Cien años de trotes soñadores - Luz Culturalcreación. Entre los que me gustan, soy alegre, triste...

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Cien años de trotes soñadores

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Título: Homenaje a Platero y Yo

Cien años de trotes soñadores

Selección: Francisco Vélez Nieto

Presentación: Carlos Rascón

Edición digital: www.luzcultural.com

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Homenaje a Platero y Yo

Cien años de trotes soñadores

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LA POESÍA INFANTIL Y JUVENIL DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

1. JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, ZENOBIA Y LA INFANCIA

Libros como Platero y yo, Josefito Figuraciones o Entes y sombras de mi

infancia, henchidos de evocaciones, crean la imagen de un Juan Ramón feliz en su

infancia. Su madre no se cansaba de hablar de la alegría que proyectaba el niño

Juan Ramón de pequeño, pero esta alegría se tornaría en desangelada y triste a

medida que la enseñanza jesuítica fue haciendo mella en el

joven Juan Ramón: «Me veo con mi fantasía infantil

asesinada y enlutada por la enseñanza jesuítica». No

colmada su verdad infantil y esa promiscua imaginación del

niño JRJ, al abandonar el colegio de los jesuitas nos

hallaremos con otra persona, mucho más misántropo y

mucho más hosco. Un niño complejo y solitario, con sus

rarezas y tornasoles, como él mismo se ve en una carta dirigida a su prima María:

Yo nunca busco el defecto, lo encuentro en mí, en todos y en todo, pero me

gusta el defecto, cuando es falta y no es sobra, no es ripio. Yo siempre veo la parte

débil, fea o ridícula en mí y en los otros, como la parte bella. En conjunto me gusta

mucho la sociedad de dos, de tres y, sobre todo, de uno. Más, no. Como los

hombres son más parecidos a mí, prefiero las mujeres, los niños y todo el resto de la

creación. Entre los que me gustan, soy alegre, triste entre los que no me gustan y

triste cuando estoy solo. Lo que prefiero en la vida es la simpatía1.

A pesar de todo y de ese mundo destruido en torno a la muerte del padre, la

primera escritura juanramoniana se halla cerca del colorismo de Rueda y, por lo que

a la forma compositiva se refiere, a la estructura de la fábula, de la sátira social o

costumbrista o del cantar popular.

1 J. R. Jiménez, “Desterrado. Diario poético” en Guerra en España, [en línea], Dirección URL:

<http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/juanramonjimenez/pcuartonivel.jsp?conten=present

acionp.> (Consultado el día 1 de enero de 2010).

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En ese ámbito personal cómo encaja la poesía infantil de JRJ. Digamos que

bien, pues nunca hubo distinciones entre poesía infantil y no infantil en su obra.

Pero si acaso, como decía Rubén ("el primer rey de mi vida") la poesía del escritor

andaluz: «Va por dentro». Y van por dentro esos poemas dirigidos a la infancia,

aunque no sea ésta su objetivo pero indirectamente están presentes en él.

Será a partir del encuentro con Zenobia y con Tagore cuando se produce lo

que llamaría la cuadratura del círculo de la trascendencia de la infancia en la obra

de Juan Ramón. Las condiciones educativas que había sufrido JRJ (en los jesuitas)

hacen que se muestre especialmente cómplice del dolor de la infancia, el

compromiso de Zenobia para con los niños desde su juventud coadyuvan y el

encuentro con Tagore que había vivido su infancia en la escuela, con dolor también,

se hace definitivo.

Ya a la edad de catorce años, Zenobia Camprubí había empezado a publicar

en inglés, en la conocida revista de niños St. Nicholas Illustrated Magazine for

Boys and Girls, de Nueva York, que premiaba los mejores trabajos escritos y los

publicaba en una sección especial. Y desde muy pronto su relación con la infancia

se hará manifiesta y se trasvasará claramente a la percepción que entonces toma de

ella JRJ. Su contacto con la poesía de Tagore2 profundiza aún más en una temática,

la infancia, que no será sólo temático-poética sino compromiso con el niño y su

mundo, sus ausencias...

2 De hecho Tagore creará su propia escuela y creará métodos pedagógicos que lo hacen uno de los

pensadores más importantes en el ámbito de la pedagogía a pesar de su olvido. Como nos

recordaba J. Paz Rodríguez, “Tagore, un precursor de la nueva educación en la India”, Recre@rte,

3, junio 2005, también [en línea], Dirección URL:

<http://www.iacat.com/Revista/recrearte/recrearte03/Tagore/tagore.htm> (Consultado el día 28

de enero de 2010). Su objetivo es crear una escuela para que los niños no sufran lo que Tagore

sufrió:”Sabía cómo no deben ser tratados los niños. De lo que yo he sufrido sobretodo en mi

infancia, ha sido de sentir que la educación que yo recibía estaba separada de la vida (...) Para mí,

en efecto, el niño vive hasta los doce años, más por el subconsciente que por la conciencia clara, y

lo que importa en sus primeros años no es que su memoria se pueble de conocimientos que tiene

muy presentes en el espíritu, sino que su subconsciencia se llene de belleza al contacto de la

Naturaleza viviente (...) Para ser maestro de niños es completamente necesario ser como un niño,

olvidar lo que sabemos y que hemos llegado al término de los conocimientos. Si se quiere ser un

verdadero guía de niños, no hay que pensar en que se tiene más edad, ni que se sabe más, ni nada

por el estilo; hay que ser un hermano mayor, dispuesto a caminar con los niños por la misma senda

del saber elevado y de la aspiración. Y el único consejo que puedo daros en esta ocasión, si habéis

de dedicaros a enseñar a los hijos del hombre, es éste: que cultivéis el alma del niño eterno”.

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Las razones últimas de esta atracción hacia la infancia de JRJ y Zenobia son,

por tanto diversas, y trataremos de profundizar en ellas, pero sobre todo, la infancia

como ámbito para la desolación y la amargura se hallará de un modo preciso en la

obra de JRJ. Especialmente los niños abandonados, los niños en peligro, fueron

especial objeto de su atención y fundamentalmente a partir del conocimiento de

Zenobia en 1912, de la que Juan Ramón se enamoró perdidamente. A partir de ese

año el interés por los niños se refuerza.

De natural muy alegre, Zenobia estaba siempre dispuesta a ayudar a los

necesitados; se sentía atraída especialmente hacia los niños a quienes enseñó como

voluntaria mientras su padre estaba destinado

en Huelva. Trabajaron juntos Juan Ramón y

Zenobia en la traducción al español de la obra

en inglés del poeta hindú Rabindranath Tagore

y luego colaboraron en otras traducciones. Y

así en 1915 se publicará una traducción de

Zenobia con poemas de Tagore en un libro que

lleva por título La luna nueva. Poemas de

niños3. Fue el primero de los libros que

publicaron conjuntamente con un poema-

prólogo de JRJ. Zenobia traducía literalmente y

JRJ le daba forma poética. Fue el comienzo de

las traducciones del poeta hindú que llegaron a

treinta junto a la de otros autores como Poe, Pound, Shakespeare, Shelley... Y aquí,

entiendo, radica una de las claves fundamentales para entender la trascendencia del

mundo del niño en la vida y la obra de ambos, reforzada aún más por hechos

biográficos (como la ausencia de hijos) que determinarán otros acontecimientos

posteriores.

3 Madrid, Imprenta Clásica Española, 1915; otra edición de esta obra se lleva a cabo en México:

Universidad Nacional Autónoma de México, 1924. Zenobia se ocupaba de traducir literalmente y

Juan Ramón le daba forma poética. El primer libro que publicaron conjuntamente fue La Luna

Nueva, que apareció con las iniciales de Zenobia y con un poema de Juan Ramón. El libro tuvo un

enorme éxito, aunque a ella le disgustó mucho que apareciera su nombre, pues dejaba ver su

relación, algo que llevaban en secreto, y porque creía que todo el mérito era del poeta. Este fue el

comienzo de una enorme tarea traductora y no sólo tradujeron gran parte de la obra de Tagore,

sino también de obras de otros autores, como Shakespeare, Shelley, Poe, Pound…

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También al cabo de los años, fruto de ello y estando en Puerto Rico, publican

el libro Verso y prosa según textos de Tagore4. Esta traducción de la obra de Tagore

del inglés al español fue hecha por Zenobia, en tanto JRJ hizo la poesía traducida

suya ofreciendo su propia impronta lírica. Al observar los manuscritos de los

archivos, las correcciones del poeta van escaseando según adelantan las

traducciones.

Pero fue el preludio de la guerra un momento clave en ese ámbito de relación

con la infancia, cuando el matrimonio Jiménez ofreció ayudar al gobierno

republicano acogiendo a doce niños en uno de los pisos que Zenobia alquilaba.

Tuvieron que empeñar joyas y objetos de valor para poder subsistir esos meses de

incertidumbre, necesidades y amenazas. Además el diario Claridad había

emprendido una campaña contra los intelectuales y Juan Ramón vio peligrar su

vida:

“Alojan en uno de los pisos que Zenobia administraba (Velázquez, 65) a doce niños

abandonados que les confirió la Junta de Protección de Menores, pero la situación

se hizo económica y socialmente insostenible, como demuestra alguno de los

pasajes del fragmento tercero de Espacio. Juan Ramón toma, pues, la determinación

de salir de España5”.

En la última carta escrita a Juan Guerrero6 en Madrid el 11 de agosto de

1936, Zenobia habla de los doce niños que habían pedido a la Protección de

Menores y dice que habían desplazado toda su vida anterior y los niños la absorbían

por completo, que disfrutaban de ellos:

Y en cuanto a Juan Ramón: «El hombre que toda su vida buscó el silencio vive en el más

completo estruendo y estrépito» y termina: «Sea lo que fuere vamos a cambiar

4 Empiezan su vida de casados con pocos medios y montones de libros y trampas. Zenobia hace

traducciones para la editorial Calleja. Este mismo año aparecieron las traducciones de cuatro obras

de Tagore al español hechas por ella y su marido (El jardinero, La cosecha, Pájaros perdidos y El

cartero del rey), una de éstas encabezada con un poema de Juan Ramón.

5 J. A. Serrano Segura, “La obra poética de Juan Ramón Jiménez”, [en línea], Dirección URL:

<http://www.jaserrano.nom.es/JRJ/tercera.htm> (Consultado el día 3 de enero de 2009).

6 Véase a este respecto Epistolario de Zenobia Camprubí a Juan Guerrero Ruiz 1917-1956, ed. de

Graciela Palau de Nemes y Emilia Cortés Ibáñez, Madrid, Publicaciones de la Residencia de

Estudiantes.

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radicalmente de vida». Cambiaron, pero no por los niños, sino por su súbito e inesperado

viaje a América el 20 de agosto de 1936. Allí recogieron fondos para mantener a los chicos

cuatro años más7.

Estando en el exilio

y con apoyo del diario La

Prensa, cuyo propietario

era su cuñado José

Camprubí, JRJ y Zenobia

organizan una suscripción

popular a favor de los

niños víctimas de la

guerra. Y desde las

páginas de este mismo periódico organizan un mitin que se cierra con “un mensaje

del poeta español Juan Ramón Jiménez”, en el que explica sus razones para salir de

España8. La idea de JRJ era recabar fondos para el sustento de los niños acogidos

por el Consejo Supremo de Menores y la Junta Provincial de Madrid, así como la

de conquistar la comprensión moral para el gobierno legal y legítimo de la

República. Pero su gestión no quedó ahí sino en toda su profunda labor literaria

dirigida a la infancia como veremos.

7 G. Palau de Nemes, “Juan Ramón Jiménez en el Epistolario de Zenobia Camprubí. Convergencia y

Divergencias”, Ponencia dictada el 7 de noviembre de 2006 en Residencia de Estudiantes, p. 3.

8 J. Blasco, “El autor” [en línea], Dirección URL:

<http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/juanramonjimenez/pcuartonivel.jsp?conten=autor>

(Consultado el día 3 de enero de 2010). Dice Juan Ramón Jiménez: “Mi ilusión, al salir de España

para cumplir otros espontáneos deberes jenerales (sic) y particulares, era hacer ver la verdad de la

guerra a los países extranjeros cuya prensa, supongo que por deficiencia de información, presenta

los hechos con un aspecto completamente distinto de la realidad... Pido aquí, y en todas partes,

simpatía y justicia, es decir, comprensión moral para el Gobierno Español, que representa a la

República democrática ayudada por todo el Frente Popular, por la mayoría de los intelectuales y

por muchos de los mismos elementos conservadores. Si el Gobierno Español se sintiera alentado

por esta justicia y esta simpatía universales, podría acelerar la verdadera victoria, en la que los

amigos del mejor destino de España confiamos, y a la que esta España tiene pleno derecho. Y

pensad bien que esta victoria no sólo sería de España, sino del mundo. Esta victoria pondría a

España en condiciones de desenvolver pacífica, ejemplar y concientemente su lógica evolución

social, con arreglo a su propio jenio (sic) y carácter, sin dependencia política de otros países; y

evitaría, quizás, con su ejemplo, la guerra del mundo, que en estos momentos está ya aguzando sus

filos más espantosos”.

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Cuando llegan a Cuba, Zenobia trata de ver el protocolo para que lleguen

fondos de estudiantes para los niños el 21 de junio de 1937. Y cuando le llegan las

noticias de que en La Habana anclará el vapor

Méxique, camino de México, lleno de niños de

refugiados, hace todo lo posible para que tengan

comida y juguetes, sube al barco con Juan

Ramón y está con ellos:

A los tres meses de estar en Cuba, quiere ir a

Francia a cuidar a los niños refugiados. En 1938

quiere hacerse enfermera práctica para ser útil a

los niños en Madrid (18/11/38). Busca la manera

de enviar ayuda a Luis Montagut, de la

Consejería Municipal de Castellar del Vallés,

que se ha encargado de los niños abandonados a

quienes ellos dieron albergue antes de salir de España. Les escribe, pide noticias de

ellos, envía libros para los niños españoles de Francia, se cuida de firmarlos para

que no vayan a negociar con ellos. En un breve viaje para visitar a su familia en los

Estados Unidos, hace encargos para los niños españoles y todavía el 22 de enero de

1939, visitando una escuela de niños en una de las provincias de la Isla de Cuba, les

dice «tan sencilla y directamente como le fue posible, cómo era la guerra y les rogó

trabajar por la paz desde la niñez, atacando la guerra desde sus principios, que era la

mala voluntad»9.

Uno de los acontecimientos más luctuosos al que tuvieron que hacer frente

durante la guerra a este respecto fue el conocimiento que tienen Zenobia y JRJ de la

muerte de su sobrino-ahijado, Juan Ramón Jiménez Bayo:

El 23 de marzo de 1938 se enteraron por carta de Eustaquio, el hermano de Juan

Ramón, que su hijo, Juan Ramón Jiménez Bayo, sobrino-ahijado del poeta, había

sido herido. Juan Ramón y Zenobia le tenían un amor entrañable desde niño;

9 G. Palau de Nemes, “La guerra civil en el diario de una exiliada” [en línea], Dirección URL:

<http://www.juntadeandalucia.es/averroes/sanwalabonso/juanramonjimenez/zenobia/diariozeno

bia.htm> (Consultado el día 2 de enero de 2010).

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huérfano de madre, le costeaban parte de sus estudios y lo habían tenido con ellos

en Madrid. La zozobra, sin tener más noticias hasta el 13 de abril, es patente en las

páginas que median del diario. Juanito, como lo llamaban, había muerto en el frente

de Teruel el 15 de febrero de 1938, atravesado por los cascotes de un proyectil

enemigo. Tenía veintidós años10

Tras la muerte de Zenobia a las cuatro de la tarde del día 28 de octubre de

1956, JRJ preso de un mutismo exacerbado se encerró en su casa y sólo aceptaba

salir para visitar la tumba de su esposa y algún encuentro con niños. Hubo que

ingresarlo en un Hospital psiquiátrico en Hato Tejas y la enfermera María Emilia

Guzmán hacía que el poeta saliera a la calle a visitar alguna escuela pues era con

los chicos con los que siempre tuvo una especial afinidad y relación.

En consecuencia, la percepción última de la esencia del mundo del niño en la

obra de JRJ y la relación de aquél con su poesía puede desprenderse de estas

palabras que recogían Norah Borges y Guillermo de Torre pronunciadas por el

escritor moguereño:

La naturaleza no sabe ocultar nada al niño; él tomará de ella lo que le convenga, lo

que «comprenda». Pues lo mismo la poesía.

