Campos Marco Antonio Ramón López Velarde Visto Por Los Contemporáneos.
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7/21/2019 Campos Marco Antonio Ramn Lpez Velarde Visto Por Los Contemporneos.
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RAMN LPEZ VELARDE
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RAMN LPEZ VELARDE VISTO
POR LOS CONTEMPOR NEOS
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MARCO ANTONIO CAMPOS
[COMPILADOR]
RAM N LPEZ VELARDE VISTO
PORLOS CONTEMPORNEOS
GOBIERNO elESTADO
2004 2010
ZACATECAS
V
NSTITUTO
ZACATECANO
DE CULTURA
RAMN
LPEZ
VELARDE
MXICO MMVIII
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COORDINACIN
Jos deJess Sam pedro
FORMACIN Y PORTADA
G o n z a l o z a r d o
EDICIN ALCUIDADODE
Georg ia Ara l i i Gonz lez Prez
Mara Ise la Snchez Valadez
Ramn Lpez Velarde visto
por hs Contemp orneos
Primera ed ic in , 2008
Por la compilacin:
M a r c o A n t o n i o C a m p o s
I n s ti tu t o Z a c a t e c a n o de Cu l tu ra
Ra mn Lpe z Ve la rde
I S B N : 9 7 8 - 9 6 8 - 5 7 8 9 - 4 6 - 2
IMPRESO YHECHOENMXICO PRINTEDANDMADE INMXICO
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EVODIO ESCALANTE:
Prefacio 7
JOS GOROSTIZA:
Elega apasionada/ 13
XAVIER VILLAURRUTIA:
Una nota 15
JOS
GOROSTIZA:
Ram n L pez Velarde y su obra 17
ENRIQUE GONZLEZ ROJO:
Un discpulo argent ino de Lpez Velarde 27
JORCE CUESTA:
Ramn Lpez Velarde 35
JAIME TORRES BODET
:
C ua dro de la poesa m exicana 37
JAIME TORRES BODET
:
Cercana de Lpez Velarde 39
BERNARDO ORTIZ DE MONTELLANO:
Esque m a de la l i teratura m exicana mo de rna 61
JORCE CUESTA:
El clasicismo mexicano 63
[ 67]
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XAVIER VLLAURRUTIA:
Ramn Lpez Velarde 65
JORGE CUESTA.-
La provincia de Lpez Velarde 97
BERNARDO ORTIZ DE MONTELLANO:
Baudelaire y L p ez Ve larde 103
BERNARDO ORTIZ DE MONTELLANO-.
RS.
Baudelaire y L p ez V elard e 111
BERNARDO ORTIZ DE MONTELLANO:
So m bra y luz de Ram n Lp ez Velarde 115
XAVIER VLLAURRUTIA:
U n sent id o de Ram n Lpez Velarde 121
XAVIER VLLAURRUTIA:
Prlogo a
l minutero
de Ramn Lpez Velarde 131
JOS GOROSTIZA:
Perfil humano y esencias literarias
de Ram n Lp ez Velarde 137
CARLOS PELLICER:
DOS mag nolias antes de su m uerte 147
CARLOS PELLICER:
Poe m a en dos im gen es 153
Referencias 161
Notas
163
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{PREFACIO}
JL/evo cin e identificacin son palabras a la ve z com plicada s
y cmplices. La devocin sostenida a un autor y a una obra
exige un al to grado de identif icacin, y de m od o recp roco ,
no puede haber identificacin si no se despliega el ritual a
veces dolo roso de una devoc in. Po eta, narrador, ensayista,
crt ico li terario, Marco Antonio Campos sucumbi como l
mismo reco no ce desde muy tem pra no a este dob le maleficio
de orden estrictamente literario. Su devocin por Lpez Velarde,
y la consecuente identificacin con lo que podramos llamar
su persona potica, se ha traducido en una lectura infatigable
y en los frutos de esa lectura que se renueva como el pacto
solar, tod os los das: sem blanza s, artculos, rese as, ensayos
de interpretacin, hojas de un diar io , homenajes cr t icos .
Campos es un representante ext remo de lo que ot ros han
llamado un homo Iegens, no slo vive en y para la literatura ,
no slo ha convertido a los textos li terarios en su verdadero
orculo de Delfos, al grado de que sus mudas seales y esfor
zados enigmas son el faro parpadeante que orienta muchos
de sus pasos en esta tierra; su am or po r ciertas escogidas figuras
artsticas y literarias lo ha llevado no slo a estud iar con minucia
sus biografas, sino a recorrer, con impulsos mimticos, los
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lugares, los paisajes, los sitios en que esas admiradas figuras
moraron algn da, como quien intenta empaparse de su cir
cunstancia, baarse en su misma luz, respirar el mismo aire.
Creo que este es el origen no tan secreto de ese libro que se
llama Las ciudades de los desdichados (M x ico , FCE, 2002),
en el que se de m ora en las calles, en los cafs, en los hote les ,
en los rincones en don de estuvieron alguna vez M anuel A cua,
Arthur Rimbaud, Georg Trakl, Egon Schiele, Amadeo Modi-
gliani, Vincent van Gogh, el tristsimo Csar Vallejo... y, por
supuesto, Lpez Velar
de.
Hay algo en la vida y en la obra de Ramn Lpez Velarde
que puede suscitar en sus lecto res una fascinacin pe rdu rab le.
Su origen provinciano, su infortunio amoroso, la vida breve
como un relmpago, su negativa a dejar descendencia, el len
guaje a la vez sencillo y audaz con que retra t las circunstancias
de la vida cotidiana, ese lenguaje que lo conv ierte en un precur
sor de las van gu ardias y en el ve ne rad o m aestro de los poetas
que en su tiempo empezaban a despuntar. . . Todo junto para
hac er la madeja. La devo cin y la identificacin, com o suger
antes, concitan alrededor suyo un nudo de complicaciones y
de complicidades que no seramos capaces de explicar desde
el pu nto de vista puramen te racional. M arco An tonio C am pos
ha sido un testigo privilegiado de esta fascinacin, a la que
po r fortuna no se ha resistido , y que lo ha llevado a investigar
no slo los versos velardeanos, sino las circunstancias que
pode m os supone r alimentaron esos versos. Confiesa C am pos
que durante su primera visita a Jerez, la mtica tierra que vio
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nacer al poeta, quera, con curiosidad picante, estaren los
sitios que el poeta sinti ntegramente suyos.
Estar en, vivir en, respirar el oxgeno de esos lugares que
alguna vez fueron los del poeta. Mejor que una simpata que
viene de lo profundo, y que brota desde las entraas, por
decirlo as, hay aqu un intento por serel poeta, por experi
men tar y por pade cer lo que el poeta exp erim ent y p adeci.
Ansia de duplicacin, de interiorizacin, de encarnacin, de
simulacro, de repeticin. Cul es el misterio de este juego
de espejos en el que todo s alguna vez hem os incurrido aunq ue
nos cueste trabajo confesarlo? No podra responder a esta
pregunta. Lo que sses que un fruto visible de esta persisten te
devocin velardeana de Cam pos es el libroEl tigre incendiado .
Ensayos sobre Ramn Lpez Ve/arde
(Mx ico , Ins t i t u to
Zacatecano de Cultura, 2005). Campos se adentra no slo en
los pormenores de la vida y la obra del poeta, o declara su
persistente apego a La suave Patria, tambin va establecien
do un universo paralelo que es al mismo tiempo la gloria de
la intertextual i dad y el produ cto del signo d esd ob lnd ose en
signo:
nos explica de qu manera Lpez Velarde fra sido visto
por coetneos y sucesores suyos como Alfonso Reyes, Jos
Juan Tablada, Julio Torri y Jos Emilio Pacheco.
O bra de erudicin pe ro tambin trama del poeta que alimenta
en se cre to sus lneas, este libro se cierra, a manera de ap nd ice,
con un poema del propio Campos titulado Frente a una casa
jerezana. El cierre impresiona porq ue en este juego d e espejos
y de desdo blam ientos entre el poeta adm irado y su adm irador,
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uno no puede menos que recordar esa p ieza maest ra de la
identidad siniestra que es
Der Doppelgnger,
de H em e, musi-
ca l izado como se sabe por Franz Schuber t . La c i rcunstanc ia
es la misma.- ya entrada la noche, el poeta se acerca a la casa
donde v iv i su amada , una amada imposib le / y se encuent ra
en la calle, frente a la casa, a una suerte de oscuro personaje
gesticulante, doblado por el dolor. Cuando la luz de la luna
ilumina el rostro del extrao, el poeta descubre con horror que
ese personaje . . . es l mismo
El ms recie nte p rod uc to de este du rade ro ju eg o de espejos
de M arco Anton io C am pos con e l autor de La sangre devota es
el que el lector t iene en sus m anos . U na cu idadosa recopilacin
de todo lo que los poetas y ensayistas del l lamado
grupo de
Contemporneos
urd ieron en to rn o a esa obra que los m arc
de manera def in i t iva . De manera sagaz y premoni tor ia , un
jov enc sim o X avier Vil laurrutia (rem ito a su con ferenc ia La
poesa de los jvenes de Mxico) haba dicho que lo que los
nac ientes escr i tores mexicanos necesi taban e ra e l e jemplo
rebelde de un nuevo Adn y una nueva Eva que descubrieran
territorio s ig no tos a la poesa m exicana. E sos person ajes arque -
tpicos ya existan. Segn Villaurrutia, Tablada era la nueva
versin de Eva, y L pe z Velarde el a or ad o Adn que reclama
ban los t iempos nuevos.
Este l ibro dem uestra qu e Villaurrutia no estaba e qu ivo cad o.
