CAPÍTULO 8 l TIEMPO

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La Vida de 100 Años d e V ivir y trabajar en la era de la longevidad LYNDA GRATTON & ANDREW SCOTT CAPÍTULO 8 l TIEMPO

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ciones más pequeñas de tiempo. La duración de la jornada laboral, el número de días laborables por semana, la existencia del fin de semana, el número de días de vacaciones y el tiempo dedicado al ocio no son todos fijos. De hecho, todos ellos han evolucionado a lo largo del tiempo y van a continuar haciéndolo.

Así que será útil echar la vista atrás a las tendencias históricas sobre el uso del tiempo, para luego considerar cómo puede evolucionar en el futuro. Pensamos que habrá una profunda reestructuración del tiempo y que esta evolución será el resultado de la interacción entre la lon-gevidad, la necesidad de invertir en activos intangibles y la tendencia histórica, a largo plazo, de la disminución de las horas de trabajo.

La paradoja de las horas de trabajo

En general, las personas actualmente están trabajando menos horas que hace cincuenta o 100 años. En tiempos tan lejanos como el siglo noveno, el Rey Alfredo de Inglaterra intentó dividir el día en tres partes de ocho: ocho horas cada una de trabajo, descanso y ocio. Sin embar-go no fue hasta los comienzos y mediados del siglo veinte cuando en Occidente la jornada de ocho horas laborables se convirtió en realidad. Durante la Revolución Industrial, el patrón estándar de trabajo era de seis días por semana y entre diez y dieciséis horas de trabajo, para adul-tos y niños de forma similar. No fue hasta 1847 cuando, por ejemplo, el gobierno del Reino Unido promulgó la legislación para restringir la jor-nada laboral a 10 horas, pero esto solo era aplicable a mujeres y niños.

Gráfico 8.1: Jornada semanal media.

Fuente: American Economic Journal: Macroeconomics (2009): 189-224.

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Vivir y trabajar enla era de la longevidad

LYNDA GRATTON & ANDREW SCOTT

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Echemos un vistazo al gráfico 8.1 para ver la tasa de descenso de la semana laborable media en EEUU. En 1920, la media de horas traba-jadas semanalmente por los hombres era de cincuenta horas; en 2005, había descendido a treinta y siete horas1.

En 1930, el afamado economista John Maynard Keynes escribió en su obra “Posibilidades Económicas de Nuestros Nietos”, que la creciente prosperidad traería tal abundancia de ocio que uno de los problemas centrales de la humanidad sería cómo encontrar formas útiles de gastar todo este tiempo libre.

“Por ello y por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema real y permanente – cómo usar su li-bertad una vez cumplidos sus deberes, cómo ocupar el tiempo de ocio que la ciencia y el interés compuesto han logrado para él, cómo vivir de forma sabia, agradablemente y bien”.

A lo que Keynes se estaba refiriendo no era al regalo del tiempo apor-tado por la longevidad, sino al tiempo extra resultante de la prosperi-dad. Su razonamiento se basaba en el concepto del efecto renta, que dice que a medida que la población es más rica, quiere consumir más de casi todas las cosas, incluido ocio. Por ello, a medida que crecen la produc-tividad y los salarios, se produce una caída de las horas de trabajo, una semana laboral más corta y vacaciones y fines de semana más largos. Por supuesto que Keynes no es el único que realizó esta predicción. Hay algunos tecnólogos contemporáneos que piensan que la visión de Keynes se podría materializar en las próximas décadas, a medida que los robots aumenten la productividad y liberen a las personas de la monotonía del trabajo y de las labores domésticas.

Resulta tentador pensar que Keynes estaba totalmente equivocado. Es poco probable que pensemos que la abundancia del ocio sea un problema central en nuestras vidas actuales o futuras. Pero Keynes no estaba totalmente equivocado; identificó correctamente que la creciente prosperidad y productividad traerían más ocio y así ha sido. De hecho, se produce un efecto renta – solo que no es tan fuerte como Keynes lo predijo. Lo que Keynes subestimó fue el desarrollo del consumo en el siglo XX. Es cierto que, cuanto las personas sean más ricas, querrán más de casi todo, incluyendo ocio. Pero lo que sucedió es que las personas demandaron más bienes materiales y

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Capítulo 8TiempoDel recreo a la re-creaciónUn tema central de este libro ha sido el regalo de los años extra. He-mos tenido en cuenta cómo se pueden estructurar y secuenciar estos años y lo que se puede alcanzar durante estos nuevos fragmentos de tiempo. Ahora pondremos nuestra atención en cómo estos grandes bloques adicionales de tiempo se pueden fraccionar en meses, sema-nas, días e incluso minutos. La pregunta que nos haremos es cómo gastaremos estos minutos, horas, días y semanas extra. ¿Trabajaremos durante más horas para transformar este tiempo extra en dinero, o, por ejemplo, daremos clases para convertirlo en nuevas competencias, o simplemente estaremos más tiempo tumbados en el sofá viendo la televisión?

El tiempo es inherentemente igualitario (todos tenemos días de 24 horas) e inherentemente escaso (la mayoría decimos que no tenemos tiempo suficiente). Así que nos preguntamos si vivir una vida de 100 años, minuto a minuto, será diferente respecto a vivir una vida de 70 años. Cuantitativamente por supuesto que es diferente. Tenemos 168 horas potencialmente productivas por semana: en 70 años suponen 611.000 horas y en 100 años alcanzamos 873.000 horas. Cualitativa-mente seguro que habrá diferencias, ya que a medida que la vida se prolonga, las personas toman decisiones sobre cómo gastar este tiem-po extra. Las oportunidades son enormes: se podrían dedicar a trabajar para construir activos financieros, a mejorar competencias, a estar más tiempo con amigos, parejas e hijos, a mantenerse en forma y cuidar nuestra salud, a ampliar redes o a explorar diferentes trabajos y formas de vida.

Mientras reflexionamos sobre cómo gastamos el tiempo, será conve-niente recordar que, aunque podamos concebir el tiempo como algo fijo y fuera de nuestro control individual, en realidad, la percepción sobre el tiempo es, en gran parte, una convención social. Esta conven-ción social es evidente en relación con el modelo temporal dominante que hemos visto en la vida por etapas, pero también lo es para frac-

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ciones más pequeñas de tiempo. La duración de la jornada laboral, el número de días laborables por semana, la existencia del fin de semana, el número de días de vacaciones y el tiempo dedicado al ocio no son todos fijos. De hecho, todos ellos han evolucionado a lo largo del tiempo y van a continuar haciéndolo.

Así que será útil echar la vista atrás a las tendencias históricas sobre el uso del tiempo, para luego considerar cómo puede evolucionar en el futuro. Pensamos que habrá una profunda reestructuración del tiempo y que esta evolución será el resultado de la interacción entre la lon-gevidad, la necesidad de invertir en activos intangibles y la tendencia histórica, a largo plazo, de la disminución de las horas de trabajo.

La paradoja de las horas de trabajo

En general, las personas actualmente están trabajando menos horas que hace cincuenta o 100 años. En tiempos tan lejanos como el siglo noveno, el Rey Alfredo de Inglaterra intentó dividir el día en tres partes de ocho: ocho horas cada una de trabajo, descanso y ocio. Sin embar-go no fue hasta los comienzos y mediados del siglo veinte cuando en Occidente la jornada de ocho horas laborables se convirtió en realidad. Durante la Revolución Industrial, el patrón estándar de trabajo era de seis días por semana y entre diez y dieciséis horas de trabajo, para adul-tos y niños de forma similar. No fue hasta 1847 cuando, por ejemplo, el gobierno del Reino Unido promulgó la legislación para restringir la jor-nada laboral a 10 horas, pero esto solo era aplicable a mujeres y niños.

Gráfico 8.1: Jornada semanal media.

Fuente: American Economic Journal: Macroeconomics (2009): 189-224.

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Capítulo 8TiempoDel recreo a la re-creaciónUn tema central de este libro ha sido el regalo de los años extra. He-mos tenido en cuenta cómo se pueden estructurar y secuenciar estos años y lo que se puede alcanzar durante estos nuevos fragmentos de tiempo. Ahora pondremos nuestra atención en cómo estos grandes bloques adicionales de tiempo se pueden fraccionar en meses, sema-nas, días e incluso minutos. La pregunta que nos haremos es cómo gastaremos estos minutos, horas, días y semanas extra. ¿Trabajaremos durante más horas para transformar este tiempo extra en dinero, o, por ejemplo, daremos clases para convertirlo en nuevas competencias, o simplemente estaremos más tiempo tumbados en el sofá viendo la televisión?

El tiempo es inherentemente igualitario (todos tenemos días de 24 horas) e inherentemente escaso (la mayoría decimos que no tenemos tiempo suficiente). Así que nos preguntamos si vivir una vida de 100 años, minuto a minuto, será diferente respecto a vivir una vida de 70 años. Cuantitativamente por supuesto que es diferente. Tenemos 168 horas potencialmente productivas por semana: en 70 años suponen 611.000 horas y en 100 años alcanzamos 873.000 horas. Cualitativa-mente seguro que habrá diferencias, ya que a medida que la vida se prolonga, las personas toman decisiones sobre cómo gastar este tiem-po extra. Las oportunidades son enormes: se podrían dedicar a trabajar para construir activos financieros, a mejorar competencias, a estar más tiempo con amigos, parejas e hijos, a mantenerse en forma y cuidar nuestra salud, a ampliar redes o a explorar diferentes trabajos y formas de vida.

