempos difíciles, el
fundamentalismo religioso, cristiano, islámico, judío, hindú e incluso budista (en lo que parece ser un
contrasentido), es probablemente la fuerza más formidable de seguridad personal y movilización co-
lectiva. En un mundo de flujos globales de riqueza, poder e imágenes, la búsqueda de identidad, co-
lectiva o individual, atribuida o construida, se convierte en la fuente fundamental de significado social.
No es una tendencia nueva, ya que la identidad, y de modo particular la identidad religiosa y étnica,
ha estado en el origen del significado desde los albores de la sociedad humana. No obstante, la iden-
tidad se está convirtiendo en la principal, y a veces única, fuente de significado en un periodo históri-
co caracterizado por una amplia desestructuración de las organizaciones, deslegitimación de las insti-
tuciones, desaparición de los principales movimientos sociales y expresiones culturales efímeras […].
Mientras que, por otra parte, las redes globales de intercambios instrumentales conectan o desconec-
tan de forma selectiva individuos, grupos, regiones o incluso países según su importancia para cum-
plir las metas procesadas en la red, en una corriente incesante de decisiones estratégicas. De ello se
sigue una división fundamental entre el instrumentalismo abstracto y universal, y las identidades par-
ticularistas de raíces históricas. Nuestras sociedades se estructuran cada vez más en tomo a una
posición bipolar entre la red y el yo.
En esta condición de esquizofrenia estructural entre función y significado, las pautas de comunicación
social cada vez se someten a una tensión mayor. Y cuando la comunicación se, rompe, cuando deja
de existir, ni siquiera en forma de comunicación conflictiva (como sería el caso en las luchas sociales
o la oposición política), los grupos sociales y los individuos se, alienan unos de otros y ven al otro
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como un extraño, y al final como una amenaza. En este proceso la fragmentación social se extiende,
ya que las identidades se vuelven más específicas y aumenta la dificultad de compartirlas […].
Confundidos por la escala y el alcance del cambio histórico, la cultura y el pensamiento de nuestro
tiempo abrazan con frecuencia un nuevo milenarismo. Los profetas de la tecnología predican una
nueva era, extrapolando a las tendencias y organizaciones sociales la lógica apenas comprendida de
los ordenadores y el ADN. La cultura y la teoría posmodernas se recrean en celebrar el fin de la histo-
ria y, en cierta medida, el fin de la razón, rindiendo nuestra capacidad de comprender y hallar sentido,
incluso al disparate. La asunción implícita es la aceptación de la plena individualización de la conduc-
ta y de la impotencia de la sociedad sobre su destino.
El proyecto que informa este libro nada contra estas corrientes de destrucción y se opone a varias
formas de nihilismo intelectual, de escepticismo social y de cinismo político. Creo en la racionalidad y
en la posibilidad de apelar a la razón, sin convertirla en diosa. Creo en las posibilidades de la acción
social significativa y en la política transformadora, sin que nos veamos necesariamente arrastrados
hacia los rápidos mortales de las utopías absolutas. Creo en el poder liberador de la identidad, sin
aceptar la necesidad de su individualización o su captura por el fundamentalismo. Y propongo la hipó-
tesis de que todas las tendencias de cambio que constituyen nuestro nuevo y confuso mundo están
emparentadas y que podemos sacar sentido a su interrelación. Y, sí, creo, a pesar de una larga tradi-
ción de errores intelectuales a veces trágicos, que observar, analizar y teorizar es un modo de ayudar
a construir un mundo diferente y mejor. No proporcionando las respuestas, que serán específicas
para cada sociedad y las encontrarán por sí mismos los actores sociales, sino planteando algunas
preguntas relevantes. Me gustaría que este libro fuese una modesta contribución a un esfuerzo analí-
tico, necesariamente colectivo, que ya se está gestando desde muchos horizontes, con el propósito
de comprender nuestro nuevo mundo sobre la base de los datos disponibles y de una teoría explora-
toria.
M. Castells, La era de la información. Tomo I. Economía, Sociedad y Cultura (prólogo)
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Una tipología de las amenazas globales
[…] Pueden distinguirse tres tipos de amenazas globales. En primer lugar, existen conflictos sobre
qué puede denominarse "males" (en oposición a los “bienes”): es decir, destrucción ecológica y pel i-
gros tecnológico-industriales motivados por la riqueza, tales como el agujero en la capa de ozono, el
efecto invernadero o las carestías regionales de agua, así como los riesgos impredecibles que implica
la manipulación genética de plantas y seres humanos.
Una segunda categoría, sin embargo, comprende los riesgos que están directamente relacionados
con la pobreza. […] La destrucción ambiental no es el único peligro que ensombrece la modernidad
basada en el crecimiento, sino que también es cierto exactamente lo contrario: existe una estrecha
vinculación entre la pobreza y la destrucción ambiental. Esta desigualdad es el principal problema
"ambiental" del planeta; también es el principal problema del "desarrollo" (Comisión Mundial sobre el
Medio Ambiente y el Desarrollo, 1987). Por consiguiente, un análisis integrado de la vivienda y la
alimentación, de la pérdida de especies y recursos genéticos, de la energía, la industria y la población
humana muestra que todas estas cosas están relacionadas y no pueden tratarse de forma separada.
