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DIÓCESIS DE PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA ACOGER Y TRANSMITIR LA PALABRA DE DIOS CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA CUARESMA – PASCUA 2009 SUMARIO INTRODUCCIÓN 1. El contenido específico de nuestra conversión (n. 1) 2. Aperturas y opacidades ante la Palabra de Dios (n. 2) 3. La intención de esta Carta Pastoral (n. 3) 4. La Carta paso a paso (n. 4) I. DIOS BUSCA COMUNICARSE CON NOSOTROS POR JESUCRISTO 1. Un luminoso y reconfortante cambio de perspectiva (n. 5) 2. Jesucristo, presente en la Palabra de Dios (n. 6) 2.1. La Palabra de Dios en el seno de la Trinidad 2.2. La Palabra de Dios en los profetas (n. 7) 2.3. La Palabra de Dios se hizo carne (n. 8) 2.4. La Palabra de Dios en la predicación de los Apóstoles (n. 9) 2.5. La Palabra de Dios en la Escritura (n. 10) 2.6. La Palabra de Dios en la predicación de la Iglesia (n. 11) II. LA PALABRA DE DIOS ES VIVA: EFICAZ Y ACTUAL 1. Palabra eficaz (nn. 13-14) 2. Palabra actual (n. 15) 3. Palabra de Dios y palabra humana (n. 16) III. EL ÍNTIMO PARENTESCO ENTRE PALABRA, ESPÍRITU, EUCARISTÍA, IGLESIA 1. Palabra y Espíritu (nn. 17-18) 2. Palabra y Eucaristía (nn. 19-20) 3. Palabra e Iglesia (n. 21) 3.1. La Iglesia nace y vive de la Palabra de Dios 3.2. La Palabra de Dios sostiene a la Iglesia a lo largo de la historia 3.3. La Palabra de Dios penetra y anima, con la potencia del Espíritu Santo, toda la vida de la Iglesia 3.4. Para un mayor arraigo de la Palabra en la Iglesia (n. 22) IV. DISCÍPULOS Y TESTIGOS DE LA PALABRA DE DIOS 1. Discípulos de la Palabra (nn. 23-24) 2. Testigos de la Palabra (n. 25) 3. Discípulos y testigos como María (n. 26) V. ACTITUDES AUTÉNTICAS E INAPROPIADAS ANTE LA PALABRA DE DIOS 1. Actitudes auténticas (n. 27) 1.1. Reconocimiento y escucha 1.2. Agradecimiento (n. 28) 1.3. Acogida incondicional (n. 29) 1.4. Consciencia atenta (n. 30) 1.5. Confianza (n. 31) 1.6. Admiración sobrecogida (n. 32) 1.7. Compromiso (n. 33) 2. Actitudes inapropiadas (n. 34)

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DIÓCESIS DE PAMPLONA Y TUDELA, BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA

ACOGER Y TRANSMITIRLA PALABRA DE DIOS

CARTA PASTORAL DE LOS OBISPOS DE PAMPLONA Y TUDELA,BILBAO, SAN SEBASTIÁN Y VITORIA

CUARESMA – PASCUA 2009

SUMARIO

INTRODUCCIÓN

1. El contenido específico de nuestra conversión (n. 1)

2. Aperturas y opacidades ante la Palabra de Dios (n. 2)

3. La intención de esta Carta Pastoral (n. 3)

4. La Carta paso a paso (n. 4)

I. DIOS BUSCA COMUNICARSE CON NOSOTROSPOR JESUCRISTO

1. Un luminoso y reconfortante cambio de perspectiva (n. 5)

2. Jesucristo, presente en la Palabra de Dios (n. 6)

2.1. La Palabra de Dios en el seno de la Trinidad

2.2. La Palabra de Dios en los profetas (n. 7)

2.3. La Palabra de Dios se hizo carne (n. 8)

2.4. La Palabra de Dios en la predicación de losApóstoles (n. 9)

2.5. La Palabra de Dios en la Escritura (n. 10)

2.6. La Palabra de Dios en la predicaciónde la Iglesia (n. 11)

II. LA PALABRA DE DIOS ES VIVA:EFICAZ Y ACTUAL

1. Palabra eficaz (nn. 13-14)

2. Palabra actual (n. 15)

3. Palabra de Dios y palabra humana (n. 16)

III. EL ÍNTIMO PARENTESCO ENTREPALABRA, ESPÍRITU, EUCARISTÍA, IGLESIA

1. Palabra y Espíritu (nn. 17-18)

2. Palabra y Eucaristía (nn. 19-20)

3. Palabra e Iglesia (n. 21)

3.1. La Iglesia nace y vive de la Palabra de Dios

3.2. La Palabra de Dios sostiene a la Iglesiaa lo largo de la historia

3.3. La Palabra de Dios penetra y anima,con la potencia del Espíritu Santo,toda la vida de la Iglesia

3.4. Para un mayor arraigo de la Palabraen la Iglesia (n. 22)

IV. DISCÍPULOS Y TESTIGOSDE LA PALABRA DE DIOS

1. Discípulos de la Palabra (nn. 23-24)

2. Testigos de la Palabra (n. 25)

3. Discípulos y testigos como María (n. 26)

V. ACTITUDES AUTÉNTICAS E INAPROPIADASANTE LA PALABRA DE DIOS

1. Actitudes auténticas (n. 27)

1.1. Reconocimiento y escucha

1.2. Agradecimiento (n. 28)

1.3. Acogida incondicional (n. 29)

1.4. Consciencia atenta (n. 30)

1.5. Confianza (n. 31)

1.6. Admiración sobrecogida (n. 32)

1.7. Compromiso (n. 33)

2. Actitudes inapropiadas (n. 34)

2.1. La lectura fundamentalista

2.2. El historicismo crítico (n. 35)

2.3. La lectura legitimadora y reductora (n. 36)

2.4. La lectura ideológica (n. 37)

2.5. La lectura moralista (n. 38)

2.6. La lectura espiritualista (n. 39)

2.7. Desconocimiento y apatía (n. 40)

2.8. Incoherencia entre palabra y vida (n. 41)

VI. PARA ADENTRARNOS EN LA PALABRADE DIOS: LA «LECTIO DIVINA»

1. La gestación y alumbramiento de la«lectio divina» (nn. 42-44)

2. Las claves de la «lectio divina» (n. 45)

2.1. Una lectura respetuosa de los textos

2.2. Acceder al texto desde la vida ypara la vida (n. 46)

2.3. Compartir la Palabra de Dios enla comunidad orante y presidida (n. 47)

2.4. A la luz de la Pascua del Señor (n. 48)

3. Los pasos de la «lectio divina» (n. 49)

3.1. La lectura y relectura del texto

3.2. La meditación

3.3. La oración

3.4. La contemplación

3.5. El compromiso

3.6. El diálogo

4. Los efectos de la «lectio divina» (n. 50)

VII. UN MENSAJE A LA COMUNIDAD CRISTIANAY A SUS DIFERENTES MIEMBROS

1. Un mensaje para todos (n. 51)

2. A los laicos (n. 52)

2.1. A los catequistas y profesores de Religión(n. 53)

2.2. A los lectores de la Palabra en la liturgia(n. 54)

2.3. A los animadores de las celebracionesen ausencia de presbítero (n. 55)

2.4. A los monitores de la lectura creyentede la Palabra (n. 56)

2.5. A los padres de familia (n. 57)

2.6. A los creyentes de los medios de comunicaciónsocial (n. 58)

3. A los profesores de exégesis y teología (n. 59)

4. A los religiosos (n. 60)

5. A los presbíteros y diáconos (n. 61)

6. A nosotros, los obispos (n. 62)

CONCLUSIÓN (n. 63)

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INTRODUCCIÓN

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, Miércoles de Ceniza, inaugura laIglesia un itinerario espiritual que tienecomo centro y como meta la Pasión, Muertey Resurrección del Señor. Durante los cua-renta días precedentes (la Cuaresma), la co-munidad cristiana, movida por el Espíritu, vamadurando su conversión principalmentemediante la escucha de la Palabra de Dios, lacelebración del sacramento de la Reconcilia-ción y la actualización de la Eucaristía. Bajola acción del mismo Espíritu, contribuyetambién ella a esta conversión con la ora-ción, la austeridad y el ejercicio de la miseri-cordia. Así responde a la apremiante invita-ción de Jesús: «El tiempo se ha cumplido. ElReino de Dios está llegando. Convertíos ycreed en el Evangelio» (Mc 1, 15).

Llegados a la cima de la Pascua, la litur-gia de la Iglesia se explayará durante cin-cuenta días más para desvelarnos las rique-zas de la Resurrección del Señor y ayu-darnos a vivir con mayor plenitud una vidaauténticamente pascual.

Nuestra Carta Pastoral quiere contribuir aeste noble propósito. Se propone acompañar-nos especialmente en este tiempo singularque discurre entre el Miércoles de Ceniza,punto de partida, y Pentecostés, último capí-tulo de la Pascua.

1. El contenido específicode nuestra conversión

1. Cada Cuaresma y cada Pascua imprimena nuestra conversión un acento particular,

propiciado por las circunstancias eclesiales ysociales que afectan especialmente nuestra

vida. El último Sínodo, celebrado a lo largodel mes de octubre pasado, nos ha recordadocon energía e insistencia que la Palabra deDios ha de ocupar un lugar central en la viday actividad de la comunidad eclesial, y debejugar un papel decisivo en la espiritualidadde todos los cristianos. Es evidente la distan-cia entre estos postulados y nuestra tempera-tura espiritual. Este contraste nos descubreun exigente surco de conversión.

Celebramos, con todas las comunidadescatólicas del mundo, el Año de San Pablo,luminoso y ardiente «testigo de la Palabra deDios y maestro de la Iglesia».1 Aquel a quienla Palabra de Jesús derribó en el camino deDamasco, convirtió en discípulo y transfor-mó en apóstol infatigable (cfr. Hch 22, 7-8),constituye un ejemplo sumamente valiosopara que acojamos devotamente y ofrezca-mos confiadamente la Palabra. Lamentable-mente, la escucha religiosa y la proclama-ción confiada del Evangelio, recomendadaspor el Concilio (cfr. Dei Verbum, n. 1), en-cuentran entre los cristianos dificultades yreticencias. El Año Paulino es también unestímulo para convertirnos de estas actitudesdeficitarias.

Pero tenemos todavía una razón más fun-damental que estas dos importantes circuns-tancias eclesiales. Nuestra fe afirma con todaverdad que la Palabra de Dios es siemprefuente excepcional de nuestra conversiónpersonal y de la renovación evangélica de laIglesia y vía de contacto con muchas perso-nas y grupos alejados de la fe y de la comu-

(1) Sínodo de los Obispos 2008 sobre «La Palabra deDios en la vida de la Iglesia», Instrumentum laboris, n. 2.

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nidad cristiana. «La fuerza sanadora de laPalabra de Dios es una llamada viva a unaconstante conversión personal».2 Es, pues,sumamente apropiado que, en el inicio deeste tiempo de gracia, sea la Palabra el cen-tro de nuestra reflexión creyente.

Si ensanchamos además nuestra mirada ala sociedad, la anemia espiritual de nuestrotiempo, registrada por muchos analistas so-ciales y simultáneamente «la difusa exigen-cia de espiritualidad que… se manifiesta enuna renovada necesidad de oración»,3 han desuscitar en la comunidad cristiana la urgen-cia por ofrecer a sus conciudadanos el ali-mento vigoroso de la Palabra y la referencianeta del Evangelio. Esta misión reclama unentusiasmo por la Palabra de Dios y un cora-je para transmitirla que distan mucho de serpatrimonio compartido por nuestras concre-tas comunidades cristianas.

2. Aperturas y opacidadesante la Palabra de Dios

2. Pero, ¿interesa de verdad esta Palabra anuestro mundo? Bastantes indicadores

sugieren espontáneamente la respuesta nega-tiva. En el amplio espacio de la fe desvaneci-da o fenecida, la Palabra de Dios es valoradacomo un residuo anacrónico, «una de las úl-timas ideologías que se resiste a morir».4 Enuna cultura en la que el hombre, seducidopor sus propios logros increíbles, tiende aconsiderarse como único protagonista de supropia salvación, el ofrecimiento de la Pala-bra trascendente que se presenta como reve-lación del rostro de Dios y salvación radicaldel hombre está de antemano abocado a serrechazado. En una civilización rigurosamen-te crítica, esta Palabra tiende a considerarsecomo un producto mítico gestado hace milesde años en un medio muy distante de la sen-sibilidad, las preocupaciones y las preguntasde nuestro tiempo.

En contraste con este panorama, la Pala-bra de Dios experimenta hoy en el mundo,

según los expertos, un amanecer único en lahistoria. El acercamiento a la Palabra deDios escrita no es un fenómeno que se cir-cunscribe a un área cultural. Ha ido surgien-do casi al mismo tiempo y de forma autó-noma en varios continentes. La lectura y me-ditación de la Escritura está siendo fuente derenovación cristiana y de expansión de laIglesia. Se cumple la vieja profecía de Amós(8, 1): «Habrá hambre no de pan ni de agua,sino de oír la palabra del Señor».

Todavía las metas propuestas por el Vati-cano II quedan lejos. La Escritura no es aún,en la medida deseable, el alma de la teologíani la inspiradora de toda la existencia cristia-na.5 Pero los avances realizados en los estu-dios bíblicos y teológicos y en los plantea-mientos catequéticos, el relieve alcanzadopor la proclamación de la Palabra en la Li-turgia, las Escuelas de Formación escriturís-tica, las cuidadas traducciones de la Biblia,las Semanas y Jornadas bíblicas, la inmensi-dad de los materiales de apoyo publicados y,sobre todo, el auge y la extensión casi uni-versal en la Iglesia de la lectura creyente yorante de la Biblia, ofrecen un panoramasorprendente y esperanzador. La Palabra deDios se revela como dotada de un frescor yun vigor que no posee ninguna palabra hu-mana. Felizmente, la Palabra de Dios es hoyentregada, en vivo y en directo, al pueblocristiano con mayor intensidad que en tiem-pos pasados. La gente sencilla y pobre nosólo la acoge con alegría y esperanza sinoque la comprende con especial profundidad.«Hay que alegrarse de ver que gente humildey pobre toma la Biblia en sus manos y puedeaportar a su interpretación y actualizaciónuna luz más penetrante, desde el punto devista espiritual y existencial, que la que leviene de una ciencia segura de sí misma».6

Se cumplen aquí, de manera particularmenteincisiva, las palabras de Jesús: «Yo te alabo,Padre, Señor del cielo y de la tierra, porquehas escondido estas cosas a los sabios y pru-

(2) Sínodo de los Obispos 2008, proposición 8ª.(3) JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, n. 33.(4) E. SALMANN, La palabra partida, PPC, Madrid

2006, pp. 9-12.

(5) Cfr. JUAN PABLO II, Tertio millennio adveniente, n.36.

(6) PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, La interpretación dela Biblia en la Iglesia, IV, C. 3.

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dentes y se las has revelado a los sencillos»(Mt 11, 25).

La apertura hacia la Biblia no es un fenó-meno puramente eclesial. Extensos continen-tes culturales como la India y el ExtremoOriente, hasta hace pocos años casi imper-meables al cristianismo, se sienten atraídospor la Palabra contenida en la Escritura. Re-sulta confortador que, mientras el sol de la feparece ocultarse en Occidente, vuelve a re-nacer en Oriente.

Pero algo sucede también en Occidente.Precisamente en algunos países, al parecermás desertizados, registramos la emergenciade grupos minoritarios que, insatisfechoscon los sentidos parciales que encuentran opersiguen en su vida, anhelan un sentido másprofundamente motivador y lo buscan confrecuencia en la Religión. El encuentro conla Biblia, cuando es orientado pedagógica-mente, les resulta un verdadero descubri-miento y les abre el acceso a la noble y lim-pia figura de Jesús y a la fe en Él. Todo hacepensar que este fenómeno, aún bastante inci-piente entre nosotros, va a cobrar en un futu-ro próximo un gran relieve.

3. La intención de esta Carta Pastoral

3. Es preciso reconocer que este renacer bí-blico no afecta ni mucho menos a la tota-

lidad del pueblo de Dios. La gran mayoríade la comunidad cristiana tiene un conoci-miento muy rudimentario de lo que es y loque dice y hace la Palabra de Dios. Tal des-conocimiento origina una muy débil adhe-sión. El 50% de las familias españolas tienenuna Biblia en su casa. Sólo un 2% la utilizanpara una lectura asidua. Si la Palabra de Dioses tan necesaria para la fe, no hay tarea másimportante ni más urgente para la Iglesia quepromover su conocimiento cabal y su apre-cio real. Aprender a leer la Biblia, a descu-brir su sentido original y actual, a orar conella, a extraer de su texto consecuencias paranuestro comportamiento es algo más que unade las posibles iniciativas que merecen unintenso cultivo. «Una espiritualidad cristianano basada en la Escritura, difícilmente podrá

sobrevivir en un mundo complejo, difícil,fragmentado y desorientado como el moder-no» (card. Martini).

