Centenario de los terremotos de 1917 – 1918 en … · fotográfica en el Palacio Nacional, para...

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Centenario de los terremotos de 1917 1918 en Guatemala Recopilación y notas por: Ariel Batres Villagrán Guatemala, 3 de febrero de 2018

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Centenario de los terremotos

de 1917 – 1918 en Guatemala

Recopilación y notas por: Ariel Batres Villagrán

Guatemala, 3 de febrero de 2018

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Centenario de los terremotos de 1917 – 1918 en Guatemala

Recopilación y notas por:

Ariel Batres Villagrán

Guatemala, 3 de febrero de 2018

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Créditos:

De cubierta:

Los terremotos en Guatemala en 1917 y 1918: “6a avenida entre 17 y 18 calles, al fondo la iglesia del

Calvario”.

Imagen tomada de

https://mundochapin.com/2012/03/el-terremoto-de-1917-y-1918/5003/

De contracubierta:

Catedral de Guatemala tras el terremoto de 1917-1918

Imagen tomada de

https://es.wikipedia.org/wiki/Terremoto_de_Guatemala_de_1917#/media/File:Catedral1918.jpg

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ÍNDICE PRESENTACIÓN ....................................................................................................................... 7

“Mi ciudad”. Miguel Ángel Asturias .......................................................................................... 10

“Ciudad arruinada (Guatemala de la Asunción) 1776-1917”. José Santos Chocano .................. 11

IMÁGENES EN 1967, DE LOS TERREMOTOS DE 1917–1918 ............................................. 15

Hace cincuenta años… .............................................................................................................. 17

Recuerdos de los terremotos de 1917-18 que destruyeron la ciudad de Guatemala ........................ 36

MEMORIAS SOBRE LOS TERREMOTOS DE 1917–1918 ..................................................... 43

Mañana hará 50 años. Los terremotos de 1917. 24 de diciembre de 1967 ................................... 45

Comienzo de una nueva época. 24 de enero de 1918, final de la ruina de la ciudad .................. 53

¡Ecce Pericles! y los terremotos. Rafael Arévalo Martínez ......................................................... 55

Guatemala de ayer… Recuerdo de la tragedia. Fernando J. Díaz C. ......................................... 61

Cómo recuerda la catástrofe una joven testigo. Sor Mary Frida ................................................ 63

Recuerdos de los terremotos de Guatemala. Óscar González Goyri ......................................... 69

Manuel Coronado Aguilar y sus recuerdos de los terremotos de 1917–18 ................................ 113

El barrio de Miguel Ángel Asturias .......................................................................................... 121

Los terremotos. Miguel Ángel Asturias .................................................................................... 124

Asturias en el recuerdo. Julio César Anzueto ........................................................................... 133

Entre escombros. José Rodríguez Cerna ................................................................................. 138

Los terremotos de 1917–1918 y presentimiento de un amigo. Arturo Valdés Oliva .................. 145

Al margen de los terremotos de Guatemala (1917–1918). Epaminondas Quintana.................. 150

En 1967: Una exposición fotográfica. Evocará objetivamente los terremotos del 17–18 .......... 152

Dramatismo de los terremotos 1917–18 en galería de fotos inaugurada esta mañana ............. 153

Guatemala de ayer, Guatemala de hoy. Fotografías de los terremotos. Francis Gall .............. 155

Fotografías de tres épocas. Éxito de la exposición en el pasaje del Palacio ............................ 160

Exposición en Quezaltenango y álbum de los terremotos, de don Arturo Taracena Flores ... 162

Tres sismos se registran en Quezaltenango ¡en marzo de 1967! .............................................. 164

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¡Terremoto en Guatemala! ¿En 2007? ...................................................................................... 165

Conmemorando los terremotos de 1917 y 1918. Universidad Francisco Marroquín, 2018 ........ 168

FUENTES CONSULTADAS .................................................................................................. 171

BIBLIOGRÁFICAS ............................................................................................................... 171

HEMEROGRÁFICAS ........................................................................................................... 173

INTERNET ........................................................................................................................... 176

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PRESENTACIÓN

“Lo que salvé de mi casa, destruida por el terremoto, fue mi sabiduría poética”

Miguel Ángel Asturias

Hace cien años ocurrieron en Guatemala “varios” terremotos, que iniciaron el 25 de diciembre de 1917, continuaron el 29 y prosiguieron el 3 y 24 de enero de 1918, con evidentes temblores en semanas intermedias, que ocasionaron la casi destrucción de la ciudad capital y fuertes daños en los municipios de Amatitlán (del departamento de Guatemala aunque en ese entonces era un departamento separado de este) y Antigua Guatemala (Sacatepéquez). La suma de los mismos dio lugar a que en la historia aparezcan registrados como “los terremotos de 1917–1918”. Al cumplirse el centenario de tales eventos sísmicos, procede presentar la presente recopilación, de fotos y relatos.

Las imágenes, la mayoría de la autoría de Arturo Taracena Flores, muestran cómo estaban algunos edificios antes de los terremotos y particularmente su destrucción ocasionada por la naturaleza.

En diciembre de 1967 y enero de 1968 los periódicos rememoraron el cincuentenario. Como recordatorio y memoria histórica, el gobierno organizó en 1968 una exposición fotográfica en el Palacio Nacional, para que fuera visitada por el público, cuyo montaje estuvo a cargo del bibliógrafo Arturo Taracena Flores para las fotos antiguas y del periodista Julio César Anzueto para las que correspondían a la “Guatemala actual” en ese año. Y con motivo del cincuentenario de tan lamentable tragedia fueron publicadas nuevamente las crónicas del periodista José Rodríguez Cerna; varios sobrevivientes contaron las anécdotas de lo que vieron y vivieron, tales como el poeta Rafael Arévalo Martínez, los médicos Fernando Díaz y Epaminondas Quintana, la madre superiora Sor Mary Frida, el historiador Arturo Valdés Oliva y el artista de la plástica Óscar González Goyri. A su vez, en sus respectivos libros, el historiador Manuel Coronado Aguilar y el premio Nobel de Literatura Miguel Ángel Asturias describieron sus recuerdos. La particularidad de los relatos es que fueron expuestos por connotados profesionales que además de su respectiva área del conocimiento, hacen gala de su quehacer literario para ofrecer sus evocaciones de los terremotos. La mayoría coincide en los detalles generales y se diferencian uno con otro en que comentan anécdotas y situaciones personales durante la tragedia. No podían faltar los poemas alusivos a la destrucción de la ciudad, escritos por el peruano José Santos Chocano, en ese entonces residente en la capital y aúlico del dictador de turno, y por el poeta y novelista Miguel Ángel Asturias. Dada su importancia, constituyen prácticamente el pórtico de esta recopilación.

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“Mi ciudad”. Miguel Ángel Asturias Herida en esperanza y atrición, con una vela entre las manos, pasa contigo —Mi Ciudad— que el corazón siente que acabas de morir en casa. Te asisten las aldeas, tus vecinas honestas, laboriosas, y sincera su pena —Mi Ciudad— que no caminas ni hablas. Lloran por lo que antes era. Y las ciudades, circunspectas, graves personas que vienen después a verte, preguntan por tus joyas y tus llaves, enjugan una lágrima callada y se alejan en paz. Para la muerte la luna te vistió de desposada. 1

(1940–1942)

1 Asturias, Miguel Ángel; Poesía : Sien de alondra. 1 ed. Buenos Aires, Argos, S. A., 1949. 253 pp.

(Colección “Obras de Ficción”). “Flecha poética” de Alfonso Reyes, pp. 7–8. Caricatura por Toño Salazar.

Páginas 110 a 111. Véase también en: Asturias, Miguel Ángel; Poesía : Sien de alondra. 1 edición en

Guatemala. Guatemala : Ministerio de Cultura y Deportes. Editorial Cultura, 2017. Páginas 108–109.

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“Ciudad arruinada (Guatemala de la Asunción) 1776-1917”. José Santos Chocano

YO no sé qué nostalgia de siglos se acrisola en tus despojos tibios aún y palpitantes: tus ruinas ciñen una romántica aureola que hace pensar en ruinas de muchos siglos antes . . . Sacsa-Huamán, Palenke . . . Ciudades, fortalezas, templos, hoy en escombros, que hunden la frente esquiva bajo un piadoso manto de prolijas malezas, dan la sensación de una tremenda perspectiva, en la que tú apareces, con los ojos abiertos de tus fúnebres arcos y vacías ventanas, como si a tu conjuro vieses que van los muertos llegando desde edades obscuras y lejanas . . . Ya no más en tus torres anidarán palomas que aleteando arranquen del bronce hondo rumor, ya no más tus ventanas se llenarán de aromas y músicas en lentas serenatas de amor, ya no más el domingo florecerá en la misa con que se emocionaba tu augusta Catedral, ya no más la sonrisa buscará la sonrisa por los viejos portales de tu Plaza Central, ya no más del Palacio Colonial en la frente relumbrará en las noches el ojo del reló: flota sobre tus ruinas, evocativamente, apenas el perfume de un tiempo que pasó . . . ¡Oh la melancolía de la ciudad que hoy día princesa se diría, que, hastiada del festín, saltar hizo en pedazos la copa en que bebía y se tendió en su lecho con desdeñoso esplín . . . ¡Oh la melancolía del templo derruido, del palacio en despojos, de la casa desierta . . . ¡Oh el fantasma doliente de todo lo que ha sido . . . ¡Oh el recuerdo insepulto de la esperanza muerta . . . Bajo el hacinamiento de escombros, arde acaso piedra preciosa de una benvenutesca joya, se aja una flor, serpea nupcial cinta de raso

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y palpita el asunto de un capricho de Goya . . . En la desvencijada cómoda oliente a cedro, atesoran su albura sábanas de batista . . . Un manojo de llaves de iglesia urge a San Pedro . . . Rasgado lienzo implora la piedad de un artista . . . Desconchados espejos multiplican su asombro . . . Torcidos candelabros angustian sus bujías . . . Saca un diván maltrecho la redondez de un hombro . . . Mustias alfombras piensan en danzas de otros días . . . El crucifijo sacro que escapó de la urna sangra entre libros negros de vitela dorada . . . La cigüeña de un biombo sueña en la paz nocturna . . . Un rincón se santigua con la cruz de una espada . . . ¿Se ha desfondado el cofre tal vez de las Edades? ¿Simbad volcó sus buques en la playa bravía? ¿Para qué este patético afán de antigüedades? ¿Algún voraz antojo tuvo la Arqueología? Una quietud sombría que añora tempestades cunde . . . impera . . . dilátase hacia la lejanía, propagando un ambiente de voluptuosidades desenvueltas en una vasta melancolía, mientras que, gravemente, sobre las soledades, viene a posarse el búho de la Sabiduría. ¡Oh qué informes despojos de gigantes en guerra . . . ¡Oh qué explosión de pánico hizo temblar la tierra con un temblor de aquellos que corren por la piel de enfurecido toro o indómito corcel . . . Una gigantomaquia se desató en el fondo del báratro . . . Epopeya subterránea . . . Porfía de monstruos invisibles, que desde lo más hondo por salir de la tierra se afanan todavía . . . Todavía debajo de la ciudad se escucha tal cual eco profundo, como si, en un hirviente trajín, airado monstruo se empeñase en la lucha por romper la terráquea bóveda con la frente; y hay furiosos asaltos, ciegas acometidas, combates cuerpo a cuerpo que se sienten rodar de barranco en barranco, resonantes caídas

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de peñascos que se hunden en las ondas de un mar . . . Torne la ritual pompa de aquellos magnos días de las lamentaciones y de las elegías . . . ¡Oh libros de Isaías y Job y Jeremías! ¡Oh cantos plañideros! ¡Oh torvas profecías! ¡Oh espectros enlutados de las ciudades muertas! Ciudad de las mil torres . . . Ciudad de las cien puertas . . . Ciudad de los pensiles mecidos por el viento al vaivén de una música o al arrullo de un cuento . . . Ciudad de los sillares sin cal ni pegamiento, mas firmes por manera tan justa y apretada que entre ellos no cupiera la punta de una espada . . . Ciudad del ancho muro, sobre el que se pudiera por tres carros en fila probar una carrera . . . ¡Oh ruinas agitadas por las evocaciones! ¡Oh lamentos que llegan desde siglos remotos! ¡Oh sollozos que acuden desde opuestas regiones! . . . Siéntase en las orillas de estos mármoles rotos, la Historia : apoya abierto su libro en las rodillas; y escribe en él . . . escribe con palabras sencillas una tras otra página : — Iba a morir el año de mil y novecientos diez y siete. La guerra enloquecía Europa. Cansada, al fin, del daño que se hacían los hombres, se sacudió la Tierra. Desplomóse, de súbito, estrepitosamente, una ciudad tranquila de América inocente; y empezó una disputa pavorosa y colérica de cañones de Europa con volcanes de América . . .

Tomado de:

Chocano, José Santos; Primicias de oro de Indias (Poemas neomundiales). Volumen I. Santiago de

Chile : Imprenta Siglo XX, s.f. Páginas 317 a 320.

El Volumen I, integrado por el propio poeta peruano José Santos Chocano (1875-1934)

contiene las Primicias de cuatro de nueve libros: “Tierras Mágicas”; de “Las mil y una noches de

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América”; de “Alma de Virrey”; y de “Corazón aventurero”. El poema “Ciudad Arruinada”

forma parte y lleva el número III en “Corazón Aventurero (Poemas Vitales)”.

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IMÁGENES EN 1967, DE LOS TERREMOTOS DE 1917–1918

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Hace cincuenta años… La Guatemala de antes de los terremotos de 1917-18 2

La ermita del Cerrito del Carmen, abuela de la ciudad.

2 El Imparcial; Hace cincuenta años… La Guatemala de antes de los terremotos de 1917-18. Guatemala :

edición del sábado 23 de diciembre de 1967. Página 29.

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Fuente de Candelaria. Aquí se dio culto al jubileo circular.

La Parroquia Vieja, uno de los templos más antiguos.

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Sexta avenida, frente al parque de la Concordia.

El templo de las Beatas de Belén, novena avenida.

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Primeros impactos del terremoto en el querido Teatro Colón.

Instituto Central de Varones, una tradición en ruinas…

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Mansión de don Felipe Yurrita, de los años diez…

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Fachada de la Merced, con sus imponentes torres…

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Hace cincuenta años… La Guatemala de antes de los terremotos de 1917-18 3

12 avenida y 4ª calle, el cerrito del Carmen al fondo. Indígenas con sus bestias, vendedores de carbón…

La sexta avenida sur —esquina de la 9ª calle— con hermosos postes de telégrafo y teléfonos y escaso comercio.

3 El Imparcial; Hace cincuenta años… La Guatemala de antes de los terremotos de 1917-18. Guatemala :

edición del sábado 30 de diciembre de 1967. Página 15.

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Los rieles del tranvía pueden distinguirse en el desigual empedrado. Al fondo, apenas visible, la Parroquia…

La octava calle, esquina de la novena avenida.

En primer término, el Gran Hotel Union, de Marinelli, más allá de Santa Rosa.

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La comercial Avenida de San José hacia la Candelaria, rumbo de la casa natal de Miguel Ángel Asturias…

11 calle oriente, vista tomada en la sexta avenida, con la Administración de Rentas al fondo, luce sus altos postes

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Hace cincuenta años… La Guatemala de antes de los terremotos de 1917-18 4

Tres curiosos aspectos antiguos de la ciudad de Guatemala:

La Calle del Carmen, 8ª Avenida, a principios del siglo XIX.

4 El Imparcial; Hace cincuenta años… La Guatemala de antes de los terremotos de 1917-18. Guatemala :

edición del sábado 6 de enero de 1968. Página 13.

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Boulevard de la Reforma, con uno de los automóviles de 1910…

Plaza de armas, antes de 1870, con los «cajones» del mercado, tomada desde el Colegio de

Infantes, que tenía campanario.

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8ª avenida, ya con el Edificio San Marcos finisecular.

Portal del palacio nacional y parte del municipal, a fines del XIX.

Rieles del tranvía, y al fondo, la ceiba de Jocotenango.

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7ª calle oriente, la de El Imparcial. Al fondo, el mercado.

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Hace cincuenta años… La Guatemala de antes de los terremotos de 1917-18 5

Así era la estación del ferrocarril en sus primeros años, durante el gobierno del general Justo Rufino Barrios.

La Penitenciaría Central, única obra material del general Barrios en la capital;

ni una construcción alrededor…

5 El Imparcial; Hace cincuenta años… La Guatemala de antes de los terremotos de 1917-18. Guatemala :

edición del sábado 13 de enero de 1968. Página 13.

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El puente del ferrocarril, de la época del general Reina Barrios, hacia el boulevard 30 de

Junio, sin construcciones.

La ceiba de Jocotenango, pero ya en la época del presidente Estrada Cabrera,

cuyo nombre se dio al parque… hasta 1920.

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Un 15 de Septiembre: el Instituto de varones y su director, el general Enrique Arís, ante el palacio del

gobierno. En la fotografía (no en el grabado…) pueden distinguirse algunos alumnos que tendrían luego gran

nombre: Jorge García Granados, uno de los hermanos Silva Peña, José Luis Balcárcel, Eduardo Girón hijo,

Oscar Zeceña, Vicente Zebadúa, el doctor Ralón y quién sabe cuántos más… ¿1916? ¿17?

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Hace cincuenta años… La Guatemala de antes de los terremotos de 1917-18 6

El parque de la Concordia en tiempos del presidente general Manuel Lisandro Barillas, hacia 1890.

Antes se llamó Plaza de la Victoria, hoy de Gómez Carrillo.

Reformado en la época del general Reyna Barrios, el parque de la Concordia llegó así

hasta los años de los terremotos. Los lunes se daban allí inolvidables conciertos.

6 El Imparcial; Hace cincuenta años… La Guatemala de antes de los terremotos de 1917-18. Guatemala :

edición del sábado 26 de enero de 1968. Página 13.

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Los históricos arcos del acueducto de Pinula construido al trasladarse la ciudad a este valle, traía un agua

lodosa… En los grandes llanos pastaban tranquilamente las mulas…

El establo de don Juan Martínez Puig fue famoso antes de los terremotos. El señor Martínez Puig

era hombre ilustrado y muy activo en los negocios (Juanito lo arregla todo…)

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El castillo de San José desde su colina dominaba la capital. Construido en tiempos del general Rafael Carrera

fue incendiado y abandonado desde el 20 de octubre de 1944.

El templo del Calvario al final de la sexta avenida, término de los pasos del vía crucis. Atrás existió una

laguneta donde los capitalinos cazaban patos… el siglo pasado.

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Recuerdos de los terremotos de 1917-18 que destruyeron la ciudad de Guatemala

Los terremotos del 25 y 29 de diciembre de 1917 y del 3 y 24 de enero de 1918 —ahora hace cincuenta

años— dejaron en escombros la capital. Estas fotografías, que no son de las más impresionantes, manifiestan

el estado en que quedaron la estación de los ferrocarriles, arriba, y la dirección de correos, abajo. 7

7 El Imparcial; Recuerdos de los terremotos de 1917-18 que destruyeron la ciudad de Guatemala. Guatemala

: edición del martes 26 de diciembre de 1967. Página 3.

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¿Ruinas de Antigua? ¿Aspectos del bombardeo de una ciudad durante una guerra moderna, es decir, más

bárbara? No… Arriba, cómo quedó la iglesia de Santa Catarina por obra de los terremotos de diciembre de

1917 y enero de 1918, y, abajo, lo que quedó del que fuera hermoso templo franciscano de La Recolección,

reconstruidos ambos años después. 8

8 El Imparcial; Recuerdos de los terremotos de 1917-18 que destruyeron la ciudad de Guatemala. Guatemala

: edición del jueves 28 de diciembre de 1967. Página 3.

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Recuerdos de los terremotos de 1917-18 que destruyeron la ciudad de Guatemala 9

El 24 de enero de 1918 se completó la serie de terremotos que arruinaron la nueva capital de la república,

Guatemala de la Asunción. La vista superior da idea del estado en que quedó la ermita del cerro del Carmen,

que fue luego totalmente reconstruida conservando en lo posible su antiguo aspecto. La vista inferior muestra el estado de la Capilla Evangélica después de los terremotos. En su viejo

emplazamiento, 5ª calle y callejón de Montúfar, hoy 6ª avenida A., detrás del actual palacio nacional, hubo de

levantarse un nuevo edificio, asísmico.

9 El Imparcial; Recuerdos de los terremotos de 1917-18 que destruyeron la ciudad de Guatemala. Guatemala

: edición del martes 23 de enero de 1968. Página 3.

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Recuerdo de los terremotos de Guatemala: diciembre de 1917, enero de 1918

“El 24 de este mes de enero se cumplieron cincuenta años de los terremotos que destruyeron la ciudad de Guatemala. El primero, de pavorosa intensidad, ocurrió el 25 de diciembre de 1917; siguieron otros menores y dos más de terribles consecuencias en enero de 1918 el 9 y el 24, que fue afortunadamente el último; de esa fecha comenzó la increíble tarea de descombrar, de reconstruir, de rehacer la vida de la capital y de media república, pues esos terremotos también causaron estragos en varios departamentos y en la economía nacional. Estas vistas dan una idea de los daños en la metrópoli: a la izquierda, interior del templo de San Francisco. Al centro, arriba: esquina de la 1ª calle y 11ª avenida. Puede verse lo que quedó del Teatro Olimpia…; abajo, callejón Manchén hacia San Sebastián. Allí estaban la casa de don Lorenzo Montúfar y el templo masónico en construcción… A la derecha, finalmente, la iglesia de Santa Teresa, cuya reconstrucción total hasta ahora se termina…” 10

10 El Imparcial; Recuerdo de los terremotos de Guatemala: diciembre de 1917, enero de 1918. Guatemala :

edición del sábado 27 de enero de 1968. Página 13.

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Recuerdos de los terremotos de Guatemala — 1917–18

En el pasaje del palacio nacional está abierta la exposición de fotografías que conmemoran los terremotos y resurrección de Guatemala. Se organizó con fotografías antiguas de don Arturo Taracena Flores, auspiciada por el presidente de la nación.

Arriba: la municipalidad, donde hoy se alza el palacio nacional.

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Abajo: un aspecto de la ruina en el cementerio general.

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11 El Imparcial; Recuerdos de los terremotos de Guatemala — 1917–18. Guatemala : edición del sábado 16 de

marzo de 1968. Página 13.

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MEMORIAS SOBRE LOS TERREMOTOS DE 1917–1918

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Mañana hará 50 años. Los terremotos de 1917. 24 de diciembre de 1967

La “temporada” de temblores de 1917 fue muy fuerte; desde meses atrás temblaba la tierra y todo el que podía y tenía los medios, dormía en “tembloreras”, las que se levantaban en el centro de los patios de las viejas casonas coloniales. La noche del 24, misa del gallo, tamales, chocolate, pan de huevo y cohetillos, se escucharon muchos “retumbos” y algunos temblores hicieron correr a los vecinos de la muy noble y muy leal hasta media calle. El día de Navidad, 25 de Diciembre, fue como otro cualquiera, cielo despejado, bastante fresco y tranquilo. El atardecer tiñó de escarlata el horizonte, algunas viejas salían de las iglesias que horas más tarde serían ruinas. No recordamos la hora. La primera noción que tuvimos de la tragedia fue cuando nos encontramos, aun medio dormidos, parados en el centro del patio, los pies desnudos sobre las disparejas y heladas lajas que lo cubrían. La Santiaga, la “muchacha” que cuidaba de nosotros estaba hincada, de rodillas, con los brazos en cruz, gritando ¡Santo Dios, Santo Fuerte!, lo que nos impresionó fuertemente y hoy, medio siglo más tarde, aún la vemos en aquella postura y medio enloquecida. No recordamos quién, pero era un hombre, entró despavorido hasta el centro del patio de la casa donde nos apretujábamos todos, madre, abuela, hermanas, sirvientas, y nos dijo: “¿Qué hacen ahí? Guatemala entera está en el suelo, ¡salgan!, ¡váyanse al atrio de Santo Domingo, aquí es muy peligroso!”. Recuerdo que me llamó la atención escuchar las campanas de las iglesias, que más tarde me dijeron, sonaban solas. La tierra continuaba temblando, se escuchaban sordos estruendos, gritos de desesperación, las mujeres rezaban clamando a Dios y a todos los santos del cielo. Salimos a la calle. Las cornisas de las casas se habían desplomado, los techos hundidos, nubes de polvo que nos cegaban se levantaban en los cuatro puntos cardinales. Llegamos al atrio de Santo Domingo y nos acostaron envueltos en un grueso poncho de Momostenango. Estábamos “a la belle étoile”, hacía frío y el rocío de la noche mojaba nuestros cabellos. Repentinamente escuchamos una sorda campanada, se había desplomado una de las torres de la Catedral y la famosa campana “La Chepona” había caído a tierra dando su último grito de alerta. Acostados sobre la grama del atrio de Santo Domingo escuchábamos, asustados y medio dormidos, los retumbos. La tierra se estremecía, saltaba, brincaba impidiéndonos permanecer tranquilos en el mismo lugar. El amanecer del nuevo día iba a presentar ante los asustados ojos de los guatemaltecos toda la extensión de la tragedia. Nada quedaba en pie, o muy poco. Las nubes de polvo impedían el paso de los primeros rayos del sol, ese polvo nos molestaba los ojos, nos asfixiaba. Los retumbos continuaban, la tierra trepidaba como si cobijara miles de bufantes locomotoras. El atrio de Santo Domingo, en el amanecer del 26 de diciembre de 1917, era un hacinamiento de personas, de muebles, de trastos. Hubo quienes encendieron fogatas y

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calentaban café, no había pan, no había comida, no había agua. Y la tierra temblaba. Un sacerdote, ante un improvisado altar, celebraba la misa. Escuchábamos las noticias más alarmantes que imaginarse pueda. La tierra se había abierto y había engullido muchas casas. En el hospital la tragedia era enorme, los muertos y los heridos, según aquellas buenas personas que estaban haciendo el papel de periódicos, trayendo y llevando noticias, se sumaban por miles. Una vez a salvo la gente, se principió a pensar en parientes y amigos que habitaban otros barrios, de los cuales no se tenía noticias. Escuchamos a alguien relatando lo que había ocurrido en el cementerio donde los muertos, impelidos por los terremotos, saltaban de sus tumbas. Decían que los restos de cadáveres estaban dispersos por doquier y que se habían cometido profanaciones. Se amontonaban y crecían, al pasar de boca en boca, las noticias trágicas. El pánico colectivo, pese a que el sol alumbraba con todo tu esplendor, no pasaba. Quienes nunca o tal vez hacía muchos años que no se arrodillaban ante una imagen santa, caían de hinojos, confesaban sus pecados en voz alta. Y entre aquel desorden, ante la tragedia que no perdonó a nadie, ni a pobres ni a ricos, alguien, a lo lejos, tañía una guitarra y entonaba una canción. Fuimos en busca de amigos y parientes. Se caminaba a media calle entre volcanes de ripio, saltando sobre las fauces de los desagües reventados. Sólo entonces, en ese recorrido a través de la ciudad en ruinas, nos dimos cuenta de la tragedia y comprendimos por qué tanta gente lloraba. Nada estaba en su lugar. A través de los muros derruidos veíamos los interiores de las casas abandonadas. La parte de atrás del Teatro Colón estaba en el suelo y sólo, en equilibrio, se mantenía el techo en su lugar. La Plaza de Armas era un gran campamento. El Palacio de los capitanes generales, el Portal del comercio y la catedral en ruinas. Avanzábamos lentamente entre los escombros, el ripio nos impedía el paso. Lo que más nos atraía la atención eran los alambres de la luz eléctrica y de los teléfonos, colgando de los altos postes como serpentinas después de una bacanal. La cúpula de la iglesia de San Francisco se había hundido. Estaban en el suelo el edificio del correo y la iglesia de Santa Clara. En la Concordia había otro campamento de vecinos que principiaban a levantar “covachas” para guarecerse, covachas que abrigaron a los chapines por muchos años, hasta que de aquellos escombros fue resurgiendo nuevamente la ciudad. Hoy, medio siglo después de aquella tragedia, las heridas de la ciudad han sido restañadas. Pocos recuerdan el drama. Los mayores de aquellos días, los que sufrieron en carne propia los terremotos y sus secuelas, en su gran mayoría han desaparecido. Las nuevas generaciones consideran los terremotos sólo como un hecho histórico más, que han leído en libros y relatos de la época.

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Las gráficas que publicamos en esta página evocan, mejor que cualquier escrito, la tragedia de Guatemala hace cincuenta años. 12

La Catedral en ruinas. Las torres y la cúpula en el suelo. Nótese el frontispicio próximo a caer. A la

derecha, el Colegio de Infantes que también sufrió grandes daños.

12 ¡Alerta!; Mañana hará 50 años. Los terremotos de 1917. Guatemala : edición del domingo 24 de diciembre

de 1967. Páginas 14 y 15.

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La iglesia de la Parroquia Vieja en el suelo. Desde los

cimientos se levantó con el correr del tiempo una nueva fábrica.

El Cuartel de Artillería, en el Boulevard La Reforma (actualmente se encuentra en ese lugar la

Escuela Politécnica), sufrió mucho con los temblores del 25 de Diciembre de 1917. Obsérvese que el ripio tapa literalmente la puerta de entrada.

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Esta gráfica corresponde a la sexta avenida entre 16 y 17 calles. Al fondo la vieja Iglesia del Calvario

que fue demolida para prolongar la avenida hacia el sur. Nótese el típico “rialero” de aquellos tiempos y la línea del tranvía tirado por mulas, obstruida por los escombros.

Del Portal del Comercio, en el lado sur de la Plaza de Armas, no quedaron ni señas. Más tarde

fue construido en otro estilo totalmente diferente del original.

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Iglesia de Santa Catarina, 5ª Calle y 4ª Avenida, totalmente destruida por los terremotos

del 25 de Diciembre de 1917, hace justo un medio siglo.

Iglesia del Cerrito del Carmen. Los estragos que sufrió la vieja construcción fueron tremendos.

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El Santuario de Guadalupe totalmente destruido el día de Navidad de 1917, hace cincuenta años.

En este lamentable estado quedó el Hospital General y su Capilla de San Juan de Dios

a causa de los temblores del 25 de Diciembre de 1917.

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Las calles de la ciudad obstruidas por el ripio.

Nuestra gráfica corresponde a la esquina de la 11 Avenida y 7ª Calle (Calle del Sol).

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Comienzo de una nueva época. 24 de enero de 1918, final de la ruina de la ciudad

Hoy, 24 de enero, se cumplen cincuenta años de la consumación de la ruina de la ciudad de Guatemala, Guatemala de la Asunción, capital de la república desde 1776 tras la ruina de Santiago de los Caballeros (Antigua), provocada por los terremotos de Santa Marta en julio de 1773, que decidieron a las autoridades civiles, contra seria y fundada oposición de las eclesiásticas y de los «terronistas», a ordenar oficialmente su arrasamiento y la traslación definitiva al valle de la Virgen. Los guatemaltecos de hoy tenemos que repetirlo, no imaginan lo que fue la catástrofe de 1917–18, y en los supervivientes de ella se ha amortiguado el recuerdo, no sólo por efecto natural del transcurso del tiempo que obra tanto sobre la memoria, como por la acumulación de nuevos recuerdos y, más aún, de gravísimas preocupaciones y tribulaciones de la hora presente y para el inmediato porvenir. Toda la riqueza, toda la historia, todas las esperanzas, la forma de vida, conglobadas en aquella Guatemala de ciento cuarenta años de existencia, y los vestigios de la riqueza y las tradiciones traídas de la antigua metrópoli se vinieron abajo en una tremenda subversión de la tierra, y había que recomenzar arduamente el esfuerzo de edificar una urbe, no en un sitio nuevo y despejado, sino tras la forzosa remoción de ingentes montañas de escombros, con aprovechamiento mínimo de los materiales salvados y cuando los medios para la enorme empresa no eran mucho mayores y mejores que los existentes en la época colonial. Ese esfuerzo de Guatemala, descontadas las ayudas de emergencia recibidas de generosos países vecinos y amigos, y los beneficios de altos precios del café que produjeron una bonanza económica tras la contienda mundial, de que se salía en esos días, significó una prueba magnífica de la fe de un pueblo y del ardor puesto en el trabajo. Guatemala fue rehaciéndose desde sus cimientos. Surgieron las escuelas levantadas por los departamentos al conjuro presidencial, los hospitales, las nuevas mansiones, limpiándose las calles, reanudándose los servicios, reconstruyéndose los templos, todo en medio de una suerte de secreta alegría general, prohijada por la vida difícil y abigarrada en los campamentos improvisados y por la esperanza de cambios que se sentía venir. En efecto, de esa catástrofe arranca el nacimiento de una nueva Guatemala, no sólo en lo material, sino en lo social, en lo económico, bien pronto en lo político. 13 La influencia de los terremotos y sus secuencias inmediatas no han sido en puridad fijadas por los estudiosos de la realidad guatemalteca, pero fue profunda como pocas y en cien aspectos saludable, si en algunos otros, menos plausible. Por eso hubiéramos querido que este cincuentenario despertara más interés y que de entre quienes vivieron aquel lapso surgieran más aportaciones

13 Los terremotos dejaron como cauda el inicio del fin del régimen de Manuel Estrada Cabrera, iniciado en

1898 y que concluiría en abril de 1920.

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valiosas para la rememoración, y más aún, para la historia de la evolución sociológica e histórica de Guatemala. Tal vez eso se haga más tarde o esté haciéndose en silencio. Mientras tanto, quedan las páginas emotivas de José Rodríguez Cerna —Entre escombros, en su primera y segunda lección, sobre todo—, las de don Víctor Miguel Díaz, El Viejo Repórter, reportero acucioso si desordenado por su íntima nerviosidad, en su libro Narraciones y en las de algún otro escrito de esos mismos días y luego en el maremágnum de las páginas de los periódicos que habrá que revisar. Y una exposición fotográfica cuidadosamente preparada ahora pondrá al vivo aspectos gráficos de la catástrofe en su contexto: el pasado y el futuro —el hoy— de Guatemala. No podíamos dejar de señalar esta fecha memorable del 24 de enero sin un breve comentario; esa fecha marcó el fin de un mes íntegro de pavorosos sacudimientos de la tierra y zozobras de una colectividad —del pueblo todo de Guatemala, herido en su capitalidad—: consumose ese día la ruina iniciada el 25 de diciembre, y se inició la aurora de una nueva vida. Guatemala no debería olvidar su experiencia de entonces ni ignorar la epopeya del esfuerzo reconstructor. 14

14 El Imparcial; Comienzo de una nueva época. 24 de enero de 1918, final de la ruina de la ciudad.

Guatemala : edición del miércoles 24 de enero de 1968. Página 3.

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¡Ecce Pericles! y los terremotos. Rafael Arévalo Martínez El poeta, cuentista y novelista guatemalteco Rafael Arévalo Martínez (1884–1975) escribió una valiosa obra, a manera de ensayo, sobre el gobierno del dictador Manuel Estrada Cabrera (1898–1920), con el título ¡Ecce Pericles!, la cual fue elegida por un jurado guatemalteco para ser enviada al segundo “Concurso Latinoamericano” promovido en 1942 por la editorial Farrar & Rinehart de Nueva York, publicándola en Guatemala en 1945. En sus páginas no podía dejar de referirse a los terremotos de 1917 y 1918, y de paso lanzar fuertes denuestos en contra del “Benemérito de la Patria” porque en lugar de ayudar a los afectados por los movimientos telúricos, hasta se guardó la ayuda recibida en víveres y medicinas, los cuales se pudrieron en las bodegas de la Aduana Central y en la residencia presidencial “La Palma”. Del libro sexto (capítulos III al VI) de la obra en mención, se transcriben las páginas 302 a 308, donde el autor describe la situación que se vivió en tales años. 15 [302]

III

…MUCHOS LIBERALES ARRODILLADOS ANTE LOS “SOTANUDOS” El 17 de noviembre tembló por primera vez fuertemente en Guatemala durante el año de 1917, arruinando algunas poblaciones del departamento de Amatitlán. 16 El 25 y 29 de diciembre de ese mismo año y el 3 y 24 del próximo enero se repitieron los temblores en la república, pero con mucha mayor fuerza, esta vez derribando los edificios públicos y gran número de casas particulares en la capital y pueblos circunvecinos, inclusive una parte de Antigua Guatemala. Las pérdidas materiales fueron enormes y muchas de ellas irreparables. Las de vidas reducidísimas. Por segunda vez para la metrópoli patria pudieron sonar las palabras del inmortal poeta Landívar: “La ciudad, poco ha fortaleza y brillante capital de gran reino, es ahora un hacinamiento de piedra. No restan al pueblo casas, templos, calles, ni tiene por donde subir

15 Sobre la vida y producción literaria del autor véase:

Arévalo, Teresa; Rafael Arévalo Martínez (de 1884 hasta 1926). Guatemala : Tipografía Nacional, 1971.

-----------------; Rafael Arévalo Martínez (de 1926 hasta su muerte en 1975). Guatemala : Editor Óscar De León Castillo. Editorial e Impreofset Óscar De León Palacios, 1995.

16 En ese año Amatitlán era un departamento. Posteriomente, “en tiempos de Ubico” fue integrado al

departamento de Guatemala con la categoría de municipio del mismo, por no percibir los suficientes ingresos

fiscales que justificaran su designación como departamento.

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seguro a la cima de la montaña. Rueda todo muerto en precipitada ruina, cual si herido fuere por los alados rayos de Júpiter.” “Aquello parecía el día del juicio final del mundo —dice un testigo de la catástrofe, Silverio Ortiz—; veíamos todas las casas destruidas, las mujeres, hombres y niños parecíamos locos, unos corrían por un lado y otros por el otro. Se miraba a los sacerdotes correr por todas partes consolando a los afligidos, y fue entonces cuando muchos se acordaron de que sí existía un Dios, porque veían a aquel mundo de gente arrodillada pidiendo misericordia, y entre toda esta gente, había muchos liberales, de los principales, que conocíamos, arrodillados ante los “sotanudos”, pidiéndoles la bendición.” Guatemala señaló el 25 de diciembre de cada año como Día de Gracias a la providencia, por haber salvado a sus habitantes de la ciudad en medio del rigor de los terremotos y permitido que después de éstos se dedicaran a sus labores cotidianas. [303]

IV

PLEGUÉMONOS EN TORNO… El importante acontecimiento de los terremotos tuvo suma trascendencia para la república y para su gobernante. En “El Guatemalteco”, órgano oficial del Estado, quedó huella de la profunda conmoción: desde el número correspondiente al 22 diciembre de 1917 se interrumpió la publicación y no se reanudó, en mucho más pequeño formato, sino hasta el 21 de enero de 1918. En su informe a la Asamblea de este año, el presidente anota que “los terremotos se circunscribieron al departamento de Guatemala en su totalidad, a una parte de Amatitlán y a otra del de Sacatepéquez. El resto de la república acudió solícita en auxilio de sus hermanos, conduciendo víveres desde las partes más lejanas del país y levantando escombros.” “Como Jefe del Estado él hizo oír su voz pidiendo que se mantuviese vivo el amor a la patria, el culto al trabajo, la concordia, el acatamiento a las autoridades y el espíritu de sacrificio que imponían las calamitosas circunstancias. Para prevenir la comisión de delitos que durante las catástrofes toman incremento y proveer al orden, dictó la ley marcial, interrumpida para que se reuniese la Asamblea y que volverá a imperar en la república apenas concluya aquélla sus sesiones. “Muchas medidas se tomaron para aliviar la catástrofe. Se organizaron comités de auxilio central, nacional y de salubridad y últimamente el gran comité general del que entraron a formar parte la Cruz Roja norteamericana y la Institución Rockefeller, que han fundado un campamento extenso al sur de la ciudad, donde existe un hospital provisonal y se da alimentación, medicinas y abrigo a gran número de vecinos.

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“Emitidas las providencias más importantes se procedió a preparar la reconstrucción de la capital.” El presidente expresa en el mismo informe que “a pesar de ser tan rico el castellano no haya en él palabras para expresar la gratitud de que se encuentra poseido hacia los gobiernos y pueblos amigos que han remitido toda clase de recursos para los damnificados, cruzada generosa en que se ha distinguido la gran república de los Estados Unidos de América. La Cruz Roja de Panamá [304] se trasladó inmediatamente hacia nuestra capital. Se distinguieron también Belice, las repúblicas de Centro América, México y el Uruguay.” “El golpe asestado al corazón de la república fue rudo pero no mortal; los miembros de este gran organismo transmitieron a aquella prodigiosa víscera sangre vivificante, por las arterias de la agricultura, el comercio y las industrias.” Un editorial de “El Guatemalteco”, 9 de febrero de 1918, dice:

“Pleguémonos en torno del que ha sabido ser hábil y prudente piloto: ayudémosle; y Guatemala surgirá más que nunca grande entre la pléyade de las naciones civilizadas.”

Otro editorial de “El Guatemalteco”, 26 de febrero de 1918, afirma que “gran número de funcionarios públicos, presos de pánico, se alejaron, huyendo del lugar del siniestro; y otros sólo se ocuparon de ellos mismos y de sus familias, preparándose alojamiento y comodidad, por lo que el jefe de la nación dispuso que la distribución de artículos se hiciera en su residencia de “La Palma”, para lo cual se valió de buenos amigos, que se pusieron a su orden y de su estado mayor. El propio don Manuel dirigió esos trabajos con la acuciosidad de un padre que vela por sus hijos. Cien carretones salieron todas las mañanas llevando, como el maná del desierto, alimentación a los habitantes de los campamentos durante muchos días, hasta que se temió que tal auxilio fomentara la vagancia y la pereza y se le fue poniendo límite prudencialmente.”

