Christopher John - T3 El Estanque de Fuego

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John Christopher

La Triloga de los Trpodes III

El estanque de fuego

Ttulo original:

Traduccin:

Eduardo Lago

2 edicin: abril, 1985

Coleccin:

Juvenil Alfaguara, n 105

Direccin:

Michi Strausfeld

Ediciones Alfaguara, S. A.

Prncipe de Vergara, 81

28006 Madrid

Imprime: Unigraf, S. A.

Fuenlabrada (Madrid)

I.S.B.N.:

84-204-3908-8

Depsito Legal:

M. 14.072-1985

El Estanque de Fuego es la tercera y ltima parte de la llamada "Triloga de los Trpodes", comenzada en Las Montaas Blancas y continuada en La Ciudad de Oro y de Plomo. En esta novela, Will Parker es escogido en primer lugar como seuelo para detener a un trpode y capturar a uno de los Amos; despus, como miembro de una de las tres expediciones destinadas a destruir, desde su interior, las Ciudades de los Amos. Finalmente, en el desesperado y crucial ataque a la ltima Ciudad, cuando el futuro del mundo pende de un hilo, Will jugar un papel vital. Los seguidores de la "Triloga" comprobarn cunto tiene que ver este libro con la historia real, pues se vern implicados de modo insospechado en la aventura de sus personajes, y en su apasionante lucha por la libertad.

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CAPTULO UNO

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Por todas partes se oa el rumor del agua. En unos lugares no era ms que un dbil murmullo que slo se oa gracias al profundo silencio que reinaba; en otros, un fragor misterioso, lejano, algo as como la voz de un gigante que hablara consigo mismo en las entraas de la tierra. Pero haba tambin lugares en los que se precipitaba clara, estruendosamente; lugares donde, a la luz de las lmparas de petrleo, se poda ver cmo el torrente descenda tumultuosamente por un cauce rocoso o caa en cascada desde un escarpado alto de piedra. Y lugares donde el agua estaba en calma, formando extensiones negras y alargadas, en las que el ruido se acallaba, convirtindose en un goteo montono... incesante desde haca siglos, y que as seguira durante muchos siglos ms.

Me relevaron de la guardia para que acudiera a la conferencia, y as atraves los tneles escasamente iluminados, tarde y a solas. Aqu se entremezclaba la labor de la naturaleza con el trabajo del hombre. Las convulsiones de la tierra y la accin de ros desaparecidos hace muchos aos haban excavado estas cavernas y canales en las montaas de piedra caliza, pero los antiguos tambin haban dejado su huella. Aqu estuvieron los hombres en el pasado, alisando suelos desnivelados, ensanchando grietas estrechas, clavando barandillas en piedra artificial para ayuda y gua del viajero. Haba tambin unos cables largos que parecan cuerdas, y que antao transportaban una energa llamada electricidad, que encenda unos globos de vidrio a lo largo del camino. Larguirucho me dijo que nuestros sabios haban vuelto a descubrir cmo se haca esto, pero precisaban unos recursos de los que no podan disponer aqu, ni tal vez pudieran mientras los hombres se vieran obligados a ocultarse como ratas en los oscuros rincones de un mundo gobernado por los Trpodes, esos enormes monstruos metlicos que recorran la superficie de la Tierra dando zancadas con sus tres patas gigantescas.

Ya he relatado cmo dej mi pueblo natal, a instancias de un hombre muy raro que se daba a s mismo el nombre de Ozymandias. Esto sucedi el verano que hubiera debido ser el ltimo antes de que me presentaran para la ceremonia de la Placa. Durante la misma, a los chicos y chicas que ese ao cumplan catorce aos los conducan al interior de un Trpode y ms tarde volvan llevando la Placa (una malla de metal ntimamente encajada en el crneo que converta a quien la llevaba en alguien totalmente sumiso a nuestros gobernantes extranjeros). Siempre ocurra que las mentes de unos pocos quedaban destruidas como consecuencia de la tensin a que los someta la insercin de la Placa; stos se transformaban en Vagabundos, hombres incapacitados para desarrollar un pensamiento normal, que erraban de lugar en lugar sin ningn objetivo. Ozymandias se haca pasar por uno de ellos. En realidad su misin consista en reclutar gente dispuesta a luchar contra los Trpodes.