La presente Carta Pastoral pretende abri-ros el camino hacia el conocimiento, la valo-ración y el uso de la Palabra de Dios, a la es-pera de la Exhortación Postsinodal, másautorizada y más completa, del Papa Bene-dicto XVI. Para cumplir este cometido, nosproponemos proceder por los pasos siguien-tes.

4. La Carta paso a paso

4. Antes que un elenco de verdades o un di-rectorio para nuestra conducta moral, la

Palabra es expresión del amor de un Diosque quiere abrirnos su corazón, mostrarnossu rostro paternal, revelarnos su proyectosalvador, suscitar nuestra fe, provocar nues-tra conversión, buscar nuestra adhesión, libe-rarnos de nuestras esclavitudes. Desvelareste trasfondo profundamente alentador ocu-pará las primeras páginas de nuestra Carta.

La Palabra de Dios no es una melodíasimple, sino un canto coral. En este canto, lamelodía principal es Jesucristo. Desgranarlas diversas voces de este canto (es decir, susdiferentes acepciones) y subrayar su orienta-ción a Cristo constituirá el segundo paso denuestro itinerario.

Por ser de Dios, la Palabra proclamada oescrita reviste unas cualidades altamente sa-ludables para los creyentes: su eficacia y suactualidad. Describiremos estas cualidadesen el tramo siguiente de nuestra exposición.Por ser también palabra humana, refleja lascondiciones culturales del tiempo en que fueescrita y las características personales de susautores.

La Palabra, el Espíritu, la Iglesia y la Eu-caristía, están íntimamente ligados entre sí.Descubrir este vínculo será cometido de laspáginas subsiguientes.

Ser discípulos que acogen la Palabra ytestigos que la transmiten constituye la voca-ción de todos los cristianos. Procuraremos

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desvelar las implicaciones prácticas de estadoble condición. María será, para esta refle-xión, modelo precioso y amable.

Acoger religiosamente y proclamar con-fiadamente la Palabra de Dios reclama de loscreyentes unas actitudes que procuraremosidentificar en las páginas ulteriores.

No es infrecuente toda una patología en laescucha y transmisión de la Palabra. Procu-raremos, a continuación, identificarla conclaridad, para no incurrir en ninguna de susexpresiones.

Juan Pablo II y Benedicto XVI han reco-mendado vivamente la lectura creyente y

orante de la Escritura como alimento denuestra fe y fuente de renovación eclesial.¿Cómo robustecer y orientar en nuestras dió-cesis esta práctica que ha tenido durante mu-chos siglos tanta solera en la Iglesia? Ofre-ceremos en su momento unas sencillasindicaciones.

El momento de la comunidad cristiana yla peculiar situación y responsabilidad ecle-sial y social de los diferentes grupos que laconforman, reclaman algunas sugerenciasque iluminen y motiven la asimilación de laPalabra de Dios y su específico servicio aella. Con ellas daremos término a nuestra re-flexión.

I. DIOS BUSCA COMUNICARSE CON NOSOTROSPOR JESUCRISTO

1. Un luminoso y reconfortantecambio de perspectiva

5. Los cristianos agradecemos de corazón laRevelación de Dios. Pero durante mucho

tiempo hemos mantenido una idea limitadade esta Revelación. La concebíamos simple-mente como un elenco de verdades y de pre-ceptos que Dios había querido transmitirnospara nuestra salvación. La Escritura era el li-bro que, inspirado por el Espíritu Santo, con-signaba fielmente estas verdades y precep-tos.

El Concilio Vaticano II, recogiendo elsentir de los Padres de la antigüedad cristia-na, ha ensanchado notablemente este con-cepto de la Revelación y, con ello, nos haensanchado el alma a los creyentes.

Sin dejar de reconocer que Dios nos harevelado verdades y preceptos para nuestrasalvación, hemos aprendido que, ante todo,Él nos revela su Rostro y su Proyecto salva-dor no sólo a través de palabras, sino tam-

bién de acontecimientos salvadores. Palabrasy acontecimientos constituyen la Revelación.«El designio divino de la Revelación se rea-liza a la vez mediante acciones y palabras ín-timamente ligadas entre sí, que se esclarecenmutuamente».7

Pero con ser importante, no es éste elcambio de perspectiva decisivo. El Conciliotuvo deliberada intención de presentarnos laRevelación como una manifestación y comu-nicación que Dios nos hace de sí mismo, ins-pirado por su amor a la humanidad. «Poresta revelación, Dios invisible, movido porsu gran amor, habla a los hombres como aamigos y habita con ellos para invitarles acomunicarse con él y recibirles en su compa-ñía» (Dei Verbum, n. 2). La Revelación tienepues «estructura dialogal y resonancia perso-nalista».8 Al revelarse Dios ha pretendidoante todo abrirnos su corazón, ofrecernos su

(7) Catecismo de la Iglesia católica, n. 53.(8) R. BLÁZQUEZ, De muchas maneras habló Dios en la

historia, Conferencia en Santiago de Compostela (3-IX-2008), p. 4.

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amistad, invitarnos a compartir con Él sumisma vida, y responderle con nuestra fe ynuestra conversión.

Esta intención divina resplandece en elvocabulario mismo del escrito específico delConcilio sobre la Revelación (Dei Verbum).Los términos escogidos para este fin (pala-bra, conversación, diálogo, comunicación,participación, amistad), impregnan sus pági-nas, también cuando nos habla de la Biblia,expresión escrita de la Revelación. «En lossagrados libros, el Padre que está en los cie-los se dirige con amor a sus hijos y hablacon ellos» (Dei Verbum, n. 21). «La Escritu-ra es la Carta que Dios ha enviado a loshombres» (San Gregorio Magno). Una cartade amor.

Llevados de un escepticismo, que erró-neamente identificamos con el realismo, ten-demos a ver a Dios tan lejos y a concebirletan mudo que llegamos a preguntarnos si esposible que Dios nos hable y lo haga movidopor su amor. Ahora sabemos que es no sóloposible, sino real. Él está cerca; no puedeabandonar la obra de sus manos. «Quiere en-contrarse con los seres humanos y ser busca-do por ellos. Desea aquello que es lo máspersonal y lo más humano: amar y ser ama-do»9.

Conocemos el impacto decisivo que tuvoen la conversión de San Agustín la escuchade las palabras de Rm 13, 11-14. Más tardedescribirá de manera inigualable lo que vivióen aquellos momentos: «Tú estabas dentro demí; era yo quien estaba fuera de mí mismo.Tú estabas conmigo, pero yo no estaba conti-go… Me llamaste y me gritaste y venciste misordera; me tocaste y ardí en amor a ti».10

El teólogo luterano D. Bonhoeffer reco-noce en una de sus cartas que, a pesar de lle-var sobre sí una gran experiencia de predica-dor y de pastor, no se convirtió hasta que, encontacto con el Sermón de la Montaña, per-cibió que la Palabra que predicaba no era unmensaje sobre Dios sino una Palabra de Diosdirigida a él. A partir de ahí comenzó a orar

intensamente. «Entonces comencé a ser cris-tiano».11

La experiencia de Bonhoeffer se ha suce-dido muchas veces a lo largo de la historia.

Muchos conocemos a personas que estánbuscando la verdad, el bien, la justicia, Dios.Cuando estas personas, en contacto con unaspalabras de la Biblia, encuentran aquello quebuscan, albergan la profunda convicción deque «han sido encontrados». El hallazgo noha sido fruto de su búsqueda, sino un regalode Dios. Y a Él se entregan en la fe.

2. Jesucristo,presente en la Palabra de Dios

6. «Jesucristo está presente en la Palabra,pues cuando se proclaman las Escrituras

es Él quien habla» (Sacrosanctum Conci-lium, n. 7).

Para comprender esta afirmación teológi-camente densa y espiritualmente rica, es pre-ciso que detengamos nuestra mirada en losdiversos significados de la expresión «Pala-bra de Dios».

2.1. La Palabra de Diosen el seno de la Trinidad

El Hijo es, en la Trinidad, la Palabra eter-na del Padre. Una Palabra personal y divina,inefable y fidelísimo reflejo del Padre. «Enel principio ya existía la Palabra y la Pala-bra estaba junto a Dios y la Palabra eraDios» (Jn 1, 1). Desde el seno de la Trini-dad, esta Palabra participa con el Padre y elEspíritu en la creación del mundo y del hom-bre. «Todo fue hecho por ella y sin ella no sehizo nada de lo que llegó a existir» (Jn 1, 3).El mundo es, pues, creado por la Palabra deDios como escenario de la historia de la sal-vación y el ser humano es creado con espe-cial amor por esa misma Palabra para ser suinterlocutor, confidente y colaborador.

(9) Rencontrer Dieu dans sa Parole, Declaración de losObispos belgas (Bruselas 2008), Ed. Licarp, p. 15.

(10) SAN AGUSTÍN, Confesiones, X.

(11) D. BONHOEFFER, Carta a Elisabeth Zin (enero1936), citado en Rencontrer..., p. 5.

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2.2. La Palabra de Dios en los profetas

7. Tras haber creado la humanidad y la di-versidad de sus culturas, Dios prepara un

pueblo para que sea cuna del Mesías, su Hijoy su Palabra. Suscita en su seno a los profe-tas que, movidos por ella, hablan en nombrede Dios, desvelan valerosamente los desva-ríos de su pueblo tentado por la idolatría, lainsolidaridad, el formalismo religioso y eldesenfreno, lo consuelan de parte de Jahvéen los momentos de máximo aprieto y sufri-miento y regeneran su esperanza abriéndolehorizontes de futura salvación y despertandola espera del Mesías. En la palabra de estosprofetas está presente y activa la Palabra deDios. Es Palabra de Dios en palabras huma-nas, que reflejan las aptitudes naturales y laslimitaciones personales y culturales de losllamados a este servicio.

2.3. La Palabra de Dios se hizo carne

8. He aquí el momento decisivo de la histo-ria de nuestra salvación cuyos pasos prin-

cipales estamos apuntando. En vez de confi-narse en el océano de plenitud y de dicha dela vida trinitaria, el Hijo de Dios, la Palabra,enviada por el Padre y el Espíritu, quierecompartir, por amor, nuestra condición hu-mana. «La Palabra se hizo carne y plantó sutienda entre nosotros» (Jn 1, 14).

Este hombre, Jesús, es Palabra de Dios deun modo único e irrepetible. Dios no sóloestá presente en Él. Él es el Hijo de Dios en-carnado. En Él, Dios se nos ha revelado «decuerpo entero». Él es la Palabra plena y defi-nitiva. «Porque, en darnos como nos dio a suHijo, que es Palabra suya que no tiene otra,todas las habló junto y de una vez en estasola Palabra y no tiene más que hablar» (SanJuan de la Cruz).

Toda su vida, desde su concepción en elseno de María hasta la efusión pascual delEspíritu Santo a los Apóstoles (Jn 20, 19-22), es Palabra de Dios. Por ella nos dicequién es Dios, su Padre: misericordia, fideli-dad, amor. Por ella nos muestra lo que quie-re ser para los humanos: Padre que ama, her-mano que acoge, amigo que comparte en su

Hijo la condición humana para hacernos par-tícipes de su condición divina.

Jesús es Palabra con plena autoridad. AÉl no «viene» la Palabra de Dios como a losprofetas o al mismo Bautista. Él es la Pala-bra de Dios. De Él brotan palabras y gestosque sanan, perdonan los pecados, confortany consuelan, interpelan y avisan, convierten,defienden a los débiles, se enfrentan con losopresores. Estas palabras no son acogidaspor los que «no le recibieron» (Jn 1, 11), lecondujeron a la Pasión y a la Muerte. El Pa-dre lo resucitó y lo hizo Señor de todo y detodos.

2.4. La Palabra de Diosen la predicación de los Apóstoles

9. Tras los acontecimientos del Triduo Pas-cual y con la creación de la primitiva co-

munidad cristiana, Jesucristo transfiere suPalabra salvadora a los Apóstoles. No sóloles encarga ser «repetidores» de su Palabra,sino testigos y servidores. Jesucristo ha que-rido que su predicación sea en sentido análo-go, pero verdadero, Palabra de Dios. Él haprometido estar personalmente presente en lapalabra de los Apóstoles. «El que os recibe avosotros, a mí me recibe, y el que me recibea mí, recibe a Aquél que me envió» (Mt 10,40). Jesús les ha prometido, asimismo, quesu Espíritu estaría con ellos a la hora de dartestimonio de Él (Mc 13, 11). Esta doblepromesa garantiza que la palabra apostólicaes palabra del mismo Cristo.

2.5. La Palabra de Dios en la Escritura

10. Ya algunos profetas plasmaron por escri-to su palabra. Si no hubieran tomado esta

previsión, hoy no nos hubiera quedado ape-nas nada de su rico mensaje. En el NuevoTestamento pronto surgió la necesidad deconsignar por escrito la vida, los actos, laspalabras, la Muerte, la Resurrección del Se-ñor. Lucas, «después de haber investigadocuidadosamente», se propone «escribir unaexposición ordenada» para que las genera-ciones sucesivas lleguen «a comprender laautenticidad de las enseñanzas recibidas»

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(Lc 1, 1-4). La misma necesidad les condujoa plasmar por escrito sus enseñanzas a losApóstoles e inmediatos colaboradores.

Plasmar por escrito la Palabra de Diosanunciada por los profetas, ofrecida por Je-sús y predicada por los Apóstoles no fue unasimple iniciativa pragmática orientada a con-signarla con mayor precisión y a facilitar sutransmisión. Fue una gran iniciativa del Es-píritu Santo. Asistida por Él, la Iglesia supoentrar en el río de la Tradición y discernir yaceptar aquellos escritos inspirados por esteEspíritu. De esa Palabra escrita se nutre prin-cipalmente la fe de la Iglesia. «El Espíritu haquerido de esta manera asegurar a la Palabrainspirada por Dios mismo una forma de con-tinuidad más estable y de conservación másfiel».12 La Revelación de Dios fluye a noso-tros de la Tradición viva y de la Escrituraque nació en su seno. Ambas merecen de no-sotros igual veneración. Pero el papel realque, apoyada en la Tradición, la Escriturajuega en la vida de la Iglesia, es excepcional.

«Toda la predicación de la Iglesia, comotoda la religión cristiana, se ha de alimentary regir con la Sagrada Escritura… Ella cons-tituye sustento y vigor de la Iglesia, firmezade la fe para sus hijos, alimento del alma,fuente límpida y perenne de vida espiritual»(Dei Verbum, n. 21). La Biblia tiene el avalincomparable de estar inspirada por el Espí-ritu Santo, que es su verdadero autor.

Con todo, la Escritura necesita de la Tra-dición viva en la que tiene su origen y con lacual mantiene una estrecha vinculación. EstaTradición, procedente de los Apóstoles, enri-quecida por lo que la Iglesia es, dice y cree,y decantada cuidadosamente por la asisten-cia del Espíritu Santo, es una garantía nece-saria para una genuina interpretación de laEscritura. La decantación realizada por elEspíritu discierne la verdadera Tradición deotras tradiciones eclesiales que pueden sermarginales e incluso contrarias a aquella.13

Es tal la dignidad de la Escritura a los ojosde la Iglesia que ésta, siguiendo la senda dePadres de la Iglesia, descubre en ella unaanalogía entre la Palabra de Dios plasmadaen la Escritura y la Palabra de Dios encarna-da en el seno de María. El texto bíblico seríacomo el cuerpo literario de la Palabra deDios encarnada. «La palabra de Dios, expre-sada en lenguas humanas, se hace semejanteal lenguaje humano como la Palabra delEterno Padre, asumiendo nuestra débil con-dición humana, se hizo semejante a los hom-bres» (Dei Verbum, n. 12).

No contienen, pues, exageración algunalas palabras que en el s. III escribía Orígenes:«Sé bien con qué precaución respetuosaguardáis el Cuerpo del Señor cuando os esconfiado, no sea que se os caiga alguna partede él. Si cuando se trata de su Cuerpo tomáisrazonablemente tanta precaución, ¿pensáisque la negligencia de la Palabra de Dios me-rece una reprensión menor que la de suCuerpo?».14 Verdaderamente nos admiran ynos confortan las palabras iniciales de DeiVerbum, n. 21: «La Iglesia ha veneradosiempre la Sagrada Escritura como lo ha he-cho con el Cuerpo de Cristo».

2.6. La Palabra de Diosen la predicación de la Iglesia

11. El recorrido de la Palabra por la historiano se congela con la transcripción escrita

de la Palabra de Dios. La Iglesia sigue escu-chándola y proclamándola a lo largo de lossiglos y a lo ancho del mundo. La Palabracontinúa su curso en la predicación viva, quese realiza de muchas maneras entre las quesobresalen el anuncio, la catequesis y la ho-milía en la celebración litúrgica. El encargoy la promesa de la presencia de Cristo y dela acción de su Espíritu siguen vigentes. Lapromesa de Jesús y la acción de su Espíritunos autorizan a denominar la predicación dela Iglesia como Palabra de Dios en sentidoverdadero y propio, aunque análogo, con talque tenga a la Escritura como su alma, su re-gla y su alimento y esté en sintonía con la fe

(12) Card. MARTINI, Carta Pastoral In principio la Pa-rola, Centro Ambrosiano, Documentatione Studi Religiosi,Milán 1981, p. 45.