V

MONTADO EN UN CABALLO BLANCO, VESTIDO ÉL TAMBIÉN DE BLANCO… Y era cierto: muchos de sus conciudadanos fueron ayudados en la terrible emergencia. Cuentan que montado en un caballo blanco, uno de esos emisarios de Cabrera, vestido también de blanco, pasaba por los campamentos distribuyendo los óbolos presidenciales. Sabemos de varias personas conspicuas que en aquella época solicitaron y lo recibieron. [305] Los auxilios de don Manuel durante los terremotos no eran con dinero propio ni siquiera con dinero de la nación, sino con los donativos que para alivio de los damnificados remitieron

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varios países, donativos que sumaron ciento cincuenta mil dólares y tal vez algo más; se quedó con la mayor parte de este dinero, porque sus generosidades sumaron cientos de miles de pesos; pero en billetes. Aquí y a propósito de las dádivas a raíz de la catástrofe entramos de lleno en una de las muchas dualidades que presenta todo hombre a su biógrafo. Innúmeras gentes se hacen lenguas de la generosidad de don Manuel, al que, como hemos visto y pronto veremos de nuevo, otros acusan de tacaño. La verdad parece ser que realmente el mandatario siguió contando por centavos como cuando niño y dando gran valor al dinero, que siempre distribuyó parsimoniosamente como línea general; pero disponía de la hacienda de la nación, y su imperativo categórico le ordenaba complacer a sus servidores y al pueblo, de cuya amistad necesitaba; además, gustaba el descendiente de la “bolitera”, de hacer de señor; y esto coordina los distintos aspectos. Refieren que cada vez que en los cantones un menestral sufría la pérdida de uno de sus deudos, solicitaba la ayuda del mandatario. Este invariablemente le enviaba, en un sobre, 300 pesos billetes, por medio de un ayudante, que tenía orden de entregarlos al peticionario si constataba que en realidad había un cadáver en la casa, pues varias veces había sido víctima don Manuel, del “timo del muerto”. El valor de la cantidad varió a lo largo de los muchos años de su mandato, siendo equivalente desde cien dólares en los primeros tiempos hasta diez en los últimos. Para los personajes que en iguales circunstancias o en otras de necesidad, requerían su auxilio, ascendía la suma donada a cinco mil pesos billetes por lo común. En esta forma, a petición de sus ministros, se envió tal cantidad a don Ramón A. Salazar, cuando perdió a su esposa, y a otros muchos guatemaltecos notables. De uno de estos dos aspectos, el que no lo favorece, nos da una pintura Antonio Valladares en su artículo “Generosidad de Cabrera” —“Nuestro Diario”, 1928—: “El Dictador Estrada Cabrera quiso que una hermana de Miguel Espinosa, el clásico pianista premiado en París, enseñara a sus hijas, y al efecto la contrató para una clase [306] en la residencia presidencial, mediante una módica retribución, que ignoro si se cubriría religiosamente. Ella, pobre, con verdadera vocación por la enseñanza de su instrumento favorito, y por añadidura conterránea del gobernante, tomó con empeño, durante meses y meses aquel trabajo que le quitaba gran parte de su tiempo, hasta que un día los terremotos que arruinaron la capital la obligaron a interrumpirlo. La apreciable profesora fue de los más perjudicados: su casita modesta, el único bien que poseía, se derrumbó por completo, destruyendo todos los muebles y dejándola en la miseria. Alguien le aconsejó que se dirigiera por telegrama a “don Manuel”, en solicitud de un auxilio para salir de las críticas circunstancias, y ella lo hizo así, redactando un parte conmovedor que, con seguridad, ablandaría el alma de su paisano altense, magnánimo protector del pueblo y padre de sus muy amadas discípulas. La respuesta se hizo esperar como

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ocho días, pero al fin llegó, como no podía menos de suceder, para aliviar una situación precaria. El discutido hombre público, tan odiado por sus enemigos políticos, tenía un corazón bien puesto, donde la generosidad, como una de las más hermosas virtudes que pueden enaltecer a un pecho honrado, fulgía noblemente con sus más limpios resplandores. Un bizarro oficial de alta graduación en la plaza mayor del presidente, buscó a doña Josefita una luminosa mañana del mes de enero y puso en sus manos, de parte del jefe y patrón, un gran sobre cerrado que contenía el auxilio pecuniario con que la munificencia del benemérito acudía solícita en obsequio suyo. No hay emoción comparable a la del agradecimiento. Casi con lágrimas en los ojos despidió la señora al emisario militar; y suspirando de honda satisfacción, con alegría del alma que se reflejaba en sus pupilas, rompió la cubierta, en la cual se hallaba un oficio muy atento para la dama favorecida y una orden de pago a su nombre, contra la casa comercial de Schwartz & Co. —los banqueros del gobierno—, [307] y por la cantidad de cincuenta pesos en moneda nacional. (Algo más de setenta y cinco centavos oro). ¡Y el telegrama de la peticionaria había costado ochenta pesos…!”

VI

UNOS SE TAPABAN SOLO CON UN TAPARRABO… Según cuenta el doctor Bianchi, su colega el doctor Robles fue nombrado director de sanidad. Eran aquellos malos tiempos, a raíz del terremoto, todo estaba militarizado. El dictador temió que la vasta aglomeración de gente ociosa haciendo vida común en los campamentos, exacerbada y hambrienta, amenazase su gobierno. Se propuso intimidar y extremó sus medidas tiránicas. El 16 de enero, Robles nombró al doctor Julio Bianchi para que combatiese una epidemia de tifus exantemático en el cuartel de caballería. En dicha institución Bianchi encontró a 16 atacados; dio órdenes inmediatas al comandante: —Que desocupen la mitad del edificio. Procederemos inmediatamente a desinfectarla; después desinfectaremos a los soldados, les pondremos ropa lavada y los haremos pasar a la parte limpia mientras alistamos la otra mitad. ¿Son 500 sus subordinados, no? Por de pronto tráigame 250 vestidos para desinfectarlos. —Imposible, doctor. —¿Por qué? —Porque no hay vestidos. —Bien, tráigame 250 uniformes. —Tampoco puede ser, doctor.

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—¿Por qué? —Venga a ver. Lo llevó a un gran patio donde se asoleaban 300 hombres; unos se tapaban sólo con un taparrabo; otros, mejor dotados, tenían un calzón o una camisa que se les caían por pedazos. Varios se cubrían con una sábana o estaban completamente desnudos. —Los únicos 200 uniformes que existen se los ponen por turno mis soldados cuando están de guardia. No dispongo de más prendas de vestir —explicó el comandante. [308] En ese tiempo ya se apolillaban en el edificio de la Aduana 15,000 frazadas y 15,000 uniformes. A don Manuel le gustaba guardarlo todo. Más tarde llamaron a Bianchi del campamento de Gerona para asistir a un enfermo. Lo recorrió en todas sus direcciones sin encontrarlo. Al fin le señalaron una manchita gris a la distancia; no sobresalía ni un pie sobre el suelo y sin embargo le afirmaban que allí era. Se acercó al sitio: en un agujero cavado en el suelo y tapado con una lámina de cinc se encontraban el paciente y su mujer… Transcripción textual de: Arévalo Martínez, Rafael; ¡Ecce Pericles!. Guatemala : Tipografía Nacional, 1945. Páginas 302 a 308.

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Guatemala de ayer… Recuerdo de la tragedia. Fernando J. Díaz C.

Comenzaba la frescura de los vientos alisianos y el aire a saturarse de las esencias de la estación. Noviembre, con sus noches tachonadas de estrellas, como la capa de una virgen escondida entre los pliegues profundos del cielo. Noches de noviembre, únicas, pensativas, suaves y románticas. La sociedad de Guatemala, manifestada en todas sus gamas, se preparaba para festejar dignamente el aniversario natal del Excelentísimo señor Presidente Constitucional de la República. Eran los días de grandeza del Licenciado don Manuel Estrada Cabrera. Las serenatas, tenían lugar frente a la casa particular del Gobernante, en la cuadra comprendida en la 8ª Calle, entre la 5ª y 6ª Avenidas. Se adornaban los ventanales, una iluminación radiosa, animaba más el lugar de los festejos, se instalaba un lunetario para la comodidad del público asistente. Grandes conjuntos orquestales y nuestras mejores marimbas hacían gala de un enorme y selecto repertorio; a veces salía el Gobernante y con un pequeño aplauso inventado por él, agradecía la maestría de los ejecutantes, el público se emocionaba y había serviles de gran envergadura que se enjugaban lágrimas fementidas, procurando siempre hacerse visibles ante los edecanes del Sr. Presidente. Las serenatas eran diarias, durante casi todo el mes de noviembre, y revestían mayor solemnidad el 21, que era la fecha natal. Comenzaba la serenata de la Banda Marcial, seguía la de las inquilinas del mercado (hoy locatarias), y seguían uno a uno los departamentos y después todos en conjunto, para dar mayor solemnidad al homenaje presidencial. En esos días de noviembre del año 1917, comenzaron a sentirse fuertes temblores de tierra, que alcanzaron alguna magnitud, arruinando algunas villas cercanas a la capital. Los temblores revistieron mayor intensidad infundiendo alarma entre el pueblo. El Presidente en un acto de alto espíritu humanitario, mandó suspender sus festejos, en consideración al dolor ajeno. La adulación maldita que nunca hace falta, insistió ante el Sr. Presidente, para que no se suspendieran esos cálidos homenajes, muy merecidos para el que con mano sabia y privilegiada, llevaba el timón de la nave de la nación. Servilismo que como virus filtrable ha corroído las conciencias ciudadanas, ese mismo servilismo, que tres años más tarde, caído el gobernante, pedía a gritos, frente a la Academia Militar, que fuera fusilado. Estrada Cabrera, estaba ya cansado de tanto servilismo, falsedad e hipocresía y ordenó un solemne NO a aquella insinuación melosa. 17 Vino la Navidad, la alegría, las posadas, las invitaciones, los bailes, el estallido de espíritu chapín, desgraciadamente ya muerto. Esa pasajera alegría, era el prólogo de la tragedia,

17 Tanto el doctor Fernando Díaz, como el doctor Quintana, son los únicos que en la presente recopilación de

recuerdos hacen referencia a los temblores que ocurrieron antes del terremoto el 25 de diciembre de 1917. El

segundo indica que “Los temblores habían comenzado desde septiembre u octubre…”. Véase Al margen de

los terremotos de Guatemala (1917–1918). Epaminondas Quintana

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que se desgranaba ya inclemente sobre una ciudad de América. El 25 por la noche un fuerte terremoto arrasó casi totalmente la ciudad, siendo demasiado difícil al día siguiente poder ubicar la nomenclatura urbana, porque todo eran: ESCOMBROS, LÁGRIMAS, GRITOS, ANGUSTIAS, DESESPERACIÓN. La gente huía a los montes, como enloquecida, en busca de un refugio, ya que la tierra no dejaba un solo momento de sacudirse estrepitosamente. Los terremotos se sucedieron del 25 al 29 y del 3 al 24 de enero siguiente. Un eclipse de luna, acabó de amedrentar al pueblo. Es para mí, casi seguro que muchos guatemaltecos han olvidado estos días de dolor, que deben llorarse siempre. Guatemala se acabó totalmente hasta en sus costumbres que eran tan sanas e inocentes. Se perdió la ciudad más bella de la América Latina, se desplomaron sus campanarios y la sombra de la muerte, como la Apocalipsis, vagaba tétrica y sombría sobre los escombros de nuestra capital que fuera orgullo de nuestra alma chapina, de nuestro corazón que siempre llora a esa madre divina que nunca nos ha negado el refugio de sus senos benditos, de nuestra Guatemala, única y sin rivales en el mundo. Guatemala de mis recuerdos adolescentes, te tengo siempre prendida en mi alma, donde te perfilas intangible, pero con la virtuosidad de tu amor. Guatemala, paraíso del mundo, pincelada por las manos de Dios. Retalhuleu, diciembre, 1967. 18

18 Díaz C., Fernando J.; “Guatemala de ayer… Recuerdo de la tragedia”. Guatemala : El Imparcial, edición

del miércoles 20 de diciembre de 1967. Página 17.

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Cómo recuerda la catástrofe una joven testigo. Sor Mary Frida

Los guatemaltecos de menos de cincuenta años no tienen idea de lo que fueron los terremotos que arruinaron, del 25 de diciembre de 1917 al 24 de enero de 1918 —hace cincuenta años en estos días— la recogida ciudad de Guatemala. Sin embargo, son muchos los que todavía recuerdan con estremecimientos aquella catástrofe, y las evocaciones han de sucederse en un intento de reconstruir el horror de sus estragos en relatos que teñirá la emoción. Muchos testimonios de esa catástrofe quedaron en las crónicas de entonces —especialmente bellas las de José Rodríguez Cerna— y en copiosas fotografías —especialmente notables las de Valdeavellano—. Es oportuno recordar cómo era Guatemala antes de los terremotos y a ello dedicaremos algunas fotografías poco conocidas; también iremos reproduciendo otras de cómo fueron maltratados los principales edificios de entonces. No hay cómo ponderar el esfuerzo que significó la reconstrucción de la capital, de cuyas calles, templos y monumentos fueron removidos millones de toneladas de escombros con los rudimentarios medios de que se disponía hasta por 1925: una magna prueba de la energía y la fe de Guatemala, que se sobrepuso alegremente al tremendo castigo telúrico. Y no debe olvidarse que los estragos alcanzaron no sólo a la capital, sino a varias poblaciones del centro del país, y que todo el país acudió en auxilio de la derruida ciudad como una sola voluntad; tampoco pueden olvidarse los socorros que del extranjero llegaron generosamente a mitigar penalidades de nuestra población. A los cincuenta años de aquella enorme tragedia, Guatemala se ha transformado admirablemente y sólo en algunos sectores pueden hallarse casas que recuerdan la imagen primera de aquella ciudad —encantadora para cuantos la conocieron—, y que surgió como el ave del mito, con una nueva vida y una pujanza que entonces no se habría imaginado…

********** Hoy publicamos unos apuntes de la Madre María Frida, una religiosa que, jovencita en aquel tiempo, fue testigo de los terremotos. Es un relato sencillo y movido, una vista parcial, pero viva, de las tribulaciones de esos días. Sor Mary Frida —señorita Leona Stadtmann Logan— fue la segunda hija de los señores Benjamín Stadtmann, nativo de Alemania, y Mary Logan, de Kanzas City, Estados Unidos. Tenía quince años; hizo su noviciado en Guatemala y lo terminó en León de Nicaragua. Viajó por países de Europa y estuvo por mucho tiempo en el Colegio de la Asunción en Miami, Florida. En la actualidad imparte la enseñanza como maestra en el Colegio de la Asunción, de Quebec, Canadá. Pero no ha olvidado a Guatemala y menos las impresiones que en 1917/18 le deparó el destino…

**********

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El domingo 25 de diciembre de 1917 amaneció triste y nublado. Pocas personas se veía por las calles; la mayoría eran sirvientes, quienes a paso apresurado iban a misa, puesto que una sola misa iba a ser celebrada en el día en cada parroquia. La noche anterior, casi toda la ciudad había ido a la misa del Gallo, la única noche en todo el año en que uno podía comer y bailar hasta las once y media; y en seguida caminar hacia la iglesia en donde si el predicador sabía guardar a su audiencia en un suspensos angelical con un sermón de dos horas, se regresaba a la casa hacia las tres de la madrugada. Como ningun entretenimiento tenía lugar ese día, todos se retiraron temprano. A las 10:33 p.m. se sintió un pequeño temblor. Dos minutos después, algo como el fin del mundo echa a todos fuera de sus camas antes de poder pensar siquiera y nos encontramos en el patio resguardándonos de las tejas que caían. Después de un tiempo a la intemperie uno siente frío y —aunque entre un temblor y otro— había que sustraer de los dormitorios algo más cómodo que las frías piyamas que llevábamos, y veíamos separarse los muros dejando entrever la claridad y cerrarse de nuevo. Toda la noche los temblores se seguían uno a otro. Al primer signo de peligro la Empresa Eléctrica cortó el servicio, dejando la ciudad en completa obscuridad. Los conductos de agua potable empezaron a estallar y el agua también fue cortada. Al principio se creía que aquello iba a ser de poca duración, pero fue imposible dormir el resto de la noche porque si no era uno de los nuestros el que gritaba de miedo, era uno de los vecinos. En la primera avenida norte entre primera y segunda calles (poniente) había un establo de caballos (todo esto era antes que el automóvil) para los coches de alquiler; los caballos habían ganado su libertad y recorrían las calles; muchos fueron hacia La Reforma, sin duda porque conocían el camino y se sentían más seguros. Muchos perros también se habían desatado y aullaban como coyotes. Todo este ruido combinado era suficiente para asustar al más fuerte. Algunos decían que habían visto bolas de fuego cruzar sobre la ciudad y desaparecer en el lado opuesto y los retumbos auguraban que todo el valle estaba hundiéndose como siglos atrás se había hundido la ciudad que ahora formaba el lago de Amatitlán. Digna de mencionarse es la compañía de los Ferrocarriles, que evacuó a todas las personas que se presentaron. A los veinte minutos del primer temblor, las dos máquinas, una del norte que acababa de llegar y la otra del sur, estaban listas, así es que oímos la campana, el pito y las ruedas de las locomotoras y sabíamos que nos dejarían en un llano fuera de peligro. ¿Cómo es que yo, una americana, me encontraba en este desastre? Mi padre, viudo, trabajaba para la compañía de los Ferrocarriles en el Estado de Kansas, Estados Unidos de América y había sido pedido por la misma compañía para trabajar en Guatemala. Era tiempo de huelga (uno de los primeros o el primero en ésa) y los obreros miraban a este alemán, a este extranjero, con recelo; pero todos se inquietaban por sus tres hijos; la mayor era de catorce años. Así, cuando tres años después de nuestra llegada papá fue enviado al interior no pudo llevar consigo más que al varón de ocho años. rebeca quedose con una familia inglesa y Leona

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fue a la casa del licenciado José Antonio Méndez, un profesor de jurisprudencia militar, quien guiaba su casa, llena de sobrinos y cuñadas además de sus seis hijos, a la manera de Santo Tomás More. Allí crecí, me instruí y finalmente entré en la iglesia católica. Esta noche, viendo a todos en un estado tan nervioso, desafié el riesgo y entré varias veces para recobrar, ya una silla para la abuelita de ochenta y cuatro años, ya el juguete de María Luisa que ella imploraba. Como esto seguía con más intensidad a cada temblor, se veía bien que teníamos necesidad de buscar un albergue más cómodo. Enfrente de nuestra casa (prolongación de la 7ª avenida sur número 72) había una fábrica de jabón circundada por una gran muralla de unos seis pies. Esta se había derrumbado y dejaba ver unas tres hectáreas de terreno y muchos vecinos se hallaban ya allí. A pocos pasos que nosotros, vivían Mr. y Mrs. Denby. La esposa se hallaba enferma y necesitaba ayuda. El señor Denby salió y poco después regresó con tres vecinos; arrancó una puerta a medio caer y colocó a su señora sobre esta camilla improvisada y atravesaron la calle en donde con mantas habían hecho una tienda de campaña y yo creo que ahí dio a luz su primer hijo. Un poco más tarde vino un joven vendedor de periódicos a hacerse curar de una llaga en la pierna. Cuando al fin rayó el día nos miramos y ¡qué espectáculo! No sabíamos si reír o llorar; pero no había tiempo que perder. Todos teníamos apetito y había que buscar víveres. Los varones salieron para ver qué desperfectos habían sufrido sus propiedades; poco después regresaron al campamento con algo que comer. Nadie pensó en gastar agua para lavarse. Cada casa tenía su pila y había que hervir el agua para hacer café, cuyo aroma atraía más y más gentes. Si este día hubiera sido un lunes normal, todo el mundo habría estado en su trabajo. Hoy casi todas las familias estaban completas, pero había que pensar en el mañana. Aunque se sentían todavía los temblores, cada uno salía a pie para ver cómo habia sufrido el resto de la ciudad. En el kiosko del parque de La Concordia, la panadería «La Boulerise» vendía pan a una multitud de dos cuadras de largo. Las casas de Guatemala estaban construidas al estilo colonial español. Los temblores habían echado abajo las paredes de una y otra de diferente manera. ¿La causa? Es difícil de saber. Algunas habían perdido el frente dejando la puerta —zaguán— intacta; otras estaban perfectas a la vista pero completamente arruinadas por dentro. ¿Cuántos perdieron la vida? ¿Qué intensidad en el contador sísmico? Nunca lo supe. Es un misterio. 19 Las iglesias sufrieron mucho. La Inmaculada Concepción, en la 7ª avenida norte, fue demolida enteramente. La catedral tenía cuatro grandes estatuas de los evangelistas alrededor del atrio y columnas ornamentales; todas cayeron. En el interior, directamente bajo la cúpula, quedaba el altar mayor. La cúpula fue encontrada sostenida como por un hilo.

19 Se estima que fue de 5.6 grados en la escala de Mercalli. Prensa Libre; Terremoto sacude a Guatemala en 1917.

Guatemala : edición del 18 de Diciembre de 2015. Versión digital en http://www.prensalibre.com/hemeroteca/terremoto-

sacude-a-guatemala-en-1917

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Afuera en el campanario, «La Chepona» dio dos toques y fue a enterrarse en la construcción y rescatarla fue lo más difícil de todo varios años después. San Francisco, con su espaciosa bóveda y su bella cúpula, se hundió enteramente. Yo pasé por la sexta avenida hacia las dos de la tarde y vi que se formaba un grupo y penetraba en las ruinas de la iglesia. Allí en el subterráneo había unas figuras de hombres que se escondían y reaparecían de nuevo. Sí, eran cuatro personas que en 1909 habían sido condenadas. Hubo un atentado contra la vida del presidente don Manuel Estrada Cabrera. Los cadetes de la Escuela Politécnica estaban de guardia; uno disparó e hirió la mano del presidente. La historia dice lo demás, pero esta fecha los cuatro jefes vieron la luz del día por la primera vez en ocho años. Uno de los nuestros bajó a investigar; distinguió unas tablas y persuadió a estos hombres para dejarle usarlas como palanca para sacarlos de esta extraña posición. Viendo que cerraban los ojos al salir a la claridad, los que estaban arriba se quitaron sus sombreros para cubrir los ojos de los pacientes (para mí, cuando miro atrás, esa actitud fue un homenaje al sufrimiento e integridad). Así regresaron con sus familias y perdiéronse en el laberinto de la vida diaria. 20 El consulado americano, una construcción de dos pisos, había perdido todo un lado que daba hacia la calle, pero las otras paredes parecían intactas; hasta un gran espejo ovalado estaba suspendido en la pared y por la abertura de una ventana colgaba una imagen del Niño Dios, sin duda parte del «Nacimiento» de la cocinera. El hospital General sufrió mucho. Construido contiguo a un antiguo cementerio, las paredes de las salas se vinieron abajo con las primeras sacudidas. Los enfermos fueron trasladados al patio y los que podían caminar desfilaron por los escombros para reunirse con sus familias. Pocos días después se veía salones construidos con lona y manta–dril, semejante a los paracaídas colosales, pero donde la vida hospitalaria continuaba como de costumbre. El asilo de los Alienados, que llamábamos cariñosamente «Asilo Madame Arquez» (el nombre de la Superiora, jefa y sostén espiritual de este establecimiento) contiguo al hospital General, sufrió también. Un caso: don Diego Blanco, dueño de la revista La Actualidad, quien fue recluido por enajenación mental en el asilo una semana antes del terremoto, sintió los temblores y despertose al encontrar que las paredes se venían abajo y dejaban ver esqueletos saliendo de los ataúdes arruinados por los siglos. Un esqueleto cayó en la cama de él; el susto le hizo recobrar la razón y salió curado, pero con el cabello enteramente blanco.

20 Sobre este intento de magnicidio, cuya cauda fue el asesinato inmediato, por fusilamiento, de varios cadetes

y el derribo de la Escuela Politécnica por orden del dictador, para que no quedara piedra sobre piedra; hubo

más de mil capturados, puestos en prisión muchos de ellos hasta por diez años. seguramente los cuatro

prisioneros a quienes se refiere Sor Mary Frida, lograron escapar al caerse las paredes de la penitenciaria,

escondiéndose en el sótano de la iglesia. Véase: Marroquín Rojas, Clemente; Los Cadetes. Historia del

Segundo atentado contra Estrada Cabrera. Guatemala: Imprenta La Hora Dominical, s.f. Aunque no indica la

fecha, esta primera edición corresponde al año 1930.

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De las primeras personas que supieron nuestro desastre fue la Cruz Roja de Nueva Orleáns. Llegaron con medicinas, alimentos y gran cantidad de piezas de manta para su distribución por los comités de socorro. Desafortunadamente el depósito fue en la residencia presidencial, fuera de la ciudad, en donde muchas piezas de ese material fueron encontradas intactas pero en mal estado, en 1921–1922, bajo la presidencia del señor Herrera. Los terremotos tienen algo de muy particular: un motivo para sentirse unidos. Todos se ayudaban, nunca se oyó una queja; la cosa más pequeña nos hacía reír; gozábamos de la juventud; cantábamos couplets y canciones (especialmente si tenían algo de picante) y hasta nos divertía ver que los hombres se presentaban con las barbas sin afeitar (esto era mucho antes de los «Bicnics»). ¡Y los temblores nunca cesaban!: El temblor del dos de enero fue fuerte y prolongado, ¡pero el de la noche del 24 de enero parecía el final del mundo! El año nuevo es celebrado con suntuosidad en todos los países. Los hermanos Quiroz, dueños de una marimba llamada «Azul y Blanco» nos regalaron con una pieza compuesta para la ocasión y, al toque del año nuevo, oímos el «Canto Bajo las Estrellas» (1) 21 por la primera vez; pieza con notas llenas y fuertes al comenzar, que iban muriéndose en sonido para resucitar de nuevo en perfecta armonía que nos trajo valor y confianza en que no nos abandonarían nuestras fuerzas físicas. ¡ARRIBA HABÍA ALGUIEN QUE CUIDARÍA DE NOSOTROS! MOTHER MARY FRIDA (2) 22 Religius of the Assumption 26, Mance Avenue Baie Comeau P. Q. —Canadá. 23 NOTA: La madre Mary Frida anota que años después de los terremotos, fueron encontradas en casa presidencial fuertes cantidades de medicinas, alimentos y ropa que llegó del extranjero en calidad de donación, las que nunca fueron repartidas a los necesitados, agregando que las encontraron “en 1921–1922, bajo la presidencia del señor Herrera”. Al respecto debe indicarse que Manuel Estrada Cabrera fue acusado de apropiarse de las donaciones recibidas en 1918, quien lo justificaba diciendo que las guardaba para tiempos de carestía. Empero, los alimentos estaban descompuestos y las medicinas vencidas cuando fueron registradas las bodegas de su residencia en “La Palma”. El descubrimiento ocurrió después de abril de 1920 cuando el dictador fue derrocado por orden de la Asamblea Legislativa, asumiendo el poder el azucarero Carlos Herrera desde el 14 del mismo mes. No

21 “(1) ¿Noche de luna entre las ruinas?” 22 (2) En el mundo: Miss Leona Stadtman Logan. 23 El Imparcial; Hace cincuenta años… La Guatemala de antes de los terremotos de 1917-18. Cómo recuerda

la catástrofe una joven testigo, la actual Sor Mary Frida, desde el Canadá. Guatemala : edición del sábado 23

de diciembre de 1967. Páginas 29 y 33.

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obstante, este fue depuesto por un golpe de estado el 5 de diciembre de 1921, de manera tal que en 1922 ya no era presidente, como mal recuerda la religiosa. Y como en 1918 todavía Estrada Cabrera disfrutaba de sus días de grandeza, el servilismo seguía manifestándose como por ejemplo: en ese año a la Universidad Nacional le será cambiado el nombre por el de Universidad “Estrada Cabrera”, según decreto aprobado por la servil Asamblea Legislativa, a propuesta de los diputados Francisco Gálvez Portocarrero (el que en abril de 1920 será linchado por una turba de supuestos simpatizantes unionistas), Gildardo Monzón y Luis Ibarra Rivera; y para más ignominia, al Benemérito de la patria se le concedió el título de doctor en derecho y ciencias políticas y sociales. 24

24 Valle Pérez, Hernán del; Carlos Herrera: primer presidente democrático del siglo XX. Guatemala :

Fundación Pantaleón, 2003. Página 116.

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Recuerdos de los terremotos de Guatemala. Óscar González Goyri

“GONZÁLEZ GOYRI, ÓSCAR (1897–1974). Pintor, dibujante, grabador y caricaturista. Nació en la ciudad de Guatemala, el 15 de agosto de 1897. Hijo de Ricardo González Rivera y Rivera. Estudió en la Academia de Dibujo y Pintura, la que funcionó alrededor de 1913. Fue discípulo del español Jaime Sabartés 25 y estudió grabado, guiado por José Gregorio Chávez. Se le considera un maestro abnegado y entusiasta de numerosas generaciones, tanto en la Academia de Bellas Artes como en la Escuela de Artes Plásticas, donde impartió por muchos años las asignaturas de Dibujo Lineal y de Perspectiva. También impartió clases particulares de paisaje. En general, se inclinó por el realismo, tanto en paisajes como en retratos y bodegones, especialmente al óleo. En grabado hizo xilografías y linóleos. Trabajó muchos años, como dibujante, en el Instituto de Antropología e Historia de Guatemala. Entre sus escritos pueden mencionarse: un artículo sobre el artista Rafael Rodríguez Padilla (1962), su folleto Recuerdos de los terremotos de 1917–1918 (Guatemala, 1971), 26 y Álbum de caricaturas (Guatemala, 1929), en

25 Sobre este pintor, secretario de Pablo Picasso después de que se retiró de Guatemala, véase el excelente

estudio biográfico: Luján Muñoz, Luis; Jaime Sabartés en Guatemala: 1904-27. Guatemala : Publicación del

Departamento de Actividades Literarias de la Dirección General de Cultura y Bellas Artes de Guatemala.

Serviprensa Centroamericana, 1981. Ver también:

El Imparcial; Don Jaime Sabartés. Guatemala : lunes 4 de marzo de 1968. Página 1. 26 Un pequeño “libro duende”, como denominaba César Brañas a aquellos que pasado el tiempo se convertían

en “inencontrables”. Tiene los siguientes datos editoriales: González Goyri, Óscar; Recuerdos de los

terremotos 1917 y 1918. Guatemala : Instituto de Antropología e Historia, Ministerio de Educación, 1971. 30

páginas. Cuatro años antes fue reproducido en Antropología e historia de Guatemala, Instituto de

Antropología e Historia (Guatemala). Publicaciones del IDAEH. Volúmenes 19-21, 1967. Precisamente por

su calidad de edición agotada es que se transcribe en el presente documento el texto completo de lo escrito por

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colaboración con su hermano Fernando. En 1970, la Escuela de Artes Plásticas le otorgó un diploma de Honor al Mérito. Falleció en la ciudad de Guatemala, el 22 de abril de 1974.” 27

I 28

Óscar González Goyri 1913–1917 Tenía yo apenas cinco años de edad 29 cuando por primera vez supe del peligro de los temblores; oía hablar de la erupción del volcán Santa María y de la ruina de Quezaltenango y, si he de ser exacto diré que mi temor constituía una mezcla de curiosidad y de inconsciencia y a la vez de cierta sensación de aventura pues debo declarar con franqueza que sentíame importante por el cuidado de que era objeto; me cargaban todos y pasado el susto del temblor mi madre me arropaba con mucho cariño y dábame tacitas de café para que se me pasara la impresión. Dormíamos agrupados en el suelo sobre petates y tapados con sendos ponchos en el zaguán. Por esta razón experimentábamos bastante frío al filo de la madrugada. En un rincón se hallaban colocados los trastos indispensables para tomar café, y en una palangana llena de ceniza, el brasero a cuyo tibio calor se arrimaba el gato. Era yo entonces el más chico de mi familia porque años más tarde nació mi hermano Horacio quien quedó en carácter de «seca–leche». Cuando el movimiento telúrico venía de nuevo más fuerte, o se prolongaba más, todos nos levantábamos y corríamos hasta media calle pues dormíamos vestidos. Igual cosa hacía la multitud de vecinos y al juntarnos daba esto margen a charlas y comentarios entre sustos y nerviosas risas. Los hombres mayores bebían un su trago de aguardiente y fumaban cigarritos de tusa que encendían en el brasero donde se calentaba el café. Así sucedíanse las noches en octubre de 1,902. Amanecíamos desvelados, bostezando largamente y, aunque era muy pequeño, —como dije arriba— algo captaba mi cerebro niño y los detalles quedaron indelebles en mi mente.

González, con la salvedad que la fuente de donde se toma son las páginas de El Imparcial, serie de doce

capítulos publicados entre enero y agosto de 1968. 27 Fundación para la Cultura y el Desarrollo. Asociación de Amigos del País; “González Goyri, Óscar”.

Diccionario Histórico Biográfico de Guatemala. Guatemala : Primera edición. Editorial Amigos del País,

2004. Página 459. 28 González Goyri, Óscar; “Recuerdos de los terremotos de Guatemala 1913–1917” (I). Guatemala : El

Imparcial, edición del jueves 25 de enero de 1968. Páginas 3 y 11. 29 En 1902.

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En muchas otras temporadas hubo sismos y solía yo escuchar opiniones de personas asegurando que este fenómeno ocurría todos los años al retirarse la estación lluviosa. Años más tarde después de una noche de temblores fuertes los cuales agrietaban las paredes de nuestra casa, salíamos a la mañana siguiente con mi hermano mayor Fernando 30 a recorrer los alrededores de nuestro barrio para observar los estragos del temblor: sorprendidos quedaban nuestros ojos al ver cornisas derrumbadas, montón de tejas caídas del alero y grandes rajaduras sobre los dinteles de las puertas. Llegamos hasta la cantina «Al Agua Patos» y regresamos dando un suspiro de alivio pues comparábamos aquellos destrozos y veíamos que nuestro domicilio estaba ileso —a Dios gracias— de semejantes daños. Fue hasta el año de 1913 cuando supe lo que era un terremoto de verdad. Estudiaba en ese entonces, en el Colegio «Modelo» que dirigía don Rafael Aqueche 31 y cuyo edificio se hallaba en el callejón Manchén, otrora llamado «Avenida Larrave» y hoy día sexta avenida A. 32 Desde el patio interior de aquel establecimiento se alcanzaba a ver muy bien por su altura, la fábrica inconclusa del templo masónico, situado en la esquina de la iglesia Evangélica y ambos a la entrada de dicho callejón. 33 Las arquerías de tres pisos semejantes a una silueta de acueducto romano, veíanse los ladrillos renegridos por la lluvia y por el tiempo, llevaban largos años de abandono pues se decía que Estrada Cabrera no veía con buenos ojos a la masónica Hermandad y de él surgió la suspensión del trabajo; sea esto cierto o fracaso económico el motivo, lo evidente es que aquellos ventanales vacíos solo servían de refugio a miles de palomas. Vecinas a nuestro colegio había dos casas con pequeño jardín rodeado de verja y oíamos referir que en una de ellas vivió sus últimos días don Lorenzo Montúfar, el historiador, circunstancia por la cual observábamos con cierto recelo o respeto como si aún vagara la sombra del tribuno en el pequeño corredor frontero a los jardines. 34 Pues bien, en ese año

30 Fernando González Goyri (1894–1959), también caricaturista y quien utilizaba el seudónimo Zigo para

firmar sus producciones. Véase: Diccionario Histórico Biográfico de Guatemala. Loc. Cit. Respecto a ambos:

Coronado Aguilar, Manuel; “Algo sobre la caricatura en Guatemala”. Guatemala : diario La Hora. Edición del 23 de octubre de 1974. Páginas 4 y 9. 31

Maestro de varias generaciones. Su nombre le fue dado al Instituto Normal Rafael Aqueche, para

estudiantes de diversificado (ciclo básico y magisterio urbano). 32 Dicho callejón es el que divide desde 1937 la Casa Presidencial y la sede de la otrora Guardia Presidencial,

hoy Secretaría de Asuntos Administrativos y de Seguridad (SAAS), creada para protección del presidente y

vicepresidente de la república y respectivas familias, así como expresidentes y exvicepresidentes, tanto

honrados como corruptos pues la ley no prohíbe proteger a estos últimos. 33 Se trata de la Iglesia evangélica Presbiteriana Central, fundada en 1884. El templo masónico, pasado el

terremoto de 1913, no se terminó de construir. 34 El abogado Lorenzo Montúfar (1823–1898), desde tiempos de Justo Rufino Barrios era llamado “corifeo de

los liberales”. Su obra más conocida es Reseña histórica de Centroamérica (1878, siete tomos), aunque

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temblaba con frecuencia no obstante la vida normal de la ciudad no se interrumpía, prueba de ello es que las autoridades no habían prohibido la asistencia escolar. Acababan de dar las tres de la tarde del día 8 de marzo cuando ocurrió un fuerte terremoto; todos, profesoras, maestros y alumnos —llenos de pánico— nos precipitamos hacia el segundo patio que, por su amplitud ofrecía mejor protección a nuestras vidas que correr para la calle. Allí, al centro del solar, vimos caer lluvias de ladrillos del abandonado edificio, seguidas de grandes bandadas de palomas blancas que alzaban el vuelo por los efectos del temblor terráqueo, y hasta algunos pedazos de arcos que caían con estrépito y polvareda dejando grandes vacíos en la arquería. Muchos niños pequeños temblaban y se agarraban a las faldas de sus maestras como los pollitos se esconden bajo las alas de la gallina ante el peligro. Otros niños con sus ojos llenos de lágrimas los dirigían al cielo como en una muda plegaria. Mis compañeros de clase y yo como éramos más grandes contemplábamos aquello con miedoso silencio que parecía serenidad. Los demás maestros cuidaban que el grupo no se acercara a las paredes y corredores del edificio. Nunca olvidaré aquella tarde y los emocionados comentarios que hacíamos, ya en la calle cuando, pasado el sismo, nos ordenaron salir, camino a nuestras casas.

En nuestro hogar esa vez sí encontramos desagradables novedades: las paredes desconchadas de su revoque en muchos ángulos, profundas grietas que subían diagonalmente en ciertos rincones como se ven los dibujos de los ríos en las cartas cartográficas o como vetas negras en una plancha de blanco mármol. Atierrados se veían los pisos y muchas tejas caídas, unas casi enteras y otras a la orilla del corredor hechas pedazos. Naturalmente hasta atropellábamos las palabras para describir cómo habíamos presenciado el derrumbe del templo masónico, y en todo el trayecto los corrillos de gentes asustadas haciendo comentarios fuera de sus negocios, especialmente en el mercado Central. Los dependientes del comercio y los oficinistas parados delante de los mostradores y, en fin, una alarma generalizada en calles, plazuelas y avenidas; y el gentío esperando frente a la pizarra del Diario de Centro América, ávidos de leer las noticias telegráficas de los departamentos, ¡claro que se consideraba no sin razón que algún poblado de la República estuviera en ruinas a esas horas! En efecto, «El Viejo Repórter» 35 salió apresuradamente del periódico para escribir

también sus Memorias autobiográficas (publicadas por su hijo en edición póstuma) son muy útiles por

contener su ideario liberal. 35 “El Viejo Repórter”, fue el cronista Víctor Miguel Díaz (1865-1940), quien publicó: Narraciones (1910) –

con prólogo de José Rodríguez Cerna; en otras fuentes se anota como Narraciones de los terremotos en

Guatemala 1917-1918 (s.f.). De su péñola salieron: La glorificación del doctor Mariano Gálvez: repatriación

de sus restos (1925), La romántica ciudad colonial: guía para conocer los monumentos históricos de la

Antigua Guatemala (1927), Historia de la Imprenta en Guatemala desde los tiempos de la colonia, hasta la

época actual (1930), Guatemala independiente (1931), Las bellas artes en Guatemala: folletín del Diario de

Centro América (1934), y Apuntes para la historia de la música en Guatemala (s.f.).

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en la pizarra el fatal comunicado: Cuilapa, ciudad de Oriente, había sido totalmente abatida por el movimiento terráqueo de las tres de la tarde. 36 / 37

Conviene destacar que es extraño que Narraciones tenga anotado 1910 como año de publicación, siendo que

el prólogo de José Rodríguez Cerna está suscrito en el mes de “junio de 1918” y Díaz dedica su obra –como

era usual en la época de ditirambos al dictador– al

“Excelentísimo Señor Licenciado / DON MANUEL ESTRADA CABRERA, / Presidente Constitucional de la

República:

Ante la catástrofe que arruinó la bella capital de Guatemala, aparece, como el único rayo de esperanza,

vuestra actuación tan enérgica, tan patriótica, tan oportuna y tan sabia. Las fuerzas ciegas de la Naturaleza destruyeron; vuestra iniciativa rehará, mejorándola con todas las modernas condiciones, la que fuera orgullo

de Centro América.” Díaz, Víctor Miguel; Narraciones. Guatemala : Tipografía Nacional, Parque Central,

1910. Página 5.

A lo largo del texto se refiere a varios de los terremotos ocurridos en Guatemala, principiando por el de 1541,

pero cuando la ocasión lo amerita, compara los destrozos que relata de siglos anteriores, con los de 1917 y

1918, dedicando muchas páginas –de un total de 259– a estos últimos, mediante la inclusión de títulos

llamativos, en su estilo periodístico. Casi como epílogo, refiere servilmente en página 256 sobre el

Benemérito de la Patria:

“Su anhelo es ver resurgir a Guatemala, escuchar de nuevo el canto robusto de la vida en los fúnebres campos

de la muerte. Hubiera querido que el trabajo no se interrumpiese un solo instante. A este propósito, es

característico lo que dijo hace algunos días a un admirador y amigo suyo que fué a presentarle sus respetos.

Lo recibió en una enramada rústica, familiarmente casi. Relató sus impresiones de los primeros momentos aciagos, con esa cuidada naturalidad, con ese ameno encanto de palabra que hacen de Estrada Cabrera un

conversador sutil y exquisito.

«—El silencio de la ciudad me inquietaba, —manifestó. Parecía el de una tumba. Y de pronto, cerca de aquí,

resonó agudo el pitazo de un modesto taller. Lleno de regocijo mandé a un ayudante a felicitar cordial mente

al dueño que hacía resonar ese toque de resurrección».” 36 Qué haría cien años después cualquier persona habituada a leer diariamente las noticias por medio de la red

de internet, si hoy en día tuviese que acudir a la sede de algún periódico impreso para enterarse de las noticias

de última hora, porque no puede esperar hasta el día siguiente a que salga la correspondiente edición. 37 Véase: Informe de la Comisión de Auxilios a los pueblos de Cuilapa, Santa Rosa, Barberena y sus

alrededores, damnificados por el terremoto del 8 de marzo de 1913; Auxilios a los damnificados por el

terremoto de Cuilapa. Guatemala : Tipografía Nacional, 1913. El Informe de la Comisión tiene 186 páginas; estuvo integrada por Manuel M. Girón, Felipe Márquez L. y Antonio Pinot. En varias páginas aparecen

interesantes notas, hoy históricas, con la transcripción de lo siguiente (circular y telegramas):

Página 165: “De Retalhuleu, marzo 10 de 1918. / Recibido en la Casa Presidencial, a las 12 h. 80 m. p. m. / Al

Señor Presidente: / Pongo en el superior conocimiento de usted que serán cumplidas sus respetables órdenes

consignadas en su telegrama de hoy, respecto al envío de fondos y víveres para las víctimas de Santa Rosa y

Jutiapa. En tren de mañana saldrán los expresados víveres que se iban a remitir con mozos que irían en el

mismo tren. / Jorge Ubico.”

