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AÑO 7 / NÚMERO 334 DOMINGO 09 DE ABRIL DE 2017 Portafolio Charles Baudelaire por sí mismo Carlos César Rodríguez GUSTAVO PEREIRA I E l reciente fallecimiento del poeta Carlos César Ro- dríguez (1922-2017) nos ha llenado de sorpresiva consternación, a sabiendas de que por su edad, pródiga en dilatados afanes docentes, poéticos y ensayísticos, ya había entregado al país cuanto cabía esperar de su humanismo vertical, su sabiduría y su bondad. Pasa que creemos inmortales a quienes amamos. Dos territorios dispares pero igualmente portentosos, el de las aguas, radas y transparencias de su lar nativo y el del sose- gado discurrir del mundo al pie de las altas cúspides aledañas al valle de la ciudad de Mérida, demarcaron su trayectoria vi- tal. El primero otorgóle deslumbramiento de infancia en un puerto, el de Guanta, despuntado en muelles y navíos; el otro, la serena reflexión del mundo intelectual y el bullir e in- quietud juveniles cobijados en aulas, claustros y atrios de la Universidad de Los Andes. Habiéndose graduado como profesor de literatura en aque- lla Buenos Aires de los años cincuenta adonde lo aventara el exilio, el joven poeta regresará a su país para iniciar lo que habría de ser largo y fecundo itinerario en la docencia univer- sitaria y la creación literaria. Catedrático de latín y griego en la Universidad Central, y de literatura venezolana en la de Los Andes, será elegido primer Decano de la Facultad de Hu- manidades de esta última. En Mérida transcurrirá su vida de- dicada por entero a la enseñanza, la poesía, la investigación literaria y las luchas por un mundo de justicia y dignidad. Obra breve y rigurosa, la de Carlos César Rodríguez consti- tuye referencia insoslayable en nuestras letras. A sus libros de poesía (Los espejos de mi sangre, Follaje redimido, Aire iluminado y Hora íntima) se añaden los de ensayo literario (El retrato de Antonio Machado, Glosa a la Silva Criolla a un bardo amigo) y la in- vestigación y recopilación históricas (Testimonios merideños, Testimonios barceloneses). Estos dos últimos libros, por cierto, acogerán con respeto una propuesta que Mariano Picón Salas formulara en 1954. ¿No valdría la pena —se preguntaba éste, aludiendo a aque- llos geógrafos y viajeros cuyos testimonios escritos sobre la llamada Ciudad de los Caballeros forman parte de nuestra historia— que en lugar de tanto discurso retórico en que los venezolanos derrochamos palabras, oídos y tiempo, se reu- niesen en antologías dichos testimonios? El gran escritor me- rideño, a propósito de la publicación de Follaje redimido en 1959, había escrito: «¡Qué falta nos hacen en Venezuela los re- dentores del follaje! No entiendo la poesía sino como suma depuración, suma simplicidad, como en ese poema suyo titu- lado «El girasol»: Quién cortó este girasol que está flotando en el ai- re? Esto solo lo puede decir un niño o un poeta. Ud. ha hecho mucho más que «redimir el follaje». Ud. está logrando la clara y pequeña per- fección de la flor». II Tal como hubiera complacido a Picón Salas, aunque no en la fecha prevista por éste, Carlos César, en homenaje a sus dos querencias lugareñas, emprendería la tarea años des- pués. Su libro Testimonios merideños (Mérida, Ediciones Solar de Clásicos Merideños, Universidad de Los Andes, 1996), re- sultado de minucioso registro en las fuentes históricas y de una no menos enjundiosa selección que se inicia con el relato del conquistador Francisco Martín, en 1533, de su vida aven- turera entre los indios Pemeos y culmina con la homilía que en Mérida pronunció el papa Juan Pablo II, sirvió entre otras cosas para —amén de llenar sensible vacío en la bibliografía venezolana sobre una de nuestras importantes ciudades— dotar de útil herramienta a investigadores y estudiosos de nuestra historia regional. Lo mismo haría después con Testimonios barceloneses (Cara- cas, Asociación catalana Nova Catalunya de Joan Orpí, 2004), compendio de textos históricos, crónicas y comentarios de memorialistas, religiosos, viajeros y expedicionarios del siglo XVI hasta autores contemporáneos que vivieron, pasaron o se ocuparon de Barcelona, la capital de su Estado natal, An- zoátegui. En la penúltima juventud de su vida virtuosa, Carlos César quiso homenajear a su región nativa con esta obra a la que dedicó varios años de intenso investigar. La inicia en una ins- tancia preterida u olvidada, pero por donde en justicia debe comenzar también nuestra historia: con uno de los múltiples y casi siempre excluidos —de la historiografía tradicional— testimonios de los pueblos indígenas que aquí habitaron y habitan miles de años antes de la invasión europea: un anti- guo mito kari’ña recopilado por otro ser humano excepcio- nal, Marc de Civrieux. Destacan también en este libro las memorias de dos solda- dos de la guerra de independencia, el capitán Tomás Deme- trio Lobatón y el sargento Manuel Osti, ambos del Ejército Li- bertador acantonado en Barcelona, las cuales nos descubren ignorados aspectos de aquella resistencia. Este último nos re- vela un dato comúnmente soslayado cuando se trata de resal- tar méritos en protagonistas de los hechos heroicos: la pre- sencia en las filas patriotas en el Convento de San Francisco convertido en 1814 por Bolívar en Casa Fuerte para resistir la ofensiva realista, de quinientos indios caribes comandados por los caciques Manaure y Tupepe. ¿Qué mejor tributo a la historia de su pueblo que rescatar, no sólo en la serena y transparente fuente de su poesía, sino en la dignidad que sobrevive en sus entrañas, el estandarte que en Carlos César ondeó para siempre? Ilustración de Carlos Ann