Mientras reflexionamos sobre cómo gastamos el tiempo, será conve-niente recordar que, aunque podamos concebir el tiempo como algo fijo y fuera de nuestro control individual, en realidad, la percepción sobre el tiempo es, en gran parte, una convención social. Esta conven-ción social es evidente en relación con el modelo temporal dominante que hemos visto en la vida por etapas, pero también lo es para frac-

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ciones más pequeñas de tiempo. La duración de la jornada laboral, el número de días laborables por semana, la existencia del fin de semana, el número de días de vacaciones y el tiempo dedicado al ocio no son todos fijos. De hecho, todos ellos han evolucionado a lo largo del tiempo y van a continuar haciéndolo.

Así que será útil echar la vista atrás a las tendencias históricas sobre el uso del tiempo, para luego considerar cómo puede evolucionar en el futuro. Pensamos que habrá una profunda reestructuración del tiempo y que esta evolución será el resultado de la interacción entre la lon-gevidad, la necesidad de invertir en activos intangibles y la tendencia histórica, a largo plazo, de la disminución de las horas de trabajo.

La paradoja de las horas de trabajo

En general, las personas actualmente están trabajando menos horas que hace cincuenta o 100 años. En tiempos tan lejanos como el siglo noveno, el Rey Alfredo de Inglaterra intentó dividir el día en tres partes de ocho: ocho horas cada una de trabajo, descanso y ocio. Sin embar-go no fue hasta los comienzos y mediados del siglo veinte cuando en Occidente la jornada de ocho horas laborables se convirtió en realidad. Durante la Revolución Industrial, el patrón estándar de trabajo era de seis días por semana y entre diez y dieciséis horas de trabajo, para adul-tos y niños de forma similar. No fue hasta 1847 cuando, por ejemplo, el gobierno del Reino Unido promulgó la legislación para restringir la jor-nada laboral a 10 horas, pero esto solo era aplicable a mujeres y niños.

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Fuente: American Economic Journal: Macroeconomics (2009): 189-224.

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Echemos un vistazo al gráfico 8.1 para ver la tasa de descenso de la semana laborable media en EEUU. En 1920, la media de horas traba-jadas semanalmente por los hombres era de cincuenta horas; en 2005, había descendido a treinta y siete horas1.

En 1930, el afamado economista John Maynard Keynes escribió en su obra “Posibilidades Económicas de Nuestros Nietos”, que la creciente prosperidad traería tal abundancia de ocio que uno de los problemas centrales de la humanidad sería cómo encontrar formas útiles de gastar todo este tiempo libre.

“Por ello y por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema real y permanente – cómo usar su li-bertad una vez cumplidos sus deberes, cómo ocupar el tiempo de ocio que la ciencia y el interés compuesto han logrado para él, cómo vivir de forma sabia, agradablemente y bien”.

A lo que Keynes se estaba refiriendo no era al regalo del tiempo apor-tado por la longevidad, sino al tiempo extra resultante de la prosperi-dad. Su razonamiento se basaba en el concepto del efecto renta, que dice que a medida que la población es más rica, quiere consumir más de casi todas las cosas, incluido ocio. Por ello, a medida que crecen la produc-tividad y los salarios, se produce una caída de las horas de trabajo, una semana laboral más corta y vacaciones y fines de semana más largos. Por supuesto que Keynes no es el único que realizó esta predicción. Hay algunos tecnólogos contemporáneos que piensan que la visión de Keynes se podría materializar en las próximas décadas, a medida que los robots aumenten la productividad y liberen a las personas de la monotonía del trabajo y de las labores domésticas.

Resulta tentador pensar que Keynes estaba totalmente equivocado. Es poco probable que pensemos que la abundancia del ocio sea un problema central en nuestras vidas actuales o futuras. Pero Keynes no estaba totalmente equivocado; identificó correctamente que la creciente prosperidad y productividad traerían más ocio y así ha sido. De hecho, se produce un efecto renta – solo que no es tan fuerte como Keynes lo predijo. Lo que Keynes subestimó fue el desarrollo del consumo en el siglo XX. Es cierto que, cuanto las personas sean más ricas, querrán más de casi todo, incluyendo ocio. Pero lo que sucedió es que las personas demandaron más bienes materiales y

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Echemos un vistazo al gráfico 8.1 para ver la tasa de descenso de la semana laborable media en EEUU. En 1920, la media de horas traba-jadas semanalmente por los hombres era de cincuenta horas; en 2005, había descendido a treinta y siete horas1.

En 1930, el afamado economista John Maynard Keynes escribió en su obra “Posibilidades Económicas de Nuestros Nietos”, que la creciente prosperidad traería tal abundancia de ocio que uno de los problemas centrales de la humanidad sería cómo encontrar formas útiles de gastar todo este tiempo libre.

“Por ello y por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema real y permanente – cómo usar su li-bertad una vez cumplidos sus deberes, cómo ocupar el tiempo de ocio que la ciencia y el interés compuesto han logrado para él, cómo vivir de forma sabia, agradablemente y bien”.

A lo que Keynes se estaba refiriendo no era al regalo del tiempo apor-tado por la longevidad, sino al tiempo extra resultante de la prosperi-dad. Su razonamiento se basaba en el concepto del efecto renta, que dice que a medida que la población es más rica, quiere consumir más de casi todas las cosas, incluido ocio. Por ello, a medida que crecen la produc-tividad y los salarios, se produce una caída de las horas de trabajo, una semana laboral más corta y vacaciones y fines de semana más largos. Por supuesto que Keynes no es el único que realizó esta predicción. Hay algunos tecnólogos contemporáneos que piensan que la visión de Keynes se podría materializar en las próximas décadas, a medida que los robots aumenten la productividad y liberen a las personas de la monotonía del trabajo y de las labores domésticas.

Resulta tentador pensar que Keynes estaba totalmente equivocado. Es poco probable que pensemos que la abundancia del ocio sea un problema central en nuestras vidas actuales o futuras. Pero Keynes no estaba totalmente equivocado; identificó correctamente que la creciente prosperidad y productividad traerían más ocio y así ha sido. De hecho, se produce un efecto renta – solo que no es tan fuerte como Keynes lo predijo. Lo que Keynes subestimó fue el desarrollo del consumo en el siglo XX. Es cierto que, cuanto las personas sean más ricas, querrán más de casi todo, incluyendo ocio. Pero lo que sucedió es que las personas demandaron más bienes materiales y

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ciones más pequeñas de tiempo. La duración de la jornada laboral, el número de días laborables por semana, la existencia del fin de semana, el número de días de vacaciones y el tiempo dedicado al ocio no son todos fijos. De hecho, todos ellos han evolucionado a lo largo del tiempo y van a continuar haciéndolo.

Así que será útil echar la vista atrás a las tendencias históricas sobre el uso del tiempo, para luego considerar cómo puede evolucionar en el futuro. Pensamos que habrá una profunda reestructuración del tiempo y que esta evolución será el resultado de la interacción entre la lon-gevidad, la necesidad de invertir en activos intangibles y la tendencia histórica, a largo plazo, de la disminución de las horas de trabajo.

La paradoja de las horas de trabajo

En general, las personas actualmente están trabajando menos horas que hace cincuenta o 100 años. En tiempos tan lejanos como el siglo noveno, el Rey Alfredo de Inglaterra intentó dividir el día en tres partes de ocho: ocho horas cada una de trabajo, descanso y ocio. Sin embar-go no fue hasta los comienzos y mediados del siglo veinte cuando en Occidente la jornada de ocho horas laborables se convirtió en realidad. Durante la Revolución Industrial, el patrón estándar de trabajo era de seis días por semana y entre diez y dieciséis horas de trabajo, para adul-tos y niños de forma similar. No fue hasta 1847 cuando, por ejemplo, el gobierno del Reino Unido promulgó la legislación para restringir la jor-nada laboral a 10 horas, pero esto solo era aplicable a mujeres y niños.

Gráfico 8.1: Jornada semanal media.

Fuente: American Economic Journal: Macroeconomics (2009): 189-224.

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los demandaban mucho más que el tiempo de ocio. Así que aunque el tiempo dedicado al trabajo descendió, no lo hizo de forma tan aguda como Keynes había previsto, lo que pone de manifiesto un comentario que hemos venido haciendo en varios capítulos de este libro. Cuanto mayor sea la tasa de nuestro consumo, y cuanto más valoremos los bienes materiales, más probable será que trabajemos durante más años.

Aún cuando Keynes sobreestimó la potencia del efecto renta, sí se ha producido dicho efecto que a lo largo del tiempo, de hecho, ha supuesto una reducción de las horas medias de trabajo. Por ello, si asumimos que la renta y la productividad continuarán creciendo en el futuro, entonces podríamos esperar mayor tiempo de ocio y menor duración de la semana laboral.