Tod os y cada uno de los integrantes de su gene racin dedicaron
al m eno s un p oem a o un ensa yo , si no es que varios, a po nd era r
y consid erar la estatura del po eta pr ec oz m en te fallecido. Estn
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aqu inest imables textos de Jos Gorost iza, Jorge Cuesta,
Bernardo Ortiz de Montellano, Jaime Torres Bodet, Enrique
G onz lez Rojo, Carlos Pellicer y del propio Xavier Villaurrutia,
sin duda el crtico ms fino de todo el grupo. No est por
dems reconocer que frente al poeta de la provincia, o del
Mxico rural, rtulos bajo los que los primeros lectores
encasillaron la obra de Lpez Velarde, fueron Villaurrutia y
los Contemporneos quienes descubrieron en l a un poeta
de la sexualidad y de la muerte, de la angustia y el frenes que
sintonizaba en todo y por todo con la zozobra que imperaba
(y que impera, me temo) en el Mxico posrevolucionario. Me
parece excelente que gracias a es ta recopi lacin podamos
recorrer con ellos las principales estaciones de un it inerario
donde la devocin y la admiracin van necesariamente de la
mano.
EVODIO ESCALANTE
[H]
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ELEGA APASIONADA
Jos Gorost iza
a Ramn Lpez Ve la rde , q . e .p .d .
O o l o , con ruda so ledad mar ina /
se fue por un sendero de la luna,
m i d o r a d a m a d r i n a ,
a p a g a n d o su s l u c e s c o m o u n a
pes taa de luce ro en l a neb l ina .
E l d o l o r m e sa n g r a b a e l p e n sa m i e n t o
y en los labios tena
c o m o u n a ro s a n e g r o m i l a m e n t o .
Las azu le s can fo ras de mi m e lan co l a
derramaron sus f rg i les ces t i l los
y e l sueo se dol a
con la luna de lnguidos lebre les amar i l los .
Se pusieron de prpura las l i ras, -
las mujeres , en h i los de lgr imas suspensas ,
co r ta ron l a s e sp i ra s
b l a n d a m e n t e a r o m a d a s d e su s t r e n z a s .
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Y al rom pe r m is quietudes vesperales
el gris destas congojas,
las o resbalar como las hojas
en los rubios jardines oto ales.
A paguem os las lmparas, herm ano s...
De los dulces lades
no muevan los cordajes nuestras manos.
Se nos m urieron las Siete V irtudes
al asom ar
los labios finos del amanecer.
Ponga D ios una lenta lgrima de mujer
en los ojos del mar
[ii]
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[1924]
U N A N O T A
Xavier Vi l laurrut ia
l l a m n L pe z Ve l a rde e s un c a s o de e xc e pc i n e n nue s t ra s
letras. La m ue r te n o v in o a cub r i r su ob ra del m ism o def init i
vo m o d o co n q ue lo h i z o en la de Ro be r to Argue l l es B r ingas
o e n l a de P e d r o R e que na L e ga r r e t a . R a m n L pe z Ve l a r de
s e a s i gn una s ue r t e m e j o r . C on dos be l l o s l i b r os , c on l a s
ant ic ipaciones de un tercero , logr defin irse ap ro xim ad am en
t e y e s pa r c i r una i n f l ue nc i a que hoy e nc on t r a m os va l i o s a .
A d n i n o c e n t e y c o n f i a d o , i n a u g u r a a c a s o s i n s a b e r
l o en nu es t ras le t ras la rea cc in co nt ra e l l i r ism o rac io na l ,
c o n t r a e l e s p r i tu ex t ra n je r o , p o r un a pa rte ,- y la de fen sa y
e x a l t a c i n d e l p a t r i m o n i o n a c i o n a l , p o r o t r a . E l a b r i , e l
p r i m e r o , l o s o j o s de l o s s e n t i dos pa r a da r s e c ue n t a de que
la pro vin cia exis t a . C a n t a la pro vin cia . La p in t co n vivas
pin ce lad as se vuelve un p oc o, y jus tam ente , al color local .
D e s c u b r e s u s a l m a s , e n t r e g a n d o e n s u h a l l a z g o s u p r o p i a
sens ib i l idad , y r eacc iona luego en pa rpadeos de i ron a y de
pa s i n .
Es,ad em s , un c laro po eta ca tl ico; su co m ple j ida d espi r i
tua l resul ta slo ap are nt e . La forma de su poes a , su adje t iva
c i n al a c a s o , s u d i c c i n e x t r a a , c o ns t i t uy e n , a la ve z q ue
una bue na p a r t e de sus m r i t o s , s u c o m pl e j i da d r e a l .
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Su influencia se repar te en do s gra nd es b raz os: la influen
cia pe rso na l , de rep etic in externa,- la influencia ese nc ial ,
d i luida y poco aparente , as imi lada al deseo de volver los
ojos a los lugares nuestros. . .
La influencia am plia, insensible y n o rec on oc ible a simple
vista la nica que m erec e ser de sead a , vien e a ser pura
m en te ideolgica, y l lega hasta aquellos po etas que parecen
l levar rumbos cont rar ios a Lpez Velarde . Se basa en la
exaltacin del m ed io en que vivimos, en el re to rn o a nuestro
paisaje, en la defensa de nuestra expresin verbal, de nuestra
lengua v iva e imperfec ta con respecto a l duro pa t rn de l
purismo.
D e La suave Patria nu estro gran poem a criollo deri
van insospechados caminos que sus ten tarn y conduci rn
a qu ienes i n t en t en l a c reac in de una poes a pe r sona l y
m exic ana a un t iem po , por el carc ter y el am bie nte .
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[1924]
RAMN LPEZ VELARDE Y SU OBRA
Jos Gorostiza
JLa obra de Ramn Lpez Velarde se explica po r una actitud
de curioso. En la provincia, el hom bre
es
una pieza de maqui
naria: cam pe sino , co m erc ian te, poeta,- pe ro el prov incia no
queviaja asume caracteres de descubrido r o de conquistador,-
se transforma en unpayo. Eso era Lp ez Velarde,- si se me
perm ite dar a la palabra un sen tido no ble .
Iba po r esas calles a la una , a las sie te con los cin co
sentido s abiertos al m un do d e afuera, po rqu e el pa yo es
sensual (digamo s descubridor) antes que con qu istad or o
sentimental. Perdone ustedpareca deciryo descubr
el color, el aroma, el sonido. Son mos por consiguiente,-
pero m e agradar m uch o que usted los advierta y los go ce .
As, un da cualquiera, descubri cierta armona delaspalabras.
El am or de las palabras, acaso. La sensible enam ora da de lo
lnguido , la opaca de lo son oro , pidiendo desposarse indes
tructible m ente en el lugar com n d e m aana.
Recordem os que Erixmaco concibi el am or com o arm o
na de e lem en tos op ue stos en apariencia,- las slabas largas
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y las breve s, pensa ba, se am an en cu an to dejan d e o po ner se
para prod ucir una armo na: el r i tm o. C on l, L p ez Velarde
debi vis lumbrar e l mundo al gero de las palabras , - debi
seguir sus pere grina cion es sen time ntales, de labio en labio,
sedientas de armona. Podr explicar
lo raro
de su ob ra por
una necesidad de lenguaje eterno?
D eLa
sangre
devota
a
Zozobra se sigue un pro ceso c recien
te de complicacin,- al m ism o tiem po , las ex pres ione s bellas
son ms frecuentes y de una senci l lez inusi tada. Zozobra
es un libro de crisis que, si Lpez Velarde solucion en los
preciosos endeca s labos de La suave Patria , confirma mi
creencia de que lo raro fue un ac cid en te de la evo lucin de
su lenguaje/ y no el fin propuesto de su obra,- que nadie se
pro po nd r nunca, tenien do la ho nra de z ar t st ica y personal
de Ra m n, escribir con
el
nico ob jeto d e que n o se le entienda.
Lo supond remo s descub riendo y aduen dose del m und o,
como un nio. Habra querido nombrar las cosas , - pero el
nom bre esun he ch o inviolable/ al cual de be m os acom odar
nos con regocijo porque los nombres son consecuencia de
las cosas segn el viejo proloquio. Quedaban, despus, las
posibi l idades del adjet ivo y de la imagen.
La po esa era familiar a R am n , le gu stab a en lo antig uo y
lo moderno,- pe ro el pa yo qu era algo nu evo , au nq ue hubiese
prec i sado ensayar l as pr imeras combinaciones de l p r imer
po eta . Por qu atribuir hu m ilda d o discrec in a las violetas,
si l las de scu br a misan tropas? Las cejas de una mujer no
parec en, p or alguna sugerencia extraa, ltigos incisivos?
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D ebo advertir, para evitar confusiones, que no me refiero
precisamente al provinciano cuando
digo payo.
Ramn
pudo nacer aqu, o en Londres, sin m eng ua de esa cualidad
importantsima que consiste en descu brir el asp ecto nuev o
de las cosas ms familiares, as suceda por error como al
pilo to de C hes ter ton, cu ando cre ye nd o descubrir una
isla ignorad a des em barc en la propia Inglaterra.
El problema qued determinado a realizar una nueva
armona de las palabras. Al princ ipio, el desacie rto era po co
frecuente porque Ramn no pudo desligarse de la tradicin
literaria sino paso a
paso,-
escriba son etos , rimaba con cierta
regularidad, y todav a incluy en asangre devota algunas
dcimas de excelen te factura. D espus, al mad urar sus pro
psitos lricos, surga el magnifico po eta sob re la ya gran de
oscuridad del desacierto.
Todos los de Ram n, reales o aparentes , pueden explicarse
por cualquiera de dos raz on es: el adjetivo ina de cuad o o la
imagen violenta. D ice por ejem plo:
Mas hoy es un vinagre
mi alma, y mi ecumnico dolor un holocausto
que en el desierto humea.
seguramente, debemos entender porecumnico un dolor
impersonal, el dolo r de la especie,- pero la costum bre reserva
a
tos concilios esa palabra, y una violacin del lenguaje (la
mas inteligente de las co stum bre s) en tra a la no inteligencia,
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aun que cinc o o diez formaran algo co m o un lenguaje nue vo.
Y bien , el adjet ivo ms s imple es la cua l idad sob resa l iente
de un a co sa, la blan cu ra d e un l ir io o la del ica de za de u na
m an o; per o R am n quera la cua l idad ocul ta o dar la de un
objeto a otro. As, dice.-
Cobardemente clamo, desde el centro
de mis intensidades corrosivas...
D e ese m o d o , su adjetivo (corrosivas) l lega a ser el co m ple
m en to de una imagen rep ent ina , cuy o pr im er trm ino es el
nombre ( in tens idades) con todo lo propio a su na tura leza
implcito.
