Campo Tematico El Metodo Escolastico

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El método escolástico Cada época, cada cultura tiene su peculiar modo de hacer filosofía. Los griegos clásicos filosofaban dialogando, en la calle, en el gimnasio, en una casa particular, en su escuela, pero era siempre una tarea en común, discípulos y maestros. Platón nos obsequió con magníficos retratos del modo dialogado de filosofar. La Edad Moderna se inaugura con el ejercicio individual de hacer filosofia, el del hombre encerrado consigo mismo en un gabinete y, como en el caso de Descartes, al lado de una estufa. El modelo escolástico de hacer filosofia no es individual, sino que requiere la presencia de otro u otros, bien dialogando maestro y discípulos alrededor de un claustro, bien discutiendo de forma abierta sobre una cuestión concreta, la quaestio disputata. Esto es, habiéndose planteado un problema concreto, por ejemplo el de la Trinidad, dos intelectuales exponen sus posiciones, replican, afirman, niegan, distinguen y cada uno establece al final sus propias conclusiones. Este es el modelo representativo. Es un método participativo, dialéctico, no siempre amistoso, ya que el interlocutor es visto como contrario al que se debe convencer (pocas veces) y, casi siempre, vencerlo. Pero lo que realmente importa es la verdad, partiendo, eso sí, de las Sagradas Escrituras, cuya autoridad no se discute. El origen de la disputatio hay que buscarlo en los diálogos platónicos y en el convencimiento de que sólo del diálogo, basado en el respeto mutuo de los interlocutores tal como sostiene Platón en la Carta VII, surge la verdad. Por eso la cuestiones disputadas encarnan el espíritu de la universidad medieval. Además de esta caracterización genérica hay otros rasgos propios del método escolástico de filosofar: en primer lugar hay que poner de manifiesto la escasez de soporte material para escribir. Los documentos y libros importantes se escriben en cueros, pergaminos y al final de la Edad Media sobre papel. Pero el soporte material es siempre un bien escaso y caro y eso obliga a aprovecharlo al máximo. Por eso hay que ser preciso y muy conciso en el uso del lenguaje. Otro elemento digno de mención es el uso del latín, lenguaje académico común a gentes de distintas naciones que se entienden en el mismo idioma. El latín, con el uso de las declinaciones para sustantivos y adjetivos, con unas conjugaciones y tiempos de los verbos muy precisos permite unas construcciones sintácticas bien perfiladas que dan mucho juego al arte de la dialéctica y a la retórica. Favorece sin duda alguna la discusión dialéctica, la expresividad incisiva y la viveza del lenguaje hablado; y del escrito, porque al escribir se representa formalmente ante sí al contrario. Un tercer elemento es la tensión religiosa, tanto entre los musulmanes y judíos como entre los cristianos. Los temas religiosos eran apasionantes y los intelectuales los vivían de forma apasionada y, a menudo, de forma

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El método escolástico

Cada época, cada cultura tiene su peculiar modo de hacer filosofía. Los

griegos clásicos filosofaban dialogando, en la calle, en el gimnasio, en una

casa particular, en su escuela, pero era siempre una tarea en común, discípulos y

maestros. Platón nos obsequió con magníficos retratos del modo dialogado de

filosofar. La Edad Moderna se inaugura con el ejercicio individual de hacer

filosofia, el del hombre encerrado consigo mismo en un gabinete y, como en el

caso de Descartes, al lado de una estufa. El modelo escolástico de hacer

filosofia no es individual, sino que requiere la presencia de otro u otros, bien

dialogando maestro y discípulos alrededor de un claustro, bien discutiendo

de forma abierta sobre una cuestión concreta, la quaestio disputata. Esto es,

habiéndose planteado un problema concreto, por ejemplo el de la Trinidad,

dos intelectuales exponen sus posiciones, replican, afirman, niegan,

distinguen y cada uno establece al final sus propias conclusiones. Este es el

modelo representativo. Es un método participativo, dialéctico, no siempre

amistoso, ya que el interlocutor es visto como contrario al que se debe

convencer (pocas veces) y, casi siempre, vencerlo. Pero lo que realmente

importa es la verdad, partiendo, eso sí, de las Sagradas Escrituras, cuya

autoridad no se discute.

El origen de la disputatio hay que buscarlo en los diálogos platónicos y en el

convencimiento de que sólo del diálogo, basado en el respeto mutuo de los

interlocutores —tal como sostiene Platón en la Carta VII—, surge la

verdad. Por eso la cuestiones disputadas encarnan el espíritu de la

universidad medieval.

Además de esta caracterización genérica hay otros rasgos propios del

método escolástico de filosofar: en primer lugar hay que poner de

manifiesto la escasez de soporte material para escribir. Los documentos

y libros importantes se escriben en cueros, pergaminos y al final de la

Edad Media sobre papel. Pero el soporte material es siempre un bien

escaso y caro y eso obliga a aprovecharlo al máximo. Por eso hay que ser

preciso y muy conciso en el uso del lenguaje.

Otro elemento digno de mención es el uso del latín, lenguaje académico

común a gentes de distintas naciones que se entienden en el mismo

idioma. El latín, con el uso de las declinaciones para sustantivos y

adjetivos, con unas conjugaciones y tiempos de los verbos muy precisos

permite unas construcciones sintácticas bien perfiladas que dan mucho juego

al arte de la dialéctica y a la retórica. Favorece sin duda alguna la discusión

dialéctica, la expresividad incisiva y la viveza del lenguaje hablado; y del

escrito, porque al escribir se representa formalmente ante sí al contrario.

Un tercer elemento es la tensión religiosa, tanto entre los musulmanes y

judíos como entre los cristianos. Los temas religiosos eran apasionantes y

los intelectuales los vivían de forma apasionada y, a menudo, de forma

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turbulenta. Dentro de la misma religión podían darse diferentes formas de

pensar y de sentir el fenómeno religioso, había corrientes y facciones,

Órdenes religiosas distintas, con todo lo bueno y lo malo que esto

significa, en orden a la sana competitividad y también a las emboscadas y

algarabías, como el propio Sto. Tomás pudo comprobar en la Universidad

de París.

Un cuarto elemento son los precursores filosóficos y las mutuas influencias

entre cultivadores de la filosofia y del Derecho. Entre los iniciadores del

método escolástico hay que citar a Pedro Abelardo y su método del "sic et

non". En cuanto al Derecho, hay que considerar como importante para el

método filosófico la recepción del derecho común (el antiguo derecho

justinianeo) y el método de la glosa y después la influencia de la filosofía

en el comentario jurídico.

El método escolástico de hacer filosofia, del cual la Suma Teológica de Sto.

Tomás de Aquino es el modelo más bien perfilado, se inicia siempre con la

delimitación de la cuestión objeto de análisis; luego se expone una tesis

desfavorable a la misma, con abundancia de citas de clásicos de la

filosofia y de Padres de la Iglesia y se analizan sus respuestas. Luego se

exponen las tesis favorables al autor (sed contra) y se ofrecen los

argumentos pertinentes. Y al final el autor expone su posición propia

(respondeo). En el caso de Sto. Tomás (ver el epígrafe 2.3., pp. 28 y ss.) el

contrario siempre es tratado con claridad y respeto. Se le convence y se le

vence, pero nunca se le omite ni se le desprecia. Y no hay mayor

desprecio que omitir y silenciar al que piensa de forma diferente.