Si lo llevamos de lo general a lo particular, entonces quizás parezca algo diferente. Consideremos nuestra vida actualmente: ¿tenemos la sensación de que trabajamos menos y que tenemos más tiempo dispo-nible? Quizás nos sintamos como muchas otras personas que tienen la sensación de ser “pobres de tiempo” y de estar bajo mayor presión que en ninguna época anterior2. En 1965, alrededor del 25 por ciento de los americanos respondieron que ellos “estaban siempre corrien-do” y en 1995 ese dato llegaba al 35 por ciento. Y cada vez hay más pruebas de que están aumentando las enfermedades relacionadas con el estrés, la falta de sueño y los conflictos matrimoniales. Pensamos que esta sensación de sentirse pobres de tiempo libre contribuye a la “Maldición de Ondine”. En otras palabras, tenemos más años de vida, pero si pensamos que los vamos a dedicar a trabajar más cuando ya tenemos la sensación de no tener tiempo libre, nos provoca una deprimente reflexión.

Pero si Keynes estaba en lo cierto y las personas están trabajando menos, ¿por qué hay muchas personas que sienten tanta escasez de tiempo libre?

El efecto Downton Abbey

Parte de la explicación es que, mientras la media de las horas trabaja-das ha descendido, no todo el mundo está trabajando menos horas. Durante el siglo veinte ha habido un cambio interesante. Hace un

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Echemos un vistazo al gráfico 8.1 para ver la tasa de descenso de la semana laborable media en EEUU. En 1920, la media de horas traba-jadas semanalmente por los hombres era de cincuenta horas; en 2005, había descendido a treinta y siete horas1.

En 1930, el afamado economista John Maynard Keynes escribió en su obra “Posibilidades Económicas de Nuestros Nietos”, que la creciente prosperidad traería tal abundancia de ocio que uno de los problemas centrales de la humanidad sería cómo encontrar formas útiles de gastar todo este tiempo libre.

“Por ello y por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema real y permanente – cómo usar su li-bertad una vez cumplidos sus deberes, cómo ocupar el tiempo de ocio que la ciencia y el interés compuesto han logrado para él, cómo vivir de forma sabia, agradablemente y bien”.

A lo que Keynes se estaba refiriendo no era al regalo del tiempo apor-tado por la longevidad, sino al tiempo extra resultante de la prosperi-dad. Su razonamiento se basaba en el concepto del efecto renta, que dice que a medida que la población es más rica, quiere consumir más de casi todas las cosas, incluido ocio. Por ello, a medida que crecen la produc-tividad y los salarios, se produce una caída de las horas de trabajo, una semana laboral más corta y vacaciones y fines de semana más largos. Por supuesto que Keynes no es el único que realizó esta predicción. Hay algunos tecnólogos contemporáneos que piensan que la visión de Keynes se podría materializar en las próximas décadas, a medida que los robots aumenten la productividad y liberen a las personas de la monotonía del trabajo y de las labores domésticas.

Resulta tentador pensar que Keynes estaba totalmente equivocado. Es poco probable que pensemos que la abundancia del ocio sea un problema central en nuestras vidas actuales o futuras. Pero Keynes no estaba totalmente equivocado; identificó correctamente que la creciente prosperidad y productividad traerían más ocio y así ha sido. De hecho, se produce un efecto renta – solo que no es tan fuerte como Keynes lo predijo. Lo que Keynes subestimó fue el desarrollo del consumo en el siglo XX. Es cierto que, cuanto las personas sean más ricas, querrán más de casi todo, incluyendo ocio. Pero lo que sucedió es que las personas demandaron más bienes materiales y

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siglo, los pobres y menos formados trabajaban durante más horas. Fueron ellos quienes poblaban las grandes fábricas creadas por la re-volución industrial. Por el contrario, los ricos y los mejor formados trabajaban menos. En su forma más extrema esta situación adoptó la idea acuñada por Veblen de la clase ociosa,3 y retratada de forma magistral en la popular serie de televisión Downton Abbey. El cambio entre los pobres y poco competentes y los ricos y muy competentes se produjo alrededor de 1990. En ese momento, la población con salarios bajos comenzó a trabajar menos, y aquellos con salarios más altos empezaron a trabajar más y cuanto mayor salario tenían, más tiempo trabajaban4.

Esto afectó particularmente a las personas con los salarios más altos. En 1979 solo el 15 por ciento del colectivo con altos salarios (defi-nido como la franja del 20 por ciento más alta) trabajaban más de cincuenta horas por semana. En 2006, dicho porcentaje había subido a 27 por ciento – casi el doble. Lo contrario estaba sucediendo para los trabajadores con salarios bajos. En 1979, un 22 por ciento de las personas con salarios bajos (la franja del 20 por ciento más baja), trabajaba más de cincuenta horas por semana, pero en 2006, este por-centaje había caído al 13 por ciento – casi la mitad.

¿Por qué las personas con mayor nivel salarial trabajan más horas y no se han unido a la clase ociosa de Veblen? Para entender esto, tenemos que considerar otro efecto que, a través del tiempo, ha neutralizado la influencia del efecto renta. Este es el efecto sustitución, que predice que cuando suben los salarios, el coste del ocio (esto es el coste de trabajar menos), también aumenta. Veámoslo de la siguiente forma. El coste de trabajar menos durante la semana significa menor renta, consecuencia de trabajar durante menos horas. Así que a medida que la renta aumenta, el coste del ocio se vuelve más caro. En un deter-minado momento, el efecto sustitución entra en juego: si el salario individual es muy alto, también lo será el coste del ocio, por lo que se decidirá seguir trabajando durante más horas. Por supuesto que hay que prestar atención a la fiscalidad y una de las razones del cambio que acabamos de explicar es la reducción de los tipos máximos impo-sitivos: cuanto más impuestos pagan las personas, más barato será el consumo de ocio. Esta es una de las razones por las que en Europa, con altos tipos impositivos, las personas tienden a tener semanas la-borales más cortas y a disfrutar de vacaciones más largas.

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ciones más pequeñas de tiempo. La duración de la jornada laboral, el número de días laborables por semana, la existencia del fin de semana, el número de días de vacaciones y el tiempo dedicado al ocio no son todos fijos. De hecho, todos ellos han evolucionado a lo largo del tiempo y van a continuar haciéndolo.

Así que será útil echar la vista atrás a las tendencias históricas sobre el uso del tiempo, para luego considerar cómo puede evolucionar en el futuro. Pensamos que habrá una profunda reestructuración del tiempo y que esta evolución será el resultado de la interacción entre la lon-gevidad, la necesidad de invertir en activos intangibles y la tendencia histórica, a largo plazo, de la disminución de las horas de trabajo.

La paradoja de las horas de trabajo

En general, las personas actualmente están trabajando menos horas que hace cincuenta o 100 años. En tiempos tan lejanos como el siglo noveno, el Rey Alfredo de Inglaterra intentó dividir el día en tres partes de ocho: ocho horas cada una de trabajo, descanso y ocio. Sin embar-go no fue hasta los comienzos y mediados del siglo veinte cuando en Occidente la jornada de ocho horas laborables se convirtió en realidad. Durante la Revolución Industrial, el patrón estándar de trabajo era de seis días por semana y entre diez y dieciséis horas de trabajo, para adul-tos y niños de forma similar. No fue hasta 1847 cuando, por ejemplo, el gobierno del Reino Unido promulgó la legislación para restringir la jor-nada laboral a 10 horas, pero esto solo era aplicable a mujeres y niños.

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Por supuesto que esta no es la única razón por la que la gente pueda decidir trabajar más horas de las que predijo Keynes. También hay una cuestión de estatus. Cuando las personas trabajan muchas horas, son percibidos como muy ocupados y demandados, y por lo tanto, se sien-ten orgullosos de sí mismos y más valorados socialmente. El contexto en el que trabajan las personas también juega un papel a la hora de fijar las horas de trabajo. Una de las implicaciones del “hundimiento del trabajo” es que aquellos en la cima de los niveles competenciales están dispuestos a trabajar más ya que ven directamente las consecuencias de un mercado laboral en el que “el ganador se queda con todo”. De hecho, podría producirse una mayor presión para extender las horas de trabajo originada por parte de los altos directivos de grandes em-presas, dado que defienden que el trabajo de máxima intensidad es algo básico para mantener la ventaja competitiva de sus empresas. En un ambiente profesional de 24 horas y 7 días por semana, quedarse corto en términos de horas trabajadas implica el riesgo de no solo per-der negocio y ventas, sino una enorme cantidad de negocio!

Quizás algo todavía más digno de análisis sea que los trabajos altamen-te remunerados y la gran intensidad laboral que ellos exigen, puedan también contener aspectos que les hacen ser objeto del deseo. No se trata de negar que dichos trabajos suponen un elevado nivel de estrés, pero lo llamativo es que haya estudios que muestran que la satisfacción en el trabajo aumenta con el salario del puesto5. Podría resultar que los salarios sean los que generen satisfacción en el trabajo o que cuanto menos manual y rutinario sea un trabajo, más entretenido será. Lo que sí parece un resultado es que, cuanto más divertido sea un trabajo, más dispuesta estará la persona a trabajar más, siempre que el resto de condiciones sean similares.