Lueg o viene un pro ced im iento especial en la imagen pro
piamente dicha. De la blancura del l i r io a la de una mano
se pasa sin esfuerzo para decir m an o de l ir io; pe ro co m o
ningn poeta querr reproducir los deliciosos lugares comu
nes, Lpez Velarde, fugndose de la ms l igera ocasin de
caer en el los , pasa de un o al o t ro t rm ino de sus im ge nes
por un tercero cuya esencia no siempre po de m os com prender.
As, nos dice:
Pobre novio aldeano Ya no teje
su perla, ya no lee el Oficio Parvo
El cabriol del novio va sin eje
Un ejemplo ms claro: En los das de vigi l ia debemos no
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com er carne , m as , si la co m em os , ser prec i so abs tene rse
del pescado . Podr amos sa l ta r de ese precepto cr i s t i ano
a la cal idad de una doncel la? Oigamos a Ramn:
En mis andanzas callejeras
del jeroglfico nocturno,
cuando cada muchacha
entorna sus maderas,
me deja atribulado
su enigma de no ser
ni carne ni pescado.
Pero co m o dije antes, el magnfico po eta surge de su oscuridad
para dar e jemplo de senci l lez . Permit idme ci tar solamente
estos t res verso s:
...el cortesano
squito de palomas que codicia
la gota de agua azul y el rubio grano.
Y una maravilla de simple sugeren cia:
...el pozo del silencio y el enjambre del ruido.
Sin em ba rgo , dese o intentar la apologa del error, se aland o
c m o , el d e L p e z V e l a r d e , d e s p u s d e c o m p r e n d i d o s u
origen, resul ta solamente poesa repr imida ms al l de las
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proporcion es del poem a. Aun para equivocarse es necesario
un p oc o de gen io. Ya sin l, y p artiend o de R am n, el estri
dentsimo se erigi en escuela del des acie rto, a sem ejanza
de un nio malcriado que, no distinguiendo la rebanada
ms pe qu e a d e un pastel, se la tom a por gra nde .
Si m ientras prosigue un camin o confuso, realiza Lp ez
V elarde la expresin sencilla, po de m os exp licar su poesa
po ru a n ecesidad del lenguaje etern o, de palabra que canta
con igual belleza en cualquier tiem po o espacio susceptibles
de m emoria,
*
Tambin un da, quiz antes de ser poeta, descubri a la
mujer. Toda la poesa de Ram n es la presencia o la ausencia
de una mujer. Sea load o por ello
D es co no zc o su vida ntima, p ero sugerir po r mi cue nta
una pequea historia sentimental,ariesgo de caer en mentira:
La sangre devota
es un libro de am or a Fuensan ta, de am or
religiosamente concebido como alabanza de su persona.
Ramn pudo responder, a quien le hubiese pregu ntado , com o
Dante: Seoras mas, el objeto de mi amor fue el saludo
dee sa dama.
Pero deZozobra desaparece Fuensanta. N o omos yalas
firmezas ms finas del amado.
Y se nos dice que:
La vida mgica se vive entera
[22]
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en la mano viril que gesticula
al evocar el seno o la cadera...
Sin embargo, presumo que Fuensanta vive an en la poesa
deZozobra co m o sensacin de ausencia , cu an do su de vo to
amante l lora una lgrima por encima
...del desencanto profesional
con que saltan del lecho
las cortesanas...
A h, en tre los do s libros, un fracaso del sen tim ien to. P articu
laridades? Inte rro ga da la me m oria p or vuestros vein te ao s.
Os dar la f igura de un perfecto amante, invadido por una
melancol a de casa en ru inas , porque e l amor se j ac ta de
incomple to , como e l p r imer acorde de una ms ica que se
proseguir fuera de nuestros sentidos.
La patria fue, s in duda , el de sc ub rim ien to ms plausible de
L pez Velarde , porque , t en in do la a l a lcan ce de la m an o,
nad ie antes de l quiso enterars e d e su existen cia. R epe tase
inde finidam ente la primave ra o el o to o de los po etas fran
ceses ju n to a la oda a M ore los , cua nd o R am n desc ubre la
patriasuave. Le dijo sus m ejores versos co m o para reafirmar
las alusiones y alaban zas de su obra en tera.
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Personas familiarizadas con literaturas y pases extran
jeros,advierten lo m exican o de nuestros escritos en c ierto
m atiz espiritual, de por s indefinible, que suele resolve rse
en actitudes especiales de cortesa, de medio ton o delicado, y
aun en sonoridad caracterstica del verso. Po dem os adm itirlo,
desde luego, observando que somosasnatural e invo luntaria
mente.
Pero L pez Velarde nos ensea otracosa:Tenem os tierra y
cielo pro pios, es decir paisaje,- tenem os maneras de expresar
nos,es decir idioma, y por ltimo, costum bresovida regulare
inconfundible.Los treselem entos, paisaje, idioma y costumbres
son la mejor base para un m exican ism o de de nt ro a afuera.
D el esto al invierno no con oc em os una transicin sensi
ble sino durante una semana, cu and o el bra zo no sostiene
im perm eable o abrigo,- sin em bar go , se escriben a m en ud o
poemasaun oto o sentimental, rumoroso porlashojas secas
o la lenti tu d de una l lovizna pre m atura. Y tam po co falta
quien, escrib ien do un ha i-k ai , cite al Fujiyama porq ue el
n ico volcn que puede ver, el Pop oc at pe tl, se llama feo y
no es m undialmen te c on ocid o.
Ese poe m a de o to o y ese ha i-k ai c on tien en la visin
propia de un mexicano,- dir mejor, la versin mexicana de
un autor francs o japo ns . Queslo nuestro de esas poesas?
La forma so lam ente, ya sea dureza del verso o co nc ep ci n
delicada o prop orcio nes end ebles . El espritu no nos perte- (
nece ni nos pertenec er m ientras la forma no se anim e con
la poesa del suelo.
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Lo difcil consiste en que nuestro mexicanismo necesita ser
aceptado universalmente com o una expresin de hum anidad.
Si no es posible, ser mejor que se co nti n e sa cud iend o la
m onotona de las noch es con num erosos ensayitos, dramas
sintticos y poemas breves, mientras una ligera llovizna
inunda las calles e impide cosas de m ayo r pro ve ch o.
H e an aliza do la poesa de Lpez Velarde para caer, ligand o
mis temas, en la idea final de que pudiera distinguirse por
una armona de dos sustancias sutilsimas, el amor y la patria,
realizndose en formas animadas por un soplo de inmortali
dad.
*
M uri R am n L pez Velarde a los treinta y tres aos de su
edad. Sepultamos su cuerpo con pompa, como para com
pensarle una vida de p ob rez a. Sus am igos, sus com paeros ,
sus admiradores, parecan unnimemente desconcertados
por la tragedia. N ad ie quera confesarlo, pe ro la m uerte de
Ramn fue una tragedia pavorosa.
Ahora p uedo decirlo: La muerte no fue paralun acciden
te natural de la vida, sino el go lpe re pe n tin o e inexplicab le
que,de vez en vez, t ienta la resig nac in de los ho m br es .
Se iba algo trunco,- se restaba algo inc om pleto .
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Vine aqu, seores, a pro yec tar esa obra trunca sobre un
plano d istante, para descubriros su com plem ento necesario.
C om o si alguien jugara al rom pecabezas con nuestras vidas,
se d is t r ibuyen y ordenan minuciosamente , pero cuando
aband on a el juego nos apresuramos a concluirlo po r nuestra
cuen ta, porque en medio de un perecer infinito no p odem os
concebir sino lo eterno.
Lega Ramn c om o conviene al testam ento de un pob re,
slo semillas. Por la m em oria de su no m bre os pid o am igos
de l y amigos mos, recogerlas y sembrarlas sin el inters
de la cosecha . Ser rico de espritu quien la levante y to do
l difundir su riqueza
Recuerdo, para terminar, unas palabras de Ramn:
...en la fiesta
del Corpus respiraba hasta embriagarme
la fruta del mercado de mi tierra.
Y, pues concurren ahora el Co rpus y su aniversario, im agino
qu e de be r dejar su alab an za al aro m a de las frutas. Qu e
los dioses os libren, se ores , de la en ferm eda d, de la vejez
y de la mu erte
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[1928]
UN DISCPULO ARGENTINO DE LPEZ VELARDE
Enrique Gonzlez Rojo
JLa muerte inesperada hall a Lpez V elarde jove n, en p ro
duccin plena. Su obra qued trunca,incompleta, pero viviente
y alentadora. Discutida y atacada en vida del poeta, ahora se
exalta,semagnifica, marca un camino y constituye un ejemplo.
Sugran virtud ha sido, en realidad, la de ense arnosaver las
cosas de la patria con una mirada nueva y un espritu o rtod oxo,
lleno de am or y de fuerza.
La
riqueza de las imgenes y de los
adjetivos im previstos en un metro que raras veces dej de ser
tradicional cat lico , hizo de la obra de Ramn Lpez
Velarde unesfuerzo personal, original enlaliteratura mexicana.
Tuvo discpulos en M xico. Algunos de
ellos,
acompan
do lo en vida, a la zaga de sus pasos y descubrimientos,- otros ,
postumos, que parecen haber nacido de
su
muertey,en cierto
m od o, viven de su m em oria. En el extranjero, hasta ahora ,
ha sido un descono cido o un inc om pren dido . M s bien lo
ltimo. Los accesorios de espacio y de lenguaje au da z y
sorprendenteleimponan una limitacin paralasinteligen
cias lejanas. Pero en esta poesa de ton o elegiaco y do loro
so co nd en ad a po r su autor a tortura rse a s mism a, a m orir
varias veces y renacer ms pura, haba un sen tido nuevo, una
recreacin continua del arte.