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AÑO 7 / NÚMERO 334 DOMINGO 09 DE ABRIL DE 2017

Portafolio

Charles Baudelaire por sí mismo

Carlos César RodríguezGUSTAVO PEREIRA

I

El reciente fallecimiento del poeta Carlos César Ro-dríguez (1922-2017) nos ha llenado de sorpresiva consternación, a sabiendas de que por su edad, pródiga en dilatados afanes docentes, poéticos y

ensayísticos, ya había entregado al país cuanto cabía esperar de su humanismo vertical, su sabiduría y su bondad.

Pasa que creemos inmortales a quienes amamos.Dos territorios dispares pero igualmente portentosos, el de

las aguas, radas y transparencias de su lar nativo y el del sose-gado discurrir del mundo al pie de las altas cúspides aledañas al valle de la ciudad de Mérida, demarcaron su trayectoria vi-tal. El primero otorgóle deslumbramiento de infancia en un puerto, el de Guanta, despuntado en muelles y navíos; el otro, la serena reflexión del mundo intelectual y el bullir e in-quietud juveniles cobijados en aulas, claustros y atrios de la Universidad de Los Andes.

Habiéndose graduado como profesor de literatura en aque-lla Buenos Aires de los años cincuenta adonde lo aventara el exilio, el joven poeta regresará a su país para iniciar lo que habría de ser largo y fecundo itinerario en la docencia univer-sitaria y la creación literaria. Catedrático de latín y griego en la Universidad Central, y de literatura venezolana en la de Los Andes, será elegido primer Decano de la Facultad de Hu-manidades de esta última. En Mérida transcurrirá su vida de-dicada por entero a la enseñanza, la poesía, la investigación literaria y las luchas por un mundo de justicia y dignidad.

Obra breve y rigurosa, la de Carlos César Rodríguez consti-tuye referencia insoslayable en nuestras letras. A sus libros de poesía (Los espejos de mi sangre, Follaje redimido, Aire iluminado y Hora íntima) se añaden los de ensayo literario (El retrato de

Antonio Machado, Glosa a la Silva Criolla a un bardo amigo) y la in-vestigación y recopilación históricas (Testimonios merideños, Testimonios barceloneses).