El hombre, si es que lo puede, «explicará» suficientemente al niño un sentido

difícil «relativo». (Otras veces lo explicará el niño al hombre.) En casos especiales,

nada importa que el niño no lo entienda, no lo «comprenda» todo. Basta que se

tome del sentimiento profundo, que se contajie (sic) del acento, como se llena de la

frescura del agua corriente, del color del sol y de la fragancia de los árboles;

árboles, sol, agua, que ni el niño ni el hombre ni el poeta mismo entienden en

último término lo que significan11

.

10 Ibidem.

11 Jiménez, Antología, op. cit., p. 225.

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2. LAS EDICIONES DE LA POESÍA INFANTIL Y JUVENIL DE JRJ

En Juan Ramón Jiménez siempre estuvo presente la infancia y a ella dedicó

tiempo y afecto, pero desde el principio también se apoderó de sus textos poéticos

de un modo expreso, acompasada por la entrañable ternura compartida con

Zenobia, acaso su guía más cabal en esta tesitura.

Muchos han situado el comienzo de la lírica infantil de JRJ en la prosa poética

de Platero y yo12

, un libro que, al principio, se pensó escrito sólo para niños, en

tanto se podía entender como un retrato lírico de la niñez del poeta en Moguer. Sin

12 Nunca pensó JRJ que Platero y yo fuera una obra para la infancia. En múltiples momentos lo

reiteró como tendremos oportunidad de mostrar.

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embargo, y a pesar de que Platero y yo se ha empleado asiduamente como texto

para la infancia ni por voluntad del poeta ni por percepción nuestra personal lo

consideramos inmerso en ella. Otra cosa distinta es que en determinados momentos,

y algunos textos limitados, puedan ser aceptados o recepcionados como literatura

infantil.

Entendemos con otros muchos que Platero y yo es uno de los libros más

sublimes que se han escrito en prosa poética. JRJ nunca aceptó, en consecuencia,

que fuera un libro para niños aunque de la ambigüedad de sus palabras finales se

desprenda que la infancia podría arrogarse su lectura en aquello que comprendiera o

fuese asumido por ella; y así afirmaba:

Suele creerse que yo escribí Platero y yo para los niños, que es un libro para niños.

No. En 1913, La lectura, que sabía que yo estaba con ese niño, me pidió que adelantase un

conjunto de sus páginas más idílicas para su "Biblioteca Juventud". Entonces, alterando la

idea momentáneamente, escribí este prólogo:

«ADVERTENCIA A LOS HOMBRES QUE LEAN ESTE LIBRO PARA NIÑOS: Este

breve libro, en donde la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero, estaba

escrito para... ¿qué sé yo para quién!... para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que

va a los niños, no le quito ni le pongo una coma. ¡Qué bien!"

«Dondequiera que haya niños -dice Novalis- existe una edad de oro». Pues por esa edad

de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo, anda el corazón del poeta, y se

encuentra allí tan a su gusto, que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.

¡Isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños; siempre te hallé yo en

mi vida, mar de duelo; y que tu brisa me dé su lira, alta y, a veces, sin sentido, igual que el

trino de la alondra en el sol blanco del amanecer!

Yo nunca he escrito ni escribiré nada

para niños, porque creo que el niño puede

leer los libros que lee el hombre, con

determinadas excepciones que a todos se

le ocurren. También habrá excepciones

para hombres y para mujeres, etc.».

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Platero y yo es un poco embarazoso cuando no se entienden todas las

descripciones. Es un poco dificultoso. Pero también, siguiendo ese criterio de JRJ

de la excepcionalidad de determinados fragmentos, se puede leer como un libro

para niños que lo han conquistado para sí, aunque sea un tipo de texto complejo que

contiene mucho a reflexionar y con una profundidad y belleza sublimes. Describe

las relaciones entre él y personas del pueblo, ciertos animales (p.e. perros, caballos).

También describe la región del pueblo o acontecimientos como el carnaval o la

navidad; e incluso lo repugnante está presente, como la crueldad con los animales o

los niños... Se muestra la ironía, por ejemplo, en las descripciones del cura o de la

gente del circo; pero, en última instancia, es una obra donde la enfermedad y la

muerte con todo su corolario están muy presentes. Platero, también en el fondo es

un niño, y éste habita en un mundo que el adulto abandonó hace tiempo. Pero no es

Platero y yo la obra que asumió como propia para la infancia sino otras.

La primera obra que va dirigida al ámbito infantil es Poesía en prosa y verso

(1902-1932), Escogida para los niños13

. La selección la lleva a cabo su mujer,

Zenobia Camprubí, y se publica en la editorial Signo el 24 de diciembre de 1932,

edición que corrió totalmente a su cargo. Sin embargo, en esta edición también

intervendría el poeta de Moguer. Dice en el Prólogo que

En esta selección, como en la obra poética general de JRJ, se ha graduado: 1º lo

descriptivo sentimental, 2º lo espiritual luciente, 3º lo ideal libre; dentro de un tipo

lírico noble, buscando siempre ritmo, sentido y color, de lo sencillo a lo más difícil.

Y en otro momento dice una idea que ya repetirá en más de una ocasión, el

concepto de que no hay diferencia entre el lector-niño o el lector-adulto para

generar un tipo de poesía u otra, la diferencia radicará en que el niño tomará de la

poesía lo que comprenda o le convenga: «La naturaleza no sabe ocultar nada al

13 Constaba de 132 páginas y se imprimió en los Talleres Gráficos Herrera.

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niño; él tomará de ella lo que le convenga, lo que comprenda. Pues lo mismo la

poesía».

A pesar de que se le había detectado un cáncer en 1931, Zenobia acompaña al

poeta en la vida, en las traducciones, en las lecturas de literatura inglesa, e incluso

requiere su propio protagonismo en la selección de poemas para esta obra. Y

seguro que fue ella la que realmente convenció a Juan Ramón Jiménez para su

realización y en ella reunió los poemas extraídos de

sus libros hasta ese momento que consideraba más

adecuados para la infancia. Su atracción hacia los

niños es manifiesta, como hemos advertido, desde

que en 1909 y 1910 viviera en La Rábida y creara

una escuela para enseñar a los niños de la aldea.

Acaso en estos años esta proyección sentimental se

amplifica aún más cuando se descubre que el

cáncer es el responsable de la imposibilidad de que

pudiera tener hijos en algún momento. Acaso esta sensación de frustración

condujera como efecto positivo a la exigencia de proyectar su afecto hacia ellos con

esta obra de JRJ:

Escuchando la voz de Zenobia la exiliada de la Guerra Civil, captamos un aspecto

de su vida interna que no aparece en los datos de su biografía externa: su callada

aspiración a la maternidad14

.

Pero además, Poesía en prosa y verso (1902-1932), Escogida para los niños se

publica el mismo año en que se producirá uno de los asuntos más misteriosos y

terribles en la vida de JRJ: el suicidio por amor de la escultora Marga Gil Roësset15

,

14G. Palau de Nemes, “La guerra civil en el diario de una exiliada” [en línea], Dirección URL:

<http://www.juntadeandalucia.es/averroes/sanwalabonso/juanramonjimenez/zenobia/diariozeno

bia.htm> (Consultado el día 2 de enero de 2010).

15 A. Serrano, “La pasión de Marga Gil Röesset 1908-1932” en [en línea] Dirección URL:

<http://perso.wanadoo.es/margaroesset/presentacion.htm> (Consultado el día 12 de enero de

2010). Su visión sobre Marga es: “Quizá sea un disparate lo que voy a escribir, pero tengo la

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enamorada locamente de él, en un hotelito de las Rozas. Deja cartas y un diario a

Juan Ramón y a Zenobia, a quien le había esculpido un busto. Sin embargo, esto no

alterará el proceso de construcción de esta obra.

Siete meses más tarde (el 31 de julio de 1933) se lleva a cabo una edición igual

a la anterior en Madrid, S. Aguirre, con una página más16

. Por lo que creemos que

se equivocan Norah Borges y Guillermo de Torre17

al decir que la edición de

Zenobia publicada en Signo es del año 1933.

En esta época sobresale la insistencia de Juan Ramón de escribir con las

palabras justas, en estructuras concisas. Poesía desnuda, desprovista de todo lo que

no fue esencial, sin anécdotas, ni historias, ése era

su lema.

El 19 de septiembre de 1936, tras una breve

estancia en Nueva York, el matrimonio Jiménez

embarca hacia Puerto Rico muy desanimado.

Llegan a la isla el 29 de septiembre. Dos

profesores del Departamento de Educación de

Puerto Rico le propusieron una antología para

repartirla en la isla, pero el proyecto no se llegó a

producir por la sublevación militar. En julio

incluso estaba previsto que uno de ellos se trasladase a Madrid para trabajar en este

proyecto. Se trataba de la preparación de una antología que llevó más tarde el título

sensación de que Marga, ante su fracaso amoroso, vital, decidió matarse artísticamente no podía

más”.

16 Esta obra ha visto varias tres reediciones más después de la muerte de JRJ: la primera, con

Ilustraciones de Rafael Munoa, la reedita la Editorial Aguilar en 1962 (en la Imprenta Pentacrom),

dentro de la Colección de Colores con 136 págs. En 1980, aparece una segunda edición en la

Editora Oriente (Santiago de Cuba) con ilustraciones de Rafael Munoa y portada de Rolando Castro

y 116 págs.; y la última reedición es de 1984 en Alianza Editorial, dentro de su colección «El libro de

bolsillo», vol. 1047 con 116 págs.

17 J.R. Jiménez, Antología para niños y adolescentes, (Selección Norah Borges y Guillermo de Torre),

Buenos Aires, p. 223.

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de Verso y prosa para niños (1936)18

. No obstante, se llevará a cabo y se publicará

en 1937 e irá dirigido en exclusiva a las escuelas de Puerto Rico. En el prólogo el

poeta se preguntaba: «¿Qué le puedo yo, poeta español traqueteado, molido,

esquematizado por tanta lucha interior, dar al niño milagroso de Puerto Rico?» Y el

mismo respondía:

Me es grato ir en obra al niño de Puerto Rico, como me es grato ir a él en

persona. Pero también muy problemático. ¿Qué puedo yo, poeta español

traqueteado, molido, esquematizado por tanta lucha interior, dar al niño milagroso

de Puerto Rico? Darle, creo que nada. Fijar, activar, exaltarle será mejor, más

exacto. Si logro en algún caso esta exaltación, esta impulsión, esta fijación de su

propia poesía, al afán por el reino total y único de la poesía sobre su tierra y bajo su

cielo, aislado suficientemente en poesía por su mar, estaré contento. Que mi libro

sea, pueda ser para él limpio apoyo, estímulo fiel y buena compañía. Esta sucesión

del reino sólo será bastante para mí.

En la isla de Puerto Rico ayudó a crear la Fiesta de la Poesía y el Niño de

Puerto Rico, que se mantuvo viva durante años, y promovió una antología de Poesía

puertorriqueña escogida. En ese momento dictó varias conferencias en Río Piedras,

Ponce, Mayagüez y Salinas. Pero pasados unos meses, el 24 de noviembre del

mismo 36, se marcha a Cuba. Allí había imprentas más capaces que en Puerto Rico.

Y en Cuba permanecerá hasta 1939.

Su segunda obra, por tanto, es Verso y prosa para niños (1936)19

, lleva un

prólogo suyo y siete dibujos y un mensaje de los niños de Puerto Rico. La

18 J.R. Jiménez, Verso y prosa para niños, (Selección, notas preliminares, apuntes biográficos y

críticos, vocabulario y notas finales de Carmen Gómez Tejerá y Juan Asencio Álvarez-Torre), La

Habana, Cultural, 1937.

19 Una segunda edición (de la que se hicieron tres reediciones) se llevó a cabo por la Editorial Orión

(México) en 1948, con un prólogo del poeta y selección y nota preliminar de Carmen Gómez Tejera

y Juan Asencio Álvarez-Torre; también en edición exclusiva para las escuelas de Puerto Rico. Pero

habrá una tercera edición de esta misma obra el 2 de enero de 1958 (año de su fallecimiento) en la

Colección Literaria Cervantes, con 280 páginas. Y en el 1 de febrero de 1973 se gestó una nueva

edición de esta misma obra.

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selección, notas preliminares, apuntes biográficos y críticos, el vocabulario y las

notas finales corren a cargo de Carmen Gómez Tejera y Juan Asencio Álvarez-

Torre. Fue una edición, por tanto, que se hizo exclusivamente para las escuelas de

Puerto Rico. En La Habana, en Cultural, se publicará en 1937. Sobre estas dos

ediciones afirmaban Norah Borges y Guillermo de Torre:

Las dos son hace tiempo inasequibles. La primera fue (sic) quizá

enteramente consumida en España, pues no queda memoria ni rastro en librerías o

bibliotecas de América; la segunda apareció como «edición exclusiva para las

escuelas de Puerto Rico» y ningún ejemplar para la venta salió de aquella isla20

.

En 1951 aparecerá la tercera y última colección de poemas para niños y

adolescentes estando el poeta vivo. Cuenta Arturo del Villar21

que

Finalmente, cuando Juan Ramón viajó a Buenos Aires en 1948 para dictar unas

conferencias, le propusieron hacer una edición similar el crítico español exiliado

Guillermo de Torre y su mujer Norah Borges, la hermana de Jorge Luis.

Fue el 23 de enero de 1951 cuando

aparece en la Editorial Losada (Buenos

Aires) la obra Antología para Niños y

Adolescentes22

, poesía y prosa, con

selección de Norah Borges y Guillermo

de Torre.

20 Jiménez, Antología, op. cit., p. 223.

21 J. R. Jiménez, Poesía para niños y adolescentes, (Selección y prólogo de Arturo del Villar), Madrid,

1985, p. 24.

22 Lleva ilustraciones de Atilio Rossi, consta de 236 págs. y se imprimió en los Talleres Gráficos

Vigor. Y 14 años más tarde (18 de agosto de 1964), por la misma editorial, dentro de su colección

«Lecturas Selectas Escolares» hay una segunda edición cuya selección ampliada y epílogo de Norah

Borges y Guillermo de Torre.

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Estas tres ediciones corresponden a los libros que se publicaron en vida de

Juan Ramón Jiménez y en ellos había una voluntad cierta de aceptación y de que se

dirigieran a la infancia, aunque es evidente (como se observa) que en ninguno de

ellos tomó la iniciativa JRJ sino que el impulso correspondió a otras personas,

fundamentalmente a su mujer Zenobia y a profesores o escritores comprometidos

con su obra.

Ahora bien, en 1980 la editorial Everest (León) publicó Juan Ramón Jiménez y

los niños23

, preparado por José María Garrido Lopera.

En 1982 Jorge Urrutia preparó un prólogo y una selección de poema con el

título El niño en la poesía de Juan Ramón Jiménez24

, en Edición de Unión de

Explosivos Río Tinto, como aportación a UNICEF-España y el Fondo de las

Naciones Unidas para la Infancia.

Ese mismo año, en diciembre, también José Manuel Gómez y Méndez preparó

una edición que, además, prologó con el título de Juan Ramón Jiménez para niños,

publicado por Ediciones de la Torre.

En 1985 Arturo del Villar lleva a cabo una obra Poesía para niños y

adolescentes25

con una selección y prólogo personal, publicada por Edaf. La

conforman varios apartados:

23 Con ilustraciones de José Ruiz Navarro, dentro de la colección «Grandes Hombres», contenía 77

págs. Esta misma obra se reeditará en 1981 (2ª edic.), 1982 (3ª edic.), 1984 (4ª edic.), 1985 (5ª

edic.) y 1986 (6ª edic.).

24 Esta obra tiene 40 págs. y se imprimió en la Imprenta G. Jomagan de Móstoles, Madrid.

25 La conforman doscientas doce páginas y en ellas se alterna la prosa poética y el verso. Explica del

Villar: “Los poemas que siguen a este prólogo están escritos en verso y prosa, repitiendo una

costumbre querida por Juan Ramón para las tres antologías dedicadas a los niños y adolescentes

que se publicaron durante su vida y con su aprobación” (p. 23).

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1. Verso puro.

2. Prosa de la memoria.

3. Verso desnudo.

4. Prosa de la observación.

5. Verso desterrado.

6. Prosa de la melancolía.

En el prólogo explica Arturo del Villar algunos de los rasgos de esta edición.