(13) Cfr. Card. KASPER, Escuchar la Palabra de Dioscon devoción y proclamarla con valentía. La Constitucióndogmática ‘Dei Verbum’ sobre la Revelación, FederaciónBíblica Católica, p. 7. (14) ORÍGENES, In Exodum, Homilía 13, 3.

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de la Iglesia. Nos sorprende e incluso nos es-panta esta verdad, que reclama de la predica-ción de la Iglesia y de sus ministros tantaresponsabilidad.

12. A la luz de esta reflexión podemos talvez comprender mejor el enunciado que

encabeza este apartado:

– Jesucristo está presente en la Palabra por-que toda ella habla de Él. El Antiguo Tes-tamento está surcado por la espera del Me-sías. Los mismos autores del NuevoTestamento entendieron que la clave paracomprender el Antiguo Testamento eraCristo. El Antiguo Testamento, inspirado

por el Espíritu Santo y venerado como talpor la Iglesia desde sus orígenes, cobrapleno sentido a la luz del Nuevo Testa-mento. Y el Nuevo Testamento entero tie-ne como eje y quicio a Jesucristo. Es unaamplia catequesis sobre el Misterio deCristo.

– Jesucristo está presente en la Palabra por-que ésta, en sus formas diferentes deanuncio, es expresión de la Palabra Encar-nada, del Hijo de Dios encarnado. Todasestas formas están habitadas e impregna-das por Él. «Contienen la fragancia deCristo».15

II. LA PALABRA DE DIOS ES VIVA: EFICAZ Y ACTUAL

«La Palabra de Dios es viva y eficaz ymás cortante que una espada de dos filos:penetra hasta la división del alma y del espí-ritu, hasta las coyunturas y tuétanos y dis-cierne los pensamientos y las intenciones delcorazón. Así que no hay criatura que estéoculta a Dios» (Hb 4, 12-13).

1. Palabra eficaz

13. La Palabra de Dios no siempre es unapieza literaria brillante. «Ha habido y ha-

brá libros mejores, más refinados e inclusomás edificantes que muchos libros de la Bi-blia. Pero ninguna de estas obras maestrasproducirán el efecto del más modesto de loslibros inspirados. Existe en sus palabras unadesproporción evidente entre el signo verbaly la realidad que éste produce. En las pala-bras de la Escritura hay algo que actúa másallá de toda explicación» (Cantalamesa). Entérminos teológicos: la Palabra de Dios eseficaz.

La teología católica, preocupada por de-fender la verdad de la Palabra de Dios, no sehabía ocupado tanto en registrar su eficacia.Debemos a la teología protestante (particu-

larmente a Karl Barth) el habernos ayudadoa descubrir mejor y valorar más esta dimen-sión capital: la Palabra de Dios hace lo quedice. Santa Teresa de Jesús expresará el mis-mo pensamiento de manera bien gráfica:«sus palabras son obras».

Las ciencias del lenguaje han resaltado elcarácter «performativo», es decir, eficaz, dela palabra humana. En su frágil envoltura ge-nera consensos, construye comunidad, pro-duce alegría, suscita amor, siembra esperan-za. Pero, al mismo tiempo, la palabrahumana es también pobre: falible, impotentepara curar enfermedades y asegurar los éxi-tos deseados, dubitante y tornadiza, incluso,en ocasiones, destructiva.

En cambio, la Palabra de Dios es eficazen grado eminente. «No me avergüenzo delEvangelio, que es fuerza de Dios para quese salve todo el que cree, tanto si es judíocomo si no lo es» (Rm 1, 16). La Palabra deDios crea, da el ser a lo que no existe: «Ydijo Dios: que exista la luz. Vio Dios que la

(15) SAN FRANCISCO DE ASÍS, cita tomada de RODRÍ-

GUEZ CARBALLO, Ministro General de OFM, Mendicantesde sentido, de la mano de la Palabra, Roma 2008, n. 15.

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luz era buena… Y dijo Dios: que haya unabóveda entre las aguas… y así fue» (Gn 1,passim). El profeta Jeremías, asustado y re-nuente ante la llamada de Jahvéh, contem-plará cómo Él toca su boca y le dice: «Mira,pongo mis palabras en tu boca; en este díate doy autoridad sobre naciones y reinos,para arrancar y destruir, para edificar yplantar» (Jr 1, 9-10). En Is 55, 10-11,Jahvéh asegura: «como la lluvia y la nievecaen del cielo y solo vuelven allí después dehaber empapado la tierra, de haberla fecun-dado y hecho germinar para que dé simienteal que siembra y pan al que come, así serála palabra que sale de mi boca: no volverá amí de vacío».

14. Jesús, en los Evangelios, con el poder desu Palabra cura a los enfermos (Mt 8, 3;

Mc 7, 34; Lc 7, 14); expulsa malos espíritus(Mt 8, 32); domina la naturaleza (Mc 4, 39);convierte corazones y perdona sus pecados(Mt 9, 6); renueva vidas humanas (Jn 4). Supalabra penetra hasta lo más hondo del cora-zón humano y allí crea vida. «Nadie ha ha-blado como este hombre» (Jn 7, 46), dirán,admirados, sus oyentes.

Todas las modalidades de la Palabra deDios tienen esta fuerza salvífica. Pero la Es-critura, cuando es proclamada o escuchadacon fe, con espíritu de pobre, con voluntadde acogida, la tiene en grado eminente. Na-die permanece igual que antes tras haber es-cuchado la Palabra de Dios. Aquel que cul-pablemente se resiste o frívolamente sedesentiende, queda en una situación más la-mentable que antes de la escucha. No se pue-de jugar con la Palabra del Dios vivo.

Tenemos, en la Escritura, un tesoro valiosopara ir adquiriendo mediante la escucha asi-dua de la Palabra «la mente de Cristo» (1 Co2, 16), es decir, su modo de pensar, su sensi-bilidad, sus valores, su adhesión al Padre, sudebilidad por los pobres. Así la Palabra nosconvierte y nos introduce progresivamenteen el proyecto divino de la salvación. Nosmueve a reconstruir una y otra vez el edifi-cio de la comunidad cristiana. Nos ofrece unrayo de luz y un bálsamo de consuelo en los

momentos de angustia. Nos da coraje, soli-daridad, conciencia de nuestra fragilidad, vi-gilancia sobre nuestras ambiciones superfi-ciales, fidelidad para cumplir nuestra misión,esperanza para perseverar sin desmayo.

«¿Hay algo más grave y más pecaminosoque no leer la Escritura y creer que su lecturaes inútil y no sirve para nada?».16

Es preciso, con todo, disipar un posibleequívoco: que la Palabra de Dios sea eficazno significa que siempre sea efectiva. La efi-cacia de la Palabra de Dios no es mágica: nose da sin un personal y específico empeño deresponsabilidad por parte de quien la escu-cha. La parábola del sembrador (Mc 4, 1-9)es bien esclarecedora. Como la buena semi-lla, portadora de una promesa de vida, tienepor delante un largo recorrido hasta conver-tirse en espiga, la Palabra de Dios escuchadatiene ante sí un largo itinerario antes de lle-gar «al corazón» del ser humano, al centrovital del que fluyen los criterios, las opcio-nes, las actitudes. Al igual que aquella semalogra en terreno pedregoso o entre cardos,la Palabra puede y suele quedar retenida porla superficialidad, la insensibilidad o la fuer-za de nuestras pasiones. Sólo la lectura asi-dua puede reblandecer estas resistencias yabrir camino por entre ellas a la Palabra quellega. Ésta se hace efectiva cuando, supera-das las resistencias, llega al corazón. Enton-ces podemos decir con Ignacio de Antioquia:«Yo me refugio en el Evangelio como en laCarne de Cristo».

2. Palabra actual

15. «Le entregaron el libro del profetaIsaías… Todos los que estaban en la si-

nagoga tenían sus ojos clavados en él. Y co-menzó a decirles: Hoy se ha cumplido antevosotros esta profecía» (Lc 4, 17. 20-21).Las palabras pronunciadas por el profeta (Is61, 1-3) unos 550 años antes, se cumplen enel «hoy» y «aquí» de Nazaret. Fueron dichasen un contexto. Son actuales en un nuevocontexto. Tan actuales y tan adaptadas a lasituación como en el momento en que sepronunciaron originariamente. No están «en-

(16) SAN JUAN CRISÓSTOMO, In Matheum, 2, 5 (PG 57).

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cadenadas» a una cuadrícula del espacio ydel tiempo. Por algo son Palabra de Dios.Ella es contemporánea de todos los tiemposy coextensiva de todos los lugares.

La Escritura no es, pues, una palabramantenida «en conserva» porque, aunquepronunciada hace mucho tiempo en otrocontexto, pueda sernos útil para nuestrosdías. Es una palabra viva y actual que sepronuncia para mí o para una concreta co-munidad cuando la estoy escuchando. Estávinculada a la Palabra originaria, dicha mu-chos siglos antes, pero es creadora de unanueva situación de salvación. Entonces lapalabra que parecía congelada «se encien-de»; la que parecía opaca se vuelve transpa-rente. El Espíritu Santo la reaviva para sal-vación de quienes la escuchan con fe. Poresta razón, el Concilio (Dei Verbum, n. 21)utiliza el presente al afirmar: «en los librossagrados, el Padre que está en el cielo saleamorosamente al encuentro de sus hijos yconversa con ellos».

Una de las deficiencias más frecuentesconsiste en que nuestra relación con la Bibliasea relación con el libro, no con el Autor. Enla escucha de la Palabra se encuentran, de unlado y del otro, sujetos palpitantes y vivosque se comunican entre sí y «tienen muchoque decirse». No. La Biblia no es un simplelibro de contenido espiritual. Es una Palabraviva de Alguien que se hace presente a tra-vés de ella y quiere entablar con nosotrosuna relación de amor.

Si la Palabra de Dios es actual, lo sontambién las circunstancias que se dan cita eneste encuentro. Ella nos invita a descubrir lasnuevas lepras, parálisis, fiebres, malos espí-ritus, tempestades, los que invaden nuestravida y entorno y los nuevos necesitados, lasnuevas invitaciones que nos dirige el Señor.En una palabra, las nuevas aperturas o difi-cultades que le ofrecemos.17 Cuando escu-chamos a Jesús que se invita a sí mismo acasa de Zaqueo (Lc 19, 1-10), somos noso-tros los visitados. Cuando escuchamos a losmurmuradores de turno: «Ha ido a alojarse

en casa de un pecador», ese pecador soy yo.Cuando oigo las palabras de Jesús: «Hoy hallegado la salvación a esta casa… pues elHijo del Hombre ha venido a buscar y sal-var lo que estaba perdido», soy yo quiendoy gracias al Señor porque me ha buscadoy encontrado. Y esta lectura no es una aco-modación piadosa, sino una actualizacióncompletamente legítima de la Palabra vivade Dios.

3. Palabra de Diosy palabra humana

16. Basta asomarse a las Escrituras del Anti-guo y Nuevo Testamento para percibir

que estamos ante una palabra humana con suriqueza y su limitación, con su impregnacióncultural y su genialidad transcultural. Esta-mos ante una obra conjunta del Espíritu y deun amplio grupo de escritores inspirados porÉl.

Cuando el Espíritu inspira a un escritorsagrado no anula su condición humana. Nole extrae del cuadro de sus condicionamien-tos psicológicos, sociológicos, culturales.Asume tales condicionamientos hasta talpunto que todo el escrito es obra del EspírituSanto y obra del autor humano; el Espírituotorga su aval a la verdad consignada «paranuestra salvación» en los libros inspirados(cfr. Dei Verbum, n. 11). Los autores huma-nos persisten en sus percepciones antropoló-gicas, cosmológicas, ingenuas y precientífi-cas, desbordadas hoy por visión máscientífica del mundo. Esto no «molesta» enabsoluto a Dios. En palabras de algunos Pa-dres griegos, Él se autolimita, se «estrecha»y se «contrae» en aras de poder comunicarsecon los humanos.

La Palabra de Dios no es, pues, una Pala-bra divina sembrada entre palabras humanas,sino una Palabra divina en palabra humana.Este comportamiento del Señor no menguasu santidad. Antes bien, «nos muestra la ad-mirable condescendencia de Dios para queaprendamos su amor inefable y cómo adaptasu lenguaje a nuestra naturaleza con su pro-videncia solícita» (Dei Verbum, n. 13).(17) Cfr. BADIOLA, Dios se dice en su Palabra. Confe-

rencia en el aniversario de la fundación de la Facultad Teo-lógica del Norte de España, p. 9.

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III. EL ÍNTIMO PARENTESCO ENTREPALABRA, ESPÍRITU, EUCARISTÍA, IGLESIA

No podemos comprender ninguna de lasgrandes realidades enumeradas en este enun-ciado sin desvelar la íntima vinculación (unaespecie de mutua inmanencia) existente en-tre ellas.

1. Palabra y Espíritu

17. «Toda Escritura ha sido inspirada porDios y es útil para enseñar, para persua-

dir, para responder, para educar en la recti-tud, a fin de que el hombre de Dios sea per-fecto y esté preparado para hacer el bien»(2 Tm 3, 16-17). La fe de la Iglesia confiesaque toda la Escritura (Antiguo y Nuevo Tes-tamento) es obra del Espíritu Santo. El Sím-bolo de Nicea-Costantinopla reconoce que elEspíritu Santo, «Señor y dador de vida…,habló por los profetas». El Concilio Vatica-no II ratifica que «todos los libros del Anti-guo Testamento y del Nuevo Testamento, encuanto escritos por inspiración del EspírituSanto, tienen a Dios como autor y como ta-les han sido confiados a la Iglesia» (Dei Ver-bum, n. 11).

El Espíritu inspiró no sólo la palabra delos profetas y de los demás autores del Anti-guo Testamento. Inspiró también que talespalabras fueran transcritas para así asegurarmejor su transmisión. El Espíritu llenó ycondujo a Jesús, Palabra del Padre, de mane-ra eminente en su andadura terrena (cfr. Lc3, 22; 4, 18). El mismo Espíritu inspiró a losevangelistas para que consignaran por escri-to las palabras y obras del Señor. Este mis-mo Espíritu sembró en los autores la iniciati-va y determinó el contenido de los escritosapostólicos del Nuevo Testamento. En sumay en consecuencia, la Escritura es obra delEspíritu Santo. Él está activamente presenteen su origen.

Pero el Espíritu Santo no está solo en elorigen de los libros de la Escritura. El mismoque los inspiró está presente y activo en ellos

y en los que se acercan para escucharlos.Dios Padre ha querido que la obra salvadorade su Hijo se actualice entre nosotros por laacción del Espíritu Santo. La Palabra eficazde Cristo «cobra vida» y actualidad por laintervención del Espíritu Santo cuando seproclama en la liturgia, se lee en la cateque-sis o se comparte en la lectura creyente yorante de la Palabra. Quienes nos acercamosa la Escritura con espíritu abierto somos in-ternamente trabajados por el Espíritu Santo.Utilizando una imagen de la vida rural, po-dríamos decir que el Espíritu activa la semi-lla de la Palabra y, simultáneamente, remue-ve y prepara la tierra de los que la escuchan.

En este contexto, comprendemos mejorlas admirables palabras de Ignacio Hazim,Patriarca ortodoxo Ignacio IV de Antioquía,en una memorable reunión ecuménica: «Sinel Espíritu Santo, Cristo pertenece al pasado;el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, sim-ple institución; la predicación, pura propa-ganda; la liturgia, una evocación mágica; elcomportamiento cristiano, una moral de es-clavos».

18. El Espíritu, Artífice de los libros sagra-dos, es también su principal intérprete.

«El mismo Espíritu, que es autor de las Sa-gradas Escrituras, es también guía de su rec-ta interpretación».18 La Pontificia ComisiónBíblica asegura que, puesto que la Biblia estesoro de todo el Pueblo de Dios, todos tie-nen alguna parte en su genuina interpreta-ción: los exegetas, los santos, los pobres, losque viven en determinadas situaciones cultu-rales y sociales, los que atraviesan circuns-tancias particulares. La última palabra la tie-ne el Magisterio de la Iglesia, «que tiene eloficio de interpretar auténticamente la Pala-bra de Dios oral o escrita» (Dei Verbum, n.10). Los pastores de la Iglesia ejercen esteoficio en nombre de Cristo y cuentan con la

(18) Sínodo de los Obispos 2008, proposición 5ª.

