Capítulo 46. TURISMO. UNA VISIÓN DESDE

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| 730 Capítulo 46. TURISMO. UNA VISIÓN DESDE EL GRADO DE CONCENTRACIÓN TERRITORIAL MUNICIPAL DE LA ACTIVIDAD TURÍSTICA 1 Álvaro López López 2 Nora Leticia Bringas Rábago 3 Introducción E n términos generales, se puede decir que el turismo es un fenómeno sociocultural con fuertes implicaciones territoriales que implica un desplazamiento de ida y vuelta hacia lugares distintos al de residencia habitual, con la recreación como interés primordial. No obstante, hay que reconocer que no existe consenso definitivo sobre este planteamiento (Sharpley, 2011; Tribe, 2006). Aunque la definición pudiera parecer muy sencilla, conceptualmen- te encierra una extraordinaria complejidad, de ahí que el turismo pueda abordarse prácticamente desde cualquier disciplina y desde cualquier perspectiva, siendo la geografía una de las ciencias pioneras (Hiernaux, 2006). La geografía del turismo se ha ido conformando como una subdisci- plina, gracias a sus importantes aportes teóricos y sus estudios empíricos que abordan la relación turismo-espacio (Sharpley, 2011; Hall y Page, 2012; Butler, 2012). Analizar un país como México desde la óptica de la geografía del turismo no solo requiere una reflexión global, sino también conocer las causas y los efectos espaciales del turismo al interior de sus regiones, municipios y localidades. Esto supone desde el reconocimiento de los recursos que sustentan la dinámica turística, hasta los impactos positivos y negativos que el fenómeno del turismo tiene en los ámbitos de inserción, pasando por los análisis de la gestión y planeación de territorios turísticos en función de sus contextos sociopolíticos específicos. A escala mundial hay una fuerte competencia entre continentes y entre países por cap- tar turistas (Jiménez, 2005). Datos de la Secretaría de Turismo (Sectur, 2014a) muestran que durante 2010 y 2011, México ocupaba el décimo lugar mundial en la recepción de turistas in- ternacionales. Para 2012, pese a reportar el mismo número de turistas, el país descendió tres peldaños, con lo que salió de la lista de los diez países más visitados del orbe, para luego, en el 2013, descender dos lugares más (23.7 millones de turistas). Sin embargo, para 2014, la llegada del turismo internacional experimentó una mejora sustantiva y escaló cinco niveles, con lo que nuevamente el país se integró a la lista de los diez primeros lugares mundiales, con 29.2 millones de turistas y un incremento del 20.5% en relación con el año anterior (UN-WTO, 2015). No hay duda de que México tiene un lugar relevante en el contexto internacional del turismo, lo cual se refleja hacia su interior, ya que en 2013 la actividad turística significó el 8.4% del PIB nacional y generó casi el seis por ciento de los empleos directos remunerados, según la Sectur (2014a). México basa su actividad turística en un variado entorno geográfico físico y humano (López y Sánchez, 2007). Entre los recursos naturales de interés turístico destacan los vastos litorales del 1 Agradecemos el apoyo de María de Lourdes Godínez Calderón en el manejo de datos para el desarrollo de la cartografía de este capítulo. 2 Departamento de Geografía Económica, Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México, Circui- to de la Investigación Científica, Ciudad Universitaria, 04510, Coyoacán, México, D. F. Correo electrónico: [email protected] 3 Departamento de Estudios Urbanos y del Medio Ambiente, El Colegio de la Frontera Norte, Tijuana. Correo electrónico: [email protected]

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Capítulo 46. TURISMO. UNA VISIÓN DESDE

EL GRADO DE CONCENTRACIÓN TERRITORIAL

MUNICIPAL DE LA ACTIVIDAD TURÍSTICA1

Álvaro López López2

Nora Leticia Bringas Rábago3

Introducción

En términos generales, se puede decir que el turismo es un fenómeno sociocultural con fuertes implicaciones territoriales que implica un desplazamiento de ida y vuelta hacia lugares distintos al de residencia habitual, con la recreación como interés primordial. No obstante, hay que reconocer que no existe consenso definitivo sobre este planteamiento

(Sharpley, 2011; Tribe, 2006). Aunque la definición pudiera parecer muy sencilla, conceptualmen-te encierra una extraordinaria complejidad, de ahí que el turismo pueda abordarse prácticamente desde cualquier disciplina y desde cualquier perspectiva, siendo la geografía una de las ciencias pioneras (Hiernaux, 2006). La geografía del turismo se ha ido conformando como una subdisci-plina, gracias a sus importantes aportes teóricos y sus estudios empíricos que abordan la relación turismo-espacio (Sharpley, 2011; Hall y Page, 2012; Butler, 2012).

Analizar un país como México desde la óptica de la geografía del turismo no solo requiere una reflexión global, sino también conocer las causas y los efectos espaciales del turismo al interior de sus regiones, municipios y localidades. Esto supone desde el reconocimiento de los recursos que sustentan la dinámica turística, hasta los impactos positivos y negativos que el fenómeno del turismo tiene en los ámbitos de inserción, pasando por los análisis de la gestión y planeación de territorios turísticos en función de sus contextos sociopolíticos específicos.

A escala mundial hay una fuerte competencia entre continentes y entre países por cap-tar turistas (Jiménez, 2005). Datos de la Secretaría de Turismo (Sectur, 2014a) muestran que durante 2010 y 2011, México ocupaba el décimo lugar mundial en la recepción de turistas in-ternacionales. Para 2012, pese a reportar el mismo número de turistas, el país descendió tres peldaños, con lo que salió de la lista de los diez países más visitados del orbe, para luego, en el 2013, descender dos lugares más (23.7 millones de turistas). Sin embargo, para 2014, la llegada del turismo internacional experimentó una mejora sustantiva y escaló cinco niveles, con lo que nuevamente el país se integró a la lista de los diez primeros lugares mundiales, con 29.2 millones de turistas y un incremento del 20.5% en relación con el año anterior (UN-WTO, 2015). No hay duda de que México tiene un lugar relevante en el contexto internacional del turismo, lo cual se refleja hacia su interior, ya que en 2013 la actividad turística significó el 8.4% del PIB nacional y generó casi el seis por ciento de los empleos directos remunerados, según la Sectur (2014a).

México basa su actividad turística en un variado entorno geográfico físico y humano (López y Sánchez, 2007). Entre los recursos naturales de interés turístico destacan los vastos litorales del

1 Agradecemos el apoyo de María de Lourdes Godínez Calderón en el manejo de datos para el desarrollo de la cartografía de este capítulo.

2 Departamento de Geografía Económica, Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México, Circui- to de la Investigación Científica, Ciudad Universitaria, 04510, Coyoacán, México, D. F. Correo electrónico: [email protected]

3 Departamento de Estudios Urbanos y del Medio Ambiente, El Colegio de la Frontera Norte, Tijuana. Correo electrónico: [email protected]

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Pacífico y Atlántico, plagados de famosas playas en la deno-minada “Riviera Mexicana” (de Puerto Vallarta a Bahías de Huatulco) y las costas de la Región Caribe Norte de Quin-tana Roo (desde Isla Mujeres hasta Tulum, abarcando desde luego Cancún, Cozumel y la “Riviera Maya”), así como las costas del Pacífico peninsular mexicano; extraordinarios paisajes de montaña, selváticos, desérticos y subterráneos; y una enorme cantidad de balnearios de interior, muchos de ellos asociados a la geotermia del país (López y Sánchez, 2007).

En relación con los aspectos culturales, son relevantes las famosas zonas arqueológicas, sobre todo las mesoame-ricanas; importantes localidades de gran valor patrimonial religioso y civil de las épocas colonial, independiente y con-temporánea; además de múltiples eventos masivos como ferias, fiestas y festivales, muy vinculados a la tradición reli-giosa, industrial, ganadera y de encuentro de grupos socia-les, entre otros (López y Sánchez, 2007).