El enigma del ocio

Existen otras razones para sentirse pobre de tiempo libre. Aunque las personas como promedio estén trabajando menos, no significa que tengan más tiempo de ocio. El tiempo no dedicado ni a trabajar ni a es-tudiar, no significa necesariamente tiempo de ocio. Por ejemplo pode-mos trabajar ocho horas al día, pero si además tenemos que soportar un tiempo de traslado al trabajo de dos horas, ¿no deberían estar estas horas incluidas como parte de la “jornada laboral”? Aristóteles definió el ocio como la “libertad emanada de la necesidad de trabajar”, pero

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Echemos un vistazo al gráfico 8.1 para ver la tasa de descenso de la semana laborable media en EEUU. En 1920, la media de horas traba-jadas semanalmente por los hombres era de cincuenta horas; en 2005, había descendido a treinta y siete horas1.

En 1930, el afamado economista John Maynard Keynes escribió en su obra “Posibilidades Económicas de Nuestros Nietos”, que la creciente prosperidad traería tal abundancia de ocio que uno de los problemas centrales de la humanidad sería cómo encontrar formas útiles de gastar todo este tiempo libre.

“Por ello y por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema real y permanente – cómo usar su li-bertad una vez cumplidos sus deberes, cómo ocupar el tiempo de ocio que la ciencia y el interés compuesto han logrado para él, cómo vivir de forma sabia, agradablemente y bien”.

A lo que Keynes se estaba refiriendo no era al regalo del tiempo apor-tado por la longevidad, sino al tiempo extra resultante de la prosperi-dad. Su razonamiento se basaba en el concepto del efecto renta, que dice que a medida que la población es más rica, quiere consumir más de casi todas las cosas, incluido ocio. Por ello, a medida que crecen la produc-tividad y los salarios, se produce una caída de las horas de trabajo, una semana laboral más corta y vacaciones y fines de semana más largos. Por supuesto que Keynes no es el único que realizó esta predicción. Hay algunos tecnólogos contemporáneos que piensan que la visión de Keynes se podría materializar en las próximas décadas, a medida que los robots aumenten la productividad y liberen a las personas de la monotonía del trabajo y de las labores domésticas.

Resulta tentador pensar que Keynes estaba totalmente equivocado. Es poco probable que pensemos que la abundancia del ocio sea un problema central en nuestras vidas actuales o futuras. Pero Keynes no estaba totalmente equivocado; identificó correctamente que la creciente prosperidad y productividad traerían más ocio y así ha sido. De hecho, se produce un efecto renta – solo que no es tan fuerte como Keynes lo predijo. Lo que Keynes subestimó fue el desarrollo del consumo en el siglo XX. Es cierto que, cuanto las personas sean más ricas, querrán más de casi todo, incluyendo ocio. Pero lo que sucedió es que las personas demandaron más bienes materiales y

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el trabajo es mucho más que el tiempo empleado en el propio lugar y puesto de trabajo.

El hecho de que no estemos presentes en el lugar de trabajo no debe significar que cuando realizamos labores domésticas o hacemos reca-dos lo consideremos como tiempo ocio. Invariablemente, las defi-niciones sobre el ocio se centran en la discrecionalidad en el uso del tiempo, pero aún así, esto no es del todo cierto. Podemos, si quere-mos, elegir dormir seis horas en lugar de ocho, pero ¿significaría que esas dos horas extras de menos sueño debieran serlo de ocio?

Una forma de analizar el tiempo de ocio consiste en considerar la diversión que obtienen las personas por sus distintas actividades, en función del tiempo que destinan a ellas. Los resultados de una encuesta en Estados Unidos mostraron que en la cúspide de las actividades de mayor diversión estaban el sexo, hacer deporte, pescar, el arte y la músi-ca, socializar en bares y clubes, jugar con los hijos, dormir, ir a la iglesia e ir al cine. Al final de la lista se encontraban trabajar, cuidar a bebés, hacer labores domésticas, dedicarse a segundas ocupaciones, cocinar y trabajar en casa, cuidar de los hijos, trasladarse al trabajo, hacer recados, bricolaje y lavandería y atender la salud de los hijos6. Quizás estemos trabajando menos, pero, ¿estamos gastando más tiempo en dedicarnos a las cosas que nos aportan más placer?

Actualmente, ¿cuánto tiempo de ocio tienen las personas? Un estudio estima que en 1900 la gente tenía cerca de treinta horas de ocio a la semana; en los años cincuenta eran cuarenta horas; ello aumentó de nuevo y en 1980 fueron cuarenta y cinco horas. Desde entonces ha ha-bido un descenso y en el año 2000 se volvió a las cuarenta horas. Otros estudios hablan de incluso mayores aumentos. Entre 1965 y 2003 los hombres se beneficiaron de entre cinco y ocho horas adicionales de ocio por semana y las mujeres entre cuatro y ocho7.

Así que Keynes tenía razón – muchas personas se benefician de más ocio, aunque la magnitud del incremento dista mucho de la abundan-cia. Como consecuencia de este aumento del ocio, de más fines de se-mana y más vacaciones, el siglo veinte ha sido testigo de un dramático aumento de la industria del ocio; deportes, viajes, cine y televisión han crecido simultáneamente para obtener beneficios comerciales del ocio adicional que gran parte de la sociedad está consumiendo.

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Así que será útil echar la vista atrás a las tendencias históricas sobre el uso del tiempo, para luego considerar cómo puede evolucionar en el futuro. Pensamos que habrá una profunda reestructuración del tiempo y que esta evolución será el resultado de la interacción entre la lon-gevidad, la necesidad de invertir en activos intangibles y la tendencia histórica, a largo plazo, de la disminución de las horas de trabajo.

La paradoja de las horas de trabajo

En general, las personas actualmente están trabajando menos horas que hace cincuenta o 100 años. En tiempos tan lejanos como el siglo noveno, el Rey Alfredo de Inglaterra intentó dividir el día en tres partes de ocho: ocho horas cada una de trabajo, descanso y ocio. Sin embar-go no fue hasta los comienzos y mediados del siglo veinte cuando en Occidente la jornada de ocho horas laborables se convirtió en realidad. Durante la Revolución Industrial, el patrón estándar de trabajo era de seis días por semana y entre diez y dieciséis horas de trabajo, para adul-tos y niños de forma similar. No fue hasta 1847 cuando, por ejemplo, el gobierno del Reino Unido promulgó la legislación para restringir la jor-nada laboral a 10 horas, pero esto solo era aplicable a mujeres y niños.

Gráfico 8.1: Jornada semanal media.

Fuente: American Economic Journal: Macroeconomics (2009): 189-224.

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Esto nos lleva al corazón de este debate sobre cuánto tiempo se des-tina al ocio. En el momento de escribir este libro, la mayor parte de las personas tienen más tiempo discrecional que al principio del siglo veinte. Sin embargo, si las personas se sienten “pobres de tiempo”, parece que en lo que están pensando no es en el tiempo discrecional sino en el tiempo libre. En otras palabras, las personas quizás estén eligiendo llenar su tiempo discrecional con decisiones que resultan en poco tiempo libre. Tal como los economistas Gary Becker y Staffan Linder han mostrado, el consumo absorbe tiempo8. A medida que la gente se enriquece, poseen más bienes de consumo, por lo que su tiempo de ocio se convierte en más frenético, dado que el ritmo de acumulación de bienes excede el aumento de tiempo de ocio dispo-nible. El resultado es que las personas sienten que están embutiendo su ocio en bloques de tiempo cada vez más cortos. ¿Cómo podemos comprimir nuestro tiempo para conseguir ir al teatro, atender nuestro Facebook, asistir a una fiesta, realizar una excursión a pescar y seguir la última serie de Netflix que acaba de ser emitida?

Tiempo para reflexionar

A medida que pensamos acerca de cómo gastaremos nuestro tiem-po a lo largo de una extensa y productiva vida, podríamos tener en mente trabajar ocho horas al día y descansar dos días durante el fin de semana. Pensamos que ha llegado el momento de cuestionarnos esta distribución del tiempo. Si la lógica del efecto renta de Keynes sigue siendo válida, entonces es probable que tengamos más ocio y menos horas de trabajo a la semana.

En gran parte del mundo desarrollado, la revolución industrial desem-bocó en un sustancial aumento del número de horas de trabajo de las personas. Resulta muy interesante comprobar que a lo largo de cuatro siglos en el Reino Unido, de 1200 a 1600, las horas anuales de trabajo variaron entre 1.500 y 2.000 horas. Cuando en 1840 la Revolución In-dustrial se encontraba en pleno despegue, las horas anuales trabajadas se dispararon hasta cerca de 3.500, con cincuenta y dos semanas de setenta horas, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos. Por ello, no nos causa ninguna sorpresa que dentro del mundo industrial, el deseo de una semana laboral más corta se convirtiera en una reivin-dicación constante para las organizaciones de trabajadores, durante el siglo diecinueve.

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Echemos un vistazo al gráfico 8.1 para ver la tasa de descenso de la semana laborable media en EEUU. En 1920, la media de horas traba-jadas semanalmente por los hombres era de cincuenta horas; en 2005, había descendido a treinta y siete horas1.

En 1930, el afamado economista John Maynard Keynes escribió en su obra “Posibilidades Económicas de Nuestros Nietos”, que la creciente prosperidad traería tal abundancia de ocio que uno de los problemas centrales de la humanidad sería cómo encontrar formas útiles de gastar todo este tiempo libre.