Estos dos últimos libros, por cierto, acogerán con respeto una propuesta que Mariano Picón Salas formulara en 1954. ¿No valdría la pena —se preguntaba éste, aludiendo a aque-llos geógrafos y viajeros cuyos testimonios escritos sobre la llamada Ciudad de los Caballeros forman parte de nuestra historia— que en lugar de tanto discurso retórico en que los venezolanos derrochamos palabras, oídos y tiempo, se reu-niesen en antologías dichos testimonios? El gran escritor me-rideño, a propósito de la publicación de Follaje redimido en 1959, había escrito: «¡Qué falta nos hacen en Venezuela los re-dentores del follaje! No entiendo la poesía sino como suma depuración, suma simplicidad, como en ese poema suyo titu-lado «El girasol»: Quién cortó este girasol que está flotando en el ai-re? Esto solo lo puede decir un niño o un poeta. Ud. ha hecho mucho más que «redimir el follaje». Ud. está logrando la clara y pequeña per-fección de la flor».

II

Tal como hubiera complacido a Picón Salas, aunque no en la fecha prevista por éste, Carlos César, en homenaje a sus dos querencias lugareñas, emprendería la tarea años des-pués. Su libro Testimonios merideños (Mérida, Ediciones Solar de Clásicos Merideños, Universidad de Los Andes, 1996), re-sultado de minucioso registro en las fuentes históricas y de una no menos enjundiosa selección que se inicia con el relato del conquistador Francisco Martín, en 1533, de su vida aven-turera entre los indios Pemeos y culmina con la homilía que en Mérida pronunció el papa Juan Pablo II, sirvió entre otras cosas para —amén de llenar sensible vacío en la bibliografía venezolana sobre una de nuestras importantes ciudades—

dotar de útil herramienta a investigadores y estudiosos de nuestra historia regional.

Lo mismo haría después con Testimonios barceloneses (Cara-cas, Asociación catalana Nova Catalunya de Joan Orpí, 2004), compendio de textos históricos, crónicas y comentarios de memorialistas, religiosos, viajeros y expedicionarios del siglo XVI hasta autores contemporáneos que vivieron, pasaron o se ocuparon de Barcelona, la capital de su Estado natal, An-zoátegui.

En la penúltima juventud de su vida virtuosa, Carlos César quiso homenajear a su región nativa con esta obra a la que dedicó varios años de intenso investigar. La inicia en una ins-tancia preterida u olvidada, pero por donde en justicia debe comenzar también nuestra historia: con uno de los múltiples y casi siempre excluidos —de la historiografía tradicional— testimonios de los pueblos indígenas que aquí habitaron y habitan miles de años antes de la invasión europea: un anti-guo mito kari’ña recopilado por otro ser humano excepcio-nal, Marc de Civrieux.

Destacan también en este libro las memorias de dos solda-dos de la guerra de independencia, el capitán Tomás Deme-trio Lobatón y el sargento Manuel Osti, ambos del Ejército Li-bertador acantonado en Barcelona, las cuales nos descubren ignorados aspectos de aquella resistencia. Este último nos re-vela un dato comúnmente soslayado cuando se trata de resal-tar méritos en protagonistas de los hechos heroicos: la pre-sencia en las filas patriotas en el Convento de San Francisco convertido en 1814 por Bolívar en Casa Fuerte para resistir la ofensiva realista, de quinientos indios caribes comandados por los caciques Manaure y Tupepe.

¿Qué mejor tributo a la historia de su pueblo que rescatar, no sólo en la serena y transparente fuente de su poesía, sino en la dignidad que sobrevive en sus entrañas, el estandarte que en Carlos César ondeó para siempre?

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2 LETRAS CCS / CIUDAD CCS / DOMINGO 09 DE ABRIL DE 2017

Era julio. Transcurría el 4to. Festival Mundial de Poesía. Las nubes y los chubascos tardaron una semana en cam-biar el ayer y el siempre en el tiempo de la lenta añoran-za. Hasta la lluvia festejaba el decir y el hacer humano más transfigurador del ser terrestre y con el viento cele-braba la vasta obra y larga la existencia de Ana Enriqueta Terán, nuestra señora de la poesía.