Aunque hay sitios que con solo poseer alguno de los atributos señalados pueden generar una atracción turística, lo común es que los espacios turísticos combinen al menos dos o más aspectos de orden natural o cultural, o de am-bos. Además, para que un espacio poseedor de atractivos pueda conformarse como lugar turístico, debe contar con una infraestructura mínima que permita a los viajeros des-plazarse y pernoctar, así como una organización política, social y económica que propicie las condiciones favorables al hecho turístico.

En este contexto, el objetivo de este capítulo es brindar un panorama espacial del turismo en México. Se empleó un cociente de localización (CL), denominado Grado de Con-centración Territorial Municipal de la Actividad Turística (GCTMAT; López y Sánchez, 2007), a fin de poder distinguir los espacios turísticos más destacados y, con ello, recono- cer los principales patrones de distribución, con lo que se reveló la importancia de los espacios turísticos de litoral, de la frontera norte y el de interior, estrechamente vinculado con un turismo de tipo cultural.4

4 Sin duda, el turismo cultural también está presente en el turismo litoral y fronterizo, pero los autores decidieron analizar por sepa-rado estos tipos de turismo, dado que en estos espacios la dinámica turística está más expuesta a influencias externas que el turismo al interior del país, en donde se puede apreciar un mayor equilibrio de fuerzas.

Grado de Concentración Territorial Municipal de la Actividad Turística (gctmat)

El grado de concentración territorial municipal de la activi-dad turística (GCTMAT) se basa en un cociente de localiza-ción (CL), definido por Carrera et al. (1993:80) como:

Uno de los métodos estadísticos más sencillos para conocer el

grado de especialización de una unidad espacial con respecto

a otra más amplia (por ejemplo, unidades provinciales con

respecto al conjunto nacional) es el llamado cociente de lo-

calización. […] este índice ha sido uno de los que han tenido

una mayor difusión, no sólo en los estudios de Geografía In-

dustrial, sino en todos los aspectos de la Geografía Económi-

ca, siempre que se pretende conocer la magnitud de un hecho

localizado en una unidad territorial determinada, poniéndolo

en relación con el volumen alcanzado por ese mismo fenóme-

no en un contexto espacial más amplio.

El GCTMAT se refiere al desempeño económico de los negocios turísticos (hospedaje, restaurantes y bares) en un municipio, en términos de oferta de empleo e ingresos, en comparación con el promedio nacional de los mismos indi-cadores; es decir, la importancia que tiene el turismo de un municipio tanto a su interior como en el contexto nacional. Este cociente se aplicó a todos los municipios del país en cuatro momentos distintos, correspondientes con los censos económicos de 1994, 1999, 2004 y 2009 del Inegi (1994, 1999, 2004 y 2009). Una vez obtenidos los resultados, se clasificó a los municipios en los rangos “muy alto”, “alto”, “medio alto”, “medio bajo”, “bajo” y “muy bajo”. De ellos, solo se seleccionaron los primeros 126, que fueron los que tuvieron los tres primeros niveles (“muy alto”, “alto”, “me-dio alto”), (Figura 1). Los municipios con un GCTMAT rele-vante también pueden ser agrupados espacialmente en fun-ción de la siguiente clasificación:

1. Los costeros, que en su mayoría han conformado co-rredores turísticos (lo que evidencia que el modelo de sol, playa, mar y resorts sigue siendo central a la eco-nomía turística de México), como Solidaridad (Playa del Carmen), Benito Juárez (Cancún), Los Cabos, Puerto Vallarta, Bahía de Banderas, Zihuatanejo, Acapulco y Santa María Huatulco.

2. Los fronterizos, como Tijuana y Juárez, cuya dinámica está directamente relacionada con circunstancias socioe-conómicas generadas en los Estados Unidos de América.

3. Las entidades municipales pertenecientes a las gran-des áreas metropolitanas del país, cuya infraestructura turística es concomitante con su importancia económica

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global, como las delegaciones Cuauhtémoc, Miguel Hi-dalgo y Benito Juárez, en la ZMCM, Monterrey (ZMM) y Zapopan y Guadalajara (ZMG).

4. Municipios centrales de zonas metropolitanas menores, en los que se sitúa la ciudad más importante o que da origen a una zona metropolitana (Sedesol-Conapo-Inegi, 2012) y por lo mismo concentran gran parte de la infraestructu-ra y equipamiento turístico necesario para atraer flujos de visitantes. Muchos de estos municipios cuentan con una gran riqueza histórico-cultural o han tenido una econo-mía minera, agrícola o industrial que ha transitado hacia el turismo durante el proceso de “terciarización”, como Guanajuato, León, San Miguel de Allende, Morelia, Pue-bla, Tlaxcala, Oaxaca, Mérida y Zacatecas.

5. Municipios con localidades que transitan entre lo rural- urbano y lo rural, que no necesariamente son muy reco- nocidos en el ámbito nacional pero cuya economía interna depende en gran parte del turismo. Es el caso de los “Pueblos Mágicos” (como Huasca de Ocampo, Ma-zamitla, Loreto, Real de Catorce, San Cristóbal de las Casas, Valle de Bravo, Tecate, Capulálpam de Méndez); de localidades con balnearios muy populares (como Ix-tapan de la Sal o Yautepec) y de costosas exhaciendas henequeneras en municipios como Tinum y Santa Elena.

Turismo litoral: ejemplo de una masificación costera inviable

El turismo como actividad humana supone el desplazamien-to de personas a sitios cercanos o lejanos. Entre las preguntas que hace la Geografía están: ¿qué condiciones permitieron a esas personas llegar a un sitio determinado, y qué medios de transporte utilizaron? A nivel mundial, el turismo fue relati-vamente limitado cuando los transportes eran lentos y costo-sos, la gente disponía de menos tiempo libre y no tenía dere-cho a vacaciones con sueldo. Por otra parte, la promoción o el marketing de nuevos lugares a visitar eran poco sofisticados y no despertaban suficientemente el interés de los vacacionis-tas. A medida que estos factores de consumo turístico se fue-ron desarrollando, fue creciendo el interés por abrir espacios al turismo, sobre todo en los litorales (Vera, 1997).

En este contexto, algunas localidades mexicanas, como Ensenada, La Paz, Mazatlán, Puerto Vallarta, Man-zanillo, Acapulco, Veracruz y Cozumel, tuvieron entre los años treinta y sesenta del siglo XX una actividad turística que fue transitando de casi incipiente a moderada, e in-cluso masificada. En la dinámica del turismo moderno en México, el turismo litoral respondió más a iniciativas pri-vadas (en especial internacionales, o nacionales alejadas

de los espacios turísticos) que a una planeación inducida por el Estado, y la intervención del gobierno se fue dando de manera tangencial o correctiva cuando se evidenciaban los efectos negativos de una ocupación intensiva (Carras-cal, 1975; García 1979).

Aunque el turismo litoral masificado ya se revelaba en los años sesenta en México, sobre todo en Acapulco como centro turístico internacional (Carrascal y Villegas, 1998), no se institucionalizó de manera contundente sino hasta los años setenta, entre otras razones debido a dos condiciones coincidentes en el tiempo: la apertura al turismo europeo y norteamericano de nuevos espacios cada vez más alejados en los litorales tropicales del mundo, y la abundante dispo-nibilidad de esos espacios en los litorales mexicanos,5 como consecuencia del aumento de la migración campo-ciudad que acompañó a la concentración económica industrial y la consolidación de las actividades terciaras.

El gobierno mexicano vio en el turismo una oportuni-dad de fomentar el desarrollo social y terminar con las con-diciones de marginación de ciertos espacios “periféricos”, aprovechando su abundante patrimonio natural y cultural. Así, desde fines de los años sesenta e inicios de los setenta, se adoptó el planteamiento teórico-espacial francés de los “polos de desarrollo” como argumento para crear los “polos de desarrollo turístico”, y así dirigir grandes inversiones fe-derales al litoral a cambio de las expectativas del desarrollo regional, la captación de divisas y la generación de empleos (Carrascal, 1975; García, 1979; López et al., 2006).