As hice, junto con mi primo Henry, que viva tambin en mi pueblo, y ms tarde con Larguirucho, un largo viaje hacia el sur. (El nombre verdadero de este ltimo era Jean Paul, pero le apodamos Larguirucho por ser tan alto y delgado). Por fin llegamos a las Montaas Blancas, donde hallamos la colonia de hombres libres de la que haba hablado Ozymandias. Desde all, al ao siguiente, enviaron a tres de nosotros para que penetrramos como punta de lanza en la Ciudad de los Trpodes y averiguramos sobre ellos cuanto pudiramos. No ramos, sin embargo, los tres de antes. Henry se qued atrs, y en su lugar tenamos a Fritz, oriundo del pas de los alemanes, en el cual se hallaba la Ciudad. l y yo nos introdujimos en la Ciudad, servimos en calidad de esclavos de los Amos (criaturas reptiles y monstruosas, con tres piernas y tres ojos, procedentes de una estrella lejana) y averiguamos algo sobre su naturaleza y sus planes. Pero slo yo logr escapar, zambullndome en el desage de la Ciudad, que daba a un ro, donde me rescat Larguirucho. Estuvimos aguardando, con la esperanza de que Fritz lograra hacer lo mismo, hasta que, por causa de la nieve y la inminente presencia del invierno, nos vimos obligados a regresar, apesadumbrados, a las Montaas Blancas.

Cuando llegamos nos encontramos con que la colonia se haba trasladado. Esto era resultado de una prudente decisin de Julius, nuestro lder. Haba previsto la posibilidad de que el enemigo nos desenmascarara y, una vez atrapados e indefensos, explorara nuestras mentes. De modo que, sin decirnos nada, haban elaborado un plan para evacuar el Tnel de las Montaas Blancas, dejando tan slo unos pocos vigas aguardando nuestro anhelado regreso. Los vigas nos descubrieron a Larguirucho y a m cuando contemplbamos tristemente la fortaleza abandonada, y nos condujeron al nuevo cuartel general.

ste se encontraba lejos hacia el este, en terreno de colinas, ms bien que montaoso. Era una tierra de valles estrechos, flanqueados por colinas estriles, en su mayor parte cubiertas de pinos. Los que llevaban Placa ocupaban el fondo de los valles, nosotros las lomas. Vivamos en una serie de cuevas que discurran tortuosamente entre las alturas, a lo largo de numerosas millas. Afortunadamente haba varias entradas. Tenamos centinelas en todas ellas y un plan de evacuacin en caso de ataque. Pero hasta ahora todo estaba en calma. Hacamos incursiones entre los que llevaban la Placa para procurarnos alimentos, pero tenamos cuidado de que las partidas que efectuaban las incursiones se alejaran mucho de la casa antes de dar el golpe.

Ahora Julius haba convocado una conferencia y a m, como nica persona que haba visto el interior de la Ciudad, -y visto a un Amo cara a cara-, se me haba relevado de la guardia para que pudiera asistir.

En la cueva donde se celebraba la conferencia, el techo se arqueaba conformando una oscuridad impenetrable para nuestras lmparas: nos hallbamos sentados bajo un cono de noche en cuyo seno jams brillaban las estrellas. Las lmparas parpadeaban en las paredes, y haba ms sobre la mesa, tras la cual estaban Julius y sus consejeros, sentados en sillas de madera toscamente talladas. Cuando me acerqu, Julius se puso en pie para saludarme, pese a que cualquier movimiento fsico le causaba molestias, cuando no dolor. De nio qued lisiado por una cada y ya era un anciano de pelo cano, aunque con las mejillas curtidas como consecuencia de los largos aos que haba pasado en medio de la atmsfera luminosa y enrarecida de las Montaas Blancas.

--Ven y sintate a mi lado, Will, -dijo-. En este momento empezbamos.

Larguirucho y yo habamos llegado haca un mes. Inmediatamente les dije a Julius y a los dems miembros del Consejo todo lo que saba e hice entrega de las muestras del venenoso aire verde de los Amos y del agua de la Ciudad que haba logrado traer conmigo. Yo esperaba una rpida actuacin de alguna ndole, aunque no saba cul. Haba de ser, pensaba yo, rpida. Una cosa que pude decirles fue que una gran nave se hallaba en camino a travs del espacio, procedente del mundo originario de los Amos, transportando mquinas que transformaran la atmsfera de nuestra Tierra en un aire apto para que ellos lo respiraran con naturalidad, de modo que no tendran que permanecer en el interior de las cpulas protectoras de las Ciudades. Los hombres y todas las dems criaturas nacidas en nuestro planeta pereceran cuando espesara la asfixiante neblina verde. Mi propio Amo haba dicho que llegara dentro de cuatro aos, y que entonces se instalaran las mquinas. Haba poqusimo tiempo.

Era como si Julius se estuviera dirigiendo a m, respondiendo a mis dudas. Dijo:

--Muchos de vosotros estis impacientes, lo s. Es bueno que lo estis. Todos sabemos lo tremenda que es la tarea que nos aguarda, su urgencia. No hay excusa para que se demore necesariamente la accin, para que se desperdicie el tiempo. Cada da, cada hora, cada minuto cuentan.