Del mundo llegaron las lenguas y los orfebres de su sen-timiento y su lenguaje. Yo recuerdo a Franketienne, el he-chicero verbal de Haití, y a Adonis, la sangre siria, el des-tino parisién y, como cada año, el próximo Premio Nobel de Literatura.

¡Cuántas veces fue la tierra esa «inmensa minoría» que dijera Juan Ramón Jiménez al nombrar al pueblo de la poesía, el de «los nuevos menos», como con velada ironía vallejeana lo designara el grave peruano de Los heraldos ne-gros y Trilce!

No voy a cometer la pretensión de recitar las «otras vo-ces y otros ámbitos» (que perdone Truman Capote el dolo que le infiero a su obra inevitable), viandantes de las ca-lles de Caracas y de más allá de sus montañas. La casa, la plaza, la esquina y los descampados del agua y del follaje oyeron hablar las imágenes y las confidencias líricas y an-tilíricas en la boca de los inventores de casa y del vecinda-rio de los cinco continentes.

De nuevo ninguno tuvo más patria que sus poemas y su lengua. Una vez más probaron que la región a que son fie-les quedaba en esta y ninguna parte: la del ser indistinto que es su lector y su definitivo creador.

Uno de ellos, la postura de la espiga de los altos y delga-dos papiros que ventean en Siberia, la piel del rubio trigo y así su pelo, entre lino y oro, lució (lo haría cada vez) una camisa con destellos vesperales, reflejos de última luz en-tre la maleza, el alborotado cromatismo de paleta en la continua blusa, avanzaba entre la feligresía atorada en los espacios de esta fiesta anual que anima la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello y el Ministerio del Poder Popu-lar para la Cultura.

La variopinta vestimenta hacía de cohorte a la levanta-da figura que sobresalía de semejante decorado de ata-víos. Ni las fotos, siquiera el folleto con sus facciones y el afiche que lo sorprendiera en el anuncio del convite, lo-graban parecerse al portador de la iconoclasta indumen-taria que digo; pero de pronto fue él, Eugenio Yevtus-henko, la leyenda de la poesía rusa de las postrimerías del estalinismo la que allí se confundía con los convidados y los celebrantes de la fiesta. Pensé, al verlo, en Andrés Voz-nesenski, su correligionario del poema infinito, cuya fa-ma endosaba la enorme multitud reunida a oírlo en los estadios moscovitas y mucho después, donde Rusia es

eterna en las estepas y en los bosques de abedules, la alcoba del ruiseñor de medianoche. La espigada le-yenda escenificaba en cada estrado, y doquiera con-versación de curiosos y admiradores, un raro derro-tero histórico-político-literario que pasaba por Un día en la vida, de Iván Denisovitch, el libro que regresara a Soljentisyne de la temporada en el infierno estali-nista del Gulag cuando la venia de Jrushev le devol-vió su condición humana pero no su nombramiento en la Unión de Escritores Soviéticos y su expulsión del país, apenas sobreviniera Yeltsin.

Acaso, en ese entonces, dime a atribuirle al eleva-do invitado concomitancias antojadizas y supuse que acaso, en su bisoñez moscovita y poética, ya presin-tiera la enseña de su patria a media en el poema, aún invisible, de Adiós bandera roja ,y que sin esperarlo, había sido ungido el miembro más joven de la Unión.

Quiso la memoria de Alejandro Pushkin llevarme a Moscú, cuando el año 72 mediaba, invitado al Festi-val de Poesía con el nombre del primer gran poeta ruso y padre de la lengua prestigiara.

En esos tiempos Yevtushenko escribía largamente en español durante no pocas traducciones. Baby Yar se parecía a la poesía discursiva de Ginsberg y no sé por qué su apellido se me enredaba con el de Solje-nitsin cuyo martirio se vendía casi al pregón en las li-brerías de Sabana Grande

A pocos pasos escuchaba la grita de Woodstock en-tre los aprendices de la revuelta sesentista.