Uno de los primeros problemas que hubo que enfrentar para poder poner en marcha el modelo de los denominados Centros Integralmente Planeados (CIP) (los cuales contem-plaban la posesión de terrenos por parte de extranjeros en la franja litoral) fue de tipo legal, ya que la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo 27 decía y dice que “En una faja de cien kilómetros a lo largo de las fronteras y de cincuenta en las playas, por ningún motivo podrán los extranjeros adquirir el dominio directo sobre tierras y aguas” (Cámara de Diputados, 2015: s/p). Para sortear esta situación, el gobierno federal creó en 1974 los Fideicomisos Turísticos que aseguraban la permanencia de los capitales extranjeros, los cuales no tardaron en co-menzar a llegar (López et al., 2006).

La creación de los polos de desarrollo turístico CIP ha conducido a la urbanización de nuevos espacios y a la cons-trucción de puertos aéreos y terrestres, hoteles, campos de

5 En el modelo evolutivo de Gormsen de cuatro espacios litorales ocupados sucesivamente en la expansión de la actividad turística, México pertenece a la “Periferia IV” (en Callizo, 1991).

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golf, infraestructura eléctrica, agua potable y drenaje, entre otras cosas, con dinero federal, pero también con préstamos provenientes de organismos internacionales interesados en crear infraestructura básica para el arribo de capitales tras-nacionales cada vez más consolidados en los segmentos del transporte, hospedaje y turoperadoras (García, 1979).

Los primeros CIP fueron Cancún e Ixtapa-Zihuatanejo (1974), Los Cabos (1976), Loreto (1980) y Huatulco (1985), (Sectur-Fonatur, s/f). En un principio, estos centros tu-rísticos estuvieron principalmente en manos de corpora-tivos internacionales que dirigían sus servicios a turistas de altos ingresos (especialmente visitantes extranjeros). No obstante, al igual que ocurrió con los centros turísticos litorales tradicionales, estos destinos terminaron siendo reemplazados por otros de moda, por efecto de la estan-darización de la oferta y la demanda en México y en el mundo (López et al., 2006).

A medida que esto ocurre, de acuerdo con los mo-delos de Gormsen (en Callizo, 1991) y Butler (1980), los capitales foráneos y los turistas de mayor capacidad ad-quisitiva van migrando a los nuevos espacios de moda y dejando su lugar a los capitales regionales y a los turistas de menor poder adquisitivo, lo cual resulta en la masifi-cación de los espacios. Los efectos de este fenómeno son, entre otros: una migración creciente y descontrolada de “paracaidistas” que suelen formar amplios cinturones de pobreza en torno a las áreas de ocupación turística, un incremento de la contaminación por el uso intensivo de tierras y aguas costeras debido a la saturación de la capaci-dad de carga turística, y un incremento extraordinario del trabajo y el comercio informal.

Si bien es cierto que los CIP han supuesto la entrada masiva de divisas a México y han sido fuente importante de empleo para miles de personas de las localidades cir-cunvecinas y para los migrantes que ahí se han establecido, en términos generales se puede considerar que la intención del desarrollo regional no se ha logrado. En primer lugar porque, en su gran mayoría, los empleos son de jerarquías muy bajas y no ofrecen las condiciones mínimas para el ascenso social, y en segundo lugar porque con frecuencia quienes captan las divisas son los corporativos nacionales y multinacionales que suelen no reinvertirlas en el mismo lugar, sino repatriarlas a las sedes de las empresas inver-sionistas. Además, la recepción de divisas no compensa el enorme gasto de los gobiernos municipales y estatales en el mantenimiento de infraestructura y servicios urbanos que, si bien benefician a la población local, también son de uso turístico (Ibid.).

Además de estos aspectos que apuntan a la inviabilidad del turismo litoral a partir de grandes centros turísticos, es

pertinente señalar que la teoría de los polos de desarrollo en la que se sustentan los CIP depende de la noción de la fric-ción del espacio, idea que ha sido superada. Como señala Hiernaux (1989), en un mundo globalizado la idea de que la distancia impone límites de actuación a las actividades económicas y que los territorios circundantes a los polos de desarrollo pueden brindar servicios a menor costo que los obtenidos de sitios lejanos (García, 1979) no tiene aplica-ción en el caso del turismo, cuyos flujos se mantienen en una red muy cerrada.

La apuesta de México a los polos de desarrollo tu-rístico se dio en un momento en el que la revolución del transporte, las comunicaciones y los servicios financieros (así como la consolidación de grandes corporaciones trans-nacionales) habían superado las limitaciones que oponía al turismo el espacio continuo, y tanto los turistas como las mercancías y la información podían circular rápidamente. De este modo, la actividad turística, a excepción de la mano de obra, pudo prescindir de las relaciones con la región de inserción (Hiernaux, 1989).

No obstante que la literatura académica mexicana e in-ternacional ha demostrado repetidamente que este modelo de turismo litoral masivo ha tenido predominantes efectos negativos, después de los cinco primeros CIP la Sectur, a tra-vés del Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur), continuó con la tarea de fomentar la creación de otros. Es el caso del “CIP Nayarit” y su corredor turístico Bahía de Banderas-Compostela, inaugurado en 2005 (Sectur-Fonatur, s/f), y del recientemente proyectado “CIP Playa Espíritu” en el sur de Sinaloa, antes denominado “CIP Costa Pacífico”.

El aumento de la preocupación por el medio ambien-te ha llevado a Fonatur a presentar como sustentables a los nuevos CIP. Sin embargo, el modelo sigue siendo esen-cialmente el mismo y, por lo tanto, es de esperarse que el turismo genere lo ya conocido: lugares estandarizados, de-pendientes y expuestos a contingencias del exterior, como la del virus de la influenza H1N1 en 2009, cuando gran can-tidad de visitantes cancelaron sus visitas ante el temor de un eventual contagio, en detrimento de la economía de los lugares dependientes del turismo. La enorme dependencia del turismo y la poca diversificación de su economía hace a los espacios turísticos altamente vulnerables.

Como se ha visto, la política del turismo en México ha impulsado notablemente los litorales por encima de otros tipos de espacios, y son estos lugares los que han alcanzado los niveles más altos del GCTMAT en los últimos cuatro cen-sos económicos (Inegi 1994, 1999, 2004 y 2009), lo cual repercute en su estructura económica e influye en el con-texto nacional (Figura 1). El primer lugar nacional es Soli-daridad (Playa del Carmen, “Riviera Maya”) y el segundo

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Benito Juárez (Cancún), pertenecientes ambos a la Región Caribe Norte (Gobierno del Estado de Quintana Roo, 2010). El tercer puesto lo tienen Los Cabos (donde dominan Cabo San Lucas y San José del Cabo), seguidos de Bahía de Ban-deras, Puerto Vallarta, Acapulco, Zihuatanejo y Huatulco en los lugares cuarto al octavo, respectivamente, todos ellos parte de la Riviera Mexicana. Finalmente, los sitios nove-no y décimo los ocupan Tulum (integrante de la “Riviera Maya” y de reciente constitución como municipio) y Co-zumel, ambos integrantes de la Región Caribe Norte, y en el undécimo lugar se encuentra Mazatlán, localizado en las costas del Golfo de California.

Además de los señalados, existen otros espacios lito-rales no menos relevantes en la estructura del turismo en México, algunos de ellos independientes de los CIP, como el corredor turístico Tijuana-Rosarito-Ensenada y Puerto Peñasco. No obstante, es un hecho que los nuevos espacios turísticos surgen a partir de la fuerte inercia de crecimien-to de los CIP tradicionales. La zona costera al norte y sur de Cancún, en toda la denominada Región Caribe Norte, es el espacio que presenta el mayor ritmo de crecimiento del GCTMAT, seguido de las nuevas áreas turísticas en uno y otro sentido del Acapulco tradicional. Otros casos son la ex-tensión de Veracruz hacia Boca del Río, las nuevas áreas al norte y sur de Mazatlán, los nuevos espacios en las proximi-dades de Los Cabos y las costas al norte de Puerto Vallarta.