“Por ello y por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema real y permanente – cómo usar su li-bertad una vez cumplidos sus deberes, cómo ocupar el tiempo de ocio que la ciencia y el interés compuesto han logrado para él, cómo vivir de forma sabia, agradablemente y bien”.

A lo que Keynes se estaba refiriendo no era al regalo del tiempo apor-tado por la longevidad, sino al tiempo extra resultante de la prosperi-dad. Su razonamiento se basaba en el concepto del efecto renta, que dice que a medida que la población es más rica, quiere consumir más de casi todas las cosas, incluido ocio. Por ello, a medida que crecen la produc-tividad y los salarios, se produce una caída de las horas de trabajo, una semana laboral más corta y vacaciones y fines de semana más largos. Por supuesto que Keynes no es el único que realizó esta predicción. Hay algunos tecnólogos contemporáneos que piensan que la visión de Keynes se podría materializar en las próximas décadas, a medida que los robots aumenten la productividad y liberen a las personas de la monotonía del trabajo y de las labores domésticas.

Resulta tentador pensar que Keynes estaba totalmente equivocado. Es poco probable que pensemos que la abundancia del ocio sea un problema central en nuestras vidas actuales o futuras. Pero Keynes no estaba totalmente equivocado; identificó correctamente que la creciente prosperidad y productividad traerían más ocio y así ha sido. De hecho, se produce un efecto renta – solo que no es tan fuerte como Keynes lo predijo. Lo que Keynes subestimó fue el desarrollo del consumo en el siglo XX. Es cierto que, cuanto las personas sean más ricas, querrán más de casi todo, incluyendo ocio. Pero lo que sucedió es que las personas demandaron más bienes materiales y

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Como consecuencia del empuje de los trabajadores, el sábado se con-virtió en medio día de trabajo, pero la semana laboral siguió siendo sustancialmente de más de cuarenta horas. Solo fue en la primera mitad del siglo veinte cuando la semana de cinco días laborables y de ocho horas al día comenzó a ser un estándar. Henry Ford introdujo la semana de cuarenta horas en Estados Unidos en 1914, pero la legislación que limitaba las horas de trabajo no llegaría hasta 1938. Europa progresó antes en este aspecto: Alemania reguló las horas de trabajo a comienzos de siglo, Rusia en 1917, Portugal en 1919 y Francia en 1936. En 2015 la media de horas trabajadas por semana en Alemania era treinta y cinco y en Francia, Italia e Inglaterra era treinta y siete.

Los movimientos sindicales a lo largo del tiempo han realizado cam-pañas y logrado mejoras en temas clave, como la indemnización por despido, aunque hay muchas diferencias entre países y en las cantidades a satisfacer por parte del empresario. En el momento de escribir este li-bro, en la Unión Europea los trabajos con contrato indefinido tienen al menos una indemnización de al menos veinte días, aunque hay grandes variaciones entre países: Francia y Reino Unido tienen veinticinco días y Suecia treinta y tres. En otros países el importe es mucho menor: en Estados Unidos es de doce días y en Japón, dieciocho.

Merece la pena detenernos a considerar la importancia que ha supuesto esta consolidación de la semana laboral de cinco días y la indemniza-ción por despido. Constituye todo un misterio por qué la semana está estructurada en siete días ya que no tiene relación con ningún fenómeno natural. Los meses y los años parece que se originaron en la Antigua Babilonia y resistieron los embates de la Revolución Francesa para ra-cionalizarlos mediante la creación de meses que estuvieran compuestos por tres semanas de diez días cada una. La existencia del Sábado o día de descanso, es más reciente pero aún así ya tiene varios siglos, aunque el día concreto varíe según los países y aunque la observancia del día de descanso haya variado de intensidad a lo largo del tiempo. La semana de siete días con un día de descanso es, por lo tanto, una constante durade-ra en la historia de la humanidad, pero el fin de semana es una innova-ción de fecha bastante más reciente. El Diccionario de Inglés de Oxford, fecha el uso común de la palabra “fin de semana” en 1878 para referirse a un descanso de dos días en el trabajo, así que el concepto de semana laboral de cinco días y dos días de ocio es relativamente una novedad reciente más que algo profundamente enraizado en nuestra mente.

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ciones más pequeñas de tiempo. La duración de la jornada laboral, el número de días laborables por semana, la existencia del fin de semana, el número de días de vacaciones y el tiempo dedicado al ocio no son todos fijos. De hecho, todos ellos han evolucionado a lo largo del tiempo y van a continuar haciéndolo.

Así que será útil echar la vista atrás a las tendencias históricas sobre el uso del tiempo, para luego considerar cómo puede evolucionar en el futuro. Pensamos que habrá una profunda reestructuración del tiempo y que esta evolución será el resultado de la interacción entre la lon-gevidad, la necesidad de invertir en activos intangibles y la tendencia histórica, a largo plazo, de la disminución de las horas de trabajo.

La paradoja de las horas de trabajo

En general, las personas actualmente están trabajando menos horas que hace cincuenta o 100 años. En tiempos tan lejanos como el siglo noveno, el Rey Alfredo de Inglaterra intentó dividir el día en tres partes de ocho: ocho horas cada una de trabajo, descanso y ocio. Sin embar-go no fue hasta los comienzos y mediados del siglo veinte cuando en Occidente la jornada de ocho horas laborables se convirtió en realidad. Durante la Revolución Industrial, el patrón estándar de trabajo era de seis días por semana y entre diez y dieciséis horas de trabajo, para adul-tos y niños de forma similar. No fue hasta 1847 cuando, por ejemplo, el gobierno del Reino Unido promulgó la legislación para restringir la jor-nada laboral a 10 horas, pero esto solo era aplicable a mujeres y niños.

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Fuente: American Economic Journal: Macroeconomics (2009): 189-224.

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En otras palabras, la estructura de la semana no ha sido constante durante la historia y ha ido evolucionando. Mirando hacia el futuro, parece probable que se vaya a producir una nueva reestructuración del tiempo y de la semana laboral, si se constata, tal como hemos vis-to, que las horas de trabajo disminuyan en el futuro. El desafío está en que si la jornada laboral media es de siete horas, y si se produce una reducción adicional del tiempo de trabajo diario, esta, probable-mente no sea una solución óptima, ya que siempre hay costes fijos de trabajar tales como el desplazamiento, la preparación de la jornada laboral o la organización de las tareas domésticas. Estos costes fijos podrían suponer que merezca la pena trabajar más horas diarias y disfrutar de más días libres durante la semana. Desde la perspectiva de este libro, la cuestión más interesante es si sería posible reestruc-turar nuestro tiempo de forma que nos permita disfrutar más de una vida de 100 años. Hay quienes argumentan que sí es posible. Por ejemplo, el multimillonario mexicano Carlos Slim cree que la socie-dad debería encaminarse hacia una semana de tres días laborables con días de once horas de trabajo9. Su argumento es que, en lugar de reservar la mayor parte del tiempo de ocio para la jubilación, tiene más lógica repartirlo a lo largo de toda la vida, para jubilarnos final-mente a los 75 años.

El dilema acerca de cómo reestructurar el tiempo es totalmente evi-dente y necesario en el caso de los escenarios de Jane. Pensamos que, en el caso de Jane, no serán posibles los escenarios 3.0 y 3.5 sin una profunda reestructuración de su tiempo. Parecería casi imposible que Jane pudiera preservar sus activos productivos y mantener sus activos vitales trabajando hasta la edad de 80 con un planteamiento laboral de 5 días por semana, trabajando de 9 a 5 y con solo entre 2 y 5 semanas de vacaciones. Simplemente ella no tendría el tiempo dis-crecional necesario para revitalizarse y re-entrenarse. Esa es la razón por la que nosotros hemos creado los escenarios 4.0 y 5.0, e introdu-cido los conceptos de las etapas, pivotando en torno a la exploración y a la opción de convertirse en productora independiente.

Sin embargo, ¿qué pasaría si Jane quisiera trabajar en una corpo-ración la mayoría de su vida profesional? Es posible intentar que los escenarios 3.0 y 3.5 sean una opción viable, pero para hacerlo, Jane tendría que trabajar menos días a la semana y dedicar más días de descanso para recargarse. Si la tendencia histórica de disponer

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Echemos un vistazo al gráfico 8.1 para ver la tasa de descenso de la semana laborable media en EEUU. En 1920, la media de horas traba-jadas semanalmente por los hombres era de cincuenta horas; en 2005, había descendido a treinta y siete horas1.

En 1930, el afamado economista John Maynard Keynes escribió en su obra “Posibilidades Económicas de Nuestros Nietos”, que la creciente prosperidad traería tal abundancia de ocio que uno de los problemas centrales de la humanidad sería cómo encontrar formas útiles de gastar todo este tiempo libre.

“Por ello y por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema real y permanente – cómo usar su li-bertad una vez cumplidos sus deberes, cómo ocupar el tiempo de ocio que la ciencia y el interés compuesto han logrado para él, cómo vivir de forma sabia, agradablemente y bien”.