Página 172 a 173: “CIRCULAR TELEGRÁFICA / Guatemala, 10 de marzo de 1913. / A los Jefes Políticos

de la República. / He dispuesto que el Banco Americano reciba las sumas en efectivo con que ese

departamento contribuye para auxiliar a las víctimas del terremoto de Cuilapa, y que también el mismo Banco

las remita a su destino. En esa virtud disponga Ud. lo conveniente para que las recaudaciones en efectivo se

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Hasta la hora de comida, yo luchaba contra una idea persistente que golpeaba de contínuo en mi cabeza, como insectos niotálopes volando en la noche alrededor de un foco eléctrico. Actualizaba un recuerdo: la aparición del cometa de Halley, tres años atrás, y los graves vaticinios del pueblo anunciando desgracias para el porvenir basados en la sentencia popular de «señales en el cielo males en la tierra», 38 sin sospechar siquiera que al año siguiente sí sería verdad tal pronóstico, al desencadenarse la primera guerra mundial y que, cuatro años después nos tocaría el turno de ver arruinada nuestra propia y amada ciudad capital de Guatemala, cuna de nuestro nacimiento. 39

pongan a disposición de dicho Banco. Los víveres quedan a cargo del Comandante de Armas./ Comuníquelo

así a las Municipalidades. / ESTRADA C.”

Página 177 “De Retalhuleu, 11 de mano de 1918. / Recibido en la Casa Presidencial, a las 11 h. a- m. / Al

Señor Presidente: / Pongo en superior conocimiento de Ud. que en cumplimiento de su respetable orden de

ayer, en tren de hoy remití consignado al señor Comandante de Armas de ese departamento, y para socorrer a

las víctimas del terremoto de Santa Rosa y Jutiapa, 135 bultos de maíz desgranado, conteniendo 169 quintales

2 arrobas; 60 redes de maíz, con peso total de 4,900 libras; 1 saco conteniendo 2 arrobas de harina; 3 bultos

tamales pixques, con un peso de 250 libras; 1 bulto conteniendo una arroba de café en oro; 12 sacos de

totoposte, con un peso de 24 arrobas; 1 lío de ropa, con un peso de 24 libras: 1 bulto conteniendo 100 libras

de frijol negro; y 5 bultos de sal, con un peso de 700 libras. Don Adolfo Sologaistoa, Tesorero específico,

girará hoy la suma de $16,873.00. / Jorge Ubico.”

Página 182 “De Retalhuleu, 12 de marzo de 1913. / Recibido en la Casa Presidencial, a las 8 h. 40 a. m. / Al Señor Presidente: / Pongo en el superior conocimiento de Ud. que hoy giré al Banco Americano la suma de

$18,712 para auxiliar a las víctimas del terremoto en los departamentos de Santa Rosa y Jutiapa, que con mil

pesos que fueron depositados de orden de este Despacho en el expresado Banco, por un vecino de este

departamento, hacen un total de $19,712. / Jorge Ubico.” 38 En Guatemala se observó el paso del cometa Halley, por esa razón a los literatos de tal época se les

denominó “Generación del cometa”. Véase: Cifuentes, Juan Fernando; Las generaciones literarias en

Guatemala en el siglo XX / I. El Cometa Generación de 1910. Guatemala : Editorial Palo de Hormigo, 2002.

En páginas 29 a 44 efectúa la reseña de la vida y obra de 45 escritores, agregando (en página 44) a varios

pintores entre los cuales figura Óscar González Goyri. Para Cifuentes los representativos de esta

“Generación” son: Rafael Arévalo Martínez, Enrique Gómez Carrillo, Máximo Soto Hall, José Rodríguez

Cerna, Carlos Wyld Ospina, Flavio Herrera y Alberto Velásquez (estos dos fallecidos en 1968). A cada uno le dedica un capítulo entre páginas 45 a 118.

Ver también la novela testimonial, sobre su familia de la siguiente autora: Schlesinger, María Elena; La noche

del cometa. México : Penguin Random House Grupo Editorial México, Alfaguara, 2012. Tiene un capítulo

dedicado a los “Temblores” de 1917–1918. Como bien dice la reseña del libro: “Con el estilo de la crónica

periodística, tan apetecida y revalorizada en los últimos años, María Elena Schlesinger recopila en La noche

del cometa aquellos artículos que mejor reflejan la historia cotidiana y privada de Guatemala. El lector que se

adentre en estas crónicas periodísticas iniciará un viaje a la ciudad de Guatemala que ha quedado en el

recuerdo. No es un viaje a lo monumental, a los héroes o personajes legendarios, sino a la vida privada, a lo

cotidiano, a lo común, a los miedos, a los aromas, colores, tradiciones y costumbres.” 39 “arruinada nuestra propia y amada ciudad capital de Guatemala” escribe González Goyri, cual si se

inspirara en el título del poema del poeta peruano José Santos Chocano (Perú, 1875–1934), áulico de Manuel

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II 40

1917–1918 El terremoto de 1913 fue como el prólogo a la ruina de nuestra capital; apenas transcurridos cuatro años volvía a estremecerse el valle de la Asunción. Estábamos a mediados de diciembre del año 1917, la navidad ya a las puertas y volvían frecuentes, unos de oscilación y otros trepidantes a sucederse los temblores. La propia víspera de Noche–Buena cuando todos nos entregábamos a la grata tarea de poner el «nacimiento» vino un remezón pero tan intenso y dilatado que quienquiera que se hallara en tal ocupación hubo de suspenderla. Durante las horas nocturnas fue lo mismo, sustos y alarmas que cortaban nuestro sueño. ¡Y llegó el esperado 24 de diciembre, preñado de temores y presagios! Sin embargo dábamos los últimos arreglos y detalles al «nacimiento» y en el aire frío de la primera noche llegaba por doquiera el concento de los cantos navideños, 41 el bullicioso «toto–ticu–tú» de las tortugas alegrando la última jornada de los peregrinos. 42 Vaya que en la calle, entre estallidos de cohetillos,

Estrada Cabrera, quien compuso “Ciudad arruinada: Guatemala de la Asunción 1776-1917”, que a decir de

Miguel Ángel Asturias, después de declamarlo fue llevado en hombros por el público. López Álvarez, Luis;

Conversaciones con Miguel Ángel Asturias. Madrid : Editorial Magisterio Español, S.A. (EMESA), 1974. Segunda edición, San José, Costa Rica : Editorial Universitaria Centroamericana (Educa), 1976. Página 69.

Un fragmento del poema de Chocano dice: “Ya no más la sonrisa buscará la sonrisa / por los viejos portales

de tu Plaza Central, / ya no más del Palacio colonial en la frente / relumbrará en las noches el ojo del reloj: /

[…] Iba a morir el año / de mil novecientos diez y siete. La guerra / enloquecía Europa. Cansada al fin del

daño / que se hacían los hombres, se sacudió la Tierra. / Desplomóse de súbito, estrepitosamente, / una ciudad

tranquila de América inocente; / y empezó una disputa pavorosa y colérica / de cañones de Europa con

volcanes de América […]” Tomado de nota 338 de: Asturias, Miguel Ángel; El Señor Presidente. Miguel

Ángel Asturias, edición crítica. Gerald Martin (Coordinador) ALLCA XX, Colección Archivos, No. 47.

España 2000. Página 408. 40 González Goyri, Óscar; “Recuerdos de los terremotos de Guatemala 1917–18” (II). Guatemala : El

Imparcial, edición del jueves 1 de febrero de 1968. Páginas 9 y 13. 41 Se transcribe como aparece en el original: “concento de los cantos navideños”, aunque quizás el autor quiso

escribir “concierto de los cantos navideños” y en consecuencia se trate de un lapsus del editor. 42 En las posadas navideñas de Guatemala, que se realizan cada una de las noches del 15 al 24 de diciembre,

al sonar la caparazón de una tortuga con un pequeño palo cuya punta está cubierta de “chapopote”, suena

como “Tu, tu, ti, cu, tu”; por eso la canción popular “Tortugas” dice en su primera estrofa:

“Tu, tu, ti, cu, tu,

tu, tu, ti, cu, tu,

las tortugas vienen anunciando ya,

tu, tu, ti, cu, tu, ti, ti, cu, ti, cu, tu,

que ya viene llegando la Navidad.”

Ver y escuchar en http://www.navidaddigital.com/villancicos/las-tortugas/

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villancicos, sones y alabados ni cuenta se daban los acompañantes de la posada de la constante tembladera. Llegó la hora de la misa de gallo la cual oímos en Santa Rosa; y tras cumplir el piadoso rito volvimos a casa; el niño Dios ya se veía en su pesebre rodeado de pastorcillos y serafines. En tanto ponían la mesa y servían los tamales, en la sala, a la luz de un quinqué (nosotros no teníamos luz eléctrica) le leí a mi padre «La noche–buena del poeta» de don Pedro Antonio de Alarcón. 43 Los vecinos de enfrente tenían fiesta a lo grande en esa Pascua, daban ganas de bailar oyendo «Tres piedras», tocada con brío por la marimba. Toda la noche danzaron felices aplaudiendo «La gran división», «La pulga» y demás piezas de moda. A cada remezón corrían a cobijarse bajo un frondoso árbol de acerola, señero ornamento de su patio. 44 El día 25 arreciaron los temblores, mas debido al desvelo anterior la población se entregó al sueño bien temprano. Tal vez serían las diez de la noche cuando ocurrió la primera gran sacudida de la tierra. Rápido fui a abrir la puerta, llegando al zaguán oí el espantoso estruendo con que caía la casa de esquina, residencia del licenciado don Abel Girón cuya señora estaba de parto en esa noche; corrí para avisar que se estaban cayendo las casas. La puerta de calle, cornisas y balcones de la casa de don Abel los vimos venirse al suelo cuando salimos. Mi madre voló hacia el «nacimiento» tomó al niño Dios bien apretado contra su pecho y nuestro padre quebrantadísimo de su salud desde meses antes, su estado era tal que, en pleno peligro hubo necesidad de sacar una silla mecedora para sentarlo a media calle pues no podía ponerse en pie de tan nervioso y pavorido como estaba. El cielo de diciembre, tan bello, que siempre luce por miríadas la rica brillante pedrería de sus estrellas, esa noche estaba lóbrego y funesto, cuajado de negros e inmensos nubarrones. Allí, a la intemperie familias, conocidos, amigos, y vecinos presenciamos cómo fallaban a cada turno las diversas propiedades, cómo levantaban como humo, grandes polvaredas. Precedían a los sismos prolongados retumbos, semejantes al ruido del mar en la alta noche. De casa del licenciado don José Pinto que era de

43 Asturias escribió varios poemas alusivos a la navidad: “Posada de Nochebuena” (1918–1928), “Nochebuena de América” (1929), “Adoración de los pastores” y “Adoración de los reyes magos”, ambos

entre 1933–1939. Véase:

Asturias, Miguel Ángel; Poesía : Sien de alondra. 1 ed. Buenos Aires, Argos, S. A., 1949. 253 pp. (Colección

“Obras de Ficción”). “Flecha poética” de Alfonso Reyes, pp. 7-8. Caricatura por Toño Salazar.

-----------------; Poesía : Sien de alondra. 1 edición en Guatemala. Guatemala : Ministerio de Cultura y

Deportes. Editorial Cultura, 2017. 44 Malpighia emarginata, llamada comúnmente acerola, cerecita, manzanita o semeruco, nombre que recibe su

fruto, es una especie de la familia Malpighiaceae que crece espontáneamente en América Central, las Antillas

y en las zonas tropicales húmedas de Sudamérica. La acerola es un arbusto grande, denso o un árbol pequeño

que alcanza hasta 20 pies (6 m) de altura e igual de ancho, con ramas más o menos erectas o caídas,

minuciosamente pubescentes, un tronco corto y de 4 pulgadas (10 cm) de diámetro. Véase Wikipedia.

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alero, se precipitaban en chorrera las tejas, a gran velocidad igual a los niños deslizándose en un tobogán. Cuando calmó un poco hubo un sentimiento unánime: buscar más amplio refugio, todos nos encaminamos a la plazuela del Teatro Colón; aquella a oscuras, pues suspendieron el servicio de alumbrado eléctrico, más la polvazón flotante daba perfiles fantasmales a la multitud de damnificados.

PINTURA DEL ARTISTA ÓSCAR GONZÁLEZ GOYRI, QUE MUESTRA PARTE DEL INTERIOR

DEL TEATRO COLÓN, ANTES DE 1917. COLECCIÓN MUSEO NACIONAL DE HISTORIA https://www.facebook.com/ChichicastenangoHoyYSiempre/posts/446986155476903

Cuando llegamos allá ya se había quebrado hasta la base la altísima pared del escenario; se alcanzaba a ver un enorme oscuro boquete del cual salía a manera de niebla una lenta columna de polvo. Estaba colmada de miles de refugiados, en todos sus contornos que invadieron los jardines que rodeaban el coliseo. Allí los vecinos del teatro, del barrio de Santo Domingo, del barrio de la Merced, de las cercanías de San José, más los humildes huéspedes de los mesones de oriente y del teatro. Buena cantidad de estos de rodillas sobre los escombros, rezando a gritos «¡Santo! Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal!» Clamaban al Altísimo impetrando misericordia.

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45 Aturdidas, confusas y locas las madres buscaban a sus pequeños hijos, otros niños en gran llanto hacían más aflictivos los momentos. Se oían gemidos, quizá de alguien que estuviera atrapado entre las ruinas y, a quien no se podía prestar ninguna ayuda, ningún auxilio médico mientras no aclarara el día. Permanecimos los vecinos de la novena calle y trece avenida hermanados en un gran grupo al sur de la plazuela cuyos árboles de agitaban como zarandeados por ciclópea mano; de repente escuchamos como cañonazos el estallido de las cúpulas al hundirse. Aprovechando una brevísima tregua, Fernando mi hermano y yo tuvimos la misma idea: acercarnos a las iglesias para ver si era cierto que habían cedido las cúpulas. Alcanzamos la esquina del hotel España donde nos encontramos con gran sorpresa con nuestro primo hermano Valentín. La «casa de los picos» como le llamaban a dicho hotel había aguantado hasta ese momento, estaba en pie. Saltando entre fragmentos de muros y salvando los balcones caídos que yacían por tierra, iguales que inmensas parrillas, llegamos al atrio del templo: ¡era cierto! ya no existía el antes majestuoso domo mercedario y sus torres estaban gravemente

45 Los terremotos en Guatemala en 1917 y 1918: “Teatro Colón”. Imagen tomada de

https://mundochapin.com/2012/03/el-terremoto-de-1917-y-1918/5003/

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dañadas. En silencio regresamos los tres, muy aprisa porque una nueva serie de terremotos se agudizó entonces.

Vista del desaparecido Teatro Colón, el cual fue seriamente afectado por el terremoto, a su alrededor las

“tembloreras” o champas provisionales. (Foto: Hemeroteca PL)

http://www.prensalibre.com/hemeroteca/terremoto-en-guatemala-1917-18 En una de estas pudo haber vivido González Goyri y su familia durante los primeros meses de 1918.

Próximos a la esquina donde se erguía el busto de Pepe Batres vimos rodar, íntegro, pulverizado, todo el hotel España, ante cuya fachada habíamos pasado minutos antes. La estatua de mármol de Colón frente al Coliseo bailaba con gran zangoloteo a riesgo de caer dentro de la pila que lo rodeaba. A pesar de la violencia en crescendo de los sismos, volvimos los tres a subir la empinada 8ª calle, queríamos saber si también la cúpula de la Santa Seo había

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fallado; frente al hotel Unión de dos pisos y la casa de don Ángel B. Coronado, 46 más alta aún, nos sorprendió otro gran terremoto, corrimos a la esquina del mercado central y paramos nuestra carrera frente a la casa del Sagrario. ¿Para qué exponernos más? Desde allí se constataba la desgracia. Ya estaba ausente la dorada cúpula de nuestra catedral. ¡Evidente!, la ruina de nuestra Guatemala era aplastante. Como en la boca de una linda jovencita causa pesadumbre la falta de piezas dentales, así con dolor indescriptible, inenarrable, veíamos en aquella infausta noche, las oquedades, las mutilaciones de nuestros más amados templos. Casi puedo decir y asegurar que la ruina de nuestra propia casa nos importaba un ardite, nos dolía, nos pesaba más ver la pérdida de Catedral, y al considerar que todos aquellos templos, aquellas magníficas arquitecturas que formaron parte de nuestras vidas, que fueron nuestro orgullo de guatemaltecos, las veríamos a la luz del amanecer con sus torres desmoronadas, sus naves hundidas, sus cúpulas abatidas, sus arcos rotos, sus esbeltas columnas decrepitadas, truncas, informes como los templos de Antigua, nuestro duelo era más hondo si pensábamos que podrían seguir como aquellos en abandono llenos de basuras y de malezas.

III 47 Ya no hicimos más salidas en esa noche. Bastaba con lo visto. El regreso lo hicimos por la 9ª calle; del Instituto de Varones había caído todo el segundo piso, y sin mayores daños estaba el Edificio de la Propiedad Inmueble, nos unimos a nuestra familia. Fue imprudente y temerario lo que hicimos. Pero ¿quién hubiera sido capaz de impedirlo y detenernos? Varios religiosos dominicos asistían a su grey en esos momentos. De pie o hincados sobre escombros la gente del pueblo se confesaba, preparándose a bien morir, sin duda creían llegada la hora del Juicio Final y en verdad lo parecía.

46 Aunque con un largo y rastrero título, él también dejó para la historia el siguiente texto de 32 páginas:

Coronado y Pacheco, Ángel B.; La ruina de Guatemala : capital del la República de Guatemala, América

Central. Acaecida durante la noche del 25 de Diciembre de 1917, siendo presidente de la República el ilustre

quetzalteco, benemérito de la patria, Licenciado Don Manuel Estrada Cabrera. Quetzaltenango, Guatemala : Tipografía Sánchez & Guise, 1918. En una de sus páginas anota: “A las diez y treinta minutos de la noche, un

temblor de tierra vibratorio, recorrió como una onda la ciudad, y la hizo enmudecer de espanto, alarmando a

los que estaban despiertos y haciendo levantarse de sus lechos a todos los habitantes; a las once menos diez

minutos, un movimiento trapidatorio, de gran intensidad, sacudió los edificios durante 45 segundos, apagó los

focos incandescentes de las casas e hizo huir a las calles y a las plazas a todos los vecinos, que a medio vestir,

desnudos o en traje de baile, se refugiaron en ellas, enloquecidos de terror. A las doce y media cuando en las

plazas, los parques y las calles se agrupaban todos, un nuevo estremecimiento oscilatorio apagó los grandes

focos eléctricos de arco de las calles y derribó la ciudad entera, ahogando a todos con el polvo que los

escombros al caer produjeron.” 47 González Goyri, Óscar; “Recuerdos de los terremotos de Guatemala 1917–18” (III). Guatemala : El

Imparcial, edición del jueves 15 de febrero de 1968. Páginas 11 y 15.

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Semejante al rodar de las bolas de boliche en los pisos de madera, así se oía de tiempo en tiempo el ruido de los retumbos que procedían a nuevos remezones. Nadie pudo pegar los ojos; en la amanecida todos estábamos prendidos como almejas a los troncos de los árboles para defendernos de una llovizna fina y del frío que vino a agregar un sufrimiento más. La escaza luz del nublado cielo, al otro día, hizo visibles los estragos de nuestra vigilia, nos vimos con extrañeza, teníamos patibularias y demacradas las facciones, algunas mujeres con sus ojos enrojecidos por el llanto. Sólo dormían plácidamente algunos viejitos rendidos del plantón nocturno y los niños —ignorantes de lo acontecido— se veían tranquilos soñando en el regazo de sus madres tumbadas en la pura tierra, respiraban dulcemente, inocentes, pálidos y bellos…

Por ninguna mente pasó la idea de regresar a sus casas. A los primeros rayos del sol comenzó la gran tarea: resguardarnos de la inclemencia de los elementos: hormigueaba de actividad toda la plazuela. Acarreábanse lonas, petates, ponchos. Las tablas caídas de los tapancos, vigas de las tijeras, el maderamen de los tejados, todo se iba trayendo hacia el futuro campamento; y, algo era notorio: no había celo de vecinos enemistados, no había diferencias de clases, el rico de ayer ofrecía cuanto podía de sus caídas casas, ayudaba a los pobres empeñados en armar barracas. ¡Por fin!, dijimos, «El amaos los unos a los otros» se cumplía, ni resentimientos, ni odios ni rencores. Una fraternidad insólita era como bálsamo en aquellas aciagas horas… pero también la luz del nuevo día, como correr la cortina de un escenario, nos mostraba la dura realidad; un panorama desolador, todo ofrecía un aspecto de inexorable bíblica destrucción. El ángel Exterminador, aquella trágica estampa que nuestros ojos niños veían con pena en La Mesíada de Klopstock, había blandido su flamígera sangrienta espada destructora sobre nuestra Guatemala, en esta memorable e infausta efemérides… A medida que iban llegando de otros barrios personas amigas en búsqueda de sus parientes, se confirmaba más y más la plenitud del desastre. El Hospital de San Juan de Dios, ni restos; la Capilla nueva, en estilo gótico para el Señor de las Misericordias, levantada atrás del propio hospital, no existía, nunca supo ésta de las ceremonias del estreno… El mesón de los ferrocarriles al derrumbarse aplastó decenas de míseros huéspedes. La Estación Central y la Plaza de Toros eran informes masas de escombros. En el templo fransciscano la cúpula no se hundió pero su cimborrio presentaba un magno agujero como si hubiera sido blanco de un proyectil de artillería de sitio. El abovedado techo al caer de tanta altura hundió el piso del templo que dejó ver la nave subterránea. Santa Teresa se deshizo en inmensos bloques, la Recolección y San Sebastián arruinados totalmente, lo mismo que nuestra Señora del Carmen y otros templos menores. De Santo Domingo sólo cayeron las estatuas de Santo Tomás de Aquino, San Vicente Ferrer y el propio santo patrón de la iglesia, que se erguían en lo alto de su fachada; su cúpula se mantuvo ilesa.

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Sólo nos quedaba un consuelo, el Cerrito del Carmen no había caído. En su campanario, Fernando mi hermano, mi primo Valentín, Alberto Palacios y yo, repicamos al entrar a la ciudad las tropas guatemaltecas que volvían de la guerra de 1906. 48 Todos los capitalinos sentíamos una gran predilección por la sencilla ermita desde cuya colina cuántas veces vimos en horas crepusculares caer el sol tras la altiva silueta de su muralla de volcanes. A seguidas venían noticias del sur de la ciudad. La Escuela Práctica, el Asilo de Ancianos, el Hospital Militar y el Palacio de la Reforma yacían todos en escombros. Don Rufino rodó de su pedestal con todo y su caballo, rota la cabeza y rota su triunfal bandera. 49 El acueducto destrozado en sus arquerías desparramaba el agua, anegando los llanos de la Reforma. Tres días pasamos sin ir a ver tales desastres afanados como estábamos en armar una gran tienda de campaña, donde nos albergaríamos varias familias: las del licenciado José Pinto, de don Emilio Andrade, de Ricardo Sagastume y mi propia familia, amén de otros amigos entre ellos el subteniente Enrique C. Valladares M. y Ramiro Rivera.

El conserje del Teatro Colón era amigo del licenciado Pinto, ello nos permitió sacar un gran telón (los telones y bambalinas del teatro eran de lona, no de papel kraft como hoy se usan). Así bajo ese gran toldo que representaba la decoración de la zarzuela «La Torre del Oro» hicimos vida en comunidad de la 9ª calle y 13 avenida. Don Alfredo Herbruger montó su tienda en la esquina sur, don Flavio Guillén, levantó su barraca adyacente a la nuestra. Las familias de Manuel B. Gallardo y de Eduardo Contreras un poco más allá, lo mismo Valentín Dávila muy cerca de la gran barraca en que instaló su cuartel general, el general don Enrique Arís, jefe de nuestro campamento; 50 en ulteriores días, al poniente de la

48 Se trata de la guerra contra El Salvador (7 al 11 de julio de 1906), cuyas tropas al mando del general Tomás

Regalado pretendían invadir Guatemala, acusando al presidente Manuel Estrada Cabrera de oponerse a la

unión de Centroamérica. La batalla del 11 de julio definió el final de la guerra, pues el general Regalado

recibió siete disparos en diferentes partes del cuerpo. Se recomienda leer: Díaz O., J. Lizardo; Estrada

Cabrera, Barillas y Regalado. Guatemala : Editorial San Antonio, 1962. 49 Se refiere a la estatua del general Justo Rufino Barrios, que en ese tiempo estaba colocada en el Paseo de la

Reforma. Después fue trasladada a su ubicación actual, en la Plaza Barrios (9ª avenida y 18 calle de la zona 1 capitalina). 50

Respecto al general Arís, se sugiere: Arís de Capuano, Blanca (Compiladora y Editora); Enrique Arís.

General, Funcionario y Ciudadano Guatemalteco (1863-1936). Guatemala : Serviprensa Centroamericana,

junio de 1984. El abogado e historiador Manuel Coronado Aguilar lo recuerda con mucho aprecio en sus

memorias, así como lo que él vivió durante los terremotos y la ayuda brindada a la comunidad, siendo

secretario del citado general: Coronado Aguilar, Manuel; Retazos de la vida. Coram veritate (frente a la

verdad). Guatemala : Tipografía San Antonio, 1942. Ver en este: “Retazos de la vida -61. El General Enrique

Arís”. Sobre Coronado Aguilar véanse algunos apuntes en:

Batres Villagrán, Ariel; “El año 2001” visto en 1947 por Manuel Coronado Aguilar. Véase: El Diario del

Gallo, Blog sobre Literatura Guatemalteca, publicado el 15 de junio de 2011; edición digital en

http://diariodelgallo.files.wordpress.com/2011/06/el-ac3b1o-2001-manuel-coronado-aguilar.pdf. Editado

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Plazuela, se instalaron don Alberto Cóbar, don Julio Pérez, padre de Rafael Pérez de León y su familia, 51 el doctor colombiano Villa–Haussler. Al norte estaban los Batres Gallardo, los Soto y en fin muchísimos refugiados cuyos nombres ya olvidé. Los Molina Izquierdo, parece que aguantaron en su temblorera al centro del patio principal de su casa. La familia del doctor Macal y la del licenciado Francisco Fajardo imagino que se refugiaron en sus fincas. Don Byron Zadik tampoco salió de su casa. La presencia del general Arís en nuestro campamento hizo que no se cometieran abusos y que tomara alguna forma organizada: dejaron libre la acera interior en todos sus contornos y las tiendas de víveres y otras mercancías se situaron sobre las banquetas de la calle, en sus cuatro ángulos. Enrique C. Valladares M. quedó como asistente de órdenes de Arís para organizar las rondas nocturnas que celaban el orden. Don Byron Zadik como jefe de la policía internacional para el mismo objeto. El general Arís con su acostumbrado dinamismo consiguió un carretón de Ocampo (eran los transportes más grandes de entonces) con dos buenos percherones y mandó a

también por: Monografïas.com (Argentina), el 4 de agosto de 2011,

http://www.monografias.com/trabajos88/ano-2001-visto-1947-manuel-coronado-aguilar/ano-2001-visto-

1947-manuel-coronado-aguilar.shtml

---------------; Cronología de Manuel Coronado Aguilar (1895-1982). Publicado así: Martes 6 de marzo de 2012, en Monografías.com, http://www.monografias.com/trabajos-pdf4/cronologia-manuel-coronado-aguilar-

1895-1982/cronologia-manuel-coronado-aguilar-1895-1982.shtml; y, The Black Box –Blog económico y

político de Centro América, http://ca-bi.com/blackbox/?p=6433. Miércoles 7 de marzo de 2012, en: Diario del

Gallo, Blog sobre Literatura Guatemalteca, http://diariodelgallo.wordpress.com/2012/03/07/manuel-

coronado-aguilar-ensayo-de-ariel-batres-villagran/. Jueves 8 de marzo de 2012, en: Portal Web del Ministerio

de Cultura y Deportes, http://www.mcd.gob.gt/wp-content/uploads/2012/02/CRONOLOG%C3%8DA-DE-

MANUEL-CORONADO-AGUILAR.pdf 51 Rafael Pérez de León (1896-1958). Algunos aspectos de su vida: En 1913 ingresó a la Academia de Bellas

Artes y compartió enseñanzas con José Luis Balcárcel y Oscar González Goyri. En 1922 fue cofundador de

la Universidad Popular (UP), junto a Miguel Ángel Asturias, David Vela y otros. Estudió en la Escuela de

Artes Plásticas y concluyó en 1927. Obtuvo una beca para estudiar arquitectura e ingeniería en París. En 1935 y 1936 impartió la cátedra de dibujo arquitectónico. Durante el gobierno de Juan José Arévalo fungió como

ministro de Comunicaciones y Obras Públicas. Entre sus obras diseñadas en la Ciudad de Guatemala se

destacan: La cúpula del templo de La Merced. El Palacio Nacional de la Cultura. El edificio de la Dirección

General de Correos y Telégrafos, donde funciona en la actualidad el Centro Cultural Metropolitano. El

edificio del Asilo de Ancianos. El monumento a los Próceres de la Independencia, también conocido como El

Obelisco. Antiguo Aeropuerto La Aurora. La fuente de la Plaza de la Constitución. El edificio de Sanidad

Pública. El edificio de la Escuela de Artes y Oficios, actualmente se encuentra el Ministerio de Educación. La

Biblioteca Nacional. En el interior de la República dejó su arquitectura, como el parque Centroamérica

en Quetzaltenango y los edificios de Gobernación y de Correos en Retalhuleu. Fuente:

https://aprende.guatemala.com/historia/personajes/biografia-rafael-perez-de-leon/

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nuestro subteniente con este vehículo a La Palma, residencia del presidente Estrada Cabrera desde donde se acorría con víveres a los damnificados. Al ver el pesado carretón, el presidente dispuso cargarlo con toda clase de comestibles y llamando a Enrique, le dijo: Vaya al campamento de la Concordia a repartir eso! Señor, le objetó Valladares, ese carro lo consiguió el general Arís para los que están instalados en la plazuela del Colón— Cabrera le dijo al joven militar: «No le estoy preguntando de dónde viene, le estoy ordenando que lo lleve a la Concordia», y cuadrándose militarmente aquél se despidió para cumplir el mandato. Cuando regresó a nuestro campamento Enrique le dijo al general: El señor Presidente me ordenó llevar el carretón al campamento de la Concordia. Arís contestó: «Son cosas del señor Presidente y, donde manda capitán no manda marinero».

IV 52 Al nomás rayar la luz del día despertamos con el golpear de los martillos, el tole–tole de los serruchos y la clavazón de láminas; ya no se escuchaban —como ayer— tañidos de campanas llamando a misa, ni sirenas de fábricas llamando al trabajo ni el alegre bullicioso alboroto de clarineros y sanates. Por eso una mañana despertamos con el grato clarinazo de unos gallos muy próximos, al parecer, de la covacha. Sorprendidos nos levantamos con presteza para averiguar dónde estaban estas aves y atrás bien cerca de nosotros había sentado sus reales la noche anterior cierto gallero conocido que criaba con esmero finos ejemplares con destino al patio de gallos. A la sombra de un tapexco no muy alto y guardando distancias convenientes picoteaban granos de maíz, tres altivos gallos de soberbia cabeza descrestada. Amarrado cada uno de una pata hichaban el buche orgullosos retando con su canto al compañero con sus ojos brillantes y la esbeltez de su figura, al verlos nos acordamos del gallinero de nuestra casa y a la luz de los recuerdos hicimos comparaciones de los ruidos familiares de nuestro barrio; repiques de Santo Domingo, pitazos del tren del norte, bocinas de las carretas del pan, el flautín del afilador, el turrumbum turrumbum de los cántaros de latón de los toneles de agua del Tuerto, los repasos de música de marimberos que tenían estudio frente a las ventanas de nuestro dormitorio, luego el trotecito del caballejo de la carretela del médico y al medio día el esperado cañonazo del Instituto de varones, dando las doce, por el cual se regulaban los relojes. Al anochecer, el trabajoso rodar de los pianos de manubrio, arrancando piedras al empedrado; era de ley que en la esquina de nuestra casa y bajo el farol público, rompían la calma nocturnal con las notas de «El amor en automóvil», la «Viuda Alegre» o algún vals de Strauss; casi de inmediato los clarines del cuartel de Caballería

52 González Goyri, Óscar; “Recuerdos de los terremotos de Guatemala 1917–18” (IV). Guatemala : El

Imparcial, edición del martes 27 de febrero de 1968. Páginas 9 y 13.

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anunciaban las ocho. Todos esos ruidos de fuera, nos quedaron grabados en la mente al guardar cama dos semanas en nuestra primera seria enfermedad. Ahora todo el dinamismo estaba contenido en clavazones de tablas pues los moradores del campamento se daban prisa para construir viviendas mejores, techadas de láminas de zinc a fin de librarse de las constantes lloviznas. En la esquina sur frente a la residencia de doña Pilar Larrave de Castellanos ya estaba terminado el oratorio en cuyo altar sería colocada la imagen del Nazareno hecha por don Salvador Posadas, escultor, compañero habitante del lugar. Según eso el domingo ya oficiarían misa en nuestro campamento.

Precisaba también que nuestro albergue estuviera a prueba de agua y como los demás carecíamos de medios para conseguir láminas, don José Pinto allanó la cosa. Poseía el licenciado un terreno próximo al callejón del Brillante en el arrabal del barrio de la Parroquia, sembrado estaba en parte de cafetos y frutales, el resto puro zacatonal de cuatro manzanas donde había dos ranchos y una caballeriza grande cubierta de láminas y él autorizó irlas a quitar para provecho de la barraca colectiva. Era fácil, dado que toda la muchachada estábamos cesantes, disponíamos del tiempo a nuestro antojo y nos sobraba voluntad. Así, para allá fuimos, Ricardo hijo de don José, los hermanos Andrade, Enrique C. Valladares M., Ramiro Rivera, mis hermanos, Ricardo Sagastume y yo. Provistos de martillos y otros fierros luego dimos fin a la tarea. Tan sólo quedaba el problema del acarreo; carretas de mulas, ni para remedio, ¿de bueyes? menos, estaban más solicitadas para descombrar casas que si fueran mozas bonitas. Cargar entre dos personas un par de láminas era absurdo, quemaban las manos de calientes que estaban por el sol. Además el camino desde la Parroquia al Teatro Colón era considerable, y oportuno tener en cuenta el decir de Julio Mancilla, un viejo amigo, quien solía advertir en parecidos casos: «En camino largo hasta las jetas pesan». Arrinconada hallábase en un ángulo de la caballeriza una pequeña carreta. ¡Eureka! dijimos como el sabio y cargamos aquel material en ella y, unos halando las lanzas y otros atrás empujando fuimos haciendo el transporte, empero, si éramos jóvenes, esforzados y bastantes, también nos faltaba experiencia para estos oficios, por ello fuimos haciendo descansos de trecho en trecho, dando tranquijones en los estropiezos de las calles, sembradas de escombros. Pesaba de verdad pero la juventud es bravía y no se rinde ante las dificultades; así, íbamos sudorosos y tostados por el sol cortando distancias entre la sorpresa admirativa de los viandantes. ¡Llevan lámina! decían envidiando nuestro cargamento más que si lleváramos el vehículo lleno de pepitas de oro de Klondike. En la Guatemala que acababa de fenecer, usaban azoteas, techos de teja de barro o raramente techos abovedados, de modo que disponer de láminas de cualesquier metal, en ese entonces era contado el número de propietarios en posesión de tal material, no es extraño pues que en los días del terremoto se volvieran indispensables y preciosas para cubrir viviendas

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asísmicas; aún las oxidadas y llenas de agujeros eran apetecidas y costaba conseguirlas extrayéndolas de las casas derruidas. Los amigos de lo ajeno a riesgo de sus vidas se exponían sacándolas averiadas y torcidas, porque por bando y ampliamente pregonada la ley marcial autorizaba a las patrullas para disparar sobre aquellos que fueran sorprendidos robando, por una parte y, por otra, porque empeñados en esa tarea peligrosa, habitaciones desplomadas, paredes rajadas, o techos sostenidos por milagro de equilibrio podían dejar sepultados para siempre a los osados. 53 Cuando íbamos pasando con dicha carreta por las calles de la Parroquia un olor delicioso, inconfundible nos llegó a las narices, el olor de pan caliente recién horneado; ¡hacía tantos días que no saboreábamos este alimento!, pues en vez de pan comíamos bananos verdes rescoldados en las brasas. Dos panaderías activas, limpiaron los lugares para el amasijo y reparando los hornos. ¡Estaban haciendo su agosto! Una larga cola de mujeres, niñas, muchachos y hasta viejos esperaban la salida del pan, con servilletas y canastas. Entramos en la amplia avenida de San José, donde por su anchura había menos ripio y allí rodaba más ligero nuestra carreta, doblamos la 5ª calle para cruzar la 12 avenida, allí volvió nuestro via crucis, se dificultaba por altos montones de cascote, hierros, ladrillos y demás materiales, pero un esfuerzo más y ya estábamos en la Plazuela. Fue una novedad, se aglomeraban los moradores del campamento. ¿Dónde sacarían tanta lámina? Y codiciosamente miraban la carreta que triunfalmente hicimos ingresar a la vera

53 Respecto a los saqueos en su obra autobiográfica Memorias de Jalapa (1977), el guatemalteco Clemente

Marroquín Rojas (1897-1978), periodista, escritor, vicepresidente de la República (1966-1970), relata:

“Yo salí y con un grupo de gente hambrienta, asaltamos una tienda de comestibles y yo me alcé con

un costalito de arroz y una botella de manteca de cerdo. Más allá, al pasar por una carnicería, entramos y me

apoderé de una costilla. Armado así hice mi entrada en el Potrero de Corona, donde mi madre había ya

juntado un pequeño fuego y hacía café. Volví a salir y retorné con azúcar y un atado de dulce de la finca de

Escamilla y, lo más grato, con tortillas de Mixco, las cuales sí fueron compradas.

Cuando recuerdo esto comprendo la fuerza del hambre. Para un pueblo hambriento no hay nada que

le detenga: saltará por sobre todo, aun por sobre las bayonetas, que no existen, para llevar algo al estómago propio y al de sus hijos o padres inválidos. Debo advertir que todos mis compañeros asaltantes eran chancles

como yo, nada de obreros, los cuales fueron a las plazas en campaña igual de saqueo para comer lo que

hubiera. Por eso dicen las historias que los parisienses caminaron a la Bastilla un catorce de julio ya remoto,

gritando: ¡Pan!... ¡Pan! Por eso se dice que no es el corazón lo que manda al cuerpo, no es el cerebro, no es

nada de eso, sino las tripas, el estómago. Lo único que compré por un valor tres veces más alto que lo justo,

fue una botella de manzanilla comprada, precisamente, en aquella cantina de la Diabla, que había abierto no

sé quién y hacían su agosto con todo valor, porque, a todo esto, la tierra seguía danzando bajo nuestros pies...”

Marroquín Rojas, Clemente; Memorias de Jalapa o Recuerdos de un remichero. Guatemala : Tomo I.

Editorial del Ejército, 1977. Páginas 191 a 192. Nota: El tomo II no fue editado.

Véase también: Batres Villagrán, Ariel; Saqueos después de un terremoto. Año XIV • Nº 228, 15 de marzo de

2010, Cagua, Venezuela https://letralia.com/228/articulo02.htm

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de la covacha colectiva. Con ellas quedó hecha una amplia galera suficiente para las cuatro familias. Fue la más grande del Colón. Cuando regresamos ya estaba el Cristo de la Cruz a cuestas en la Capilla, a estas fechas la venerada imagen de Jesús de la Merced había sido llevada por los fieles al Campamento de Corona, para salvarla del peligro de destrucción; otro tanto hicieron los cofrades con la del Nazareno de Candelaria, éste veíase colocado en una Capilla erigida en predio propiedad de don Joaquín B. Madrid próximo al tanque público, terreno que invadieron los vecinos de las cercanías, y, de paso debemos añadir que a pesar del estado sumamente ruinoso del templo La Merced, el padre Prado se negó rotundamente a abandonar su Iglesia, semejante a los Capitanes marinos que mueren con su barco, cuando éste se hunde en acción bélica o naufraga al embate de recias tempestades. 54

54 En virtud que González Goyri menciona a “don Joaquín B. Madrid”, bueno es referir que el periodista

Clemente Marroquín Rojas también lo recuerda, solo que lo nombra como “Don Joaquín R. Madrid” y lo

relaciona no solamente con los terremotos de 1917–1918 sino que por ser amigo del dictador Manuel Estrada

Cabrera, tuvo que oponerse a prestar su casa para resguardo de los pocos bienes que quedaron de una iglesia,

razón por la cual al caer el dictador en abril de 1920 fue linchado por la turba, a resultas de lo cual su viuda

tenía inquina contra el aún estudiante universitario Miguel Ángel Asturias, por suponerlo causante de su

muerte al formar este parte de los “Estudiantes Unionistas” que apoyaban sin reservas al Movimiento

Unionista. El texto de don Clemente Marroquín se transcribe literalmente a continuación:

Agoniza la mujer que le pegó al premio Nobel. Clemente Marroquín Rojas. 6 diciembre 1967 “DOÑA MARÍA VALENZUELA viuda de Madrid está agonizando. El año 1920 Miguel Ángel

Asturias organizaba la sucursal del Partido Unionista en el barrio de la Candelaria. Don Joaquín R. Madrid era

amigo de Estrada Cabrera y, para los días de los terremotos había construido en su sitio cercano a aquella

Iglesia, una capilla de Madera para guarecer en ella al Señor de la Candelaria, imagen tan milagrosa como

querida. Con el Cristo se posesionaron de la casa los padres García: don Herlindo y don Luis.

ESTRADA CABRERA SUPO ESTO y riñó muy duramente a don Joaquín Madrid por

“traicionarle”; es decir, por dar su casa a los enemigos de su gobierno. Don Joaquín ni su familia sabían nada

de aquella actuación política. Por ello, don Joaquín indignado fue a reclamarle a los sacerdotes su actitud poco

grata y estos, indignados, sacaron de la capilla a Nuestro Señor, diciendo que Madrid los había echado.

CUANDO ESTRADA CABRERA CAYÓ en abril de 1920 don Joaquín Madrid fue uno de los

detenidos en el Colegio de Infantes, donde se improvisó una cárcel para todos los amigos de Estrada Cabrera. De aquí comenzaron a echar al pueblo enfurecido, uno por uno a muchos de aquellos presos y en el número

cuatro salió don Joaquín Madrid a quien lo despedazó el populacho de la Candelaria porque alguien azuzó con

el recuerdo de la expulsión de los curas de la casa particular de don Joaquín.