Turismo fronterizo: la colindancia como atractivo

Históricamente, la frontera México-Estados Unidos ha sido un espacio de gran interacción. Esta región alberga aproxi-madamente a 21.2 millones de habitantes, lo que representa 17.9% de la población total del país. En términos económi-cos, esta región genera 22.5% del PIB nacional, destacan-do por su importancia y dinamismo el sector terciario o de servicios, que absorbe alrededor de 62% de la población ocupada en la región (Inegi, 2013 y 2014). La línea que di-vide a México y a Estados Unidos se extiende a lo largo de poco más de 3 000 kilómetros y pasa por seis estados: Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, con 276 municipios en su conjunto, de los cua-les solo 38 son contiguos a la línea divisoria internacional (Inegi, 2013).

Los estados de la frontera norte son de los más exten-sos del país; abarcan el 40% de la superficie del territorio nacional y concentran casi la tercera parte de sus costas (28%). Esto se traduce en una gran variedad de ecosiste- mas naturales, desde desiertos y bosques, hasta playas y

montañas, y una gran diversidad de paisajes y climas, flora y fauna, lo que, aunado a una gran riqueza cultural e histó-rica, convierten a esta región en un destino propicio para el desarrollo del turismo (Bringas, 2004). El interés que repre-senta la frontera como espacio de atracción para el turismo está estrechamente relacionado con la gran carga simbóli-ca de la frontera en el imaginario de quienes la viven y la visitan (Timothy, 1995, 2001 y 2006; Wachowiak, 2006 y 2011).

Los desplazamientos hacia ambos lados de la frontera son prácticas tan cotidianas que a veces pasan inadvertidas y ni siquiera se racionalizan como viajes turísticos, sobre todo por la estancia tan corta en el país visitado (Bringas, 2005). Durante 2012 las ciudades de la frontera norte re-cibieron 46.8 millones de excursionistas y 9.4 millones de turistas, siendo Tijuana la principal receptora de estas corrientes (32%), seguida de Ciudad Juárez (15%), Mexi- cali (8.5%) y Nuevo Laredo (8%), (Banxico, 2013).

En términos generales, en la frontera confluyen los vi-sitantes de día y los turistas. Según las NU-OMT (2010), los primeros solo permanecen algunas horas en el destino, y los últimos necesariamente tienen que pernoctar. No obs-tante, fue hasta 1994 que en México se reconoció oficial-mente al fronterizo como segmento del turismo internacio-nal y que, a partir de las recomendaciones realizadas por las NU-OMT se hizo visible su relevancia (Bringas, 2005).

En general, se observa que los dos únicos municipios de la frontera norte que registran un GCTMAT de alta espe-cialización turística (por encima de la media nacional) son Tijuana y Ensenada, Baja California. El resto de los munici-pios de este estado presentan un GCTMAT medio-alto (Mexi-cali, Tecate, Playas de Rosarito), al igual que Ciudad Juárez, Nogales, Matamoros y Nuevo Laredo, aunque estos últimos presentaron una menor concentración de la actividad turís-tica, y en las demás localidades la actividad turística no es importante (Figura 1).

No obstante, el turismo fronterizo no es un fenómeno nuevo en México. No es aventurado decir que se originó prácticamente al mismo tiempo que se estableció la fron-tera geopolítica entre ambos países, si bien despegó hasta ya entrado el siglo XX, cuando los movimientos moralistas que estremecieron a todo Estados Unidos alcanzaron su momento cumbre con la prohibición en los años veinte de los juegos de azar y la producción y venta de alcohol. De este lado de la frontera, la respuesta al decreto de la Ley Volsted o Ley Seca fue el surgimiento de establecimientos dedicados a su venta en las principales ciudades (Verduzco et al., 1995).

Los empresarios estadounidenses vieron en la frontera mexicana la posibilidad de invertir en rubros considerados

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ilícitos en su país, y algunas ciudades fronterizas, empe-zaron a cargarse de un estigma negativo como “ciudades pecadoras”, “pozos del mundo” y otros apelativos peyora-tivos, generalmente asociados con actividades consideradas perniciosas, como la prostitución y los juegos de azar. Estos sucesos marcaron el inicio de la expansión urbana y turís-tica en esta región, y su inherente crecimiento poblacional (Demaris, 1970; Curtis y Arreola, 1991; Arreola y Curtis, 1993; Verduzco et al., 1995).

Desde entonces, los pequeños poblados fronterizos em-pezaron a cambiar su fisonomía y de pequeños asentamientos se fueron transformando en ciudades, experimentando una “terciarización” de su economía, entre otras cosas debido a la creación de infraestructura y prestación de servicios turís-ticos (Arreola y Curtis, 1993; Verduzco et al., 1995; Bringas y González, 2003). En los años sesenta se impulsó también la industria maquiladora en la región. A esta industria y al turismo se les atribuye el dinamismo y crecimiento econó-mico que empezó a experimentar la región, la cual en forma gradual fue dejando atrás la imagen negativa con la que ori-ginalmente se le identificaba. A partir de estos pueblos “pol-vorientos” –apelativo común en la literatura anglosajona– se registró un creciente proceso urbano, a tal grado que la mayor parte de los asentamientos humanos a lo largo de la frontera son más grandes del lado mexicano que “del otro lado”, salvo Tijuana-San Diego (Verduzco et al., 1995).

Actualmente, existen ciudades con mayor tradición tu-rística, como Ciudad Juárez y Tijuana; esta última considera-da la ciudad más importante de la frontera norte, no solo por su oferta de servicios y atractivos, sino también por el volu-men e intensidad de los cruces que registra, lo que la llevado a ganarse el mote de “la ciudad más visitada del mundo” (Brin-gas, 2005). Esto se explica en parte por su colindancia con California, uno de los estados más ricos de Estados Unidos, y uno de los principales emisores de turismo a México (junto con Texas), que además tiene una gran proporción de pobla-ción de ascendencia mexicana, que es el principal compo-nente de las corrientes turísticas hacia nuestro país (Bringas y González, 2003; Bringas, 2005). Pese a que actualmente proyecta una mala imagen por la inseguridad y la violencia, Ciudad Juárez ha vivido mejores épocas sin duda, sobre todo en las últimas dos décadas, a partir del control de los cárteles de la droga y los feminicidios (Monárrez, 2012). Estos suce-sos ahuyentaron los flujos de visitantes, que pasaron de 22.8 millones en 2000, a 8.3 millones en 2012 (Banxico, 2013).

Los visitantes estadounidenses han tenido una impor-tancia histórica para el turismo de la frontera norte, tanto en términos de consumo como en la estructuración de las lógicas y dinámicas de integración de los productos turís-ticos locales y regionales. Independientemente de la fuerza

y del posicionamiento de algunos segmentos turísticos, el visitante estadounidense es la fuente primordial del turismo en esta importante región, y es el grupo de población (his-pana o mexicoamericana) más leal e importante del mer-cado turístico, no solo de la frontera, sino del país (Bringas, 2004 y 2005).

En todas las ciudades fronterizas, la oferta turística ha sido estructurada en función de estos visitantes, incluyen-do la venta de productos nacionales y de souvenirs, la gas-tronomía, la asistencia a eventos culturales o artísticos, la atención médica y el entretenimiento para jóvenes (Bringas, 2004; Bringas y Ramos, 2008).

Quizá el segmento más conocido del turismo urbano fronterizo sea el de los jóvenes que asisten a divertirse en los múltiples establecimientos nocturnos en las principales ciudades mexicanas, aprovechando las diferencias en la ma-yoría de edad entre los dos países,6 aunque en los últimos años este flujo de visitantes disminuyó drásticamente, sobre todo a partir de los ataques de septiembre de 2011 en Nueva York y otras ciudades, suceso que no solo generó un mayor control en las fronteras y un aumento considerable en los tiempos de espera para cruzar, sino agudizó notablemente la inseguridad y la violencia en estas ciudades (Bringas y Verduzco, 2008).