No pocos —sobremanera los contemporáneos del sesenta y sus consecuencias beatnik— deletrearon la historia que corporeizaba el autor de Siberia, tierra de bayas, no mueras antes de morir, La tercera nieve y aquella desgarradura verbosa que es Baby Yar, un memorial espantable de huesos judíos.

Debo a un amigo ruso la posible exactitud de sus versos y su profusa elocuencia: Hierbas de demencia se estremecen en Baby Yar, / Los árboles observan, solemnes, co-mo si presidieran un juicio. / Todo aquí ulula silencioso…

El año que digo me había ido al Kremlin. Mi guía en nada semejaba a la Natalie de la canción. No me convidó al Café Puskhin ni a la Universidad sino a la Unión de Escritores. «Quisiera conocer a Yevtus-

henko», le dije a unos de sus miembros, bigotudo como Gorki. «Trabaja», me respondió un rostro de mirada con arrestos de sospecha y pensé en Ajmatova y en Marina Ts-vetaeva en los años del Gulag.

El 4to. Festival Mundial de Poesía pudo más que aquella lejanía. Gorbatchev había desmayado a media asta la ban-dera roja del poema de Yevtushenko.

En esos días, las dos poetisas mártires medio sobrevi-vían en nuestra lengua durante las epístolas de Rilke lle-vadas de la mano de Pasternak, el Premio Nobel amorda-zado por la censura del postrero estalinismo.

El poeta de camisola carnavalesca se movía con el vai-vén que presta el ron y el insomnio por entre nosotros, se-guido de sus adoradores.

Nadie fue más tropical, menos frío siberiano. Holgaba en innúmeros amigos entre uno y otro recital, entre una y otra copa.

Anduvo Venezuela adentro como cualquiera de sus ca-minos. No sé si fue a tocarle la puerta a nuestra señora de la poesía. Ana Enriqueta Terán inclinaba su cuerpo como aquella dama trujillana de su poema inmemorial sobre el caballo de su remota infancia.

Yevtushenko pisó largo la lluvia y la tuvo de sombrero.Esta vez ha muerto, pero no su Rusia, nuestra en su

eternidad.

…y Yevtushenko habitó entre nosotrosLuis Alberto Crespo

DOMINGO 09 DE ABRIL DE 2017 / CIUDAD CCS / LETRAS CCS 3

LA LIBRERÍA MEDIÁTICAMarialcira Matute

“En Baudelaire, el reflejo mecanizado del hombre entregado al mundo moder-no se traduce en la actitud del jugador. Para el hombre que se ha dedicado al jue-go, la experiencia del choque se presenta en lo que tiene de más esencial, es de-cir, como una manera de sentir el tiempo. El afectado del esplín que no puede liberarse de la fascinación ejercida por el transcurrir del tiempo vacío es el hermano gemelo del jugador. Frente al Esplín, la obra baudelaireana evoca el Ideal. El ideal es la memoria involuntaria, iniciador de las “correspondencias”. Depositario de las imágenes de una vida anterior, el Ideal sería el supremo con-suelo si no lo pusiera en jaque la “belleza moderna”, que es esencialemnte espli-nética. Los recuerdos más o menos claros que impregnan cada imagen que surge del fondo de la memoria involuntaria pueden considerarse como su “aura”. Apo-derarse del aura de una cosa quiere decir: investirla con el poder de alzar la mira-da. La decadencia del aura tiene causas históricas que en cierto modo compendia la invención de la fotografía. Esa decadencia constituye el tema más personal de Baudelaire. Es ella la que da la clave de sus poesías eróticas. El poeta invoca ojos que han perdido el poder de la mirada. Así se fija el precio de la belleza y de la ex-periencia moderna: la destrucción del aura por la sensación del choque.„ Walter Benjamin

PORTAFOLIO

Contar la propia vida y la de otros

Todos tenemos algo que contar, decía siempre Galea-no. Fue precisamente una compilación de relatos sobre su vida y otras vidas su obra de publicación póstuma: El cazador de historias, que escribió a los 75 años y se publi-có en 2016.

