CAMPO GRANDE UN ESPACIO PARA TODOS

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El escritor Gustavo Martín Garzo, el historiador del arte Jesús Urrea y el etnógrafo Joaquín Díaz son algunos de los estudios e intelectuales que han redescubierto el Campo Grande. Con más de 150 fotos antiguas muestran el relato de sus experiencias, las vivencias y emociones suscitadas en torno a ese emblemático lugar de la capital vallisoletana, en cuyo centro urbano dibuja un corazón verde de casi doce hectáreas de fuentes y jardines.

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Castilla TradicionalEditorial

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© de la edición

Editorial Castilla Tradicional

© de los textos

Sus autores

Fondos fotográficos

Fundación Joaquín Díaz

Colección Luis del Hoyo Fernández

Archivo Fernández del Hoyo

Colección José Delfín Val

Colección Jesús Urrea

Luis de la Fuente

Archivo de la Academia de Caballería

Archivo Municipal de Valladolid

Casa de Zorrilla

Editorial Castilla Tradicional

Corro San Andrés, 1347862 Urueña

www.castillatradicional.com

1.ª edición Septiembre de 2009

ISBN 90000000000

DL Va

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PrólogoJoaquín Díaz

El Campo de la VerdadMaría Antonia Fernández del Hoyo

La figura inmóvilJesús Urrea Fernández

Memoria de aromasEmilio Blanco Castro

El corazón del parqueGustavo Martín Garzo

Tres rostros para una máquinaJosé Delfín Val

El Campo Grande: refugio cotidianoFernando Herrero

Desde el mirador (Miguel Delibes y el Campo Grande)Ramón García Domínguez

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PrólogoJoaquín Díaz

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Prólogo [11

Los recuerdos de la infancia, que suelen ser felices a no ser quetengamos desde niños una tendencia particular a la tristeza,acostumbran a acompañarnos durante toda la vida y regresar

oportunamente para ayudarnos a respirar cuando lo cotidiano nos asfixia onos ahoga la realidad. Desde siempre sentí la necesidad de agradecer alCampo Grande de Valladolid los momentos de felicidad que me proporcionódurante los primeros años de mi vida y creo que con este libro me sentiré unpoco más aliviado. A lo largo de aquellos años fueron muchos los momentos enque el parque hizo las veces de bosque encantado, de refugio místico, deescondite natural, de atajo hacia la felicidad, de sombra bienhechora… Sinembargo había unos días especiales –los que transcurrían entre el final delcurso escolar y la entrega de las notas, que no solían pasar de diez (los días ylas notas)–, que convertían al Campo Grande en el Paraíso, es decir en eserecinto delicioso que según las leyendas antiguas ocupó el ser humano antesde caer en la tentación de su propia humanidad. Durante esos días procurabapasar allí las mañanas completas, desde horas muy tempranas, y disfrutar con

Los puestos de la romería del Sudario, frente al convento de Las Lauras.

A la izquierda, una de las esquinas del Campo Grande

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12] El Campo Grande: un espacio para todos

la lectura, el paseo o simplemente con la observación relajada y consciente demi entorno, transportado en volandas al más deliberado edenismo. Libre ya delas ataduras de los horarios, rotas las cadenas de los estudios reglados,desembarazado de la compañía obligada de compañeros y profesores,paladeaba aquellas horas como un exquisito manjar degustado después decualquier ayuno involuntario y prolongado. Probablemente la libertad, si es queexiste, sea como esa brisa que me refrescaba el rostro nada más acceder aljardín ameno y me saludaba con los primeros aromas del boj o del aligustrerecién regados. Tan inasible y tan arrebatadora aquella sensación. Tan mía y almismo tiempo tan universal. La lectura se me antojaba bienhechora, lacomprensión de lo leído elemental, la asimilación más gustosa y el resultado detodo ello trascendental. A veces la vista se elevaba desde las páginas del libro alas ramas de los árboles con la misma espontaneidad y desahogo con que lospájaros subían y bajaban entre trinos alborozados. La frescura y el bienestarmatizaban aquellas horas penetrando los sentidos y pigmentando de tal modolos recuerdos que ahora mismo, al evocarlos, podría sentir los mismos colores,las mismas luces, parecidos sonidos y similar intensidad en la emoción.

Todo eso y mucho más le debo al Campo Grande y estoy seguro de que paracada vallisoletano, o incluso para gente que no es de aquí pero paseó por susveredas, las sensaciones serán distintas pero los resultados iguales. Memoriade las cosas, de los lugares, de los momentos, de las horas: el estanque, la

Caseta para las herramientas

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Prólogo [13

gruta, los patos, la cascada, el “Catarro”, el barquillero, la pérgola, la fuentedel cisne, los paseos de tierra apisonada, la pajarera, el palomar, el paseo delPríncipe, el teatro Pradera, las citas, los amores primeros, los grupos deamigos, el retrato familiar, las verbenas enardecedoras de los sentidos, losgritos desgarrados de los pavos reales con sus cuellos azules y templadoscomo alfanjes, las migas a los cisnes, los bancos, la gente, la vida. El CampoGrande ha sido un espacio de todos y para todos.

El fotógrafo Bonnevide quiso inmortalizarlo con luz eléctrica cuando el fluidocomenzó a ponerse de moda en nuestra ciudad y fue sustituyendo la lánguidaluz de gas de cada esquina. No sabemos si realmente llegó a hacerlo porque nohemos encontrado instantánea alguna que refleje aquel evento. Tampoco se hahallado ninguna de las actuaciones decimonónicas de las bandas de músicamilitares, tan frecuentes y tan apreciadas por el público (excepto por algunosmozalbetes que se dedicaban a tirar chinitas a las caras de los músicos paraherirlos gravemente, si no en sus cuerpos sí en sus almas de artistas).

Tenemos una fotografía dealguna troupe circense,probablemente de paso porValladolid, que no dudó enencargar el recuerdo aMarcelino Muñoz o a alguno deesos retratistas de los queluego se hablaráoportunamente. Tal vez eranpayasos de cualquiera de loscircos instalados en losconfines del Campo, puesdentro de él o en los aledañosse colocaba todo tipo decasetas, espectáculos, kioscos, tablados, templetes, teatros de autómatas,mercadillos, “museos universales”, fuegos de artificio y se practicabanjuegos –de manos, de prestidigitación, de tino, de fuerza– o se realizabancarreras de velocípedos, denunciadas una y otra vez por los periodistas delsiglo XIX por peligrosas y alocadas.

Estoy seguro de que este libro, por las evocaciones que contiene, por lasimágenes de que se acompaña y por la autoridad de quienes se van a encargarde proporcionarnos todo eso, será una lectura imprescindible para quienesdeseen conocer mejor una de las zonas más bellas de Valladolid.

Compañía circense en 1933

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