A LOS DOS AÑOS, EN 1922, celebrábamos la huelga de Dolores. Doña María de Madrid, ya viuda,

tenía una casa de huéspedes donde vivíamos casi una docena de estudiantes de la Universidad. Al terminar el

holgorio fuimos en grupo a aquella casa a pedir café, comida y lo que hubiera. Con nosotros entró Miguel

Ángel Asturias y comenzamos a comer lo que nuestra patrona, doña María, nos pudo dar. Pero cuando Miguel

Ángel se comía una tortilla doblada, y sorbía unos tragos de café, doña María se le quedó viendo y tomando

de la cocina un leño, descargó sobre Miguel Ángel el primer golpe. ¿Qué hace aquí este cara de batidor,

responsable de la muerte de mi marido?, decía ella enloquecida de cólera… Miguel Ángel escapó de la paliza

que habría seguido de no habernos interpuesto…

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V 55 El año nuevo pasó inadvertido; era natural que nadie pudiera decir: ¡Feliz Año!, dadas las circunstancias en que vivíamos, si bien había algo de alivio en los últimos días, porque iban cediendo en frecuencia y en intensidad los temblores. El día 3 de enero, después de almuerzo dispusimos Ricardo Pinto y yo ir de visita a otros campamentos, y en el itinerario que nos fijamos teníamos en primer lugar que averiguar cómo estaba nuestra amiga Alicia Rodríguez. Ella se refugió en el patio de una fábrica de aguas gaseosas de Teodoro Rudeke, por la Estación del Ferrocarril; enfilamos pues, por la décima avenida sur, caminando a media calle como lo hacía el Licenciado Vidriera de la novela cervantina y llegando a la 14 calle, a las dos de la tarde ocurrió un nuevo, formidable y dilatado terremoto. Muchos alambres reventaron al caer los postes y los faroles de la luz se hamaqueaban como incensarios. La pared del predio atrás de las Beatas de Belén la vimos caer en toda su longitud, como castillo de naipes y hubimos de detenernos porque como cortina de humo se levantó la polvazón, cegándonos; perplejos, atónitos, atribulados, no sabíamos qué hacer, si regresar o seguir en nuestro inicial propósito. Este temblor sí que acabó con lo que se había salvado —dijimos— cabalmente, cuando llegamos al Colón, estaba la primera noticia; ¡la ermita del Cerrito del Carmen se arruinó por completo! La esperanza que empezábamos a alentar se esfumó; parecíamos sentenciados; ¡de Guatemala no quedaría piedra sobre piedra! y, si la catástrofe era horrible en la ciudad, en la Necrópolis fue mayor: los muertos salieron de sus tumbas, esqueletos enteros, osamentas esparcidas y cadáveres en plena descomposición envenenaban la atmósfera. Fue preciso cerrar el acceso del público a aquel recinto y formar grandes piras en que ardieron de consuno ricos y pobres. Las autoridades con muy buen acuerdo tomaron esa disposición, para prevenir el desarrollo de una epidemia. Lo ocurrido en el Cementerio y la salvación de la población decumbente en los hospitales fueron sucesos muy dramáticos, pero de esto tan sólo anoto lo que oí referir, porque podría repetir ahora las palabras de Bernal «yo non lo vide».

POR ESO DECIMOS QUE LA MUJER que le pegó unos golpes al Premio Nobel de la Literatura —

1967— está agonizando en estos momentos. Quizá cuando lo escrito esté impreso, ella ya no exista. Estaría,

en el próximo abril, cumpliendo los 93 años, mientras que Miguel Ángel se acerca rápidamente a los setenta.

Nosotros explicamos, años más tarde, que Asturias no tenía culpa directa alguna en el crimen que la dejó

viuda; y tengo la seguridad de que ya no habría intentado acusarle de aquel suceso ingrato. También si Miguel

Ángel estuviera aquí, habría estado cerca de ella platicándole en los últimos días de su vida, porque eran del

mismo barrio, de la parte más vieja y más chapina de nuestra capital; sus familias se conocían bien.”

Marroquín Rojas, Clemente; “Editorial. Agoniza la mujer que le pegó al premio Nobel”. Guatemala : diario

Impacto, edición del miércoles 6 de diciembre de 1967. Páginas 2 y 20. 55 González Goyri, Óscar; “Recuerdos de los terremotos de Guatemala 1917–18” (V). Guatemala : El

Imparcial, edición del miércoles 6 de marzo de 1968. Páginas 3 y 9.

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En esos días llegó la Cruz Roja norteamericana con gran cantidad de carpas que instalaron en el Campo de Marte y en predios de Tívoli a la entrada del paseo de la Reforma, trajo asimismo provisiones abundantes de alimentos. Cosa igual estaban haciendo los demás países de América, enviando víveres y medicinas. El auxilio del exterior fue generoso y oportuno. Se sufrieron muchas necesidades y escasez, pero el fantasma del hambre no señoreó su daño entre el sufrido pueblo. Una semana más tarde, había alboroto en la plazuela. El general Juan B. Padilla, vestido de kaki, y sobrebotas, con sombrero tejano, y otros militares con igual atuendo acompañados de cuadrillas de mozos, procedentes de los municipios y armados de cuerdas, piochas, barretas y grandes trancas, venían derribando —por orden superior— todas aquellas propiedades que en estado de desplome y condiciones lastimosas representaban un peligro para los transeúntes; es decir que, el general Padilla venía cumpliendo la amarga, recia tarea de Bernardo Ramírez durante la Colonia cuando ocurrió la ruina de Antigua, en 1773. A este maestro mayor de obras le tocó el difícil y penoso encargo —lleno de responsabilidades— de desmantelar Antigua y trasladar cuanto material bueno, fuera aprovechable para la nueva Guatemala de la Asunción. A menos de siglo y medio volvíamos como Sísifo a reemprender otra reconstrucción de la capital. Ramírez se enfrentó a la enconada oposición de los «terronistas», 56 y el general Padilla sufría la censura de los afectados que esperaban sin mucho desembolso, volver a habilitar sus casas. Cuando el sol ya estaba próximo a ocultarse entre las doradas nubes del atardecer, suspendían el trabajo y sólo recorrían las calles siguientes marcando con una tremenda Cruz negra las propiedades que serían demolidas a la mañana siguiente. Desapareciendo esas cuadrillas entre las sombras de los escombros, corrían algunos propietarios con sus hijos o parientes provistos de machetes o cucharas de albañil a raspar las cruces con el fin de impedir que los cuadrilleros echaran al suelo las paredes que los sismos habían respetado. «Entendemos que el que es mandado no es culpable» —decían los murmuradores— pero no sólo nos ha caído esta desgracia encima sino que quieren que perdamos más… Es el caso de decir que, en cincuenta años que van corridos desde aquella ruina, nadie ha hecho justicia a los valerosos humildes indígenas de San Pedro Ayampuc, San Pedro y San Juan Sacatepéquez, Chuarrancho, San José Nacahuil y restantes municipios del departamento de Guatemala, así como a las cuadrillas de Occidente y de otros pueblecitos. Todos acudieron con cereales y frutos en la hora más necesitada. 57 Todos pusieron su esfuerzo para limpiar de

56 Sobre la ruina de la antigua Capitanía General del Reyno de Guatemala, véanse algunos detalles en: Batres

Villagrán, Ariel; El sátiro, la maldición y la cruz -una novela histórica-. Publicado el 14 de julio de 2014 en

https://www.academia.edu/7653313/El_satiro_la_maldicion_y_la_cruz_-resena_de_novela_historica 57 Miguel Ángel Asturias hace referencia a quienes “acudieron”, en su poema “Mi ciudad” (1940–1942),

cuando rememora: “Te asisten las aldeas, tus vecinas / honestas, laboriosas, y sincera / su pena —Mi

Ciudad— que no caminas / ni hablas. Lloran por lo que antes era.” Asturias, Miguel Ángel; Poesía : Sien de

alondra. 1 ed. Buenos Aires, Argos, S. A., 1949. 253 pp. (Colección “Obras de Ficción”). “Flecha poética” de

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escombros la ciudad, todos vinieron con elementos traídos desde las montañas a construir centenares de ranchos en muchos rumbos y contornos, para alojamiento de quienes quedaron sin vivienda. Todos fueron puras máquinas humanas para despejar caminos obstruidos por los derrumbes de cerros. Todos trabajaron con actividad pasmosa para erigir escuelas. ¡Que lo hicieron obligados por los jefes políticos movilizados por Estrada Cabrera! ¿Qué importa eso? Su sacrificio, sus tareas pesadas, sus manos incansables, ya con el azadón, ya con la barreta o la piocha que encallecieron más y más sus ásperas pieles, a todos se les vio sudar desde la luz del alba hasta la muriente del crepúsculo, en agobiadoras tareas, la gravidez de todas las cargas curvó sus broncíneas espaldas y nadie elevó su canto de gratitud para ellos, ni autoridades, religiosas o civiles, ni filósofos, poetas, ni artistas, nadie tuvo una voz de reconocimiento, nadie escribió una frase de gratitud para estos nuevos esclavos que merecían un hermoso monumento, un grupo escultórico semejante a los ciudadanos de Calais de Rodín o Los Forjadores de Miguel Blay, nuestra raza indígena era digna —como lo son los héroes anónimos— de plasmar a perpetuidad su imagen, su recuerdo porque ella hizo posible el resurgir de nuestra nueva Guatemala.

VI 58 Me ha llegado carta de un buen compañero de la escuela, de un amigo cuya familia decidió marcharse de la ciudad en ruinas. ¡Cuánto me ha conmovido esa carta, palpita en ella en todos sus renglones el sincero dolor de quien ama lo suyo y se duele —como yo— de ver abatida por los suelos a nuestra amada ciudad natal!... Su lectura me ha arrancado lágrimas, esa prueba de amistad en medio del aislamiento en que he quedado, cómo se la he agradecido. Todos mis amigos se han dispersado, unos, sé que todavía están aquí, pero quién sabe dónde y, los demás perdida la esperanza de que Guatemala resurja se han ido lejos, a diferentes provincias en busca de la vida. Sólo yo no puedo sumarme a ellos; me hallo sin trabajo, está nuestra casa destruida y tengo a mi padre gravemente enfermo y sin recursos. ¿Cómo imitar a mis amigos en tan adversas circunstancias? Quisiera, sí, como ellos buscar trabajo fuera de la ciudad pero sin abandonar a los míos en esta angustiosa situación.

Se ha dicho que el gobierno busca los medios para iniciar la reconstrucción y que uno de sus primeros pasos será organizar una oficina de trabajo; allí se aprovecharán todas las actividades y además ha declarado que la capital no será trasladada —como antes se pensó—

Alfonso Reyes, pp. 7–8. Caricatura por Toño Salazar. Páginas 110 a 111. Véase también en: Asturias, Miguel

Ángel; Poesía : Sien de alondra. 1 edición en Guatemala. Guatemala : Ministerio de Cultura y Deportes.

Editorial Cultura, 2017. Páginas 108–109. 58 González Goyri, Óscar; “Recuerdos de los terremotos de Guatemala 1917–18” (VI). Guatemala : El

Imparcial, edición del lunes 25 de marzo de 1968. Páginas 11 y 15.

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sino que será reedificada aquí mismo. Estas noticias van calmando un poco la incertidumbre y todos comienzan a considerar que la nueva Guatemala superará en belleza a la Guatemala Colonial. Otros dicen que si las autoridades apoyan a los capitalinos la empresa será menos difícil y cosa de pocos años, pero hay muchos también de tan apático carácter y tan feble voluntad que sólo tienen palabras para deplorar lo perdido y aseguran que ni que transcurra medio siglo volverá Guatemala a ser lo que antes fue, ¡metrópoli de Centroamérica!

No me agrada que opinen así, mas de momento a mí sólo me obsede una idea: no tener ocupación y soy de aquellos que guardan la fe de que nuestra capital habrá de renacer remozada, moderna, mejor y más floreciente en lo futuro.

Cuando recorro avenidas silenciosas obstruidas por escombros y curioseo en los lejanos campamentos plenos de vida y movimiento, envidio a esa legión de carpinteros que cortan y clavetean maderas construyendo viviendas provisionales, entregados a una labor incesante desde que la luz del sol asoma y aún entrada la noche, con lámparas no dan tregua al quehacer que ahora abunda. En estas íngrimas y desconsoladas excursiones suelo ver en ciertas calles grandes cuadrillas de indios que trabajan en propiedades de vecinos pudientes y enérgicos que con toda rapidez están ocupados en derribar paredes desplomadas, muros resquebrajados y limpian formalmente de ripios sus terrenos. Dándome cuenta de que esta faena es dura, quisiera engancharme a ellos y ser un peón más con tal de hacer algo y obtener lo indispensable. A veces, rondando por las covachas del parque Central he considerado a quienes trabajan rodeados de todas las incomodidades imaginables, especialmente los telegrafistas, unos, despachando dentro de un local cerrado casi todo él con láminas de zinc y otros cabe una amplia tienda de lona; en ambos lugares debe hacer un calor terrible pero como están trabajando parecen felices y, esta contemplación de actividad ajena es incentivo para mí que me llena de coraje estar como un vagabundo cuando querría ser más útil… En las noches cuando todo el mundo se echa fuera de sus barracas para dar pequeños paseos alrededor del campamento, a la escasa luz de las estrellas y, cuando victrolas, guitarras o acordeones suenan por doquiera como si en vez de una ciudad en ruinas fuera una caravana de romeros y feriantes acampando me pongo a meditar en mi perentorio problema, interrogándome en varios soliloquios: ¿Quieres trabajar? Bien, y ¿qué sabes hacer? Quieres como X… volverte un proveedor de víveres? Ya has visto cómo otros han cambiado de oficio y hoy está de cantinero quien nunca estuvo detrás de un mostrador ni jamás sirvió en tal forma. ¿Serías, tú, bueno para organizar cuadrillas de descombradores y como un capataz estar vigilando y gritando a los mozos entre el halo polvoriento para que ellos se apresuren febrilmente en una atmósfera que aplana el ánimo sofocante, reseca y calurosa?... Sinceramente me rindo a la realidad y comparo los oficios que están desempeñando actualmente X, el cantinero y, varios caporales a quienes conozco y he visto durante mi solitaria caminata, y, me he dicho: «No, tú no sirves para eso». Mas no obstante mi juventud protesta, siente que puede ser una fuerza más y que alienta determinación, valentía y voluntad firmes para el trabajo. Oteo a los paseantes y digo: «Qué confiada es su existencia». En el día se

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atienen a su papel de damnificados luchando en los repartos de víveres y en la noche, gozan, ríen y no se preocupan del mañana, se divierten igual que si la normalidad de la vida no se hubiera roto. Extraigo de mis bolsillos mi carta y vuelvo a leerla. ¡Ah, mis amigos son más dichosos, han hecho muy bien marchándose, se abrirán campo pronto, no respiran polvo a todas horas ni tienen que levantarse en la obscuridad de la madrugada para hacer cola ante las puertas de las panaderías! Corto mis amargas meditaciones, guardo nuevamente mi papel: es lo único que ahora poseo, unas palabras cariñosas venidas de lejos y por la carta deduzco cuán ímprobo debe ser hoy trabajar como cartero. En días pasados me tocó ver un caso. Se trataba de entregar un aviso de certificado, procedente de Quezaltenango, a una señora que antes del terremoto fuera ama de llaves. Sin duda, le escribían enviándole algún auxilio sus patronos que desde la noche misma de la catástrofe huyeron hacia su finca dejando todas sus cosas abandonadas en la residencia semiderruida. Dirigían dicha carta al campamento del teatro Colón suponiéndola aquí y, esto ha puesto en aprietos al mensajero. Preguntó a todos. ¡Y cuidado que son numerosas las barracas! Los informes eran imprecisos, vagos, dudosos: la señora que se buscaba se había ido al campamento de Matamoros donde estaba refugiada al lado de ciertos parientes. Sólo un muchacho —mi vecino de barraca— la conocía y, de buen grado, se ofreció para acompañarle en la búsqueda; me agregó a mí en la comisión por razones de amistad y allá nos fuimos para inquirir en todos aquellos rincones. Después de mucho interrogar sin la más ligera vislumbre de éxito, nos detuvimos frente a una sórdida vivienda que no obstante cobijaba cosas de evidente valor: un piano veíase allí amortajado con restos de un encalado cielo–raso, una lujosa araña de cristal decía su absoluta inutilidad en aquel pandemónium donde sobre un cofrecillo y bajo su bomba, una bella imagen de la Dolorosa, acaso agregara otro puñal más, el del abandono y vilipendio en que ahora se veía junto a una garza disecada y polvorienta y otros objetos no menos curiosos y raros. De aquel harto extraño habitáculo salió trabajosamente una anciana mujer la cual se enteró de nuestra visita de una manera más trabajosa todavía porque era sorda y al fin, concluyó por decirnos: «La Rosa sí estuvo aquí con nosotros, nos dejó a guardar todo esto y ahora tiene negocio en el campamento de Corona». El cartero se levantó un tanto la gorra, se rascó los cabellos pegados por el sudor, y, agradeciendo los tres esos no muy agradables datos, emprendimos la marcha hacia el Potrero de Corona. 59 Ascendimos al Cerrito del Carmen para contemplar por un momento las torres

59 El Potrero de Corona se ubica en lo que actualmente es “Ciudad Nueva” y barrio Moderno, en la zona 2 de

la capital.

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truncas de los templos, las cúpulas destrozadas, los vacíos ventanales y los hundidos techos. ¡Qué desolada y triste perspectiva tuvimos por un instante ante nuestros ojos! Continuamos nuestro camino y luego de darnos cuenta de lo difícil de nuestra misión porque en el Potrero de Corona las familias asiladas suman centenares, tal vez tantas como caben en el campo de Gerona, empezamos a preguntar cada uno en distinta parte para ayudarle un poco al cartero. La idea pertinaz que hasta el sueño me ha robado vuelve esta vez a mí; para mis adentros dice: «Esta clase de trabajo tampoco sabrías hacerla porque si era difícil de calle en calle y de puerta en puerta averiguar el paradero de una persona, hazte cargo lo que significa buscarla, fuera de la ciudad, en llanos y jardines, establos y plazoletas en estos desordenados campamentos que nacieron en una noche de horror inolvidable»… Al fin de tanto buscar en esto que parece colonia de gitanos o reparto de saltimbanquis vamos a una tenducha para buscar algo que comer y, entre los comentarios de cuánto hemos buscado a la señora Rosa, resulta que es ella misma. ¡Qué diligencia puso la agradecida señora en servirnos unos refrescos, nos obsequió buenas frutas y nos echó muchas bendiciones por nuestro empeño en buscarla… Recuerdo que en mi sencillez de aquellos días consideré a los carteros como unos héroes en su difícil tarea de distribuir la correspondencia en nuestra arruinada capital de la república, donde cada carta acaso traía algún consuelo, alguna ayuda, alguna esperanza!... Las oficinas del correo se instalaron en un edificio de madera y lámina que el ferrocarril tenía construido de muchos años atrás en los llanos de Gerona, convertido ese llano en uno de los más populosos pues en extensión era considerable.

VII 60 Como desgranar los misterios de dolor en un rosario, faltaba para mí otro gran pesar: ver el deplorable estado en que había quedado la Biblioteca Municipal. Fue director de esta institución de cultura mi padre, Ricardo González Rivera, y su secretario mi hermano Fernando; yo no tenía cargo remunerado en ella, empero servía y ayudaba en sus tareas a mi progenitor, particularmente durante los periodos de vacaciones. Inefable era para mí cuidar sus libros, limpiarlos colocándolos en orden en sus anaqueles y atender con solicitud a los asiduos lectores; acaso esta predilección y amor por los libros sea herencia de mi madre —apasionada lectora— que cultivó ese gusto hasta sus últimos años, cuando ya sus dulces ojos apenas veían, sumidos en una progresiva ceguera por dos inoperables cataratas. Mi padre me mandó que fuera a inspeccionar cómo había quedado la Biblioteca y fui al Parque Central a cumplir su mandato. ¡Fue una bendición de Dios! Averiguando estaban esa

60 González Goyri, Óscar; “Recuerdos de los terremotos de Guatemala 1917–18” (VII). Guatemala : El

Imparcial, edición del martes 2 de abril de 1968. Páginas 9 y 13.

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mañana mi paradero para darme trabajo. Don Rafael Solares, jefe de la Tesorería Municipal, me entregó un libro y una nómina de trescientos vecinos a quienes había que hacerles sus recibos de contribuciones por el último trimestre vencido en diciembre de 1917. ¿Cobrar contribuciones ahora? —exclamé asombrado. —Sí —me dijo—. Estas personas se han acercado al alcalde, deseosas de ayudar a la Municipalidad para que empiece a trabajar y comprendiendo que se necesitan fondos, ellos, motu proprio quieren contribuir a la reorganización de la vida oficial. Debo de advertir que Don Rafael era nuestro jefe, pues en aquella dependencia trabajábamos antes de la ruina, Fernando y el que esto escribe. ¿A qué horas debo presentarme y dónde haré estos recibos?— le dije. Me contestó: —No es preciso que vengas por aquí; apenas estamos dando los primeros pasos para reorganizar las funciones de la comuna; llévate a tu barraca tanto el libro como los talonarios; hazlos lo más pronto posible y tráelos que ya veremos qué se te puede pagar. —Muy bien —le repuse—, yo también traía otro encargo: ver la Biblioteca y si el alcalde da mozos que me ayuden, intentaré salvar lo que se pueda. —¡Magnífico!— contestó don Rafael. Ahora mismo puedes contar con ellos; y, en efecto, fue diciendo y haciendo. Encaminose a la barraca donde tenía su asiento la jefatura política departamental. Allí, afuera, esperaban órdenes dos cuadrillas de gente de Chuarrancho. Entró Don Rafael a hablarle al doctor Carlos Padilla M. quien era a la sazón el jefe político. 61 Pronto tuve cuatro mozos con palas y otras herramientas; fuimos a lo que otrora fuera «Portal del Señor» 62 o Portal Municipal, donde estaba la Biblioteca. Yo tenía llaves, pero fue un problema abrir aquellas puertas, ni con ariete se hubieran franqueado, atierrados los umbrales por dentro no cedían en ninguna forma. Uno más ladino 63 dispuso entonces conseguir escaleras para subir y entrar por el techo cuyo artesón se había hundido y permitía el ingreso a fin de limpiar el ripio y estorbos junto a la puerta. Así se hizo. Buen espacio de tiempo y de paciencia llevó dicha operación; dieron un grito avisando que ya estaba limpio y abrimos: una gran claridad alumbraba la sala de lectura, pues la luz entraba a torrentes; a través del boquete del techo hundido se contemplaba el límpido azul del cielo. Tres tijeras cayeron sobre unos pupitres que fueron desvencijados por el peso de las vigas, las mesas grandes, donde se acostumbraba poner los periódicos a los lectores, eran una mezcla de papeles mojados, lodo,

61 El médico Carlos Antonio Manuel de los Dolores Padilla Matute, más conocido por su nombre abreviado

Carlos Padilla Matute (1860–?), hijo de Mariano José María Padilla Orantes y Juana Matute Alcántara. 62 Nótese que el autor da cuenta de “lo que otrora fuera «Portal del Señor»”, destruido por el terremoto de

1918. Empero, Miguel Ángel Asturias abre con este lugar su novela El Señor Presidente (1946), en cuyo

primer capítulo sitúa a los mendigos que duermen, lloran, gimen, se maltratan y hacen burla de “El Pelele”.

Aunque algunos “críticos” consideran que dicho Portal no debió utilizarlo como lugar específico de reunión

de los menesterosos que ahí pernoctaban, precisamente porque ya no existía después de 1918, se considera

que eso no le quita ni le pone a la novela, toda vez que en esta no se menciona país ni año específico, de tal

suerte que portales hay en tantos lugares como puntos geográficos donde esta sea leída. 63 “más ladino”, sinónimo de más listo u osado. No tiene que ver con la designación de ladinos, utilizada por

quienes se quieren diferenciar, por racismo, de los indígenas en Guatemala.

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tejas, maderas y tablas rotas; y en el piso, en los rincones donde no entraba el sol, veíanse pequeños charcos producidos por las lluvias del mes de enero. En aparador pequeño donde se guardaban los tomos de la Enciclopedia Hispano–Americana, el Diccionario grande de Roque Barcia, selectas ediciones de lujo como «El Quijote», una preciosa edición de «La Divina Comedia», con bellísimas ilustraciones de Gustavo Doré, «Los Amores Célebres» con lindos grabados, la Historia de los Girondinos, en varios volúmenes, «Gil Blas de Santillana», «Las Batallas decisivas de la Libertad» de Aníbal Galindo, una colección completa de Emilio Zola, y en fin, muchas joyas literarias escogidas —obsequio de algunos intelectuales y de conocidos políticos del régimen liberal—. Esta pequeña librera no había sufrido ningún deterioro, sus vidrios estaban enteros, y hasta el busto de Bolívar, que adornaba la testera del mueble, estaba indemne. Sí, el Libertador con los brazos cruzados parecía contemplar la desastrosa estancia con la misma serenidad que tuvo ante los terremotos del Jueves Santo de 1812, en Caracas, cuando protestó con voz vibrante: «¡Si la Naturaleza conspira contra nuestra independencia, contra la Naturaleza lucharemos!».64

64 El 19 de diciembre de 2017 la embajada de Venezuela en Guatemala conmemoró el 187 aniversario de la

muerte de Simón Bolívar, realizando un acto especial frente a su busto ubicado en la Avenida las Américas, el

cual está colocado sobre una base de granito, cubierta con planchas de mármol de color verde, en una de las

cuales –con letras doradas escritas sobre otra plancha de color negro– se lee el “Credo”, que escribió Miguel Ángel Asturias a Bolívar. La embajadora aprovechó para recordar que en 2017 se celebró también el

cincuentenario de la entrega del Premio Nobel de Literatura 1967 a Asturias, y que en dicho lugar se unen dos

figuras simbólicas para la libertad de América.

Credo (1955)

Creo en la Libertad, Madre de América

creadora de mares dulces en la tierra,

y en Bolívar, su hijo, Señor Nuestro

que nació en Venezuela, padeció

bajo el poder español, fue combatido,

sintióse muerto sobre el Chimborazo,

resucitó a la voz de Colombia, tocó al Eterno con sus manos

y está parado junto a Dios!

¡No nos juzgues, Bolívar, antes del día último,

porque creemos en la comunión de los hombres

que comulgan con el pueblo, sólo el pueblo

hace libres a los hombres, proclamamos

guerra a muerte y sin perdón a los tiranos

creemos en la resurrección de los héroes

y en la vida perdurable de los que como Tú,

Libertador, no mueren, cierran los ojos y se quedan

velando.

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Al fondo, algunas hileras de libros cayeron al romperse los vidrios de las vitrinas; otros se precipitaron al suelo, al oblicuarse los entrepaños, por el golpe de las macizas vigas y no pocos ejemplares se veían esponjadas sus pastas por la humedad pluvial; los que cayeron, no sobre las mesas sino que fueron sepultados cabe los montones de tierra, tejas y polvo fino, esos materialmente quedaron inservibles. Sin embargo, en los anaqueles del lado poniente, allí tampoco había sufrido ningún daño la magnífica dádiva del licenciado Manuel Cabral. Se componía ésta de todos los clásicos hispanos y latinos, más una copiosa colección de obras de la literatura universal. 65 Traigo a la memoria las palabras de un joven escritor colombiano, incansable lector, estudioso y erudito, era el primero en llegar a la Biblioteca y el último en retirarse. Este me dijo cierto día: «Hay buenos libros aquí, pero bastaría con los libros de este aparador para estudiar asiduamente un año entero». Este lector se llamaba Tiberio Hormechea y un buen día se largó a México y no volví a saber más de él. 66 Despejamos de ripio la sala en lo que fue posible; protegimos de la intemperie otros libros tapándolos con las tablas caídas, así que la mayor pérdida la constituían las colecciones de periódicos y revistas, más de unos trescientos libros, la mayor parte a la rústica. Sentí ver arruinada la colección de «España Moderna», una revista literaria que solía leer mucho, pues en

Poema incluido en: Miguel Ángel Asturias. Con la magia de los tiempos. Página 78. Publicado el 19 de octubre de 2015 en

https://www.academia.edu/16999878/Miguel_%C3%81ngel_Asturias_con_la_magia_de_los_tiempos 65 “Manuel Cabral de la Cerda (1886-1933) Nació en la ciudad de Guatemala. Publicó dos libros de poesía,

sin fecha: Mi álbum y Retazos campesinos; en narrativa, el texto Princesa (s.f.).” Cifuentes, Juan Fernando;

Las generaciones literarias en Guatemala en el siglo XX / I. El Cometa Generación de 1910. Op. Cit., página

31. La Escuela de Niñas No. 10, ubicada en la 14ª calle y 12ª avenida de la zona 1 capitalina, lleva su nombre. 66 Se trata del poeta Tiberio Hormechea Suárez, quien posiblemente influenciado por el bardo colombiano

Porfirio Barba Jacob (quien radicó en México y Guatemala donde sirvió al dictador Estrada Cabrera), se

trasladó también al país de los temblores y de la eterna primavera. No se tiene información respectó al período

en que vivió en Guatemala; la anécdota que de él relata González Goyri es de años atrás del terremoto, toda

vez que Hormechea falleció en 1917. De conformidad con una reseña biográfica, el poeta colombiano: “Nació

el 16 de mayo de 1888 en El Carmen de Bolívar. Sus padres fueron: Carlos Hormechea e Isolina Suárez. Estudió en el Instituto Pareja de su municipio, donde finalizó su primaria. Posteriormente viaja a Barranquilla,

y en 1907 es uno de los asistentes a las tertulias literarias que presidia el poeta Porfirio Barba Jacob,

organizadas por el poeta Lino Torregrosa. En 1909, partió de Barranquilla buscando nuevas experiencias,

nuevos sueños. Únicamente partía con su pobreza cotidiana y la brillantez de sus escritos. En ese periplo llegó

a Panamá, Cuba, Costa Rica, Guatemala, México y El Salvador. Ejerció varios oficios entre los que se

destacan: Redactor de un periódico, farmacéutico, empleado oficial. Publicó el libro Jardines Lusitanos en

1911, en la ciudad de México. Murió en San Salvador en el año 1917. Su trabajo literario se ubica dentro del

simbolismo francés. Muchos de sus trabajos siguen dispersos en los diferentes países que visitó, en periódicos

y revistas. Como muchos poetas universales, no dejó ningún bien material pero si un legado cultural para las

próximas generaciones representado en sus escritos.” Escritores y Poetas Montemarianos; Tiberio Hormechea

Suárez. http://www.escritoresmontemarianos.com/index.php?option=com_content&view=article&id=100&Itemid=117

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ella colaboraban los más destacados escritores hispanos y había traducciones al español de muchos escritores extranjeros; me pesaba asimismo ver destruidos muchos números de Scena Illustrata, de Firenze, cuyas portadas dibujadas por Ezzio Anichini me dejaban embobado. (Esta revista la enviaban de la secretaría particular del Presidente). Antes de conocer a Anichini mi admiración estaba por el mexicano Antonio Gedovius, al cual consideraba como el mejor ilustrador de revistas. Enamorado del Arte, sentía ver arruinado cualquier dibujo, cualquier reproducción litográfica de cuadros o esculturas. 67 Después de esa faena, un suspiro de alivio [borroso] de mi pecho: «Sí hay biblioteca todavía» —me dije—. Ahora cumple a la Municipalidad ver dónde se traslada todo esto. Antes de cerrar y por curiosidad abrí las gavetas del escritorio de mi padre. Júbilo y sorpresa tuve al hacerlo. Había una pequeña suma de dinero en billetes. Tomé una parte para gratificar a mis ayudantes y el resto lo guardé en mi bolsillo. Eché llave y le di las gracias a los cuatro muchachos, ordenándoles presentarse de nuevo a la jefatura política. (Cuando Dios da, da de junto); oí que me llamaban al atravesar el Parque; era don Ramón Milla, secretario de la jefatura, donde yo, por algunos meses fui empleado supernumerario. Don Moncho —como todo el mundo le decía— siempre fue muy fino y deferente para tratarme. Me acerqué a ver qué deseaba; aquella mañana estaba la suerte tomándome de la mano, era para invitarme a almorzar. Allí, entre todas las verduleras del mercado estaban instaladas, naturalmente, las comideras. 68 Nos acercamos al comedor de «las Pacayas», famosas por saber condimentar platos típicos; 69 nos sentamos tres a la mesa, pues Don Moncho iba en compañía de don Daniel Montenegro, quien en aquellos días era el alcalde primero municipal de Las Vacas, municipio cercano a la capital. Saborear platos calientes, un cuarterón de pollo, chiles rellenos y

67 Tome en cuenta el lector –como se indicó al inicio del capítulo I de estos Recuerdos– que González Goyri:

“Estudió en la Academia de Dibujo y Pintura, la que funcionó alrededor de 1913. Fue discípulo del español

Jaime Sabartés y estudió grabado, guiado por José Gregorio Chávez. Se le considera un maestro abnegado y

entusiasta de numerosas generaciones, tanto en la Academia de Bellas Artes como en la Escuela de Artes

Plásticas, donde impartió por muchos años las asignaturas de Dibujo Lineal y de Perspectiva. [publicó] Álbum

de caricaturas (Guatemala, 1929), en colaboración con su hermano Fernando.” 68 Aunque debió haber escrito “los comedores”, la expresión se utiliza para referirse a lugares donde preparan y sirven comida de baja calidad, o comida popular, de bajo precio pero no necesariamente inocua. Miguel

Ángel Asturias en el cuento “El espejo de Lida Sal”, que forma parte del libro del mismo nombre (1967)

aplica los términos –en forma indistinta– de “comidería” o “comedería” (que no figuran en el DRAE), para

designar el lugar donde trabajaba Lida Sal, atendiendo las mesas y lavando platos. Quizá con el ánimo de

estandarizar en uno solo, cincuenta años después el editor de Piedrasanta lo dejó en “comidería”. Véase:

Asturias, Miguel Ángel; El espejo de Lida Sal. 1ª edición. Portada de Leopoldo Lozano. México : Siglo XXI

editores, 1967. Cfr. Asturias, Miguel Ángel; El espejo de Lida Sal. 1ª edición. Ilustraciones de María Aguilar

Balsells. Guatemala : Editorial Piedrasanta, 2017. 69 En aquel tiempo, y lamentablemente todavía hoy en día, la expresión «las Pacayas» se utiliza para referirse,

en forma racista y discriminatoria, a las mujeres indígenas que son gordas y utilizan la vestimenta propia de

su lugar de origen.

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de ajuste una botella de cerveza, aquello fue un banquete de Heliogábalo para mí. No me cabía duda: no había quién hiciera horóscopos entonces, pero, indudablemente, fue mi día afortunado.

VIII 70 Don Librado Olivares, dueño de la pastelería «La Rosa Blanca», en la 8ª calle, frente al diario de Centro América, paisano de don Flavio Guillén, 71 era muy popular entre la gente menuda del Campamento. ¡Allá viene don Librado! se comunicaban unos a otros; les hacía gracia el nombre y alguien dijo una vez, ¿por qué se llamará así? Yo creo que porque se libró del terremoto, contestó un chusco. 72 Dicho señor Olivares solía pasar a echar un párrafo con don José Pinto y con su conterráneo. Como había pasado la hora del desayuno, la muchachada del Campamento brillaba por su ausencia; aprovechaban ellos esos ratos para conversar a su entero gusto; sacaban unas sillas al arrimo del anonal que protegía con su amplia, fresca sombra la covacha de don Flavio, quien refería amenos lances, sucedidos y anécdotas. Esta vez surgió el tópico comentando las teorías e hipótesis de don Justo de Gandarias acerca de la causa del terremoto, publicados en el periódico. Este artista opinaba que se debía a una conjunción astral, quizá de la luna, pues erupción volcánica no la hubo, como tampoco en la ruina de San Francisco California. Trajeron a cuento a Camilo Flammarión 73 y otros casos de terremotos, como los de Mesina y Reggio en 1908 que causaron tanta mortandad. Don Flavio relató que durante el gran terremoto que arruinó Lisboa, la tierra aventaba a la gente como «El Pelele» del cuadro de Goya, y allí no aconteció tampoco erupción alguna. 74 (En fin, como han quedado sin esclarecerse nuestros crímenes políticos, así quedó en el misterio la causa cierta del terremoto de nuestra capital. Años más tarde, cuando se fundó la

70 González Goyri, Óscar; “Recuerdos de los terremotos de Guatemala 1917–18” (VIII). Guatemala : El Imparcial, edición del jueves 9 de mayo de 1968. Páginas 15 y 27. 71

Ambos mexicanos. 72 Esta broma es similar al epitafio que le escribieron, cuando aún vivía, al lingüista, catedrático, ensayista y

conferenciante español Salvador Aguado Andreut, en la Facultad de Humanidades de la Universidad de San

Carlos de Guatemala, en los años setenta del siglo pasado, el cual decía: “Aquí yace tieso quien en vida fue

Aguado”. 73 Nicolas Camille Flammarion (1942–1925), más conocido como Camille Flammarion, fue un astrónomo

francés famoso por sus obras de popularización de la astronomía. Wikipedia 74 El pelele es un cartón para tapiz de Francisco de Goya (1791–1792), uno de los que ejecuta para tapices

destinados al gabinete del rey Carlos IV de España de El Escorial. Se trata de una escena popular. La imagen

que se muestra en el texto corresponde a dicho cartón. Wikipedia

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Sociedad de Geografía e Historia, 75 recuerdo que, en una conferencia, don Mariano Pacheco Herrarte sostuvo que los terremotos de Guatemala se debieron a una conjunción de Venus y Aldebarán.) 76 La interesante tertulia fue interrumpida por don Alfredo Herbruger, quien después de saludar a todos, se sentó en una butaca de cuero que estaba cerca. Llegaba a despedirse, pues dentro de tres días se iría del campamento; había limpiado de escombros un predio en la 8ª avenida sur y 15 calle oriente (hoy zona 1), donde construyó formalmente una casa de madera. El no se acostumbraba a las molestias que poco a poco y día a día se iban perfilando y aunque los demás le decían: «Hay que aclimatarse, no sabemos qué vendrá después», don Alfredo expuso: «Ya la casa está terminada y los invito a conocerla; creo que, como los salvadoreños, todos haremos viviendas de madera». De pronto se oyó la bulla de unos muchachos persiguiendo a un perro: «¡Chucho! ¡Chucho!» y ¡zum!, que el animal pasó corriendo por entre las piernas de don Alfredo y a poco más lo echa por tierra; y luego, dos o tres pedradas tronaron contra las tablas de otra barraca. El perro llevaba una sarta de chorizos bien apretada entre su hocico, y tres chicos, con palos y piedras, querían arrebatarle lo que había hurtado. Bajo la lona que tapaba una barraca se refugió el can ladrón metiéndose bajo la cama. La puerta aparecía cerrada con una toalla amarrada en un gran nudo; los dueños estaban fuera. La señora con la hija tenían venta en el mercado del parque Central y el marido ya trabajaba en el Decauville de la descombración. 77 La covachita se quedaba a la buena de Dios, atenidos a que estaba atrás de la vivienda del general Arís. Lo perseguidores quisieron allanar la propiedad ajena y entrarse; pero alguien que se estaba rasurando los vio por un espejo y les marcó el alto y como allí no iba ningún Alejandro que cortara el nudo gordiano, la expedición punitiva se quedó como la del general Pershing en México, burlada. El único ser viviente allí era un loro parlanchín que esta vez veíase muy callado, con la cabeza baja, parado sobre una pata en su estaca y con la otra se entretenía en espulgarse sabrosamente. «El chucho se robó los chorizos de la Niña Licha» —«Sí— les dijo la persona que les impidió el paso —más, para qué quieren quitárselos; ya no los pueden comer ustedes; están babeados del perro y revolcados en la inmundicia». Por estas razones, no de muy buena gana, desistieron de perseguir al culpable que, en su refugio, se engullía tranquilamente su camándula de embutidos. El incidente perruno cambió la conversación. Se habló de todas las plagas que, cotidianamente, iban atormentando a los vecinos de los múltiples campamentos. Una, era esta

75 En 1923. A partir de 1979 cambió su nombre por el de Academia. 76 Similares razones comenta el cronista Víctor Miguel Díaz en sus Narraciones, las que transmite con base

en lo que escuchó decir a la gente. 77 El Decauville era un tren que prestaba servicio de transporte de pasajeros de un punto a otro de la pequeña

ciudad, lo que ahora sería el servicio urbano de transporte. A la locomotora le fueron enganchados carretones

para el traslado de materiales de construcción y del ripio que se generaba al descombrar viviendas, edificios e

iglesias arruinados.