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Los dos aspectos distintos, definidos de la obra de
Lpez Velarde han corrido diversa suerte. El primero de
ellos, superficial, formal, muy personal en ltimo caso, ha
con stituido una falangedejvenes enam orados lricamente
de la provinc ia, sin ahon da r en ella, co m o lo haca el m aes
tro,ydeviejos catalogadores de palabras mexicanas, de temas
mexicanos, que no pueden introducir en sus repertorios
una chispa de poesa que los anime . Lpez Ve larde tena la
provincia en s m ismo. D e a h la ingen uida d m ezclad a a la
sabidura, la tim idez de m ano de la audacia. D e ah tam bin
esa visin pura y com plica da a la ve z, de los seres y de las
cosas relaciones
sutiles,
religiosas, entre el paisaje yelalma.
El nacionalismo de L pez Velarde nace de una lucha, de
una pasin o scura en el espritu del poeta. Es pec tado r d e
los aos crueles de la revolucin mexicana, miraba las ruinas
am bien tes en los paisajes m aravillosos de la tierra y de los
ho m br es. Era dem asiado c atlic o para ser revolucionario,-
haba en su alma un fermento de reaccin inevitable. Un
com plejo , fcil de com pre nd er en un ho m br e qu e iba a la
vanguardia del arte y a la retaguardia de la poltica, lo lanz
a esa exaltacin piadosa nostlgica, dolorida de las
be lleza s de la vida y del paisaje de M x ico . En el po em a
central de esta manera del poeta, La suave Patria, los
reproches ocultos van unidos a algunos de sus mejores
versos:
Como la sota moza, Patria ma,
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en piso de metal, vives al da,
de milagro, como la lotera.
Tu imagen, el Palacio Nacional,
con tu misma grandeza y con tu igual
estatura de nio y de dedal.
Y
to d o un po em a, El reto rn o malfico, deja transpa rentar,
ms que ningn ot ro , es ta agona de su pensamiento:
Mejor ser no regresar al pueblo,
al edn subvertido que se calla
en la mutilacin de la metralla...
Y la fusilera grab en la cal
de todas las paredes
de la aldea espectral,
negros y aciagos mapas,
porque en ellos leyese el hijo prdigo
al volver a su umbral
en un anochecer de maleficio,
a la luz de petrleo de una mecha
su esperanza deshecha...
...Y tina ntima tristeza reaccionaria.
El nacional ismo de Ram n L pez Velarde no es c o m o
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recie ntem ente lo ha dich o un crtico una expresin de la
vida y el alma nacional, en un sentido objetivo, sino de su
vida y alma p ropias. Pero el sentido rec n di to de su obra
huye continuamen te delacompresin delasmayoras. Parece
gozarse en perm anece r ocu lto, impuro, m ezc lado en la veta
a metales de bajo p recio. M uy p ocos son los que han sabido
extraerlo, desligado de impurezas, para mostrarlo ensuesplen
dor de buena ley. Abundan los proslitos, pero faltan los
discpulos inteligentes.
En ese panoram a curioso de la literatura argentina, do nd e
el mpetu criollo se desorien ta an te la inm igracin, se funde
en ella, se quiere crear una tradicin que no existe y da pasos
de co stad o cre ye nd o qu e son al frente, L pe z Velarde ha
en co ntra do un prosl i to un disc pulo? . Este h ec ho
no debe p arecem os inusitado, porque ya es tiem po de que
Lpez Velarde traspase las fronteras. Su poesa ho nda, llena
de sugerencias, no deb e quedar solam ente entre noso tros,
para delectacin de una minora depurad a.
RicardoE.Molinari, autor de
El imaginero,
es un o de los
poe tas jvenes que am para la Editorial Proa de Buenos Aires.
Este volum en, de herm osa prese ntaci n, se abre con una
cita de Bocngel y se cierra con un ve rso de M allarm . En
ese pu nto de relacin en que se coloc a el po eta arg en tino ,
entre el francs y Bocngel, el equilibrio es emocionante,
po r difcil. Pe ro estos epgrafes engao sos nada tiene n que
ver co n la obra de M olinari. In tilm ente b usca m os en ella
el vnculo que la liga, espiritual y form alm ente , a M allarm .
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Ese afn pu r i f ica do r ret r ico en gran pa r te del po eta
francs , es t por com ple to au sente y en con trad icci n co n
El imaginero.
N o s e n c o n t r a m o s e n p r e s e n c i a d e u n n a c i o n a l i s m o
t mido , compl icado con modal idades nuevas , no tan to en
la factura de los vers os c o m o en el n gu lo d es de el cual se
enfoca el arte. El Po em a de la nia vela zq ue a sin dud a
el ac ier to de l l ib ro cont iene los mejores e lementos de
esta clase de poesa , que se co ns t ruy e co n una em ot iv ida d
romnt ica sobre complicaciones modernas de es t i lo .
C ua nd o no se l lega a una rea l izac in d i scre ta lo que
sucede a m en ud o en el l ib ro de M ol ina r i el p rosa sm o
aparece en su desnudez anti-r tmica. Bocngel se queda en
el umbral y Mallarm huye por la puerta t rasera. Slo que
dan , guardando e l t emplo , un es fuerzo de novedad y una
influencia. Esta influencia es la de Ramn Lpez Velarde.
La Elega a la m uer te de un p oeta joven nos lo confirma
apriori. Y, aunque la cr t ica no necesi ta para el lo de es ta
prue ba circu nstan cial , los siguientes versos:
Yo he de vivir
como la vainilla
honesta, en su frasco
y en su alacena...
(Hostera)
...que era metal labrado
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y compotero...
(El imaginario)
nos recuerda n casi a la letra las frecuentes asociacion es que
haca Lp ez Velarde, en tre su alma pura, de em ana cion es
aro m tic as, y la can ela, la vainilla, el ajonjol. Su es pritu
alacena con servaba ese perfume tradicional delasviejas
arcas, donde yacan revueltos, en la familia, las especias,
las com potas, tod o un pasado hon esto de provincia. C uan
do M olina ri huye de estas relaciones caseras, cae entonces,
con las mismas palabras, en las citas religiosas de Lpez
Velarde:
Yo quebrar la tierra labranta
como lo hicieron mis hermanos,-
y encender una vela
a San Isidro Labrador...
(Poema del almacn)
Pe ro hay ciertas cosas de tcnica difusa que se escapan a un
anlisis rpido c om o ste. Ese algo pav oro so que forma el
estilo inconfundible de los poe tas que tienen una p oderosa
persona lidad. As, quien lea los siguientes versos deEl imagi
nero, no pod r m eno s que rec on oc er en ellos la influencia
clara, precisa, sin lugar a dud as, del poe ta m exic ano :
...tu dedal
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que ha de servir de mausoleo
y catedral...
...la lentitud perpleja
de tu minutero...
(El imaginero)
Vives en una presencia
que jams es escndalo...
(Tres poemas para una soledad)
Yseguiramos c itan do versos y ms versos de la m ayora de
los poemas contenidos en el l ibro de Molinari. Los ante
riores/ para nuestro objeto, son suficientes. El poeta de El
imaginero, po r desg racia, se ha lim itado a la prim era de
las influencias que parten de Lpez Velarde, es decir, la
meramente formal. Hubiramos querido que algo del espri
tu del maestro hubiera pasado a las pginas del primer libro
del poeta arg entin o, interesado solam ente en la expresin
verbal del poeta nuestro . Ese algo hubiera m erecido elogios,
no censuras. Estas se vienen a la m en te cua nd o las palabras
recuerda n otras palabras y to d o se vuelve palab ras. El libro
de M olinari est he ch o con las palabras de Lp ez V elarde.
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[1928]
RAMN LPEZ VELARDE
Jorge Cuesta
R a m n Lpez Velarde muri joven, pero no antes de dejar
en la poesa m exica na las huellas m s du rab les. stas no
deben buscarse en la superficial originalidad que hizo de l
en seguida el jefe de una escuela, dndo le un num eroso grupo
de proslitos. Una influencia realmente honda se produce
difcil y tardamente, y sobre pocos individuos, sobre los
mejores. Si slo atend iram os a la parte de su obra que hall
tan te m pra no e co , no tardaramos en disimular mal nuestra
decep cin. Por fortuna, la poesa de sus im itadores slo nos
ayudaaseparar, en la suya, las falsas virtudes delasverdaderas,
a descubrir su persona lidad profunda, y a distinguirlo mejor.
H em os de reconocer, no obstante, que no lo interpretaron
equivocadamente,- lo interpretaron superficialmente, no
tom ando de l sino lo que dejaba cog er con m eno s esfuerzo
y exigiendo la men or
atencin.
Se prestaba para
ello,
desigual
e inconstan te. Pero esto nolosjustifica, co m o e llos no justi
fican tampoco, aceptndolas y siguindolos, sus ligerezas
y sus errores,
D esde hace m uchos aos es frecuente, en nuestras letras,
la aparicin de una ambicin nacionalista que pretend e con
seguir una literatura q ue sea fiel reprod ucci n del color, del
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sabor, del carcter particular del ambiente del pas. Unos
se han valido, para conseguirlo, del paisaje; otros, de las
costumbres,- otros se han hech o un instrum ento de las formas
artsticas populares y hasta de su lenguaje. Sus inten tos han
sido,
al parecer, estriles. Tuvo gran xito la tentativ a dife
rente de Lpez Velarde. Pensamos que hubiera ten ido m enos
si se dan cuenta de que su verdadera conquista no era la
am bicion ada alma nacion al, sino la suya prop ia.
Es as com o puede aislarse Lpez Velarde del m ovim iento
literario con tem po rn eo y m anten er puros sus sentidos y
original su lenguaje. N o lo consigu e fcilmente, ni lo con
sigue siempre,- necesita, muy frecuentemente, violentarse:
retuerce su expresin, fuerza las imgenes y prefiere las pala
bras po co usad as, con el fin de sustrae rse, po r me dio del
artificio de su empleo sistemtico, al estrecho crculo del
lugar com n . Qu iz estimula su tend en cia nacionalista el
deseo de no caer en la poesa impersonal que repiten en
to rn o de l, y logra engaarse c uan do mira una especie d e
origin alidad en rep etir lo pro pio y lo cer ca no en vez d e lo
lejano y ajeno.