Por ejemplo, la organización por épocas, aunque JRJ era enemigo de utilizar esta

organización pues consideraba su Obra en marcha, así que se organizan de este

modo por una cuestión de método:

Respecto a los textos, se prefieren las versiones revividas en los años siguientes a su

matrimonio y hasta la guerra civil de 1936; en primer lugar, porque son bellísimas,

y después porque las correcciones hechas en el exilio plantean demasiados

problemas que no sería oportuno abordar en esta edición, dirigida a lectores que no

tienen necesidad de entrar en detalles eruditos26

.

En consecuencia, se sigue en lo posible las fechas de la escritura (no las de

revisión), se respeta su ortografía peculiar y la selección se ha hecho procurando

adivinar lo que hubiera hecho el poeta a tenor de lo llevado a cabo en otros libros.

26 Ibidem, pp. 24-25.

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3. ANTOLOGÍA PARA NIÑOS Y ADOLESCENTES (1950)27

(EDICIÓN DE

NORAH BORGES Y GUILLERMO DE TORRE)

La edición que manejamos fue publicada por Editorial Losada (Buenos Aires,

1950) y seleccionada por Norah Borges y Guillermo de Torre, con ilustraciones de

Atilio Rossi. La primera parte (pp. 11-137) está dedicada a la poesía y la segunda

(pp. 143-222) a la prosa lírica; y en ella se intenta ir desde la lírica más sencilla a la

poesía más «desnuda» y compleja:

Las divisiones -sin título- establecidas en el conjunto de poesías tienden a marcar

una gradación sutil de lo más sencillo –directo y transparente- a lo menos sencillo –

que tampoco es exactamente lo más difícil o complicado, sino la poesía más

desnuda28

.

Las últimas páginas, “Palabras finales de los seleccionadores” (pp. 223-227),

son una reflexión de los autores sobre esta obra en la que manifiestan la génesis de

27 Jiménez, Antología, op. cit.

28 Jiménez, Antología, op. cit., p. 226.

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la gestación de la obra y las razones que los llevaron a su conformación final.

Norah Borges y Guillermo de Torre se plantean las razones de por qué JRJ no

preparó una nueva colección de poesías dirigida a la infancia y la adolescencia (en

realidad él no preparó nunca ninguna de las anteriores pero las aceptó de grado).

Sin embargo, en el invierno de 1948, con motivo de una visita a Buenos Aires del

escritor español, le propusieron esta edición y JRJ estuvo conforme en ver

publicada la obra en la que habían pensado N. Borges y G. de Torre, aceptando la

selección que hicieron estos autores:

Ya han visto que yo no preparé ninguna de las dos anteriores. Fío en su

gusto, conocen mi obra, no ignoran a los niños, y me bastará con que me remitan el

índice antes de dar el libro a la imprenta29

.

El origen30

de donde emanan los textos que aparecen en esta obra es preciso: la

Segunda antología poética (Calpe, Madrid, 1920), la Antología poética (Losada,

Madrid, 1920), libros posteriores hasta la fecha en que se publica La estación total

(Losada, Buenos Aires, 1946), sobre todo Canción (Signo, Madrid, 1935) y

Españoles de tres mundos (Losada, Buenos Aires, 1942), además de páginas de

hojas sueltas de Unidad31

, “Sucesión”, etc.

29 Ibidem, p. 224.

30 Aunque las versiones de JRJ variaban de uno a otro libro siguieron siempre la última del poeta; y

tanto es así que el titulado “Mañana de la cruz”, aparece como “Mañana de la luz” de modo

correcto y no como errata.

31 Entre 1916 y 1923, Juan Ramón Jiménez redactó los poemas de Unidad, libro en el que siguió

trabajando toda su vida, pero del que hasta ahora se conocían sólo 31 poemas en antología,

ampliados a 78 en la edición de Seix Barral de 1999. El título posee un valor panteísta y sus versos

corresponden al período más depurado del poeta, lleno de sugerencias y sencillez cargada de

tensión poética, con un delicado lirismo próximo al haikú..

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Desde luego que el criterio que buscaron a la hora de la selección se sostiene

sobre dos términos muy significativos: la sencillez y la espontaneidad32

. También

hay una voluntad estructural en los seleccionadores de los poemas que tienen como

objetivo un orden temático preciso, como indican ellos:

Así van agrupándose, con cierto orden temático –asidero el más fácil para

las mentes niñas-, en primer término: poesías con aire de canciones, provistas de

estribillo o ritornello (sic), fáciles de grabarse en la memoria; siguen luego las de

cierto carácter narrativo y otras sobre el niño y la madre; continúan las que abundan

en elementos descriptivos, pastorales, paisajes, imágenes del exterior, finalizando

con aquellas otras más desnudas y despojadas, canciones espirituales, o, si se

quiere, abstractas. Se ha intentado hacer corresponder este criterio temático con el

formal, sin tener demasiado en cuenta la cronología. El mismo sistema se aplicó a

la selección en prosa33

.

El primer apartado lo conforman treinta poemas que centran su temática en la

naturaleza, que transmite una valoración sublime y atractiva. La luz irradia el

poema inicial siendo el primer verso «Dios está azul». El modernismo a través del

azul y la valoración cósmica de la primavera que alcanza con la rosa los otros

grandes símbolos modernistas en medio de la verdura lumínica. Sostenemos el

mundo sobre la naturaleza, que florece con el amor al tiempo, con los olores de

romero que inundan los campos, en una poesía sensitiva a la que no son ajenos los

ruidos sabrosos de la flauta y el canto alegre de los pájaros. Es una poesía que

conforma el paisaje de un alma en juego, de los corros de niños que ríen, de las

risas y el canto de canciones infantiles como en «Yo soy la viudita». Una poesía

32 El concepto de sencillez y espontaneidad inherentes a la poesía de JRJ de modo general en una

época de poesía desnuda, se acrecienta en el caso de los poemas seleccionados para niños,

teniendo en cuenta el valor semántico de estos términos como lo conseguido con el menor

número de elementos (sencillez) y lo creado sin esfuerzo (espontaneidad). Tomando como premisa

estos términos encontramos esta acotación que vincula de un modo preciso el corolario estético a

la precisión de la infancia como territorio personal y espacial.

33 Jiménez, Antología, op. cit., p. 226.

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para estar en reconciliación con la infancia y esa fugacidad de sonrisas y frescura

mientras el juego con su cadencia inunda la alameda:

¡Saltad, reíd; que aún no hay

manto que enlute este reír!

...¡Ya moriréis de amor, ¡ay!, ¡ay!,

ya de amor haréis morir!

Los versos en octosílabos asonantados conservan la musicalidad y la

sonoridad de las bellas canciones populares, como en «Calle de los marineros», en

donde se dirimen estampas, imágenes precisas de ese mar cercano que ahora se

adueña del poema, que tanto influyeron a Rafael Alberti en su Marinero en tierra.

Sus resonancias parecen presentes en estos versos:

¡Granados en cielo azul!

¡Calle de los marineros!

¡El hombre siempre en la mar,

y el corazón en el viento!

Una lírica en la que las flores son siempre azules y dulces, o blancas y huelen

a lo imposible. Pero también una poesía invadida por la sensualidad como el poema

titulado «Niña»:

¡Tus piernas suaves,

impasibles, fúnebres!

¡Tu negra mirada,

cargada de bucles!

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En estos versos la presencia de la amada-niña resurge con vigor y simula

diálogos de ida y vuelta en los que el dolor de ausencia se consume en desiertos

valles.

En «Viento de amor» surge la búsqueda de la amada en medio de ese bosque

que es como la floresta mágica de un cuento infantil. En «La más mía» se pregunta

por las razones de ese prendimiento de amor: sus dulces años, su blancura, su

frente, su pelo, sus ojos... Al fin siempre la doncella eterna que vuelve con la luna

de cada primavera en medio de las flores: jazmines, azucenas...

La melancolía de los paisajes también se adueña del poema y surte ese

aroma de la despedida, del corazón que zozobra y la voz del jazmín a través de la

metáfora sinestésica para llenar de luna melancólica el paisaje.

Surgen también los animales, la cabra guapa o el caballo del poeta que

camina junto al sendero y va perdiendo el corazón en la tarde, mientras las carretas

vuelven y los bueyes (aquellos bueyes machadianos) también van soñando los

luceros de la tarde. Una poesía que trasciende el paisaje para adentrarse en las

sensaciones más profundas de amor, de miedo, de grandiosidad, de infinitud. Todo

un conjunto de asimilaciones estéticas de corte simbólico y modernista que se

concentran en los elementos naturales.

A veces las retahílas lúdicas se adueñan de ellos como en el poema 9,

«Juego» con el juego del chamariz en el chopo, el cielo azul en el agua o la hojita

nueva en la rosa y la rosa en mi corazón; y siempre con la eterna pregunta «¿Y qué

más?» Hasta llegar a ese final demostrativo y concluso.

Una poesía encendida y vital, a pesar de todo, que muestra la interacción del

hombre con su entorno natural y el poeta en primera persona cuenta esa poesía

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construida de imágenes y metáforas: la amapola como «sangre de la tierra» o la

«herida de sol».

Pero también el poeta alude a su vida, a su corazón, a su libertad de pájaro.

Elementos simbólicos como la luna, las estrellas, el camino, la tarde, las flores

diversas se adueñan de los versos para transmitir la sensualidad de lo

contemplativo, la bondad de la existencia:

Eras el alba y la alegría,

eras la paz y la canción;

lo que llenaba de armonía

la soledad del corazón.

Niños pobres, quemados, niños que sufren y lloran, siempre niños al límite

y madres que nos conmueven especialmente en el segundo apartado, el más breve

junto con el tercero (doce poemas), son imágenes de impacto, imágenes crueles a

veces que generan una denuncia emotiva.

El niño en soledad llama y su llanto al universo parece no ser escuchado por

nadie a pesar de ser uno con él, “tierna boca del universo”. A veces breves historias

macabras como la de “La carbonerilla quemada”, la niña que arde al prender el

horno sus ropas: “La niña, rosa y negra, moría en carne viva”. A veces parece un

cuento de terror (de ambientación tétrica y gótica) que sólo reproduce la crueldad y

el dolor del niño solo que llama a la madre pero no esta no lo escucha. En ocasiones

emplea con certeza la fonética andaluza, que expresa con mayor sonoridad y

crueldad el terrible padecer de la niña que se consume presa las llamas:

Mare, me jeché arena zobre la quemaúra.

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te yamé, te yamé dejde er camino... ¡Nunca

ejtubo ejto tan zolo! Laj yama me comían,

mare, y yo te yamaba, y tú nunca benía!

¿Hasta qué punto esta tiranía del dolor, esta terrible crueldad, puede o debe

ser leída por un niño? Las respuestas pueden ser diferentes según quien las dirima

pero hay un tipo de pensamiento que negaría esta lectura de poemas para los niños.

Esta sensación trágica y agobiante llega a una ferocidad extrema cuando,

además, se advierte y se denuncia con fiereza la indiferencia del mundo ante la

muerte de la niña: bien indiferencia de la naturaleza, bien indiferencia de su

creador: “Dios estaba bañándose en su azul de luceros” mientras la niña muere,

“abiertos, espantados, sus ojos/ eran como raíces secas de las estrellas”. Uno de los

poemas más terribles y conmovedores que se pueden leer sobre el sufrimiento de un

niño. La niña dolorida, la niña coja se apodera del protagonismo de un nuevo

poema que nos muestra la dureza de la existencia desde otro punto de vista. La

cojita, sin embargo, sonríe y espera.

Mientras la naturaleza se colma de verdura, pájaros y brisas nuevas

ofreciendo la mejor de sus sonrisas a la llegada de la primavera y los niños juegan,

la niña espera y va a coger la muleta que sostenga su cojera. Una imagen que

proyecta el mundo en este juego de espejos crueles de una realidad atosigante.

A veces la ironía se apodera de esta especie de cuadros de costumbres

presididos por una suerte de atroz neoexpresionismo lingüístico e imaginativo

cuando presenta la figura del niño pobre que al vestirse “absurdo, loco, ridículo”, ya

parece rico. Se lo dice la hermana, lo confirma la madre, lo recepciona el padre

borracho. Todos le dicen lo mismo al contemplarlo: “Pareces un niño rico”. Incluso

él mismo les confirma a los niños ricos que lo observan: “¡Ea, yo parezco un niño

rico”.

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Pero la sensibilidad de JRJ es tan amplia que su contemplación del mundo es

plural y generoso. A veces, con leves trazos conforma una imagen suave, la

placentera imagen del niño que se ha dormido en la sombra dorada mientras cantas

los aires y las aguas se mecen. En ocasiones ese niño que contempla es él mismo,

en su memoria, en la reconstrucción de un tiempo que sublima el corazón, como

“El primer niño”, ese niño que es como un pájaro en el nido de la madre y la

desazón que produce su ruptura simbólica en esa rotura del nido que es como si se

rompiera el corazón. Una madre que ocupa una presencia poderosa en algunos

poemas, madre hermosa y sola, madre como la estrella, como el nido, madre que se

desvela y acoge al niño en su pecho, madre que despierta con la aurora, madre cuya

ausencia permite el vacío del mundo. En el poema 39, titulado “Madre”, crea el

símil de la madre como el mar y la trascendencia en su vida, sus luces, su eterna

mudanza de mar con unos bellos versos que trascienden el momento lírico:

Te digo, al llegar, madre,

que tú eres como el mar; que aunque las olas

de tus años se cambien y muden

siempre es igual tu sitio,

al paso de mi alma.

Y en el poema “El adolescente” juega al diálogo de preguntas sin respuesta

entre la madre y el hijo y lo que olvida sin saber.

En la tercera parte hay dos poemas que llevan por título “Pastoral” en donde

proyecta ese mundo idealizado que procede directamente de la narrativa pastoril del

siglo XVI. Es un mundo en el que el triunfo de la naturaleza, los pantanos floridos,

las suaves cañadas, o el universo a través de sus constelaciones se hace presente con

la imagen metafórica de esa “pastora de plata”, pero también la dulce tristeza del

campo, esa tristeza de soledad y silencio sobre los pinares dormidos que, sin duda,

es la tristeza y la soledad del poeta con versos octosílabos asonantados en los pares.

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La irrupción de la naturaleza ha de ser vista desde una perspectiva personal en un

camino de ida y vuelta muy querido para JRJ en el que se integran las sensaciones

personales con la proyección sobre la visión del objeto natural. El canto de las

codornices, la fronda bella sólo proyecta esa imagen panteísta del Dios presente.

Siempre hay sensaciones placenteras de cantos, bailes y algazara en ese camino por

el paisaje, la luz y el corazón que se eleva. Todo tipo de flores inundan el campo,

los ojos son dulces y el bálsamo siempre agradable mientras el alma asiste al

espectáculo complacida y completamente compenetrada. Y siempre la primavera,

la eterna estación que inunda de alegría su nacimiento:

Las rosas cenitales,

¡cómo se alegran, locas,

de verme aquí, a su puerta,

con todos mis colores

con todos mis aromas!

Una lírica que pretende la reconciliación del hombre con la naturaleza, que

se convierte en una galería inmensa de olores, verdura y cánticos de pájaros

mientras todo se eleva en la sintonía de la dulzura. Es una poesía en la que el niño o

el joven puede descubrir los hermosos ruidos del mundo, la belleza contemplativa

de todo lo que le rodea, la singladura de los oros o la razón del otoño; incluso como

en el bello poema de “Mi cuna”, la sensación de ser de nuevo niño en la cuna, niño

grandullón, niño que recuerda la canción de la vida:

¡Qué pequeñita es la cuna,

qué chiquita la canción;

mas cabe la vida en ésta

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y en aquélla el corazón!

En otros casos la nostalgia, la tarde, los recuerdos adolescentes, el tren, los

olores del jazmín, la infancia, las fiestas del pueblo o los rincones plácidos se

apoderan de los poemas para reconstruir la historia personal, la historia del niño de

pueblo que se ha hecho uno con el paisaje en derredor, uno con los pequeños

detalles de la existencia que los observa desde la ribera contemplativa de la persona

sensitiva y simbólica que en cada acontecimiento, en cada lugar, en cada recuerdo

de la memoria está construyendo la sustancia del corazón.

Así sucede en el apartado IV donde el tañido de las campanas se levanta de

consuno con el vuelo de palomas y el fulgor de los cohetes mientras los niños,

“lleno el corazón de oro”, hacen su rueda por la

vida y ofrecen el triunfo de la bondad y la dulzura

del sol.

Olores a lirios que inundan las sombras y

crean esa paz que tanto ansió Valle en su obra El

pasajero, la calma del campo, las horas tranquilas

mientras los gorriones se recogen en el nido. Una

poesía contemplativa que permite adentrarse en el

momento, en el detalle de las cosas observadas: el

humo del romero quemado o el olor del otoño, ese

olor del mar de pueblo, esa saudade del corazón mientras un perro ladra.