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de los perros abandonados; huyeron sus amos en la noche misma de la catástrofe, abandonando cuanto poseían y naturalmente los animales buscaron el arrimo de otras gentes que les diesen de comer. Un clamor generalizado de quejas se escuchaba a diario ante la invasión de perros vagabundos; robaban en el día, aullaban lastimeramente en la noche; repugnaba observarlos trasijados, esqueléticos, sarnosos, y ladraban tercos al percibir algún ruido. No dejaban dormir —al igual que los zancudos agresivos, hambrientos que, en miríadas, se introducían por todos los rincones— las frentes y mejillas de los niños pequeños se veían cundidas de piquetes. Luego una alarmante colonia de ratas formaba otra plaga no menos peligrosa que, entre los escombros, se reproducían a montones al igual que los cobayos en las jaulas de un zoológico. En el día fastidiaban constantes nubes de moscas, debido a las condiciones antihigiénicas, suciedad, basureros, aguas impuras encharcadas y heces fecales que envenenaban el ambiente ya suficientemente insufrible por el levantarse del polvillo finísimo, impalpable que producía la descombración y el repetido rodar de carretas por las calles, acarreando ripio. Nos enfermábamos con frecuencia de bronquitis y otros males de la garganta pues el polvo flotante se infiltraba hasta dentro de los toldos. Estaba en la atmósfera y contaminaba nuestros alimentos; se sufría, por tal causa, de infecciones del estómago; de suerte que, ciudadanos ayer, pasamos a ser gitanos, porque vivíamos a la manera de los pueblos nómades. La pestilencia de los fosos sépticos tornábase inaguantable en las ardorosas horas del calor; baldía resultaba la medida de echarles arrobas de cal viva, esto apenas mitigaba la fetidez, porque muchos durante la noche, por no ir a estos lugares públicos, hacían sus necesidades en cualquier rincón solitario y obscuro. Esto trajo otra plaga: los zopilotes. Se volvieron puras aves domésticas; discurrían muy tranquilos en estos hacinamientos humanos que se llamaron campamentos. En el día, los truncos campanarios de Catedral negreaban de zopilotes, por la proximidad del mercado, frente al palacio arzobispal. Los egipcios del Faraón Ramsés II tuvieron un Moisés que pusiera término a sus congojas con el castigo de las plagas. Nosotros, los pobres capitalinos no tuvimos más que nuestra inmensa paciencia, émulos de Job en el estercolero, nuestra capacidad de aguante no tuvo límites. Al meditar acerca de los padecimientos indescriptibles de los sobrevivientes en esa época dábamos la razón a todos los que huyeron a la mañana siguiente, el 26 de diciembre; locos, disputándose un boleto del ferrocarril que los alejase de la capital; parece que hubieran dicho, como Baudelaire: Vamos a cualquier parte con tal que sea lejos de aquí. Recuerdo ahora a unas hermosas muchachas mejicanas que, en el año de 1915, llegaron a Guatemala, huyendo de la revolución: a ellas no les importó la casa que tomaron en alquiler; para su vida, aquel rincón del mundo representaba la paz; habían perdido al padre en los combates callejeros y posiblemente muchos de sus bienes; es seguro que allá fueron adineradas, porque aquí vivían con un confort lindante al lujo. Todos los vecinos murmuraban de ellas por el hecho de haber tomado en arrendamiento (o la compraron, yo no sé) la casa que fue de la Tona Montes. Como ellas eran extranjeras ignoraban quizá su mala reputación y el negocio de hetairas que allí tuvo aquella mujer. Un sambenito público pesaba todavía sobre

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aquel inmueble que ellas lo aderezaron con pujos de grandeza y allí vivían tranquilas, sin hacer amistad con nadie. Pues bien, estas jóvenes y bellas solteras, sin más compañía que la madre, la noche misma del terremoto, hicieron sus maletas con lo más indispensable y huyeron del terror de la naturaleza como otrora huyeron del sangriento terror de los hombres allá en su patria. Y ¿la casa? La dejaron abandonada con mobiliario completo y todas sus pertenencias. Entre damnificados y ladrones todos se encargaron de irla vaciando al darse cuenta que no había quien defendiese tan múltiples y valiosos enseres. Y, ¿las mejicanas? Nunca se supo de su paradero, se ignora si volvieron a México o marcharon al Sur, a San Salvador. El horror de la guerra civil las trajo a nuestras playas y el horror telúrico se las llevó. Asimismo, faltaba otra plaga todavía: las niguas. Ahora sí, los chapines éramos nigüentos, como le llamaron los salvadoreños a las tropas del general Rafael Carrera, cuando éste se adueñó de la capital cuscatleca. 78 Además, los sustos de los incendios que ocurrían a menudo por los fuegos de las cocinas o cuando trasegaban gas para los quinqués, pues aún no estaba en funciones el servicio eléctrico del Sur. La Empresa del Norte si había logrado dar alumbrado público a aquel sector y a la vez en los campamentos servicio a los particulares. Debido a lo anterior cuando nos tocaba vigilancia nocturna, había que llevar un recipiente con agua y registrar todos los vericuetos de las barracas: orden estricta del general Arís era que se apagaran los braseritos que con las brasas vivas, pero bien ocultas entre montoncitos de ceniza dejaban las mujeres; esto se hacía para evitar incendios, como ya ocurriera más de una vez en otros campamentos del sur. Tal como sombras chinescas, veíanse en los trapos blancos las siluetas de las gentes que tenían alumbrado adentro y las cuales, al oír que se aproximaba la patrulla, de un soplo mataban la luz. La ronda nocturna se componía de cuatro o seis soldados con rifle, al mando de un subteniente, más otros cuatro civiles, conocedores del campamento. Estos militares los proporcionaba el coronel Guadalupe López, quien ejercía el mando del cuartel impropiamente llamado de Caballería, porque allí nunca hubo ningún solípedo. Donde se extremaba la ordenanza de cuidar que no dejaran candelas o fuegos encendidos, era en la ciudad de trapo, nombre con que el pueblo bautizó los grupos de tiendas de lona que proporcionó la Cruz Roja Americana… Dejamos, pues, a don Alfredo Herbruger despidiéndose de sus amigos y considerando cuánta razón le asistía para querer vivir en mejores condiciones.

78 En respuesta a los ataques a Guatemala que recibía del general Gerardo Barrios, presidente de El Salvador,

Rafael Carrera se lanza a la guerra, ingresando a tierras cuscatlecas el 4 de junio de 1863; después de varias

batallas llega a San Salvador donde el 26 de octubre se libra la decisiva y de tan malos resultados para Barrios

que fue depuesto del cargo por el propio Carrera, quien designó a su sucesor interino. Cfr.

Coronado Aguilar, Manuel; El general Rafael Carrera ante la historia. Anales de la Sociedad de Geografía e

Historia de Guatemala. Guatemala : Año XXXVIII, Tomo XXXVIII, enero a diciembre de 1965.

---------------; El general Rafael Carrera ante la historia. Guatemala : Editorial del Ejército, 1965.

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Al aire libre, afuera de la barraca y al poniente de ella, para que no me molestara el sol, ponía una pequeña, rústica mesa, a fin de escribir allí los recibos municipales que me habían encargado; eran hechos en triplicado. Escuchaba desde mi improvisado escritorio las tertulias que sostenían los amigos del licenciado Pinto, quien era muy visitado; al mismo tiempo meditaba, al hacer los recibos de los contribuyentes, que todas las costumbres iban a cambiar, pues en vísperas del terremoto comenzaron a verse en todas partes las máquinas de escribir marca «Underwood», «Oliver» y «Adler» y con ellas la enseñanza de la mecanografía. La era de los amanuenses moría con nosotros. 79 Yo tenía una letra clara, gracias a don Manuel Carrera que nos enseñó caligrafía en la Escuela de Comercio. Siempre me tocaba a mí tagarotear tarjetas de cumpleaños y diplomas para las veladas presidenciales. 80 Aquel tiempo en que los oficiales de juzgados, oficinistas y contadores, lo asentaban todo de su puño y letra, pasó a la historia. Ya no había más Domingos F. Muñoz, Miguel Rómulos González, Rodrigos Carranza, Manueles Carrera ni Alfonso Campins que escribieron linda y elegantemente, con soltura y belleza. La legión de pendolistas iba a desaparecer como la teja de barro en los techos. Los escribientes de oficio, hasta sufrían deformación anatómica en su cuerpo, el hombro derecho veíase más alto que el izquierdo, es decir, que sus clavículas ostensiblemente se observaban desniveladas y así como darle vuelta a la hoja todos los sistemas y costumbres cambiaron radicalmente. La mujer —rara avis— en las oficinas y almacenes de aquel tiempo, ha disputado palmo a palmo los quehaceres del varón. ¿Será que vamos irremisiblemente hacia el matriarcado? Tal parece que así sea. Si en el orden político aconteciera así y ello trajera más organización, economía, honradez, eficiencia, paz y concordia, bienvenido sea el matriarcado.

IX En las páginas de El Imparcial no aparece el número IX. Quizá se deba a una omisión en la correlación ya que el final del capítulo VIII y el principio del X tienen continuidad: el empleo que hace falta para ocupar a miles de personas que lo buscan afanosamente, y el quehacer diario en los campamentos.

79 Como de hecho ha fallecido la era de la máquina de escribir con el aparecimiento de las computadoras,

sobre todo a partir de 1995 cuando el sistema operativo Windows se hizo tan familiar en todo el mundo, que

niños y ancianos lo usan diariamente. Ni qué decir tiene en estos días de las redes sociales, donde mucha

gente pretende opinar de todo y sobre todo, en apenas 140 caracteres, no importando si con faltas de

ortografía, que ya ni eso enseñan muchos maestros en las escuelas. 80 Tagarotear: De tagarote “escribiente”. 1. intr. Formar los caracteres y letras con garbo, aire y velocidad.

DRAE.

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X 81 La vida en los campamentos se vuelve monótona a medida que el tiempo pasa; cada quien ha buscado ocupación, unos porque volvieron a sus empleos, otros porque se acomodaron a nuevos trabajos, no son pocos los que hallaron oficio distinto a su habitual quehacer y muchos que con instinto fenicio se improvisaron en negociantes como reza el decir «a río revuelto ganancia de pescadores», sin embargo abundan los brazos caídos; en lo que a mí concierne debo decir que apenas cumplí con la tarea de los recibos municipales ya me tenían otra: hacer un censo de trabajadores que ordenó el gobierno para emprender en serio la reconstrucción de la ciudad; ya no se quiere gente desocupada vistos los males que la vagancia acarrea, y para el caso la Municipalidad construyó una enramada en la parte norte del parque Central donde se improvisó una oficina; allí debo presentarme muy de mañana todos los días para inscribir con especificación de residencias y su oficio a los obreros. Madrugan cientos de hombres de edades tan diversas, desde el adolescente en quien apenas apunta el bozo sobre el labio, hasta valetudinarios barbudos y encanecidos; ansían trabajar y acuden al llamado de la Comuna esperanzados en encontrar «chamba» segura que los libere de esa incierta situación donde el pan de cada día se vuelve angustiado petitorio ante el Altísimo. Colocados en fila desfilan. Dando sus datos, nombre, edad, ocupación, lugar donde residen y salario que pretenden, mas, apenas transcurrida una semana de esta afanosa labor me doy cuenta que es inútil cuanto se hace; media Guatemala resulta carpintera y la otra media, albañil. Es un engaño, pero en fin, a mí me pagan por llenar estos libros con tanto dato falso. A buen seguro que muchos de estos «carpinteros» no saben qué es una garlopa, un formón, una hachuela ni un escoplo, mucho menos manejarlos. Sin duda creen que todo el arte de San José se reduce a cortar tablas con serrucho y a dar de martilladas a granel. Cosa idéntica pasa con los albañiles, por cada diez artesanos que dicen profesar este oficio dos o tres son auténticos y el resto de improvisados y mañosos. Si hubiese tiempo para ponerles en las manos una plomada, un metro y un nivel, habría que ver cómo operaban con tales instrumentos. Ahora me daba cuenta cuánta razón tuvo el Ayuntamiento de la Época Colonial en organizar los gremios, de Artesanos porque desde entonces se tenía este mismo problema; evitar a los chambones o chapuceros que se infiltraban dentro de un campo ajeno a sus conocimientos, y actividades. Cuando al atardecer de regreso del trabajo meditaba sobre este tema me decía, «es lógico, es humano; quieren, desean y necesitan trabajar», acaso yo mismo habría dragoneado de carpintero terremótico, con tal de lograr una paga y, cavilando más acerca de este asunto veo que todos hacemos lo mismo, la necesidad nos empuja a los campos más diversos, allí está

81 González Goyri, Óscar; “Recuerdos de los terremotos de Guatemala 1917–18” (X). Guatemala : El

Imparcial, edición del martes 4 de junio de 1968. Páginas 9 y 13.

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mi amigo Rafael Pérez de León que empleado en las oficinas del ferrocarril me confidencia: «Mira hasta sueño papeles amarillos de tanto estar llenando talones en triplicado con lápiz de tinta». ¡Y soñábamos con ser artistas! Es verdad le digo yo, figúrate mi ocupación diaria. Levantarme a la luz de las estrellas para comprar pan en la 9ª avenida y 13 calle (era una de las panaderías que trabajó todo el tiempo en la parte central de la ciudad) porque si no se madruga no logra uno ni un panecillo y tras bien modesto desayuno a las seis de la mañana ya estoy en marcha para inscribir obreros. El domingo a las seis voy a pintar carretas y letreros para don José Mancilla González en el predio frontero al Crematorio Municipal. ¿Y por qué madrugas tanto?, me dice Rafael. Porque las carretas están al aire libre donde no hay ni gota de sombra y a las diez ya está el sol que achicharra; a esa hora suspendo mi labor de brocha gorda. Ah, me olvidaba contarte, agrega Pérez de León, hace algunos domingos precisamente, de regreso del potrero de Corona encontré a Vollenberg pintando el campamento del cerrito del Carmen, tenía varias acuarelas según pude ver: las ruinas de Santa Teresa, la avenida Elena y otras más. Debemos pintar, Óscar, no abandonemos el arte, yo estoy estudiando arquitectura clásica en mi Vignola, dibujo en las noches columnas y capiteles, empiezo a darme cuenta exacta que es muy interesante adquirir tales conocimientos; has algo tú también, mira, dile a Fernando que venga a mi barraca, deseo hacerle un retrato a lápiz. En efecto, una noche fuimos a ver a Rafael y éste realizó una cabeza de mi hermano a tamaño natural; el dibujo estaba bien técnicamente y el parecido bastante bueno. Mientras posaba, Fernando estuvo «semblanteando» —como él decía— a don Julio Pérez; iba con la idea de hacerle más tarde su caricatura. Yo había hecho otro tanto con don Flavio Guillén a quien observaba algunas veces mientras discutía; era peculiar en este escritor alzar el índice de su mano izquierda en cuyo brazo llevaba colgado su bastón y, también deformar los sombreros de fieltros al igual que lo hacían Carlos Rodríguez Cerna y Eduardo de la Riva; de los tres, no se sabía quién era el primero que arruinaba la forma del más fino «Stetson», desde el día que lo estrenaban… Poco a poco la ciudad se iba limpiando; por una parte, el general don Marcos Calderón con su cuadrilla de zapadores desobstruía calles y avenidas y por otra, el decauville acarreaba ripio llenando laderas y barrancas; un gran ramal estaba tendido hacia el cementerio y otro venía al centro urbano. El acueducto fue de lo primero que se ocuparon para que no faltara agua, ya estaba reparado. En los días en que más escaseaba este elemento el doctor José Mattos regalaba agua a sus vecinos de un pozo que tenía en su casa de la 5ª calle; otros ciudadanos contribuían para aliviar aquella situación, como don Juan Van de Putte, quien obsequió gran número de lámparas a la Municipalidad para alumbrar algunos sectores en tanto que restablecían la luz eléctrica. Era cosa particularmente curiosa que los particulares hacían y los amigos del presidente deshacían, porque no otra cosa era, vivir cometiendo toda clase de abusos en el reparto de víveres; se denunciaba esas arbitrariedades en el periódico y valía tanto como clamar en el desierto. Igual sucedía con los repartos de ranchos a los damnificados, se procedía arbitrariamente y se tenían preferencias ofensivas de modo que a medida que las cosas volvían

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a su antiguo nivel, iba desapareciendo la bella y sincera fraternidad que nos unió a todos en los culminantes días de la catástrofe. 82

82 El mencionado general Marcos Calderón en 1915 era uno de los favoritos del Sr. Presidente, al extremo que

le cupo en suerte figurar en El “Libro Azul” de Guatemala, que con fines de divulgación en el extranjero

encargó el dictador a un equipo de redactores, actuando como “Revisor oficial” el escritor Máximo Soto Hall.

En la parte correspondiente a “Relato é Historia sobre la vida de las personas más prominentes” aparece el

general Calderón. Para que se aprecie quién era dicho general en 1915 y el lector extraiga sus propias

conclusiones respecto a cuáles fueron los motivos para que poco tiempo después se haya convertido en un perseguido, en 1918, conviene transcribir los datos que ofrece dicha obra escrita por plumíferos para su

exportación:

“General Marcos Calderón

Nació en Sija, Guatemala, C.A., en el año de 1862 y recibió su educación en los mejores Colegios y

Universidades de Occidente. Desde niño tuvo gran cariño hacia la carrera de las armas, y gracias á su

intachable conducta y hechos muy honrosos logró ascender hasta el elevado rango de General de Brigada del

Ejército de Guatemala. Su hoja de servicios es de las que enorgullece a Guatemala, á los buenos patriotas y al

que la posee. Empezó la carrera militar desde muy joven como voluntario y ha prestado constantemente

servicio activo á la Nación, tanto en tiempo de guerra como en tiempo de paz. Tomó parte en las campañas de

1906 peleada contra la República de El Salvador, distinguiéndose por su arrojo y valentía, así como por sus

planes tácticos que desarrolló en varios combates, por lo que goza de un verdadero prestigio entre sus

compañeros subordinados. En Sija, su lugar natal, contrajo matrimonio con la apreciable Señora Doña Rosario de Calderón, en cuyo

matrimonio se ha formado un hogar verdaderamente feliz, tienen seis hijos.

En el año de 1907, fue nombrado Jefe de las milicias de la Zona de Colomba é Inspector de los

Departamentos de Totonicapán, Retalhuleu y Quezaltenango, siendo durante este tiempo cuando mejor ha

estado la organización militar en estos lugares. En el ramo civil ha ocupado puestos de mucha importancia y

confianza, como Jefe Político de los Departamentos de Totonicapán, Retalhuleu y Quezaltenango. El General

Calderón es un hombre muy progresista y de grandes cualidades políticas, lo que demuestra de manera muy

palpable el desarrollo y adelanto que los departamentos bajo su cargo alcanzaron entonces, y especialmente

en la Ciudad de Quezaltenango que es la segunda ciudad de la República de Guatemala, en importancia y

población, en la que le tocó estar por los tiempos cuando fue destruida por un terrible terremoto en el año de

1902. Como es de suponerse, el General Calderón, es muy conocido en todos los círculos militares, sociales y

políticos de todo el país, siendo muy distinguido y apreciado por todos sus amigos, tanto compatriotas como

en las diferentes colonias extranjeras.

Merece especial mención el apoyo tan grande que el General Calderón ha procurado siempre a la

Agricultura, que es la fuente de riqueza más grande que tiene nuestro país, como todos los demás de la

América Central, y aún cuando los terrenos son fértiles y bondadosos necesitan de buenos agricultores para

producir mejor. Se ha dedicado el General al cultivo del Café y de la Caña de Azúcar y es propietario de

varias hermosas plantaciones en el Departamento de Sololá, estas tienen una extensión de veintidós

caballerías, siendo terrenos planos en su mayor parte y con abundancia de agua para riego. El General ha

edificado hermosos edificios para los Beneficios de Café, Trapiches de Caña y también para casa de

habitación, todos con las comodidades y elementos necesarios para su objeto.

106

Como un Gil Blas de Santillana cambié de oficios continuamente; la inscripción de trabajadores estaba desfalleciendo visto lo cual el doctor don Antonio G. Valdeavellano que vacunaba con sólo un ayudante contra la viruela, en la misma enramada y se atrasaban en la tarea por la aglomeración de gente que acudía cotidianamente, un día me dijo: «Vea, Óscar, cierre ya ese libro y venga a ayudarnos». Aprendí en cosa de minutos y pasé a ser vacunador municipal, una especie de «Doctor Sangredo» sólo que en lugar de sangrías pinchaba cientos de brazos de todos los grosores, unos ebúrneos, otros flácidos, pocos bellos y muchos velludos. Cierta mañana, en son de broma me dijo el doctor Valdeavellano: «Sólo vivo es usted, acapara a las muchachas hermosas y me deja a la viejitas». Ese día recibían la vacunación las vendedoras del Mercado Central que, como se sabe, estaba instalado en plena Plaza de Armas. Cuando terminamos, me dijo: «Tome unos tubos de fluido, un paquete de algodón y este litro de alcohol y se lleva estas dos lancetas (pero no me las vaya a perder) y mañana haga usted la vacunación en su campamento, así no se reúne aquí tanto número de personas». Así lo hice y me di a vacunar a cuanto conocido y no conocido quiso ser vacunado en el campamento del Teatro Colón. Esto me permitió ver —más tarde— las más hermosas vacunas que nunca se habían puesto por practicante alguno; porque sucede que, a más rollizo el brazo más fluido les inyectaba y se les dieron unas vacunas que parecían píos de pastelería, al extremo de tener que llevar algunas muchachas el brazo en cabestrío por la suma hinchazón de la vacuna y les quedaban unas cicatrices más grandes que medio real de níquel.

La maquinaria para labrar la tierra, así como también la de los beneficios y trapiches es de la más moderna y

práctica, movidas por una fuerza hidráulica de 15 H. P. La producción aproximada de Café, anualmente, es de

4,000 quintales, que son en su mayor parte, exportados á los mercados europeos y americanos, en donde

siempre ha alcanzado los precios más elevados el Café de la América Central por su incomparable calidad y

muchos premios en las grandes exposiciones internacionales.

También es propietario de los Molinos y Plantaciones de Trigo, situados en al [sic] Departamento de

Totonicapán, y conocidos con el nombre de ‘La Providencia’. Esta es una industria muy importante y que por

ahora está muy poco desarrollada en el país, pero el Gobierno del progresista Don Manuel Estrada Cabrera, ha dictado las medidas necesarias para fomentar dicha industria. El General Calderón, que es uno de los hombres

que saben apreciar las incomparables cualidades del Supremo Jefe de la Nación, y que siempre ha tratado de

secundarle en sus grandes empresas é ideas, creemos que en esta vez hará lo mismo y sea uno de los primeros

en empezar el cultivo del Trigo en gran escala. Totonicapán, que es donde están situadas las propiedades del

General Calderón, es un lugar de un clima excelente, para el cultivo de cereales y presenta una gran

oportunidad para todos los agricultores é industriales, que deseen dedicarse á dicho ramo agrícola-industrial.

La residencia particular del General Don Marcos Calderón está situada en la hermosa casa No 24 de la 9

Avenida Sur, Guatemala, C. A.”

Gobierno de Guatemala; El “Libro Azul” de Guatemala. Revisor Oficial, Máximo Soto-Hall. New Orleáns :

Searcy & Pfaff, Ltd., 1915. Páginas 188 a 189. NOTA: En otras fuentes secundarias aparece citado así: Soto-

Hall, Máximo; El Libro Azul de Guatemala. New Orleáns : Searcy & Pfaff, Ltd., 1915.

107

XI 83 Llevábamos ya setenta y dos días de vivir en la barraca colectiva, yo contaba el tiempo como Robinson Crusoe en su isla o como debió contar Napoleón los crueles días de su exilio en Santa Elena, o como Silvio Pellico en su calurosa prisión de techo de plomo en Venecia. 84 Me angustiaba de solo pensar que allí iríamos a sufrir todas las incomodidades y molestias de la estación de lluvias, pues con los aguaceros esporádicos que habían caído teníamos una experiencia bastante triste y amarga de lo que nos esperaba. ¡Si al menos fuera nuestra la barraca! —dijimos más de una vez, podríamos arreglarla a nuestro modo, pero allí estábamos igual a los israelitas cautivos del Faraón. Envidiábamos de verdad a cada persona o familia que planeaban irse en firme el regreso a sus queridos lares… Una mañana soleada pero con cielo muy henchido de nubes dispersas, mi padre quiso que lo acompañara al Correo en Gerona; había recibido dos citaciones para recoger personalmente envíos certificados en su calidad de Director de la Biblioteca Nacional, 85 y, ahora se sentía con ánimos de caminar. Nos pusimos en marcha y, naturalmente había que pasar por sus derruidas casas. Le llamó la atención que las puertas de calle, los balcones de hierro y todas las tejas que no cayeron habían desaparecido. ¿Y esto qué es? ¿tarea de ladrones? —No, le contesté, aclarándole, mamá ha tenido que vender esos materiales para ir viviendo pues no es posible estar atenidos solo a los repartos de víveres: generalmente dan maíz, un

83 González Goyri, Óscar; “Recuerdos de los terremotos de Guatemala 1917–18” (XI). Guatemala : El

Imparcial, edición del lunes 15 de julio de 1968. Páginas 11 y 17.

NOTA: En el texto original no se indica que este sea el Capítulo XI pero se asume le corresponde dicho

número en razón de fue publicado después del anterior, el X. Tal vez fue omisión del editor. Lo que confirma

que se trata del capítulo XI es que al inicio del siguiente, el XII, el relato no pierde continuidad ya que

González Goyri sigue comentando el mismo tema de cuando llegaron con su mamá a la antigua casa que

habitaban, ya derruida. 84 Se refiere a Silvio Pellico (1789–1854), escritor y poeta italiano. Encarcelado en 1821, condenado a muerte

en 1822, pena que se le conmuta por la de prisión por cuarenta años, es indultado en 1830. Producto de esa

experiencia publica Mis prisiones, que a decir de los entendidos “esta obra causó más daño a Austria que una batalla perdida.” (Wikipedia). Parecido título lleva el escrito por el guatemalteco Rafael Montúfar (hijo de

Lorenzo Montúfar) quien relata la persecución y estancia en la penitenciaría por orden del dictador Manuel

Estrada Cabrera. Véase:

Pellico, Silvio; Mis Prisiones. Madrid: Traducción de Ciro Bayo. Cuarta Edición. Espasa-Calpe, S.A., 1962.

NOTA: La edición princeps de esta obra autobiográfica se publicó en Turín, 1832 (italiano). La primera

edición en español, en Madrid, 1837.

Montúfar, Rafael; Memorias de una prisión: Páginas de la historia de Centro-América. Estados Unidos,

Ridgewood, NJ: Harper & Brothers, 1917. NOTA: el libro fue escrito en 1908, y así aparece en la portada del

mismo; sin embargo, el autor incluyó una carta fechada en diciembre de 1911, y en la contraportada los

derechos de autor en 1917. 85 Más adelante se aclara que se trata de la Biblioteca Municipal.

108

trozo de panela, bananos verdes, frijol y algunas veces, un poco de arroz. ¿Y quién ha comprado esas cosas? —un italiano de apellido Rosada. Un suspiro se escapó del pecho de mi padre y comprendiendo que hubo razón para proceder así, melancólicamente me dijo—. ¡Es triste darse cuenta de la necesidad en que estamos!— A él le causó profunda impresión todo aquello, habíamos penetrado solo al primer patio y no quiso entrar a la otra casa; la vieja higuera daba amplia sombra con sus frescas hojas, era lo único amable en medio de aquella desolación. Silenciosos, pensativos, pasamos frente a la aduana, grandemente dañada; indisimulable fue su asombro al ver el campamento de Gerona: ¡Caramba! Si hasta imprenta hay instalada aquí me dijo — Sí, le repuse, es del licenciado Nájera Cabrera y cerca de esos talleres está la barraca de Efraín del Águila, pariente de Hernández de León; hasta allí trajeron a don Francisco, acostado en una camita de hierro pues una pared le destrozó el tobillo. Fernando mi hermano fue de los que ayudaron a traerlo. En efecto, una muchacha 86 de gran voluntad, paseó por la ciudad en ruinas a aquel escritor a la manera como Petronio en su litera, llevada en hombros por sus esclavos, atravesaba la Suburra romana. 87

Llegamos al fin al correo, el tiempo había cambiado. Muchas nubes habían tapado el sol y una densa y gris neblina hacía borrosos los contornos de covachas y comercios del campamento. En las oficinas postales entregaron a mi padre varios paquetes de libros; venían destinados quién sabe desde cuando para la Biblioteca Municipal. Unos, eran donativo de la Unión Panamericana de Washington, otros venían procedentes de instituciones de Cartagena, Colombia, y el resto de folletos emitidos por una Biblioteca de Guayaquil la cual solicitaba

86 “una muchachada” es como debe leerse, según errata detectada por el propio González Goyri. 87 El nombre correcto es Federico, no Francisco. Se trata del periodista Federico Hernández de León (1883-

1959), que en tiempos de Estrada Cabrera fue perseguido por este, pero con el dictador Jorge Ubico ocurrió lo

contrario: se convirtió en su protegido. Como director propietario de Nuestro Diario, no escatimó palabras y

ditirambos para exaltarlo; actuó como organizador de las visitas que anualmente realizaba el mandatario a los

departamentos de la república, las cuales plasmó en:

Hernández de León, Federico; Viajes presidenciales: breves relatos de algunas expediciones administrativas

del General D. Jorge Ubico, presidente de la república. Volumen 1. Guatemala : Tipografía Nacional, 1940. Hernández de León, Federico; Viajes presidenciales: breves relatos de algunas expediciones administrativas

del General D. Jorge Ubico, presidente de la república. Volumen 2. Guatemala : Editada por el Partido

Liberal Progresista a través de su Imprenta “El Liberal Progresista”, 1943.

En 1945: “El Gobierno Revolucionario no confiscó ningún diario de los que habían sido ubiquistas, salvo ‘El

Liberal Progresista’. Hernández de León tuvo la dignidad de apartarse, nadie le estaba callando la boca, pero

prefirió ponerse él mismo la mordaza, como diciendo ya mi época pasó, fui periodista en los años del

unionismo, pelié contra la dictadura de Estrada Cabrera, luché en los gobiernos de Orellana, de Chacón, me

plegué al ubiquismo, ahora que vengan los jóvenes y que sigan adelante. De León vendió el periódico al

gobierno. La imprenta se llamaba El Centro Editorial.” Bauer Paiz, Alfonso y Carpio Alfaro, Iván; Memorias

de Alfonso Bauer Paiz. Historia no oficial de Guatemala. Guatemala : Rusticatio Ediciones, 1996. Página

153.

109

canje. Se trataba de varios tomos de las Memorias del General O’Leary, Cartas del General Santander y Notas Biográficas del Doctor Espejo… Una lluvia pertinaz nos hizo hacer gran espera en la plataforma del Edificio del Ferrocarril cuya otra mitad servía de oficinas postales. Durante ese tiempo y curioseando por las ventanillas, de los despachos que nombré primero, vi a un amigo Rafael Pérez de León atareado con su balumba de talonarios amarillos que eran su pesadilla; quise saludarlo pero ya mi padre se impacientaba, era su primera salida y sentía el estrago de la caminata y deseaba regresar cuando antes. Aquella visión de mi padre convaleciente, alto, encorvado y enflaquecido con su traje de casimir oscuro, su sombrero de amplias alas, todo fuera de época, y cargando un paquete y yo los otros, siendo mi persona de estatura menos que mediana, me trajo a la mente la novela de Héctor Malot «Sans Famille» donde pinta la entrada en París del Sr. Vitalis con el huerfanito en un amanecer de invierno azotado por el cierzo y la nevada. Tuvimos que refugiarnos cabe el toldo de una covacha ya próxima a los almacenes de Aduanas. Una señora de cabeza 88 con gran gentileza nos hizo pasar adelante y nos ofreció sillas para sentarnos. Venida a menos, por el terremoto, se adivinaba en ella una gran dama de Sociedad; en la conversación que sostuvo con mi padre se dejaba ver amplia cultura y su fina y esmerada educación de gente bien nacida. Cerca ya del mediodía amainó la lluvia y pudimos seguir nuestro camino. Le dimos las gracias a la Señora y cuando ya solos llegamos a la 10ª calle mi padre no quiso tomar la 13 avenida y volver a pasar por sus propiedades, seguimos hasta la esquina de Santo Domingo y por la 12 Ave. enfilamos a la covacha. Lo realizado en aquella jornada fue superior a sus fuerzas, en cuanto llegó se tendió a la cama, visiblemente fatigado. Esa vez me llamó aparte mi madre y me enseñó cómo estaba la comodita donde guardábamos nuestra ropa, estaba empapada y algunas prendas se habían mojado. Ves —me dijo— este mueble se va a arruinar con la lluvia y el sol ¿y qué podemos hacer?, le dije, no podemos entrarla porque ya no quieren más cosas adentro: la barraca no es de nosotros —ya lo sé— repuso —pero aún cuando esté fuera podemos protegerla con los «embreados» del nacimiento, mañana vamos a la casa a quitarlos.

XII, y último 89

La decisión de mi madre, tomada el día anterior, hizo que nos levantáramos temprano para traer los embreados para el Nacimiento. Mi hermano Fernando estaba ocupado escribiendo un discurso que por encargo del Coronel Guadalupe López tendría que pronunciar

88 «Una señora de cabeza nívea…», pidió González Goyri corregir como errata. 89 González Goyri, Óscar; “Recuerdos de los terremotos de Guatemala 1917–18” (XII y último). Guatemala :

El Imparcial, edición del viernes 16 de agosto de 1968. Páginas 11 y 15.

110

en el Cuartel número 3, con motivo de la inauguración de las nuevas construcciones levantadas por dicho militar en aquel Cuerpo castrense. 90 Por dicha razón fuimos sólo mi madre, mi hermano Horacio, en aquellos días un niño todavía, y yo, que llevaba martillo, tenaza y otros fierros para hacer tal trabajo. Entramos a nuestra casa, tristemente desmantelada, fuimos directamente al cuarto donde con todo esmero e ilusión habíamos puesto en aquella memorable Navidad, el «Belén», como dicen los españoles y lusitanos; justamente en el ángulo donde éste se hallaba, cayó completo el repello, dejando al desnudo adobes y grandes grietas, más algunas tejas que rasgaron el «cielo–raso». Nos subimos al Nacimiento mi hermano y yo para remover los escombros y ripios que aplastaron el portal, pastores, ángeles, ovejas y cuanto es acostumbrado colocar para darle ambiente a una instalación navideña. En los primeros años no tuvimos ni San José ni la Virgen, sólo teníamos «Niño–Dios»; éste era una linda escultura debida a Ganuza y si nuestra madre no hubiera corrido a sacar dicha imagen la noche misma del terremoto, se habría arruinado. 91 Una hora tendríamos de estar quitando el peso de aquellos materiales y comenzábamos ya a desclavar los embreados, cuando de pronto mi madre encontró entre el terregal un paquete pesado, forrado en papel amarillo, exclamando: —«Ve, ¿qué será esto?» Sin bajarme ni dejar de hacer lo que estaba haciendo, volví la cabeza y le contesté: — «Debe ser una tablita de las que Lupe —mi hermana— preparaba para imitar puentes en el camino». —«No, no es tabla porque pesa. ¿No será dinero?»— agregó; y picados de curiosidad saltamos al suelo para examinar el contenido. Era una pieza plana, un poco más de un pie de largo por tres pulgadas de ancho, perfectamente envuelta en papel amarillo fuerte, grasoso y notoriamente pesada. Rompí a toda prisa el envoltorio y apareció una faja de finísima lona igual a la de los sacos de correos; tenía en los extremos un par de pitas largas, semejantes a las fajuelas que se usan para envolver en sus pañales a los nenes o como estilan los japoneses para amarrar el kimono a la cintura; al palparla se sentían como monedas, tal como pensó mi madre. Emocionados, nerviosos, con un cuchillo rompimos las costuras y ¡oh, prodigio! — aparecieron en realidad veinticinco onzas de oro, limpias, relucientes; eran «soles» peruanos unas, «águilas aztecas» las otras. Atónitos, no dábamos crédito a lo que teníamos ante los ojos. «¿Con que era verdad que el tío abuelo enterraba el dinero?» En vida, aquella faja quizá le sirvió para amarrarse los pantalones, a manera de cincho. Júbilo y sorpresa nos cortaban la palabra. Luego pensamos: «¿Dónde pudo estar escondido este paquete?» Investigando, descubrimos que en el límite del muro, cerca del desgarrado cielo–raso, entre dos junturas de adobes se veían aún adheridos pedazos de papel amarillo. Buscamos en la habitación, deseosos de que hubiera más, pero no hallamos. Sin embargo, en esos momentos aquello era una fortuna para cualquiera y para

90 El Coronel Guadalupe López es mencionado en capítulo VIII. 91 Sobre el riesgo al que se atrevió la madre para sacar la imagen de la casa durante el terremoto en diciembre

de 1917, véase el capítulo II de esta serie, en el párrafo que inicia con “El día 25 arreciaron los temblores

[…].

111

nosotros, los más pobres del Campamento: una salvación. A mi madre se le humedecieron en lágrimas sus ojos y nos dijo: «—Ven ustedes; es un milagro del Niño Dios, por haberme acordado de él en aquella aciaga noche». Conmovidos, enmudecimos ante aquella idea, y yo, en mi interior, reflexionaba: «Luego, sí existen los milagros». Cuando don Flavio Guillén contó cierta tarde una extraordinaria historia de botijas repletas de plata y oro y su hallazgo providencial, yo, escéptico, incrédulo, pensaba al oirlo: son puras «Callejas», pura fantasía del escritor. 92 Mi incredulidad positivista estaba vencida ahora. Tiempo después, don Flavio obsequió a mi hermano Fernando su libro «Polvo de oro». En sus páginas encontré el relato escrito de lo que escuchara de sus labios. «Es cierto, no es leyenda, es cierto», me decía al ir leyendo; «Nosotros no encontramos botijas, pero lo hallado valía más que si hubiésemos descubierto el tesoro de Simbad el Marino, las minas del rey Salomón, la fortuna del Conde de Montecristo, o el cofre de Sir Francis Drake». A toda prisa acabamos de retirar el «embreado» y doblándolo, dijimos: «pensemos bien lo que nos toca hacer; ante todo, guardemos el secreto». Pasada la emoción, vinieron los proyectos: «Nada de locuras, como en el cuento de la lechera. Nada de divulgar el hallazgo; debemos limpiar de escombros la otra casa, porque era más fácil reconstruirla. Levantaremos en el frente una casa de madera y lámina, para regresar a lo nuestro». ¡Oh, Divina Providencia! ¡Volver a nuestra casa! Qué inmensa alegría, qué inenarrable acontecimiento. Y ¿el dinero? ¿Qué hacer con él? ¿Dónde guardarlo? El único mueble con llave era una comodita que íbamos a proteger de las lluvias; allí guardaríamos las «peluconas» con todo sigilo. ¿Cuándo se convertiría en billetes? La prudencia nos aconsejaba no cambiarlas todas de una vez; y nuevamente nuestra madre nos recomendó guardar el secreto. Felices regresamos a la barraca. Como cosa del diablo, niños y personas grandes nos rodearon al ver que clavábamos embreados sobre el mueble. «¿Van a hacer altar? ¿Para qué hacen eso?» —No; es sólo para proteger la madera de las inclemencias del sol y de la lluvia. No pudimos guardar las monedas porque la gente curiosa estaba de turno; no se iban, y nosotros en ascuas, pidiéndole a Dios que nos dejaran solos. Al fin lo hicieron y aprovechando ese momento las depositamos en el último peldaño, bajo la ropa de cama y echamos llave. Pero, ahora nos quedamos como los avaros y agiotistas de la Divina Comedia, cuyo tormento es andar siempre escondiendo y enterrando su saco de dinero. Al júbilo se sumaba la inquietud de que pudieran robarnos nuestra fortuna o descubrirla. Por varias noches nuestro sueño no fue profundo, pensando en que podríamos perder aquel dinero que nos iba a aliviar de todas las penalidades sufridas. Hacíamos más proyectos que la lechera del cuento; se nos calentaba la cabeza y adiós sueño. Amanecíamos desvelados; pero con nuestro secreto, al ver a los compañeros de barraca. «¡Si supieran que ya vamos a irnos de aquí, muy pronto!» —

92 “Callejas” era el nombre de una revista de la época, en la cual se contaban muchas historias y relatos

fantásticos que de tan increíbles, la gente decía que eran callejas lo que alguien contaba y pretendía hacer

pasar como una verdad indiscutible.

112

pensábamos. Y así un día y otro día, madurando nuestros planes: «Volver a nuestra casa. ¡Qué felicidad!»

ÓSCAR GONZÁLEZ GOYRI Nota de redacción. — El autor de la interesante serie de Recuerdos de los terremotos, que se cierra con este artículo, nos pide señalar algunas erratas que anotó en los anteriores. Así, en el precedente, publicado en edición del día 15 de julio aparecieron los siguientes errores: un en lugar de mi, covocha (que aparece dos veces) en lugar de covacha, dejeba debe leerse dejaba; hizo falta nívea en donde debe leerse correctamente: «Una señora de cabeza nívea…», y a cambio de muchacha también debe leerse muchachada. Por último, escribe «debo decir que mi señor padre fue director de la Biblioteca Municipal, y no de la Nacional como se puso en el artículo en cuestión». — En realidad, en esa época además de la Nacional funcionaba la muy concurrida Biblioteca Municipal, surtida de excelentes obras, como lo recordó el autor, a quien damos las gracias por haberse tomado el trabajo de evocar, a nuestra solicitud, escenas de la vida de Guatemala durante los terremotos. Su trabajo ha sido muy plausible y más si se tiene en cuenta el estado de salud del maestro González Goyri y el recargo de sus quehaceres docentes.

113

Manuel Coronado Aguilar y sus recuerdos de los terremotos de 1917–18

En su serie intitulada “Recuerdos de los terremotos de Guatemala 1917–18”, el artista Óscar González Goyri menciona en varias oportunidades al general Enrique Arís (1863–1936) como responsable de muchas tareas para hacer frente a la emergencia ocasionada por los movimientos telúricos, tema que también es objeto de apasionada descripción por parte del abogado e historiador Manuel Coronado Aguilar (1895–1982). 93

En efecto. Para organizar las labores de reconstrucción y ayuda a las víctimas, durante

el primer trimestre de 1918 se creó el “Comité Central de Auxilios y Orden Público” dirigido por el General Enrique Arís, siendo nombrado Manuel Coronado Aguilar como Secretario del Comité y por ende del General. 94 En sus propias palabras:

“Yo fui designado por el General Arís, Secretario de aquel Comité extraordinario, iniciándose en mí una temporada de recato y de disciplina oficial al deber, ante la necesidad colectiva. ¡Cuántos ambicionaban mi puesto! […] Yo aprendí durante este empleo, todo lo que valen la puntualidad, la disciplina y el respeto; lo que significa el cumplimiento de las obligaciones, y lo que benefician la sumisión, sin inclinar la dignidad, y la temperancia hasta en el deber.” 95

93 Sobre su vida y obra véase: Cronología de Manuel Coronado Aguilar (1895-1982). Publicado así: Martes 6

de marzo de 2012, en Monografías.com, http://www.monografias.com/trabajos-pdf4/cronologia-manuel-

coronado-aguilar-1895-1982/cronologia-manuel-coronado-aguilar-1895-1982.shtml; y, The Black Box –Blog

económico y político de Centro América, http://ca-bi.com/blackbox/?p=6433. 94 Durante el gobierno de Manuel Estrada Cabrera el General Enrique Arís desempeñó varias comisiones

especiales por designación de éste; así por ejemplo, en 1905 estuvo en Zacapa como encargado de combatir la

fiebre amarilla.

El 20 de abril de 1908 se desempeñaba en el palacio presidencial. En ese fatídico día el presidente recibiría al

nuevo embajador de los Estados Unidos, con guardia de honor integrada por los cadetes de la Escuela

Politécnica. Al hacer su ingreso por el lugar donde menos se le esperaba “Es el General Enrique Arís quien anuncia su arribo cuando expresa: ‘¡Muchachos el Señor Presidente se acerca!’”. Ponce, Hernán; Mi vida por

tu honor : La gran batalla por la dignidad nacional. 2 de agosto de 1954. Guatemala : Armar Editores, 2007.

Página 64.

Cuando en 1913 ocurrió una huelga de empleados ferrocarrileros que demandaban aumento de salarios en la

ciudad de Puerto Barrios, cabecera del departamento de Izabal, fue enviado a sofocarla pues la misma llevaba

seis días sin visos de solución. Al llegar y “desde la escalerilla del tren preguntó a los huelguistas: ¿dónde está

el cementerio […]?” No hubo respuesta y el paro concluyó inmediatamente. Cfr. Valle Pérez, Hernán del;

Carlos Herrera: primer presidente democrático del siglo XX. Guatemala : Fundación Pantaleón, 2003. Página

102. 95 Coronado Aguilar, Manuel; “Retazos de la vida -61. El General Enrique Arís”. En: Retazos de la vida.

Coram veritate (frente a la verdad). Guatemala : Tipografía San Antonio, 1942. Página 31.