[…] La tercera amenaza la procedente de las armas de destrucción masiva NBC (nucleares, biológi-
cas, químicas), se despliega de hecho (en vez de utilizarse con la finalidad de producir terror) en la
situación excepcional de guerra. Incluso al finalizar la confrontación entre el Este y Occidente el peli-
gro de la autodestrucción regional o global mediante armas NBC no ha sido de ningún modo exorci-
zado; por el contrario, ha escapado a la estructura de control del "pacto atómico" entre las superpo-
tencias. Junto a la amenaza de conflicto militar entre estados, ahora también se cierne la amenaza
del fundamentalismo o el terrorismo privado. Cada vez es más probable que la posesión privada de
armas de destrucción masiva y el potencial que proporcionan para el terror político se convierta en
una nueva fuente de peligros en la sociedad del riesgo global.
Estas diversas amenazas globales muy bien pueden complementarse y acentuarse mutuamente: es
decir, será necesario considerar la interacción entre la destrucción ecológica, las guerras y las conse-
cuencias de la modernización incompleta. De este modo, la destrucción ecológica puede promover la
guerra, bien sea en forma de conflicto armado por recursos vitalmente necesarios, como el agua, o
porque los ecofundamentalistas de Occidente exijan el uso de la fuerza militar para detener una des-
trucción que ya se está produciendo […]. Es fácil imaginar que un país que vive en creciente pobreza
explotará el entorno hasta agotarlo. En casos de desesperación (o como cobertura política de la de-
sesperación) puede producirse un intento militar de hacerse con recursos vitales para la existencia de
otro país. O la destrucción ecológica […] puede desencadenar la emigración masiva, que a su vez
lleva a la guerra. O una vez más los estados amenazados con la derrota en la guerra pueden recurrir
al "arma última" de volar las plantas nucleares o químicas de su país o de otras naciones para ame-
nazar a las regiones y ciudades vecinas con la aniquilación. Nuestra imaginación no tiene límites para
los escenarios de horror que pueden desencadenar las diversas amenazas en su relación mutua.
[…] Todo esto confirma el diagnóstico de una sociedad del riesgo global. Pues las denominadas
"amenazas globales" han conducido a un mundo en el que se ha erosionado la base de la lógica es-
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tablecida del riesgo y en el que prevalecen peligros de difícil gestión en lugar de riesgos cuantifica-
bles. Los nuevos peligros están eliminando los cimientos convencionales del cálculo de seguridad.
Los daños pierden sus límites espacio-temporales y se convierten en globales y duraderos. Ya es a
duras penas posible responsabilizar a individuos concretos de tales daños: el principio de culpabilidad
ha ido perdiendo su eficacia. En numerosas ocasiones, no pueden asignarse compensaciones finan-
cieras a los daños causados; no tiene sentido asegurarse contra los peores efectos posibles de la
espiral de amenazas globales. Por tanto, no existen planes para la reparación en el caso de que ocu-
rra lo peor.
U. Beck, La sociedad del riesgo global. Madrid, Siglo XXI, 2002 (cap. 3)
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El Holocausto como criterio de modernidad
El terror no expresado sobre el Holocausto que impregna nuestra memoria colectiva […] es la sospe-
cha corrosiva de que el Holocausto pudo haber sido algo más que una aberración, algo más que una
desviación de la senda del progreso, algo más que un tumor canceroso en el cuerpo saludable de la
sociedad civilizada; que, en resumen, el Holocausto no fue la antítesis de la civilización moderna y de
todo lo que ésta representa o, al menos, eso es lo que queremos creer. Sospechamos, aunque nos
neguemos a admitirlo, que el Holocausto podría haber descubierto un rostro oculto de la sociedad
moderna, un rostro distinto del que ya conocemos y admiramos. Y que los dos coexisten con toda
comodidad unidos al mismo cuerpo. Lo que acaso nos da más miedo es que ninguno de los dos pue-
de vivir sin el otro, que están unidos como las dos caras de una moneda.
[…Auschwitz] fue una extensión rutinaria del moderno sistema de fábricas. En lugar de producir mer-
cancías, la materia prima eran seres humanos, y el producto final era la muerte […]. De las chimene-
as, símbolo del sistema moderno de fábricas, salía humo acre producido por la cremación de carne
humana. La red de ferrocarriles, organizada con tanta inteligencia, llevaba a las fábricas un nuevo tipo
de materia prima. […] En las cámaras de gas, las víctimas inhalaban el gas letal de las bolitas de
ácido prúsico, producidas por la avanzada industria química alemana. Los ingenieros diseñaron los
crematorios y los administradores el sistema burocrático que funcionaba con tanto entusiasmo y tanta
eficiencia que era la envidia de muchas naciones. Incluso el plan en su conjunto era un reflejo del
espíritu científico moderno que se torció. Lo que presenciamos no fue otra cosa que un esquema
masivo de ingeniería social.