A lo que Keynes se estaba refiriendo no era al regalo del tiempo apor-tado por la longevidad, sino al tiempo extra resultante de la prosperi-dad. Su razonamiento se basaba en el concepto del efecto renta, que dice que a medida que la población es más rica, quiere consumir más de casi todas las cosas, incluido ocio. Por ello, a medida que crecen la produc-tividad y los salarios, se produce una caída de las horas de trabajo, una semana laboral más corta y vacaciones y fines de semana más largos. Por supuesto que Keynes no es el único que realizó esta predicción. Hay algunos tecnólogos contemporáneos que piensan que la visión de Keynes se podría materializar en las próximas décadas, a medida que los robots aumenten la productividad y liberen a las personas de la monotonía del trabajo y de las labores domésticas.

Resulta tentador pensar que Keynes estaba totalmente equivocado. Es poco probable que pensemos que la abundancia del ocio sea un problema central en nuestras vidas actuales o futuras. Pero Keynes no estaba totalmente equivocado; identificó correctamente que la creciente prosperidad y productividad traerían más ocio y así ha sido. De hecho, se produce un efecto renta – solo que no es tan fuerte como Keynes lo predijo. Lo que Keynes subestimó fue el desarrollo del consumo en el siglo XX. Es cierto que, cuanto las personas sean más ricas, querrán más de casi todo, incluyendo ocio. Pero lo que sucedió es que las personas demandaron más bienes materiales y

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de más tiempo de ocio continúa, y si ello se ve acompañado por la reestructuración del tiempo a nivel semanal, entonces Jane sí podría elegir entre más escenarios. De hecho, este camino podría incluir una vida profesional de tres etapas, con semanas laborables más cortas y más tiempo de vacaciones.

Esto significa que todos los escenarios que creamos para Jane están basados en una forma de repartir el trabajo y el tiempo que es mucho más flexible que las prácticas actuales de la mayor parte de corpora-ciones. Este es el motivo por el que nosotros anticipamos que surgirá una gran experimentación en la estructuración de tiempo, dado que las personas intentarán buscar y encontrar tiempo durante sus vi-das profesionales para revitalizarse y reentrenarse. A medida que ello vaya sucediendo, las prácticas actuales de las corporaciones sobre la estructura de la jornada laboral, se verán sometidas a mayor presión.

La economista Claudia Goldin ha comprobado que las personas que se toman un descanso profesional (frecuentemente mujeres con hi-jos pequeños) tienen más probabilidades de sufrir recortes en sus ingresos a lo largo de su carrera profesional que aquellas que no lo hacen10. Otros estudios han demostrado que aquellas personas que intentan retomar el control de su tiempo, mediante el teletrabajo o horario flexible, tienen menos promociones profesionales11. Todo ello significa que aquellos que quieran construir una carrera profesio-nal de alta velocidad y remuneración, no podrían pensar en esquemas de trabajo flexible o similares. Volviendo a citar a William Faulkner: “Si te sales de la disciplina de caminar unos detrás de otros, corres el riesgo de ser pisoteado bajo los pies de la masa”12. Claramente esto generará tensiones a medida que la necesidad generalizada de las personas de contar con más flexibilidad, se enfrente a la práctica de las corporaciones de largas jornadas de trabajo, estandarizadas y continuadas y entendemos que será un área en la que habrá una cre-ciente presión hacia las políticas corporativas de recursos humanos y cómo éstas son percibidas por la población laboral. Es imposible predecir con exactitud cómo y con qué velocidad se producirán estas tensiones y se impondrán los cambios necesarios. Sin embargo, la creciente insatisfacción de las personas desembocará, inevitablemen-te, en una mayor variedad de esquemas de estructurar y personalizar el tiempo de trabajo, y de que el ocio sea reasignado, pasando de la recreación a la re-creación.

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ciones más pequeñas de tiempo. La duración de la jornada laboral, el número de días laborables por semana, la existencia del fin de semana, el número de días de vacaciones y el tiempo dedicado al ocio no son todos fijos. De hecho, todos ellos han evolucionado a lo largo del tiempo y van a continuar haciéndolo.

Así que será útil echar la vista atrás a las tendencias históricas sobre el uso del tiempo, para luego considerar cómo puede evolucionar en el futuro. Pensamos que habrá una profunda reestructuración del tiempo y que esta evolución será el resultado de la interacción entre la lon-gevidad, la necesidad de invertir en activos intangibles y la tendencia histórica, a largo plazo, de la disminución de las horas de trabajo.

La paradoja de las horas de trabajo

En general, las personas actualmente están trabajando menos horas que hace cincuenta o 100 años. En tiempos tan lejanos como el siglo noveno, el Rey Alfredo de Inglaterra intentó dividir el día en tres partes de ocho: ocho horas cada una de trabajo, descanso y ocio. Sin embar-go no fue hasta los comienzos y mediados del siglo veinte cuando en Occidente la jornada de ocho horas laborables se convirtió en realidad. Durante la Revolución Industrial, el patrón estándar de trabajo era de seis días por semana y entre diez y dieciséis horas de trabajo, para adul-tos y niños de forma similar. No fue hasta 1847 cuando, por ejemplo, el gobierno del Reino Unido promulgó la legislación para restringir la jor-nada laboral a 10 horas, pero esto solo era aplicable a mujeres y niños.

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Mayores posibilidades de programación

La sustitución del modelo de vida de tres etapas por otro de múltiples, desembocará en una mayor variedad de etapas en nuestras vidas y con ello surgirán diferentes alternativas sobre cómo asignar nuestro tiem-po. Durante sus etapas de acumulación de riqueza, las personas debe-rán seguir trabajando intensamente, durante largas jornadas laborales. En otras etapas de la vida, habrá momentos en los que será necesario más tiempo de ocio y menos tiempo dedicado al trabajo, por razones familiares o formativas. No hay duda de que el deseo individual de mayor flexibilidad y de disponer de una semana laboral diseñada a medida, chocarán inicialmente con el objetivo de las corporaciones de mantener la estandarización y la predictibilidad de los patrones de trabajo. Sin embargo, el resultado más probable será que se llegue a un compromiso entre ambas fuerzas y que las empresas ofrezcan a sus trabajadores distintos paquetes de tiempo y de responsabilidad, más ajustados a las demandas de éstos.

Existen, por supuesto, muchas formas en las que la semana laboral podría ser reestructurada. La jornada diaria podría ser acortada, dis-poniendo de tardes más largas, o quizás podría resucitarse la tradición pre-industrial de el “Saint Monday”, en el que los artesanos se tomaban un descanso laboral no planificado, dando como resultado la semana laboral de cuatro días con fines de semana de tres. Sin embargo un fin de semana de tres días supone un significativo aumento del ocio y no es probable que suceda a corto plazo. ¿Comenzaremos, tal como fue el caso durante la Revolución Industrial, con un viernes de me-dia jornada? ¿El viernes se convertirá en día de descanso a cambio de aumentar la jornada en el resto de días? En la actualidad algunas empresas están ya experimentando con mayor flexibilidad y variedad en torno a la semana laboral y están apareciendo alternativas bastante sugerentes.

No todas las compañías están experimentando con estas ideas y mu-chas intentan resistirse a incorporar mayor flexibilidad y diversidad, lo que puede llevar a las personas a tomar la opción de trabajar para sí mismos y así crear el tiempo discrecional y flexible que necesitan, o de trabajar para pequeñas empresas en las que los sistemas flexibles sean más frecuentes. Por esta misma razón, habrá momentos en los que la opción de convertirse en productor independiente será muy atractiva.

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Echemos un vistazo al gráfico 8.1 para ver la tasa de descenso de la semana laborable media en EEUU. En 1920, la media de horas traba-jadas semanalmente por los hombres era de cincuenta horas; en 2005, había descendido a treinta y siete horas1.

En 1930, el afamado economista John Maynard Keynes escribió en su obra “Posibilidades Económicas de Nuestros Nietos”, que la creciente prosperidad traería tal abundancia de ocio que uno de los problemas centrales de la humanidad sería cómo encontrar formas útiles de gastar todo este tiempo libre.

“Por ello y por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema real y permanente – cómo usar su li-bertad una vez cumplidos sus deberes, cómo ocupar el tiempo de ocio que la ciencia y el interés compuesto han logrado para él, cómo vivir de forma sabia, agradablemente y bien”.

A lo que Keynes se estaba refiriendo no era al regalo del tiempo apor-tado por la longevidad, sino al tiempo extra resultante de la prosperi-dad. Su razonamiento se basaba en el concepto del efecto renta, que dice que a medida que la población es más rica, quiere consumir más de casi todas las cosas, incluido ocio. Por ello, a medida que crecen la produc-tividad y los salarios, se produce una caída de las horas de trabajo, una semana laboral más corta y vacaciones y fines de semana más largos. Por supuesto que Keynes no es el único que realizó esta predicción. Hay algunos tecnólogos contemporáneos que piensan que la visión de Keynes se podría materializar en las próximas décadas, a medida que los robots aumenten la productividad y liberen a las personas de la monotonía del trabajo y de las labores domésticas.

Resulta tentador pensar que Keynes estaba totalmente equivocado. Es poco probable que pensemos que la abundancia del ocio sea un problema central en nuestras vidas actuales o futuras. Pero Keynes no estaba totalmente equivocado; identificó correctamente que la creciente prosperidad y productividad traerían más ocio y así ha sido. De hecho, se produce un efecto renta – solo que no es tan fuerte como Keynes lo predijo. Lo que Keynes subestimó fue el desarrollo del consumo en el siglo XX. Es cierto que, cuanto las personas sean más ricas, querrán más de casi todo, incluyendo ocio. Pero lo que sucedió es que las personas demandaron más bienes materiales y

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¿Flexibilidad para todos?