114

En la quinta Semblanza de su vida, Coronado Aguilar refiere acerca de los terremotos y del trabajo como secretario del general Arís:

“[…] A principios de mayo de 1917 y durante los ocho meses que se sucedieron, muchísimos fueron los temblores de tierra que se hicieron sentir, hasta que llegó el 25 de diciembre, fiesta de la Natividad de Nuestro Señor, en que un terremoto tremendo como jamás lo habíamos sentido, siendo las diez de la noche, nos sacó a los vecinos, al medio de la calle […] El segundo terremoto fue el 29 del propio mes de diciembre, a las dos de la tarde […] El 3 de enero siguiente, (1918), por la noche, nuestro caro suelo se conmovió otra vez, de manera espantosa, derribándose entonces las dos torres frontales de nuestra Catedral, y también muchísimos edificios.” 96

La sede donde trabajaba con el general Arís, se ubicaba en lo que hoy es la Plaza de la

Constitución, antiguamente denominada Plaza de Armas y posteriormente Parque Central. La descripción de las instalaciones y del trabajo realizado la proporciona don Manuel en sus Retazos de la vida (1942), quien no vacila en acusar de serviles a muchos que con hipocresía se presentaron a ofrecer su ayuda al general, para quien solo tiene palabras de reconocimiento y justificación por algunos actos calificados de muy duros y represivos, y es como sigue:

“[…] Después de Estrada Cabrera, y en muchas ocasiones antes que éste, era cumplido sin reticencias y sin reparos, el dictado personal de este jefe militar. Las oficinas fueron instaladas en un enorme barracón levantado en menos de cuarentiocho [sic] horas, en la parte poniente del parque central; y ante él desfilaron, en procesión ordenada e invariable, todos los necesitados de algún auxilio; los imploradores de una orden especial para derruir un muro amenazante, y los que carecían de algo perentorio e imprescindible. Y cada solicitud, cada demanda y cada orden, eran revisadas y dirigidas con incansable laboriosidad, por mi autoritario Jefe. […] Un cuerpo médico a lo militar; comités cantonales a lo militar; y grupos perfectamente definidos, organizados también al estilo militar, completaban aquel engranaje tan ordenado en su ritmo, como perfecto en su finalidad.

96 Coronado Aguilar, Manuel; Quinta Semblanza. Los terremotos de 1917-1918. Guatemala : diario La Hora.

Edición del 23 de agosto de 1974. Páginas 4 y 6.

115

Como lo exigiera así lo extraordinario de las horas vividas, hubo un reclutamiento general de toda clase de vehículos, castigándose con dureza a los rehacios [sic] en prestar su concurso. Y era de ver a los timoratos, a los necesitados de aparentar sumisión a los dictados del General, y a los incorregibles y eternos serviles, hacer cola y desfilar ante la presencia del jefe, para ofrecerle con zalamerías y con desbordante generosidad, dando más de lo que se les pedía, sus carros, sus economías y hasta sus personas, y para prestar éste o cualquier otro vehículo, así fuese el de acarreador de víveres.” 97

Como en una noche de juerga, tres ciudadanos incluido uno inglés hacen disparos al

aire asustando a los vecinos, son detenidos por la policía. El Presidente Estrada Cabrera ordena se les dé un castigo ejemplar, que es interpretado como propinarles azotes con el chicote sobre las posaderas, al que son sometidos en pleno parque central. El cónsul inglés se presenta ante el general Arís para reclamar y aunque éste no impartió semejante disposición, asume la responsabilidad y le pregunta: qué haría él si su familia es asustada por ingratos borrachos que disparan al aire, a riesgo que alguna bala perdida les cause daño; el diplomático comprende y no insiste en el reclamo ofreciendo incluso su ayuda para cuando se le necesite. Después de la entrevista Coronado Aguilar le pregunta por qué aceptó él la culpa:

“[…] El General se sonrió y me sacó de dudas, con un simple argumento: ‘A mí, se me respeta y se me teme, y se sabe que cuando procedo lo hago sin vacilaciones y con suma energía; así es que tengo que librar al salvaje que dio la orden de flajelación [sic], de que se lo coman estos ingleses’. Efectivamente el caso no trascendió a más. 98 Durante aquella oportuna administración, si mi jefe fue violento y drástico al extremo; en muchos casos hubo abundancia de beneficios para todos los habitantes, como que se proveyó a su seguridad y se les libró de la anarquía y de ser víctimas de tantos graves delitos. El General estaba en todas partes, en todo momento; se le veía rondar los campamentos a altas horas de la noche, y hacer justicia sin miedos, esa difícil justicia personal, muchas veces equivocada, pero otras tantas saludable y necesaria, especialmente en horas de peligro público. Dormía tres o cuatro horas a lo sumo, y sostenía sus nervios a fuerza de inyecciones y de bebidas tonificantes que le prescribían los jefes del servicio médico.” 99

97 Coronado Aguilar, Manuel; Retazos de la vida. Op. Cit., páginas 130 a 131. 98 Tome en cuenta el lector que este asunto igual lo comenta González Goyri, pero extrañamente no menciona

al general ni de que entre los que dispararon había un ciudadano inglés; solo se refiere al comandante que dio

la orden de flagelar a los causantes de los disparos. A su vez, el doctor Epaminondas Quintana explica lo

ocurrido, pero tampoco proporciona el nombre del citado militar. 99 Ídem., página 135.

116

Al igual que otros autores, Coronado Aguilar hace ver que prácticamente los terremotos de 1917–18 derribaron las diferencias sociales, aunque solo en apariencia. Quienes antes del mismo no movían un dedo para trabajar, pues se creían señoritos exentos de responsabilidad y veían las labores manuales en forma despectiva, tuvieron que salir a la calle a procurarse el alimento; señoras que siempre tuvieron sirvientas que las atendieran y les hicieran la comida, ante la fuga de éstas se vieron en la necesidad de cocinar. Empero, para Coronado Aguilar las jerarquías sociales son necesarias, la naturaleza misma las ha impuesto y eso de la lucha de clases no resuelve nada.

“La escala animal ofrece múltiples diferencias, aún dentro de las mismas especies. En la familia humana tampoco hay igualdad. La Naturaleza impuso las jerarquías ab–initio y éstas subsistirán eternamente. Es imposible ir contra la Naturaleza.” 100 “La unión de clases, es posible, pero a base de solidaridad universal, de convencimiento y de comprensión. En consecuencia, conviene desterrar la lucha de clases que no trae sino odios y diferencias, pero hay que garantizar las jerarquías. Si es torpe y hasta estúpido creer que puedan haber distinciones sociales, por diferencia de castas, de partidos o de prejuicios en cuanto al nacimiento y habilidad política; no es menos torpe, y también estúpido, considerar una igualdad absoluta, cuando la educación, las costumbres y la capacidad intelectual son diferentes. Ha de haber igualdad dentro de la armonía y dentro de la mutua colaboración; dentro del mutuo respeto a la propiedad, al individuo y al honor; y en el deseo de conservación del orden interior de las colectividades. Todo esto, no es otra cosa, sino el reconocimiento de las jerarquías y su respeto absoluto. La igualdad ante la ley, es una cosa, y la desigualdad por las jerarquías otra muy distinta.” 101

La diferencia entre lo que es igualdad ante la ley versus la desigualdad por las jerarquías

es un tema que Coronado Aguilar aborda de nuevo en 1947 cuando escribe El Año 2001 (1959), novela donde expone por medio de un narrador omnisciente, que “cierto autor, en un libro suyo” propuso la realización de un experimento, para demostrar que los hombres no son iguales, a pesar de lo que pregonan algunas teorías de tendencia totalitaria. El experimento consistiría en meter dentro de una cámara especial a un grupo de hombres provenientes de Noruega, Alemania, Francia, Patagonia, Nigeria y “centroamericanos” (blancos, negros y amarillos); se les licuaría y al final no saldría nada, solo una masa viscosa, acuosa y deforme, de lo cual se deduce que si bien por naturaleza hay igualdad en todos los hombres, en la práctica

100 Ídem., página 213. 101 Ídem., página 215.

117

no sucede así porque cada uno tiene diferentes habilidades y niveles de comprensión 102 y por ende su actuación será distinta en un “ateneo” académico, en la agricultura, industria, bellas artes y en cualquiera otra actividad. Tal parece que lo del “ateneo” no es más que una proyección anticipada de Coronado Aguilar, el que entre otras actividades formó parte del Ateneo de El Salvador, en cuya sesión extraordinaria del mes de agosto de 1964 brindó la conferencia acerca de “Los Ateneos en el Mundo”. 103

Al concluir el experimento propuesto por el autor del libro no identificado, quien lo describe indica que se notarían las diferencias, concluyendo en que “si todos los hombres han sido creados con una naturaleza igual, no a todos los identifica la misma aptitud ni los substrae la misma capacidad”, 104 queriendo reafirmar con esto que definitivamente los hombres no son ni pueden ser iguales, aunque ello no es óbice para que puedan trabajar y relacionarse bajo los principios del compañerismo, asunto éste que trata el autor más adelante cuando explica los principios del rotarismo mundial.

Satisfecho de sus labores al lado del general Arís, ocho meses después regresa a casa. La emergencia de los terremotos pasó y son otros quienes se encargarán de reconstruir la ciudad, aunque para ello deben transcurrir más de diez años. Entre las ocho semblanzas que de su vida publicara, en las siguientes relata lo relacionado con los terremotos de 1917–18 y su participación al lado del general en calidad de secretario:

Coronado Aguilar, Manuel; Cuarta Semblanza. El tiempo vuela. Guatemala : diario La Hora. Edición del 22 de agosto de 1974. Páginas 4 y 6.

---------------; Quinta Semblanza. Los terremotos de 1917–1918. Guatemala : diario La Hora. Edición del 23 de agosto de 1974. Páginas 4 y 6.

---------------; Sexta Semblanza. El General Arís, árbitro absoluto en los llanos de Gerona. Guatemala : diario La Hora. Edición del 24 de agosto de 1974. Páginas 4 y 6.

---------------; Séptima Semblanza. El General Arís, centro de mis observaciones. Guatemala : diario La Hora. Edición del 27 de agosto de 1974. Páginas 4 y 6.

102 Aquí el autor retoma sus propias ideas de 1943, cuando justificó el “derecho” que tuvo España para

sojuzgar a los seres casi irracionales que encontraron los conquistadores. Coronado Aguilar, Manuel;

Influencia de España en Centro América -Ensayo histórico jurídico. Guatemala : Tipografía Sánchez & de

Guise, 1943. Página 28. 103 Consejo Superior Universitario Centroamericano; Repertorio centro americano. Volumen 1, Número 1.

Costa Rica : Editor, Secretaría Permanente del Consejo Superior Universitario Centroamericano, 1964. Página

20. 104 Coronado Aguilar, Manuel; El Año 2001 (Novela). Quetzaltenango, Guatemala : No. 2, Colección : El libro

de Quetzaltenango. Edición : José Vicente Molina V. Editorial Tiempo, 1959. Página 287.

118

---------------; Continuación de la Séptima Semblanza. Otros casos concretos inolvidables. Guatemala : diario La Hora. Edición del 28 de agosto de 1974. Páginas 4 y 6.

---------------; Continuación de la Séptima Semblanza. El buen uso de la fuerza es siempre saludable. Guatemala : diario La Hora. Edición del 29 de agosto de 1974. Páginas 4 y 6.

---------------; Final de la Séptima Semblanza. Algunas posturas personales de nuestro Brigadier. Guatemala : diario La Hora. Edición del 31 de agosto de 1974. Páginas 4 y 6.

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De las ocho Semblanzas que publicó, seis de las mismas están prácticamente dedicadas al

general Enrique Arís, de cuando éste fue director del Instituto Nacional Central para Varones, de la fuerza con que ejerció el cargo de coordinador de las labores de descombramiento de viviendas destruidas por los terremotos de 1917 y 1918, y de su función al frente del comité que combatió la epidemia de influenza española en 1919. Las Semblanzas casi son una copia fiel, adosadas de otras anécdotas personales, de lo que escribiera en Retazos de la vida. Coram veritate (frente a la verdad). Guatemala : Tipografía San Antonio, 1942. Ver en este: “Retazos de la vida –61. El General Enrique Arís”.

Coronado Aguilar relata dos anécdotas respecto a aquél que fue fiel a su amo después de ser derribado; la mayoría de serviles hicieron lo de siempre: si antes endiosaban a Estrada Cabrera, vencido éste ni alimentos en la prisión querían darle:

“A la caída del régimen de Estrada Cabrera, el General Arís se encontraba en la fortaleza de ‘La Palma’, al lado de su patrón. Cuando el mandatario capituló, le acompañó al infortunio, primero a la improvisada prisión de la Academia Militar, y después, sufriendo las naturales consecuencias de su adhesión incondicional en la Penitenciaría del Centro. Aquí, el General se portó con toda dignidad: rechazó con energía las humillaciones, y se impuso con entereza a cobardes que nunca faltan. […] Fue juzgado y puesto después en libertad. […] Era tan leal para con los amigos el General Arís, que durante el régimen del General Orellana, sin temer a ciertas consecuencias, fue el iniciador y constante promotor de una idea: la de proporcionar al ex-Presidente Estrada Cabrera una prisión digna de su alta personalidad política, la que logró, no sin sufrir pocas decepciones, pues los más favorecidos por el ex-mandatario, eran los más rehacios para proporcionarle alivio en su infortunio.” 105

105 Coronado Aguilar, Manuel; Retazos de la vida. Op. Cit., páginas 140 a 141.

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Lo que no contó Coronado Aguilar fue que en 1920 cuando por fin cae Estrada Cabrera, las turbas de simpatizantes de los unionistas y otros que deseaban cobrar venganza después de 22 años de estar aherrojados, incendiaron varias casas de funcionarios cabreristas, entre éstas la del general Enrique Arís; de los 60 o 70 generales que servían al régimen, solo seis acompañaron al dictador vencido, siendo Arís uno de ellos, en tanto que el resto simplemente huyó o cambió de bando. 106

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También hubo quien cuestionara lo afirmado por Coronado en el sentido que el

general Arís fue el introductor del agua potable a la ciudad, después de los terremotos de 1917–1918, 107 “aclarando” que no era así la historia sino fue “el General Marcos R. Calderón, en ese entonces Coronel del Ejército, recibió un llamado urgente del Presidente de la República Doctor Manuel Estrada Cabrera.” 108

Acerca de este asunto Coronado Aguilar no dijo esta boca es mía; no leyó la réplica de Díaz o sencillamente no le interesó comentar ni entrar en discusiones, tal vez baladíes o porque posiblemente le hubiera conducido a verificar sus propias afirmaciones y corregirlas.

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Cabe hacer mención que el “Comité Central de Auxilios y Orden Público” creado en

1918 bajo la dirección del general Arís, operó básicamente para atender la situación de emergencia en ese año. Sin embargo, a partir de 1919 se institucionaliza la denominada “Empresa Nacional de Descombración”; son diferentes los personajes que coordinan los esfuerzos de reconstrucción, pues tanto el general Arís como Coronado Aguilar no formaron parte de la misma. El doctor Oscar Peláez Almengor describe en El pequeño París (2008) 109 los siguientes detalles:

“La iniciativa gubernamental en 1919 siguió dirigida hacia el restablecimiento de su infraestructura física, como lo demuestra el accionar de la Empresa Nacional de

106 Valle Pérez, Hernán del; Carlos Herrera: primer presidente democrático del siglo XX. Op. Cit., páginas

154 y 158. 107 Coronado Aguilar, Manuel; Continuación de la Séptima Semblanza. Otros casos concretos inolvidables.

Guatemala : diario La Hora. Edición del miércoles 28 de agosto de 1974. Páginas 4 y 6. 108 Díaz O., J. Lizardo; No fue el General Arís quien introdujo el agua. Guatemala : diario La Hora. Edición

del sábado 7 de septiembre de 1974. Página 5. 109 Cuando se publicó por primera vez en 1994, dicha obra llevó como título: La Nueva Guatemala de la

Asunción y los Terremotos de 1917-1918.

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Descombración. El 22 de enero de ese año, el teniente coronel Eduardo Anguiano presentaba a Manuel Estrada Cabrera un plan operativo para proceder a la descombración de la capital. Anguiano consideraba viable para lograr su objetivo, que se tendieran líneas del ferrocarril urbano o ‘Decauville’ alrededor del centro de la ciudad.” 110 “El 20 de febrero de 1919, Eduardo Anguiano informó al Ministro de Fomento que había quedado totalmente terminado el trabajo de descombración del mercado situado entre la 18 y 20 calles de la actual zona 1, conocido con el nombre de ‘La Placita’. El gerente de la Empresa Nacional de Descombración envió también un proyecto para la construcción de la estación principal del Decauville. […] La descombración de la ciudad estaba en marcha, pero no lejos de la vista y cuidado de Estrada Cabrera. Anguiano informó haber recibido un telegrama en el que se le indicó: ‘Ya comience Ud. a descombrar los Palacios. Estrada C.’, para lo cual pasaría al día siguiente a solicitar ‘instrucciones sobre el particular’.” 111 “Con la creación de la Empresa Nacional de Descombración, el gobierno de Estrada Cabrera pretendió solventar su necesidad urgente de infraestructura física. El patrón seguido por la empresa así lo demuestra. Primero se limpió de escombros el centro de la ciudad, donde se encontraban los edificios de la administración pública y los principales comercios; segundo, se trasladaron hombres y máquinas al Cementerio General con el objeto de lograr su pronta restauración. En ningún momento se llevaron las actividades de la empresa fuera del cuadro central de la capital, de manera que los sectores de la población de menores recursos no recibieron ningún beneficio con estas acciones. Al contrario, con medidas policíacas se obligó a los vecinos a limpiar sus calles. Los barrios más afectados de la ciudad se encontraban hacia el suroccidente, los cuales no fueron considerados en la labor de limpieza. De esta manera la mayoría de la población continuó en los campamentos creados después de los terremotos con poca ayuda oficial y sin esperanza de mejorar su situación. La labor del gobierno fue efectiva para sus propios intereses, pero no para los ciudadanos. Los vecinos respondieron con creciente inconformidad y organización política. De manera que el momento fue solemne e histórico, como lo señaló Estrada Cabrera. Sin embargo, el gobernante no pudo predecir que fuera en su contra que se desataría la furia popular.” 112

110 Peláez Almengor, Oscar; El pequeño París. Guatemala : Universidad de San Carlos de Guatemala, Centro

de Estudios Urbanos y Regionales, 2008. Página 44. 111 Ídem., páginas 48 a 49. 112 Ídem., página 66.

121

El barrio de Miguel Ángel Asturias

En la edición del 30 de diciembre de 1967 El Imparcial mostró varias imágenes, resaltando cómo se encontraba la Avenida de San José que conducía hacia la residencia de Miguel Ángel Asturias ubicada en el populoso barrio La Candelaria. Nótese que no estaba asfaltada, la atravesaban rieles donde pasaba el ferrocarril (se aprecia al fondo), así como a alguien que conduce montado en una mula.

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De acuerdo con el investigador guatemalteco Carlos López, residente en México (Fundador y director de Editorial Praxis en dicho país donde también dirige la revista El Puro Cuento. Recibió el Premio Nacional de Literatura de Guatemala):

“La literatura de Asturias es telúrica en sentido metafórico y real; causan tremor el tema, el ritmo y el humor por momentos hilarante. En una entrevista de 1970, Günter W. Lorenz le preguntó a Asturias por qué empezó a escribir: «A las 10:25 de la noche del 25 de diciembre de 1917, un terremoto destruyó mi ciudad. Vi algo parecido a una inmensa nube ocultar la enorme luna. Yo estaba en un sótano, un agujero, una cueva o algún lugar parecido. Fue entonces que escribí mi primer poema, una canción de despedida a Guatemala. Más tarde estuve enojado por las circunstancias en que se removieron los escombros y por la injusticia social». Esta experiencia a los 18 años llevó a Asturias a escribir el cuento inédito que más tarde se convertiría en su primera novela, El señor presidente”. 113 En entrevista concedida en diciembre de 1967 al en ese entonces periodista Acisclo

Valladares Molina, quien se desempeñaba como reportero de la revista Mundo Hispánico (Madrid), y quien fue uno de los pocos guatemaltecos que asistió al acto de entrega del premio Nobel a Asturias en Estocolmo y actualmente ocupa el cargo de embajador de Guatemala en Inglaterra, ocurrió el siguiente diálogo:

“—¿Qué recuerdo de Navidad viene ahora, así, de pronto…? —Pienso en los villancicos, en los barquillos… Evoco mis dieciocho años cuando un veinticinco de diciembre cayó la ciudad de Guatemala víctima de los terremotos. Aquella noche… Sí, recuerdo uno de mis versos: «La luna la vistió de desposada». 114 Los versos que evoca Asturias aparecen al final de su poema “Mi ciudad” (1940–1942),

aunque con una leve variación pues en el mismo dice: “la luna te vistió de desposada”. Se transcribe en página siguiente.

113 López, Carlos; Tres acercamientos a Miguel Ángel Asturias. Publicación digital en el sitio Narrativa y

ensayo guatemaltecos http://www.narrativayensayoguatemaltecos.com/ensayos/ensayos-literarios/tres-

acercamientos-a-miguel-angel-asturias-carlos-lopez/. 114 Valladares Molina, Acisclo: “Miguel Ángel Asturias”. Madrid : Mundo Hispánico, 243, junio de 1968.

Páginas 22–25.

123

“Mi ciudad” (1940–1942) Herida en esperanza y atrición, con una vela entre las manos, pasa contigo —Mi Ciudad— que el corazón siente que acabas de morir en casa. Te asisten las aldeas, tus vecinas honestas, laboriosas, y sincera su pena —Mi Ciudad— que no caminas ni hablas. Lloran por lo que antes era. Y las ciudades, circunspectas, graves personas que vienen después a verte, preguntan por tus joyas y tus llaves, enjugan una lágrima callada y se alejan en paz. Para la muerte la luna te vistió de desposada. 115

115 Asturias, Miguel Ángel; Poesía : Sien de alondra. 1 ed. Buenos Aires, Argos, S. A., 1949. 253 pp.

(Colección “Obras de Ficción”). “Flecha poética” de Alfonso Reyes, pp. 7–8. Caricatura por Toño Salazar.

Páginas 110 a 111. Véase también en: Asturias, Miguel Ángel; Poesía : Sien de alondra. 1 edición en

Guatemala. Guatemala : Ministerio de Cultura y Deportes. Editorial Cultura, 2017. Páginas 108–109.

124

Los terremotos. Miguel Ángel Asturias Según refiere Dorita Nouhaud (Universidad de Borgoña, Dijon, Francia), Asturias expresó: “Lo que salvé de mi casa, destruida por el terremoto, fue mi sabiduría poética”, argumentando la investigadora que “el nacimiento asturiano por siempre memorado y celebrable aconteció el 25 de diciembre de 1917 –¡tremendo advenimiento!–, sobre las diez de la noche, cuando una serie de fuertes temblores arruinó parte de la capital Ciudad Guatemala.”116 La autora amplía esta imagen respecto a los años mozos de Miguel Ángel Asturias y de cómo nació su creación con los terremotos de 1917–1918 al explicar:

“Si merece destacarse el temblor de 1917 es que, según declaración del propio Asturias, aquél fue muy concretamente generador de Tres de cuatro Soles, y puede decirse que de la obra asturiana en su totalidad. Aterrorizados por las sacudidas que amenazaban con sepultarlos bajo los escombros de sus casas, los despavoridos habitantes, entre ellos la familia Asturias, salían a descampado, no obstante la inestabilidad del hamaqueante suelo. Años después, conmemorará Mulata de tal (el capítulo final se titula «Está temblando en la luna») aquella navideña y henchida luna que llenaba el cielo amenazando, al ir a estrellarse contra la tierra, con llevarse por delante el campanario de la iglesia. De momento, sin ínfulas metafóricas, sólo empujado por el miedo y con ayuda de la agilidad que le propiciaban sus diez y ocho años, el futuro Premio Nobel se sube a un árbol cuyas múltiples raíces le parecen garantizar mayor estabilidad que dos contados pies. Así encumbrado, para deshacer el nudo que en la garganta le atara el pavor, se le ocurre, como ejercicio respiratorio, declamar versos del peruano Santos Chocano, por entonces ídolo de la juventud intelectual. Hasta aquí, el evento biográfico; medio siglo después, la misma experiencia aflora en Tres de cuatro Soles, metaforizados los cantares del cantor en la imagen del cenzontle, el nombre popular de un pajarillo canoro de muy variado y armonioso canto:

Enajenación. Doscientas voces en un trino. Sólo él cantando olvidado de los movimientos de la tierra. Per– durable encuentro. Cierto, pétreo, melodioso. Más y más alto. A qué volver de ese trino.” 117

116 Nouhaud, Dorita; “Soñar, un voraz consuelo”. En: Universidad Rafael Landívar; Actas del coloquio

internacional “Miguel Ángel Asturias: 104 años después. Guatemala, 2 al 4 de julio de 2003. Abrapalabra.

Publicación única 2003. Página 264. 117 Ídem., página 265.

125

“[…]admírese por un momento cómo consigue Asturias contar su historia personal a la par que la historia del mundo, cómo se funde su creación en la incesante creación del universo: a partir de la noción de «atracción magnética», fenómeno de imantación específicamente terrestre, pasa al efecto inverso, la aparente desimantación causada por el desorden sísmico que saca todas las cosas de quicio; y encaminado en la metáfora, llega al «desencanto», admirable hallazgo eidético que armoniza la memoria cultural de hispánicos desencantamientos cervantinos y el personal, si bien discreto, desengaño hogareño.

Al soltarse las cosas de la atracción magnética que las mantiene quietas, se lanzan unas contra otras, se embisten como fieras, chocan con el encono que da el desencanto, ya que al no sentirse firmes y perdurables, no sólo se desimantan sino se desencantan. Después de un terremoto las cosas parecen desencantadas. El recuerdo de mi casa. La batalla de mi casa.” 118

“[…] en Tres de cuatro Soles el motivo del sismo enlaza con el del alimento,

especialmente en los tres capítulos inaugurales, desplegados a manera de metáfora del comer sazonada con sabrosos juegos de palabra: «lejos estaba de saber, y el saber es sabor», o «Creo de creer y creo de crear. El que cree crea. El que crea, cree. Dedos en el barro. Creo, creo porque creo en el barro, y creo con el barro». A Miguel Ángel le encantaban los juegos de palabras, jamás se perdió un retruécano por malo que fuera. El pedía disculpas por esa suya inocente manía, en gracia a que tal forma de hablar era muy del gusto de los pueblos mesoamericanos y especialmente de los poetas mayas. En realidad son los suyos juegos verbales de poeta, merecedores de admiración por la funcionalidad del ludismo verbal: el 25 de diciembre de 1917 tiembla la tierra en Ciudad Guatemala y toda una sociedad nobiliaria, elitista, conservadora, se viene abajo con sus casas y sus cosas.

La pelea de los muebles de la sala de las visitas nobiliarias, mobiliarias para él por tratarse de nobles que más eran muebles. La gran pelea en la salsa de las visitas.

El juego de palabras «la gran pelea en la salsa de las visitas», deslizamiento metafórico de los dientes que amueblan la boca a los muebles que erizan el espacio de la sala de las visitas, expresa la fuerza creadora de destrucciones a la vez materiales y

118 Ídem., páginas 266 a 267. El texto original escrito por el autor se encuentra en: Asturias, Miguel Ángel;

Tres de cuatro soles. Edición crítica / Dorita Nouhad. México : Logo, 1977. [Madrid : Closas-Orcoyen,

1971].

126

sociales, sin necesidad de acudir a la narración encarnada en una característica de la lengua española, el diptongo, concretamente aquí la explosión de la o en que, nobles / muebles.” 119

“[…] Conste que no se expande el mito nahua en pormenorizar las causas de

las destrucciones cíclicas, la invención corre por cuenta del «creador de fábulas » quien reconoce: «Lo que salvé de mi casa, destruida por el terremoto, fue mi sabiduría poética», por decir que bebió en el saber de las fuentes tradicionales a la par que las alimentó con su imaginación. En el relato asturiano fusionan el quinto Sol, 4–Movimiento, con el Primero 4–Tigre, que terminó dizque devorado por las fieras. Se prestaban los elementos básicos de la enunciación, Primer Sol, Tigre, a la expresión de la conjunción de dos eventos, el histórico terremoto del 25 de diciembre que interrumpe la cena navideña, el simbólico evento del cataclismo cosmogónico. Ambos remiten al tiempo, abarcado desde los albores de la creación («Se empinaba el Primero Sol») hasta 1917 en la noche del terremoto. Ambos dramatizan un mismo escenario, llámese boca o fauces, lugar de míticas y creadoras salivaciones. «Mi obra, mi creación, mi alimento. El alimento completo. La creación. Lo de uno. Y uno mismo nutriéndose con ella». Eso, en cuanto a lo narrativo.” 120

Según se observa, Miguel Ángel Asturias recrea en los primeros tres capítulos de Tres de cuatro soles su experiencia personal durante los terremotos de 1917–1918. Empero, como a algunos les parece que la lectura de dicha obra es difícil de entender, y hasta es calificada de densa, nada que mejor que leer sus propias declaraciones al poeta español Luis López Álvarez, con quien sostuvo varias y largas pláticas en el verano de 1973 y que este presentó en su excelente libro Conversaciones con Miguel Ángel Asturias. Para dar la palabra a Asturias y lo que comentó sobre Los terremotos, a continuación se transcribe íntegramente las páginas 61 a 72 de dicha obra (primera edición), la cual tiene los siguientes datos editoriales: López Álvarez, Luis; Conversaciones con Miguel Ángel Asturias. Madrid : Editorial Magisterio Español, S.A. (EMESA), 1974. Segunda edición, San José, Costa Rica : Editorial Universitaria Centroamericana (Educa), 1976. [61]

119 Ídem., página 270. 120 Ídem., página 272.

127

LOS TERREMOTOS —No se puede hablar de Centroamérica, no se puede hablar de Guatemala, sobre todo, sin [62] referirse a los terremotos, que son a manera de hitos trágicos en las vidas de sus pueblos.

—En mi vida causa una ruptura el terremoto de mil novecientos diecisiete. El veinticinco de diciembre de mil novecientos diecisiete, a las diez de la noche, principió una serie de temblores muy fuertes que afectaron a la Ciudad de Guatemala, que se derrumbó en su totalidad. Si pensamos ahora en lo que ocurrió muchos años después en Managua, que fue también la destrucción total de una ciudad, vemos que esto último tuvo una repercusión en el mundo entero. Ello se debe a la rapidez de la radio, de la televisión y de la transmisión de las noticias. Así como el terremoto de Managua fue conocido en el mundo entero con extraordinaria rapidez, el de Ciudad de Guatemala fue conocido, sin duda, en México, en Estados Unidos, en Centroamérica, pero hasta ahí llegó. Creo que fueron manifestándose después ayudas de otras partes, pero sin la rapidez con que concurrieron a Managua. 121

—El hecho de vivir en un país tan amenazado por los terremotos, temblores, catástrofes telúricas

¿influye de alguna manera en la vida cotidiana de sus habitantes o se olvidan del subsuelo amenazador? —Creo que entre los habitantes de esos países, y particularmente en Centroamérica

—Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y El Salvador— donde ha habido tremendos terremotos, se da algo psicológico que hace que la persona que [63] ha sufrido este flagelo quiera quedarse en el mismo sitio en vez de marcharse a otro lugar. Esto es característico en Guatemala. Guatemala es una ciudad que podríamos llamar de «traslaciones», es una ciudad que ha sido fundada muchas veces. La primera ciudad la fundó en Ciudad Vieja, como se llama ahora, don Pedro de Alvarado, quien dijo aquellas palabras de «asentad, escribano, que aquí, en nombre del Rey, fundo Santiago de los Caballeros de Guatemala». Esa ciudad fue recubierta por una catarata de piedras y de lodo que se derramó desde uno de los volcanes que se llama todavía el «volcán de agua». Esta cantidad de tierra y de piedras cubrió totalmente la ciudad fundada por los españoles. Inmediatamente se trasladaron, no muy lejos de ahí, siempre dentro del mismo

121 El terremoto en Managua, Nicaragua, ocurrió en diciembre de 1972.

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valle, a lo que se llamó el Valle de Panchuri, 122 y allí reconstruyeron enteramente la ciudad y es lo que se llama Antigua Guatemala, con monumentos pasmosos, como si no fuera una tierra en que podía haber terremotos, pese a que Antigua tiene enfrente una fila de volcanes como el de agua, causante de la primera destrucción, y el del fuego, así como los volcanes de Catenango; 123 quiere decir que la ciudad de Antigua está rodeada por los volcanes. Fue la segunda ciudad de los españoles, llamada también Guatemala.

—De la que queda una presencia alucinante… —De la que queda como una presencia alucinante porque están presentes todas las

ruinas: templos de sesenta o setenta metros de altura [64] cuyas bóvedas se derrumbaron, tales como San Francisco, en mil setecientos setenta. 124 En aquel entonces hubo una lucha, se puede decir política, entre los partidarios de trasladar la ciudad a otra parte y los que querían dejarla en el mismo sitio y trasladaron Ciudad de Guatemala a lo que hoy se llama el Valle de la Ermita. En el Valle de la Ermita empezó a construirse la nueva capital de Guatemala, que había de durar de mil setecientos ochenta a mil novecientos diecisiete. Recuerdo que tan pronto cesaron los terremotos de Guatemala del año diecisiete, empezamos todos a recoger cosas, a colocarlas. A ninguno se nos ocurrió, ni por un momento, que podríamos huir de allí. También hay otro fenómeno que se produce: el terremoto es una cosa tan total, tan completa como peligro, que uno queda anonadado. Uno queda anonadado porque no hay salida, no hay manera de huir, por todos los lados se ve a la tierra temblar, las casas se están cayendo, y uno todo lo que teme es que la tierra se abra a sus pies. Todo el cuidado que uno tiene es que se vaya a abrir la tierra y se lo vaya a tragar. Psicológicamente uno se queda como pegado a la tierra. No cabe duda de que al poco tiempo empieza a olvidarse de lo ocurrido. En mil novecientos diecisiete, tras el terremoto, la ciudad se quedó en el mismo lugar, como renunciando a hallar un sitio en el que no hubiese terremotos, y acaso sea verdad, porque por todas partes, en Centroamérica, hay temblores. Le llaman el «istmo de las ha– [65] macas», porque el istmo siempre está «hamacándose», siempre se está moviendo. —Se debe tener la impresión de vivir sobre alfombras volantes… —Exactamente. Yo recuerdo que cuando nosotros llegamos en mil novecientos cincuenta y tres a la embajada de Guatemala en San Salvador, cada vez que salíamos, teníamos que bajar todo de las consolas y de todos los muebles todo lo que era quebradizo, porque mientras estábamos ausentes podía llegar un terremoto.

122 El nombre correcto es Panchoy. Quizá porque el entrevistador es español no escuchó ni anotó bien el

nombre. 123 Los nombres propios y correctos de los tres volcanes son: de Agua, de Fuego y Acatenango. 124 Dicho terremoto ocurrió el 29 de julio de 1773.

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—¿Continuos temblores de menor magnitud? —Temblores de menor magnitud constantemente, pero a veces son un poco más fuertes y hay un traqueteo en las casas. —¿Recuerda usted si en sus libros estos fenómenos telúricos llegan a condicionar a sus personajes, determinando acaso un momento importante en sus vidas al decir, por ejemplo, «antes del terremoto de mil novecientos diecisiete» o «después del terremoto de mil novecientos diecisiete»? —Inmediatamente el problema que se le plantea a uno es el de la subsistencia. Agua y pan, comida y bebida. Así, en mil novecientos diecisiete, por todos los alrededores de la capital íbamos a buscar víveres, como maíz y frijol. Llenábamos al mismo tiempo tanque de agua [66] para llevar al lugar del campamento donde vivíamos. Se fue desarrollando entre gentes de distintas clases sociales, entre estos señores del pomo de oro y de la levita, y el artesano —que en esa época vestía simplemente con su chaqueta y sin corbata y a veces sin zapatos—, entre toda esa gente se fue entablando en el sufrimiento una relación y un acercamiento. El artesano, el carnicero, el carpintero, veía allá cerca al presidente de la Corte Suprema vestido en camisón, sin traje que le hacía tan respetable. En mil novecientos diecisiete la dictadura tenía ya casi veinte años. Todo el sistema del señor presidente, que era un sistema tan bien jerarquizado, allí se requiebra, allí se acaba, porque empiezan unos y otros a tener relaciones, a hablarse, a pasar del lamento a la protesta. Surge una sociedad totalmente distinta. —¿Así el terremoto quiebra los compartimientos estancos en que estaba dividida la sociedad? —Totalmente. —Y el presidente, que se apoyaba en ese sistema jerarquizado, se va desmoronando con él… —Se desmorona poco a poco. Se crea una relación nueva, aparecen nuevas necesidades. Sucede en aquellas noches que los jóvenes empiezan a hacer el amor y que muchas chicas de casas ricas tienen que casarse apresuradamente [68] 125 con gentes de casas pobres porque están embarazadas. Había que tapar todas estas cosas. El terremoto produce una sociedad totalmente distinta, sin relación con la anterior. Repito que lo que a uno le interesa en esos momentos (y debe ser así en las guerras o en las grandes catástrofes de otra índole) es comer y tener agua. Recuerdo que por las noches —en esa época tenía yo dieciocho años— tenía un cuaderno y empezaba a anotar que había

125 Hay un salteo de página 66 a la 68, porque en la 67 no hay texto sino una fotografía.

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visto en el hospital un cuadro, un poco al estilo de Vargas Villa, 126 y empezaba a describir lo que había visto: sufrimientos, hermanas de la caridad muy activas, médicos muy activos. —¿Una especie de diario personal o un diario con vistas ya a una utilización más literaria? —Una especie de diario personal que iba llevando. Yo leía estas acotaciones a una tía mía. Mi tía gozaba mucho con la lectura. En esto tiene razón Rafael Alberti cuando dice: «Triste del escritor o del poeta que no ha tenido una tía a quien leerle». Pasados los momentos fuertes, que fueron en diciembre y también en enero de mil novecientos dieciocho, a mediados de año empezamos la Universidad. Comencé estudiando Medicina. HOMBRES Y PROHOMBRES —Por esa época desfilan por Guatemala varias personalidades que usted llegó a conocer.

[69] —Independientemente de Darío, al que sólo vimos un rato, hubo grandes personalidades hispanoamericanas que vinieron a Guatemala. Conocí, por ejemplo, al gran maestro argentino don Manuel Ugarte, que hacía un recorrido por los países hispanoamericanos pronunciando conferencias sobre la unidad continental. Recuerdo que los estudiantes le organizamos una conferencia en el edificio de San Francisco, frente al templo del mismo nombre. Estando en la conferencia —en un salón al que se subía por una escalera provisional— no nos dimos cuenta de que Estrada Cabrera había hecho quitar la escalera, quedándonos a todos encaramados. 127 Todo eso lo había montado Estrada Cabrera, para que alguien se acercara a Ugarte al terminar el acto, para decirle que se sirviera excusar, pero que todo aquello lo habían hecho los enemigos de la cultura que eran los enemigos del presidente, quien lo esperaba inmediatamente para conversar con él. Ugarte, dio una cita para más tarde y, sin esperar, se fugó de Guatemala. Le volví a ver en París años después y me explicó que había querido evitar que le sacasen en los periódicos atribuyéndole declaraciones que no podría rebatir. Luego conocí mucho a José Santos Chocano. Es caso interesante, porque Santos Chocano estuvo todo el tiempo junto a Estrada Cabrera. Al caer arruinada Guatemala en mil novecientos diecisiete, Chocano estaba en Guatemala y en una noche de luna muy clara recitó en la plaza pública un poema suyo titulado «La ciudad arruinada», siendo muy aplaudido y llevado en hombros. Le hicieron repetir creo que [70] hasta tres veces la lectura del poema. 128

126 El nombre correcto es José María Vargas Vila (1860–1833), escritor colombiano autor de más de cuarenta

libros (novelas y ensayos políticos), en varios de los cuales se refiere a Guatemala y a su dictador Estrada

Cabrera. 127 Debiera decir: “quedándonos todos encaramados”, sin la “a” intercalada, que nada tiene que hacer ahí. 128 Léase el poema, ubicado en la primera parte de la presente recopilación.

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Fue la gran fiesta. Al día siguiente lo citó Estrada Cabrera y le dijo que tenía que hacer un poema para él, mejor que el anterior, y decirlo en público. Esto demuestra hasta dónde llegaba Estrada Cabrera. Entonces recuerdo que Chocano hizo un poema que dice:

Me cuentan de una noche que fue tu noche triste… en que, desde lo alto, con ojos tristes viste rodar y quebrarse cual si fuera un castillo de naipes una ciudad entera, entonces, cual Josué, paraste la Tierra con el pie…

y por ahí sigue todo un elogio a Estrada Cabrera. Al caer Estrada Cabrera, Chocano está con él. Cuando supimos que Estrada Cabrera se entregaba, los estudiantes nos fuimos por la noche para avisar a Chocano por un coronel, quien le dijo: «ahí están los estudiantes que se lo quieren llevar para salvarlo». En Guatemala había mucho odio contra Chocano. Había incluso un farmacéutico de piernas largas muy parecido a Chocano, que se llamaba don Vicente Lobo, y que esa noche mataron a pedradas. Nosotros logramos sacar a Chocano, lo escondimos, y sólo más tarde apareció. Estuvo en la cárcel, terminaron por absolverle, pero todavía regresó a Guatemala. Precisamente cuando regresó, yo ya estaba en El Imparcial y, con [71] Carlos Samayoa Aguilar —que debió ser el poeta de nuestra generación y no sé por qué se quedó sin escribir— escribíamos sonetos a la manera de Chocano. Los escribíamos a máquina, ante él, y se los dábamos. Chocano se quedaba a veces diciendo «bueno, yo lo firmaría», y entonces nos llamaba «príncipes desconcertantes»… Hay que decir que teníamos gran dominio del verso porque, por consejo de no sé quién, hacíamos «a la manera de…». Así hacíamos a la manera de Garcilaso, a la manera de Lope, a la manera de Santa Teresa, a la manera de Quevedo, a la manera… Nos proponíamos temas, y a la manera de tal o cual poeta los escribíamos en verso. —Esos prohombres habían de influir en el joven o el adolescente que usted era. —Sin duda alguna, pero acaso el que más influyó fue Barba Jacob. —Influyeron, ¿en qué sentido? —En acentuar el sentido de la latinoamericanidad que nunca más había de abandonarme.

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—Háblenos de Barba Jacob. —Su estancia en Guatemala fue muy importante para nosotros. Además de ser un gran poeta colombiano, fue realmente un maestro. Vivía en una pensión y en una época se desapa– [72] reció y me mandaron del periódico en que trabajaba a que fuera a su casa. Era una casa con un zaguán. Entré, había un patiecito, vi a una señora y le dije: «Vengo a preguntar por el señor Barba Jacob…» «Ah, ¡pero ese señor está loco! Ahí ha comido todos estos días. Entre.» Al entrar encontré que había tapizado parte de las paredes de su habitación con poemas. Los había pegado a las paredes y se subía en una escalera para mirarlos. Cuando encontraba que algo no estaba bien, cortaba un pedacito, lo rehacía, y volvía a pegarlo. Fue un espíritu atormentado, que toda la vida estuvo tratando de mejorar sus poemas. Tenía también el aspecto maravilloso de saber emplear los juegos de palabras. Utilizaba una palabra inventada por él —«acuanimántima»— y que decía que era la más bella de la lengua. Recitaba poemas enteros sobre «acuanimántima», jugando en torno a esa palabra. 129 Por aquella época me impresionó también la visita de Zamacois. Era yo todavía estudiante de bachillerato; en un teatro que se cayó en mil novecientos diecisiete, Zamacois presentó los poetas españoles en boga en ese momento en España. Me quedó muy marcado el famoso poema de Carrera «La musa del arroyo». Zamacois salía al escenario con una capa española y empezaba a decir:

«Cruzábamos tristemente las calles llenas de luna y el hambre bailaba una zarabanda en nuestra mente…»

Texto transcrito de: López Álvarez, Luis; Conversaciones con Miguel Ángel Asturias. Madrid : Editorial Magisterio Español, S.A. (EMESA), 1974. Páginas 61 a 72.