Otro segmento importante que no es nuevo, pero en los últimos años ha cobrado gran importancia, es el turis- mo de salud. Los principales destinos nacionales del turismo médico se ubican en los estados de la frontera norte, siendo las ciudades de Tijuana, Mexicali, Ensenada, Playas de Ro-sarito, Tecate, Ciudad Juárez, Reynosa, Matamoros y Nuevo Laredo, las que sobresalen por ofrecer las especialidades de mayor demanda (ProMéxico, 2014). El estado de Baja Cali-fornia cuenta con el mayor número de clínicas y hospitales orientados a la exportación de servicios de salud: son trece establecimientos de este tipo, la mayoría en Tijuana y el res-to en Mexicali. En este último municipio se ubica un peque-ño poblado llamado Los Algodones que vive prácticamente de ofrecer servicios dentales especializados para el mercado estadounidense (Bringas, 2004).

Si bien la frontera norte no se ha caracterizado por ser un destino típico de sol y playa, prácticamente durante los fines de semana de todo el año, y principalmente en vaca-ciones de verano e invierno, las playas del Corredor Costero Tijuana-Rosarito-Ensenada (Cocotren) y San Felipe, en Baja California, y Puerto Peñasco, en Sonora, reciben un volu-men considerable de visitantes internacionales, lo cual se

6 En México la mayoría de edad es a los 18 años, mientras que en Estados Unidos es a los 21 años.

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observa también en menor medida en Playa Bagdad, en Ma-tamoros, Tamaulipas (Bringas, 2004).

Si bien en el Cocotren no existe la tradicional oferta de torres de hoteles en los frentes de mar, y su equipa-miento turístico es deficiente, hay toda una gama de de-sarrollos inmobiliarios de segundas residencias para ex-tranjeros con espacios para casas móviles (trailer parks) y condominios de tiempo compartido y viviendas perma-nentes (Bringas, 2002).

Los segmentos de turismo de negocios, cultural y de naturaleza son una constante en la mayoría de las ciudades fronterizas. En aquéllas que no cuentan con atractivos de playa, como Tecate y el Valle de Guadalupe, en Baja Califor-nia, Nogales, en Sonora, Piedras Negras, en Coahuila, Ciu-dad Juárez, en Chihuahua, y Reynosa y Nuevo Laredo, en Tamaulipas, el turismo ha creado sinergias con otros even-tos vinculados con las peculiaridades históricas y los usos y costumbres de cada localidad (Bringas, 2004).

Un ejemplo es el turismo enológico y gastronómico, que ha cobrado fuerza en Baja California para posicionar sobre todo a Tijuana y a Ensenada como destinos gourmet en los que la cerveza artesanal y la ruta del vino en el Valle de Guadalupe –con sus famosas fiestas de la vendimia– han ganado notoriedad internacional, y cada año atraen a un mayor número de visitantes (Quiñónez et al., 2012).

Para otros segmentos del turismo alternativo, como el ecoturismo, son de interés los atractivos naturales en las in-mediaciones de las ciudades fronterizas. Los productos tu-rísticos que se generan en zonas rurales, áreas protegidas y comunidades indígenas son importantes fuentes de ingreso que contribuyen a diversificar las actividades económicas (Bringas, 2004).

Por último, otro segmento importante en el este de la frontera es el turismo cinegético o de caza deportiva, acti-vidad regulada por Ley General de Vida Silvestre. Destacan los estados fronterizos de Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua y Sonora por su riqueza natural y su cultura de caza furtiva de larga tradición histórica (Sectur, 2002a). De 72 967 ca-zadores registrados en 2010 ante la Semarnat (2010), 41% se concentraba en estos estados. Aunque es un segmento controversial y poco estudiado, esta actividad genera impor-tantes ingresos a las comunidades donde se lleva a cabo.7

En suma, la frontera norte es sin duda una de las regio-nes turísticas más importantes del país. Durante 2013 cap-tó 75.8% de los visitantes internacionales que ingresaron

7 Durante 2010 solamente por la compra de cintillas o permisos se generaron 9 millones de pesos, sin considerar los gastos generados por alojamiento y alimentación en los destinos (Semarnat, 2010).

al país (77 821.5 millones), aunque el porcentaje de divisas captadas fue de solo 16% del total nacional (2 280 millones de dólares; Sectur, 2014a). A pesar de la poca atención y el poco apoyo a la inversión destinados al turismo fronterizo en México, esta región es de las más dinámicas del país y ha demostrado, una y otra vez, que puede superar las cri-sis económicas de los últimos años, por lo que es necesario implementar estrategias de política turística que permitan potenciarla en toda su magnitud.

Turismo y cultura al interior del país: de los espacios metropolitanos a los rurales

Los conceptos de turismo cultural y patrimonio tienen una relación estrecha y han evolucionado en el mismo sentido: el patrimonio, de comprender bienes materiales o tangibles en los años setenta del siglo XX, en los noventa incorporó lo in-tangible: tradiciones, saberes, expresiones y conocimientos transmitidos oralmente de generación en generación, acor-des con grupos sociales específicos (Icomos, 1976 y 1999). Por su parte, el turismo cultural, de ser concebido como “la forma de turismo cuyo objetivo es el descubrimiento de monumentos y sitios” (Icomos, 1976: s/p), en México se ha definido recientemente como

aquel viaje turístico motivado por conocer, comprender y

disfrutar el conjunto de rasgos y elementos distintivos,

espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que carac-

terizan a una sociedad o grupo social de un destino especí-

fico (Sectur, 2002b:4).

El estigma del turismo como portador de impactos nocivos en los destinos visitados se ha ido revirtiendo gra-dualmente para dar lugar a una imagen más positiva en la que éste se enarbola para conservar, revitalizar y revalorar el patrimonio histórico-cultural, cuya comercialización lo transforma en producto turístico que genera beneficios eco-nómicos (De la Calle y García, 1998; Tresserras y Mata-mala, 2005). En este orden de ideas es posible señalar que “el creciente énfasis sobre el patrimonio incita a la recrea-ción del sentimiento de identidad, reforzando la percepción de la heterogeneidad cultural como valor” (Aguilar et al., 2003:164).

El turismo cultural está presente en casi todo tipo de es- pacios en México, desde las grandes metrópolis hasta los espacios rurales asociados a áreas naturales protegidas, don-de están presentes amplias gamas de prácticas turísticas, desde el turismo altamente masificado, hasta el sostenible.

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A pesar del rico pasado histórico y la enorme diversidad del patrimonio cultural de México, los organismos oficiales de turismo le han apostado más al modelo de sol y playa. Sin embargo, los cambios en la demanda han obligado a diversi-ficar la oferta de productos turísticos, incorporando segmen-tos que no habían sido puestos en valor para el turismo. Si bien los centros históricos de cada una de las grandes áreas metropolitanas de México ya venían incorporándose más de-cididamente a la actividad turística, a partir de la década de los noventa la Sectur empezó a incorporar en sus programas a los centros históricos de ciudades coloniales y localidades rurales antes ignorados.

Durante la administración de Pedro Joaquín Coldwell como secretario de turismo (1989-1993) se creó el progra-ma Ciudades Coloniales, el cual se fortaleció gracias a la ex-posición de arte itinerante Treinta Siglos de Esplendor Cul-tural de México que mostró en las ciudades de Nueva York, Los Ángeles y San Antonio la diversidad cultural de México y sirvió de escaparate para promover la enorme riqueza de la cultura mexicana (Joaquín, 1992). Siguiendo esta tendencia de reconocer y apoyar la multiplicidad de manifestaciones culturales vivas del país y su cosmogonía, en 2001, siendo secretaria de turismo Leticia Navarro, se creó el Programa Pueblos Mágicos, mismo que se ha mantenido hasta la fecha con algunos ajustes (Sectur, 2001 y 2014b).