Allí dice: «Vivo, y sobrevivo, por curiosidad. Así de simple, No sé, ni quiero saber, cuál es el futuro que me espera. Lo mejor de mi futuro es que no lo conozco». To-dos tenemos algo que contar, sí. Y si bien algunos no quieren saber del futuro, todos estamos curiosos por nuestro pasado, por saber de dónde venimos.

Yolanda Matute de Vetencourt (85) que es mi prima hermana, publicó hace poco una muy completa, valien-te y desenfadada historia de su vida, que es también la vida de mi familia y parte de la vida del país. Como quise que fuera, va presentando registros desde la inocencia hasta la rigurosidad histórica con la transparencia de quien nada tiene que ocultar. Vivencias familiares, coti-dianidad, política, viajes, cartas amorosas.

Contar a los otros lo que vivimos es una invitación a que los otros también cuenten. Esas pequeñas historias de la historia que como dice Pedro Calzadilla estamos todos llamados a compartir, para que se entretejan con la historia grande del país del que todos somos parte. En ese libro descubrí, además de muchos pasajes familia-res, que soy prima de Mónica y de Román Chalbaud, por parte de mi abuela Alcira Delgado de Matute. Y entendí mucho mejor la historia de mi país Venezuela.

Al leer este libro recordé un trabajo de la universidad donde se nos pedía que registráramos acentos regiona-les. Lo extravié, ahora lo estoy buscando. «Estampas to-vareñas» se titulaba mi historia familiar que intenté re-construir grabando a mamá, Gloria Castro, y enlacé con recuerdos de papá, Diego Matute, para contar de estas raíces andinas que no olvido a pesar de haber nacido en Madrid y haber vivido siempre en Caracas.

La artista plástica Mónica Chalbaud (84), mi prima, egresada de la Academia de Bellas Artes de París y con estudios de arte en España y Venezuela, ha creado unos originales cuadros-libros que tienen en sus marcos ins-cripciones alegóricas a la obra pictórica. La belleza del mestizaje, lo que somos, recorre la creatividad de esta mestiza por cuyas venas corre sangre francesa, venezo-lana y arahuac y que se ha expresado no sólo como cera-mista en diversas exposiciones, sino como artista del acrílico, técnica que usa en su más reciente producción. Allí cuenta lo que vive, lo que sueña y destaca de nues-tra historia. Ella también ha contado su vida a través de la novela Al día siguiente. Tiene varios libros inéditos en-tre los que destaca Hasta mañana Rosa Inés, que espera por una editorial para llegar a las librerías y fue entrega-do en sus manos al propio Comandante Chávez.

De Hugo Chávez se han escrito cientos de libros. Una de las biografías mejor documentadas y más entraña-bles es la escrita por Germán Sánchez Otero en tres to-mos, de la que se han publicado dos. Tuve la oportuni-dad de ser la presentadora del segundo tomo, Hugo Chávez y el destino de un pueblo, en un evento inmenso en el Teresa Carreño. Y mantengo lo que dije ese día. Nun-ca será suficiente lo que se escriba sobre Chávez, ese hombre particular y entusiasta de la vida cuya esponta-neidad y honestidad marcaron su vida y la de muchos. Contar a Chávez es necesario, y Sánchez Otero lo hace con maestría.

El joven escritor uruguayo Horacio Cavallo, en cuya maestría nos hemos detenido varias veces acá en Letras Ccs, cuenta en la novela Invención tardía, a través de la ficción, acerca de un personaje que ha perdido a su pa-dre siendo niño y quiere reconstruir su historia a partir de cartas que alguien ha conservado, de testimonios de otros, de recuerdos nebulosos.

Baudelaire por sí mismoHoy se cumplen 196 años del nacimiento del poeta moderno Charles Baudelaire. Lo celebramos con ano-taciones, frases, pensamientos recopilados en el libro Diarios íntimos.