Una vida profesional de tres etapas es probable que funcione mejor si tenemos flexibilidad respecto a la estructuración y secuenciación de nuestro tiempo. De hecho, dicha flexibilidad también da cobijo a las nuevas etapas de las que estamos hablando y que están surgiendo. También tenemos que preguntarnos por los períodos de intenso tra-bajo y dedicación profesional que son necesarios en los escenarios de varias etapas para poder lograr asentar nuestra situación financiera. En el escenario 5.0 hay dos períodos en los que Jane está fuertemente comprometida en puestos corporativos: primero en EatWell y más tarde en TalentFind. Pensemos también en las personas que deciden construir sólidamente sus activos tangibles a través de trabajos alta-mente exigentes y remunerados. ¿Tendrá sentido en estos casos la re-estructuración del tiempo descrita, de más ocio con fines de semana y vacaciones más largos?

Tenemos dudas razonables de que esto funcione, principalmente por dos motivos. Nos parece que los puestos de trabajo a nivel directivo, con elevada dosis de liderazgo siempre exigirán jornadas laborales in-tensas y extensas. Pero también debemos reconocer que este nivel de intensidad implica un nivel de desgaste que no se puede mantener de forma continuada durante una etapa profesional de sesenta años de trabajo. Para este grupo de personas, el modelo de vida de tres etapas no funcionará porque la inversión en intangibles como la familia y la vitalidad que implica una vida de 100 años saludable, hará que se nece-siten más períodos de tiempo discrecional que tan solo fines de sema-na más largos. Además, estos perfiles de altas competencias requerirán una inversión continuada en formación y tecnología para compensar la rápida obsolescencia de sus roles y profesiones. No se trata solo de acumular conocimientos en distintos espacios de tiempo, sino se trata de un período mucho más sustancial de reentrenamiento y de profun-das transiciones. Esta inversión en nuevos conocimientos tiene que basarse en un plan mantenido y continuado en el tiempo, por lo que no se logrará en base a un planteamiento de corto plazo, por ejemplo de dedicarse un día por semana a formarse.

Por lo tanto, aunque reconozcamos que para algunos roles y trabajos la reestructuración basada en fines de semana y vacaciones más largos pueda funcionar, para personas de alta cualificación tiene más sentido

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ciones más pequeñas de tiempo. La duración de la jornada laboral, el número de días laborables por semana, la existencia del fin de semana, el número de días de vacaciones y el tiempo dedicado al ocio no son todos fijos. De hecho, todos ellos han evolucionado a lo largo del tiempo y van a continuar haciéndolo.

Así que será útil echar la vista atrás a las tendencias históricas sobre el uso del tiempo, para luego considerar cómo puede evolucionar en el futuro. Pensamos que habrá una profunda reestructuración del tiempo y que esta evolución será el resultado de la interacción entre la lon-gevidad, la necesidad de invertir en activos intangibles y la tendencia histórica, a largo plazo, de la disminución de las horas de trabajo.

La paradoja de las horas de trabajo

En general, las personas actualmente están trabajando menos horas que hace cincuenta o 100 años. En tiempos tan lejanos como el siglo noveno, el Rey Alfredo de Inglaterra intentó dividir el día en tres partes de ocho: ocho horas cada una de trabajo, descanso y ocio. Sin embar-go no fue hasta los comienzos y mediados del siglo veinte cuando en Occidente la jornada de ocho horas laborables se convirtió en realidad. Durante la Revolución Industrial, el patrón estándar de trabajo era de seis días por semana y entre diez y dieciséis horas de trabajo, para adul-tos y niños de forma similar. No fue hasta 1847 cuando, por ejemplo, el gobierno del Reino Unido promulgó la legislación para restringir la jor-nada laboral a 10 horas, pero esto solo era aplicable a mujeres y niños.

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la reestructuración que hemos planteado en el escenario 5.0. En este caso, hay dos períodos de intensa dedicación al trabajo corporativo que lindan con fases de transición en las que Jane se concentra plena-mente en construir sus activos intangibles.

Una de las audiencias para las que este libro ha sido escrito es la de per-sonas con altos niveles de educación y de renta, que gozan de una bue-na posición en el mercado laboral, y que cuentan con un rango amplio de opciones profesionales. Todas las personas no son tan afortunadas, y alcanzar el éxito en la vida de 100 años será un desafío para todos, sea cual sea nuestro perfil. Suponemos que el escenario de tres etapas y con una semana laboral acortada, seguirá siendo la opción por defecto para aquellos con pocas competencias y opciones. También podemos vislumbrar que los gobiernos vayan, progresivamente, introduciendo ayudas para aquellos que tengan pocos activos y ello les permita ir invirtiendo poco a poco en intangibles. De la misma forma que las va-caciones pagadas, la baja por maternidad (y ahora por paternidad) se están consolidando y alargando en su duración, podemos imaginar un futuro que también contemple prestaciones sociales destinadas para financiar las transiciones que son necesarias para vivir 100 años y que no sean solo aquellos mejor formados y con mayores salarios los be-neficiados por ella.

La re-creación equilibra el recreo

De la misma forma que esperamos una reestructuración del tiempo, también esperamos cambios en cómo se usa el tiempo - especialmen-te el de ocio. La vida de 100 años pone un enorme énfasis sobre el de-sarrollo de activos intangibles que se construyen en torno a cuestiones clave como familia y amistades, competencias y conocimientos, salud y vitalidad. Todo ello requiere inversión: tiempo con amigos y fami-lia, tiempo dedicado a reeducarse y dotarse de nuevas herramientas y tiempo dedicado al ejercicio físico. La mayor longevidad significa más inversión en estos activos, especialmente en torno a la formación.

El fin de semana de tres días nos proporcionaría, con certeza, el tiempo y espacio para invertir más en estos intangibles. Sin embargo, ¿será suficiente? Nos preguntamos si la vida de 100 años necesita más inversión en intangibles que los que nos puedan aportar los fines de semana de tres días y pensamos que lo que va a emerger es un

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Echemos un vistazo al gráfico 8.1 para ver la tasa de descenso de la semana laborable media en EEUU. En 1920, la media de horas traba-jadas semanalmente por los hombres era de cincuenta horas; en 2005, había descendido a treinta y siete horas1.

En 1930, el afamado economista John Maynard Keynes escribió en su obra “Posibilidades Económicas de Nuestros Nietos”, que la creciente prosperidad traería tal abundancia de ocio que uno de los problemas centrales de la humanidad sería cómo encontrar formas útiles de gastar todo este tiempo libre.

“Por ello y por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema real y permanente – cómo usar su li-bertad una vez cumplidos sus deberes, cómo ocupar el tiempo de ocio que la ciencia y el interés compuesto han logrado para él, cómo vivir de forma sabia, agradablemente y bien”.

A lo que Keynes se estaba refiriendo no era al regalo del tiempo apor-tado por la longevidad, sino al tiempo extra resultante de la prosperi-dad. Su razonamiento se basaba en el concepto del efecto renta, que dice que a medida que la población es más rica, quiere consumir más de casi todas las cosas, incluido ocio. Por ello, a medida que crecen la produc-tividad y los salarios, se produce una caída de las horas de trabajo, una semana laboral más corta y vacaciones y fines de semana más largos. Por supuesto que Keynes no es el único que realizó esta predicción. Hay algunos tecnólogos contemporáneos que piensan que la visión de Keynes se podría materializar en las próximas décadas, a medida que los robots aumenten la productividad y liberen a las personas de la monotonía del trabajo y de las labores domésticas.

Resulta tentador pensar que Keynes estaba totalmente equivocado. Es poco probable que pensemos que la abundancia del ocio sea un problema central en nuestras vidas actuales o futuras. Pero Keynes no estaba totalmente equivocado; identificó correctamente que la creciente prosperidad y productividad traerían más ocio y así ha sido. De hecho, se produce un efecto renta – solo que no es tan fuerte como Keynes lo predijo. Lo que Keynes subestimó fue el desarrollo del consumo en el siglo XX. Es cierto que, cuanto las personas sean más ricas, querrán más de casi todo, incluyendo ocio. Pero lo que sucedió es que las personas demandaron más bienes materiales y

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cambio fundamental sobre cómo las personas aprovechan su tiempo de ocio.

Muchos de los conceptos actuales de tiempo, incluido cómo se define y usa el ocio, emergieron durante la Revolución Industrial. El ritmo del trabajo agrícola, estacional y de baja velocidad, no se trasladaba adecuadamente al entorno industrial, lo que combinado con la mayor fiabilidad y menores costes de los relojes mecánicos, llevaron a la crea-ción de una jornada laboral claramente estructurada y definida13. El trabajo en las fábricas demandó la creación de una jornada laboral fija y la separación entre el trabajo y la familia. El ocio también se definió con mayor más precisión y dejó de ser estacional, a medida que surgie-ron nuevos espacios de tiempo de ocio: juventud y jubilación, fines de semana, Navidades y vacaciones estivales.