El interés del gobierno por gestionar el patrimonio histórico-cultural y natural y ponerlo en valor para el mer-cado turístico tiene como trasfondo dejar de lado la noción de que el patrimonio es un recurso improductivo. Si bien es cierto que su carga simbólica fortalece la identidad de los pueblos y genera una recreación nostálgica del pasado (Aguilar et al., 2003:171), al mismo tiempo puede conver-tirse en factor de desarrollo mediante su puesta en valor como producto turístico.

El turismo pone en el escaparate ciudades y pueblos que en épocas pasadas tuvieron gran relevancia por su ac-tividad económica, como son los centros de las antiguas ciudades, los viejos pueblos mineros, y los sitios religiosos y artesanales. Si bien se ha dicho que la promoción de la riqueza cultural y natural de tales sitios (y el “aburgue-samiento” que suele acompañarla) supone la pérdida de sus tradiciones, autenticidad y naturalidad (Aguilar et al., 2003; Hernández, 2009), también se sabe que los planes de manejo rigurosos y sometidos a escrutinio permanente pueden contribuir a la conservación de la herencia cultu-ral que poseen, fortaleciendo un sentimiento de orgullo y un sentido de pertenencia. En este sentido, el patrimonio, además de su valor cultural y simbólico, adquiere un valor adicional de rentabilidad económica que puede ayudar a la población a mejorar sus condiciones de vida (Aguilar et al.,

2003; Tresserras y Matamala, 2005; Chevrier y Clair- Saillant, 2006).

Grandes áreas metropolitanasEl turismo de las tres grandes metrópolis de México (la ZMCM, la ZMG y la ZMM) es sin duda alguna el más consis-tente y antiguo del país. Por su importancia económica y política, a estas ciudades arriban constantemente visitantes en tránsito con múltiples fines.

En la actualidad, estas complejas ciudades funcionan como centros financieros, culturales, religiosos, educativos, empresariales y políticos, y cuentan con la más extensa in-fraestructura de apoyo al turismo, como aeropuertos de al-cance internacional, grandes centrales de autobuses con conexiones de cobertura nacional e internacional, extensos sistemas de transporte que conectan su interior con el ámbito regional, una consolidada y abundante planta hotelera que incluye diversos establecimientos de hospedaje (desde casas de huéspedes hasta los grandes corporativos multinacionales) y numerosas empresas turoperadoras (Propin et al., 2004).

El hecho de que estas grandes ciudades sean el resul-tado de un conglomerado de varias localidades importantes antes dispersas, supone la presencia en un solo ámbito ur-bano de múltiples centros históricos y un extenso inventa-rio patrimonial que, por su número, no tiene parangón en México. Al mismo tiempo, la relevancia de estas ciudades se expresa en su gran cantidad de museos, teatros, cines, restaurantes, universidades, foros para espectáculos masi-vos, centros deportivos y centros de convenciones, solo por mencionar alguna infraestructura que atrae a los turistas procedentes de distintas partes de México y el mundo.

Pese a que estas ciudades son verdaderos nodos del turis-mo nacional y extranjero, sus municipios o delegaciones no califican muy alto en la clasificación del GCTMAT (Figura 1). Ninguna de ellas son de nivel “muy alto”, y solo las delega-ciones Cuauhtémoc y Gustavo A. Madero del Distrito Fede-ral, los municipios de Guadalajara y Zapopan de la ZMG, y el municipio de Monterrey, tienen un nivel “alto”; el resto de los municipios de las tres zonas metropolitanas tienen un grado “medio alto” o menor.

La razón de que las grandes metrópolis de México no estén a la cabeza del GCTMAT es que el turismo es solo una parte de un gran conjunto económico muy diversificado que incluye industrias agroalimentarias, de manufacturas y pe-sadas, comercio, servicios financieros, educativos, y guber-namentales. En contraste con esto, las entidades con GCT-MAT “muy alto” son sumamente dependientes del turismo, y su desarrollo está expuesto a las contingencias políticas, económicas, y sanitarias del exterior. Un caso notable es el ya citado de los ataques a Nueva York y otras ciudades

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estadounidenses en septiembre de 2011, hecho que derivó en una menor afluencia de turistas de ese país hacia México. Los primeros espacios que resintieron estos cambios fueron los litorales.

Municipios centrales de zonas metropolitanas menores Al igual que las zonas metropolitanas, las ciudades meno-res son polifuncionales y tienen una economía diversifica-da, pero orientada hacia los servicios y el turismo. Muchas de las ciudades en esta categoría tienen un pasado glorioso, anclado en la época colonial, lo que se refleja en la riqueza y variedad de su patrimonio cultural. Algunas de ellas fue-ran declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad, como Guanajuato, Morelia, Oaxaca, Puebla, Querétaro, San Mi-guel de Allende y Zacatecas. Con excepción de Guanajuato y Querétaro, que tienen un GCTMAT “medio-alto”, las de-más ciudades muestran una mayor dependencia del turismo y tienen un GCTMAT “alto” (Figura 1).

Otras ciudades forman parte de la ruta llamada “Ca- mino Real de Tierra Adentro”,8 también conocido como Camino de la Plata o Camino de Santa Fe, que inicia en la Ciudad México, llega al norte del país e incursiona hasta Santa Fe, en Nuevo México (Gómez, 2012; UNesCO, 2015). Gran parte de estas ciudades tienen una historia basada en la bonanza minera y agrícola de la época virreinal y posterior-mente, gracias a la puesta en valor de su riqueza histórico- cultural, han logrado revitalizar sus economías y han ex-perimentado una “terciarización”, lo que se refleja en un GCTMAT “medio-alto”. En esta categoría están, entre otras, Aguascalientes, Chihuahua, Durango y San Luis Potosí.

Los sitios inscritos en la lista de patrimonios de la hu-manidad adquieren una visibilidad sin precedentes y atraen la atención del turismo, a la vez que se convierten en motivo de orgullo y de identidad para la población que los habita (Caraballo, 2011), de manera que los gobiernos federal, es-tatal y municipal invierten en ellos (Altés, 2008).

Algunas ciudades industriales, como León y Torreón, han recurrido al turismo para dinamizar su economía. Ambas clasifican con un GCTMAT “medio-alto” (Figura 1).

8 En 2010, la UNesCO declaró patrimonio mundial a esta ruta, considerada una de las más antiguas y extensas del continente americano. Tiene una extensión de 2 900 km y fue delineada por los colonizadores españoles en el siglo XVI. En México la ruta com-prende los estados de México, Querétaro, Guanajuato, Jalisco, San Luis Potosí, Aguascalientes, Zacatecas, Durango y Chihuahua, y en Estados Unidos, los estados de Texas y Nuevo México. Incluye 60 sitios, entre ellos misiones, haciendas, minas, puentes, presi-dios, villas, pueblos de indios, colegios, y hospitales, y cinco ciu-dades que ya contaban con la distinción de patrimonio mundial (Ciudad de México, Querétaro, San Miguel de Allende, Guanajua-to y Zacatecas), (UNesCO, 2015).

Otras ciudades antiguas han dirigido también su economía hacia el sector terciario. Es el caso de Mérida (Uc, 2010), otrora emporio henequenero que hoy día tiene una vocación turística, y a consecuencia de la importante participa- ción del turismo en el desempeño económico municipal tie-ne un GCTMAT “alto” (Figura 1).

Los pueblos mágicosEn el 2001, la Sectur, junto con otras instancias de gobierno federal, estatal y municipal, creó un instrumento de política turística llamado Programa Pueblos Mágicos (PPM) alineado en un primer momento a los objetivos sectoriales del Progra-ma Nacional de Turismo 2001-2006, y más tarde adecuado al Programa Sectorial de Turismo 2013-2018. Este pro-grama surgió como estrategia para promover el desarrollo turístico integral y se apoya en el reconocimiento y revalo- ración del imaginario colectivo nacional sobre diversas poblaciones del país que tienen potencial para atraer flujos de visitantes.