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asistencia del Espíritu Santo para el cumpli-miento de esta delicada misión. Son cons-cientes de que «el Magisterio no está por en-cima de la Palabra de Dios, sino a suservicio, para enseñar puramente lo transmi-tido pues, por mandato divino y con la asis-tencia del Espíritu Santo, la escucha devota-mente, la custodia celosamente y la explicafielmente» (Dei Verbum, n. 10).

Si el Espíritu activa la Palabra de Dios ynos remueve para acogerla y hacerla fructifi-car, hay algo que no debemos olvidar nuncacuando entramos en contacto con el texto sa-grado: reconocer con agradecimiento y pedircon ardor la acción intensiva de este Espíritu.

2. Palabra y Eucaristía

19. «Cuando estaba sentado a la mesa conellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y

se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos ylo reconocieron, pero Jesús desapareció desu lado. Y se dijeron uno a otro: ¿no ardíanuestro corazón mientras nos hablaba en elcamino y nos explicaba las Escrituras? Enaquel mismo instante se pusieron en caminoy regresaron a Jerusalén… y contaban loque les había ocurrido cuando iban de cami-no y cómo lo habían reconocido al partir elpan» (Lc 24, 30-35).

El relato de Emaús es una perla, «un pe-queño evangelio dentro del Evangelio». Nosilumina para comprender la estrecha relaciónexistente entre Palabra y Eucaristía y, en ge-neral, entre Palabra y Sacramento.

El encuentro con Jesús como compañerode camino opera una notable transformaciónen el corazón de los discípulos. La Palabradel Señor les hacer ver la realidad con ojosdiferentes. No ha cambiado la realidad; hancambiado los ojos para verla. Esta Palabrales conduce de la desesperanza a la esperan-za, de la depresión a la alegría. Cura la heri-da provocada por el traumatismo de la Pa-sión. Prepara el reconocimiento. La Cenaeucarística con el Forastero acaba y lleva atérmino el trabajo salvífico de la Palabra: re-conocen a Jesús al partir el pan. El encuentro

de Jesús es, desde este momento, pleno…aunque fugaz. Palabra y Eucaristía les mue-ven sin demora a la misión de anunciar suexperiencia pascual.

El episodio de Emaús evoca la celebra-ción de la Palabra y el memorial de la últimaCena, que se actualizan en la Eucaristía. Lateología y espiritualidad protestante tiende aestimar la Eucaristía (la Cena) como uncomplemento de la celebración de la Pala-bra, que es «el plato fuerte». Durante muchotiempo, la sensibilidad católica ha tendido aconsiderar la liturgia de la Palabra comoalgo previo al sacramento de la Eucaristía.Muchos recordamos aún que el precepto do-minical quedaba cumplido si el feligrés seincorporaba a la Misa inmediatamente des-pués del Evangelio. En esta mentalidad, la li-turgia de la Palabra sería contemplada comola parte catequética y pedagógica, y la Euca-ristía sería la parte mistérica y salvífica. Laprimera instruye; la segunda salva; la prime-ra subrayaría la acción del hombre; la segun-da, la acción de Dios. No es preciso insistiren las deficiencias teológicas de esta concep-ción.

20. Ciertamente, Palabra y Eucaristía no sonintercambiables. La comunión con el Pa-

dre en Cristo y con los hermanos en la Euca-ristía es una verdadera cima, a la que se subepor las veredas ascendentes de la Escritura.La Palabra está orientada hacia una másfructuosa celebración de la Eucaristía y delos sacramentos. A su vez, la Eucaristía seenraíza en la Escritura. Las palabra centralesde la Plegaria Eucarística son precisamenteel relato escriturístico de la Cena pascual delSeñor. «La Palabra de Dios se hace carne sa-cramental en el acontecimiento eucarístico y(este acontecimiento) lleva a su cumplimien-to la Sagrada Escritura».19

El Concilio (Sacrosanctum Concilium, n.56) formuló este vínculo inescindible con lassiguientes palabras: «Palabra y Eucaristía es-tán tan estrechamente unidas entre sí queconstituyen un solo acto de culto». Esto sig-

(19) Sínodo de los Obispos 2008, proposición 7ª.

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nifica que la proclamación de la Palabra noes sólo anuncio de la salvación, sino aconte-cimiento salvador. Significa, asimismo, quela celebración de la Eucaristía es no sóloacontecimiento, sino anuncio. Porque «siem-pre que coméis de este pan y bebéis de estecáliz, anunciáis la muerte del Señor hastaque Él venga» (1 Co 11, 26).

Bien fundadas están, pues, las palabrasconciliares: «La Iglesia no deja de tomar elPan de vida de la mesa de la Palabra de Diosy del Cuerpo de Cristo» (cfr. Dei Verbum, n.21). Muchos siglos antes escribía el autor de«La imitación de Cristo»:20 «Me has dadocomo a un enfermo tu sagrado Cuerpo paraalimento del alma y del cuerpo, y tu divinaPalabra para que guiase mis pasos como unalámpara. Sin estas dos cosas, yo no podríavivir rectamente. Porque la Palabra de Dioses luz del alma y tu Sacramento el pan de lavida. Estas dos cosas son como dos mesascolocadas en el tesoro de tu Santa Iglesia».

3. Palabra e Iglesia

21. «La Palabra de Dios es, en verdad, apoyoy vigor de la Iglesia, fortaleza de la fe

para sus hijos, alimento del alma, fuentepura y perenne de la vida espiritual» (cfr.Dei Verbum, n. 21). Por eso, «como la vidade la Iglesia recibe su incremento de la reno-vación constante del misterio eucarístico, asíes de esperar un nuevo impulso de la vidaespiritual, de la acrecida veneración de la Pa-labra de Dios que permanece para siempre»(Dei Verbum, n. 26).

Palabra y Eucaristía construyen la Iglesia.Esclarecer y subrayar especialmente el papelde la Palabra en la generación y regenera-ción de la Iglesia ha sido uno de los objeti-vos principales del Sínodo reciente, cuyolema es bien revelador: «La Palabra de Diosen la vida y la misión de la Iglesia».

Podemos desplegar la relación existenteentre Palabra e Iglesia a través de tres afir-maciones escalonadas.

3.1. La Iglesia nace y vive dela Palabra de Dios

En el libro de los Hechos y en las cartasde Pablo, contemplamos cómo la Palabra deDios anunciada por los Apóstoles congregaen torno a ella y a ellos comunidades nacien-tes. La Palabra de Dios tiene, junto con laEucaristía, una virtualidad generadora de co-munidad. En palabras ajustadas de M. Legi-do: «La Iglesia es convocada por la Palabra,congregada por la Eucaristía y conducidapor el ministerio apostólico». En consecuen-cia, tanto más vigorosas nacerán y creceránlas comunidades cuanta mayor sea su vene-ración y acogida práctica de la Palabra deDios.

3.2. La Palabra de Dios sostienea la Iglesia a lo largo de la historia

Una comunidad frágil y naciente, a la queseguramente le hubiéramos augurado unavida corta en el clima cultural de agresividaden el que surgió, se sobrepuso a grandes difi-cultades y logró no quedar confinada en elseno del judaísmo. El recuerdo de Jesús, laexperiencia pascual, la lectura del AntiguoTestamento, realizada desde la perspectivade la Resurrección, y las cartas de los Após-toles, la sostuvieron en su identidad. El Anti-guo y Nuevo Testamento fueron en los si-glos siguientes la mística que mantuvo suidentidad, dentro de la cultura helenística.No sin dificultades, la Palabra de Dios ha se-guido manteniendo esa misma identidad através de la Edad Media y Moderna. La si-gue y seguirá manteniendo (así lo creemosfirmemente) en medio de un mundo cadavez más poderoso, más extraño a la fe y máscapaz de impregnar la mentalidad y sensibi-lidad de los mismos creyentes. «No me can-saré nunca de repetir que la lectura creyentey orante de la Escritura es uno de los mediosprincipales con los que Dios quiere salvarnuestro mundo occidental de la ruina moralque pende sobre él a causa de la indiferenciay el miedo a creer. Ella es el antídoto queDios propone… para favorecer el crecimien-to de la interioridad sin la que el cristianis-mo… corre el peligro de no superar el desa-fío del tercer milenio».21

(20) T. DE KEMPIS, Imitación de Cristo, libro IV, cap.11.

(21) Card. MARTINI, Programmi pastorali diocesani1980-90, Centro Ambrosiano, Milano, p. 529.

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3.3. La Palabra de Dios penetra y anima,con la potencia del Espíritu Santo,toda la vida de la Iglesia

Sin la fuerza de la Palabra de Dios y laacción del Espíritu, toda la ingente actividadde la Iglesia sería un simple «correr envano». Podemos lamentar la desproporciónentre nuestros esfuerzos y los resultados.Pero son la Palabra y el Espíritu quienes ani-man la predicación, vivifican la liturgia, esti-mulan la acción caritativa, alimentan a loscontemplativos, inspiran a los teólogos, sos-tienen a los educadores cristianos, alientan alos catequistas, mantienen nuestras editoria-les, sustentan nuestras universidades, confor-tan a los políticos creyentes, acompañan alaicos comprometidos en la construcción deuna sociedad más humana, fortalecen a lospobres que luchan por una vida más digna,alivian a los enfermos, ensanchan las ener-gías de los misioneros y misioneras. Percibi-mos un notable vigor y aliento en esta in-mensa tarea evangelizadora. Será mayor, siquienes estamos en ella, nos apoyamos másfirmemente en la Palabra que renueva y daesperanza.

3.4. Para un mayor arraigo dela Palabra en la Iglesia

22. Profundamente persuadido de estas ver-dades, el Concilio dedica un capítulo

(Dei Verbum, n. 6) a señalarnos unas tareasque aseguren una mejor acogida y un mayorfruto de la Palabra en la Iglesia. Es necesariala lectura íntegra de este capítulo, «el puntoculminante del documento».22 He aquí algu-nos apuntes:

– Los creyentes han de tener «amplio accesoa la Sagrada Escritura» (Dei Verbum, n.22). Han de contar para ello con traduc-ciones fieles, dotadas de introducciones ynotas suficientes.

– A todos se les exhorta «con vehemencia»a que accedan a la directa «y frecuentelectura de las Sagradas Escrituras… Noolviden que la oración debe acompañar ala lectura… porque a Él hablamos cuandooramos y a Él oímos cuando leemos laspalabras divinas» (Dei Verbum, n. 25).

– «El estudio de la Sagrada Escritura ha deser como el alma de la Sagrada Teología»(Dei Verbum, n. 24).

– «Los exegetas católicos y demás teólogosdeben trabajar aunadamente, bajo la vigi-lancia del Magisterio, para investigar yproponer las letras divinas» (Dei Verbum,n. 23).

– La lectura devota de la Escritura es espe-cialmente urgida a los que «se dedican le-gítimamente al ministerio de la Palabra(sacerdotes, diáconos, catequistas). Su-mérjanse en las Escrituras con asidua lec-tura y con estudio diligente para que nin-guno de ellos resulte predicador vacío ysuperfluo de la Palabra de Dios que no es-cucha en su interior» (Dei Verbum, n. 25).

– «Toda la predicación eclesiástica… ha denutrirse de la Sagrada Escritura y regirsepor ella» (Dei Verbum, n. 21).

– Ha de procurarse el número mayor y lapreparación mejor de los ministros de laPalabra (cfr. Dei Verbum, n. 23).

IV. DISCÍPULOS Y TESTIGOS DE LA PALABRA DE DIOS

23. Toda la vida de la Iglesia se condensa enun doble movimiento: acoger y transmitir

la salvación. Acoger la salvación equivale aser discípulo del Señor. Transmitirla equiva-le a ser testigo y anunciador de la salvaciónrecibida. La Iglesia encuentra en María,(22) Card. KASPER, a.c., p. 8.

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miembro singular de la Iglesia, el prototipode este doble movimiento. Acoger la Palabrade Dios y transmitirla al mundo constituye eleje mismo de su vida y misión.

Acoger y transmitir la Palabra de Dios escondición común de todos los cristianos.Este doble movimiento está inscrito en el có-digo genético del cristiano, desde el Papahasta el último bautizado. No ha de haber enla Iglesia ni simples transmisores ni simplesreceptores. Todo transmisor es al mismotiempo receptor. Cuando esto no sucede, esmás bien «campana que suena o címbaloque retiñe» (1 Co 13, 1). Correlativamente,todo receptor está llamado a ser transmisor.De no serlo, se asemeja al servidor que reci-bió un talento para negociarlo y lo escondióen tierra (cfr. Mt 25, 24 ss). Todos somos, ala vez, discípulos y testigos, receptores yanunciadores.

1. Discípulos de la Palabra

24. «El Señor me ha dado una lengua de dis-cípulo para que sepa sostener con mi pa-

labra al abatido. Cada mañana me espabilael oído para que escuche como los discípu-los. El Señor me ha abierto el oído y yo nome he resistido ni me he echado atrás» (Is50, 4-5).

Una de las primeras características deldiscípulo es la familiaridad con la Palabra deDios. Al discípulo el Señor «le ha abierto eloído», le ha vuelto atento y sensible a la vozde Dios. Esta voz no le suena a extraña, a in-compatible con su mundo. Tiene sintonía,afinidad con ella.

La familiaridad es un don. Es el Señorquien le ha abierto el oído. Pero este don re-cae más connaturalmente sobre los santos ylos sencillos de corazón. San Francisco deAsís comprendió y asimiló mejor la Palabrade Dios que muchos ilustres predicadores ydoctores de su tiempo. Los sencillos tienentambién especial afinidad para intuir deter-minados aspectos existenciales y prácticoscontenidos en la Palabra que escuchan.

Esta familiaridad es especialmente postu-lada a los que en la Iglesia han recibido, enun grado u otro, el ministerio de la Palabra(sacerdotes, diáconos, catequistas, profesoresde Religión). Pero también ellos son antesdiscípulos que maestros. San Agustín decía asus diocesanos en una predicación: «Os cui-damos porque así nos lo pide nuestro deberde hacerlo, pero queremos ser cuidados (porel Señor) juntamente con vosotros. Somoscomo pastores para vosotros, pero somosovejas con vosotros bajo aquel Pastor. So-mos como doctores desde esta cátedra paravosotros, pero bajo aquel único Maestro so-mos, en esta escuela, condiscípulos vues-tros».

La sensibilidad del profeta es otra de lascaracterísticas del discípulo. Al fin y al caboéste, por el Bautismo, participa de la condi-ción profética de Cristo. El profeta es al-guien que se deja estremecer por la Palabrade Dios. «Cuando encontraba palabras tu-yas, yo las devoraba; tus palabras eran midelicia y la alegría de mi corazón, porque hesido consagrado a tu nombre, Señor Dios to-dopoderoso» (Jr 15, 16). Pero el profeta nosólo se estremece de gozo. La Palabra deDios le interpela y le agarra por dentro: «Túme sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir, mehas agarrado y me has podido. Se ríen de mísin cesar, todo el mundo se burla de mí… Yodecía: no pensaré más en él, no hablaré másen su nombre. Pero (tu Palabra) era dentrode mí como un fuego devorador encerradoen mis huesos: me esforzaba en contenerla yno podía» (Jr 20, 7-9). El rollo que Ezequielcomió le supo como la miel, pero después leprodujo escozor en las entrañas (cfr. Ez 3, 3.14).

La docilidad del oyente es asimismo pro-pia del discípulo. Cuando la Palabra, venci-das todas las resistencias, llega al centro delcorazón, el creyente le entrega su mente,prefiere la lógica de Dios a su propia lógica,«Le son más dulces los mandatos del Señor,más que miel en la boca» (Sal 119, 103). Lapalabra escuchada en Pentecostés «les llegóhasta el fondo del corazón; así que pregun-

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taron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿quétenemos que hacer, hermanos?» (Hch 2, 37).Así es la docilidad del discípulo.

2. Testigos de la Palabra

25. Ser testigo es algo muy serio. No es unsimple vendedor de ideas. Ni siquiera sin

más un hombre convencido de lo que afirma,pero no implicado en ello. Un testigo esaquel que ha vivido un acontecimiento abso-lutamente central en su existencia. Esteacontecimiento le ha marcado, ha cambiadoel curso de su existencia, hasta el punto deque no puede en adelante sino transmitirlocon su palabra y con su vida. La Palabra y elEspíritu crean testigos así. «Creo a testigosque se dejan degollar» (Pascal).

Esta vocación común de todo creyente,reconocida, acogida y vivida, es capital parael presente y el futuro de nuestra Iglesia. Enunos tiempos en los que incluso muchosbautizados han perdido todo contacto habi-tual con la Palabra de Dios y nos encontra-mos con generaciones a quienes la Palabra yla fe se les antojan extrañas y mitológicas,no podemos olvidar, sin embargo, que sonmuchos los cristianos sinceros y motivados«sembrados» en todos los ambientes y encontacto directo (incluso de calidad) con es-tas personas más que alejadas. No deben ol-vidar estos cristianos que, por su condiciónbautismal, son enviados de Jesucristo y de sucomunidad a tales ambientes. Reconocemosla dificultad de manifestar la fe en determi-nados ámbitos. Pero la Palabra de Dios tieneuna fuerza especial que consuela e interpelaal mismo tiempo. En la vida de estas perso-nas tan distantes hay coyunturas en las quela fuerza combinada de una proximidadafectiva y servicial y de un mensaje bíblicoadaptado, puede abrir puertas y romper ba-rreras. No faltan testimonios que avalan queesto es posible y real.