En parte crecí gracias al ocio.En detrimentro mío; porque el ocio sin fortuna, aumen-

ta las deudas, y de las deudas resultan las vejaciones.Pero también en mi provecho, en cuanto a la sensibili-

dad, a la meditación y a la facultad del dandysmo y del di-lettantismo.

Los demás hombres de letras son, en su mayor parte, in-nobles jornaleros muy ignorantes.

***En el amor, como en casi todos los asuntos humanos, el

entendimiento cordial es el resultado de un malentendi-do. Ese malentendido es el placer. El hombre grita: ¡”Án-gel mío”!. La mujer arrula: “¡Mamá! ¡Mamá!”. Y esos dos imbéciles están persudadios de que piensan concertada-mente. El absimo infranqueable que crea la incomunica-bilidad queda sin franquear.

***De muy niño sentí en mi corazón dos sentimientos con-

tradictorios: el horror de la vida y el éxtasis de la vida.Es lo que corresponde a un perezoso nervioso.

***¿Por qué el espectáculo del mar es tan infinita y eterna-

mente agradable?Porque el mar ofrece a la vez la idea de la inmensidad y

del movimiento. Seis o siete leguas representan para el hombre el radio del infinito. He aquí un infinito en dimi-nutivo. ¿Qué importa si basta para sugerir la idea del infi-nito total? Doce o catorce leguas (de diámetro) doce o ca-torce leguas de líquido en movimiento, alcanzan para ofrecer la más alta idea de belleza que pueda ofrecérsele al hombre su habitáculo transitorio.

***El gusto por el placer nos liga al presente. El cuidado de

nuestra salud nos hace estar pendientes del provenir.Quien se liga al presente me produce el efecto de un

hombre que rueda por una pendiente y que, queriendo prenderse a los arbustos, los arrancará y los arrastrará consigo en su caída.

Ante todo ser un gran hombre y un santo para sí mis-mo.

***A cada minuto quedamos aplastados por la idea y la

sensación del tiempo. Y no hay más que dos medios para escapar a esa pesadilla, para olvidar: el placer y el trabajo. El placer nos desgasta. El trabajo nos fortifica. Escojamos. Cuanto más nos servimos de uno de esos medios, tanta mayor repugnancia nos inspira el otro.

No se puede olvidar el tiempo más que sirviéndose de él.

***Estudio de la gran enfermedad del horror al domicilio.

Razones de la enfermedad. Acrecentamiento progresivo de la enfermedad.

Indignación causada por la fatuidad universal, de todas las clases, de todos los seres, en los dos sexos, en todas las edades.

El hombre ama tanto al hombre que cuando hute de la ciudad es para buscar otra vez la muchedumbre, es decir, para rehacer la ciudad en el campo.

***No tengo convicciones, del modo como lo entiende la

gente de mi época, porque no tengo ambición. No hay ba-se en mí para una convicción.

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Director Freddy Ñáñez Coordinadora Karibay Velásquez. Letras CCS es el suplemento literario del dia-rio Ciudad CCS y se distribuye de forma gratuita | correo-e: [email protected] | Twitter: @LetrasCcs

CAPÍTULO CULTURA

Hay horas cruciales, decisivas, en la vida de un pue-blo, en las que éste, con el carácter que lo define, se juega y está dispuesto a jugarse la vida en la de-fensa no sólo de su paz y su felicidad, sino también

de su libertad y su posibilidad de existencia colectiva.Una de esas horas ha llegado para la nación venezolana.

Venezuela ha caído en la mira agresiva de la derecha conti-nental y mundial, y se halla bajo el poder de fuego del impe-rio, que hizo caer bajo sus bombas, en años recientes, a Afganistán, Irak, Libia o Siria. Sabemos las consecuencias que este acoso implica. Tenemos a la vista las que implicó el asedio mediático y político con que se inició la intervención extranjera en los anteriores países, hoy destruidos por la guerra y devorados por el caos.

Venezuela está bajo la amenaza, no sólo de la injerencia, la intervención y la violación de su soberanía, sino de una destrucción sistemática e implacable como las que hemos mencionado, presenciadas a diario por nosotros mismos a través de los noticieros.