129 El nombre correcto es “acuarimántima” y es el nombre de un poema suyo, cuyo primer verso dice:

Vengo a expresar mi desazón suprema

y a perpetuarla en la virtud del canto.

Yo soy Maín, el héroe del poema,

que vio, desde los círculos del día,

regir el mundo una embriaguez y un llanto.

133

Asturias en el recuerdo. Julio César Anzueto

“Días antes de viajar a Suecia, hicimos un recorrido por los lugares de la niñez y la juventud de Miguel Ángel Asturias. La casa donde nació, el barrio de sus primeros años, los sitios donde iniciara su vida como profesional, pues deseábamos llevar una imagen mental y fotográfica que esperamos dar a conocer en el país del Premio Nobel.

En este recorrido nos acompañó su hermano Marco Antonio y la ‘nana’ que cuidara del poeta cuando todavía vestía el pantalón corto.

—Empecemos por aquí, nos dijo don Marco Antonio, señalándonos la vieja Avenida de Candelaria, que se resiste todavía a tomar el nombre que le ha dado la nomenclatura moderna. Quiero que vea algo relacionado con la devoción religiosa de Miguel Ángel —nos dijo.

Llegamos frente a la iglesia de Candelaria y haciendo recuerdos nos señaló la casa que forma esquina opuesta al templo.

—En esa casa verde —dijo—, después del terremoto de 1918, se construyó un tablado donde actuaban varios artistas del barrio, representando comedias que Miguel Ángel les repasaba y hacía. Recuerdo de aquella época a los Spillari, Humberto y Mariano; a Francisco Minera, a Mariano Montenegro, los Alvarado y muchos otros muchachos.

—Las comedias se realizaban los sábados —nos dice— y eran puestas por afición únicamente y algunas para obtener fondos para la construcción de la iglesia dañada por el terremoto. 130

—Pero entre usted —nos dice— y lo seguimos hasta donde se encuentra el camerín de Jesús Nazareno.

—Vea, es un regalo que Miguel Ángel le envió el año pasado a la imagen que él venera. Es ese cordón de oro. La hermandad lo ha querido guardar para ponérselo únicamente en días especiales, pero yo les he pedido que lo mantenga siempre.” 131

130 El lector puede comparar estos recuerdos, con lo que comenta el historiador Héctor Gaitán Alfaro (1939-

2012) en Anécdotas de la farándula de ayer, por Epaminondas Quintana, insertas en la presente recopilación. 131 Anzueto, Julio César; “Asturias en el recuerdo”. Guatemala : Revista A.P.G. No. 27. Diciembre de 1967.

Páginas 21 y 23.

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En virtud que se menciona el barrio donde creció Asturias, conviene transcribir la historia que cuenta el periodista guatemalteco Héctor Gaitán Alfaro (1939–2012), 132 de cuando dejó de ser un niño y convertido en estudiante universitario continuaba ayudando al sacerdote Herlindo García, en la iglesia a la cual asistía regularmente.

“Anécdotas de la farándula de ayer Los terremotos de 1917–1918 que asolaron a la ciudad de Guatemala, el apuro económico, el hambre que azotó al pueblo, no fueron obstáculo para que el guatemalteco buscara un poco de diversión sana que afloró a principios de siglo. Hasta el alfarero más humilde compraba su galería para asistir al teatro. Bueno, eran otros tiempos, sin la transculturación que hoy se vive y que mina a esas esferas. Cuentan que era usual escuchar a los albañiles tarareando o silbando algún pasaje de las zarzuelas que en el Teatro Colón se presentaban. La cultura brotaba a raudales por los poros del pueblo, las compañías españolas y de otros países europeos, eran subvencionadas por el gobierno con el fin de que aquellos espectáculos llegaran al pueblo y no a una pequeña élite. Después de los terremotos aludidos, había de empezar de nuevo, con el proceso cultural, específicamente con el teatro, que era la pasión de los chapines. Hubo un grupo de jóvenes de «por la Parroquia», que le calentaron la cabeza al padre de la Candelaria, para que les permitiera instalar un escenario en el predio de la casona semidestruida de la esquina opuesta al templo católico. Hoy 1ª calle de la ciudad y Avenida de la Candelaria. Los de la idea eran muchos soñadores del barrio, sobresaliendo una bella joven que ya había hecho sus tanes en el escenario del Teatro Colón, en las veladas escolares de la época. Su nombre ha quedado grabado para siempre como gran maestra de muchas generaciones y como notable artista guatemalteca, su nombre: María Luisa Spillari. También por el rumbo se aparecía un muchacho moreno, delgado, inquieto y soñador, romántico empedernido y para más señas estudiante universitario. Aquel joven ya escribía poemas, a la vez que incursionaba en el periodismo, todos le decían «Moyas» por apodo, pero su nombre era Miguel Ángel Asturias. Aunque la idea de hacer teatro no convencía mucho al padre Herlindo García, éste finalizó cediendo a la presión de «Moyas» y hasta colaboró a la construcción del escenario en el segundo patio de la casona, el que fue colocado sobre un enorme lavadero y su pila. El padre Herlindo, ya envenenado con el gusanillo del teatro y la algarabía de los jóvenes, continuó con la construcción de lo que sería la taquilla que fue levantada

132 En el Tomo 3 (1974) de La calle donde tú vives, el cual tiene la siguiente “Dedicatoria póstuma. A Miguel

Ángel Asturias, hasta su exilio inmortal.”

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en menos de lo que se reza un Ave María. El dinero que se recaudara de las funciones sería para la reconstrucción del templo de la Candelaria, que había sido severamente golpeado por los sismos. En algunas ocasiones las misas al aire libre –en el momento adecuado– sirvieron para promocionar la función de la tarde y hacer conciencia entre los feligreses de asistir al teatro improvisado y a la vez ayudar a la reconstrucción de la iglesia. Jamás imaginó el padre Herlindo que «Moyas», el que le ayudaba a clavar las láminas de lo que posteriormente fuera la taquilla, sería con el devenir del tiempo EL SEÑOR PRESIDENTE DE LAS LETRAS HISPANOAMERICANAS y que en Estocolmo, un 19 de octubre, a muchos años de distancia, recibiría el PREMIO NOBEL DE LITERATURA. 133 Las funciones se realizaban los domingos de dos a cinco de la tarde, aprovechando la luz del día, ya que la ciudad se había quedado sin luz eléctrica debido a la catástrofe sísmica, pero cuando oscurecía temprano, el chapinísimo ocote hacía la luminotecnia. Una tarde se asomó por el barrio un inquieto muchacho, conocido de los del grupo, se llamaba Alberto de la Riva; él fue quien motivó a las hermanas Spillari, María Luisa y Ángela, para organizarse en compañía «profesional». Al llamado acudieron José Gregorio Aparicio y Belisario Escoto, y todos dieron su aprobación al proyecto que inmediatamente se puso en marcha. Era el 15 de abril de 1918 y nacía en el barrio de la Parroquia El Grupo Artístico Nacional. Posteriormente llegaron otros elementos, que se agregaron al grupo, siendo ellos el licenciado Ernesto Viteri y Julio Gómez Robles, Josefina Castillo, Francisco Brewer, Eduardo Barbier, Augusto Monterroso (El Chato), Humberto Antillón, Vicente Polanco, José Luis Andreu (más tarde casado con María Luisa Spillari), Mariano González, Bernabé Muñoz, Ofelia Peralta, María Luisa Aragón, Herminia Morgan, y otros más que con su actuación colaboraron a escribir la historia del teatro de Guatemala. PARTE DE UN POEMA QUE MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS DEDICÓ A MARÍA LUISA DE ANDREU EN 1918 El poema de Miguel Ángel Asturias constituye hoy una reliquia literaria de gran valor; fue escrito en el año de 1918 y dedicado a la máxima figura del teatro de la época, cuando los aplausos se prodigaban a la gran artista. Momentos de apuros para los tramoyistas, que tenían que levantar varias veces el telón, por los aplausos que el «respetable» le brindaba. Muchos años más tarde doña Güicha, o «Mamá Güicha» como cariñosamente le llamábamos, nos contó del poema. Para avalar lo dicho nos lo muestra en el amarillento papel; como firma responsable claramente se lee: Miguel Ángel Asturias, 1918.

133 Debe tomarse en cuenta que el 19 de octubre de 1967 se anunció la concesión del Premio Nobel para

Asturias, quien lo recibió en Estocolmo el 10 de diciembre de ese año.

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—Es para vos, Güicha— me dijo extendiendo la mano, y me mostró el poema, que a 56 años de distancia conservo con mucho cariño y leo de vez en cuando. Comentaba doña María Luisa, que en cierta ocasión otro de los muchachos de aquel tiempo, el periodista y escritor Gustavo Martínez Nolasco (El Pajarote) se lo pidió para publicarlo. El tiempo fue pasando, don Gustavo falleció y únicamente pudo recuperar la segunda parte del poema, que hoy cobra relieves de reliquia literaria, por haber sido escrito por nuestro Premio Nobel de Literatura, en sus años mozos, segunda parte que hoy publicamos:

CANTA, NO DEJES DE CANTAR No dejes de cantar, que al cantar con tan dulce melodía, remedas lo que dicen en la tarde al besarse la noche y el día… No dejes de cantar, por Schubert que en espíritu suspira en tu acento que sabe remedar el murmullo apacible de una lira… No dejes de cantar No dejes de cantar, por Mussett y su pálida Lucía, no dejes de cantar que muchos besos, en tus cantos se esconden todavía. Canta, canta, al llorar esa guzla, guzla rítmica muchas almas quizás se están besando y hay de amor muchos seres abatidos. Cuando cantas: va una novia llorando al camposanto, dormida una guitarra ya no gime y muérese un nostálgico poeta en el borde silente del camino. Cuando cantas, tú no sabes tal vez que nos agobias que nos haces luchar y amar de nuevo,

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recordándonos besos de las novias que juraron mintiendo en el festín. Cuando cantas, los latidos se arrecian y las almas se expanden abatidas, sentimos aleteos en la frente y caricias de besos en los labios. Cuando cantas tal vez sin ser ingrata nos haces olvidarnos del destino y que hay amigo al que al amigo mata perdido en la emboscada del camino. Canta, no dejes de cantar con ese ensueño de cítaras que tienes, la noche está silente, está divina. Canta, canta, que Arlequín va a templar su mandolina… Miguel Ángel Asturias

Guatemala 1918” 134

134 Gaitán, Héctor; La calle donde tú vives. Tomo 3, segunda edición corregida y aumentada. “Presentación”

de Mario Solórzano Foppa. Guatemala : Artemis y Edinter, 1993 [1974]. Páginas 93 a 96.

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Entre escombros. José Rodríguez Cerna LA DANZA MACABRA 135 El terremoto llevó su devastación hasta la impiedad y su ira hasta la profanación. Su empuje sacrílego derribó los eternos muros y violó el misterio como ladrón en busca de escondidos tesoros. Deshizo la vida y descerrajó las tumbas. ¡Los pobres muertos, que se vieron obligados a huir, a dejar su noche por el día profanador, a arrojarse espantados por las rotas bocas de sus sepulcros, que creían cerrados para siempre! El terremoto clamoreó somatenes, y los huesos, los polvos, los residuos, las mortajas pasaron lista de presente. El árbol de la muerte dejó caer fruto de calaveras; los cuerpos veteados de verde y negro surgieron entre hervor de gusanos. Amortajados de luna, los frágiles esqueletos se entregaron a su danza fúnebre, en ronda siniestra, bajo cipresales. Unos amenazaban con una mano y otros, sobre un solo pie, eran como bailarines fantásticos. Los huesos chocaban en inesperado resonar de castañuelas. Algunos asomaron la levita, como en una ceremonia. Yacían los más a modo de ebrios vencidos en una orgía. El motín de espectros dejó los sudarios y fugó por no poder descansar. Huyó el silencio, que calladamente hacía su ronda de terciopelo. Se quebraron líneas armoniosas de urnas funerarias y todo quedó como olas que la misma tempestad fuera petrificando. ¿No hubo lágrimas en las cuencas vacías? Tales sarcófagos se ladearon, ensayando un vaivén: capillas cayeron ensartadas en las rejas. Fue la siega del bosque de estatuas. Solemnes capuchinos, graves lectores de pétreos libros, se echaron a descansar. Mórbidas estatuas de piedad y recuerdo rodaron partidas, como hemistiquios de mármol. Los archivos de ultratumba se dispersaron en revoloteo de hojas blancas. Como Jesús, al fondo de los antros llegó el sol. Los ángeles funerarios se esforzaron en vano por huir, asidos de los pies por las secas manos de los esqueletos. Una desesperación de piedra rugió sobre las quietas aguas que van a playas incognoscibles. La eternidad del vacío sucedió a la eternidad desconocida: la nada se convirtió en nada y hasta la misma muerte dejó de existir… LA NOCHE EN EL CAMPAMENTO Después de las nueve de la noche, en un campamento. Las barracas se aprietan en la oscuridad. Vagan canes hambrientos, escarbando en montones de basura, escandalizando por

135 Rodríguez Cerna, José; “Entre escombros (Algunas crónicas de José Rodríguez Cerna). Visiones de los

terremotos que destruyeron Guatemala, en la emoción de un gran prosista guatemalteco”. Guatemala : El

Imparcial, edición del sábado 6 de enero de 1968. Páginas 13 y 17.

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un hueso. Ni un alma. El viento murmulla en los árboles, como ave soñolienta. A través de mantas sucias, brilla tamizada luz, como prisionera melancólica. Por entre retorcidos callejos que a las veces limitan la toldería apoyada en rugosos troncos, o afirmada con lazos y estacas, viene oscilando una linterna: es ronda de un vigilante. La luz alarga tentáculos, baña un promontorio, espía por una grieta, se alarga por el piso y concluye por perderse en el follaje. Al paso de esta claridad que vela cuando todos reposan, se ofrecen cuerdas para colgar ropa, montones de tablas, gatos que se apelotonan sobre cenizas. El campamento se ha quedado sin ojos y las ramas de la arboleda exploran con manos de ciego la tiniebla. Se oyen conversaciones que no se sabe de dónde salen. Son palabras impersonales, dichas por la boca de la sombra. Crujen camas y estallan voces coléricas y risas que barbullan cristal en la noche. Retumba fragoso un disparo. Carreras, pitazos de alarma se pierden en la tiniebla. Y los cielos se compadecen de los males de seres arruinados que en el embrujo del sueño, reconstruyen acaso su hogar… UNA VIDA 136 Se vestía con el alba, procurando no hacer ruido para no despertar a los demás. Después del solitario desayuno, con jamón y queso de mantequilla, se cepillaba cuidadosamente, y encharcándose los zapatos con el sol mañanero, se iba a la oficina comercial como lo había hecho toda la vida. Los números eran antiguos conocidos de su experta mano. Hubiese podido tutear los libros de contabilidad, que desvestían secretos para este monje de la teneduría. Por su recia honradez y su isócrona puntualidad, era, después del amo extranjero, el alma de la casa. Todos los años le subían el sueldo y el patrón lo dejaba al frente de los negocios cuando se iba de vacaciones a Europa, de donde le traía regalos para él, la señora y los niños. Echó vientre y le comenzaron a blanquear los cabellos. Jamás apartó de la boca el puro con vitela de oro. Tenía empastadas con lujo las obras de Jorge Ohnet, 137 iba a misa los domingos y había sido regidor. Iba siempre a felicitar al señor presidente en su cumpleaños; o si no, le dirigía un telegrama de adhesión. 138 A la hora del aperitivo jugaba al tute con sus

136 Rodríguez Cerna, José; “Guatemala, 1917 – 1918… Entre escombros. Una vida”. Guatemala : El

Imparcial, edición del sábado 20 de enero de 1968. Páginas 13 y 16. 137 Jorge Ohnet, dramaturgo y novelista francés (1848–1918), de quien se asegura que vendía más sus novelas

que Emilio Zola y Alphonse Daudet. Su novela más difundida (160 ediciones en dos años) fue Philippe

Derblay (Amor y orgullo), 1882. 138 Quien no mostrara públicamente o por escrito su adhesión al dictador Manuel Estrada Cabrera, mas le

hubiera convenido tomar el camino del auto exilio.

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compañeros en la cantina de moda; 139 y cuando se levantaba mareado, compraba pasteles y confituras para los chicos y llegaba a su casa más afectuoso que nunca. Gustaba de las operetas de Lebar. 140 Era de la cofradía del Santo Entierro y todos los años «cargaba» al Señor. Oscilaba rítmico y solemne, al compás de las fúnebres marchas del viernes supremo, arrojando miradas dominadoras a la multitud apretujada en las esquinas. No faltaba a los corpus, coloreados de frágiles globos y ricos de frutas. En la solapa solía prenderse entonces alguna palomita blanca, que en el pico rosa ostentaba la leyenda de amor. Los domingos se iba a jugar al boliche, de cacería por Bardales o a gustar opulento caldo a un rincón de la laguna de Amatitlán. Cuando estalló la guerra se declaró partidario de los aliados, en buena parte por romántico amor a Francia, encendido en la flama huguiana y en la Historia de los Girondinos de Lamartine. En la cabecera de su escritorio imperaba un cuadro con un mariscal galopando hacia Napoleón, bajo el sol de Austerlitz. El 15 de septiembre lucía el sombrero de copa y la amplia levita y se embriagaba con champán. Metódico y casero, su hogar era su universo; y fuera de aventurillas de poca monta con hembras de escaleras abajo, fue siempre modelo de fidelidad. No viajó nunca más allá de Escuintla o de la Antigua. Sin puntos de comparación y en ingenuo orgullo nacional, no concebía nada mejor ni más bello que Guatemala, «París chiquito», según aseguraba. Cuando desde lo alto del cerrito del Carmen, en las frescas tardes de mayo, contemplaba a sus pies el blanco caserío de tejas rojas, dominado por las moles de los templos, que se entraba en el horizonte, y más lejos aún, los altos volcanes en el fondo del crepúsculo, se decía que con este paisaje ningún otro del mundo podía competir en hermosura. Aquí vivía como esos moluscos adheridos tan tenazmente a las rocas, que ya forman parte de ellas. Conocía los rincones de la ciudad, había penetrado en sus misterios, le eran familiares sus crónicas, estaba emparentado con medio mundo. Sabía de memoria la vida y milagros de todos, se le entibiaba la vida en atmósfera de estimación, y ya se sentía algo viejo para pensar en aventuras ultramarinas. Había realizado, por otra parte la más grande ilusión de su vida: tener casa propia. Hacia ese ideal convergieron sus esfuerzos y energías de más de veinte años. Mucho tiempo padeció bajo dominio de caseros y se vio en angustias para pagar alquileres. Una vez supo lo que era un desahucio, con sus horrores de citas, prevenciones, traslados y receptores. Compró por las orillas un caserón húmedo, con gran solar de árboles frutales. Este hombre plácido sintió que la alegría le tornaba vanidoso. Desde entonces se completó su personalidad, y sus horas de hortera se consagraron, con encarnizamiento de fanatismo, a la

139 El Tute es un juego de naipes de 2 a 4 jugadores cuyo objetivo es conseguir puntos reuniendo las cartas de

mayor valor a lo largo de varias rondas. 140 El nombre correcto es Franz Lehár (1870–1948), compositor austrohúngaro de operetas. Cuando

ocurrieron los terremotos la más escuchada en Guatemala era el vals de la opereta La viuda alegre.

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misión sagrada de reformar y embellecer la finca. Los domingos se dedicaba a sembrar flores en el patio, a coger goteras, a limpiar la pila cuya escasez de agua le traía envuelto en disgustos con los fontaneros. Convidaba a los amigos para que la fueran a conocer y la mostraba hasta el último rincón; esto le costaba algunas cervezas. Les exponía los planes de ensanche, que eran objeto de largas conversaciones nocturnas, en la intimidad conyugal. Y poco a poco, en efecto, la fue transformando con entusiasta cariño de enamorado que cubre de joyas el bien de sus amores. Una elegante cornisa substituyó los aleros; los panzudos balcones fueron cambiados por otros en que el hierro se retorcía en modernos dibujos. La luz eléctrica alumbró cielos de machihembre, tapizados muros y pisos de cemento. En el centro del primer patio, se elevó un surtidor, lloviznando sobre enredaderas y sobre un pilluelo gordinflón que se cubría con paraguas de bronce. Las macetas de palmas y helechos desbordaron hasta el cubo del zaguán y entre los pilares se balancearon jaulas amarillas, «colas de quetzal» y pulidas esferas de colores. Había llegado a gastar su último centavo y hasta contraer deudas para dejarlo todo tan limpio y luminoso; pero ello no importaba, porque cada mejora lo valorizaba mucho más. Esta casa magnífica era su obsesión, su idea fija, su apasionado amor de antiguo propietario, y sería el retiro de su vejez. En el fondo, nunca estaba contento porque una reforma siempre requería otra complementaria, y se enzarzaba en disputas con albañiles y carpinteros informales, por los menores detalles, obligándolos a deshacer lo que habían hecho ya. Hablaba de ella como de querida suntuosa o joya incomparable. Una noche… —¿por qué no se murió entonces?— despertó inquieto: la tierra se estremecía. La casa crujió en huesos desarticulados. Vino otro movimiento, y otro más. Y de pronto, sin saber cómo, rodeado de la familia temblorosa, en medio de un fragor tremendo, pudiendo apenas tenerse en pie, gritando y atropellando gentes que huían, se encontró a media calle… Su primera mirada fue para la casa; y sus ojos vieron cómo se caía en pedazos; cómo se venían abajo las cornisas, las paredes después, los techos en seguida. ¡Cómo se derrumbaba en un minuto su vida entera! El hubiera querido detenerla, tomarla en peso y huir con ella, como un enfermo en los brazos. Abrigó la absurda esperanza de que algo en el interior hubiese resistido: y no se precipitó a ella, porque le asieron para contenerlo. Al amanecer de ese día tuvo que pedir hospitalidad en una casa vecina que, inexplicablemente, había podido resistir y que el pobre propietario de la víspera siempre había resistido con desdén…

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VISIÓN NOCTURNA 141 La noche encrespona con cerrazón de luto la ciudad doliente. Trozos de muros son visiones de pesadilla y tiniebla. Amplios boquetes abren vacíos de sombra, tiritantes de helados soplos, cerca a hendiduras enormes. Alguna luz parpadea asombrada y tímida. Cautela de pasos avanza por estrechas veredas, que se retuercen reptilescamente. Una linterna viandante hace bailar manchas luminosas. Los perros ladran tras los pasos que se pierden como tragados por la tierra; y vuelven rezongando amenazas. Ese montón de cascotes parece bulto en acecho. La sombra cierra sarcófagos por todas partes. Monólogos adormecidos de árboles en solares abandonados. En cada recoveco, tras cada muro roto, hay sigilosas amenazas. Salta la elástica pelota de un gato. Las calles se perdieron ahogadas de escombros, y la memoria no recuerda ya qué casas ocuparon esos espacios abiertos a viento y desolación. Todo detalle se borra en el nivel igualitario de la noche, en cuyos cadalsos quedaron decapitadas las iglesias informes que salen al encuentro. Una mano ciclópea estrujó la ciudad, rompió sus huesos, desfibró sus músculos y la empotró furiosamente en sí misma. Desamparo en lobreguez que parece va a prolongarse en eternidades. La sombra es marco de la tragedia. Tal vez allí cerca haya seres que están agonizando. Se corporizan posibilidades de misterio. Los arcos rotos se encorvan para aplastarnos, y tras ese lienzo de pared afila sus puñales un peligro. Todas las moles se conjuran para cerrarnos el paso. Alguien está agazapado aquí para asaltarnos: es un toldo infeliz. Silva el viento como ladrón que avisa. Alguien nos sigue, y sentimos desesperados deseos de echar a correr. Nada se oye. Nada se mueve, salvo la tierra misma, que cambia de postura a cada temblor… APUNTE AL CRAYÓN Los techos de zinc reverberan bajo la calígine fulminante. La ciudad se amodorra, y bosteza por las cien mil bocas de sus puertas sin hojas, sus ventanas sin rejas y sus techos hundidos. A media calle, entre la doble cordillera de escombros, van transeúntes de caqui amarillo, sombreros de «cowboy», anteojos oscuros y azafranadas botas de montar: indumentaria del terremoto, que se lleva con cierta gallardía heroica.

141 Rodríguez Cerna, José; “Guatemala, 1917 – 1918… Entre escombros. Visión nocturna”. Guatemala : El

Imparcial, edición del sábado 27 de enero de 1968. Páginas 13 y 17.

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Las moscas aplastan su obsesión irritante, mientras los zopilotes puntean de negro esqueleto de casas y muñones de templos. Las lenguas de los perros cuelgan jadeantes, en pistilos sangrientos. Entre trombas de polvos da tumbos un automóvil y ruedan terrones desmayadamente. ¿En dónde tu cántaro, Samaritana? Todo se paraliza en pesadez de plomo. Se adormecen rostros tras los mostradores, y los barberos de trajes blancos nos miran aburridos desde el fondo de sus espejos. El señor comisionista y el que se enriquece con la venta de materiales de construcción, succionan helada delicia de refresco. Bochorno en que todo se aplana en perezosa laxitud. ¡Oh tahitiana delicia de ir desnudos por las playas, bajo palmeras, sorbiendo sombra refrescante! La atmósfera chispea fiebre. Por los techos, de pronto, se estremece un tableteo de temblor como el de un tren sobre un puente, y gentes asustadas salen a las puertas. La polvareda se entrega al vértigo dentro de una ráfaga. Fatiga de camellos que suspiran por oasis. Tesoro de manantiales escondidos. Alucinantes de agua invitan desde lejos. EL SITIO DE LA BARRACA Vienen ramalazos de viento, saturados de lluvia y montaña. Las nubes se enarcan sobre la pizarra del aguacero, que se aproxima con rumor de cuero sobre arenal empedrado de guijarros. Los rayos resquebrajan el horizonte. Las ráfagas son cada vez más violentas. Truenan portazos y las gentes huyen entre remolinos de basura. Cae pedrea de goterones sobre el polvo amarillo, como tropel de moscas sobre piel de león. Y la lluvia tropical se desploma en masa sobre la ciudad, que parece más pequeña y como que se estuviera disolviendo. Llega la noche y la barraca tiembla como sacudida por una calentura. Inmensamente monologa el trueno. El pirático tropel del viento silva, aúlla y grita en la oscuridad. La frágil construcción cruje toda entera. La lluvia la acribilla por asalto. ¡Ah los artesonados y los muros de antaño! ¡Ah las noches en que se podía dormir sin este cuerpo a cuerpo con el huracán! Las barracas infelices, de trapos, de láminas rotas, de maderas podridas, de desechos inverosímiles… El agua cae a chorros y todo lo empapa y a todo llega, urgente y turbia. Por el fangal del piso corren arroyos. Parece que los muebles fueran a flotar, como arcas del desesperado diluvio. De pie sobre camas y sillas se presencia la inundación. Y así se pasa la noche a hueso calado, en espera del amanecer… Con el día, luce un sol triunfal. Apenas nubes sombrías se espesan sobre filos de montaña. Se procede entonces a sacar el agua empozada, como la limpieza de un campo después de un combate. Sobre matorrales o montañas de piedra se pone a secar la ropa. Las maderas rezuman y la barraca está aislada, porque las calles se han convertido en anchos fangales, en charcas, en meandros en que el agua reposa sus fatigas de tormenta.

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Las masas de escombros impiden el paso a los arroyos, que arremolinan impotencia de sucios espumarajos. Barrizales pegajosos comienzan a la puerta misma de las habitaciones. Pasos prudentes se aventuran por senderos resbaladizos; largas indecisiones se estacionan en las bocacalles, en que hay lodazales como para cerdos o renacuajos y por los cuales apenas se puede pasar saltando sobre islotes de piedras y ladrillos. En los aguazales chapotean viandantes y caballerías. Los zopilotes abren laúdes de alas, coronando de heráldica negra cornisas y tejados con musgo. Estalla el júbilo de los muchachos, que se divierten en abrir cauce a las aguas o en hacer con lodo obras de castramentación. Los perros juegan también y se ensucian hasta las orejas. Es el sitio de la barraca, que queda en aislamiento invernal entre aguas ocres o verdosas en cuyo fondo agoniza el sol.

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Los terremotos de 1917–1918 y presentimiento de un amigo. Arturo Valdés Oliva

Año de 1917. En la florida juventud éramos cuatro amigos casi inseparables que nos tratábamos como hermanos: Jorge Granados D., Francisco A. Zepeda, Pedro A. Quintana y el autor de esta narración. Nos conocíamos desde los días en que habíamos hecho los primeros estudios en diferentes colegios: La Educación, dirigido por la entonces señorita profesora Ernestina Mena; Liceo Guatemalteco bajo la dirección de los hermanos Vicente y José Cordón, y el colegio Modelo del grande y recordado maestro don Rafael Aqueche. Los cuatro teníamos casi la misma edad, en un promedio de quince a diecisiete años. Juntos asistíamos invariablemente a los conciertos que daba la Banda Marcial en la entonces llamada Plaza de Armas, hoy parque Central, conciertos que eran muy concurridos especialmente los de los domingos en la hora vespertina; recorríamos en las noches, entonces apacibles, muchas calles de la capital guiados por la natural e inevitable curiosidad de los muchachos que quieren enterarse de todo y conocerlo todo, y hasta llegar a afrontar determinadas circunstancias… Pero eso sí, nuestros recorridos no se prolongaban mucho tiempo porque como jóvenes obedientes de las órdenes del papá nuestra permanencia fuera de casita no debería extenderse más allá de las diez de la noche. Y es que en los tiempos de don Manuel quienes transitaban por las calles en «horas prohibidas» estaban expuestos a interrogaciones de las «rondas», formadas por veinte o más hombres con caites y de puñal y garrote, quienes en auxilio de la escasa y harapienta policía hacían recorridos de «vigilancia» en los diferentes barrios. Y ay de aquel transeúnte que a juicio de los individuos de las «rondas» pareciera sospechoso, o que no soltara una propina, o que diera una respuesta calificada por ellos como inconveniente, o que se interpretara mal o se dudara de las explicaciones que daba al ser hoscamente interrogado, porque además de la lluvia de garrote que le propinaban en plena calle, iba a parar a las cárceles inmundas; y al día siguiente era llevado ante el juez quien le leía el parte policial en que se le acusaba de muchas cosas, hasta de haber atentado contra la autoridad. Por eso era que la mayor parte de los jóvenes de aquellos dorados tiempos preferían portarse bien… Nos reuníamos con frecuencia en la casa de la familia Zepeda, situada en la 3ª avenida norte, frente al entonces llamado parque de Santa Catalina, el mismo en que actualmente sigue así en abandono (y diríase que con gesto de aburrición) el busto de Pepe Batres Montúfar. En esa casa, pasábamos horas agradables porque nuestro amigo Francisco (Paco) nos deleitaba con sus ejecuciones en el piano: La Viuda Alegre, El Conde de Luxemburgo, La Casta Susana y otras operetas que entonces sonaban en los hogares, en los clubes y en los conciertos de la Plaza de Armas. Eran tres los hermanos Zepeda: Vicente, Eduardo y Francisco; los dos primeros ya fallecieron. Esos hermanos fueron distinguidos industriales, dueños e impulsores de la fábrica de ladrillos de cemento La Estrella, famosa por sus productos. Terminado el inevitable pero necesario exordio, entramos derechamente en la parte narrativa de un caso extraordinario: ¿Presentimiento? ¿Videncia? Lo presenciamos en la terrible

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noche del 25 de diciembre de 1917. Estuvimos reunidos en la casa de la familia Zepeda de donde salimos entre nueve y media y diez Jorge Granados y el firmante de estas líneas. Al despedirnos en la puerta dispusieron los hermanos Vicente y Eduardo acompañarnos unas cuadras antes de «meterse a la cama», según sus palabras. De la tercera avenida doblamos a la quinta calle, hacia el oriente. La luna llenaba con su luz platinada los frentes oscuros de las puertas. Conversábamos sobre cualquier cosa en nuestro andar lento. Cruzamos la quinta avenida y ya estábamos para llegar a la sexta, punto de donde nuestros amigos volverían a su casa, cuando frente a la puerta del diario La República se detuvo repentinamente Guayo Zepeda para decirnos con voz que nos pareció solemne: «Hermosa está la luna, pero esta noche hace frío. No sé por qué estoy aferrado en que más tarde habrá un gran temblorón». Y con los puños cerrados insinuó sujetar algo fuerte. Ninguno de los tres que lo escuchábamos hicimos el menor comentario, pero sí nos percatamos que de veras hacía un frío intenso. En la esquina de la sexta avenida nos despedimos. Era la temprana hora nocturna en que la ciudad mostraba la quietud derivada del desvelo de la noche anterior, la Nochebuena. No nos volvimos a ver sino hasta muchos días después. Una hora más tarde, cuando ya dormíamos tranquilamente fuimos despertados por el temblor de tierra que sacudía fuertemente la azotea de nuestra habitación, las puertas y ventanas se golpeaban rudamente. Saltamos como pudimos de la cama, atravesamos en veloz carrera un corredor cuyas vigas crujían por la fuerza del sismo trepidante, y nos situamos en el centro del amplio patio de la casa. En segundos todos los miembros de la familia nos hallábamos allí reunidos. Referimos lo que una hora antes nos había dicho Eduardo Zepeda, su raro presentimiento, lo de sus puños apretados… No hubo comentario, no había tiempo ni era oportuno hacerlo. El nerviosismo imperaba. Había pasado el primer sismo fuerte. Seguía temblando suavemente en intervalos breves lo cual, en opinión de nuestro padre, podría ser el indicio de que más tarde continuarían los fuertes movimientos terráqueos. Y así fue. Tras un temblor de potencia, el segundo en fuerza, se cortó el servicio de alumbrado eléctrico. La ciudad quedó en tinieblas, apenas alumbrada por la luz compasiva de la luna. Con cada temblor se escuchaban los golpes de las cornisas y de las tejas que se desprendían de las casas; el ruido sordo y aterrador de los campanarios de los templos en su caída; los múltiples golpes de las piedras en los techos de láminas. Y cerca, y lejos, y más allá, nadie sabía hasta qué límite, los gritos de angustia de la gente que en su desamparo corría sin rumbo fijo como tratando de hallar un sitio seguro para salvarse de la catástrofe, o pidiendo en vano auxilio para rescatar a sus deudos perdidos entre los escombros. Y en aquella prolongada congoja ¿qué deberíamos hacer los que estábamos a salvo para informarnos de la suerte de otros familiares, de los amigos y de nuestros vecinos? Nada, forzosamente nada. La catástrofe se imponía en toda su rudeza y afectaba a todos, por igual. ¡Sálvese el que pueda! Tal era la frase, acaso egoísta, que en aquellas prolongadas horas de aflicción y desaliento estaba posesionada del espíritu.

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Desde que en una sensación de alivio se vio la primera luz del día 26, todo el mundo se lanzó a las calles. La mayoría de personas contemplaba con asombro y tristeza los estragos del terremoto: techos hundidos, paredes cuarteadas que amenazaban desplomarse; otras gentes marchaban veloces para inquirir sobre la suerte de sus seres queridos, para aprovisionarse de víveres, para encontrar el sitio propicio donde les fuera fácil instalarse, o para lo más angustioso como lo era solicitar el auxilio de la autoridad en la humana faena de encontrar a los familiares que habían desaparecido entre el promontorio de ruinas. Frente a una casa destrozada por los sismos en el callejón del Colegio, la dueña del inmueble, atormentada por el siniestro, preguntaba ingenuamente a quienes la escuchaban: —Y esto, ¿ya lo sabrá don Manuel? En una tarde de aquellos azarosos días vimos pasar frente a nuestra casa el cadáver del doctor Manuel Valle. Lo llevaban cuatro hombres sobre una rústica parihuela, descubierto, con los intestinos envueltos en el torso… Había muerto bajo una pared que se desplomó. A los heridos se les conducía a los puestos de curaciones, en carretas. Vivíamos en pleno centro de la ciudad —6ª avenida norte número 7— frente al ministerio de fomento, hoy casa presidencial. Allí habíamos habitado en el curso de doce años, los de nuestra infancia y principios de la dorada juventud. Casi todos nuestros vecinos se trasladaron aquel 26 de diciembre a la plaza de Armas, donde como otras familias instalaron como pudieron barracas que circundaban la plaza. Nuestra familia tomó la determinación de continuar en el amplio patio de la casa, y allí estuvimos varios días salvando muebles y otras pertenencias y preparando nuestra urgente salida del semidestruido inmueble, hasta que el fuerte terremoto del 9 de enero echó por tierra las principales paredes de nuestra residencia, obligándonos a marcharnos a San Pedrito, donde nos instalamos en un amplio sitio que contaba con una galera de láminas. El temblor del 9 de enero consumó la ruina total de la ciudad. Los campanarios de algunos templos que aunque con profundos daños se hallaban aun erguidos se desplomaron esa vez estrepitosamente. Lo que había quedado en pleno centro de la ciudad de los portales llamados «Del Señor» o municipal, del Comercio y el del palacio nacional y comandancia de armas, la Casa de las Cien Puertas, todo se derrumbó. El atrio de la Catedral era un hacinamiento de ruinas entre las que se destacaban las gruesas figuras de piedra tallada que durante muchos años representaron en aquel atrio, sobre altos pedestales, a los cuatro apóstoles evangelistas. Pero la ruina no era sólo en las calles centrales de la metrópoli. Vimos, por ejemplo, cómo se afanaban muchos hombres en rescatar de entre los escombros del Cerro del Carmen las valiosas imágenes de la pequeña iglesia; para ello se iban retirando de una en una las piedras y ladrillos, las maderas quebradas, los vidrios rotos, el abundante ripio. Y esta penosa tarea hubo de registrarse en todos los templos, con lo que se abría un nuevo y complicado problema: el de encontrar el sitio seguro para depositar las imágenes consagradas y las de tantas santas veneradas y de tantos benditos santos…

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En los días que siguieron al último y fuerte temblor del 26 de enero se fue haciendo a fuerza de la costumbre más llevadera la vida en la ciudad. 142 De los departamentos llegaban artículos alimenticios que eran distribuidos por las autoridades entre la gente más necesitada: panela, plátanos, frijol, maíz, sal, arroz y legumbres. El orden imperaba en la abatida ciudad por razón de la fuerza; habían sido adoptadas medidas drásticas para evitar el pillaje y toda clase de hechos delictuosos. Una noche, tres muchachos que andaban de juerga cerca de las covachas instaladas por El Botellón, a inmediaciones del viejo amatle, fueron acusados de disparar sus armas al aire para asustar a los moradores de ese sector. Se les capturó, y en la tarde del día siguiente fueron llevados a la Plaza de Armas donde en el lado norte se formó un cuadro de tropa y allí ordenó el comandante de armas que se les aplicaran trescientos palos (membrillo) a calzón bajo. Ante la desagradable e inhumana acción mucha gente protestaba en voz baja, pero pudimos escuchar la protesta airada de un carpintero, el maestro Santa María, quien a pleno pulmón dijo exactamente: «Esto es una salvajada». El comandante de armas, director de aquella escena ordenó de inmediato la captura del que así exteriorizaba su protesta, y dijo a sus subalternos que en el interior de la comandancia le dieran cien palos. La orden fue cumplida con extremada diligencia… Después, en el sosiego citadino quedó flotando un ambiente de terror y de suprema angustia. Habían pasado los terremotos. Cuantas veces veíamos a Guayo Zepeda le recordábamos lo de su raro presentimiento aquel 25 de diciembre de 1917. No argüía nada. Como respuesta se dibujaba en su rostro una sonrisa amable… La tarea de reconstrucción de la ciudad capital comprendió varias importantes etapas. Como debía ser, se empezó en la dura tarea de dejar expeditas las calles que se hallaban cubiertas por los promontorios de materiales deshechos de los edificios que cayeron al empuje de los sismos. Alguien sugirió con buen sentido que era oportuno emprender el trabajo de ampliación de las calles, especialmente las de mayor tránsito con miras al futuro; pero lamentablemente esa sugerencia no fue tomada en cuenta porque se dijo entonces que lo urgente era ver de nuevo erguida la ciudad, sobre los mismos viejos cimientos o como fuera posible. Con el correr de los meses se inició en determinados barrios la construcción de pequeñas casas de madera, de un mismo modelo y en grupos. También empezaron a ser construidas casas asísmicas del sistema llamado mixto: arena de río, cemento, piedrín, ladrillo y hierro. Y casi al propio tiempo y en contraposición a esta labor, se levantaban los edificios para escuelas con el material llamado «bahareque»: vigas, paredes y listón de madera; cañas y barro. ¡Quién lo creyera, algunos de estos edificios aún están en pie y en servicio!

142 Seguramente se trata de un lapsus en las memorias de Valdés Oliva porque la mayoría de crónicas

incluidas en la presente recopilación coincide que el último terremoto ocurrió el 24 de enero de 1918.

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En los años siguientes fuimos viendo el relleno del barranco de La Palma sobre la doce avenida; la desaparición de El Cielito; la ampliación de la sexta avenida derribando El Calvario;143 la ampliación de la séptima avenida sur hasta el acueducto colonial de Los Arcos, y tantas obras más, entre ellas y como complemento, la modernización de los servicios de agua; hasta la Guatemala de hoy, con sus altos, confortables y sólidos edificios; sus calles y avenidas asfaltadas. ¡Y todo lo que se hace con la técnica moderna para engrandecerla más y más! 144

143 Véase imagen de portada, en la presente recopilación. 144 Valdés Oliva, Arturo; “Memorias de la infancia. Los terremotos de 1917–1918 y el raro presentimiento de

un estimado amigo”. Guatemala : El Imparcial, edición del miércoles 31 de enero de 1968. Páginas 3 y 9.

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Al margen de los terremotos de Guatemala (1917–1918). Epaminondas Quintana

Cuánta razón tiene el comentarista de esta página al asentar que el surgimiento de la capital destrozada por los terremotos de hace 50 años, encierra una lección muy digna de destacarse. También acierta en subrayar la indiferencia de los testigos de aquella tragedia y aquel renacimiento, al poner él, sobre el tapete, la cuestión del recuerdo. Fuera de su proveedor de tan brillantes fotografías de la época, ningún otro que hayamos leído, ha dicho, hasta este momento, una palabra de testimonio, de ponderación o de comentario sobre aquella gesta heroica de los capitalinos y del país entero. Aportaremos nosotros lo poco de nuestro recuerdo. Los temblores habían comenzado desde septiembre u octubre y era evidente que la «cosa» se acentuaba e iba en crescendo; de modo que «viéndola venir», tras el último examen de la facultad, huimos de la capital a nuestra provincia lejana. Dentro de la pena del desastre, ¡qué alegría la de estar lejos!