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[1928]
CUADRO DE LA POESA MEXICANA
Jaime Torres Bodet
t a r a transformar el estado en que se en co ntra ba la poesa
mexicana
al
mediar la obra de Gonzlez M artnez, fue precisa
la accin de dos curiosidades: la de Jos Juan Tablada, que
se dirigi hacia afuera y realiz, con incu estionable acie rto,
la aventura de una poesa extica, acaso no siempre de gusto
muy estricto, y la de Ram n L pez V elarde, que repiti el
viaje de Tablada, pero c om o Karr, sin salir un m inu to de su
propio jardn. En ta nto que la conquista del un o fue el exo tis
mo,el otro resca t para la poesa sin olvidar la h eren cia
de Francis Jam m es el tributo de la provincia, lo que en
Mxico puede l lamarse, con ms razn que en pas otro
alguno, poesa de interior. Fo rm ulado en un idioma rico,
pero sin solidez, el l irismo de Ramn Lpez Velarde se
anticip a ese gnero dehallazgos que ha con vertid o a los
poetas de vanguardia en excelentes prestidigitadores. Enca
minado sin qu ererlo l m ism o a m ode lar un asp ecto
de la poesa na cion al, dio en La suave Patria el to n o de
lo que podra ser la pica de un pas que, como Mxico,
fuera dem asiad o joven para no arriesgarse a tenerla, y vivie
ra en un mundo demasiado viejo para enorgullecerse de
cultivarla.
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[1930]
CERCANA DE LPEZ VELARDE
Jaime Torres Bodet
Imagino los usos nuevos, del icados , patt icos , ingeniosa
m en te imp revistos, qu e el ha bit an te de un a is la excluida de
la civilizacin po dra dar a los ob jeto s de mi de sp a c h o si el
mecanismo del naufragio, tan difundido por las novelas de
aventuras, tuviese an, en nuestros
das,
laeficacia,laconv iccin
o la ho nr ad ez ba stan te para arrojar los , en resaca op ortu na ,
a los pies de alguna choza o sobre la arena de algn li toral.
Q u voluptu oso reclamo de fauno hara gem ir sobre la flauta
improvisada, po r ejem plo, con el ca n d e un a pluma fuente?
O qu m is ter ioso fetiche d e verb o, co m o el de un dios ,
per id ico y oc ul to ado rar a en el rec into d e una radiola?
U na de es tas recr eac ione s del univ erso h ac e, c ientf ica
mente , l a au tor idad imaginar ia de los arquelogos . Ot ra ,
t ransp or tad a a l t e r re no d e los voc ablo s , enr iqu ece la obra
de los poetas. Y as es co m o el jue go de la reen carn aci n de
los trm ino s inspira a Ra m n P rez de Ayala, en Belarmino
yApolonio, la graciosa alteracin del idioma de qu e se anim a
el esp a ol al pasar po r la ret rica p rimitiva d e su pers on aje.
No es poco frecuente, en efecto , que una lent i tud de la
atencin en la plt ica de algn amigo o en la prosodia de
algn discurso, nos deje en las manos, recin cadas de la
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rama del concepto, una frase, una palabra, una slaba, llena
de sugestivos misterios. D e estos hallazgos pursimos, la vida
m oderna tan complicada por los tecnicismos usuales
ofrece al espectador un amplio repertorio. Pero sera intil
persegu irlos. Su calidad, su prec io, su co nd ici n de g oc e
est en la empresa,- viven del entorp ecim ien to delaconciencia
que los disfruta,- se instalan sob re el es tupo r d e la a ten ci n,
un ins tante abolida, que los rec on oc e.
En estos parn tesis de placidez las palabras ya no tien en
ot ro valor que el plstico de su vo lum en, de su s on orid ad,
de su peso. Gracias al milagro en que tod o arte se g oz a
los espritus recob ran el uso de esa capacida d de libre dispo
sicin de s mism os de qu e la cultura los priva. Q u claros
y, aveces, qu recargados del sentido barroco del argum ento
nos parecen, entonces, los poemas ms elpticos de un G n -
gora o de un M allarm D esen tend idos , un minuto siquiera,
de los privilegios d e la literatura, qu op aca ad ve rtim os , al
fin, la significacin co nc re ta de las cosas
Mesa, libro, teologa,
infelicidad...
Palabras que slo el
uso ha conseguido amoldar a la forma de los objetos que
evocan, pero que, en una del ic iosa humorada de enfant
terrible,el descu ido de la atenc in, lgico y vigilante co m o
el del sue o, cam bia de sitio, s bita m en te, en la casa m et
dica, de familia bu rguesa de Franz Hals, con que p odram os
com parar nuestro vocabulario.
Por qu arbitraria sntesis, que la perez a p rolo ng a, estas
cuatro letras de la palabramesa contienen la realidad del
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mueble en qu e leo y, apo yad a en su ima gen, la del ot ro , ya
un poco increble y esquivo soado? , visto?, sentido?
en que escrib lo que estoy leyendo ? De l uno m e sorp rende
la solidez. Pero del otro recuerdo la lnea. De otro ms,
todava legendario , exa gerando la fantasa con la m em oria,
me seduce el colormesa.Pronunc io sus slabas m entalmen
te,varas veces, hasta que la repeticin co m o la velocidad
de
las
ruedas, que hace desaparecer
las
formas de los radios
me salve del sentido que m e representan. M esa. Libro. Teo
loga. Infelicidad. No s ya, en este principio de olvido, si
teologaes el no m bre de una m ujer italiana o, po r contra ste
dante sco , si Beatriz es el ttulo de una m etafsica facultad,
ignoro silibro es un signo del Z od iac o o un instrum ento
de tortura. N o preciso si el trm ino infelicidadcorresponde
a un estado del espritu, al recue rdo de una ciudad con ocid a
en la geografa de un drama de Ibsen o a un m od elo de traje
de noch e. C onfes m oslo. No sera casi plausible d ecir de
alguno de los invitados que se present a nuestra fiesta
vestido de infelicidad? Im aginem os, sin em ba rgo, con risa,
la prote sta inm ediata del redacto r de Sociales y Personales.
Y, no o bs ta nt e, cuntas veces el crtico el mejor de los
crticos imita en arte, los procedim ientos del cronista de
sociedad
El idioma, apreciad o en co njunto, desde el pu nto de vista
de la inteligen cia, p ued e com par arse , una vez m s, con la
instalacindeuna buena comunicacin inalmbrica. M edian te
una clave convenc ional, un signo , un escalofro, una co ntra -
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sea m agntica/ un grup o de ond as instala so br e la pauta
del altavoz el escenario invisible de un ballet ruso, la
tribuna de un orador poltico o el marco, los gritos y los
timb razos e nrgicos del rferi en un com ba te de box . Pero
qu ligera alteracin de la gradu ada ru ede cita indic ado ra
hasta para hacer estallar dos con tinen tes de sonidos U n grado
ms,a la izquierda, derramara la lquida rom anza del ten or
en el segu ndo acto de
Lohengrn
dentro del alarido espeso,
slido, con que untimde ftbol corea un triunfo en el estadio.
U n grado m enos, hacia la derecha, des orde nan do latitudes,
ade lantn dos e a Ravel, instalara a Paul W hi tem an n y a una
peq uea orquesta d e jazz sobre la marea hegeliana tesis,
anttesis, sntesis del oc an o filosfico de Bach.
H e cita do , un m om en to an tes, al Belarmino de la novela
de Prez de
Ayala.
Q uie ro insistir en l porque m e proporc io
na un ejem plo ca racterstico de estas recrea cion es po ticas
del lenguaje que me in teresa revisar y a las cuales , estim ada
ensusjustas prop orcio nes, se parece ta nto la aventura re t
rica de Ram n L pez V elarde.
Belarmino es un extrao fillogo que d ispon e del m undo
del C osm os, segn l lo llama desde el taburete en
que su hijalecoloca diariamente el Diccionario. En su especu
lacin comprende, sin embargo, que vivir es conocer, y
con ocer, crear. Es decir, dar un no m bre .
En el Co sm os afirma Belarm ino estn los nom bres
de toda s las cosas, pero estn m al aplicad os, po rqu e e stn
aplicados segn costumbre mecnica y en forma que, lejos
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de provocar un acto de conocim iento y de creacin, favorece
la rutina, la ignoran cia, la estu pidez , la charlatanera grrula
yeldiscurso vulgar. En el Cosm os estn los nom bres com o
aves en jaula, o como seres vivos, pero narcotizados y en
sepulcros.
Belarmino aade Prez de Ayala hallaba una m anera
de placer mstico, un modo de comunicacin directa con
lo absoluto cuando rompa los sellos sepulcrales para que
se alzasen los vivos enterrados y abra las jaulas para que
las aves saliesen vo lando . Y esas
como,
por curioso proce
dimiento de integracin absolutamente respetuoso del
sujeto , el fillogo Belarmino, desd e su hum ilde taller de
zapatera, llega a sentir co m o equ ivalentes estas dos realida
des distintas: camello y m inistro del gobe rnante drom edario
y ministro del S eor.
Locura , declararn m uchos lectores apresurados, frente
al taller de zapatera de Belarmino. Pero en el fondo una
revolucin esencial se incuba ya al calor de estas m editacio
nes sedentarias. U na revolucin indescriptible que, de poder
llevarseala prctica, daraaltraste con instituciones y gobier
nos,con do gm as y con filosofas. U na revoluc in ta nto ms
veloz cuanto m s abstracta y tanto m s violenta cu an to que
no la dirigirn los gene rales, sino los po eta s. Y ya se sabe
que stos, desde que Platn los arroj d e suRepblica,estn
queriendo p robar de algn m odo sus capacidades de accin.
La primera impresin que produ ce, a la lectura, una poesa
deRamn LpezVelarde esprecisamentela dehaber penetrado,
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de pro nt o, en una casa saqueada. Pero, inm edia tam ente , del
de sord en visible, las incoh eren cias mismas van tranqu ilizan
do n uestro sen tido de la pro pied ad. S, ha ha bid o v iolencia,
pe ro los saqu eado res n o se han l levado co nsig o na da de lo
que hab an v enid o a robar. La cort ina h a des apa recid o de la
puer ta que pro teg a , pero no ha desaparec ido de la casa :
aho ra vibra, co m o una tnica, sobre el bu sto de una M inerva,
estilo Imp erio, de 1810. El espejo no ha h uid o del ma rco qu e
lo en cer rab a. Se ha vuel to de espaldas , cara al m uro , a caso
para no presenciar la escena del robo que nuest ra l legada
al sa ln es decir , nue s t ra cu r ios ida d en la l ec tur a ha
conseguido ev i ta r .