En sus orígenes, un pueblo mágico fue definido como “aquella localidad que tiene atributos simbólicos, leyendas, historia, hechos trascendentes, cotidianeidad, en fin, ma-gia que emana en cada una de sus manifestaciones socio- culturales” (Sectur, 2001:1). Posteriormente, en una etapa de reajuste del programa, la Sectur (2014b:21)9 propuso la siguiente definición:

Localidad que a través del tiempo y ante la modernidad, ha

conservado su valor y herencia histórica cultural y la mani-

fiesta en diversas expresiones a través de su patrimonio tangi-

ble e intangible irremplazable y que cumple con los requisitos

de permanencia.

El PPM inició con el nombramiento de tres primeros pueblos: Huasca de Ocampo, Hidalgo; Real de Catorce, San Luis Potosí, y Mexcaltitán, Nayarit.10 Aunque en un principio se consideró un programa de efectividad limitada por el bajo

9 El objetivo principal del Programa Pueblos Mágicos es: “Fomentar el desarrollo sustentable de las localidades poseedoras de atributos de singularidad, carácter y autenticidad a través de la puesta en va-lor de sus atractivos, representados por una marca de exclusividad y prestigio teniendo como referencia las motivaciones y necesidades del viajero actual” (Sectur, 2014b:4). Para mayor información sobre los objetivos específicos, criterios de incorporación y permanencia en el Programa Pueblos Mágicos, consúltese Sectur (2014b y c).

10 En 2009 se excluyó del Programa a Mexcaltitán (Nayarit), Te-poztlán (Morelos) y Papantla (Veracruz) por no cumplir con los criterios de permanencia. Con excepción de Mexcaltitán, los otros dos se reincorporaron posteriormente. San Miguel Allende, Gua-najuato, también fue eliminado del programa porque en 2008 fue declarado patrimonio de la humanidad (Rodríguez, 2012).

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número de localidades que abarcaba (Altés, 2008), con el paso de los años se han ido incorporando nuevos destinos hasta sumar actualmente 83 Pueblos Mágicos. La mitad de los pueblos mágicos declarados se concentra en solo ocho estados, siendo Michoacán el que encabeza la lista con ocho, seguido de Puebla con siete; Jalisco, Estado de México y Za-catecas con cinco; Coahuila, Hidalgo y Querétaro con cua-tro; Chiapas, Sinaloa y Veracruz con tres, y el resto de los estados con uno o dos pueblos mágicos (Sectur, 2015).

Las localidades que hasta 2012 lograron ingresar al Programa recibieron varios beneficios, quizá el más nota-ble fue el otorgamiento de fondos económicos destinados al rescate o remozamiento de la imagen urbana. Se pintaron fachadas, se escondieron los cables aéreos de la electricidad, se repararon las calles principales, se recibió capacitación y apoyo para diseñar productos turísticos, y se promocio-naron mediante programas oficiales. Todo ello orientado a atraer flujos turísticos e inversiones, esperando generar una derrama económica importante en la localidad, además de la creación de nuevas fuentes de empleo (Rodríguez, 2012; Desarrollo Estratégico, 2013).

Sin duda estos beneficios esperados eran poderosos para que cualquier localidad quisiera ingresar al Programa, pero no todas cumplían con un requisito importante y que funcionó –al menos en el papel– como un primer filtro. Se establecía que la localidad interesada debería tener una po- blación base de 20 000 habitantes y estar ubicada a una dis-tancia menor a los 200 km o en un radio de dos horas de viaje terrestre a un mercado emisor o a un destino principal (Sectur, 2001:1). En los nuevos lineamientos generales para la incorporación y permanencia en el Programa Pueblos Mágicos, publicados por Sectur (2014c), no se señala si esta condicionante continúa vigente.

Adicionalmente, en las reglas de operación del Progra-ma (Sectur, 2001) se señala que las localidades deben cum-plir con ocho criterios para ingresar y mantener el nombra-miento de pueblo mágico.11 No obstante, la no aplicación de estas reglas dio lugar a que se pusiera en tela de juicio la inte-gridad y credibilidad del Programa (Desarrollo Estratégico, 2013), lo que obligó a la Sectur a detenerlo temporalmente para reestructurarlo. En los nuevos criterios se señala que los pueblos mágicos deberán someterse a una evaluación anual

11 Los criterios que se consideran en la evaluación son: a) involu-cramiento de la sociedad y autoridades locales; b) instrumentos de planificación y regulación; c) impulso al desarrollo municipal; d) oferta de atractivos y servicios; e) valor singular (“magia” de la localidad); f) condiciones de los espacios territoriales; g) impacto del turismo en la localidad y en el área de influencia, y h) desarrollo de capacidades locales (Sectur, 2001, 2014b y c).

coordinada por la Dirección General de Gestión de Desti-nos, que incluye, por un lado, la revisión de requisitos de permanencia, y por el otro, una evaluación del desempeño del desarrollo turístico económico (Sectur, 2014b y c).

Para identificar si se ha incrementado la actividad tu-rística en las localidades que han ingresado al Programa se verificó el CL previamente diseñado que, como se ha men-cionado, muestra el grado de concentración territorial mu-nicipal de la actividad turística (GCTMAT).

Quizá todavía sea muy pronto para conocer los fru-tos de la puesta en marcha del Programa Pueblos Mágicos en el desarrollo turístico local. Lo cierto es que, en la ma-yoría de los casos, no se muestran evidencias palpables de que el turismo haya propiciado el incremento de visitantes ni de empleos, a pesar del apoyo de Sectur para remozar la imagen urbana.

Por ejemplo, en el caso de Huesca de Campo, Hidal-go –uno de los primeros pueblos en incorporarse al Progra-ma junto con Real de Catorce, sLP–, se observa que el CL disminuyó de 4.45 a 3.08 en el periodo de 2004 a 2009, pese a que recibió apoyo para impulsar su desarrollo turís-tico (Figura 1). Caso muy distinto es el de Real de Catorce, que sí mostró un crecimiento considerable en su actividad turística, y su CL pasó de 0.69 a 1.60 en el mismo periodo, lo que significa que la economía se dinamizó a través del tu-rismo. De acuerdo con el reporte presentado por Desarrollo Estratégico (2013), la afluencia turística a este poblado se incrementó en 1 300% en tan solo once años.

En lo que concierne al resto de los pueblos mágicos, los resultados distan mucho de ser uniformes. Era de espe-rarse que aquéllos con mayor antigüedad en el Programa registraran un incremento significativo de la actividad tu-rística. No obstante, salvo en los casos de Comala (Coli-ma), San Cristóbal de las Casas (Chiapas), Taxco (Guerre-ro), Tapalpa (Jalisco), Pátzcuaro (Michoacán), Tepoztlán (Morelos), Santiago (Nuevo León), Cuetzalan del Progre-so (Puebla), e Izamal (Yucatán), esto no ha sucedido. Un caso que sobresale es el de Capulálpam de Méndez (Oa- xaca), cuyo ingreso al programa data de 2007 y en tan solo dos años registró un incremento en su CL de 1.10 pun-tos, lo que representa una gran revitalización (Figura 1). Caso muy distinto es el de Todos Santos, en el mu- nicipio de La Paz, BCs, que ingresó al programa en 2006 y cuyo CL disminuyó de 2.01 en 2004 a 1.21 en 2009. Otros casos de disminución del CL en el mismo periodo son Valle de Bravo, Estado de México (que ingresó al Programa en 2005 y cuyo CL pasó de 2.21 a 1.40) y Álamos, Sonora (cuyo CL pasó de 1.13 a 0.15). Esto significa que el nom-bramiento de pueblo mágico, por sí solo, no garantiza ni estimula un óptimo funcionamiento (Figura 1).