Es difícil no ver con claridad los pasos y pautas de este re-petido procedimiento destructivo ahora cuando claramen-te se cierne sobre nosotros. Si es cierto que el peligro aviva la lucidez, tengamos en esta hora, sumada al amor por la Patria, la lucidez fría y valiente de un instinto colectivo.

Nosotros, cultoras y cultores, que en la Patria vemos la ca-sa del espíritu y la inmanencia del alma, nos ponemos de pie en su defensa, que es la defensa misma de nuestros hijos e hijas, la defensa de nuestra vida y nuestro futuro, en esta hora de peligro máximo en que la lucidez ha de ser máxima, tanto como el amor a lo nuestro. En esta hora de acoso he-mos de ser parciales por Venezuela, como nuestra suprema y única parcialidad, como nuestra suprema opción de vida.

Hubo horas decisivas para la nación venezolana que for-man parte de nosotros como memoria e identidad entraña-bles: la de Guaicaipuro y Apacuana ante la colonización in-vasora, la de Alonso Andrea de Ledesma en la incipiente Ca-racas del siglo XVI ante la piratería inglesa, la del pueblo de Caracas por su soberanía el 19 de abril de 1810, la de Cipria-no Castro con su recusación de la planta insolente de las po-tencias en diciembre de 1902.

En horas como esas todo lo que nos integraba como na-ción acudió masivamente a conjugarse, volviendo minúscu-las las diferencias parciales y partidarias ante el peligro y la deshonra de perder nuestra alma nacional y nuestra tierra libre.

LA HORA DE LA NACIONALIDADAllá los que han hipotecado su alma a la ambición y a las

fortunas personales, capaces de vender hasta su Patria a cuenta de propiedades en el extranjero.

Nosotros, venezolanas, venezolanos y amantes de Vene-zuela, llamamos a todas y todos los amantes de Venezuela a la defensa de esta Patria. Ha llegado, para nosotros, en nuestro tiempo, la hora de la nacionalidad. No podemos serle indignos a la historia. No podemos permitir sin lucha la destrucción de Venezuela por las garras insolentes del ex-tranjero.

Gustavo Pereira, Ana Enriqueta Terán, Juan Calzadilla, Luis Britto García, Antonio Trujillo, Laura Antillano, Vladi-mir Acosta, Earle Herrera, Adán Chávez, Temístocles Sala-zar, Alberto Rodríguez Carucci, Francisco Sesto Novás, Sol Musset, Zhandra Rodríguez, Roque Valero, Pascualina Cur-sio, Juan Antonio Calzadilla Arreaza, Cecilia Todd, Freddy Ñáñez, Luis Alberto Crespo, Antonio Machuca, Daniela Saidman, Douglas Bohórquez,Francis Rueda, Roberto Her-nández Montoya, Julio Borromé, Néstor Caballero, Fruto Vivas, Carmen Bohórquez, Jorge Dávila, Leonardo Ruiz Ti-rado, Ana María Oviedo Palomares, Gonzalo Fragui, Zulei-va Vivas, Roberto Malaver, Carlos Azpurua, Roman Chal-baud, Nelson Guzmán, Lenin Bandrés, Marialcira Matute, Pedro Calzadilla, Omar Enrique, Omar Acedo, Saúl Rivas Ri-vas, Xavier Saravia, Rodolfo Sanglimbeni, Iván Pérez Rossi, Rafael Salazar, Gladys Madriz, Gregorio Valera Villegas, Ro-dolfo Porras, Pedro Ruiz, Francisco Pacheco, Magú, Hum-berto Mata, Edgar Páez, William Osuna, Armando Carias, James Lakay, Alí Alejandro Primera, Lilia Vera, Roberto An-tonio, Antonio Cuevas, Iván Padilla, Gino González, José Gregorio Vásquez, Annel Mejías, Cheo Linares, Banny Cos-ta, Carlos Tovar... » Siguen firmas

Adhiérete al manifiesto de las cultoras y cultores en de-fensa de la patria, enviando tu nombre completo y número de cédula a [email protected].