H ab itua do s a la insensibilidad d e los adjetivos eloc uen tes,
los lectores de 1918 nos sentamo s ofendido s an te los po em as
deLa sangre devotay los deZozobra, an no coleccionados,
po r algo que era, pre cisam en te, un triunfo de la sensibilidad.
Cuando Lpez Velarde, en una esplndida evocacin de las
aldeas y de los ca m po s atrav esad os p or la clera revolucio
naria, escribe:
Hasta los fresnos mancos,
los dignatarios de la cpula oronda,
han de rodar las quejas de la torre
acribillada en los vientos de fronda...
un extrao malestar, de devocin mstica, nos sobrecoge. Y,
co m o toda expresin p otica, cua ndo es realmente aceptada,
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nos parece tambin mis ter iosa y di f c i l como un milagro,
buscamos c on inquietud los orgenes de una adivinacin que,
a mi juicio, reside s lo en el jue go de estos dos t rm ino s: la
ev oca cin significativa de la torr e y la ca lida d de la p alab ra
dign atar io que , apl icad a a los f resnos a m pu tad os po r la
metralla y reunida a la cpula oronda del final del verso
co m en zad o, les da en seguida una solem nidad y una resigna
cin de sacerdo tes cr is t ianos de m art i rologio.
O tra estrofa de un poem a sin t tulo repr od uce en Zozobra,
con vo ca blo s di ferentes , es ta misma experien cia d e t ransi
ciones idiom ticas puras. La ci to po rqu e se refiere tam bi n
a im gen es p ls t icas de l cu l to y a la de co ra t iv a t rad ic i n
visual del cato licism o, q ue L p ez V elarde reitera.-
Mi corazn, leal, se amerita en la sombra.
Es la mitra y la vlvula... Yo me lo arrancara
para llevarlo en triunfo a conocer el da,
la estola de violetas en los hombros del alba,
el cngulo morado de los atardeceres,
los astros, y el permetro jovial de las mujeres.
Salvo el ltim o verso q ue, de un salto a las estrellas c o m o
en la balada de Banvi l le, nos t ras lada de nuevo, no s in
contusiones , a la i rona y a la ternura de la sexual idad, la
es t rofa tod a vive de sus solas res on an cia s l ing s t icas . En
efecto, al referirse a su corazn, el poeta se detuvo en esta
palabra: M itra, de la que el co nt en id o fisiolgico le parece
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m en os real que el otr o, sun tuario, de la m itra de los arzobis
pos.Por eso ha rec or da do , en seguida, la estola d e violetas
y el cngulo de los atardeceres. Por eso tam bin m ira nd o
el espe jo co n el espe jo, y pas an do de un a met fora a ot ra ,
s in contac to con la rea l idad l lega a esa ref racc in de
los va lores sens ib les de la pa labra a lba , que puede ser
en tendida , aqu , en sus dos s ign i f icados : lo mismo como
la tn ica b lanca de los sacerdotes , que como la c lar idad
co t id ia na , c ie r ta m en te angus t iosa , que preced e a la salida
del sol.
Es t a combinac in de re l i g ios idad devo ta y de po t i ca
intrep idez , estas sujeciones a los c no ne s del do gm a y estas
rebe ldas a los de la gram t ica se rep i ten , de un ext re m o a
ot ro de la ob ra d e L p ez V elarde, en forma tal que se implica
deliberada. As ten em os, en T odo.. ., acaso la co m po sicin
ms perfecta deZozobra, esta declaracin:
...en m late un pontfice
que todo lo posee
y todo lo bendice,-
la dolorosa Naturaleza
sus tres reinos ampara
debajo de mi tiara,-
y mi papal instinto
se conm ueve
con la ignorancia de la nieve
y la sabidura del jacinto.
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Y,
p ginas ade lante, en aquella deliciosa estam pa sensual qu e
principia te h o n ro en el esp an to de un a alco ba p erdida . . . ,
el dst ico en que describe a la amante:
...ya que tu abrigo rojo me otorga una delicia
que es mitad friolenta, mitad cardenalicia...
O , po r l t imo , e s tos ve r sos , so rp rend idos en una poes a
anterior, de carcter evid en tem en te juveni l:
Y una Catedral, y una campana
mayor que cuando suena, simultnea
con el primer clarn del primer gallo,
en las avemarias, me da lstima
que no la escuche el Papa.
Porque la cristiandad entonces clama
cual si fuese su queja ms urgida
la vibracin metlica,
y al concurrir ese clamor concntrico
del bronce, en el nima del nima,
se siente que las aguas
del bautismo nos corren por los huesos
y otra vez nos penetran y nos lavan.
Tratando de descubrir, en la obra de Lpez Velarde, algunos
ejemplos de expresiones polt icas desviadas v erd ad era m en te
del sent ido t i l de los vocablos , se t ropieza, s in querer lo ,
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con el prestigio ms dramtico de su influencia: el fervor.
Quin se atrevi a decir alguna vez que forma y fondo
eran cosas opuestas?
El fervor, en el lirismo de L pe z V elarde, no est- por
fortuna-, y sta es su superior idad especfica sobre el Belar-
m ino de la novela de P rez de Avala, en el jue go de aza r de
las palabras con las imgenes. En ese sentido cuntos poe tas
de hoy y no excepto a muchos de los mejores pudieran
af i rmar haber sa l ido, rea lmente , del per iodo verbal de
Belarmino?
H ay un sen tido de palabras, que Lp ez Velarde sinti
qu e p adeci m uchas vece s pero de cuyas estrategias
no se satisfizo nu nc a. Lata en l, si no el po ntfic e laico
con que orgul losam ente se com para , s un apa siona do
ap eti to h um an o que restr ingi, en su obra, el cam po del
artista puro, sin que, de tales limitaciones, su calidad de
po eta pud iera rea lm en te sufrir. Las cua lidades que le leg
no sern de la misma lim pieza y del mismo inters qu e las
expresivas que hasta ahora hem os adve rtido, pero en cam bio
dan la im presin de ser ms durab les.Y por qu no?
tam bin ms valiosas.
Para en ten de r la poesa de Lpez V elarde, de be p artirse de
un postulado que no la limita tanto como la sita. Lpez
Velarde fue siempre, y constantemente, un poeta de la
provinc ia. D e la provincia m exicana son no slo el ace nto
religioso d e sus mejores po em as, sino el calor y la tern ura
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de la en so a ci n am oro sa, la inculta sust itucin de s en tido
personal p or el au tn tico e n los adjetivos y en los sustan tivos
de que su an c do ta se sirve. Pero , po r enc ima de to d o , pe rte
nece a la provincia m exican a ese vag o estrem ec im ien to del
paisaje qu e no est nunc a al m arge n de sus poesas c o m o
sucede en las de los escri tore s de la ciu da d cu an d o salen al
c am p o s ino te jido con su m ater ia lt ima d ige r ido en su
sustancia, disuelto por su intimidad.
El significado de la prov incia ha sido tan cru elm en te m o
delad o p or la nove la del siglo XIX, qu e casi resulta pe ligro so
elogiar la , en nue st ros das, co m o un rem ed io de len t i tud a
la velo cida d de q ue no s hal lamos enferm os. Y, s in em ba rgo ,
es pre ciso re co n o ce r qu e, a pesa r de sus intrigas familiares y
de sus antipat as de cam pan ario o acaso por coin cide ncia
con la actitud moral que estas mismas debilidades su po ne n
la prov incia h a s ido, s iem pre a par t i r del ro m an t icis m o, la
gran prov eed ora de nuestros poetas. Este fen m eno , que n o
sabramos l imitar a M xic o, no es tam po co caracterst ico de
la A m rica esp ao la ni, en ltima instancia, co m ple m en tario
de la psicologa racial hispn ica que ha defe nd ido siem pre,
en pu nto a escuelas l ricas, una d evota sub ordin acin y co n
cord ia co n el paisaje. Francia, tan disciplinad a al y u g o de la
capital , no expresa, en las reputaciones que Pars autoriza,
sino la co ns ag rac in artstica de los esfuerzos qu e las prov in
cias le m ue stran . V einte siglos ante s, en la R om a de A ug usto ,
qu ot r o en ca nt o t raa , a la co r te del Em perad or , e l po eta
de las Gergicas?
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La delicadeza escrupulosa que Ramn Lpez Velarde
demostr dentro del artificio ha sorprendido a muchos de
sus com entaristas y les ha hec h o dudar, err ne am en te, de
la calidad regional de su esttica. Comprueba una equivo
cada inte rp reta ci n de lo que es la provincia el creer que su
simplicidad est ms alejada del artificio que la com plicacin
de nuestras ciudade s. Q uien lo du de, debe reflexionar un
instante acerca de todas las violencias que la sensibilidad
del siglo XVIII tuvo que hacerse a s misma para llegar,
en una refinada de cad en cia, a percibir lanaturalidad de
Rousseau.
Placen a la vida m ecn ica d e la urb e la simplificacin de
la elegancia y el co nc ep to, cada vez ms des nu do , del indi
viduo. Si esta m on oto na del m ayor n m ero n o se formase,
la coexistencia de cinco millones de habitantes en Berln o
de siete millones en Londres ocasionara a cada m inuto una
colisin inmoderada de pocasy,en Nueva York, una verda
dera lucha de razas. El se ntid o d e la polica y, en cie rto
m od o, de la civilizac in exige siemp re el sacrificio de
algunos de nuestros valores originales. D e stos, por desgracia,
el lirismo no es el ms lento en desaparecer.
C uad ra, al co ntra rio, al de m ora do ritm o en que la vida
de provincia se desarrolla, una abundancia de lentitud, indis
pensable al florecimiento de las manas. Por eso la m itologa
de m oc rtica , es decir, la novela burgu esa de D icke ns o de
Balzac, prefiere instalarse sobre el escena rio de la prov incia.