Eso sí: «sólo aquel creyente que tenga elEvangelio en su corazón, un evangelio con-vertido en objeto de contemplación y motivode oración, logrará mantenerlo en su boca

como un tesoro del que hablar y lo tendrá ensus manos como algo ineludible que tieneque entregar».23

3. Discípulos y testigos como María

26. Nadie ha acogido la Palabra de Dioscomo María. San Agustín nos dice que la

concibió antes en su espíritu que en su cuer-po. Sobre todo en el Evangelio de la infan-cia, María es retratada como aquella quemuestra su plena docilidad y disponibilidada la Palabra que le comunica el proyecto deDios sobre su vida, a pesar de que este de-signio altera sus planes previos. «Aquí estála esclava del Señor; que me suceda segúndices» (Lc 1, 38). En el «Magnificat», Maríaacoge con exultante gratitud el proyecto sal-vador del Dios fiel y misericordioso que através de ella se realiza en Jesús, cumpliendoasí la antigua promesa a su pueblo. Inmersaen la tradición de los pobres de Jahvéh, Ma-ría muestra su alegría de que Dios se acuerdede los pobres y desvalidos. «Tomó de lamano a Israel su siervo, acordándose de sumisericordia… Ensalzó a los humildes y col-mó de bienes a los hambrientos» (Lc 1, 51.53. 54).

Los acontecimientos en torno al naci-miento del Niño dan mucho que pensar ysentir a María, que «guardaba todos estosrecuerdos y los meditaba en su corazón» (Lc2, 19). A medida que su Hijo crecía, ella leobservaba con los ojos del corazón (cfr. Lc2, 28-38) y retenía todos los signos, inclusoaquellos que no comprendía y le producíandolor y desconcierto, como el episodio deltemplo (cfr. Lc 2, 41-50).

En el inicio del ministerio de su Hijo, in-vita a los criados de Caná a «hacer lo que Élles diga» (Jn 2, 5). A lo largo de su vida pú-blica, María está entre los discípulos del Se-ñor que escuchan su Palabra y la cumplen(cfr. Lc 11, 27-28).

Llegado el gran momento de la Pasión,María está al pie de la Cruz, sufriendo en su

(23) P. CHÁVEZ, Rector Mayor de los Salesianos, Pala-bra y vida salesiana hoy, Roma 2004.

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corazón el martirio que Jesús sufría en sucuerpo, «porque en María todo sucede den-tro» (beata Isabel de la Trinidad) y recogien-do con sumo cuidado las palabras entrecorta-das de Jesús: «Ahí tienes a tu Hijo…, ahítienes a tu Madre» (Jn 19, 26-27). Vivida laexperiencia de la Resurrección, perseveracon los discípulos en oración a la espera delcumplimiento de la palabra de su Hijo, quehabía prometido la venida del Paráclito (cfr.Hch 1, 14).

En síntesis, María es la mujer que renun-cia a su propia lógica para aceptar la lógicadesconcertante de Dios. Se fía de Él y de supromesa, que es, a sus ojos, más valiosa que

todas las garantías y seguridades del mundo.Esta confianza le abre el camino a la obe-diencia total a Dios. No en una actitud vo-luntarista sino con la sintonía del corazón,aunque no sin costo ni dolor. María progresaen su fe y va comprendiendo mejor el miste-rio de su Hijo porque recoge y medita suspalabras, gestos y acciones. Por esto es mo-delo y estímulo para todos los que, entre di-ficultades y tropiezos, queremos ser discípu-los y testigos de Jesús, Palabra hecha carneen el seno de María. «Ella es el arquetipo dela fe de la Iglesia que escucha y acoge la Pa-labra de Dios».24

V. ACTITUDES AUTÉNTICAS E INAPROPIADASANTE LA PALABRA DE DIOS

27. La naturaleza misma de la Escritura pos-tula que nos aproximemos a la Biblia en

unas determinadas actitudes coherentes conella. Nos proponemos enumerarlas y descri-birlas escuetamente. Pero a menudo nuestraaproximación suele quedar lastrada por pre-juicios, intereses, frivolidades ajenas a la es-tructura de la Palabra de Dios. Hemos deidentificarlas con cuidado. Así podremosacercarnos al mandato del Concilio: «Oír [laPalabra de Dios] con piedad, guardarla conexactitud y exponerla con fidelidad» (DeiVerbum, n. 10).

1. Actitudes auténticas

1.1. Reconocimiento y escucha

La Palabra que escuchamos es de Dios.Al acercarnos a ella es preciso reconocer hu-mildemente su soberanía; es decir, su priori-dad absoluta sobre cualquier palabra humanaque pronunciemos o escuchemos. No la he-mos elegido nosotros. Ella nos ha elegido.En rigor, no somos nosotros quienes asimila-mos la Palabra de Dios; es ella quien nos asi-

mila a nosotros: nos hace pensar y sentircomo ella y actuar consecuentemente. Dioslleva la batuta. Él toma la iniciativa. Por estoel humilde reconocimiento y la dócil escu-cha son connaturales a una Palabra así. Latentación de los judíos fue interpretarla sobretodo como una ley; la de los griegos, hacerlademasiado acomodada a la razón y olvidarsu carácter paradójico, que rompe la lógicahumana para introducir la novedad de Dios.Tal vez la de muchos creyentes de hoy que-da bien retratada por Paul Claudel: «El res-peto de los católicos por la Sagrada Escrituraes inmenso, pero se manifiesta sobre todo enla distancia que adoptan ante ella».

1.2. Agradecimiento

28. La Palabra de Dios es gratuita. Es un re-galo total e inmerecido. «Nuestro Dios es

un Dios que habla» no un ídolo mudo. Aun-que muchas veces, dolorosamente, creamospercibir su silencio, Dios ha querido libre-mente comunicarse con nosotros por amor,revelarnos su Rostro, hacernos partícipes de

(24) Sínodo de los Obispos 2008, proposición 4ª.

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su proyecto salvador. Merece todo nuestroagradecimiento. No es la suya una palabramágica cuyos efectos benéficos podamosevocar a nuestro antojo, sino Alguien que seofrece libremente cuando llega el momentooportuno, cuando encuentra nuestra casa dis-puesta y preparada o la sorprende revuelta yenrevesada y se propone pacificarla y con-vertirla.

1.3. Acogida incondicional

29. La Palabra de Dios es medicina necesa-ria para nuestra salvación. Sin ella el

pueblo creyente se diluiría y la humanidadcorrería el gran riesgo de perder la ruta enlas cañadas de la historia. Sin ella, cada unode nosotros seríamos seres definitivamentemalogrados. Nuestras heridas se volveríancrónicas. Podríamos acabar destruyéndonosunos a otros. La amargura y la desesperaciónahogarían el gozo de vivir y la esperanza.Dios se nos difuminaría en el horizonte. Lastremendas, geniales y gráficas palabras deNietzsche que proclaman la muerte de Diosy el frío glacial y el vacío abismal provocadopor ella, reflejarían una experiencia compar-tida. Una Palabra que nos es tan necesariapostula de nosotros acogida incondicional.

1.4. Consciencia atenta

30. La Palabra de Dios es actual. No es unsimple precipitado de anteriores interven-

ciones de Dios. Aquí y ahora el Padre con-versa con sus hijos cuando nos reunimospara leer las Escrituras. Conversa conmigocuando abro el texto sagrado. Esta actualidadreclama de nuestra parte una conscienciaatenta. Nuestra relación con la Palabra es unencuentro, un acontecimiento salvador. Nose puede leer la Palabra de Dios «en diago-nal», como se lee la prensa diaria. Es nadamenos que Dios quien me habla. No se pue-de «dormitar» ni «profundizar en la superfi-cie» ante una Palabra así.

1.5. Confianza

31. La Palabra de Dios es eficaz: hace lo quedice. Es palabra y acontecimiento. Nues-

tra actitud ante ella no puede ser la del oyen-

te aburrido que «se la sabe de antemano», nila del interlocutor «escaldado» que no secree que esta Palabra introduce un fermentode cambio en mí, en nosotros. No debemosir derrotados de antemano a la Palabra deDios, sino confiados.

1.6. Admiración sobrecogida

32. La Palabra de Dios es siempre nueva ysorprendente. El Espíritu Santo la rejuve-

nece cada vez que se pronuncia para todos opara mí. Ella regenera lo que toca. La situa-ción que vivimos, diferente a la que vivieronsus primeros destinatarios hace que ella sea«siempre antigua y siempre nueva». Escu-charla con esperanza es, pues, coherente consu naturaleza. Benedicto XVI pide al oyenteque «se deje sorprender por la novedad de laPalabra de Dios que nunca envejece y nuncase agota; que vence la sordera para escucharlas palabras que no coinciden con nuestrosprejuicios y opiniones». Esta Palabra siem-pre nueva reclama nuestra admiración.

1.7. Compromiso

33. La Palabra de Dios es interpeladora y di-námica. Provoca a la acción, al cumpli-

miento, al compromiso. «Poned pues enpráctica la Palabra y no os contentéis conoírla, engañándoos a vosotros mismos… Di-choso el hombre que se dedica a meditar laley perfecta de la libertad y no se contentacon oírla, para luego olvidarla, sino que lapone en práctica» (St 1, 22-25). «Guardar laPalabra es cumplirla» (M. Blondel).

2. Actitudes inapropiadas

34. Toda actividad noble corre el riesgo dequedar contaminada cuando es tocada

por manos humanas. Veamos algunas de lasmarcas con las que la mano humana puedeempañar la Escritura. Ellas actualizan nues-tra tentación de servirnos de la Palabra deDios en vez de reconocer su soberanía.

2.1. La lectura fundamentalista

La Pontificia Comisión Bíblica25 dedicaun extenso texto a describir y valorar esta

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patología en el acercamiento a la Escritura.«La lectura fundamentalista parte del princi-pio de que, siendo la Biblia Palabra de Diosinspirada y exenta de error, debe ser leída einterpretada a la letra en todos sus detalles…Este género de lectura encuentra cada vezmás adeptos a finales del siglo XX en gruposreligiosos y sectas, pero también entre loscatólicos… Impone, como fuente única deenseñanza sobre la vida cristiana y la salva-ción una lectura de la Biblia que rehúsa todainvestigación crítica… Se vuelve incapaz deaceptar plenamente la verdad de la Encarna-ción, puesto que rechaza admitir que la Pala-bra de Dios inspirada se ha expresado enlenguaje humano y ha sido escrita, bajo lainspiración divina, por autores humanos cu-yas capacidades y posibilidades eran limita-das. Por esto, tienda a tratar el texto bíblicocomo si hubiera sido dictado palabra por pa-labra por el Espíritu».

2.2. El historicismo crítico

35. En las antípodas de la deformación pre-cedente se sitúa la postura de los estudio-

sos increyentes de la Escritura, que la consi-deran como simple palabra humana a la quehay que tratar exacta y exclusivamente conlos mismos instrumentos de análisis que seutilizan para documentos de naturaleza aná-loga. Deslizarse hacia esta posición puedeser una tentación cuando se niegan en lapráctica los criterios específicos derivadosde su condición de Palabra inspirada y leídaen la Iglesia: la unidad de toda la Escritura,su orientación hacia Cristo y la analogía dela fe.

2.3. La lectura legitimadora y reductora

36. El teólogo norteamericano Howard ClarkKee, denuncia el riesgo que consiste en

justificar determinadas convicciones socia-les, injustificables o discutibles, apoyándolasen la Escritura. De este modo podemos iden-tificar la invitación bíblica a disfrutar de lacreación (Gn 1, 26-31; Sal 104; Qo 5, 18-19)con la legitimidad del consumismo. La pro-videncia de Dios puede traducirse en térmi-nos de progreso económico y reducirse prác-ticamente a él. La libertad del creyente

puede ser fácilmente confundida con la con-creta democracia occidental. La salvacióncristiana puede diluirse en la salud física ymental. «A veces se concibe la Biblia comouna guía para alcanzar el equilibrio y la inte-gridad emotiva. Así las categorías psicológi-cas suplantan a las teológicas».26

2.4. La lectura ideológica

37. No es tampoco un riesgo irreal. La ideo-logía puede ser conservadora y pretender

apoyarse en la Biblia para defender a ultran-za el sistema vigente, al tiempo que se vuel-ve ciega y sorda para dejarse interpelar porlos frecuentes requerimientos de la Palabrade Dios a favor de los pobres y en contra detoda opresión e injusticia social.

La ideología puede ser progresista, inclu-so revolucionaria. Algunas mescolanzaspoco rigurosas entre marxismo y cristianis-mo pertenecen a un pasado aún reciente.

La intuición originaria es acertada: «si lospueblos viven en circunstancias de opresión,es necesario recurrir a la Biblia para buscarallí el vigor capaz de sostenerlos en sus lu-chas y esperanzas. La realidad presente nodebe ser ignorada, sino afrontada, para escla-recerla a la luz de la Escritura. La Palabra deDios es plenamente actual gracias, sobretodo, a la capacidad que poseen los “aconte-cimientos fundantes” (el éxodo, la Pasión yResurrección del Señor) de suscitar nuevasrealizaciones en el curso de la historia».27

Una lectura tan comprometida comportasus riesgos. Se seleccionan textos narrativosy proféticos y se omiten otros igualmente se-ñalados. Pueden utilizarse instrumentos deanálisis de la realidad incompatibles con ladinámica de la fe. Bajo la presión de enor-mes problemas sociales, puede llegarse a unsubrayado exclusivo del mensaje social ypolítico liberador, y mostrarse escasa sensi-bilidad por la dimensión trascendente de lasalvación cristiana.

(25) PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, o.c., cap. I, F.

(26) H. CLARK KEE, Biblia y predicación, en Comenta-rio Bíblico Internacional, Verbo Divino, Estella 1999, p.134.

(27) PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, o.c., cap. I, E.

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2.5. La lectura moralista

38. Incurrimos en ella cuando la Escritura esconcebida y utilizada primariamente co-

mo un conjunto de criterios y normas mora-les destinadas a orientar y determinar nues-tro comportamiento. Tal lectura no tiene encuenta que en la Biblia «no están previstos»todos los posibles comportamientos huma-nos. Ella no posee una «receta moral» paracada situación histórica o biográfica. Estalectura ignora, además, la evolución que bas-tantes normas morales han sufrido, al cam-biar determinadas circunstancias, dentro dela misma Biblia. Olvida, sobre todo, que elEvangelio leído en la Iglesia, más que insis-tir en muchas normas concretas, nos invita yurge a convertirnos a un nuevo modo deexistencia y a un renovado estilo de vivirmás sensible a la voz contrastada del Espíri-tu que al cumplimiento rigorista de la ley.

2.6. La lectura espiritualista

39. «El Espíritu es quien da la vida; la carneno sirve para nada. Las palabras que os

he dicho son espíritu y vida» (Jn 6, 63). Lalectura espiritualista se desentiende de lo queel autor sagrado quiso decir a los oyentes desu tiempo. Margina cuanto la Palabra deDios nos dice sobre la realidad terrena, laexistencia corporal o las relaciones sociales.Para tales lectores, la Biblia es casi exclusi-vamente un recetario de máximas espiritua-les. Es cierto que «cuanto fue escrito en elpasado lo fue para enseñanza nuestra, a finde que, por la perseverancia y el consueloque proporcionan las Escrituras, tengamosesperanza» (Rm 5, 4). Pero es necesariocomplementar este espléndido pensamientobíblico: «Toda Escritura… es útil para ense-ñar, persuadir, responder, educar en la rec-titud a fin de que el hombre de Dios… estépreparado para hacer el bien» (2 Tm 3, 16-17). No podemos orillar el carácter interpe-lante y crítico que posee la palabra de Diosacerca de nuestras posiciones personales, so-ciales y eclesiales.

Ni la lectura «materialista» ni la «espiri-tualista» se sitúan correctamente ante la Pa-labra de Dios. En medio se sitúa la lectura«espiritual».

2.7. Desconocimiento y apatía

40. Las lecturas desenfocadas son reales,pero afectan a un número relativamente

reducido de creyentes. La gran mayoría des-conoce la Biblia. La ignorancia en este puntoes bastante general. Vive lejos de la Palabrade Dios. Incluso la muchedumbre de practi-cantes habituales conoce de la Escritura loque retiene de la liturgia dominical.

El documento preparatorio del Sínodoutiliza un término de resonancia más afecti-va: el desapego de los fieles con respecto ala Biblia.28 Este desapego puede tener su ori-gen en el desconocimiento. Puede tambiéninscribirse en el contexto general de una indi-ferencia religiosa. Puede asimismo revelar lafe siquiera rudimentaria de esta crecida colec-tividad que ha sido educada en una excesivadistancia de la Biblia. Es difícil valorar aque-llo que no ha sido gustado y apreciado en laépoca temprana de la gestación de la fe.