Las asonancias de JRJ se hacen prisioneras de la aldea, unas con los perros,

los asnos y el hogar... pero en todo ese paraíso diario, la paz está presente y el poeta

asiste al día a día con la mejor de sus sonrisas y un espíritu en el que palpita la

naturaleza en elevación. Una poesía en la que no podía faltar el poema dedicado “A

Antonio Machado”, acaso el poeta más cercano a este tipo de poesía y en él “La

tarde huele a gloria”, y el ocaso se siente como un corazón que arde entre la brisa,

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se proclama la amistad y los afectos: “Amistad verdadera, claro espejo/ donde la

ilusión se mira”.

A veces también la tristeza se hace presente, como en el poema “Olor de

jazmín” en el que se crea una imagen casi costumbrista, un cuadro de una tarde-

noche de verano en que las estrellas comienzan a aparecer mientras las mujeres

mudas observan desde los balcones, surgen las libélulas y suenan los pianos

mientras se esfuma de cada sombra azul, “una visión apasionada y lánguida”. Es el

pulso melancólico de JRJ el

que ahora suena, como en el

poema dedicado al coche

viejo. La infancia siempre

está presente en estos

poemas que han sido

elegidos ex profeso para

ella. Así en “El portalón” o

el que comienza “¡Infancia!...” En ellos se rememora el portalón oscuro y grande

con su misterio pero también “la amargura sin nombre del fracaso que engalanó de

luto mi corazón doliente”. Ese dolor juanramoniano llego de nostalgias y

melancolías que produce una enajenación misteriosa en el lector.

Siempre ha habido una connivencia especial entre los trenes y la infancia, y

también para JRJ existió en una serie de poemas que se detienen en este espacio

para la aventura. El tren en la tarde como en un paraje romántico de campanas

calladas y niños indolentes que lo ven pasar mientras el sueño vaga, trasparente y

difícil en la absurda alegría, pero también como en “Tren y buque”, el camino

espectral, el sueño de las cosas y esa singladura de túneles y puertos. Una

simulación de imágenes a la que no es ajena esa llegada a España por los Pirineos,

la patria que se añora, las esquilas, el agua y la caída de la tarde con su color

misterioso y su música de oros melancólicos. En los Pirineos se recobra la memoria

en “Recuerdo adolescente”, sobre esa idílica imagen del pastor, que apacienta las

vacas mientras va cayendo la tarde de primavera. Los sonidos de las esquilas y de la

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flauta que toca el pastor crea la nostalgia y la languidez de la tarde llorosa pues se

añora esos campos de España desde el otro lado del monte.

En otros, está presente el mar del sur en abril cuando las golondrinas sobre el

mar vibran y “la mar mece, entre inmóviles guirnaldas de floresta,/ una diamantería

de olas soleadas”. Son versos que inundan el día primaveral y despiden ondas de

lúcida sensación plagadas de rumores, canciones y cantatas que el viento crea en su

vaivén; pero siempre acompañado de esas sensaciones melancólicas del alma que

va por los caminos, del mar de la tarde. Es una poesía que persigue el encuentro con

la naturaleza a través del ritmo y de los olores, a través de los aromas de los sueños

y del corazón que explosiona de cantos mágicos. A veces, el agua pone, como

sollozo romántico, esa nota indeleble de lo doloroso por la nostalgia de lo pasado.

Un llanto que a veces, como en “La hermana amante”, se sostiene sobre algo que se

ignora, esa pena que no se sabe de dónde llega. Pero siempre los elementos de la

naturaleza, la contemplación del universo, las estrellas, la montaña, la golondrina

que canta, la melodía de la emoción, el jardín florecido, el cielo azul del rocío y las

rosas, los elementos que conforman el diario íntimo del modernista.

La presencia de su pueblo, a través de “Nocturno de Moguer” crea el motivo

de la soledad del alma frente a la compañía de los árboles, de las colinas, de los

ríos. Esa melancolía del alma que en “El corazón roto” estalla en el dolor y la

ignorancia en los sueños. Por último en el poema “Octubre” crea la imagen del

poeta tendido en la tierra de Castilla, observado el correr del arado en la tierra y el

corazón que también querría caer sobre ella como una semilla en el ancho surco: “A

ver si con partirlo y con sembrarlo,/ la primavera le mostraba al mundo/ el árbol

puro del amor eterno”.

Una lírica construida a partir de los elementos de la naturaleza y las

sensaciones que se guardan en el corazón y estallan ante su contemplación, unas

veces al hilo de una imaginería nostálgica; otras como desconsuelo, pero siempre

con la bondad de lo creado y su encuentro luminoso.

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El último bloque, desde la página 111 a la 137 reúne cuarenta poemas en los

que existe una concepción más intelectual y compleja del sentimiento expresado en

el poema. Pero los elementos son siempre los mismos, el encuentro con la tierra, el

viento, el agua... en el ámbito de las estaciones, del nacimiento del sol o de la

puesta de la tarde y el recogimiento y la proyección del sentimiento, de las verdades

del alma, de su dolor y desencuentros en medio de un paisaje que colabora

especialmente con ello.

Se pregunta por la voz, por dónde suena..., ese misterio sin saber por qué

existe. El deseo del poeta por ver amanecer en su corazón y buscar el amor en su

destino y la identificación con la amada, a quien ve toda fortaleza y guía. A veces el

poema se reduce a un pareado que ha sido seleccionado como cita en muchas

ocasiones: “¡No le toques ya más, que así es la rosa!”, o la contención expresiva en

poemas asonantados. Poemas en los que el amor y la presencia de la rosa, uno de

los grandes temas de JRJ, expresan las razones de su pasión: “¡Todo es humo, sólo

es gloria/ que me espera a mí el amor!”. A veces son juegos de palabras en los que

los elementos repetitivos anafóricos o paralelísticos recrean un papel importante

junto al juego de antítesis de corte popular:

Mira la amapola

por el verdeazul

Y la nube buena,

redonda de luz.

La mañana, el gozo de sentir la inmortalidad, la luz... a través de poemas

contenidos, complejos en su esencia filosófica y por el juego trascendente de

símbolos como el infinito, el mar o la rosa:

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¡Qué mejor oración,

qué mayor ansia

que sonreír a las rosas

de la mañana;

ponernos su alma bella

en nuestra alma;

desearlo todo

con su fragancia!

En otro de los poemas, “Rosa íntima”, JRJ exalta de nuevo la rosa, siempre la

misma, siempre constante, igual a todas y única, la rosa como símbolo del amor, la

rosa y la mujer y el hombre... Y las almas que se unen con la fragancia romántica

de las enramadas abatidas.

Hay un trasunto de la amada a la que se reclama como una estrella y también

el recuerdo en el mar de luces que todo se llena. Pero, sobre todo hay una

introspección en el alma del poeta, en su esencia, a través de una lírica más dirigida

al adolescente que al niño, que no comprendería el valor ascendente de las palabras,

como en “Canción espiritual” sobre la definición de su vida y el ansia de libertad. O

en la trascendencia vital como en “La frente pensativa”: “Yo soñaba en la gloria de

lo humano,/ y me hallé en lo divino”. Siempre el misterio en última instancia de ese

niño que entre el amor y la risa, ese niño en los arcanos donde se funde el principio

con el fin. La naturaleza ha ido cediendo su paso al verso trascendente, un verso

con un espectro más místico y elevado que en algunos momentos puede recordar a

la lírica de Quevedo con su proyección espiritual:

Y... ¡otra vez a la tierra! ¡Anhelo inextinguible,

ante la norma única de la espiga perfecta,

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de una suprema forma, que eleve a lo imposible

el alma, ¡oh poesía!, infinita, áurea, recta!

Los olores suaves, la visión estrellada y los colores dorados que conducen a

la eternidad crean esa singladura de elevación casi mística pues incluso surge el

motivo del eterno retorno tan querido para los hindúes como Tagore: el

renacimiento como piedra, como viento, como ola, como fuego, como hombre

siempre amándola a pesar de todo.

Sin duda son los poemas más extraordinariamente bellos del libro, más

conseguidos aunque son poemas dirigidos a cualquier lector y no precisamente a un

lector adolescente por ese mundo complejo que proyectan en su generación de

multiplicidad de connotaciones simbólicas.

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Francisco Morales Lomas

Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista, y crítico literario.

Catedrático de Lengua Castellana y Literatura. Doctor en

Filología Hispánica. Licenciado en Derecho y en Filosofía

y Letras. Profesor de la Universidad de Málaga. Actual

presidente de la Asociación de Escritores y Críticos

Literarios de Andalucía (AAEC) y vicepresidente de la

ACE-Andalucía.

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PLATERO ENTRE MIS SUEÑOS

Un lenguaje intangible

dibujas en el cielo y en mi mano

cuando tu lomo tibio me invento que acaricio.

Vienes a mí, tu trotecillo alegre todavía,

mis brazos en tu cuello son bufanda

que intentan protegerte

del frío del olvido y desamparo.

Brillas como la plata en mi deseo

de verte y ser también tu dueña

en la mañana gris de la memoria.

Tu nombre, contenido del tesoro

que guardo entre mis cosas más queridas,

mi infancia, amigo mío

mi infancia y mis recuerdos.

Mi verbo tan temprano…

yo leía tu historia

en mi ilusión primera,

a viva voz sujetando mi libro

con tréboles dormidos

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y pétalos de rosas ofrendadas.

Mariposas felices volaban por la estancia.

Sorprendido el silencio de la tarde

puso acento de tiempo a mi lectura.

¿Y si cupieses de nuevo entre mis sueños?

Inés María Guzmán

Nació en Ceuta y vive en Málaga. Licenciada en Arte

Dramático Vocal de Poesía del Ateneo de Málaga. Ha publicado

más de una veintena de poemarios, además de cuentos, relatos y

Poesía Infantil.

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PLATERILLO

Crece un río de viento

en las calles de Moguer.

Un fugaz relámpago lo arrastra.

Un rebuzno se oye de repente,

una figura se vislumbra a lo lejos,

hace sonar el brocal

de las bodegas y los pozos,

del vino y de la luz,

desata la maroma envejecida

del crepúsculo.

Platero,

ese tierno borriquito

de algodón,

jinete de la risa

y de los juegos

da cabriolas y saltos

sorprendentes.

Azuza

en el desván del alba

al júbilo del trompo

y la rayuela,

a las estampas y a los caballitos

de cartón,

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a las nísperos, albaricoques,

higos y sandías.

Travieso y entusiasta

embiste

a la noria alborotada

del ayer.

Crece un río de viento,

de agua y de naranjas

en las calles de Moguer.

Un relámpago de crines,

enjambres, espectros

y candiles

lo aviva e ilumina.

Ana Patricia Santaella Pahlén

Nace en Córdoba, ha coantologado “Versos para derribar

Muros”, de la editorial Los Libros de Umsaloua. La editorial

cordobesa Ediciones de Papel le ha publicado Viajes de Nube y

Sol y la Sonrisa del Manzano en 2014.Junto a Inma Calderón

publicó: Andalucía en el Verso. Biznaga de poesía Andaluza,

2012.

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El centenario de la publicación Reflexión sobre Platero y su percepción histórica de

Platero y yo, como ya he escrito en otra ocasión, debe hacernos reflexionar no sólo sobre

esta obra de Juan Ramón Jiménez, sino especialmente sobre su autor y el papel de ella en

conjunto de su producción.

Me sitúo entre los que piensan que, siendo este un libro que puede y debe interesar a

lectores y especialistas de todas las edades, es, en esencia, un libro para niños y

adolescentes, independientemente de que esta fuera, o no, la intención del poeta, al igual

que sucede con El Principito, entre tantas obras maestras de la literatura infantil.

Del mismo modo entiendo que, aunque pueden acceder al Quijote lectores de casi

todas las edades, es esencialmente una obra para adultos. Esto no implica el veto a la

lectura de cualquier obra a cualquier lector, pues si uno comienza y termina una

determinada lectura es porque le interesó, y ello incluye también la recepción de los autores

prohibidos y censurados, incluso por razones morales.

Es evidente buen lector, como el aficionado a la pintura, o la música, no nace, sino

que se hace, y ello incluye normalmente un proceso de evolución en el gusto y los

intereses, lo que explica que importantes lecturas de nuestra infancia no sean en la madurez

plato de cada día, sin que rebajemos su importancia. Cuando se llega a saborear a Joyce,

Virginia Wolf, Ibsen, Ionesco, Kafka, Samuel Becquett, Gunter Grass, Malcon Lowry, o

bien a Van Gogh, Picasso, Kandinski, Paul Klee, y los surrealistas, parece evidente que se

está en una línea en la que, sin minusvalorar otras, pertenece más o menos a una “familia”

de percepción artística, y no sería extraño que ya no le emocione demasiado Marcial

Lafuente Estefanía, o Corín Tellado, e incluso Benavente, o los hermano Quintero, todo lo

cual se da, sobre todo, si el lector es también autor, y su lectura no es sólo un placer o un

entretenimiento.

Pero en el caso que nos ocupa de Platero y yo sucede que hay un elemento

fundamental añadido por la historia. No se olvide que Juan Ramón fue un exiliado, al igual

que Alberti, o Cernuda, entre tantos otros artistas repudiados durante la dictadura, como

también fue eliminado y marginado García Lorca, con toda lógica desde el punto de vista

de esta.

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Ello supone que, en los casos en que el régimen pudo anular del todo a un autor

exiliado, evidentemente lo hizo, pero en aquellos escritores cuyo prestigio internacional

era ya muy marcado, la censura procuraba desviar la atención hacia las obras menos

problemáticas de estos.

Incluso con los escritores del interior, se lograba filtrar las obras más

comprometidas, además de que el propio autor se autocensuraba en los temas, ideas y

lenguaje, que sabía que no pasarían, a menudo errando en su eliminación. A ellos hay que

unir los otros autoexiliados durante el franquismo, ante la imposibilidad de desarrollar aquí

su obra, desde Carlos Edmundo de Ory, a Juan Goytisolo.

Lo censurado en esas décadas se ha podido recuperar en la mayoría de los casos,

volviendo a la obra original, pero la autocensura no tiene remedio, lo que explica, por

ejemplo, que el tema amoroso, salvo a un nivel espiritual, sea el gran ausente de nuestra

literatura desde la posguerra, y muy presente, sin embargo,

ahora en la línea carnal durante la primera etapa de la

democracia (salas X, revistas eróticas, novelas, etc.)

Para muchos lectores de la etapa franquista Juan

Ramón era esencialmente el poeta modernista autor de

Platero y yo, y Alberti el de Marinero en tierra, como

Lorca el del Romancero, mientras el teatro se cubría con

los clásicos y con Benavente, o Pemán, entre otros, y la

obra dramática de García Lorca estaba vetada incluso para la edición impresa.

El progresivo descubrimiento de la literatura exterior, española y extranjera, por

parte de la generación que surge entre los años sesenta y setenta (la de la Transición), hace

que decaigan muchos autores, se revaloricen otros, y pierdan vigencia obras que hasta

entonces habían representado fundamentalmente a su autor.

No es extraña la preferencia ya entonces por Sobre los ángeles de Alberti, Poeta en

Nueva York y el teatro de Lorca, o las obras maduras de Juan Ramón, como el poema

Espacio, que algunos consideramos su obra cumbre, o que cobren enorme importancia

autores como Cernuda, que había sido bastante silenciado y pasa entonces, para muchos, a

encabezar a la Generación del 27.

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Desde los años sesenta, coincidiendo además con el boom de la literatura

hispanoamericana, que venía a traer unas formas de novela realista más ágiles, menos

rígidas y ya alejadas del realismo decimonónico, se produce un rechazo, o al menos una

nueva orientación en el realismo social y testimonial predominante. No bastaba entonces

con mostrar, describir y testimoniar la realidad, sino que había que analizarla críticamente,

buscando sus responsables.

La tensión entre estética y compromiso social efectivamente viene de lejos, incluso

desde el romanticismo. Se trata de la aparente oposición

entre Noventaiocho y Modernismo, entre Antonio Machado

y Juan Ramón, entre el esteticismo de la primera etapa de la

Generación del 27 (deshumanización) y la década de los

años 30 (rehumanización), o bien el realismo social de los

años 50 y el esteticismo del Grupo Cántico.