Y, cu an do un Padre G or iot o un O liverio Twist surgen en
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un rincn de la urb e, esco gen algunos de esos barrios her
mticos en que la limitacin de los caracteres evoca, de ntro
de las grandes ciudad es, la tensin individual de los odios y
las antipatas de las pequ eas a ldeas.
H em os odo hablar, no hace m ucho tiem po, a un ingenio
extrao rdinariam ente sutil, de la des hu m aniz aci n del arte.
Qu hab a en el fondo de esta expresin? Se trataba, acaso,
de un has to del ho m br e por el hom bre? Era el princ ipio
de una terrible ingratitud de la criatura para con el creador?
Tanto se ha dicho ya en torno a esta doctrina, tanto se
calla, que, de las reflexiones ms errneas de quienes la
com entan, pode m os desprender esta interpretacin; el arte,
como fruto del nuevo tipo de colaboracin social que la
ciudad representa, exige de cada obra un m nimo de hum ani
dad o, lo qu e es lo m ism o, unmnimum de discrepa ncias
vitales, de nt ro de un standardes similitud superior. Conce
bida en tales trm inos, la sugestin de O rteg a y Gasset coin
cide con la doctrina moral de un Boileau y se expresa m erced
al gran ejem plo clsico co n que la p oc a de un Luis XV la
ilustra.
Ques,en efecto, un clsico ha dicho alguna vez A ndr
G id e sino un escritor moderno? Y qu debe enten derse
pormodestia,en materia artstica, sino esta prudencia de lo
personal y esta no exhibicin de lo hu m an o de cada quien,
que nos pondra en condiciones de ignorarlo todo acerca
de la vida de Racine o de D esca rtes, si no hub iesen esta do
all los big rafos que la resean?
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El caso de la ed ad clsica que inspira esta inte rpretac in
misma de la modestia en literatura indica hasta qu punto
una al m eno s de las actividades superiores del arte es incom
patible con el desarrollo de la timidez . M e refiero, concreta
m en te, a la poesa lrica.
Si apartam os por un m om en to los hallazgos de algunos
poem as de La Fontaine y, especialm ente, del A don is ,
qu pob re en realizaciones lricas se nos presen ta el siglo de
Pascal y de M ada m e de La Fay ette, tan rico, en cam bio, en
mximas morales, en novelas psicolgicas y en com edias de
caracteres. Perseguida del escritor, la hum anidadserefugia en
el argum ento p or la misma razn por la que, ahu yen tnd ola
de la anc do ta, la encu brim os con la sensibilidad.
Pero o curre que el lirismo requiere pre cisam ente, para su
xito,
un desarrollo m onstruoso delyo,es decir, un apogeo
de las cond icion es circunstanciales del artista que no puede
divorciarse de cierta individual exhibicin del ho m br e. D e
aqu el co n ce p to de la poesa de circun stancia.
Tal apogeo del hombre, no siempre contenido por los
escrpulos del artista, es idntico al que traicion a, en deter
minados retratos de provincia, el rebu scam iento to rpe , pe ro
personal y dig m oslo de una vez absolutamente lrico,
del prob lem tico elegante de la pob lacin. Ah ora bien, lo
que el ho m bre de m und o exige y ha exigido siem pre
en sobriedad y en impersonalidad de adornos a su sem ejante
es lo que el crtico de gusto pide , con insistencia, al b ue n
escritor. Y, en esta discrecin de las m aneras, coin cid en lo
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mismo elhonnte homm e para cuya delicada apro bac in
com po na M oliere el Alcestes de
LeMisanthrope,
qu e el
varn discreto que inspiraba a Gracin el fino co ntine nte
ideol gico d e sus tratad os.
Su cede, por desgracia, que el pb lico form ado exclusiva
m ente por estas asambleas dehonntesgensy estos cencu
los de discretos no es nunca el ms aprop iado para juzg ar
del m petu o de la ca ntid ad de una p rod uc cin lrica. Por
esto se explican muchas aberraciones del gus to.Y as sellega
a pe rdo na r la cruelda d de aquelparterre de reyes que, hac e
aproximadam ente un
siglo,
en un teatro deViena,pudo preferir
p o r lealtad misma con su cultura la gracia civilizada
de una pera de Rossini a la sublime y solitaria aspereza del
jbilo en la Novena Sinfona.
La m anera en que afirmo que la provincia c on tribu ye a la
poesa no es aadind ole oscuridad personal, sino acentun
dole personales particularidades. Sien to, por otra parte, que
esta contribucin no haya sido percibida frecuentemente
por cond ucto de la pereza, que
es
una capacidad de la delicia,
sino por el de la lentitud, que represe nta una incap acid ad
de la rap ide z. Y, cu an do clasifico a Ra m n L p ez V elarde
entre los poetas de la provincia, no entiendo restringirle
ninguna especie de mritos. La universalidad de una o bra
no est forzosamente proporcionada al cosmopolitismo de
su escenario normal, ni corre pareja con las dimensiones
de la aspiracin de su autor.Ouvert
la
Nu it, de Paul M ora nd ,.
es ms gen uina m ente francs
y,
en el fondo , ms restringido
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a pesar de la ubicu idad euro pea d e sus perso najes que
inglsEl artista adolescente, de Jo yc e, que no jueg a con
latitudes d e carta geogrfica, ni busca otr a am plitud que la
de su sinc eridad .
Q uienes, al sentido provinciano que enc uen tro en la obra
de Lpez Velarde, op on en el atrevim iento d e su insumisin
para la poesa pos-sim bolista no me han en ten did o, puesto
que lo pro vinc iano de la actitu d que sea lo en l no reside
en la timid ez m s frecuente en las gran des ciuda des que
en las pequ eas aldeas ,sino en la audacia. Un ho m br e
de la ciud ad n o necesita dar voce s especialm ente violentas
para seducir la atencin de su pblico. C on dete nerse unos
m inutos, en un m om en to d ado , en el cruce de dos av enidas
cong estionadas por el trfico, hab r violado tantos com pli
cados m ecanism os de la sociabilidad, que esta sola len titud
tom ar , casi, las propo rciones de una verdadera rebelda. En
cambio, en provincia, qu sucesin de delirios ha de fingir
el h om b re de talen to para que los parie ntes de su familia
po r el slo he ch o de hab erlo visto nacer no lo despre
cien indefinidamente
D e aqu, en el inte lige nte de la provinc ia, una falta de
mesura, aun en el acierto , que lo separa en seguida del inteli
gente delaciudad . Por esta falta, de cuyo margen se enrique
cen las incertidu m bres del gus to, se deslizan c o m o por
un cauce prop io los caudales de un inconfundible lirismo.
Assejustifica en L pe z Velarde el sistem tico esfuerzo de
sustituir poreladjetivo grave, certero casi siem pre, el esdrju-
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lo ,amp uloso y ms o menos indefinido. D o n d e alguno poda
decir: Universal, apuntal,pintorescamente, ecumnico.
Y do nd e ot ro escribi ra: U n nio , l ve, inm ed iatam ente ,
un prvulo. M uc ho s, tem erosos de una alusin dem asiado
indiscreta, n o nos atreveramos, al hablar de n oso tros mism os,
a afirmar, con el dese nfad o co n q ue l lo ha ce : M i pe rso na .
M as l se exp resa as po r la m isma r az n qu e ob l iga a los
Brumm els de una prov incia a instalarse, tod os los das, de nt ro
de la sole m nid ad ap aratosa delchaqu. Y lo cu rioso es que
su admirable intuicin potica no naufrague en estas fal tas
de t ac to qu e, gracias a las evo cacion es co m pleta s en qu e las
descubrim os, no resul tan jam s ver dad eras faltas de gu sto .
G o c e m o s , en efecto, del prvulo de que antes, despren
dido l de la a tmsfera del po em a en q ue lo sor pre nd im os,
nos habamos apresurado a sonrer . El poeta, al referir el
retorno malfico al hogar destruido por la batalla, insina,
en tre las ruinas, un del ic ad o tro z o de paisaje rural, plagad o
de libera da m en te de giros en desuso y de voc ablo s envejeci
dos:
Las golondrinas nuevas, renovando
con sus noveles picos alfareros
los nidos tempraneros,-
bajo el palo insigne
de los atardeceres monacales,
el lloro de recientes recentales
por la ubrrima ubre prohibida
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de a vaca, rumiante y faranica,
que al prvulo intimida...
Qu bien se explica aqu, insertada despus de la estampa
escolar delavaca faranica esa visin del pequ eo prvu
lo intim idado que, antes, nos pareca una mera ped anter a
de colegial
N o ten go a m ano y lo dep loro las excelentes pginas
qu ej se Go rostiza ley acerca de la obra de Ramn Lpez
Velarde en una de
las
conferencias organizadas por
la
Biblioteca
Cerva ntes, de M xico , en 1924. N o ob stan te, si la m em oria
no me traiciona, creo poder afirmarqueya en ellas se p ropona
cierto aspecto del provincialismo de
su
poesa com o un recato
y una ternura del sentimiento dentro del panoram a de la edifi
cacin nacional.Elcomentarioaesta parte del lirismo de Lpez
Velarde me llevara po rlopronto a sitios que no quiero toca r
de paso,- que n o me resigno tam po co a dejar para el conven io
prec ario de una alusin. El pro blem a del arte mex ican o se
encuentra ligado con dificultades tcnicas, histricas y polti
cas dem asiado com plejas para creerlo resuelto por una simple
buena intencin de nuestro patriotismo... No deja de ser curio
so,sin embargo, el hecho de queLa suavePatria sea precisa
m en te el poem a en que Lpez V elarde, al querer superar las
fronteras de su regionalismo de
su
com prensin deliciosa
m en te parcial delas
cosas,
se haya visto precisado tambin
a disminuirelhermetismo patticodesu expresin. C om parada
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con Todo. . . , con Tier ra mojada , con Mi corazn se
amer i ta . . . , con Hoy como nunca . . . , los versos de La
suave Patria dan la impresin de una renuncia del iberada
a los m od os esqu em ticos de pen sar que la poesa de Zozobra
haba l levado hasta la madurez despojada y despejada del
lgebra. N o q uiero dec ir co n estas reticencias q ue La suave
Patria implique un decaim iento del poe ta, sino un pro p sito
de vulgarizacin en sus pro ced im iento s, el deseo d e vest irse
con una cul tura . . . Los hal lazgos fel ices abundan todava.