2.8. Incoherencia entre palabra y vida

41. La Palabra llama, a veces con estrépito,como anota San Ignacio, pero no fuerza.

Por lo general, toca finamente a la puerta.«Mira que estoy llamando a la puerta. Si al-guno oye mi voz y abre la puerta, entraré ensu casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Cuando la vida no se deja cambiar, lavoz padece cada vez más interferencias paraser nítidamente escuchada y el que escuchatiene cada vez menos arrestos para reaccio-nar y decir: «Volveré a casa de mi Padre»(Lc 15, 18).

Durante un tiempo prevalece la insatisfac-ción; después se instala la insensibilidad y lacostumbre inveterada y esclavizadora.

(28) Sínodo de los Obispos 2008, Instrumentum laboris,n. 6.

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VI. PARA ADENTRARNOS EN LA PALABRA DE DIOS:LA «LECTIO DIVINA»

42. ¿Cómo colaborar con el Espíritu paraque la Palabra de Dios sea efectivamente

palabra de vida para nosotros? ¿Cómo reali-zar una lectura verdaderamente espiritual dela Escritura?

El primer camino es la lectura asidua dela Escritura (cfr. Dei Verbum, n. 25) «Ali-mentarnos de la Palabra para ser servidoresde la Palabra… es indudablemente una prio-ridad para la Iglesia al comienzo del nuevomilenio».29 La asiduidad es un factor muyrelevante. Ordinariamente los libros sagra-dos nos abren su sentido nuclear a través deun trato continuado con ellos. Sucede lo mis-mo en la investigación científica. Charcot,una celebridad de la medicina parisina, decíaque su método consistía en «dar vueltas a loshechos hasta que se le ponían a hablar».Sólo una lectura asidua permite el acceso aun conocimiento «sapiencial», es decir expe-riencial y connatural, de la Escritura, muchomás vital y nutritivo que el conocimiento pu-ramente exegético. Sólo ella consigue debili-tar las resistencias y reticencias que anidanen nosotros ante la Palabra de Dios. «Es lapermanencia de la Palabra la que transformael corazón de piedra en corazón de carne».30

43. El segundo es el estudio de la Palabra deDios. Es preciso reconocer el primado

del conocimiento sapiencial sobre el conoci-miento científico. En el ámbito social en elque se desenvuelve nuestra vida creyente, loque no es sapiencial se desmorona fácilmen-te. Pero, lejos de ser excluyentes, conoci-miento sapiencial y estudio se combinan yrefuerzan. Necesitamos formular lo que vivi-mos. Tal formulación refuerza nuestra expe-riencia interior. Siempre «lo vivido es másrico que lo formulado» (Husserl) pero nece-sita el sostén de la formulación para no ir

perdiendo contornos y difuminándose pro-gresivamente. Con todo, la formulación ne-cesita «alma» para que nos «resuene dentro»lo que conocemos y podamos orar con la Pa-labra de Dios. Lamentablemente no son mu-chos en la Iglesia los que pueden dedicarselarga e intensamente al estudio de la Palabrade Dios. Nos son necesarios. El Concilio losanima explícitamente (cfr. Dei Verbum, n.23). Pero es más que deseable para todos unmínimo conocimiento bíblico, siquiera pormedio de adecuadas introducciones a los li-bros sagrados y de oportunas notas explicati-vas al pie de página.

Hay un tercer camino, estrechamente em-parentado con los anteriores. Ha sido reco-mendado con calor por Juan Pablo II y Be-nedicto XVI. El reciente Sínodo lo haresaltado reiteradamente. Tiene una solera demuchos siglos en la Iglesia. Se ha extendidoportentosamente, en formas variadas, en to-dos los continentes. Está considerada comola «sugerencia más práctica de la DV» (card.Kasper). Produce frutos notables de renova-ción eclesial. Es la «lectio divina» o lecturacreyente y orante de la Biblia. A ella dedica-mos el resto del presente apartado.

1. La gestación y alumbramientode la «lectio divina»

44. «La “Lectio divina” es una lectura indivi-dual o comunitaria de un pasaje más o

menos extenso de la Escritura, acogida comoPalabra de Dios. Se desarrolla bajo la mo-ción del Espíritu en meditación, oración ycontemplación».31

La Iglesia ha leído desde sus orígenes laEscritura en actitud creyente y con espírituorante. Basta comprobar cómo las comuni-dades que se reunían en torno al Evangeliode Lucas acogían respetuosamente los textos(29) JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, n. 40.

(30) RODRÍGUEZ CARVALLO, Ministro General OFM,o.c., p. 50. (31) PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, o.c., III, C 2.

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bíblicos, los interpretaban, los leían a la luzde la Pascua del Señor, en comunidad presi-dida por los responsables, y buscaban enellos lecciones para su vida actual.

En los primeros siglos del cristianismo,grandes Padres de la Iglesia (Orígenes, SanJuan Crisóstomo, San Basilio, San Agustín)ponían los cimientos de la «lectio divina»con una aproximación a la Escritura impreg-nada de los caracteres en que ésta habría deplasmarse más tarde en los monasterios de laEdad Media. La centralidad de la Palabra deDios, la unidad de todas las Escrituras, su in-terpretación sapiencial y espiritual y su preo-cupación por inculturar la Biblia en el mun-do greco-romano son testimonio de unaauténtica lectura creyente realizada y ense-ñada por los Padres.32 A ellos debemos laidentificación y la práctica de cuatro mode-los de aproximación a la Biblia: la literaldescubre en el texto los hechos contrastadosy fija tal texto. La alegórica recoge las ver-dades salvadoras que el texto nos revela. Lamoral es sensible a las normas orientadorasde nuestra conducta contenidas en el texto.La mística se propone desvelar el sentido úl-timo que la Palabra comentada guarda parael destino de la humanidad. La vida monásti-ca de la Edad Media supo recoger esta ricaherencia y establecer un recorrido a través dela Palabra de Dios, cuyas etapas constituyenel nervio de la «lectio divina». Todas lasnuevas formas de lectura creyente y orantede la Biblia son adaptación o complementode la forma de acceso ideada por los monjes.

2. Las claves de la «lectio divina»33

45. Antes de describir uno a uno los pasos deeste itinerario es necesario interiorizar

sus claves. Están ya presentes en la lecturarealizada por las comunidades de San Lucas.

2.1. Una lectura respetuosa de los textos

Tal respeto se muestra en el interés poraproximarnos al sentido originario que tuvoen el contexto en el que fue escrito y a la ex-

periencia originaria de la fe que suscitó ensus primeros destinatarios. Este esfuerzo evi-ta que el texto sea manipulado, «haciéndoledecir» lo que no dice.

La lectura ha de hacerse con sumo respe-to. Consiste en acercarnos al texto para verlo que dice, sin dejarnos llevar por prejuiciosni proyectar sobre él nuestra subjetividad.Hemos de abordar el texto desde el punto devista histórico, literario y teológico. Paraesta lectura nos aportan una luz inestimablelos trabajos de la exégesis, cuyo objeto escomprender el significado preciso del textoen su contexto.

2.2. Acceder al textodesde la vida y para la vida

46. El creyente no lee la Biblia sobre todopara acrecentar su cultura bíblica, sino

para entender y orientar su vida. Las Escritu-ras les revelan el sentido de los aconteci-mientos y los acontecimientos ayudan a quese nos desvele el sentido de las Escrituras.La Palabra de Dios es «de ayer y de hoy».Tuvo un mensaje para ayer y tiene un men-saje para hoy, y ambos están emparentados.

Así sucede, por ejemplo, en el relato deEmaús. La pregunta que se hacían los discí-pulos de la segunda generación cristiana eraésta: ¿dónde podemos encontrar hoy a JesúsResucitado? Ellos no le habían conocidopersonalmente. Los seguidores comprendena la luz del texto que, a pesar de sus desfalle-cimientos y sus dudas, el Resucitado no esta-ba ausente en el camino de su vida, sino pre-sente en las Escrituras, en la Eucaristía, en lacomunidad creyente.

2.3. Compartir la Palabra de Diosen la comunidad orante y presidida

47. La comunidad cristiana es el lugar natu-ral por excelencia para escuchar la Pala-

bra. La Escritura ha sido consignada por es-crito principalmente para ser proclamada enla asamblea eclesial. Con todo, el Concilio(Dei Verbum, n. 25) recomienda también lalectura individual. Ella precede provechosa-

(32) M. MASINI, La lectio divina, BAC, Madrid 2001,pp. 356-370.

(33) Cfr. S. GUIJARRO, La Biblia en el centro de la pas-toral y de la vida de nuestras iglesias, Boletín Dei Verbum50, 1999, pp. 111-116.

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mente a la lectura comunitaria y la comple-menta ulteriormente.

Hch 4, 23-31 refiere que Pedro y Juan,tras su comparecencia ante el Sanedrín vuel-ven a la comunidad reunida y, en un climade oración, interpretan entre todos (v. 24) lasamenazas sufridas como continuidad de lapersecución padecida por Jesús (v. 27-30).Pastores y pueblo están allí reunidos. El Es-píritu está presente y les comunica libertad ycoraje para anunciar la Palabra de Dios (v.31).

2.4. A la luz de la Pascua del Señor

48. Sólo desde el encuentro con el Resucita-do se comprende el sentido profundo de

las Escrituras. El Espíritu Santo que las hainspirado, las ha escrito bajo la óptica deCristo muerto y resucitado. Cuando escucha-mos la Biblia a la luz de la Pascua, «la escu-chamos en el mismo Espíritu con que fue es-crita».

Hch 8, 26-39 refiere el encuentro del mi-nistro etíope con el diácono Felipe. El etíopeno comprende a Isaías. Es necesario que Fe-lipe le anuncie la Buena Noticia de Jesúspara que el lector desconcertado comprendacon alegría que el pasaje aludido se refiere aÉl. El Misterio Pascual es la clave para com-prender toda la Escritura.

3. Los pasos de la «lectio divina»

49. Antes de iniciar esta andadura saludable,es preciso que caigamos en la cuenta de

que el Espíritu es el Artífice del encuentrocon el Verbo de Dios en su Palabra. Trate-mos de descubrirla en nuestro interior, dondetiene su casa. Orémosle en silencio o en ple-garia conjunta. Es posible que nos sintamosdispersos y perseguidos por otros pensa-mientos, deseos, recuerdos. Antes de comen-zar la «lectio», hagamos silencio exterior; élnos ayudará al silencio interior, que consisteen una distancia psíquica de lo que nos ocu-pa y en un deseo de entrar «en la terapia deDios».

3.1. La lectura y relectura del texto

El primer paso es la lectura y relecturadel texto. Ha de realizarse con toda atencióny con el máximo respeto religioso. Esta lec-tura pretende responder a una pregunta: ¿quées lo que quiso decir Dios a través del autorsagrado a los primeros destinatarios de estepasaje? Para una respuesta adecuada es pre-ciso situar el texto en su contexto, identificarsu naturaleza, preguntarnos qué nos diceacerca de Dios, de nosotros, del mundo. Si lalectura se realiza en grupo, es bueno que elmonitor del mismo ofrezca una breve y so-bria exposición. Es preciso, al menos, dis-poner de una Biblia enriquecida con las in-troducciones y notas pertinentes. Esta apro-ximación razonablemente rigurosa al textopretende evitar aplicaciones demasiado sub-jetivas del texto a nuestra situación actual.De otro modo, se le haría decir a la Biblia loque no dice. Tiene que haber una relaciónentre el sentido originario y el sentido actualdel texto.

3.2. La meditación

El paso siguiente es la meditación. Con-siste en rumiar sosegadamente el pasaje has-ta descubrir el mensaje que encierra hoy paramí, para nosotros. La pregunta capital esésta: ¿qué me dice Dios a mí, (a nosotros) enla actual situación? Se instaura una confron-tación entre la Palabra de Dios y mí (nues-tra) vida. Esta confrontación no es fruto deun pragmatismo acomodaticio. Si la Palabrade Dios es actual tiene que decir algo parahoy y para aquí. «El diálogo con la SagradaEscritura va acompañado necesariamente deun diálogo con la generación presente»(Pontificia Comisión Bíblica).

3.3. La oración

La lectura y meditación así realizada con-duce espontáneamente a la oración. «Re-cuerden que debe acompañar la oración a lalectura Sagrada de la Escritura para que seentable diálogo entre Dios y el hombre, por-que a Él hablamos cuando oramos y a Él oí-mos cuando leemos las palabras divinas»(Dei Verbum, n. 25). En la oración entra in-

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tensamente en juego «el corazón», el centromismo del ser humano tocado por la Palabrade Dios. Son muy variados los armónicos deesta oración, según la situación de los oran-tes. Si la Palabra ilumina mi pecado, mi ora-ción consistirá en pedir la gracia de la con-versión y del perdón. Si clarifica mi fe, mioración dirá: «Creo, Señor, pero aumenta mife». Si he descubierto la fuerza transforma-dora de la Palabra, mi oración se ocupara enpedir o interceder. Si la Palabra me ha escla-recido lo que Dios ha hecho en mí, diré«gracias». Si me muestra siquiera un destellodel Rostro de Dios, me brotará connatural-mente la adoración, que es «el amor que ad-mira».

3.4. La contemplación

Cuando la oración ha ambientado nuestroespíritu, nace, en una medida u otra, la con-templación. Más allá de reflexiones y de sú-plicas, el espíritu se concentra en Dios ycontempla su vida, su entorno, el mundo conla mirada de Dios. Descansamos en Dios.Nos sentimos retratados en el campesino deArs, largas horas clavado ante el Sagrario.Cuando el cura de Ars le pregunta qué haceallí le responde: «Yo le miro y Él me mira».Aquí estamos en la atmósfera de la gracia.La contemplación es un don especial, peromuchos la han experimentado en algunosmomentos. Es preciso pedirla… y prepararsea recibirla.

3.5. El compromiso

En torno a este paradigma han nacido enla Iglesia numerosas variaciones que respe-tan los pasos esenciales recién descritos y loscompletan. Uno de estos complementos es la«operatio», la acción, el compromiso prácti-co que extraemos para nuestra vida. Es pasarde la Palabra escrita a la Palabra vivida. «Fíepoco de su oración quien no salga de elladispuesto a que algo cambie» (Sta. Teresa).

3.6. El diálogo

Otro complemento que se introduce en lalectura comunitaria es el diálogo de los par-ticipantes («collatio»). En él se comunican

las vivencias y reflexiones suscitadas encada uno por la Palabra compartida. No debedegenerar en altas discusiones. Son pruden-tes y oportunos los consejos de San Basilio:«hablar con conocimiento del tema; pregun-tar sin ánimo de discutir; responder sin arro-gancia; no interrumpir al que habla; no inter-venir por ostentación; ser moderado en elhablar y el escuchar, aprender sin avergon-zarse de ello; enseñar sin buscar ningún inte-rés; no ocultar lo que se ha aprendido deotros».34

En síntesis «la lectio escucha a Dios en suPalabra; la meditatio la acoge en el corazón;la oratio dialoga con él; la contemplatio en-tra en la fiesta de su misterio; la operatio leofrece el testimonio de la vida».35

4. Los efectos de la «lectio divina»

50. La Biblia ha salido de las aulas y ha en-trado en grupos más abiertos, en espacios

más populares, más allá del ámbito académi-co o litúrgico. Hemos de manifestar que es-tamos sorprendidos por la multiplicación delos grupos que practican periódicamente lalectura creyente y orante de la Escritura entantos rincones de la Iglesia. Queremos su-brayar cuatro características que percibimosen el contacto directo con estos grupos ennuestras diócesis: la relativa facilidad conque se suscitan; el gozo que les producen susencuentros; la intensa participación y el altonivel de perseverancia.

La fatiga, cuajada de cansancio y escepti-cismo, es la debilidad de muchos colabora-dores de la pastoral y del compromiso cris-tiano. La Escritura tiene una fuerzatransformadora que les devuelve ánimo vitalen medio de muchos esfuerzos y escasos fru-tos visibles. Los grupos de lectura creyenteson «espacios ecológicos» en medio de am-bientes «contaminados».

No es extraño que el Concilio y los Papasposteriores hayan recalcado con tal vigor

(34) Citado por M. MASINI, o.c., p. 424.(35) M. MASINI, o.c., p. 443.

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esta práctica que tantos frutos produjo en elpasado, que lamentablemente se oscureciódurante siglos y que tanta esperanza suscitaen nuestro apretado presente. «Es necesarioque la escucha de la Palabra se convierta enun encuentro vital, en la antigua y siempreválida tradición de la “lectio divina”, quepermite encontrar en el texto bíblico la pala-bra viva que interpela, orienta y modela la

existencia».36 Benedicto XVI decía reciente-mente: «estoy convencido de que si estapráctica se promueve eficazmente produciráen la Iglesia una nueva primavera espiri-tual… Jamás se debe olvidar que la Palabrade Dios es lámpara para nuestros pasos y luzen nuestro sendero».37 Aguardamos con es-peranza esta primavera en el corazón del in-vierno eclesial.