Esta dicotomía significa de algún modo una simplificación, pues Antonio Machado

no descuida la estética por defender la ética, ni Juan Ramón es un esteticista

deshumanizado. En todo caso puede sorprender que si analizamos la literatura andaluza

entre 1850 y 1970, parece evidente que predomina la concepción opuesta a la de Celaya de

que “la poesía es un arma cargada de futuro”, es decir, la poesía como arma o simple

vehículo para cambiar las cosas. Por esta razón, cuando en los años 40-50 todos hacían en

España poesía social, los andaluces iban por otro camino, desde la vanguardia (Carlos

Edmundo de Ory) al esteticismo (Pablo García Baena y Cántico), por lo que se quedan

fuera de todas las antologías.

Desde Bécquer y Machado a Juan

Ramón, desde Alberti y Lorca, Cernuda y

Aleixandre, hasta los poetas andaluces de los

años 40 y 50, parece predominar la idea de

que no es posible el compromiso con la ética

sin el compromiso previo con la estética, lo

que traducido más sencillamente viene a

significar que poco efecto social y de denuncia puede tener un poema que no responde al

valor de lo poético.

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Por eso comprendo que políticamente pudiera ser más peligroso para el régimen

Miguel Hernández que León Felipe, o que Alberti, siendo del partido comunista, no

destaque en su sobre todo poesía por ese rasgo.

Y sirvan estas reflexiones para mi conclusión personal (y discutible). Desde el punto

de vista del lenguaje, Platero y yo es una de las máximas expresiones de lo que llamamos

prosa poética, que ya dignificó Bécquer. Desde el punto de vista del argumento es una

filigrana rural sin más trascendencia, fuera de la belleza pura (me matarán mis compañeros)

pero que cumple, sin embargo, una de las misiones esenciales de la literatura infantil y

juvenil, que es la de crear futuros lectores. También Bécquer se acerca a este rasgo, pues

sus rimas las leemos y nos sirven en la adolescencia y juventud como guía para el amor

adolescente. Y con el tiempo comprendemos que van mucho más allá del romanticismo, y

que Bécquer se mueve en un mundo simbólico mucho más complejo y hermético, clave de

toda una posición casi mística.

Obviamente me interesa mucho más la obra de madurez de Juan Ramón, que ya está

esbozada en Platero y yo, pero a este libro le debemos ese valor esencial (que no muchos

libros infantiles tienen) de arrastrar a la lectura poética.

Rafael de Cózar

Poeta, narrador y catedrático de la Universidad de Sevilla.

Presidente de la ACE andaluza(1982-2002). Entre sus obras

destaca El Corazón de los trapos, Premio Vargas Llosa de

Novela (1996). el estudio Poesía e imagen (1992), premio

Ciudad de Sevilla y la recopilación Vanguardia o tradición,

(2005).

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EN ESTE ORO

“Me estabas esperando en este oro…”

Juan Ramón Jiménez

Ya se alza,

altivo,

el ámbar,

soledad

de miel en el tapiz

celeste,

que se derrama

como preñada crátera

sobre la sometida

horizontalidad

del mundo, que extasiado

se despereza

bajo el canto solar

que en oro le acaricia.

Francisco Basallote

Poeta y crítico literario especialmente como sólido conocedor de

la lírica en español Tiene más de cuarenta obras de poesía

publicadas y algunos de los más importantes Premios de Poesía.

Entre sus últimas obras publicadas destacan: Gotas de lluvia, La

sombra de Euclides y Cuadernos del Nómada.

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JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Difuminados los años sesenta del pasado siglo por el abrasivo del tiempo, recién

estrenado mi título de maestro, no encajaba del todo en el tablero social imperante la

esfinge beatífica del poeta, fugada de un óleo del místico Greco durante una noche

tormentosa.

Entonces bullía gente que, de tanto mirar cara al sol, la ceguera le impedía valorar

lo bueno, viniese de donde llegase: más pesaba el debe juanramoniano por sus amoríos

impenitentes, inquietudes socialistas y cánticos a la libertad de cátedra que el haber del

Nobel. Chocaba en el damero patrio de taconazos y ditirambos un moguereño amante del

rigor, de giros sobre sí mismo a la captura de la perfección, terror de editores, exasperación

de conformistas. Quizá por ese perfeccionismo ―enfermedad frecuente en los maestros―,

me cayó simpático, junto con las visitas frecuentes a las musas de las melancolías.

Arquitecto de las palabras, levantaba

construcciones, retocándolas sin final. Hasta un vulgar

aficionado como el que suscribe ― y expuesta la

osadía― adivinaba en ocasiones sus pináculos literarios.

Bastaría con observar su pulcra figura para

prever meticulosidades en su lírica, arrebatadora de las

bellezas naturales. Forjado en una fértil tierra cultural,

inquieto el pensamiento, lo riega con soledades para que

broten interrogantes donde el simple y complicado existir encuentre la beldad de lo

sencillo.

Por sendas bacheadas lucha contra la adversidad en huidas del terrenal ruido hacia

la conquista del espacio donde mora lo absoluto. Por ello y más, ama el monacato y escapa

del sillón académico.

Juan Ramón, Quijote que contempla el mundo desde el púlpito de su caballo,

decide un buen día charlar a ras de la vida con un burrito, el Sancho de turno, inocencia

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tierna hecha carne algodonosa. Todos nos sentimos Platero y Él cuando la pausada cascada

de palabras dirigida al de los ojos de azabache nos interpela para despertar del monótono

sesteo y ver los personajes del lugar, que siempre son los mismos.

Sobre el carril de una sedosa tristeza avecindada en los ojos del poeta, trascurre la

existencia de Platero, igual que la nuestra, siempre necesitada de educadores poéticos para

sensibilidades dormidas. Alcanza excelencias en la descripción de la repentina muerte:

Parecía su pelo rizoso a ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas que se cae, al

pasarle la mano, en una polvorienta tristeza.

Para un maestro, Platero y yo presenta dificultades de comprensión hacia los niños

por la profunda filosofía que encierra, aunque tampoco resulta asequible a muchos

mayores, dispersos en ramplones intereses, hipnotizados por los esféricos de oro. La

elevación al estado de musa de un burrito constituye un reto sólo posible para un genio de

la literatura.

Su mayor ilusión no pudo logarla: corregir todos sus textos el último día de su vida,

después de haberle respetado la muerte en mitad de una frase. Juan Ramón no habitó en un

lugar, sino en un estado de comunicación solitaria con el mundo.

Manuel Filpo Cabana

Maestro de Enseñanza Primaria, escritor, columnista de opinión así como temas

literarios. Escritor de prosa cuidada con perfección medida. Publica en diversos

medios de comunicación nacionales.

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LA TIERNA TERNURA DE PLATERO

¡Quién, como tú, Platero, pudiera comer flores…

y que no le hicieran daño!

Platero y yo ( Juan Ramón Jiménez)

Con una rosa en la boca

Trota Platero las calles

Y el aire huele a romero

A azahar y a mejorana.

El perro le ladra alegre

Y va rozando sus patas

Entre salto y cabriola

En atardecer de nácar.

¡Oh Platero Platerito!

Aquel libro de la infancia.

Soñaba pasar las manos

Por aquel lomo de escarcha.

Y en su suave vaivén,

Lomo, cuello, hasta el hocico,

Los dedos acariciaban

La algodonosa blandura

Gris plata del borriquito.

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“Qué encanto siempre, Platero,…”

Tener tu vida en las manos,

Y releerla con calma,

Sintiendo en tus ojos negros

Lo azabaches del tiempo,

En tus espejos narrada.

¡Ay! …

Platero mío, Platerito.

-Tien’asero…

Dulce reflejo de luna

Iluminando la estancia.

Filomena Romero

Obra: Soledades y luces. Prólogo José García Pérez. Venero en

el jardín de la memoria. El cielo surrealista.. Muerte viva Premio

Poesía .Orilla de zafiros premio J.Bernier prólogo Juana

Castro.Arabesco y Cinco sonetos de amor y un perfume.

El luthier y los ángeles sin sombra. El maquinista de la

generación.

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HAY UN PUEBLO

A Juan Ramón Jiménez

Hay un pueblo

que en vez de casas

tiene páginas blancas.

Sus calles tienen huellas

que se descubren entre letras.

Dos orejas puntiagudas

parecen asomar a lo lejos.

¿Quién dice que es Platero?

Fran Nuño

Nació en 1973 y vive en Sevilla. Es escritor, dinamizador

cultural y librero-editor. Es autor de más de veinte libros, sobre

todo de literatura infantil juvenil. Ha recibido un premio en

EEUU y varias menciones en importantes certámenes

nacionales. Ha sido traducido a varios idiomas.

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¡UN SIGLO DE PLATERO!

Escucho en los cascos del teléfono móvil “El mesías” de Haendel. He querido

traerlo conmigo porque me relaja, porque me transporta a lugares probos e ignotos. He

venido al huerto de la Piña y estoy sentado cerca del pino gordo. La primavera, en esta

época, embrota la floresta poniendo clavellinas en los nudos de las ramas, que se

enternecen con la savia nueva. El sol, que se derrama perpendicular a esta hora de la tarde,

ha alejado las sombras al terreno de lo raro, y, el aire de la mar atlántica, pone pendulares

banderas en las ramas como si de un sueño tranquilo, placentero y ocioso se tratara. Se

diría que alguien las mece al son de la música.

Como por ensalmo, escucho en mi interior una voz que dice:

-Platero, tú nos ves ¿verdad?

A lo lejos, veo venir a Doña Domitila con su hábito de Padre Jesús Nazareno,

morado todo con el cordón amarillo, igual que Reyes el besuguero. Pero… ¿pero qué es

todo esto, Platero? Por todos lados se acerca gente como si el pino gordo hubiera

congregado en esta tarde a todos los que te quisieron. Vienen Arreburra el aguador y su

hija, don José el dulcero, Anilla la Manteca, los Velarde… y hasta don José el cura con

sotana, manteo y sombrero acompañado de Baltasar, su casero.

Me revuelvo en brusco gesto y por allí aparecen el pobre Villegas con su cuerpo

achicharrado por el coñac y el aguardiente, los muchachos traidores, esos felones que

ponen negras redes para cazar pájaros en su libre vuelo, las tres viejas gitanas acompañadas

de la Macaria y también don Luis el médico.

-Platero, tú nos ves ¿verdad?

Desde Montemayor se acerca una procesión custodiada por la Guardia Civil que

encabeza San Roque, el Patrón de los panaderos, al que le sigue San Isisdro, el Patrón de

los labradores, Santa Juana, San José, Santa Ana y la Inmaculada azul; cierra el cortejo el

viejo Modesto con su banda, que asusta a los chamarices y a los gorriones que se van

volanderos a la marisma buscando calma y cuyo revuelo, asusta a las ranas que croando

saltan a las charcas que levantó la pleamar y que la brisa riza con una danza profana.

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Por el camino que conduce al Rocío vienen Anilla, Pepe el Pollo y Pioza, la niña de

los globos, el barquillero, Antonilla con su traje de domingo, Raposo, Picón y Granadilla -

la hija del sacristán de San Francisco- que trae arreatada a Diana, la perra blanca.

-Platero, tú nos ves ¿verdad?

Desde el muelle del Tinto, que sigue viendo pasar aguas azufradas por las minas, el

mal corazón y el compadreo, vienen los vinateros, los pescadores, los carabineros, los

fabulistas y hasta tus amigos, los borriquillos de las lavanderas, junto con Aguedilla,

Parrales el bandido, Lucía la titiritera, Juanito Miguel, el Realista, el Caín borracho de un

solo ojo, el toro colorado, Alí, el maestro Garfia y ¡no te lo creerás, Platero!, también tu

médico Darbón, que ahora quizá pueda salvarte la vida y hacerte eterno, como las ánimas.

-Platero, tú nos ves ¿verdad?

Me arranco los cascos en los que escucho a Haendel mientras el corazón rebota en

el pecho y cuando lo hago me quedo perplejo. Todos se acercan al pino gordo, rodeándolo.

Sólo pueden venir por una causa. Vienen a gloriarte, a decirte que te quieren, Platero;

porque tú tienes alma aunque el diccionario diga que los asnos no la tienen. Se equivocaron

contigo esos estirados de la Academia, Platero. ¡Claro que tienes alma!

Están todos ante mí, en corro, esperando que digas algo, que salgas del silencio que han

cernido sobre ti aquellos que no supieron ver la grandeza que abarcabas. ¡Puñado de

necios!

Y, ahora, ¿ahora qué hacen, Platero? Han dejado un pasillo por el que se acerca la

reina Cleopatra acompañada de un grupo de escritores: llegan Shakespeare, Campoamor,

Oscar Wilde, fray Luis y Jean de la Fontaine. ¿Vendrán a escribir sobre ti? Les siguen un

montón de pintores famosos, Platero. Todos se acercan al pie del pino gordo y hacen una

reverencia ante tu cuerpo nunca yermo, siempre fecundo, inagotable pozo de talento. No es

verdad, no, lo que dicen los académicos. No es verdad tampoco que estés muerto. Puedo

reconocer a Fra Angélico, a Piero de Cosimo, a Murillo, a Böecklin, a Miguel Ángel, a

Turner y a Courbet. ¿Habrán venido a pintarte? A insuflarte vida a través de nuevos lienzos

que se expondrán por el mundo con un fondo de acero y plata de luna donde lucirás

excelso.

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Pero, ahora… Cleopatra, levanta la mano y Beethoven, que no sé de dónde ha

salido, eleva la batuta y un coro de mariposas blancas con sombras negras, interpreta con

sus alas el último movimiento de la Novena Sinfonía, que, todos, todos juntos en una sola

voz, empezamos a tararear en tu honor, Platero mío; porque lo quieran o no tú eres el

Marcos Aurelio de los prados, Platero.

-Platero, tú nos ves ¿verdad?

Paco Huelva. Marzo de 2014

Escritor y articulista. Forma parte de diversos jurados literarios.

Miembro de las juntas directivas de la Asociación Colegial de

Escritores en Andalucía, de la Asociación Internacional

Humanismo Solidario, de la Asociación Andaluza de Escritores

y Críticos y del Aula Europea de Humanidades.

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NOCHE MÁGICA

La casa parece dormida,

como sostenida en un halo mágico

de madreselva y brisa.

Todo es silencio, cálida armonía

de la noche en Moguer.

Platero, desde la tibieza

de su cuadra, rebuzna tristemente.

Yo, observo cómo la luna

despierta los cálidos jardines

y decora las plantas con luces

de colores sencillos.

Hay verdes, azules, rosas,

amarillos y malvas.

Todo es un concierto colorista

sin par, con arrebatos dulces.

Es de día en la noche estrellada

de Moguer.

A lo lejos otro animal rebuzna

sus canciones, como una llamada

de zozobra en esta noche amiga.

Todas las cabras rumian llenas

de alborozo, un caracol se agita

con temblor entre la esbeltez

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de unos tallos dormidos.

¿Y yo? ¿Dónde estoy?

La penumbra me envuelve

con sigilo de amante presuroso.

Y me hace regresar estremecido

a compartir mis sueños con Platero.

Fue en Moguer. Una recreación de Platero. (Inédita)

Encarna León

Reside en Melilla. Poeta y narradora. Da nombre al Certamen

Internacional de Relato Corto, ”Encarna León” (Melilla) . Es

miembro de la Asociación Colegial de Escritores de España y de

la Andaluza de Críticos Literarios. Muchos de sus trabajos están

recogidos en antologías.

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CONTEXTUALIZACIÓN DE PLATERO Y YO

Llama la atención que en la mayoría de los estudios y manuales apenas se conceda

importancia a la que en su día, poco después de publicarse, se convirtió en la más popular

de las obras de Juan Ramón. Expuesta, como se sabe, en prosa poética, la comenzó a

escribir en 1907, componiéndola entre este año y 1912, pero no aparecería publicada hasta

1914 (por eso este año celebramos su centenario), cuando se le pidió que la diera a conocer

en una edición para niños –Biblioteca de la Juventud era su rótulo- que recoge solo 63

capítulos del total de los 138 que configurarán la posterior edición completa de 1917 dada a

la luz por la Biblioteca Calleja. Utiliza el escritor como apelativo o sustantivo propio el

adjetivo “platero”, que es “la caballería de pelaje blanquecino, o ligeramente agrisado”.

Además, a la mención subjetiva del “yo” imprescindible en esa relación idílica que ambos -

asno y dueño- mantienen se une la hermosa sugerencia del subtítulo de la obra, Elegía

andaluza, haciéndose con ello mención al mundo circundante saturado de biografía y de

paisaje onubense, a la vez que al tono dolorido del conjunto de sus páginas por tratarse en

ellas sobre la vida y la muerte del burro Platero.