Lo cierto es que todos los “ingredientes” del Holocausto, todas las cosas que hicieron que fuera pos i-
ble, fueron normales. Normales no en el sentido de algo ya conocido, de ser un componente más de
la larga serie de fenómenos que hace mucho tiempo ya se han descrito, explicado y clasificado en
detalle, porque, por el contrario, el Holocausto representó algo nuevo y desconocido, sino en el senti-
do de que se acomodaba por completo a todo lo que sabemos de nuestra civilización, del espíritu que
la guía, de sus órdenes de prioridad, de su visión inmanente del mundo y de las formas adecuadas de
lograr la felicidad humana junto con una sociedad perfecta.
[…] Por lo general, no tenemos por qué molestarnos con el problema del Holocausto en nuestra
práctica profesional cotidiana. […] Y, cuando los textos sociológicos sí lo tratan, lo ponen como ejem-
plo de lo que puede llegar a hacer la innata e indomada agresividad humana y luego lo utilizan como
argumento para aconsejar las virtudes de domesticarla incrementando las presiones civilizadoras y
acudiendo al consejo de los expertos […]. Esta situación es preocupante no sólo, y no fundamental-
mente, por razones profesionales, por muy perjudicial que pueda ser para la capacidad de análisis y
para la relevancia social de la sociología. Lo que hace que esta situación resulte especialmente in-
quietante es la conciencia de que si “pudo suceder a escala tan masiva en algún sitio, puede suceder
en cualquier sitio […]”.
Uno de los servicios póstumos que nos puede prestar el Holocausto es proporcionarnos una oportu-
nidad para comprender los “otros aspectos”, que si no pasarían desapercibidos, de los principios so-
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ciales inherentes a la historia moderna. Propongo que se considere la experiencia del Holocausto,
una experiencia sobradamente documentada por los historiadores, como un “laboratorio” sociológico.
El Holocausto ha desvelado y sometido a prueba características de nuestra sociedad que no se po-
nen de manifiesto en condiciones “fuera del laboratorio” y que, en consecuencia, no son abordables
empíricamente. En otras palabras, propongo que tratemos el Holocausto como una prueba rara, aun-
que significativa y fiable, de las posibilidades ocultas de la sociedad moderna […].
El significado del proceso civilizador
El mito etiológico profundamente asentado en la conciencia de nuestra sociedad occidental es la his-
toria, moralmente edificante, de la humanidad surgiendo de la barbarie presocial […]. Según este
mito, desde antiguo osificado en el sentido común de nuestra era, sólo cabe entender el Holocausto
como un fracaso de la civilización (es decir, de las actividades humanas guiadas por la razón) en su
contención de las predilecciones naturales enfermizas de lo que queda de naturaleza en el hombre.
[…] En otras palabras, no tenemos todavía bastante civilización. El inconcluso proceso civilizador
todavía tiene que llegar a su término. Si la lección de los asesinatos en masa nos enseña algo es que
para prevenir semejantes problemas de barbarie se requieren todavía más esfuerzos civilizadores. No
hay nada en esta lección que pueda arrojar una sombra de duda sobre la efectividad futura de estos
esfuerzos y sobre sus resultados finales. […].
[…] No pretendo decir que la intensidad del Holocausto fuera determinada por la burocracia moderna
o por la cultura de la racionalidad instrumental que ésta compendia, y mucho menos que la burocracia
moderna produce necesariamente fenómenos parecidos al Holocausto. Lo que quiero decir es que
las normas de la racionalidad instrumental están especialmente incapacitadas para evitar estos fe-
nómenos, que no hay nada en estas normas que descalifique por incorrectos los métodos de “inge-
niería social” del estilo de los del Holocausto o que considere irracionales las acciones a las que die-
ron lugar. Insinúo además que el único contexto en el que se pudo concebir, desarrollar y realizar la
idea del Holocausto fue la cultura burocrática que nos incita a considerar la sociedad como un objeto
a administrar, como una colección de distintos “problemas” a resolver, como una “naturaleza” que hay
que “controlar”, “dominar”, “mejorar” o “remodelar”, como legítimo objeto de la “ingeniería social” y, en
general, como un jardín que hay que diseñar y conservar a la fuerza en la forma en que fue diseñado
[…]. Y también insinúo que el espíritu de la racionalidad instrumental y su institucionalización bu-
rocrática no sólo dieron pie a soluciones como las del Holocausto sino que, fundamentalmente, hicie-
ron que dichas soluciones resultaran “razonables”, aumentando con ello las probabilidades de que se
optara por ellas. Este incremento en la probabilidad está relacionado de forma más que casual con la
capacidad de la burocracia moderna de coordinar la actuación de un elevado número de personas
morales para conseguir cualquier fin, aunque sea inmoral.
Z. Bauman, Modernidad y Holocausto