VII. UN MENSAJE A LA COMUNIDAD CRISTIANAY A SUS DIFERENTES MIEMBROS

1. Un mensaje para todos

51. ¿Qué lecciones principales ha de extraerla Iglesia de su luminosa doctrina y fe-

cunda experiencia de la Palabra de Dios?¿Cómo activar sus recursos para que esta Pa-labra ocupe paso a paso el centro de la Igle-sia? Con estas inquietudes se reunieron enFreising (Alemania) convocados por el Con-sejo de Conferencias Episcopales Europeas,un grupo de obispos y especialistas de veintepaíses de Europa. Comprobaron que el avan-ce desde los días del Concilio había sido in-gente en el campo de los estudios bíblicos,de la teología, de las nuevas traducciones, dela renovación bíblica dentro de la liturgia, dela catequesis, de las escuelas y cursos de for-mación bíblica. Pero al mismo tiempo cons-tataron que todavía la Biblia no había llega-do al centro de la Iglesia. Sugirieron en susdeliberaciones tres atinadas áreas de actua-ción. Hemos dedicado amplia atención a unade ellas: la «lectio divina». Vamos a detener-nos brevemente en las dos restantes.

a) El movimiento bíblico anterior y poste-rior al Concilio abrió el camino hacia unapastoral bíblica que elaboró programasponderados y realizó un sinfín de traba-jos. Pero dicha pastoral se concibió y vi-vió como una más entre las pastorales es-pecíficas, un nuevo capítulo de nuestrosprogramas pastorales.

Ahí está su limitación congénita. La Bi-blia no es una rama más del árbol de laIglesia, sino la savia que recorre su tron-co y sus ramas. Es preciso impregnar bí-blicamente todas y cada una de las pasto-rales específicas. En otras palabras: espreciso pasar de la «pastoral bíblica» a la«animación bíblica de la pastoral».

b) La Palabra encontrará especiales dificul-tades si la Iglesia no forma adecuada-mente a los servidores de la Palabra y noalumbra o potencia las instituciones ade-cuadas para impartir dicha formación.Tal formación debería modificar su ex-tensión y su óptica. Ha de extenderse atodos los diversos servidores de la Pala-bra, no sólo a los sacerdotes y diáconos.Sin dejar de transmitir contenidos, ha deestar atenta a capacitarles para una lectu-ra creyente y orante de la Biblia y a moti-varles a que se lancen a una meditaciónasidua de la Palabra de Dios.

Pero el alimento de la Palabra de Diosguarda dentro de sí sabores diferentes, segúnnuestra situación y nuestras responsabilida-des. Su misma interpretación no es entera-mente única. «La interpretación [de la Escri-

(36) JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, n. 39.(37) BENEDICTO XVI, Alocución a los miembros del En-

cuentro Internacional sobre la Sagrada Escritura (16-IX-2005).

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tura] debe ser necesariamente plural. Ningu-na interpretación particular puede agotar elsentido del conjunto que es una sinfonía avarias voces. La interpretación de un textodebe, pues, evitar la exclusividad» (Pontifi-cia Comisión Bíblica). Todas nuestras inter-pretaciones no son sino aproximaciones auna Palabra que, por ser de Dios, desbordalos límites interpretativos. Siempre «dicemás».

Deseamos en este apartado final recogerel mensaje especial que Jesucristo Palabradivina y humana, dirige a algunos de losgrupos y comunidades de nuestras iglesiaslocales, especialmente vinculadas al serviciode la Palabra.

2. A los laicos

52. El servicio a la Sagrada Escritura no espatrimonio exclusivo de los cristianos

implicados en el ministerio de la Palabra.Todo bautizado ha de nutrir su fe por la es-cucha de esta Palabra. «El Santo Concilioexhorta vigorosamente a todos los cristia-nos… a que se acerquen gustosamente almismo texto sagrado» (Dei Verbum, n. 25).A todos los campos que conciernen a la Es-critura (la investigación, el estudio, las es-cuelas de Biblia, los grupos de lectura cre-yente) tienen los laicos acceso abierto por sucondición bautismal, en la medida de las po-sibilidades de cada uno. Participar en algunode estos ámbitos debería entrar en el progra-ma de compromisos de un cristiano.

Como miembros plenos de la Iglesia loslaicos estáis llamados no sólo a «escuchardevotamente la Palabra de Dios» sino tam-bién a «proclamarla con valentía». Hay unadoble manera común a todos los laicos agru-pados en la familia, encuadrados en el traba-jo, diseminados en las diferentes áreas de lavida social en la diáspora del mundo: el tes-timonio de una conducta coherente con elEvangelio y la confesión explícita de vuestrafe. Ni lo uno ni lo otro deja de suscitar resis-tencias en estos tiempos. «El pecado másfrecuente en los laicos es creer sin confesar,ocultando su propia fe por respetos huma-

nos. El pecado más frecuente en los hombresde Iglesia puede ser el de confesar sin creeral menos con la debida intensidad» (R. Can-talamesa).

Dentro del amplio mundo laical han naci-do en los últimos tiempos grandes asociacio-nes en cuya espiritualidad ocupa la Escrituraun lugar relevante. Leen e interpretan la Bi-blia para los creyentes de hoy. Son un medioprivilegiado de acceso a la Palabra de Diospara muchos creyentes que de otra forma nola habrían conocido. En algunos casos seríamuy importante que enriquecieran su lecturade la Biblia. Por un deseo laudable de descu-brir lo que Dios dice a sus vidas, podríandescuidar la pregunta por el mensaje origina-rio del texto, punto de partida necesario parapreguntarse sin riesgos de arbitrariedad osubjetivismo qué dice este texto para mí ypara nosotros en las presentes circunstancias.La Iglesia, al discernir el canon de las Escri-turas reconoció como ejemplar y dinamiza-dora de la fe la experiencia creyente origina-ria consignada en ellas. Es por eso necesariopartir de ella, aunque no quedarnos ancladosen ella. «No se es fiel a la intención de lostextos bíblicos sino cuando se procura en-contrar en el corazón de su formulación larealidad de fe que expresan y se enlaza ésta ala experiencia creyente de nuestro mundo».38

Hemos aludido más arriba a diversos mo-vimientos y asociaciones preferentemente lai-cales cuyo objetivo central es promover lalectura creyente y orante de la Biblia. Que-rríamos ver que esta onda que está bañandoy refrescando la ancha playa de la Iglesia yque felizmente riega también la costa denuestras iglesias locales llegara igualmente alas jóvenes parejas y a los cristianos compro-metidos en la construcción de la sociedad.

2.1. A los catequistas yprofesores de Religión

53. La etimología de vuestro nombre de cate-quistas es muy evocadora. Catequizar

significa «hacerse eco» de algo. En nuestrocaso, de la Palabra de Dios.

(38) PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, o.c., 1993, p. 90.

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Los catequistas de niños y de adolescen-tes tenéis una misión hoy tan laboriosa comoimportante. Las horas –muchas veces margi-nales–, las condiciones de los locales, la ex-citación de los niños y la aparente apatía delos jóvenes ponen a prueba vuestra pacienciay, en ocasiones, vuestra fe. No siempre os esfácil creer de verdad en la fuerza de la Pala-bra de Dios. Aunque es igualmente verdadque cualquier signo de sensibilidad religiosa,cualquier gesto que indique que han sido to-cados por la Palabra de Dios tienen la virtudde refrescar vuestro ánimo y gratificaros in-teriormente de modo inefable.

Las dificultades y gratificaciones de loscatequistas de adultos son diferentes. Aun-que un itinerario comprometedor y de largorecorrido no encuentra demasiado eco enmuchas ocasiones, las sesiones catequéticaspreparatorias o subsiguientes a los sacramen-tos (confirmación, matrimonio, penitencia,eucaristía), dirigidas en ocasiones a los pa-dres de familia, ofrecen una dificultad no tangrande y una oportunidad de oro para refres-car la fe de bastantes participantes.

Los catecismos y materiales catequéticosestán mucho más impregnados de Escrituraque los de otros tiempos. En cambio, al pare-cer, el uso de la Biblia y la familiarizacióncon la Palabra de Dios no ha llegado todavíaen los catequistas al punto deseado. Así locertifica una encuesta realizada en los paísesde la Europa meridional. Muchos catequistasdesearíais una mayor formación bíblica queos capacitara mejor para iniciar a vuestroscatequizandos a la valoración y escucha dela Escritura. Os debemos este servicio queprocuraremos cumplir con esmero. De estemodo sabréis conectar la Escritura con la ex-periencia humana y cristiana de vuestrosalumnos y podréis inducirlos a la expresiónconfesante, celebrativa y comprometida devuestra fe.

Los profesores de Religión en la EscuelaPública realizáis la misión recibida de vues-tro Obispo en un ambiente no siempre propi-cio. Sois presencia de la Iglesia de Jesús enel medio escolar. Sois testigos de su Palabra,

de su vida, de su Muerte y Resurrección. Ospreocupa, como a nosotros, el presente y elfuturo de las clases de Religión hoy especial-mente cuestionado. El número decrecientede alumnos os parte el alma. Los frutos visi-bles e inmediatos no son muy halagüeños.Creed en lo que hacéis. Perseverad muy ensintonía con vuestros Pastores. Preparaos aconciencia. Sea la Escritura el eje y la normade vuestra espiritualidad y de vuestra ense-ñanza. Que vuestros alumnos aprendan a co-nocerla, a valorarla y a utilizarla.

2.2. A los lectores dela Palabra en la liturgia

54. Ofrecéis generosamente un servicio, enocasiones, abnegado. Es importante que

comprendáis el sentido de la acción que rea-lizáis en la liturgia. A través de vuestra vozresuena la voz del mismo Dios, presente enla vuestra. Estáis prestando vuestra voz a Él.No podéis ser simple vehículo de la Palabraa la que dais cuerpo. Habéis de dejaros im-pregnar por ella. Escucharla previamente ydejaros interpelar por ella pertenece a vues-tro oficio. Sería bien deseable que, allí dondefuera posible, el conjunto de lectores consti-tuyera un grupo de escucha creyente de lostextos que van a proclamarse el domingo si-guiente.

En el ambón no realizáis una simple lec-tura del texto. Es una proclamación, que re-quiere un tono adecuado, una cierta pausa yuna sobria solemnidad.

2.3. A los animadores de las celebracionesen ausencia de presbítero

55. En torno a la Palabra y a la comunión eu-carística ofrecida por vosotros, se reúne

cada domingo la Iglesia en múltiples lugares,a veces apartados. A través de vosotros llegatambién la homilía del presbítero que nopuede estar presente. Es inestimable el mi-nisterio que realizáis. La Iglesia os confía lomás grande que ha recibido: la Palabra deDios y el Cuerpo del Señor.

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El ministerio que realizáis reclama de vo-sotros y vosotras una especial afinidad haciala Palabra. La cultivaréis por el estudio de laEscritura y por la participación en alguno delos grupos de la lectura creyente. Nuestrasiglesias locales seguirán brindándoos la for-mación y la motivación necesarias.

Este mismo ministerio postula de voso-tros una vida cristiana que resulte ejemplar yestimuladora para la comunidad a la que ser-vís. En la realización de vuestro ministerio,ateneos siempre fielmente a las indicacionesque recibáis de la Iglesia. Sabéis, en fin, quela manera plena de celebrar el domingo es,para los creyentes, la participación no sóloen el Banquete, sino en el Sacrificio Eucarís-tico. Las celebraciones que presidís llevan ensí mismas una «nostalgia de eucaristía» quevosotros debéis alimentar explícitamente enla asamblea.

2.4. A los monitores dela lectura creyente de la Palabra

56. Sois testigos de primera mano de losefectos de conversión y renovación cris-

tiana que los encuentros periódicos en tornoa la Palabra producen en vuestro grupo y envosotros. Tenéis experiencia de la verdad deesta frase de Pedro: «Habéis vuelto a nacer yno de una semilla inmortal, sino de una in-mortal, por medio de la Palabra de Diosviva y verdadera» (1 P 1, 23).

Vuestra misión es delicada. Por un lado,os corresponde deshacer las dificultades enlas que pueden enredarse y esclarecer lospuntos que les resultan más oscuros o des-concertantes. Por otro lado, debéis procurarel encuentro directo de los participantes conla misma Palabra de Dios. Es ella, en su des-nudez, el oxígeno que regenera los tejidos denuestro espíritu. Este doble cometido osaconseja ser sobrios en vuestras intervencio-nes explicativas y atajar aquellas reflexionesque se conviertan en un debate entre losmiembros. No favorecen ni el contacto es-pontáneo con la Palabra ni la mutua comu-nión.

Llevad el pulso de las reuniones procu-rando que en el encuentro recorráis todos lospasos del itinerario. Cuidad la ambientaciónprevia invitando a que todos invoquen al Es-píritu que vivifica la Palabra que vais a com-partir. Procurad una escueta decoración delespacio. La Palabra colocada en el lugar pre-ferente, debe ser el centro. Los demás, sinninguna precedencia, tomamos asiento entorno a ella.

Necesitáis y pedís un especial acompaña-miento en el que, al tiempo que vais reci-biendo un complemento de vuestra forma-ción bíblica, comunicáis la marcha devuestro grupo y vais despejando, en diálogocon el Responsable y con los demás monito-res, los problemas e interrogantes que se osplantean en el ejercicio de vuestra tarea.

Sería saludable para vosotros y para lamarcha del grupo que cada uno se habituaraa dedicar diariamente un tiempo a la «lectiodivina» individual.

2.5. A los padres de familia

57. La familia creyente y dotada de vínculossólidos es un espacio muy adecuado para

que los padres os iniciéis e iniciéis a los hi-jos, sobre todo en ciertas edades más recepti-vas, a la lectura común de la Escritura. Debi-damente adaptada a la estructura familiar,puede resultar un medio excelente para hacermás vivencial vuestra fe e implicaros en sutransmisión y para que los hijos vivan la ex-periencia única de percibir «en vivo y en di-recto» el latido vital de la experiencia cre-yente de sus progenitores. ¿No deberíaorientarse en esta dirección la esperanzadoraexperiencia de la catequesis familiar-parro-quial que está cobrando arraigo en nuestrasiglesias?

2.6. A los creyentes delos medios de comunicación social

58. «El primer areópago del tiempo modernoes el mundo de la comunicación, que está

unificando a la humanidad… La utilizaciónde los medios de masas ha llegado a seresencial para la evangelización y la cateque-

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sis… La Iglesia se sentiría culpable ante suSeñor si no emplease esos poderosos me-dios… Gracias a ellos puede hablar a las ma-sas». Es preciso para ello la capacidad paraincardinar el mensaje «en la nueva cultura…con nuevos lenguajes, nuevas técnicas y nue-vas actitudes psicológicas».39 Para difundirel mensaje de la Palabra de Dios, la Iglesiatiene todo el derecho de procurarse sus pro-pios medios de comunicación social cuidan-do, eso sí, que toda su programación esté encoherencia con aquella y no le reste credibi-lidad. Pero los muchos hombres y mujeresque trabajan en medios oficiales o cívicoshan de procurar análoga coherencia, por en-cima de las cuotas de audiencia o las direc-trices ideológicas marcadas por sus respon-sables.

La presencia de la Palabra de Dios en al-gunos de sus programas no es ningún privi-legio abusivo. No se caracterizan en generaltales medios por su generosidad en ofrecerespacios religiosos. Más bien se distinguenalgunos medios públicos y privados por ad-mitir en su programación espacios que tergi-versan o ridiculizan la fe y hacen una lecturaselectiva de las reales o supuestas noticiaseclesiales de signo desfavorable. No pedi-mos tratos de favor. Reconocemos el carác-ter cívico y plural de nuestra sociedad. Sólopedimos el respeto que se merece la comuni-dad creyente. Los profesionales cristianosque, desde diferentes niveles de responsabi-lidad, colaboráis en ellos sois invitados porvuestros Obispos a preguntaros qué podéishacer, sobre todo para que el humanismocoherente con el Evangelio inspire vuestrosprogramas. Y nuestras iglesias diocesanasdeberían alentar a los laicos a participar enprogramas de prensa, radio, TV, exponien-do, respecto de temas en los que son compe-tentes, criterios coherentes con el Evangelio.La excesiva timidez de los creyentes facilitael que muchos espacios sean ocupados enexclusiva por personas que hacen profesiónpública de increencia y, en ocasiones, mues-

tran una actitud agresiva ante las posicionesde la Iglesia y ante la misma fe.

3. A los profesores de exégesis y teología

59. El Concilio (Dei Verbum, n. 24) afirmaque «la Escritura debe ser como el alma

de la teología», es decir, su principio inspira-dor y regulador. «Así se mantiene firme y re-cobra su juventud» (ibid.), en consecuencia,encarece a exegetas y teólogos a que, bajo lamirada del Magisterio, trabajéis en unión defuerzas para investigar con métodos adecua-dos la Escritura y para explicarla de talmodo que contribuyáis a que se multipliquenlos ministros de la Palabra capaces de ofre-cer al Pueblo de Dios el alimento de la Escri-tura (cfr. Dei Verbum, n. 23).