Su éxito de entonces y de siempre no podría deberse más que a una sola razón:

tener el mérito de hacer confluir en su aparente sencillez los más hondos secretos del alma

humana. No extraña, en este sentido, que un contemporáneo de Juan Ramón, el poeta

cordobés Juan Rejano, pensara en su artículo de 1960 La obra de JRJ que es tan sustancial

que Platero “esté compuesto con una simplicidad de medios y de intenciones que lo ha

hecho accesible a las grandes mayorías” (véase Artículos y ensayos, Sevilla, Renacimiento,

2000, pág. 204).

Recientemente editado, por parte de Soledad González Ródenas, el volumen Por

obra del instante. Entrevistas (Fundación José Manuel Lara, Sevilla, 2013), adquieren en él

una oportuna actualidad las frecuentes referencias y explicaciones a Platero y yo: “Platero

es un libro de niño y si tiene alguna poesía es la verdadera que ofrecen el paisaje, las cosas

a los ojos iletrados de los niños”, justifica su autor (pág. 223); añadiendo luego él mismo:

“Platero es en realidad un recuerdo de mi juventud. (…) al escribir este libro mezclé mis

recuerdos de juventud con la figura simbólica de Platero, el burro gris” (pág. 229). Muy

concretamente, a las andanzas de este “dulce borriquillo que pace en los cielos de Moguer”

le dedica Héctor P. Agostí sus cinco páginas (de 327 a 331) tituladas Juan Ramón y

Platero. Por cierto, de esta tan emotiva obra escribía también Antonio Salgado en 1948 -y

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dentro del mismo volumen- que “alcanza la perfección idiomática, hasta tal punto que las

autoridades educacionales argentinas lo han adoptado como libro de texto para los

estudiantes secundarios”. Y a ese mismo contexto advertimos que se retrotrae Lina

Rodríguez Cachero en su Manual de historia de la literatura española, vol. 2 (Madrid,

Castalia, 2009) al recordar que “De su fama en vida da cuenta el hecho de que en su viaje

por Argentina en 1948 llegara a tener tal recibimiento que provocó incluso conflictos de

orden público”. En una de estas explicaciones, la voz del poeta concluye que “Platero era

para mí el nódulo, la concreción, la formalización anatómica del gran misterio de la

naturaleza poética, en el concepto de Goethe” (pág. 312).

Ya se sabe que en esta colección de breves relatos en prosa poética el escritor

expone su relación con ese tierno y apacible borriquillo al que hace su confidente mientras

le acompaña en medio del campo y las gentes de su pueblo natal. De este modo, parece

indudable que lo más llamativo de Platero, junto a la continua ternura que expande por sus

líneas, es el magistral tratamiento poético de la naturaleza, que llega a ser el personaje más

importante de cada capítulo, y cuya personificación constante atiende por igual a animales,

aves, plantas, árboles, colores, aromas... En estas escenas saturadas de emoción y

sensibilidad, como leemos en la edición de Vicens Vives de 2005, Estampas de Platero,

cada estación del año va dejando su tonalidad característica en el paisaje y en el alma del

poeta y su acompañante Platero. Por estas páginas, la prosa ensimismada de Juan Ramón

destila, como si fuera savia primaveral incontenible, los “más puros y elevados anhelos:

una vida espiritual rica e intensa, un deseo de paz y armonía, de fraternidad y tolerancia, un

ansia, en suma, de felicidad”.

Posiblemente hoy estemos muy lejos de entender a Platero. Nuestra vida

urbanícola, nuestra acezante prisa y esa expresión desgastada que nos cerca sin adjetivos y

sin admirados paisajes de ocaso nos sitúan fuera de la órbita de los mundos tranquilos

reflejados en el tierno azabache de los ojos melifluos del borriquillo moguereño. Platero, el

protagonista más entrañable del libro quizá más emotivo que jamás se haya escrito,

necesita espacio, que es lo que no tenemos hoy en nuestras ciudades, y campo abierto para

trotar rozando con su hociquillo sensible una miríada de tallos agrestes y de flores de

variopinto color, que tampoco crecen en nuestros angostos jardines ni en nuestros parques

aherrojados por el cemento y el hierro. Pero aun con todas esas dificultades de nuestro

entorno industrializado y metálico, Platero quiere volver, cierto que no en forma de asno ni

de animal de compañía -ya tenemos para eso a nuestros perros y gatos igualmente

encarcelados en nuestros pisos- sino como adalid de la sensibilidad que necesitamos para

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enternecer nuestras vivencias y como reflejo de la exultante belleza de un lenguaje que

hemos descarnado y empobrecido en extremo.

En una de las entrevistas del citado volumen, fechada en 1911, encontramos unas

interesantes declaraciones de Juan González Olmedilla, que al tratar al escritor aquel año en

Moguer descubre -qué bien viene recordarlo ahora en el aniversario de Platero- la pena que

le invadió cuando murió su íntimo compañero, pues “De chiquillo, el niño de los Jiménez

se iba montando en él hasta las viñas de su padre”. El niño, sí, y el poeta cada vez más

afianzado a la emoción, que sin dejar de ser ni lo uno ni lo otro, derrama su inmenso

sentimiento de ternura aliado al tema de la niñez, y muy concretamente a la problemática

de los niños afectados por alguna injusticia, por alguna enfermedad psíquica o física.

Encontramos así que su prosa se emociona ante el niño tonto, ante Antonilla o la niña

chica, ante Pinito, Alfredito Ramos, y todos ellos simbolizan en conjunto el recuerdo

nostálgico de esa “isla de gracia, de frescura y de dicha, edad de oro de los niños” a la que

Juan Ramón se refirió en las líneas de presentación de este tan universal libro suyo. De una

manera muy personal, Juan Ramón trataba así un tema, el de la niñez, que habría de

convertirse en fenómeno de la literatura contemporánea, en donde si se piensa reaparece

bastante después de haber sido olvidado desde los tiempos de la novela picaresca.

Antonio Moreno Ayora

Catedrático de Enseñanza Secundaria, lingüista, ensayista y

crítico literario, es autor, entre otros, de los libros La negación

en español (2002), Tres años de narrativa en Córdoba (2010) y

Mauel Gahete. El esteticismo en la literatura española (Sevilla,

La Isla de Siltolá, 2013).

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Cada otoño, la vida

afirma en un martirio lento,

el ideal...

Juan Ramón Jiménez

Deambula la tarde

socavando la llaga inerte

que presenta su entraña.

Por el sendero oscilan estrellas,

mientras Platero camina en lentitud

y un arco de espuma envuelve sus pasos,

con el torpe declinar de celestes guirnaldas

sobre el óvalo, aún templado de la noche

que se perfila en los pinares.

Un olor recio a resina penetra el pecho

y se aloja en la cenital herida

que a su paso deja la lluvia.

Paloma Fernández Gomá

Nace en Madrid reside en Algeciras. Maestra y profesora

diplomada en Geografía e Historia.. Su obra está recogida en

distintas antologías y ha sido traducida al mallorquín, al árabe, al

nglés, al francés y al italiano. Figura en destacadas antologías de

ámbito internacional y nacional, Tiene publicados más de diez

libros.

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PLATERO Y YO

¿No estaremos más cerca de la verdad si decimos que a Juan Ramón Jiménez le

dieron el Premio Nobel de Literatura, en 1956, por el conjunto de su obra, aunque

designándose, como trabajo destacado, la narración lírica “Platero y yo”? Claro: tan cierto

como que su difusión mundial llegó a tal altura de reconocimiento que se convirtió en el

libro más traducido después de la Biblia y el Quijote. Con semejante éxito literario, creo

que ni a soñar que se hubiese echado el autor, pudo antes haber pensado que aquel libro,

para adultos y para niños, llegaría a alcanzar tan altas cuotas de fama y reconocimiento en

el mundo. De tal efeméride hace ya un siglo, pues ‘Platero y yo’ salió por primera vez de la

imprenta en el año 1914. Y todo -y aquí vuela ya el pequeño milagro-, gracias al enfado

entre el autor, Juan Ramón Jiménez, y Zenobia Camprubí.

Esto que sigue lo cuenta a la agencia EFE Carmen Hernández-Pinzón, la sobrina de

JRJ y representante de sus herederos: <<’Platero y yo’ no era un libro que quisiera publicar

JR. Él lo pensaba incluir en sus obras completas, y, como esta no las dio nunca, pues jamás

hubiera visto la luz si no es por este enfado con su amada Zenobia, que retrasó una

traducción de Tagore que él había prometido entregar a un editor para lo que tendría que

contar con la gran ayuda de ella.

Antes, escribe JRJ, cuando volvía a casa por la Castellana, me encontré a Acebes,

el director de La Lectura (que ahora va a publicar), me rogó que hiciera algo a propósito.

Yo había pensado, hace meses, darle una “Elegía” en prosa que tengo escrita; una escena

entre el asnucho y yo. Pero como ahora este libro va en la edición completa de mis obras,

no me conviene darlo… Le he propuesto una traducción del libro de Tagore…>>.

Y así fue como, dado que no podía hacerlo con Zenobia, digamos que Juan Ramón

Jiménez se vio obligado a entregar Platero´ al editor.

Bien por la fama que le había dado ‘Paletero y yo’, bien porque al final se sintió

muy orgulloso de él, lo cierto es que siempre lo tuvo en su mesita de noche. Hasta el fin de

sus días.

Hermoso. Un cuento dentro de otro cuento. Juan Ramón Jiménez en estado puro.

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Manuel Senra

Nació en Arcos de la Frontera. Ha trabajado en la enseñanza y

como director de Banca. Colabora en prensa. Publicados

’Presencia del amor, Oasis prohibido, Antología personal, El

libro de la sed, Dignipiritutiflático y lunáticos. Inéditos: En el

país del frío. En breve saldrá ‘Ortografía española actualizada.

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EL ALMA DE MOGUER ES EL PAN

¿Te he dicho, Platero, que el alma de Moguer es el vino, ¿verdad?

No; el alma de Moguer es el pan.

Y cruje el horizonte cuando por la carretera me voy acercando

y el contorno de la torre de la iglesia se hace nítido a lo lejos.

Y parece que Moguer tiene casas hechas de blanca miga porque

Moguer es igual que un pan de trigo,

blanco por dentro como el migajón.

Y huele a harina, a leña de horno, a manos que amasan

al bajar por la calle adoquinada

y diviso una casa, un balcón, un azulejo

que me indica que es allí

donde Moguer guarda dorado en torno

-¡oh sol moreno! -

como la blanda corteza

las palabras soñadas

entre un burro y su dueño.

Moguer es entonces pan,

alimento de mi pobre pluma

y como los niños pobres llamo a la cancela

llorando largamente hacia adentro:

¡Un poquiiiiito de paaan!..,

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Carmen Ramos. (Marzo 2014)

Gibraleón, 1968. La plaquette “Mudanza Interior”

(Ediciones en Huida, 2010) primera publicación en

solitario a la que han seguido los poemarios “Poliédrica”

(Ediciones en Huida, 2011) y “Las estrellas han hallado

otra forma de morir” (Guadalturia Ediciones, 2013).

Intenta mantener vivo el blog Poliédrica

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EL SUEÑO MÁS LARGO

Para el Homenaje a Platero y Yo,

desde el sueño eterno de la infancia.

La infancia nunca muere ni se esfuma

en el tiempo y su espacio misterioso

al compás de las horas soñolientas.

Nuestros cuerpos se aferran a la vida

como corriente de agua que se oculta

y se transforma esencia incombustible

a los designios de los días rotos

con sus iluminados atributos.

En la infancia los días corren lentos

como el sueño más largo de la vida.

La noche cubre su cuerpo de sombras,

paisajes infinitos de horizontes

en su letargo de tiempos extraños.

En los sueños Platero permanece

con las huellas colmadas de existencia,

con los libros del tiempo y sus impulsos

con las nuevas banderas y destierros

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renovados de luces expectantes.

En la infancia los días corren lentos

como el sueño más largo de la vida.

La luna viste de blanco sus pasos

en el viaje desnudo por el bosque

de las dudas y los años borrosos.

En la infancia los días corren lentos

como el sueño más largo de la vida

del que nunca quisiera despertar.

(Inédito)

José María Molina Caballero

Poeta, narrador y editor (Rute -Córdoba-,1961. Fundador y

director de la editorial y revista literaria Ánfora Nova. Pertenece,

desde 1991, a la Real Academia de Córdoba. Miembro de la

Asociación Colegial de Escritores de España, y de la Andaluza

de Críticos Literarios. En 1995 le fue concedida una Beca a la

Creación Literaria del Ministerio de Cultura.

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PLATERO y EL

Dedicatoria:

A mi Chavo -en el mundo de Platero-

y a mi Chilindrina en el mío.

Cuando vio llegar a Platero entre la niebla rasgada por una leve claridad azul,

Juan Ramón no salía de su asombro, porque aquel rumor que escuchaba parecía venir de

entre los dientes y de entre la remolona lengua del animal.

Cosas del inframundo, -acabó por aclarar el burrillo- ya ves, la señora de las

encrucijadas, me concedió este don por un puñado de palabras tuyas. Le di los

tornasoles negros del potro que llevaron a castrar: Que era ágil y nervioso, y luego

árbol desarraigado en la mañana violenta de la primavera. Tal cual las cogió

y me enseñó unos ríos misterios. Iba con los perros condenados a devorar la cara

de la luna. Los que la dejan, como endeble tajada de melón, en el menguante. Y

entre aullidos y aullidos y queriendo impedir la traslación, mastican la luz y beben

en sus mares oscuros.

Traían en los colmillos sangre lunar. Lechosos y blanquísimos colgajos que a lengüetazos

limpios ingerían. La luna goteaba nácar. Una extraña sustancia. Una supuración de

jazmines, cuyo olor perfumaba las noches de los muertos, cuando llovía como mansa cal

viva sobre los cementerios. Eran perros desgraciados, que habían sido manipulados por el

hombre para matar a sus congéneres. Perros asilvestrados que sufrieron el abandono de sus

dueños. Perros, ahorcados por sus amos, cuando ya no pudieron competir. Y ella, como

vino del dolor de los partos, de las tierras cuyas almas y armas salvajes aniquilaron a sus

hijos, aborrece a la luna cuando está en la plenitud, y azuza a los animales para que

exterminen la claridad y todo guarde luto. Es terrible con ese asunto, pero la verdad es que

los ama, y a veces se apiada de ellos y hasta consiente que le muerdan la sombra.

Así los lleva al río del olvido…, donde florece la flor de pensamiento que aquí le

dicen trinitaria del perdón. Y entre carleo y carleo la husmean y se purgan con ella las

entrañas.

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Cuando los vi, recordé la felicidad que supusieron para mí tus palabras, dulces

como las brevas o las azamboas, tristes como el plorar de los niños pobres pidiendo su

¡poquiiito de pan! Aquellos príncipes mendigos que alimentaban y alimentan sus madres

no sé de qué. ¡Qué tristeza feliz era mi vida cuando me prometías un prado de rosas

eternas…!

A él llegué cuando no pude sostenerme en mis patas, cuando todo se hizo redonda soledad

y el médico de los burros meneó la cabeza sin ilusión. Ya ves, y entonces no pude decirte

nada porque estaba saliendo del ondear del trigo, del olor del hogar. Fue cuando un rumor

externo, algo igual que cuando me hablabas, me indicó el recodo que une la sombra con la

luz: el nada más y el todo confundidos, sitios extraños que no estaban en Moguer, ni en

Palos, ni en San Juan.

Qué lejos el callejón de la Sal y el pregón del albérchigo, qué deshecho el canturreo

del gitano y su burro topando con mi sombra, y qué miedo mío del demonio sin las cales

del pueblo y sin ti.

Allí, un barquero recogía en el río de la Pena, las monedas que cerraban los dientes

de cenizas de las almas. Almas como violetas eran. Y me pareció que toda esa panorámica

sucedía dentro de la naturaleza de los libros. Yo mismo estaba en uno de ellos con palabras

como flores y atardeceres.

Y unas hilanderas que enhebraban, hilaban y cortaban el hilo de la vida, eran como

las tres viejas que venían de la playa a los montes, y tú me dijiste, Platero ¡Con qué

confianza llevan la vejez a la vida, penetradas por la primavera esta, que hace florecer de

amarillo el cardo en la vibrante dulzura de su hervoroso sol!