********** Nuestro barrio, el de San José y Candelaria, había sido fuertemente sacudido y la casa que nos albergaba, había sido destruida. Las noticias llegaban a provincias por correo; y casi no sufrimos choque emocional directo. Con la noticia de que todo estaba en ruinas, la mayoría huía o se instalaba en barracas y tiendas de campaña en plazuelas y predios abiertos; de que las calles eran intransitables; y de que los víveres eran escasos y no había dónde alojarse; de que las facultades y las escuelas estaban cerradas y, por consiguiente no había obligación de presentarse, no intentamos arribar a la capital durante ocho o diez meses. Vale la pena decir sí que uno de los más intrépidos luchadores contra la adversidad fue don Eduardo Torres —patululteco creemos— 145 dueño del Hotel Germania que estaba contiguo a la Iglesia de El Carmen. Don Eduardo limpió pronto un predio en la 17 ó de la 18 calle por la estación del ferrocarril y aceleradamente construyó el Hotel Germania, usando madera y lámina por todo material. Era aquel un barracón que más parecía gallera que vivienda para humanos, pero allí confluyeron luego todos los finqueros de la Zona Reina y de la costa de Sololá, y probablemente de Escuintla y de Santa Rosa. El Hotel Germania se volvió así, uno de los primeros focos de la vida renaciente porque a él concurrieron aceptando de buen grado las limitaciones, miles de coadyuvadores de la reconstrucción.

********** Una de las primeras víctimas, sepultado en un derrumbe de Santa Rosa, fue el único hijo varón del nunca bien llorado licenciado Faustino Padilla.

145 Gentilicio de los oriundos del municipio de Patulul, departamento de Chimaltenango.

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Que todo el mundo iba a admirar la casa de Yurrita —primera calle y 6ª avenida de Jocotenango— y la casa de «Los Güichos», junto al puente de Chispas (9ª Av. y 12 calle) que quedó incólume. 146 Que unos jóvenes exaltados por el alcohol y la situación (entre ellos un compañero nuestro de Instituto) habían disparado unos cuantos tiros en una noche de farra a plena urbanización barraquil. El castigo impuesto fue tremendo y ejemplar: ¡cincuenta azotes a calzón bajo y a plena plaza de Armas, entre miles de espectadores! 147 El gobierno no se amilanó sino que ordenó inmediatamente a los jefes políticos que aportaran a viva fuerza, víveres y materiales de construcción para evitar el hambre y la carestía en la ciudad capital. Asimismo que cada departamento levantara una escuela en los distintos barrios capitalinos. Alguna de aquellas construcciones de bajareque persiste todavía, pero hasta hace muy pocos años fueron reemplazados por edificios más sólidos. El aspecto de la ciudad visto desde las prominencias del terreno circundante, era horrible: todo barracas, todo era ruinas, todo amontonamiento de escombros, todo «chapuces» arquitectónicos. Aspecto desagradable que todavía persiste parcialmente. Al mes de enero de 1918 ya se reanudó la vida estudiantil y nos pudimos alojar en una casa remendada de la 9ª avenida. Las calles ya estaban limpias. Los templos oficiando misa. Los comercios abiertos; pero todos los grandes edificios —iglesias, palacios, casonas, etcétera— eran montón de escombros. Poco a poco fue levantándose de nuevo la ciudad y comenzó a pensarse en su urbanismo más estético, para recibir el primer centenario de la independencia. Para lo cual se proyectó de inmediato un gran Palacio de Cartón, que albergaría al núcleo de los festejos: precisamente donde está ahora la Concha Acústica. Las provincias —que acudieron pronto y en buena forma a la capital— recibieron de ella un aporte substancial de progreso. Notablemente Quezaltenango a donde confluyeron muchos capitales, ingenios e iniciativas; pero también Antigua, Escuintla, Coatepeque, etcétera. Tal es nuestro recuerdo y comentario suscitados por la velada y suave reprimenda mencionada al principio de estas líneas. EPAMINONDAS QUINTANA (28 de enero). 148

146 “la casa de Yurrita” resistió los terremotos no solo de 1917–1918 sino también el del 4 de febrero de 1976.

Es sede del Tribunal Supremo Electoral. En la sección de “imágenes” de la presente recopilación se muestra

la fachada. 147 Este cruel episodio también lo comenta, aunque con número mayor de “palos”, el historiador Arturo

Valdés Oliva, en sus “Memorias de la infancia…”. Véase en esta recopilación. 148 Quintana, Epaminondas; “Al margen de los terremotos de Guatemala (1917–1918)”. Guatemala : El

Imparcial, edición del miércoles 7 de febrero de 1968. Páginas 3 y 11.

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En 1967: Una exposición fotográfica. Evocará objetivamente los terremotos del 17–18

Con el propósito de realizar una evocación objetiva de lo que significaron para Guatemala los terremotos cuyo cincuentenario venimos recordando en esta página tal como se está haciendo por otros medios, se prepara una bien organizada exposición gráfica que se montará seguramente en el pasaje del palacio nacional hacia el fin del mes próximo de enero. Los terremotos comenzaron el 25 de diciembre de 1917 y se prolongaron hasta el 24 de enero de 1918, consumándose entonces la ruina de la capital y con ello la imposición de un enorme esfuerzo a los guatemaltecos para descombrar lo que fuera su amada ciudad y luego reconstruirla con creciente pujanza. La exposición que anunciamos contará con los auspicios del gobierno de la república para ser adecuadamente llevada a buen término, y la organiza un guatemalteco ejemplar, quien une a sus amplios y profundos conocimientos de la historia nacional y de la pequeña historia —las intimidades, los detalles, las anécdotas, las miserias y desventuras de personajes y familias que de algún modo actuaron históricamente…—, un reconocido afán de servir a los demás, desinteresada y modestamente, auxiliando con sus noticias y consejos a multitud de investigadores tanto nativos como extranjeros. El amor a su terruño es también ejemplar en tal guatemalteco, y de ahí que haya vivido de muy cerca todas las peripecias de la ciudad capital, siguiendo con viva y fecunda curiosidad su desarrollo hasta el día, a lo largo de una existencia felizmente prolongada y que ojalá se prolongue por muchos años aún, para beneficio de quienes a él acuden y para alegría de cuantos de su amistad disfrutan. La exposición constará, según el proyecto, de tres fases, presentadas en escogidas fotografías, en gran parte poco o nada conocidas: cómo era Guatemala antes de los terremotos; cómo quedó al producirse estos, y lo que se levantó donde estaban los edificios y monumentos derruidos con las indicaciones convenientes. No anticipamos más pormenores de la exposición en este primer anuncio: deseamos su realización porque será altamente curiosa e instructiva, y le auguramos el más completo éxito. 149

NOTA: El “guatemalteco ejemplar” de quien extrañamente no se da el nombre, quizá para mantener la expectación en los lectores, fue el historiador y bibliógrafo Gilberto Valenzuela Reina.

149 El Imparcial; Una exposición fotográfica. Evocará objetivamente los terremotos del 17 – 18. Guatemala :

edición del jueves 28 de diciembre de 1967. Página 3.

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Dramatismo de los terremotos 1917–18 en galería de fotos inaugurada esta mañana

En el pasaje del palacio nacional quedó inaugurada hoy una exposición fotográfica que corresponde

al cincuentenario de los terremotos de 1917–18. Presidieron la ceremonia las siguientes personas: de izquierda

a derecha, licenciado Francisco Luna Ruiz, secretario específico de la presidencia; licenciado Carlos Hall

Lloreda, secretario privado de la presidencia; señor Arturo Taracena Flores; doctor Carlos Martínez Durán,

ministro de educación; licenciado Julio César Méndez Montenegro, presidente de la república; profesor

Francis Gall, presidente de la Sociedad de geografía e historia de Guatemala; licenciado Héctor Mansilla

Pinto, ministro de gobernación, y el ingeniero Oscar Castañeda, ministro de comunicaciones. La foto fue

tomada cuando era interpretado el himno nacional. — Foto de El Imparcial, por Mario Quiñónez.

«Para la juventud actual, esta exposición es una lección de historia patria que muestra la magnitud de la tragedia y la magnitud del progreso de Guatemala», dijo el ministro de educación, doctor Carlos Martínez Durán, en la ceremonia de inauguración de la exhibición fotográfica de las ruinas ocasionadas por los terremotos de 1917–18 y las edificaciones de la Guatemala contemporánea. La inauguración fue hecha en el pasaje del palacio nacional, a las 11 horas, en presencia del presidente de la república, miembros del gabinete, presidente de la Sociedad de geografía e historia, y el señor Arturo Taracena Flores, distinguido bibliógrafo nacional, quienes presidieron el acto.

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En su discurso de inauguración, el ministro de educación expresó que la exposición, hecha con el patrocinio del presidente de la república, refleja el dramatismo vivido por los terremotos de 1917–18 y la vida de progreso de la capital en 50 años. Asimismo el ministro dijo que para los que vivieron en la época anterior a los terremotos, las fotografías que se exhiben producen recuerdos de alegría, porque, por ejemplo, la antigua plaza central fue escenario de inolvidables momentos de la niñez, y evocó en seguida fragmentos del canto de José Santos Chocano a la tragedia vivida por la capital. 150 Al final de su discurso el ministro expuso su anhelo de que cada guatemalteco sea un arquitecto para construir una Guatemala mejor, llena de paz, de progreso. Por su parte, el presidente de la Sociedad de geografía e historia, profesor Francis Gall, dijo un discurso en el que, en primer término, hizo un bosquejo de cómo era la capital de Guatemala antes de los terremotos y se refirió en seguida a hechos históricos relacionados con nuestra ciudad y los sitios en que estuvo asentada antes la capital de Guatemala. Hacia el final de su discurso, el profesor Gall manifestó que «la exposición que hoy se devela nos señala que la Geografía —como ciencia antigua— está unida de manera indisoluble a la Historia y que ambas se complementan en lo que fue y dónde aconteció por haber evolucionado precisamente del pasado y estar estrechamente relacionada con lo que vendrá. A través de sus sabias enseñanzas, nos dice —además— que ya no es hora de dormirse en la lánguida y plácida admiración y contemplación de lo pretérito, de aquello que sucedió y cuyas lecciones debemos estudiar, comprender y aplicar, para que con la vista puesta en el futuro e invocando la ayuda divina, todos unidos, sin distingo alguno, sino que actuando sólo como guatemaltecos que somos, debemos esforzarnos y superarnos en la inmensa perspectiva de trabajo, con metas claramente definidas que se extienden ante nosotros, para sentar las bases científicas y efectivas del progreso de Guatemala que lo es el nuestro». Culminó su discurso citando el canto de exaltación a Guatemala, del poeta Rafael Landívar, en la traducción del latín al español, hecha por el licenciado José Mata Gavidia, fervoroso exaltador de la obra landivariana: «Salve, caro suelo natal, bien amada ciudad de Guatemala, salve. Tú, el júbilo, y origen y fuente de mi vida». La exposición recoge más de 200 fotografías y dos obras pictóricas, del artista A. Iriarte, propiedad del señor Arturo Castillo B. Las fotografías de la Guatemala antigua fueron dadas por don Arturo Taracena Flores y las modernas son de la secretaría de relaciones públicas de la presidencia. 151

150 Véase el poema de Santos Chocano, “Ciudad arruinada”, al principio de la presente recopilación. 151 El Imparcial; Dramatismo de los terremotos 1917–18 en galería de fotos inaugurada esta mañana.

Guatemala : edición del jueves 14 de marzo de 1968. Páginas 1 y 4.

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Guatemala de ayer, Guatemala de hoy. Fotografías de los terremotos. Francis Gall

En la exposición de fotografías de Guatemala inaugurada hoy en el pasaje principal del palacio bajo los auspicios de la presidencia de la república y a cuya apertura invitó el ministerio de educación, y con la cual se conmemoran los cincuenta años de los terremotos que destruyeron la ciudad y su vigoroso renacimiento, el profesor Francis Gall, presidente de la Sociedad de Geografía e Historia, después del discurso del ministro doctor Carlos Martínez Durán, hizo la siguiente ilustrativa reseña de las vicisitudes de la metrópoli desde su fundación a nuestros días, completando así el panorama que se presenta en la exposición. Esta se formó gracias a fotografías proporcionadas por el distinguido bibliógrafo don Arturo Taracena Flores, ampliadas y completadas con las más modernas por el excelente fotógrafo de la secretaría de relaciones públicas de la presidencia, señor Julio César Anzueto.

********** Significativo es el hecho de encontrarnos en este lugar, donde hasta el año de 1917 existió el Palacio del Ayuntamiento de Guatemala, edificio de 150 varas de largo, con 42 arcos de cal y canto y uno grande en el centro que daba acceso al interior, con dos entradas en forma de puertas a los lados del arco principal. Bajo el portal municipal se encontrababan las oficinas de la administración de las Casas de Beneficiencia y del Servicio Fúnebre; el Juzgado de Policía y Ornato, la Biblioteca Municipal, el Registro Civil y algunas tiendas alquiladas a personas particulares. En la primera de ellas, del lado de la 7ª avenida se veneraba un lienzo del Nazareno conocido como «El Señor del Aposentillo», que actualmente se encuentra en la Catedral Metropolitana. Debido a que la imagen a la cual se le hacían ofrendas de candelas era bastante venerada, el portal se conoció asimismo como Portal del Señor. En la parte superior, cerca de una pequeña torre, precisamente sobre el lugar en que estamos, el alcalde 1º licenciado don Federico Vielman, el lunes 17 de septiembre de 1917 —con el propósito de iniciar la construcción de un edificio nuevo conforme a los planos aprobados en señal de que principiaba la demolición del mismo, dio el primer golpe de piocha a una piedra labrada en que aparecía el escudo de armas de la antigua capital. Cuenta la tradición, que a veces suele ser fuente de la Historia, que la lápida tenía una inscripción en el sentido que cuando se removiera dicha piedra, con ella caería la ciudad. Al poniente y sobre la Plaza de Armas —hoy Parque Central— se alzaba el histórico palacio de los Capitanes Generales. Albergaba este vasto edificio las oficinas del Poder Ejecutivo, los Ministerios de Estado, la Comandancia de Armas y los Juzgados. Por el lado sur todavía se yergue —reconstruido— el Portal del Comercio, antiguamente Real Aduana y mansión del marquesado de Aycinena y, hacia el este, el Palacio Arzobispal, la Catedral Metropolitana y el Colegio de Infantes. La Plaza Mayor rodeada de verja de hierro forjado, contaba con el monumento al Descubridor de América y en su lado nororiente con un kiosko mandado a construir en 1896 por el presidente Reina Barrios en vez de la fuente de Carlos III —la pila de la plaza, según el dicho popular— que ahora se encuentra en la Plazuela España.

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La Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala no podía estar hoy ausente en la inauguración de la exhibición que conmemora los terremotos que asolaron la ciudad de Guatemala hace 50 años y en la que se muestran fotografías históricas de lo que era antaño nuestra capital, gentilmente proporcionadas de su colección por nuestro apreciado consocio don Arturo Taracena Flores, así como las modernas tomadas por el periodista don Julio César Anzueto. A medio siglo de la catástrofe, mejor que palabras, los documentos muestran el contraste entre lo que era la ciudad antes de su destrucción que se inició en la aciaga noche del 25 de diciembre de 1917 y lo actual: nuestro pasado histórico y lo que se ha logrado superar y reconstruir. Lleno de sobresaltos ha sido el sino de nuestra ciudad: Fundada bajo la advocación del Apóstol Mayor en la capital cakchiquel de Iximché por don Pedro de Alvarado el 25 de julio de 1524, poco después tuvo que ser abandonada y fue incendiada debido a la insurrección general indígena, retirándose los españoles primero al real en Xepau (Olintepeque) y luego al de Ruyalxot (Comalapa). La segunda traslación de Santiago —ya que solamente ha habido una fundación— tuvo lugar el 22 de noviembre de 1527, fecha en que don Jorge de Alvarado —hermano y lugarteniente del Conquistador— asentó y pobló la capital en el paraje que los aborígenes denominaban Almolonga, entre las faldas del volcán de Agua y San Miguel Escobar, por cuyo motivo la actual Ciudad Vieja llegó a ser el barrio de los indios tlascalas pero nunca el centro urbano como se ha hecho creer infundadamente ya que tanto las ruinas que hoy vemos a un costado de la actual municipalidad de Ciudad Vieja así como la iglesia parroquial, todo era parte integrante del extenso convento franciscano, destruído por el terremoto de San Miguel en el año de 1717, según se ha comprobado de manera fehaciente. La segunda Santiago, que obtuvo su escudo de armas por real cédula del 28 de junio de 1532, fue destruida por una impetuosa torrentada que bajó de las laderas del volcán Junajpú —hoy de Agua— unida a un terremoto, en la noche del 10 al 11 de septiembre de 1541. El acto oficial de traslación al valle de Panchoy o Pancán se verificó el 10 de marzo de 1543 y el 11 de junio de ese mismo año tuvo lugar el pregón de la ciudad en su tercera ubicación, ordenándose que la misma se nombrara Ciudad de Santiago. Las autoridades eclesiásticas se trasladaron en solemne procesión el Jueves de Corpus, 21 de junio. El rey Felipe II la condecoró con la merced del título de Muy Noble y Muy Leal Ciudad de los Caballeros el 10 de marzo de 1556, que se extinguió a raíz de su traslado posterior —el cuarto— así como con la consiguiente adopción de un nuevo nombre. Durante 232 años y 9 meses fue la capital de la Gobernación y Capitanía General del Reino de Guatemala que se extendía desde el actual sur de México hasta los confines de Costa Rica, de donde irradió la cultura y gozó del bien merecido prestigio, habiendo sido la tercera ciudad en importancia en América después de México y Lima. Aquí no dejó de padecer frecuentes sismos que en diversas ocasiones la arruinaron, como los tres del día de San Miguel, 29 de septiembre de 1717.

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El último de los 37 capitanes generales que llegó en junio de 1773 a la tercera Santiago, la actual Antigua Guatemala, fue el mariscal de campo don Martín de Mayorga y Mendiente, sintiéndose ya en la ciudad fuertes sismos que culminaron con los terremotos de Santa Marta el 29 de julio de ese mismo año. 152 Deseando Mayorga evitar a los habitantes de la ciudad las ruinas periódicas que padecía, tuvo que emplear métodos enérgicos pasando sobre intereses creados, para trasladar la capital a un lugar que consideraba más seguro y apartado de los volcanes. Por real cédula expedida en San Ildefonso el 21 de julio de 1775, el monarca español ordenó en ese importante documento que se realice la traslación de la ciudad al sitio o llano de la Virgen. La fecha oficial del cuarto traslado se ha fijado en el 1º de enero de 1776; el Ayuntamiento celebró su primera sesión al día siguiente, en el Establecimiento Provisional de la Ermita. Irónica resulta la circunstancia que por trasladarse a un paraje más alejado de los volcanes y de sus sismos esta ciudad sufrió fuertes terremotos como los del 20 de agosto de 1825, los del año de 1830 —que hicieron trasladarse a las autoridades y al Congreso al entonces vecino pueblo de Jocotenango— así como los del 25 de diciembre de 1917 al 24 de enero de 1918. Ya desde los inicios de la dominación española se pobló el valle en que se encuentra nuestra capital, y en las actas originales del Cabildo se lee que en 1530 vivía aquí don Héctor de La Barreda, quien tuvo la primera crianza de ganado vacuno, que a su costa trajo desde La Habana. En nuestra geografía se han perpetuado dos nombres geográficos relacionados con este evento: la aldea Lavarreda y el valle de Las Vacas. Un siglo antes de la cuarta traslación de la capital, a fines del XVII, el cronista don Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán mencionó en su Recordación Florida que existían dos pequeños poblados: uno de españoles, próximo al río de Las Vacas y otro de indios naborías, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Asunción, cerca del templo del cerro del Carmen. Nuestro insigne cronista tiene sólo elogios para el lugar, al que califica de hermoso valle y se refiere, asimismo, al hecho histórico que se había discutido trasladar aquí la capital, desde cuando en 1541 se destruyó la ciudad en que pereciera su gobernadora doña Beatriz de La Cueva: «En este sitio, por su dilatada llanura, limpieza de horizontes y excelencia y sanidad de su temperamento, asientan muchas personas de España, por la similitud que tiene este clima con el temperamento y estelaje de Europa». No era así nueva ni original la idea del capitán general Mayorga, después de los terremotos de 1773, de querer trasladar la ciudad a su lugar actual. Dato curioso: Fuentes y Guzmán asentó en su crónica el motivo que tuvieron los españoles en el siglo XVI para escoger el sitio de Antigua Guatemala con preferencia al de nuestro valle y lo justifica con la siguiente interrogación: «¿De cuáles aguas se había de proveer

152 Se le llamó terremoto de Santa Marta por corresponder la fecha en el santoral católico a la festividad de

Santa Marta de Betania.

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y alimentar la ciudad puesta en el estéril y árido valle de Las Vacas, que sólo goza con limitación sedienta de su pobre y honrado arroyo, de pequeño y descaecido curso, sin que el arte ni el poder pudiera darle la altura y nivelación conveniente para igualarle al suelo de tan eminente altura?». Como se ve el problema de la escasez de agua, en este nuestro sediento valle, se viene discutiendo desde hace más de cuatrocientos años, y parece que sólo en la actualidad ya se está tratando de resolverlo… En la época de la independencia la capital tenía 15 manzanas de largo y otras tantas de ancho, dividida en 4 cuarteles y cada uno en dos barrios, con una población aproximada de 25,000 almas. Gracias a las diversas narraciones, especialmente de viajeros como George Thompson, Henry Dunn, Arthur Morelet, John Lloyd Stephens y el cónsul de los Países Bajos Jacobo Haefkens, contamos con varias descripciones detalladas de la capital durante la primera mitad del siglo pasado, sus habitantes y costumbres; ciudad que hoy día cubre un área de aproximadamente 75 kilómetros cuadrados y cuyos habitantes ya han sobrepasado el medio millón. 153

La Nueva Guatemala de la Asunción, que con el correr del tiempo y la evolución natural de su nombre geográfico ha llegado a conocerse oficialmente como Ciudad de Guatemala, ha sido escenario de las más altas inspiraciones de los guatemaltecos: en ella se pronunció la independencia del gobierno español y la absoluta de cualquier otra nación; en ella ha estado el asiento de las Provincias Unidas del Centro de América, del Estado y luego de la República de Guatemala y durante sus 192 años de historia, ha ido conquistando el sitio que dignamente ocupa, por ser centro de actividades de alta cultura, de activo comercio y de sana convivencia. Conociendo, estudiando y analizando nuestro glorioso pasado y sus ricas tradiciones; con las valiosas experiencias así obtenidas debemos aspirar a superarnos: a explicar, razonar y aconsejar el aprovechamiento al máximo de las ciencias de la Naturaleza y del Hombre, en la encrucijada de las cuales se encuentra y ponerlas al servicio de todos para lograr el engrandecimiento de nuestra patria por medio de su desarrollo cultural, social y económico. He aquí nuestra misión; he aquí nuestro deber como guatemaltecos que verdaderamente amamos esta bendita tierra que nos vio nacer: La exposición que hoy se devela nos señala que la Geografía —como ciencia antigua— está unida de manera indisoluble a la Historia y que ambas se complementan en lo que fue y donde aconteció, por haber evolucionado precisamente del pasado y estar estrechamente relacionada con la que vendrá. A través de sus sabias enseñanzas, nos dice —además— que ya no es hora de dormirse en la lánguida y plácida admiración y contemplación de lo pretérito, de aquello que sucedió y cuyas lecciones debemos estudiar, comprender y aplicar, para que con la vista puesta en el futuro e invocando la ayuda divina, todos unidos, sin distingo alguno, sino que actuando sólo como guatemaltecos que

153 En 2018 sobrepasa los tres millones y medio de habitantes y la población total del país es de 17.2 millones.

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somos, debemos esforzarnos y superarnos en la inmensa perspectiva de trabajo con metas claramente definidas que se extiende ante nosotros, para sentar las bases científicas y efectivas del progreso de Guatemala que lo es el nuestro. Rememorando la efemérides de 1917 en ocasión de la exposición fotográfica hoy inaugurada, que muestra el pasado y el presente de esta capital, vienen a mi mente las sonoras estrofas de nuestro incomparable poeta nacional en su canto a toda la región de América, que es vaticinio de ciencia e historia, dedicado a esta ciudad de Guatemala como se lee con caracteres de gran tamaño después de la portada y antes de todo prólogo o canto: Urbi Guatimala/ Raphael Landivar: Salve, cara parens, dulcis Guatimala, Salve; en versión de nuestro apreciado colega licenciado don José Mata Gavidia: Salve, caro suelo natal, bienamada Ciudad de Guatemala, salve. Tú, el júbilo, y origen y fuente de mi vida. 154

154 Gall, Francis; “Guatemala de ayer, Guatemala de hoy. Fotografías de los terremotos en el pasaje del

palacio”. Guatemala : El Imparcial, edición del jueves 14 de marzo de 1968. Páginas 11 y 17.

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Fotografías de tres épocas. Éxito de la exposición en el pasaje del Palacio

Como era de esperarse, y a despecho de las inquietudes de la época, ha obtenido un extraordinario éxito la exposición de fotografías recordatorias de cincuenta años del terremoto que destruyó la ciudad de Guatemala de la Asunción y demostrativa del progreso urbano en ese lapso: de los primeros modestos esfuerzos de reconstrucción a los alardes de la moderna construcción actual. El pasaje del palacio nacional, donde se halla instalada la exposición, se ha visto concurridísimo desde el día en que fue inaugurada, y llama la atención de los observadores la extensa gama de actitudes de sorpresa o admirativas, y algunas irónicas, de los heterogéneos visitantes. Estos son desde humildes menestrales hasta salientes personajes de sociedad o de círculos intelectuales, artísticos, oficiales, etcétera. Que a todos interesa ver esa representación de lo que fue la capital de la república y lo que es ahora. La exposición felizmente ideada por el prestigiado bibliógrafo don Arturo Taracena Flores y para la cual proporcionó, como lo hemos dicho en otras notas, un gran número de escogidas fotografías de aspectos de la ciudad antes e inmediatamente después de los terremotos de 1917–18, y de las cuales se aprovechó parte apreciable pero no todas, procuraba dar en secuencia ordenada tres fases de cada lugar —calle, paseo, monumento, edificio, etcétera— en disposición cronológica: el aspecto que tenía antes de los sismos, esto es, alrededor de 1907 a 1917; los destrozos sufridos, y finalmente la construcción que en cada caso sucedió a aquellas. En la organización que se le dio, se introdujeron modificaciones originadas en exigencias de los locales acondicionados en el pasaje y naturalmente por las ideas y gusto de quienes intervinieron, con lo cual se puso tal vez mayor énfasis en destacar el progreso de la construcción hacia nuestros días. Las fotografías de los nuevos edificios, paseos y panorámicas, debidas al acierto y reconocida pericia del periodista gráfico Julio César Anzueto, son realmente hermosas e infunden en el ánimo del espectador un sentimiento de satisfacción y orgullo patriótico: palpita en esas fotografías la imagen alentadora de lo que es ya esta Guatemala nueva que estamos haciendo los hombres de las generaciones de hoy… La impresión de los visitantes ante las fotografías de lo que era Guatemala antes de los terremotos y de lo que ocurrió entonces, es, en la mayoría, indicativa de la edad de cada visitante: un poco de nostalgia, y una sonrisa, en los adultos de ya bastante edad, que frisaban en los diez, en los quince, en los veinte o más años aún, a la hora de la catástrofe y rehacen recuerdos de «su tiempo»; en quienes no vieron aquella Guatemala, un poco de asombro y un poco de burla y superioridad en la sonrisa, sin saber que aquella Guatemala encarnaba altos valores y esfuerzos de muchas generaciones y que era el fruto de apenas siglo y medio tras el traslado de la ciudad y tras todas las amargas vicisitudes de la época independiente. Y en todos, la impresión de aliento por lo que de superación expresan en conjunto las vistas contempladas.

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La exposición es eminentemente ilustrativa y deben aprovecharse sus fondos, como se ha pensado y si las circunstancias lo permiten, llevándola a otros departamentos. También, como se ha pensado, deben aprovecharse para editar un álbum conmemorativo, que tendría indudable demanda, resarciendo su coste si se le destina a la venta, como sería lo mejor. En suma, la exposición ha sido un éxito, y ello debe complacer tanto al señor Taracena Flores como a sus auspiciadores y colaboradores. Será memorable para cuantos hayan tenido la oportunidad de verla. 155

155 El Imparcial; Fotografías de tres épocas. Éxito de la exposición en el pasaje del Palacio. Guatemala :

edición del miércoles 20 de marzo de 1968. Página 3.

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Exposición en Quezaltenango y álbum de los terremotos, de don Arturo Taracena Flores

En la Casa de la Cultura de Occidente, en Quezaltenango, 156 se está exhibiendo con el

título «Desarrollo comparativo de la ciudad» (de Guatemala) la interesantísima exposición fotográfica realizada hace pocas semanas en la capital con inusitado éxito, exposición en que se mostraba al público de ahora lo que fue la capital nuestra durante los primeros lustros de este siglo, los estragos que causaron los terremotos de 1917–1918, y el extraordinario progreso que caracteriza a la nueva ciudad, surgida de aquella catástrofe. La exposición, debe recordarse, nació a feliz iniciativa del reputado bibliógrafo e historiógrafo guatemalteco don Arturo Taracena Flores y se hizo posible gracias al amplio apoyo del presidente de la república, que puso los medios a su disposición y toda simpatía a la empresa para que ésta culminara brillantemente como sucedió. El señor Taracena Flores proporcionó extensa colección de fotografías, entre ellas muchas curiosísimas o únicas, proponiéndose ofrecer una idea exacta de lo que era la ciudad de Guatemala antes de los terremotos y de cómo quedaron, al ocurrir éstos, las calles, los monumentos públicos, y eclesiásticos, las casas particulares, los comercios, etcétera, a fin de revivir en la mente de quienes fueron testigos de aquella tragedia las patéticas escenas vividas por Guatemala. Escenas de que los guatemaltecos de nuestros días no tienen sino diluídas noticias. Para completar la visión histórica de Guatemala de aquellas fechas a las actuales, se pensó en añadir, en secuencia temporal y lógica, vistas de los edificios o monumentos que se han erigido en los sitios arrasados por los terremotos, con lo cual se daría también idea de la transformación sufrida por la capital y su adelanto. El entusiasmo juvenil y destreza del artista fotógrafo a quien se confió la ejecución de la muestra, señor Julio César Anzueto, en esos días con cargo oficial en las dependencias de la presidencia, al realizar su meritorio trabajo puso mayor énfasis en la última parte, y así la exposición se enfocó más al progreso de la urbe, puede decirse, que a los hechos del pasado cuyo cincuentenario se recordaba. Sin embargo, esto dio nuevo motivo de lucimiento a la exposición que hoy tienen la oportunidad de contemplar los quezaltecos, quienes compararán los cambios que este medio siglo ha operado en la fisonomía de su capital y sentirán sin duda orgullo de ella, la capital que es de todos los guatemaltecos. El acucioso y muy apreciable trabajo del señor don Arturo Taracena Flores tendrá ahora un nuevo complemento, que hará perdurar tanto el recuerdo de la ruina de 1917–18, como la excelente disposición con que se conmemoró su cincuentenario: con el mismo

156 El nombre correcto es Quetzaltenango. Derivado de la costumbre, en esos días se escribía sin la “t”

intercalada.

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entusiasta apoyo del señor presidente de la nación, se editará un álbum de vistas escogidas de la ciudad de Guatemala como era en sus principales y característicos detalles y de la destrucción casi total que padeció en diciembre de 1917 y enero de 1918. Será complemento valiosísimo de la valiosa exposición en referencia, pero a la vez, una publicación que hacía falta y que ha de ser recibida con beneplácito y aplausos parejos. Un imperecedero recordatorio de los terremotos de 1917–18… 157 NOTA:

Sobre la noticia anterior, cabe mencionar que el historiador Arturo Taracena Flores (1887–1970) legó un magnífico álbum de 238 páginas, que contiene valiosas fotografías de edificios, calles, viviendas, campamentos de refugiados ubicados en distintos puntos de la ciudad, después de los terremotos de 1917 y 1918. En la “carta introductoria” emitida por la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala (hoy Academia) se anota que:

“[...] En el sentido de editar un álbum, a efecto de presentar para la posteridad, las valiosas y únicas fotos de su colección, los terremotos de 1917–1918. [...] He examinado cuidadosamente toda la serie fotográfica que usted se sirvió poner en mis manos. A nombre de nuestra Sociedad que se honra contarlo a usted entre sus numerarios, puedo manifestarle lo siguiente:

1. Los terremotos de 1917–1918 echaron por los suelos la mayoría, si no todas, las construcciones que eran orgullo de la ciudad, como lo demuestra la valiosa serie de sus fotografías.

2. Las fotografías dan una idea completa de la magnitud de los sismos y constituyen los únicos testimonios gráficos existentes de los fenómenos telúricos acaecidos hace 50 años. Son, de consiguiente, importantes documentos que muestran lo que era la ciudad antes del aciago mes de diciembre de 1917.

3. De consiguiente, opino que debe hacerse un esfuerzo para la publicación de todas las fotografías, por constituir valiosos documentos que hablarán a la posteridad y que, gracias a su conocida acuciosidad y devoción hacia lo nuestro, con ímprobos trabajos usted ha sabido reunir.” El contenido de dicho álbum está distribuido así: Entre escombros. La catástrofe; La danza macabra; Templos; Edificios públicos; Legaciones; Edificios comerciales; Residencias particulares; Calles de la ciudad; Campamentos; y, Cementerio.” 158

157 El Imparcial; Exposición en Quezaltenango y álbum de los terremotos, de don Arturo Taracena Flores.

Guatemala : edición jueves 9 de mayo de 1968. Página 15. 158 Taracena Flores, Arturo; Los terremotos de Guatemala : álbum gráfico conmemorativo del cincuentenario

(1917 / 1918-1968). Guatemala : Tipografía Nacional, 1970.

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Tres sismos se registran en Quezaltenango ¡en marzo de 1967!

Quezaltenango, 1. — Por Héctor Adolfo Ávila, corresponsal. Tres movimientos sísmicos de regular intensidad se registraron en esta ciudad el recién pasado fin de semana, aunque afortunadamente no reportaron las autoridades ningún daño material ni humano. El viernes [29 de marzo] a las 10 horas con 15 minutos se produjo el primero de los temblores de tierra que causó la natural alarma entre las personas que se encontraban a esa hora en sus respectivos trabajos. Muchas niñas asistentes a los primeros grados de la enseñanza primaria prorrumpieron en llanto y fueron presa de ataque de nervios; una joven maestra que presta sus servicios en una escuela de la localidad se desmayó. El mismo día, a las 19 horas con 8 minutos, sucedió otro movimiento terráqueo que duró aproximadamente medio minuto; tiempo suficiente para que en los cinematógrafos locales la gente se agolpara en los pasillos de salida, sin que la confusión causara daños, gracias a la calma que guardaron los asistentes y a la poca duración del sismo. El sábado a las 23 horas con 45 minutos, se conmovió de nuevo la población quezalteca, cuando la ciudad fue sacudida una vez más, saliendo algunas personas que ya estaban durmiendo, a los patios de sus residencias y en casos, a la calle. Pero, como hemos dicho, no se reportaron daños. Por no haber en esta ciudad un sismógrafo no fue posible establecer la intensidad de los movimientos ocurridos, como tampoco el epicentro de los mismos. Se supone que sean provocados por convulsiones volcánicas en regiones apartadas. 159

Véase también: Peláez Almengor, Oscar Guillermo; La nueva Guatemala de la Asunción y los terremotos de

1917-18. Guatemala, Guatemala : Centro de Estudios Urbanos y Regionales –CEUR–, Universidad de San

Carlos de Guatemala, 1994. 71 p. 159 El Imparcial; Tres sismos se registran en Quezaltenango. Guatemala : edición del lunes 1 de abril de 1968.

Página 1.

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¡Terremoto en Guatemala! ¿En 2007?

Lo que se transcribe a continuación fue escrito en 2007, como reacción a una nota de prensa sensacionalista, difundida en un medio de comunicación internacional de conocida “reputación”. La respuesta que se solicitó nunca fue recibida ni publicada. Queda solamente como una anécdota de aquellas noticias que parecen verdaderas. To: [email protected] Date: Thu, 14 Jun 2007 16:09:17 -0600 Subject: Para Glenda Umaña -Terremoto en Guatemala? Srita. Umaña: Los comentarios que siguen los escribí al tenor de lo que usted comentó en su distinguido programa el día de ayer. Las horas que menciono se basan en el horario de Guatemala. Saldrá alguna aclaración de su parte?, toda vez que hasta el Presidente de la República criticó también a CNN Atto. En caso sea posible, agradeceré publicar lo siguiente en su prestigioso medio: Guatemala, 14 de junio de 2007 ¡TERREMOTO EN GUATEMALA! ¡Qué alarmista suena verdad! Pues ni más ni menos ese fue el titular de CNN en español, que vimos en las pantallas de televisión aproximadamente a las 14:10 del 13 de junio de 2007, cuando la cadena noticiosa “informaba” acerca del sismo que ocurrió en Guatemala a las 13:29, de 5.4 según la escala Richter y de 4.0 grados en la escala de Mercalli, y que duró 49 segundos. La verdad es que a todos nos asustó, los perros y aves empezaron a ladrar y piar o graznar, según el caso, y mucha gente salió corriendo fuera de sus casas. Afortunadamente todo fue un enorme susto que no pasó a más.

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A los mayores nos recordó el verdadero terremoto del 4 de febrero de 1976. A muchos jóvenes una emoción y a los niños, un sobresalto único. ¿Por qué CNN lo calificó de terremoto? Me imagino que por falta de información y por ese afán de ser los primeros en el mundo en cuanto a proporcionar noticias de última hora; aunque se agradece que por unos minutos -que para ellos significan millones de dólares por concepto de transmisión- le hayan dedicado tiempo a Guatemala, dieron a conocer en forma por demás amarillista que se trataba de un terremoto lo que no significó nada más que un sismo, de fuerte intensidad eso sí, pero que no tenía por qué ser denominado así, por lo menos hasta no tener más datos y sobre todo información de primera mano. La corresponsal de dicha cadena dio declaraciones por teléfono indicando que hasta el momento no se tenía conocimiento de daños, derrumbes, casas destruidas, etc., y que un grupo de periodistas se dirigían a Jalapa para verificar si era cierto el rumor de que ahí sí existían daños. Como comentó que este departamento es fronterizo con El Salvador, de inmediato pusieron al habla a su corresponsal en este país, el cual señaló que nada había pasado, a más de sentir un fuerte temblor, pero que en nada se parecía al terremoto que ellos sufrieron en enero de 2001, el que en Guatemala no causó secuelas. Esto nos enseña, nuevamente, que hay que estar seguro antes de dar a conocer “información”, sobre todo porque la cadena hacía llamados a los nacionales residentes en los Estados Unidos para que guardaran la calma y que se comunicaran con sus familiares en Guatemala o El Salvador, pues las comunicaciones telefónicas y por la Internet se habían reestablecido después de 20 minutos de estar interrumpidas -esto sí fue cierto-. Qué pensaría cualquier guatemalteco ubicado en cualquier país del mundo. Seguramente que a su familia le había pasado algo. Cuántas miles de llamadas se recibieron en pocos minutos, por parte de la gente en el exterior queriendo saber de sus parientes, y todo para que les dijeran que aparte del temblor nada había pasado. Claro que pudieron respirar tranquilos, pero los momentos de angustia que vivieron posiblemente les causaron más de alguna afección cardiaca o similar. El mismo 13 de junio por la tarde el Presidente de la República convocó a una conferencia de prensa, señalando que todo estaba bien -casi por primera vez dijo la verdad- y la Coordinadora para la Reducción de Desastres -CONRED- declaró la situación en alerta naranja institucional, lo que significa que las dependencias de Gobierno estarán prestas a ayudar y nosotros debemos tener precaución sin llegar a temer que se trate de un terremoto; además -como especificó un técnico del Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología -INSIVUMEH- en lo que va del año han ocurrido 269 sismos, la mayoría imperceptibles para la

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población, de tan sólo 21 nos hemos dado cuenta, especialmente cuando ocurren en momentos en que estamos sentados o acostados; por su parte, el Director del INSIVUMEH, en entrevista que se le efectuara por la noche del mismo día 13 en un noticiero de televisión, no se puede predecir cuándo ocurrirá un terremoto y que. Así como para el terremoto del ’76 el Arzobispo Metropolitano dijo que era un castigo de Dios, hoy se dice lo mismo… por boca de algunas personas que se comunican a las radio emisoras para externar su opinión. Ariel Batres Villagrán Cédula A-1, 575846 NOTA: La opinión anterior la envié en la presente fecha a Prensa Libre, Siglo veintiuno y [email protected] Escríbanos con sus sugerencias y comentarios [email protected]

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Conmemorando los terremotos de 1917 y 1918. Universidad Francisco Marroquín, 2018

Exposición de fotografías inéditas hasta ahora

Hace cien años, una serie de sismos asolaron la capital provocando la destrucción de la ciudad de Guatemala. En esta exposición se presenta la colección de fotografías de Enrique Forno Amado de los terremotos de 1917–1918, en la que hay imágenes de los edificios más significativos y una serie llamativa de calles y avenidas bien identificadas.

También, se llevará a cabo un ciclo de conferencias conmemorando los terremotos de diciembre de 1917 y enero de 1918 que destruyeron la ciudad de Guatemala. Miércoles 24 de enero del 2018 Simposio de 8:30 a. m. a 1:30 p. m. Inauguración de la exposición 1:30 p. m. Exposición del miércoles 24 de enero al viernes 2 de febrero del 2018 Centro Cultural, 1.er nivel Universidad Francisco Marroquín Entrada gratuita 160

160 Universidad Francisco Marroquín; Conmemorando los terremotos de 1917 y 1918. Simposio y exposición

el 24 de enero de 2018. https://asomate.ufm.edu/event/evento-conmemorando-los-terremotos-1917-1918/

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FUENTES CONSULTADAS

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conmemorando-los-terremotos-1917-1918/

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Catedral de Guatemala tras el terremoto de 1917-1918

“La pelea de los muebles de la sala de las visitas nobiliarias, mobiliarias para él por tratarse de

nobles que más eran muebles. La gran pelea en la salsa de las visitas.”

Miguel Ángel Asturias –Tres de cuatro soles