Con la creación de estos nuevos bloques de ocio, las personas tuvie-ron que decidir cómo gastarlos. El movimiento sindical reclamó una semana laboral más corta con fines de semana de dos días para poder recuperarse del intenso trabajo, manual y mental, a lo largo de la sema-na. Además, la llegada de la separación del lugar de trabajo respecto al hogar familiar y la prohibición del trabajo infantil, permitió que el ocio se dedicara a recomponer el tiempo dedicado a la familia.

A medida que el tiempo de ocio aumentó, lo hizo la industria del ocio. Apoyándose en la urbanización y en un tiempo de ocio estandarizado, los empresarios comenzaron a desarrollar nuevas formas de entreteni-miento. Las salas de baile, los cines y la irrupción del fútbol profesional son claros ejemplos. Antes de la revolución industrial, el ocio tenía lugar en espacios públicos de forma poco clara y precisa y cuando ésta se impuso, el ocio se privatizó y regularizó14.

El desarrollo de la industria del ocio ha continuado durante los últi-mos 100 años, y en paralelo con su crecimiento, también lo ha hecho su valor como industria. Consecuentemente, el tiempo discrecional se usa cada vez más para el ocio: ver la televisión, acudir a eventos depor-tivos, ir de compras, ir a restaurantes o tomarse unos días de escapada. Todo ello significa consumir tiempo, más que usarlo.

A medida que la gente viva más y necesite hacer más inversiones en activos intangibles, esperamos que se produzca un cambio en la forma

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ciones más pequeñas de tiempo. La duración de la jornada laboral, el número de días laborables por semana, la existencia del fin de semana, el número de días de vacaciones y el tiempo dedicado al ocio no son todos fijos. De hecho, todos ellos han evolucionado a lo largo del tiempo y van a continuar haciéndolo.

Así que será útil echar la vista atrás a las tendencias históricas sobre el uso del tiempo, para luego considerar cómo puede evolucionar en el futuro. Pensamos que habrá una profunda reestructuración del tiempo y que esta evolución será el resultado de la interacción entre la lon-gevidad, la necesidad de invertir en activos intangibles y la tendencia histórica, a largo plazo, de la disminución de las horas de trabajo.

La paradoja de las horas de trabajo

En general, las personas actualmente están trabajando menos horas que hace cincuenta o 100 años. En tiempos tan lejanos como el siglo noveno, el Rey Alfredo de Inglaterra intentó dividir el día en tres partes de ocho: ocho horas cada una de trabajo, descanso y ocio. Sin embar-go no fue hasta los comienzos y mediados del siglo veinte cuando en Occidente la jornada de ocho horas laborables se convirtió en realidad. Durante la Revolución Industrial, el patrón estándar de trabajo era de seis días por semana y entre diez y dieciséis horas de trabajo, para adul-tos y niños de forma similar. No fue hasta 1847 cuando, por ejemplo, el gobierno del Reino Unido promulgó la legislación para restringir la jor-nada laboral a 10 horas, pero esto solo era aplicable a mujeres y niños.

Gráfico 8.1: Jornada semanal media.

Fuente: American Economic Journal: Macroeconomics (2009): 189-224.

La Vida de 100 Años

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en que se usa el ocio. Más que consumir tiempo, esperamos que se gaste más tiempo en invertir en intangibles. En otras palabras, en la re-creación más que en la recreación. Tal como dijo Karl Marx: “Eco-nomizar en tiempo de trabajo significa aumentar la cantidad de tiempo libre, por ejemplo tiempo para poder desarrollarnos completamente como individuos”15. Dado que la re-creación es frecuentemente una aspiración individual, podemos esperar que se imponga una agenda más personalizada de ocio, compuesta de tiempo para la re-creación y para la recreación. Si en los últimos 100 años hemos visto el desarrollo de la industria del ocio, que privatizó el entretenimiento público en torno al consumo, podemos vislumbrar una creciente industria de ocio destinada a la mejora individual de las personas en la que el ocio sea una inversión.

Época post-industrial

Cuando la vida se alarga, entonces el tiempo comienza a reestructurar-se, tanto en nuevas etapas, como describimos en capítulos anteriores, como en nuevas formas de reparto en días y semanas, como hemos visto en este capítulo. La reestructuración del tiempo puede sonar dra-mática, pero ya ha tenido lugar con anterioridad y por ello hemos he-cho referencia a menudo al impacto de la revolución industrial ya que fue durante este período en el que fueron establecidas la mayor parte de las convenciones sociales que prevalecen actualmente.

Producto de la revolución industrial fueron las largas, reguladas y es-tandarizadas horas de trabajo. También se introdujo una clara distin-ción entre trabajo y ocio, entre el lugar donde la gente trabajaba y don-de vivía y entre el entorno laboral y familiar. Todo ello supuso grandes cambios en roles de género, un mayor papel institucional de la crianza de los hijos y la formación de la vida de tres etapas en cuanto los niños fueron apartados del trabajo y las empresas apoyaron la jubilación.

Durante las dos últimas décadas, muchas de estas convenciones han sido desafiadas y su impacto y popularidad han disminuido. Los roles de los géneros, la separación de ocio y trabajo, y la semana laboral es-tándar todos están siendo sometidos a presión y muestran ya una con-siderable trayectoria de cambio. Pensamos que las tendencias sociales que ya están en marcha serán reforzadas de forma importante por los imperativos de la vida de 100 años y por los profundos cambios tecno-

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Echemos un vistazo al gráfico 8.1 para ver la tasa de descenso de la semana laborable media en EEUU. En 1920, la media de horas traba-jadas semanalmente por los hombres era de cincuenta horas; en 2005, había descendido a treinta y siete horas1.

En 1930, el afamado economista John Maynard Keynes escribió en su obra “Posibilidades Económicas de Nuestros Nietos”, que la creciente prosperidad traería tal abundancia de ocio que uno de los problemas centrales de la humanidad sería cómo encontrar formas útiles de gastar todo este tiempo libre.

“Por ello y por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a su problema real y permanente – cómo usar su li-bertad una vez cumplidos sus deberes, cómo ocupar el tiempo de ocio que la ciencia y el interés compuesto han logrado para él, cómo vivir de forma sabia, agradablemente y bien”.

A lo que Keynes se estaba refiriendo no era al regalo del tiempo apor-tado por la longevidad, sino al tiempo extra resultante de la prosperi-dad. Su razonamiento se basaba en el concepto del efecto renta, que dice que a medida que la población es más rica, quiere consumir más de casi todas las cosas, incluido ocio. Por ello, a medida que crecen la produc-tividad y los salarios, se produce una caída de las horas de trabajo, una semana laboral más corta y vacaciones y fines de semana más largos. Por supuesto que Keynes no es el único que realizó esta predicción. Hay algunos tecnólogos contemporáneos que piensan que la visión de Keynes se podría materializar en las próximas décadas, a medida que los robots aumenten la productividad y liberen a las personas de la monotonía del trabajo y de las labores domésticas.

Resulta tentador pensar que Keynes estaba totalmente equivocado. Es poco probable que pensemos que la abundancia del ocio sea un problema central en nuestras vidas actuales o futuras. Pero Keynes no estaba totalmente equivocado; identificó correctamente que la creciente prosperidad y productividad traerían más ocio y así ha sido. De hecho, se produce un efecto renta – solo que no es tan fuerte como Keynes lo predijo. Lo que Keynes subestimó fue el desarrollo del consumo en el siglo XX. Es cierto que, cuanto las personas sean más ricas, querrán más de casi todo, incluyendo ocio. Pero lo que sucedió es que las personas demandaron más bienes materiales y

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lógicos que se avecinan. La Revolución Industrial introdujo cambios dramáticos en la estructuración del tiempo. Quizás esta, la de la vida de 100 años, suponga incluso mayores cambios.

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ciones más pequeñas de tiempo. La duración de la jornada laboral, el número de días laborables por semana, la existencia del fin de semana, el número de días de vacaciones y el tiempo dedicado al ocio no son todos fijos. De hecho, todos ellos han evolucionado a lo largo del tiempo y van a continuar haciéndolo.

Así que será útil echar la vista atrás a las tendencias históricas sobre el uso del tiempo, para luego considerar cómo puede evolucionar en el futuro. Pensamos que habrá una profunda reestructuración del tiempo y que esta evolución será el resultado de la interacción entre la lon-gevidad, la necesidad de invertir en activos intangibles y la tendencia histórica, a largo plazo, de la disminución de las horas de trabajo.

La paradoja de las horas de trabajo

En general, las personas actualmente están trabajando menos horas que hace cincuenta o 100 años. En tiempos tan lejanos como el siglo noveno, el Rey Alfredo de Inglaterra intentó dividir el día en tres partes de ocho: ocho horas cada una de trabajo, descanso y ocio. Sin embar-go no fue hasta los comienzos y mediados del siglo veinte cuando en Occidente la jornada de ocho horas laborables se convirtió en realidad. Durante la Revolución Industrial, el patrón estándar de trabajo era de seis días por semana y entre diez y dieciséis horas de trabajo, para adul-tos y niños de forma similar. No fue hasta 1847 cuando, por ejemplo, el gobierno del Reino Unido promulgó la legislación para restringir la jor-nada laboral a 10 horas, pero esto solo era aplicable a mujeres y niños.

Gráfico 8.1: Jornada semanal media.

Fuente: American Economic Journal: Macroeconomics (2009): 189-224.

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