C itar a lgun os, que estn ya en toda s las bo ca s y que , a pe
sar de ello, no han pe rd id o an su sab or esencial y fragante:
...el relmpago verde de los loros.
...en calles como espejos, se vaca
el santo olor de la panadera.
...oigo lo que se fue, lo que an no toco
y la hora actual con su vientre de coco...
...desde el vergel de tu peinado denso...
Como la sota moza, Patria ma,
en piso de metal, vives al da...
C i to m uch os . Y cons idero que son todava ms num erosos
que los ci tados los que el temor de parecer prol i jo no me
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autoriza a aadir. Pe ro, a ca m bio de estas sorpresas, d e estas
iluminaciones, cuntas lentitudes y cuntas indecisiones
de estilo que las estrofas de
Zozobra
no con ten an
Por ejemplo:
Suave Patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito...
Inaccesible al deshonor, floreces...
No como a Csar el rubor patricio
te cubre el rostro en medio del suplicio...
...el alma, equilibrista chuparrosa...
C ad a u no de es tos ren glo nes encierra el ec o de un vicio , la
tor pe za de un apren dizaje, el reflejo de una retrica extra a.
El se gu nd o p arec e de un discpulo de Qu intan a. El tercero
recuerd a la f raseo loga acad m ica de San tos C h o c a n o . El
l t im o evoca las peores im itaciones sentim entales d e G uti
rrez Njera. En los ms graves errores com etid os po r L pez
Velarde antes de La suave Patria haba, en cambio, tales
acentos de in tegr idad personal , de mundo pot ico apar te ,
que no me es posible elogiar es ta poesa suya, demasiado
clebre, s ino como un magnf ico ensayo de t ransicin. De
transicin hacia mayor popularidad. . . Pero no hacia mayor
temperancia.
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Lo peor que puede ocurrir a ciertos ngeles es que un
profesor de gram tica los ense e a leer y a escribir. Lo ms
grave que puede ocurriraciertos poetas es perde rsuslmites,
hacer ms abun dante su lxico, cam biar su profund idad por
una promesa casi siempre ficticia de mayor extensin.
N o s por qu im agino que Ramn L pez Velarde se hallaba,
cua ndo la m uerte lo arreba t de nue stro lado, en trance de
este peligro. Por una p arte, su m un do d e formas artificia
lesy herm ticas necesitaba, com o el de todo gran poeta,
de una sustitucin del D iccion ario de la Real Academ ia por
el trata do del cosmos de Belarmino. (Ha y m etforas, en
efec to
/
que slo a travs de otras metforas se pueden
com pre nd er). Pero, desde otro pu nto de vista, el con tac to
con una cultura al alcance de tod os, eso qu ej se Bergamn
ha llamado con tanta exactitudladecadencia del analfabetis
mo , le induca a traducir los decretos de su reino alucinado
al lenguaje de todo s los das.Yesta actitud, que sup one una
desconfianza de la magia, afirma siem pre una abd icac in .
Toda el agua del mar no bastara a lavar de nuestra obra una
sola ma nch a de sangre intelectual, escribi en una pgina
luminosa la plum a de un o de los ms crueles maestros de la
sensibilidad contem pornea. Frentealespectculo de la poesa
de Lpez Velarde, repito esta frase de Isidoro Ducasse y
co m pre nd o que encierra, sin quererlo, la oracin fnebre de
un gran poe ta.
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ESQUEMA DE LA LITERATURA MEXICANA MODERNA
Bernardo Ortiz de Montellano
I l e r e d e r o de la cas tigada e s t t ica de D az M i rn , que
com enz aba a trabajar por cuenta propia en el adjetivo y en
laimagen/ Ramn LpezVelarde es elintrprete delaprovincia
mexicana y de algunos rasgos de nuestro paisaje. O rient
base a la interp retacin lrica del com plejo espritu m exicano
cuan do lo dibuj la m uerte. Sensibilidad ertica y catlica,
su sobresalto de nio sorprend ido en el pec ado , con sciente
y tem ero so en tre el juicio d e sus sen tido s y el juicio final,
pagano y creyente antinom ia que por razn histricaexis
te en n ues tro pueblo, religioso de los asp ecto s exte rno s
sensuales, del catolicismo; ojos de aclito, azo rad o entre los
riesgos furtivos de una ciudad de pasiones que atormentan
su corazn intac to de provincia. Poesa de complejos y timi
deces que
busca,
afanosamente, para expresarse con dign idad
aspe cto m exicano de su lenguaje los ms com plicados
adjetivos , las palabras selectas. C rea do r de im gene s y d e
conflictos, para explicar su Yo profundo, se anticipa a las
nuevas exp resion es de la poesa en Am rica, alejnd ose de
los
caminos tradicionales.
Es
un rebelde. Luchando por desa
rrollarse con ms sincerida d y libertad q ue sus antec eso res ,
para pene trar a zonas alumbradas de la conciencia que stos
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no distinguieron, define, dentro del hecho social revolu
cin su asp ec to rev oluc iona rio en la literatura m exican a.
Po dem os asegurar que en su conflicto entre lo individual y
lo colectivo, lo he red ad o y lo sustantivo de su m oral, de sus
sentidos y de su institucin artstica, lo en contram os revolu
cionario conmsexactitudqueensupoemaLasuave Patria
y en su tristeza reaccionaria a la vista de la provincia
des truida po r la vorac idad n atural de las am etralladoras .
Si es criolla la poesa de G on z lez M artn ez , la de Lpez
Velarde es m estiza, es decir nos revela las po ten cia s espiri
tuales del m es tiz o. Falta an, en nuestra literatura, el poe ta
que sien ta po r el indg ena , sin limitarlo o falsificarlo co m o
lo intentaron los poetas del siglo XIX.
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[1934]
EL CLASICISMO MEXICANO
Jorge Cuesta
JL/e Ramn Lp ez Velarde, poeta que m uri a los treinta y
tres aos de eda d, en
1921,
se ha hec ho el represe ntante de
una escuela m exicanista
;
se ha he ch o , pero indebidamente.-
Ram n L pez Velarde es un o de los po etas m s originales
de M x ico . Parece qu e en l se hubieran vuelto manifiesta
mente fecundos y hubieran revelado su sentido el silencio
de Daz M irn y la reserva de G on zlez M artnez. Es cierto
que,
en apariencia, Lpez Velarde es el poeta del paisaje
social de Mxico,- sum as aplaudido poema: La suave Patria
es un c an to a lo pin tor es co mexicano,- su prim er libro de
versos es el canto de la provincia. Sin embargo, en este
asp ecto d e L pez Velarde, hay que ver ms una tolerancia
suya que su verd ade ro carcter. Den tro de su propio paisajis-
m o no logra ocultarse un sentim iento clsico, sem ejante al
de O th n , p ero m ucho ms significativo. L pez Velarde es
tam bin un d ec ep cio na do del paisaje. Su paisajismo es un
gus to en el sen tim ien to d e su decepcin,- se nti m ien to que
resulta tan to m s trgico cuanto que no es la naturaleza fsica
la que le revela su aridez,- quien se hace difano como un
desierto se expone a los ms ardientes y vidos rayos lum ino
sos,y pierd e su can did ez.
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En Ramn Lpez Velarde la poesa mexicana se reflexiona
apasionadamente, repudiasusartificios y adquiere una conc ien
cia de sus propsitos que es com parable, por su pen etracin,
a la co ncie nc ia inm ortal de Baudelaire. N o son num erosos
los poemas en que este poeta dej lo mejor de s mismo:
son unos cuantos,- pe ro bas tan para que se le adm ire co m o
el po eta ms personal que en M xic o ha existido. La llama
qu e en su poesa se en ci en de no se lim ita a darle a ella su
claridad, sino que ilumina el destino to d o de la poesa mexi
cana. En Ram n L pez Velarde adquieren un se ntido todas
las tentativas poticas m exicanas cuya origina lidad es difcil
adv ertir po r su inde cisin , su reserva o su pro xim idad a las
diversas escuelas. H asta la poesa acad m ica m s olvidada
recobra
su
valor
que seguramente ignor ella misma, cuan do
se la mira desde Lpez V elarde. En este gran poeta se resume
y se purga, sorp rend e profund am ente el carcter am ericano
de su de stin o, y se destina a la un iversalidad .
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[1935]
RAMN LPEZ VELARDE
Xavier Villaurrutia
I. ENCUENTRO
t a r a usar una expresin del gusto de Ramn Lpez Velarde,
no por ello me no s sino ms exacta, dir que el nu es tro fue
lo que pud iera llamarse un encuentro tangencial. Otros lo
trataron diaria o frecuen tem ente, pe ne tra nd o en el crculo
de sus costum bres, o acaso hiriendo el cen tro de su intimidad;
acompandolo en las horas plenas o dejndolo solo en
los m om en tos vacos de que, ms tarde , hab ran de salir los
poemas que contienen un mensaje de singular calosfro.
O tros que no yo .
Para que nuestro encuentro fuera algo ms que un mis
terioso y tangenc ial co nta cto , l legu dem asiado tard e a su
lado,puesto que l se fue d e m anera imprevista del nu estro.
y
vida e incierta, la curiosidad del adolescente me llev a
buscarlo sin un objeto preciso, definido. Acaso, inconscien
tem ente, t rataba yo de cono cer lo de viva vo z, de cu erpo
presente. Desde luego, dir que mi objeto no era conocer
sus ideas o sus juicios s ob re los dem s y sob re s m ism o.
N o me interesaba lo prim ero, y para lo seg undo me bastaba
el silencioso dilogo qu e yo po da renov ar a cualquier h ora
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con el libro que m e lo ha ba revelado.-Zozobra. M s bien
mi curiosidad
de
adolescente quera saciarse con unos cuan tos
datos fsicos, con unas cuantas seas particulares: su estatura,
el co lor de su piel, el tim bre de su vo z, el brillo o la falta de
brillo de sus ojos.
Su cara de un color m oren o claro, y sus gr an de