Escrito estaba la calle de La Rivera, y el jardín donde hablaste con un perro y un

gato en español. Allí Sarito, el capote al hombro, con hambre y sin dinero. Y todo como

adobe o como gruta de mermelada, donde Anilla la Manteca, tenía la habilidad de jugar con

los rayos porque ya se hizo fantasma en vida. Y estaba el rincón umbrío para los curas, el

patinillo de los niños, la zanja de los pobres…, y el nicho de aquella niña tan de nardo, que

no pudo con sus ojos tan negros…

Como si nada se hubiera perdido, Diana, la hermosa perra blanca, había entrado en

la noche pura de enero, y le echaba las manos al pecho a “La niña chica”, para jugar. Y la

perra de Lobato, no paraba de acarrear a sus crías para salvarlas de Salud, la lechera, que

andaba detrás de tan tierno botín, para sanar a su niño de la enfermedad con caldo de

perrito. ¡Caldo de perritos! Pobres madres las dos.

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Y así, todo rebujado como zurrón de húngaro, el eclipse, los juegos del anochecer…, el tren

de Riotinto que aún seguía pasando. Es más, hasta el tiro de escopeta en el redondo aullido

del perro sarnoso, se escucha para siempre en el ojo nublo de todos los animales que

asesinan.

Y llegué hasta el cielo de los burros, pero como tanta felicidad me era cansina,

seguí inspeccionando hasta dar con los páramos de estos ríos.

El señor que rema tiene tanto trabajo que jamás descansa. Él fue quien me advirtió

que no bebiera de sus aguas si tenía algo bueno que recordar. Ni de aquellas tampoco

porque están infectadas por el odio…, por eso vengo hasta el río de la memoria: para hilar

la luz, para no olvidarme de ti.

Fue cuando llegaron al Vergel, y el hombre que lo guarda con su caña amarilla y su

gran reloj de plata, los mira y dice:

El burro no

pué´entrá, zeñó.

¿El burro?

¿Qué burro

Rosa Díaz

Deja patente una variedad de registros y un estilo personalísimo

que oscila desde lo coloquial al compromiso, la evocación lírica

o la profunda reflexión filosófica y de pensamiento, todo bajo un

depurado ejercicio de lenguaje y sin desechar el uso de la ironía

o el sentido del humor.

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A PLATERO, QUE ME DESCUBRIÓ LA MAGIA DE MOGUER

A MODO DE FELICITACIÓN EN SU PRIMER CENTENARIO

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro

como de piedra…, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan

mirándolo: —Tien’ asero...Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

J. R. Jiménez, Capítulo I de Platero y yo

Después de “la Biblia” y de “El Quijote” ,”Platero y yo” de Juan Ramón

Jiménez, uno de los tres padres de la poesía española contemporánea en castellano, es la

obra más publicad en los últimos 100 años, lo que elevan a su autor a la máxima gloria de

un escritor, la prevalencia de su obra sobre él, pues si él ha alcanzado la categoría de

andaluz universal, Platero lo ha superado; ya que Platero, su borriquillo, su alter ego, es,

sin temor a equivocarme, más conocido que él al igual que D. Quijote lo es más que

Cervantes.

Platero desde muy niña me ha perseguido con su “trotecillo ideal”. Años

después, mi primera clase de bachillerato fue de Lengua, resuena a premonición,

pues yo he impartido casi siempre esa asignatura. La profesora nos leyó el primer

capítulo del libro, yo recuerdo aún el entusiasmo que en mí despertó aquel

borriquito “pequeño, peludo, suave…” “tan blando por fuera que se diría, que se

diría todo de algodón algodón…”“…Que acaricia tibiamente con su hocico,

rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes, gualdas...”

Cuánto disfruté con su lectura, cuánto la recree, eran los burros que veía en

mis veranos en el pueblo, las flores con las que hacía comidas para los muñecos o

cogía para adornar, que sé yo que adornaría, me traía olor a aire limpio de pinos y

parrales, recuerdos de raquíticas amapolas, a punto de morir por el estío, que me

parecían preciosas, a…, y sin duda, el regusto de esa inocente libertad y de esa

pureza de la infancia.

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Poco tiempo después leímos la carretilla, aquella niña enjuta, pequeña,

luchando contra lo imposible por sacar del atolladero el volquete con la carga de

naranjas, con la que el débil y extenuado rucio, encargado de llevarla al punto de

venta, que no podía ni con sus tristes huesos, quedó varado en el lodo, fue entonces

cuando Juan Ramón, insta a Platero para que los saque del atolladero. Me gustó;

pero me entristeció y me dolió, sí me dolió mucho.

Yo, niña en los 50 he visto muy de cerca a los “niños de las hambres”1, a

“los niños de la guerra”2 he conocido a “niños y niñas yunteras”3 y he sentido

vergüenza de vivir bien del mucho trabajo que, mi padre sacaba adelante, a la vez

que algunas de mis amigas, de mis compañeras de clase, cuyos padres que se

esforzarían como el mío, no lo conseguían.

Andados los años, vividas muchas experiencias, leídos muchos libros de Juan

Ramón, si me tuviera que decantar por una de las todas las obras que nos regaló

éste, créanme, lo haría por Platero y yo, pues en ella alcanza, a mi entender, su

cumbre, su grandeza literaria, ya que si bien es cierto que Juan Ramón es el poeta

de la poesía desnuda, de la poesía pura por excelencia, en definitiva de la poesía

de la esencia misma, en Platero y yo, sin desprenderse de esa esencialidad, de esa

pureza, de esa desnudez el poeta es a la vez el hombre, que realmente era, aunque

un halo de serena nostalgia parezca difuminarlo en embalsamadas calmas.

Sin perder un ápice de la serenidad, de sublimidad de otras obras, aquí,

aunque haga gala de su delicadeza, de su unción lírica, es un escritor rotundo, es

un escritor del compromiso, es un notario de las realidades de la época más dura de

la España de los últimos siglos, es “Viento del pueblo”4, “Cantor de la mala

suerte”5.

Juan Ramón es en esta obra un lugareño más, ojo, pero con un sentido

crítico, un trabajo silencioso, que roza los métodos de la ciencia, observando las

vidas que protagonizan ese momento histórico de Andalucía, de España toda, tan

desigual, tan caciquil, tan injusta, que desembocó en la mayor tragedia que han

vivido los españoles en siglos, es “una voz puesta al servicio de los sin voz”6.

Juan Ramón es, aquí, un habitante más de Moguer, desinhibido de su clase

social, tradicionalmente favorecida, lejana a las carencias, curtido conocedor de su

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pueblo, de sus gentes, de sus historias , de sus leyendas y tradiciones, que se centra

en el hombre y, como hay más gente pobre, desventurada, que gente acomodada y

como hay más seres sufrientes y olvidados que felices y regalados por la vida, son

esos seres, al margen del privilegio, los que van a acaparar la atención del poeta; así

vemos como nos habla de Antoñilla, la muchacha cortijera , aislada en su campo, y

que endomingada, de todo se ruboriza, como cuando va a cruzar el arroyo,

rebosante de agua, cortejada por los lirios amarillos que visten de gala a esa agua,

igual que nos habla del barrio de los marineros, de los “pescadores que subían al

pueblo sardinas, ostiones, anguilas, lenguados, cangrejos...” , de sus desventuras,

de los barcos que ya no transitan por la ría, o nos menciona a la asombrada

Granadilla, la hija del sacristán contando en la cocina, a las admiradas mujeres del

servicio, todas las novedades de las moda que traían los contrabandistas o de

“Aguedilla, la loca, la pobre loca de la calle del Sol”, esa loca o loco, que tenían

antes todos los pueblos como algo patrimonial, sí, Aguedilla, a la que le dedicó esta

obra y que “mandaba moras y claveles” al poeta, además de darle su noble

amistad.

Añora el no haber hablado con Pinito, un pobre inocente, a quien la rudeza

de algunos pueblerinos, le buscaron la muerte y la desgracia aficionándolo al

alcohol, del cura párroco, un tipo nada ejemplar, por lo que no dice, cuando habla

de él, de León, el músico pueblerino, que tocaba los platillos en bandas y orquestas.

Juan Ramón, entre estas páginas es pueblo y habla de las mujeres de luto, de las

campesinas, que guían como lazarillos a la pobre ciega, del veterinario Darbón, viejo,

desdentado y bonachón, de los niños, siempre los niños, de Anilla, ese personaje entre

pícaro y simplón que se divertía vistiéndose de fantasma y asustando al vecindario, o de

quienes sólo tienen para buscarse la vida la leve empresa de los piñones tostados, como la

niña de la Arena, que pregona larga y sentidamente: “¡A loj tojtaiiitoooj piñoneee...!” o el

liencero de la Mancha que como una ave migratoria “llega puntual, con su fardo gris al

hombro por las blancas calles tranquilas y limpias”, menciona también al “quincallero de

Lucena, todo cargado de luz amarilla” o “los carboneros que van, todavía de noche, por la

dura escarcha de los caminos solitarios, a robar los pinos de los montes.”

Formaba también parte de su paisaje humano Don Ignacio el contrabandista del

aguardiente, la maestra de la Miga, vestida de hábito.

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Menciona también a “esos gitanos astrosos que pintan los burros y les dan

arsénico y les ponen alfileres en las orejas para que no se les caigan”, igualmente nos

dice del torero Litri y del “olor a vino y chorizo de regüeldo”, que manaba de los tendidos

las tardes de corrida o de Modesto, el cornetín de la banda, y vuelven los niños, ocupan un

lugar especial los niños pobres, esos que con cualquier vestido, con cualquier calzado que

alguien les diera, ¡lástima de hijos! se piensan reyes. Como no podía ser menos, los

húngaros con su niño chico y su mona malviven tirados por los caminos, también ocupan

un capítulo.

Así pues este contenido de denuncia de desigualdades que redundan en carencias,

hambres, barbarie, brechas sociales, brutalidad, violencia, sufrimiento…que nos distrae de

la ensoñación, “de la tranquilidad violeta” “de la fresca brisa del río”, de otros libros

suyos, profundos, deliciosos, desnudos, puros y entremezcla con la envoltura de

fragmentos de gran lirismo, duras verdades, es así como, valientemente, le aclara a su

amigo Platero, para que no se asuste, en qué consiste el aporreo a Judas, costumbre de la

Semana Santa moguereña, para que sepa salvaguardarse de los “Judas de hoy”,

explicándole quien, quienes eran en 1914 los Judas, desgraciadamente tan parecidos a los

Judas de cien años después, dice el poeta:

“...Sólo que Judas, hoy, Platero, es el diputado, o la maestra, o el forense, o el recaudador,

o el alcalde, o la comadrona…”

Otras veces nos narra la vendimia o como se hace el mosto, también nos recrea las

fiestas populares, como el Rocío, en el que Platero se arrodilla, o nos deleita con la

trascripción del Corpus, o la fiesta de Carnaval, en la que el asnillo es aderezado por los

niños como un corcel moruno.

No podía faltar otra cita con la España profunda, hija del retraso en que estaba

sumida, cuando nos habla de la boda de un viudo con una mujer mayor, a los que les

estuvieron dando la cencerrada desde la noche, en cuya madrugada se iban a casar, hasta

amanecido ya el día siguiente.

J. Ramón llama a la puerta de las conciencias que o no se enteran o prefieren no

enterarse golpeándolos con personajes como:

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El perro sarnoso” El pobre andaba siempre huido, acostumbrado a los gritos y a

las pedreas. Los mismos perros le enseñaban los colmillos. Y se iba otra vez (…) lento y

triste…”y una tarde que fue buscando a Diana, la coqueta perra de la casa del poeta, el

guarda le disparó y cayó muerto bajo una acacia.”

Me llamó especialmente la atención la dureza de este otro capítulo, del que escojo

el fragmento, sin ningún interés especial en que sean perros nuevamente los protagonistas,

cuando leo “La perra parida” se me rompe el alma, al pensar cuánto no habrían tenido que

sufrir tantas madres y tantos padres hasta asimilar tanta miseria como algo natural, una

perra, que había parido cuatro cachorros y la lechera se los lleva a su choza para salvar a

su hijo, que se estaba muriendo de falta de alimento y el médico del pueblo, D. Luís le

había recomendado, para salvarlo caldo de perritos, supuesto que le atribuirían un gran

valor nutritivo para que pudieran sacar a los críos de la hambruna crónica que sufría un

gran sector de la población; pero en este caso el final es bueno para la perra, que al fin

consiguió rescatar a su prole tras una larga noche de rescate y yacer dichosa, amamantando

a las cuatro bolillas.

O la crueldad esperpéntica de La yegua blanca: el poeta cuenta a Platero que

viene triste porque se ha enterado que el Sordo la había llevado por la mañana “al

moridero, harto ya de darle de comer”. La consideraba un estorbo ya vieja y sin servir

poder moverse casi, más esta volvió al portal del amo, quien se enfureció y con un

rodrigón la intentaba echar a palos; pero como no se iba, el hombre le pinchó con la hoz,

consiguió arremolinar al vecindario y entre rechiflas la pobre huyó calle arriba y el amo le

fue empujando, sin poder tirar el animalito, seguido de la chiquillería, donde la entre unos

y otros la remataron.

Y empleando siempre un lenguaje múltiple, exacto, armonioso, tanto en ritmo

como en la ubicación del sintagma, del vocablo, de fonema…, lleno de ricas y opuestas

proposiciones, de confrontaciones originales, insospechadas, expuestas en realidades netas,

ora arreboladas ora blancas con brillo de estrellas rutilantes en charcos de azabache.

Con una contención, que traspasa, a veces el drama, para llegar a la tragedia, sin

perder la compostura, sin que la exquisitez y la elegancia se desdibujen en un solo punto,

en definitiva, utilizando un verbo impoluto platica con una sencillez franciscana; cuánto

me recuerda a veces a Francisco de Asís.

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Pese a ese dolor que emerge desde la opresión, desde la incultura, desde la

injusticia, el estilo juanramoniano mantiene intacta la belleza, que para él tiene el don de

la inmortalidad: “La belleza hace eterno el momento”, sentencia el autor.

Así cuando habla de la muerte del canario, y es que es precisamente en ese

momento cumbre del sufrir, cuando más difícil es comunicarnos desde la belleza, desde la

contención y desde la serenidad. Juan Ramón consuela al borrico: “Platero, hemos de ver

al pájaro salir del corazón de una rosa blanca…habrá por el sol de abril un errar

encantado de alas invisibles y un reguero secreto de trinos claros de oro puro.”

O esta confrontación de imágenes: “En la colina, que la hora morada va tornando oscura

y medrosa, el pastorcillo, negro contra el verde ocaso de cristal, silba en su pito, bajo el

temblor de Venus.”

De gran belleza son así mismo las palabras con las que relata la tristeza de “El

niño tonto”: “Estaba el niño tonto a la puerta de su casa, sentado en su sillita, mirando el

pasar de los otros. Era uno de esos pobres niños a quienes no llega nunca el don de la

palabra ni el regalo de la gracia; niño alegre él y triste de ver…”

Como las reflexiones dedicadas al río Tinto, ya degradado por la mala gestión de la

minería: “Mira, Platero, cómo han puesto el río entre las minas, el mal corazón y el

padrastreo. Apenas si su agua roja recoge aquí y allá, esta tarde, entre el fango violeta y

amarillo, el sol poniente…” “El cobre de Riotinto lo ha envenenado todo. Y menos mal,

Platero, que con el asco de los ricos comen los pobres la pesca miserable de hoy…”.

También en el retrato escueto y clavado que hace de “El pastor”, un niño pequeño,

que como Miguel Hernández, “Sólo sabía de regatos, de penas y de cabras”, cuando el

crío, admirado de la guapeza de Platero, le espeta a Juan Ramón:” —Zeñorito, zi eze

gurro juera mío”...El autor le devuelve el piropo con otro piropo, también muy hermoso,

un lienzo excelente de palabras lúcidas, efectivamente digno de Murillo: “El chiquillo,

(…) parece uno de aquellos mendiguillos que pintó Bartolomé Esteban, el buen sevillano.”

Define el escritor, más plástico imposible.

Al igual que en esta breve pincelada de “Otoño” para expresar las sensaciones que

el inicio de esta estación le despertaba y plasmarnos original y gráficamente la impresión

de la noche de octubre y de la luna: “Sobre el tejadillo, húmedo de las blanduras de

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septiembre, dormía el campo lejano,… Una gran nube negra, como una gigantesca gallina

que hubiese puesto un huevo de oro, puso la luna sobre una colina”.