Estas orientaciones nos ayudan a com-prender mejor la importancia de vuestra mi-sión en la renovación de la Iglesia y en la re-vitalización de los creyentes. Puesto quetodos (también vosotros) somos discípulosantes que maestros, os invitamos calurosa-mente a escuchar con docilidad y con asidui-dad la Palabra de Dios antes de explicarlacon fidelidad en vuestras sesiones académi-cas y en vuestros escritos. Felizmente pasa-ron los tiempos en los que la Escritura erapara los teólogos casi una simple cantera dela que se extraían dichos bíblicos para funda-mentar afirmaciones doctrinales. Hoy ocupaun puesto mucho más central en el quehacerteológico y académico. La Escritura está enel origen, en el recorrido y en el término fi-nal de vuestra reflexión teológica. Que vues-tra exposición esté siempre, como la de losgrandes Padres de la Iglesia, impregnada dela Escritura.

El Concilio considera necesario vuestrotrabajo «para comprender cada vez más pro-fundamente la Escritura» (Dei Verbum, n.23) y para hacer plausible su mensaje en lasactuales coordenadas mentales, culturales,sociales. Seguid brindándonos cada vez conmayor esmero este servicio. Con él nos ayu-daréis a evitar la escisión existente dentro demuchos cristianos entre la dimensión creyen-

(39) CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio Gene-ral para la Catequesis, 1997.

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te y la mentalidad y sensibilidad compartidasen nuestro entorno, «entre el sentido cósmi-co y el sentido crístico» (Teilhard de Char-din). Gracias a vosotros, la escisión podráconvertirse en una saludable tensión dialécti-ca que sea estimuladora para la fe e interpe-ladora para la mentalidad predominante.

En esta delicada misión, el Magisterioque garantiza la interpretación auténtica dela Escritura y la pureza de la fe, lejos de mu-tilar vuestras legítimas búsquedas, está lla-mado a alentarlas y a reorientarlas cuandosea necesario. Vosotros, con vuestras inves-tigaciones y reflexiones, ayudáis al Magiste-rio a formular de manera aquilatada los con-tenidos de nuestra fe. El Magisterio osofrece la garantía de la autenticidad eclesial.

4. A los religiosos

60. Los religiosos «tengan ante todo diaria-mente en las manos la Sagrada Escritura,

a fin de adquirir por la lectura y la medita-ción de los sagrados libros el sublime cono-cimiento de Jesucristo» (Perfectae caritatis,n. 6). Escuchar la Palabra es un requisito ne-cesario para adquirir experiencia de Dios,para llegar a ser comunidad, para permane-cer en la fidelidad y para mantener el espíri-tu apostólico.40 La escucha asidua de la Pala-bra nos va comunicando una especie deinstinto sobrenatural, una mirada de fe sin lacual la propia vida pierde gradualmente sen-tido, el rostro de los hermanos se torna opa-co hasta el punto de volvérsenos casi imposi-ble descubrir en ellos el rostro de Cristo, losacontecimientos de la historia se nos vuelvenplanos, cuando no privados de esperanza y lamisión apostólica y caritativa degenera en unactivismo disperso.

Tenemos especialmente ante nuestra mi-rada a las comunidades monásticas y con-templativas. En los monasterios cuajó la«lectio divina». En ellos se practica intensa-mente. Adentraos en el conocimiento de laEscritura. Dedicadle muchas de vuestras se-

siones de formación permanente. Os ayudaráa una lectura creyente y orante más fructuo-sa. Iniciad en ella a cuantos se acercan a vo-sotros con verdaderas inquietudes evangéli-cas.

Nuestra atención se centra igualmente enlas Congregaciones dedicadas a la educaciónde la fe. Juan Pablo II (Vita consecrata, n. 4)orienta vuestra actividad de educadores de lafe «sobre todo a los Evangelios que son elcorazón de las Escrituras» y os invita a que«promováis del modo más acorde al propiocarisma escuelas de oración, de espirituali-dad y de lectura orante de la Escritura».

Tenéis a muchos niños, adolescentes y jó-venes físicamente cerca de vosotros. Experi-mentáis con dolor y preocupación la distan-cia psíquica que sienten respecto a vuestraspropuestas de fe y vuestra escala de valores.¿No será la Biblia un punto de encuentroreal, al menos, con algunos? Así lo cree Be-nedicto XVI, que les dirige estas palabras:«Siempre es muy importante leer la Bibliade un mudo muy personal… pero al mismotiempo es muy importante leerla en compa-ñía de las personas con quienes se cami-na».41 El Papa les invita asimismo a adquiririntimidad con la Biblia, a tenerla a manopara que sea… «como una brújula que indi-ca el camino a seguir».42 Jóvenes que sesienten atraídos por otras culturas y que, se-gún los expertos, se sienten tan perdidos quebuscan (incluso bajo una forma de rechazo)puntos de referencia que les orienten en lavida, ¿se sentirán tan extraños a una lecturacreyente y orante de la Escritura debidamen-te acompañada?

Nuestra Escuela Católica ha dado en losúltimos años pasos sumamente notables a lahora de mejorar su calidad pedagógica y téc-nica. Estáis realizando verdaderos esfuerzospara ofrecer y transmitir la fe cristiana ycumplir así vuestra irrenunciable vocación

(40) Cfr. P. CHÁVEZ, Rector Mayor de los Salesianos,o.c., pp. 8-20.

(41) BENEDICTO XVI, Encuentro con los jóvenes roma-nos (6-IX-2006), en L’Osservatore Romano, edición espa-ñola (14-IX-2006), p. 3.

(42) BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundialde la Juventud (22-II-2006), en L’Osservatore Romano, edi-ción española (3-III-2006), p. 3.

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evangelizadora. Muchas veces nos comuni-cáis vuestra desazón al comprobar la despro-porción entre los recursos dedicados a estamisión y la modestia de los resultados obte-nidos con los alumnos y sus familias. Talvez podáis a veces sentiros algunos tentadosde rebajar la extensión y la intensidad devuestro ofrecimiento creyente. No sucum-báis nunca a esta tentación. Mejorad el«cómo», pero no descuidéis el «qué». Sedvosotros por vuestro testimonio orante, aco-gedor, abnegado, anuncio de vuestra fe. For-mad a los profesores laicos en la fe y en lavocación educadora. Utilizad la Biblia demanera intensiva y pedagógica. Familiarizadcon ella a vuestros alumnos y alumnas y asus padres. Orad entre ellos con la Biblia enlas manos. Vosotros sois, por vuestra entregaa los niños y adolescentes y por vuestra rela-ción con los padres uno de los puentes que lacomunidad eclesial ha de cuidar. Si en algúnmomento ha sido necesaria la Escuela Cris-tiana, lo es en la época actual. Necesitáis ymerecéis nuestro aprecio, nuestro apoyo cor-dial mucho más que nuestras observacionescríticas.

5. A los presbíteros y diáconos

61. También para vosotros el anuncio delEvangelio es gozo y cruz. Os desalienta

sobre todo la apática indiferencia de muchosbautizados ante lo que para vosotros es desuma importancia, hasta el punto de haberleentregado vuestra vida. Sintonizamos convuestras alegrías y vuestras decepciones pas-torales.

Queremos confortaros con las hermosaspalabras de Pastores dabo vobis, n. 26: «Elsacerdote es, ante todo ministro de la Palabrade Dios… Por eso debe ser el primero en te-ner una gran familiaridad con esta Palabra...Necesita acercarse a la Palabra con un cora-zón dócil y orante... Debe ser el primer cre-yente de la Palabra… y crecer en la concien-cia de su permanente deber de serevangelizado».

Os entristece que los puentes de la rela-ción con muchas personas y áreas de la vidasocial sean para vosotros cada vez más estre-chos y menos numerosos. A veces vivís estapreocupación con un sentimiento de culpabi-lidad injusto o al menos exagerado. Tenéistodavía entre vosotros núcleos de feligresespróximos y sensibles a la fe y la Palabra.Tendréis siempre con vosotros a aquellos aquienes la sociedad les da tal vez los mediosnecesarios, pero no les brinda generosamen-te su tiempo, su afecto, su compañía. Una delas tareas que Jesús nos señala en este tiem-po es la proximidad humana y evangélica atantas personas impedidas o limitadas por laedad, la enfermedad, la soledad. Estar juntoa ellos incluso silenciosamente es una mane-ra de ser testigos de «la Palabra que vienedel silencio [de Dios Padre] y en silenciodebe ser escuchada».43

No desistáis, con todo, de tender estospuentes. No tan lejos encontraréis a los po-bres. Ellos no os han abandonado todavía.«Los primeros que tienen derecho al anunciodel Evangelio son justamente los pobres, ne-cesitados no sólo de pan sino también de pa-labras de vida… No son sólo destinatarios.Los pastores están llamados a aprender deellos, a guiarlos en su fe y a motivarlos a serartífices de su propia historia. Los diáconosencargados del servicio de la caridad tienenuna especial responsabilidad en este ámbito.El Sínodo los alienta en su ministerio».44

Tampoco estarán tan lejos los inmigran-tes. Muchos han llegado a nuestra tierra conun vivo, fresco y profundo sentido de Dios yde la Religión. Corren el riesgo de que, encontacto con la frialdad religiosa de nuestrasociedad y el ánimo no muy elevado denuestras iglesias, vean depauperarse y debili-tarse su fe. Invitémosles a nuestros gruposde fe y a la vida parroquial.

Queremos, en fin, comentar con vosotrosun «punto caliente» que es, al mismo tiem-po, pieza muy relevante en la liturgia y unacruz para los predicadores.

(43) SAN JUAN DE LA CRUZ, Dichos de luz y amor, p. 99.(44) Sínodo de los Obispos 2008, proposición 11ª.

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Por un lado la homilía, engarzada en laLiturgia de la Palabra es un momento culmi-nante de esta liturgia. Nos pide prepararnosen oración para decirla con convicción y conpasión. Está postulando la respuesta a trespreguntas: ¿qué dicen las lecturas proclama-das?, ¿qué me dicen a mí?, ¿qué debo decir ala comunidad en su situación concreta? Serequiere de ella que fortifique la fe, llame ala conversión y disponga para celebrar elMisterio Eucarístico.

Por otro lado, los minutos de la homilíase vuelven eternos para bastantes de losoyentes. Vienen a la Eucaristía «con sus co-sas y sus asuntos». La palabra del presbíteroapenas logra captar la atención y suscitar elinterés de una gran parte de la audiencia. Eltiempo se le vuelve corto para explicar yaplicar las lecturas. Hay personas que nosagradecen la homilía «porque les ha llega-do». Son muchas más las que la han oído sinhaberla escuchado.

Esto sucede, aunque en menor medida,incluso con las homilías bien preparadas ybien pronunciadas. La homilía es un arte di-fícil. No todo presbítero o diácono tiene elcarisma de ganarse al auditorio. No siemprela palabra suena nítidamente en nuestrostemplos. Pero, si hemos de ser sinceros, al-gunos hemos de preguntarnos con honesti-dad cuánto tiempo hemos dedicado a su pre-paración, qué «tratamiento» hemos dado alos textos, cuánto hemos orado con ellos,cuánto hemos reflexionado sobre la situaciónde los asistentes. He aquí, frente a frente, laluz y la cruz de la homilía.

«Sin la Palabra de Dios no sois nada en laIglesia; sin la Palabra de Dios no tenéis nadaque decir a la Iglesia. Sin la Palabra de Dios,todo vuestro empeño no sirve para nada».45

6. A nosotros, los obispos

62. El Concilio nos recuerda que ofrezcamosa toda la comunidad los servicios necesa-

rios para que pueda usar los libros sagrados,

especialmente el Nuevo Testamento y singu-larmente los Evangelios «a fin de que los hi-jos de la Iglesia se familiaricen sin riesgo ycon provecho con las Sagradas Escrituras yse impregnen de su espíritu» (Dei Verbum,n. 25).

Lumen gentium, n. 21 señala que «entrelas principales funciones de los obispos des-taca (“eminet”) el anuncio del Evangelio».Todos los libros del Nuevo Testamento atri-buyen una singular prioridad al ministerio dela Palabra.46 Desde esta óptica podemoscomprender la expresión de S. Pablo, escogi-do «para anunciar el Evangelio de Dios»(Rm 1,1). «Porque anunciar el Evangelio noes para mí un motivo de gloria; es una obli-gación que tengo y ¡pobre de mí si no anun-ciara el Evangelio!» (1 Co 9, 16).

Este anuncio no es en absoluto ni para Pa-blo ni para nosotros pura obligación. Es ungozo anunciar a Jesús y recoger el eco delanuncio en vosotros. Pero no nos es fácil enestos tiempos y en esta tierra el anuncio delEvangelio. No somos inmunes a la indife-rencia, a las interpretaciones reductivas ytorcidas de que es objeto por parte de mu-chos, a nuestras propias imprecisiones o ex-presiones desafortunadas. Necesitamos unplus de libertad, de coraje y de discerni-miento para decir todo y sólo aquello quedebemos decir en cada momento. No pode-mos omitir el Evangelio de la defensa de lasvíctimas y de todos los que sufren injusta-mente. No debemos desplazar el Evangeliode la misericordia del centro de nuestro men-saje. Traicionaríamos uno de los núcleoscentrales del anuncio y de la actividad de Je-sús si lo margináramos o lo limitáramos sóloa los inocentes. Queremos seguir anunciandoel Evangelio de la Paz, irla preparando labo-riosamente, contribuir a crear las condicio-nes para una paz justa y estable. Hemos deanunciar el Evangelio de la Esperanza enuna sociedad que tiene motivos para la de-cepción y en una Iglesia necesitada de un«suplemento de alma». Tenemos que anun-ciar la inviolabilidad de la vida humana des-de su concepción hasta su muerte natural, en

(45) E. BIANCHI, A los presbíteros, Sígueme, Salamanca2008, p. 28.

(46) Cfr. J. DELORME, El Ministerio y los ministerios enel N.T., Cristiandad, Madrid 1975, p. 284.

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una sociedad insuficientemente sensible a suvalor intangible. Y, sobre todo, hemos deanunciar valerosamente la Muerte y Resu-rrección de Jesucristo como eje y quicio detodos estos mensajes.

Como vosotros y vosotras, somos seresde carne y hueso. Sabemos que el anunciodel Evangelio está estrechamente ligado a la

cruz y no somos del todo ajenos a la tenta-ción de rehuirla descafeinando el mensaje osuavizando en exceso aquellas partes que es-cuecen la sensibilidad de unos o de otros.Pablo pedía a los cristianos de sus comuni-dades que le confortaran en su ministerio.Nosotros os pedimos insistentemente estemismo servicio.

CONCLUSIÓN

63. Tenemos inmediatamente, queridos dio-cesanos, ante nuestros ojos la Cuaresma.

La Palabra de Dios escuchada intensivamen-te nos dará fortaleza para soportar las adver-sidades y pruebas de nuestra vida con el mis-mo espíritu que el Señor. Ella acrecentará ennosotros una necesidad de conversión quenos conducirá al Sacramento de la Peniten-cia celebrado según la normativa de la Igle-sia. Ella hará más vivas nuestras Eucaristíascuaresmales. Inspiradas por ella, oraremosmejor, seremos más sobrios y compartire-mos más generosamente.

En el mundo de la salud, el éxito de unaintervención quirúrgica depende, en una me-dida sensible, de una preparación adecuada.De manera análoga, el efecto salvador quedeje en nosotros la Semana Santa será mayory mejor si, durante estas seis semanas, nosdejamos convocar por la Palabra de Dios, re-conciliar por el sacramento del Perdón y

congregar por la Eucaristía. Así el gozo pas-cual será más profundo y más auténtico.

Pedimos, en fin, a Jesucristo Palabra deDios que podáis sintonizar con este preciosotexto de un monje del sigo XII. «Hermanos:aprended lo que escribieron los antiguos Pa-dres: leed la Escritura porque es luz y puertade la vida. Que su lectura os sea grata, queos complazca su santa palabra. De ella brotauna fuente que sana el corazón. Es palabraque deshace las durezas interiores. La Escri-tura desvela siempre al creyente los secretoscelestiales. Sus santas palabras fluyen dulce-mente como rocío sobre la hierba. Leyéndo-las y meditándolas cada uno ve cómo se ca-mina hacia la vida bienaventurada y cuálesson la senda de los santos y la senda delbien. Leyéndolas adquirimos sabiduría».47

Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria25 de febrero de 2009

Miércoles de Ceniza

✠ Francisco, Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela✠ Ricardo, Obispo de Bilbao✠ Juan Mª, Obispo de San Sebastián✠ Miguel, Obispo de Vitoria✠ Mario, Obispo Auxiliar de Bilbao

(47) Citado en M. MASINI, o.c., p. 436.

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