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Por otra parte, también es verdad que la localidad se hace acreedora a recursos adicionales para inversión en ma-teria de infraestructura, imagen urbana, equipamiento tu-rístico, creación, mejoramiento y rehabilitación de sitios, capacitación y apoyos a pequeñas y medianas empresas; recursos que no recibirían de no estar en el Programa (Sec-tur, 2001; Cabrales y Gonzáles, 2008; Velarde et al., 2009; Rodríguez, 2012). Durante 2012, Sectur invirtió cerca de 3 300 millones de pesos en las 75 localidades que integra-ban el Programa, mediante convenios de coordinación con los gobiernos de los estados. Durante 2012, cerca de 3.7 millones de personas visitaron esas localidades, y la derra-ma económica llegó a casi 6 000 millones de pesos. La po-blación beneficiada se estima en 1.9 millones de habitantes (Desarrollo Estratégico, 2013).

Algunos autores han identificado otros beneficios de-rivados de esta iniciativa. Por ejemplo, Cabrales y González (2008) mencionan que el reconocimiento de pueblo mági-co se ha convertido en una marca turística que propicia una mejor planeación del turismo en los destinos. Por otra par-te, el Programa puede contribuir a disminuir la emigración de la comunidad local, por el impacto benéfico que tiene en las actividades productivas y el empleo, y en la recupe-ración de las tradiciones y costumbres locales. Esto se ha observado en Sinaloa, donde los visitantes muestran gran respeto y admiración por la riqueza cultural y el trato reci-bido (Velarde et al., 2009).

Si bien diversos autores han identificado una serie de logros (Cabrales y González, 2008; Velarde Valdez et al., 2009; Muñoz, 2011; Rodríguez, 2012; Desarrollo Estra-tégico, 2013), también se han identificado efectos negati-vos en algunas de las localidades inscritas en el Programa (Hernández, 2009; Rojo y Llanes, 2009; Valverde, 2013; Desarrollo Estratégico, 2013).

Uno de los cuestionamientos más fuertes del Pro-grama ha sido la deformación que sufrió a fines de la ad-ministración pasada, cuando se convirtió en instrumento político para captar recursos sin cumplir cabalmente con los criterios de selección (Desarrollo Estratégico, 2013). Durante 2011 y 2012 se nombraron 46 pueblos mágicos, cuando en los diez años anteriores solo se habían decretado 37 (Sectur, 2015).

Hoy se sabe que 70% de los pueblos mágicos no cum-ple con 80% de los criterios de incorporación y permanen-cia en el Programa, lo que cuestiona su propia existencia (Desarrollo Estratégico, 2013). El nombramiento de pueblo mágico se impulsa con frecuencia en poblaciones que no cuentan con todos los elementos para potenciar su desarrollo turístico, y en algunas de ellas se ha detectado una tenden-cia a la urbanización creciente y a la desarticulación social

(Valverde, 2013). Se ha señalado también que el Programa beneficia únicamente a quienes viven en los cascos históri-cos o zonas centrales de los pueblos, y el resto de la pobla-ción se permanece excluida (Rodríguez, 2012).

En algunos pueblos mágicos existe la tendencia a dis-frazar la realidad de exclusión social y pobreza y presentar el modo de vida de la comunidad local como espectáculo (Muñoz, 2011). Se ha dicho también que el Programa sigue la misma filosofía de planear en función de las necesidades del turismo y no de la población local, común a otros mode-los de desarrollo turístico impulsados por Sectur, y que en muchos casos el patrimonio cultural –tangible e intangible– es visto como artículo de consumo que debe de ser transfor-mado para satisfacer un imaginario turístico asociado a una identidad histórica que en ocasiones ya no existe (Hernán-dez, 2009; Muñoz, 2011; Valverde, 2013).

Finalmente, a pesar de que el PPM ha demostrado atraer al turismo a nuevos sitios y a aquellos otros en los que la ac-tividad había decaído, las controversias persisten en cuanto a los criterios de selección de los destinos, la distorsión de la identidad de los pueblos, los riesgos de rebasar la capacidad de carga de las comunidades a consecuencia de la avaricia de algunos gobiernos e inversionistas, y aún no queda del todo claro qué segmentos de la población es beneficiada. Por lo anterior, es necesario monitorear y evaluar en plazos razo-nables a los poblados que participan de este programa, pues el presupuesto asignado es cada vez menor y se debe repar-tir entre más localidades, lo que hace perder credibilidad y tambalear a un ya desvirtuado PPM.

Para garantizar su eficiencia, es necesaria una evalua-ción constante del Programa y de las acciones de los mu-nicipios, incluyendo el ejercicio adecuado de los recursos. Para ello urge diseñar e instrumentar los lineamientos y el plan de manejo y de gestión, tal como se hizo en el caso del Camino Real de Tierra Adentro (Gómez, 2012).

En el caso de los municipios indígenas, el Programa debería considerar las formas de organización de la comuni-dad e incentivar la participación de la población en la salva-guarda de su patrimonio y riqueza cultural.

Conclusiones

Gracias a su extraordinaria diversidad de recursos turísti-cos, México se ha consolidado como espacio turístico ma-duro, y ocupa una posición de importancia mundial en ra-zón de su diversa planta hotelera, presente en casi todo el territorio nacional, y del intenso flujo de turistas nacionales y extranjeros que recibe. Sin embargo, el tradicional mode-lo de turismo masivo que privilegia la maximización de la

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ganancia ha provocado la segregación del espacio y la sobre-explotación de recursos naturales, modificando dramática-mente paisajes y actividades económicas y, con frecuencia, alterando la cultura de comunidades tradicionales, debido a la entrada en forma desordenada de sistemas culturales ajenos a su cosmovisión, sin que se haya previsto la manera de asimilar todos estos efectos.

Para contrarrestar tal situación, se ha tratado de im-pulsar el turismo alternativo, que en México sigue siendo endeble y carece de claridad acerca de lo que constituye un éxito o un fracaso. En definitiva se tienen que replantear nuevas formas de turismo que no sean depredadoras del en-torno geográfico. Una opción viable es un turismo alterna-tivo basado en vivencias adquiridas a partir del patrimonio natural y cultural del país, que considere las necesidades de las poblaciones locales e incentive su participación. Ante todo es necesario considerar que el turismo no debe ser la única actividad económica en un municipio, sino parte de una estrategia para diversificar la economía local, de ma-nera que pueda resistir a los vaivenes de la economía global.

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Fideicomisos turísticos. Figura jurídica que permite gestio-nar un espacio a una entidad durante cierto tiempo para su uso y disfrute; sobre todo los extranjeros lo usaron para adquirir bienes raíces en zonas restringida para ellos (100 km en las fronteras y 50 en las costas), se-gún el artículo 27 constitucional y modificado en 2010, cuando se aprobó que los extranjeros pudieran poseer inmuebles en esta franja, a condición de considerarse nacionales ante tales bienes en la Secretaría de Relacio-

nes Exteriores (sre) y a no invocar la protección de sus gobiernos con respecto a esta propiedad, de hacerlo, el inmueble quedará en beneficio de la nación.

Aburguesamiento. Alude a tendencias en la sustitución en la ocupación de inmuebles en un espacio urbano por parte de clases sociales de mayor capacidad adquisi-tiva, en detrimento de las de menor nivel económico.

Recreación. Alude a las actividades realizadas durante el tiempo libre o de ocio, con fines de descanso, entre-tenimiento o diversión y que contribuyen al desarrollo integral del individuo, es decir, salir de la enajenación que produce el tiempo de trabajo; aunque formalmente el turismo es una actividad recreativa, se ha considera-do que el turismo masificado, debido a su condición de alta estandarización de infraestructura y servicios, cada vez se aleja más de los preceptos de la recreación.

Segregación del espacio. Se trata de procesos que incentivan las diferencias sociales y que se evidencian claramen-te en el espacio geográfico; la segregación del espacio provocada por el turismo se puede dar, por ejemplo, cuando inversionistas hoteleros construyen en el frente de la playa y ello limita el acceso de las perso-nas que no están hospedadas ahí, o cuando las propias personas evitan lugares turísticos que perciben ajenos, por no pertenecer a cierto ámbito socioeconómico.