La cercanía, la naturalidad con la que está escrito es otro de los componentes que

han avalado la excelencia de este libro, sólo hemos de ver con que dulzura, con que mágico

encanto narra la tremenda situación de la muerte de La niña chica:” La niña chica era

la gloria de Platero. En cuanto la veía venir hacia él, entre las lilas,... rebuznaba

loco…Llamándolo dengosa: …Rebuznaba loco…Lo llamaba con todas las variaciones

mimosas de su nombre: “¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo! ¡Platerete! ¡Platerucho!”…

“En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la muerte…, en

su delirio, lo llamaba triste: ¡Plateriiillo!...”

En los párrafos anteriores como en algunos más, que veremos, como en otros que,

lógicamente, quedarán omisos, es donde mido yo la dimensión del poeta, su grandiosidad,

que se vertebra en torno a tres ejes:

A) La carga social que conforma el espíritu de la obra, desarrollada con el realismo

más crudo y más fiel al diario cotidiano, hace de ella una obra solidaria, crítica y

reivindicativa, llamada en definitiva a despertar las aletargadas conciencias de los

poderosos y de los consentidores.

B) La contención y el equilibrio entre la crudeza y trascendencia del contenido y la elegancia,

la precisión, el sosiego y la sencillez formal, que hacen que llegue a un público diverso,

universal y atemporal. Ya lo decía su autor, en el prólogo de la edición de 1917, que salvo

excepciones, los libros pueden ser leídos tanto por niños como por adultos.

C) El dominio del lenguaje, la precisión para ensartar proposiciones, palabras y fonemas, así

como la riqueza de imágenes y la elegante sinestesia y originalidad de las mismas,

impregnan el texto de esa serenidad y ese bálsamo a los que tanto apela el poeta a lo largo

de toda su producción.

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Platero es coprotagonista con el poeta, los personajes secundarios van a ser los niños,

siempre los niños, ricos o pobres, de la casa o ajenos, los niños, siempre los niños.

Así en el capitulillo “La noche Buena”, sabemos cómo alivia en sus carencias materiales

J. Ramón a los chiquillos:” Y los niños del casero, que no tienen Nacimiento, se vienen

alrededor de la candela, pobres y tristes, a calentarse las manos arrecidas, y echan en las

brasas bellotas y castañas, que revientan, en un tiro. Y se alegran luego, y saltan sobre el

fuego que ya la noche va enrojeciendo, y cantan: (…) Yo les traigo a Platero, y se lo doy,

para que jueguen con él”.

La apoteosis de la obra llega con la muerte de Platero, que muere joven, como los dioses,

como los héroes, como los elegidos.

En las reflexiones del autor tras su pérdida se puede resumir el credo existencial de Juan

Ramón, que destila toda la obra. Así nos dice en el capítulo “A platero en el cielo de

Moguer”:”Sí yo sé que, a la caída de la tarde, cuando, entre las oropéndolas y los

azahares, llego lento y pensativo, por el naranjal solitario, al pino que arrulla tu muerte,

tú, Platero, feliz en tu prado de rosas eternas, me verás detenerme ante los lirios amarillos

que ha brotado tu descompuesto corazón.”

Y en él de “A Platero en su tierra”: “Pero ¿qué más te da el pasado a ti, que vives

en lo eterno, que, como yo aquí, tienes en tu mano, grana como el corazón de Dios

perenne, el sol de cada aurora?”

Y es que el colofón de sencillez, de belleza en sí y por sí, desposeída no de adorno

sino casi hasta de lo imprescindible, se hace más presente en el hondo y sereno

dolor por la muerte del amigo, de Platero, al que no se resigna a perder, “Platero,

tú nos ves, ¿verdad?” le pregunta el escritor, a su alter ego.

En el ya mencionado Prologuillo, que le hace para la edición de 1916, con este párrafo que

le dirige a Platero, vemos como este libro nace ya siendo un clásico y por tanto está

destinado a ser “palabra en el tiempo”: “Pero ¿qué más te da el pasado a ti, que vives en

lo eterno, que, como yo aquí, tienes en tu mano, grana como el corazón de Dios perenne, el

sol de cada aurora?”

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Pura López Cortés

Almería, 1952, anti sistema, feliz de haber nacido y de vivir.

Fue maestra y es escritora por vocación. Escribe para

comunicarse con la otredad y así expresar su amor, sobre todo

por los desfavorecidos; sus deseos de justicia y equidad y su

desprecio por los prepotentes, acaparadores y oportunistas.

NOTAS

1-P. López

2-P. López

3-M. Hernández

4-M. Hernández

5-M. Hernández

6-P. López

7-A. Machado

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JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y PLATERO

Sus ojos minuciosos son dos mares

que irrumpen sin cesar en la belleza;

continuo despertar de su tristeza

y el anhelo de andar entre pinares.

Juan Ramón, insumiso en avatares;

abismal y obediente a la pureza,

nada tiene que ver con la destreza

que le asignan iglesias y seglares.

Le requiere su vida moguereña.

Se encuentra con Platero y él le enseña

que es un burrito bueno, con él trota

y van casi jugando a la pelota;

sin saber que el destino les augura

el más preciado don de su andadura.

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Ramón G. Medina

Almadén de la Plata 1948 Publicaciones: Del amor y sus

ausencias,. Obra colectiva:: Vapores del erebo, (Ayuntamiento

de Sevilla) ; Cuadernos de Roldán, (Sevilla) ; Poemas para un

náufrago, (Distrito Sur); La mirada del tiempo, (Nuño Editorial)

.Premios: 2º premio Ciudad de Villanueva (Jaén); 2º premio de

Poesía Fernando Villalón (Distrito Sur).

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EL CORAZON DORMIDO EN EL AGUA

"¡Morir para siempre ya contigo, mujer, tú en mí,

yo en ti, los dos en los dos, en igual tras existir!"

Juan Ramón Jiménez.

"<<Juan Ramón, ¿usted iría también>>, a lo que él contestó de manera

contundente: <<Yo iré donde vaya Zenobia>>". Vencido el tiempo, duerme en los céreos

labios la ceniza que antes fue mecha. Se persigna como la primavera ante el oratorio del

sentir ufano que irrumpe en el aire con grácil aleteo "-Vea usted... Mariposas blancas...". Y

al fondo, Moguer. Y más al fondo, Platero. Y en el centro mismo, Zenobia y el dolor del

exilio, el olor del recuerdo y la luz que se erige para abrazarlos desde el mismo silencio.

La americanita de ojos verdes es Titania y él Oberón. El sueño de una

noche de verano se envuelve en sobres franqueados. La distancia entre Moguer y Burguete

se siembra de cartas que cantan la ensoñación quimérica del poeta. No rinde su animosidad.

Persevera en el empeño. Es venero paciente que humedece la tierra fértil en la que ansía

hundir su dicha y gozo, "Es absolutamente preciso que nos casemos pronto. No sabes la

paz, la fuerza, la tranquilidad, el tiempo, que esto me daría. Piensa tú que tu presencia me

es necesaria, Zenobia, que mi vida sin tí está falta de vida. La mañana que yo amanezca a

tu lado, ¡qué nuevo va a parecerme el mundo!". Nueva York le espera para remediar sino y

ausencia. Diario de un poeta recién casado es inicio de la búsqueda consciente de la

belleza, prosa y verso uncidos en el ánima que ríe y canta su alegría desbordada, "¡Qué

débil el latido / de tu corazón leve / y qué hondo y qué fuerte su secreto!". Desde el vapor

Montevideo, el cielo y la mar se abren en una sola mirada celeste que reposa en el

cumplido sueño, "Cuando, dormida tú, me echo en tu alma / y escucho, con mi oído / en tu

pecho desnudo, / tu corazón tranquilo, me parece / que, en su latir hondo, sorprendo / el

secreto del centro / del mundo". El eco de Rabindranath Tagore posa su vuelo, con acento

inglés, en la celosía lírica de Zenobia - The Crescent Moon-, y su escritura es el poso que

remueve su amado en el reflejo del agua de La luna nueva, "¿No será que yo he inventado,

en nuestra traducción, un Rabindranath Tagore andaluz, un Tagore parecido a mí". Vendrán

otras traducciones del poeta hindú, pero será Eternidades la primera obra que dedique a su

esposa, y a la que se referirá, desde entonces y de una u otra manera, en todas las futuras.

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"Y en cada viaje, la casa a cuestas, mudanza de todo y pérdida de tanto:

casas, cosas, libros, libros, libros, y, sobre todo manuscritos, manuscritos, manuscritos. Con

la guerra en España, pérdida violenta por robos miserables, casi total, aunque recuperada,

por devolución de buenos, luego y en partes. Y en cada sitio volver a empezar, volver a

empezar, volver a empezar: y durante todo el tiempo, del comienzo al fin, enfermedades,

enfermedades, enfermedades". No volverán, salvo para reposar en "Moguer, la luz con el

tiempo dentro" y calmar la atronadora nostalgia que soporta el espíritu con la distancia

insalvable. Zenobia inicia su Diario en el exilio y le acompañará hasta la muerte. La

primera anotación conmemora su amor por Juan Ramón y el lamento por la situación

caótica y desmembrada del país. Es un baluarte que fideliza sin ambages, a pesar de la

singular personalidad de éste y la quiebra física y mental de la que se resiente con estas

nuevas y excepcionales circunstancias, y que ella mitiga desde el más exigente compromiso

mundano y espiritual, "Hoy hace veintiún años que nos casamos, estamos de nuevo en este

lado del mar, pero tan lejos de casa. Hace siete mese la visión de nuestra vida presente me

hubiera parecido un sueño inalcanzable (..) cuántos millones de personas en España se

sentirán ahora como yo me sentí entonces. Y el futuro es ahora para mí tan inescrutable

como fue en aquel entonces el presente"

Conviven con el dolor propio y ajeno. Las noticias de la guerra los sustraen

de las precarias condiciones en el exilio. Hondísimo pesar que es condena y sufrimiento.

Atmósfera de sangrienta bruma que acontece y todo lo envuelve, y que describe en sus

memorias, durante el periodo en La Habana, Cuba: "Comencé el día con una visita al

dentista y tales compras como cereal para J. R., jabón para lavar la ropa y un cepillo de

dientes para mí. J. R. está pasando por uno de sus estados de depresión y a veces me

preocupa. Tenemos sólo un cuarto ( y baño)y está tan lleno de periódicos otra vez, que me

pone del mismo mal humor que en mi propia casa, tan bella, siempre echada a perder por

los montones de periódicos polvorientos de J. R. El pobre sufre más que nadie a causa de

sus propias manías que también contribuyen a deprimirlo, pero lo que de veras le afectan

hasta más no poder son los bombardeos aéreos. Esperábamos que el ofrecimiento del

gobierno de no continuar las represalias si cesaban, terminarían con los atroces

bombardeos detrás de las líneas, pero hoy nos trae noticia el cable de un nuevo asalto a

Barcelona con 300 heridos y muertos civiles". En Collioure, hace 75 años, Antonio

Machado apenas soportará el cruel destino junto a su madre. Años atrás, Juan Ramón

escribiría sobre su obra Soledades, denotando su acérrimo desapego al ámbito cultural

nacional, y recogiendo un sentir plenamente vigente en el panorama literario actual: "Un

libro como este de Antonio Machado, necesitaba encontrar un ambiente algo más fragante

y más puro que este sucio ambiente español, infectado por las rimas de caminos, canales y

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puertos de los señores premiados en el concurso de El liberal. En las actuales

circunstancias, tendrá que contentarse con el cariño de unos cuantos corazones. La verdad

es que tampoco necesita de más".

La corajuda y vitalista convicción de Zenobia consigue enderezar, no sin

ciertas dificultades permanentes en el tiempo, la incertidumbre del día a día. El monólogo

intimista del Diario -como señala su traductora y editora, Graciela Palau de Nemes- es una

obra de supervivencia en el que el autodiálogo descubre el incombustible deseo de vida y

esperanza de su autora, pero también el influjo del trauma de la Guerra Civil, la veracidad

de su relación con Juan Ramón y la conjunción en un solo universo humano de ambas

personalidades. A menudo desajustado por el constante avatar de ella en normalizar vida

cotidiana y, como consecuencia, el propio desarrollo de la obra de él. En otra de sus

reflexiones abunda en su propia felicidad: "C. Ma. Me vino a buscar a las 11 a. m. Acababa

de colocar la cortina que faltaba con la ayuda de J. R. Y de leer un montón de periódicos

que tenía acumulados. Fuimos al sastre, donde M. Encargó dos trajes y J. R. Dos -un modo

de disculparse-. Por la tarde fuimos a buscar a Rosario y nos encontramos con Josefina

Kourí y Elena Mederos con ocho niños y una niñera. Pase la tarde cómodamente en mi

habitación, y J. R. Se la pasó entre el piso de arriba y el de abajo. Me he dado cuenta de

que, a pesar de que la atmósfera de lucha con J. R. me perturba la vida entera, no dependo

de él para ser feliz. Me siento bastante contenta consigo misma y hasta más descansada y

serena".

Tres días después de la concesión del Premio Nobel de Literatura, fallece

Zenobia. El espectro de Juan Ramón vela su agonía. Antes del último hálito, y conocida la

noticia, aún puede musitar el villancico que tanto le gustara, "Ábreme la puerta , Niñito

Jesús", con la intención de consolar a su esposo aunque sin poder contener el tristísimo

llanto de despedida que le sobreviene. Él grita la desesperación que niega el fatal

desenlace: "No, no, no es verdad. No. No puedo creerlo. No es posible, Zenobia, tú no estás

muerta, tú no puedes morir. Tú eres inmortal. ¡Denme una píldora un revólver!, tengan

dolor de mí, quiero morirme. Tengo que irme con ella. ¡Se lo prometí".

Zenobia es su itinerario de vida. Sin ella no sabe ni quiere continuarla, y él

acaba extinguiéndose en el pábilo que sustenta su débil llama. Muere como un poema, sin

punto final, en los trémulos labios que pronunciaron su nombre, en el aliento que es brisa y

conmueve al árbol, que rinde pleitesía en su suave balanceo, antes que, enhiesto y dócil,

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bese la lágrima del cielo "Aquel chopo de luz me lo decía en Madrid, contra el aire

turquesa del otoño: Termínate en ti mismo como yo". Ella es la belleza que nutre su mirada

y la conmueve, atravesando la realidad circundante y traspasando el umbral de su

incontenible ser, "Quien me quiera encontrar en la vida (y en la muerte) búsqueme sólo en

lo bello". Y ahí se encuentra, en el verdadero principio de todo, en la presencia inasible:

territorio de corazón dormido en el agua, corazón de su amada, y a quien eleva su credo de

emociones y transparencias "Cuando esté con las raíces llámame, tú con tu voz. / Me

parecerá que entra temblando la luz del sol"

Pedro Luis Ibáñez Lérida

Escritor, poeta y crítico literario colaborador en medios

nacionales. Pertenece a la Asociación Colegial de Escritores,

ACE-Andalucía, a la Asociación Andaluza de Críticos, -AAEC-

y al Centro Andaluz de las Letras.

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A CASO NO TENGAMOS ELEMENTOS

en el trueque del día con la noche

arropados por voces que nos cubren

recuerdo del poeta con su burro.

Quizá somos Platero cada instante

en frente del espejo que devuelve

las alas al flamenco majestuoso

el tronco al alcornoque centenario

los frutos al madroño retorcido

la fuerza a la sabina engalanada.

Y nos mostramos dunas avanzando

al Huerto de la Piña entre las malvas

vencedores de enebros que confrontan

nuestras almas de grulla en su cortejo.

Vendrá la mariposa a deleitarnos

con su infinita paz iluminada

pasado transitorio, versos vivos

feliz eternidad de sus palabras

brisa de la conciencia por las olas.

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Alicia Aza

Abogado. Ha publicado El libro de los árboles (2010)

distinguido como Finalista del Premio Andalucía de la Crítica

2011 y El viaje del invierno (2011), galardonado con el Premio

“Rosalía de Castro” 2011. Su obra poética ha sido traducida al

italiano, serbio, francés y búlgaro.

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“Mira, Platero, los burros del Quemado; lentos, caídos, con su picuda y roja carga de

mojada arena, en la que llevan clavada, como el corazón, la vara de acebuche verde con

que les pegan…”

(CXXX – Los burros del arenero, de Platero y yo)

ROMANCILLO DE ARENA

Como el corazón, varían

las lunas del aguacero,

plata y blanca conocía;

faltaba la azul, Platero.

La azul de la lejanía,

de los corales de hielo,

de las noches de osadía

tras la mojada del cielo.

Mira, Platero, los burros,

los burros del arenero.

Cansados, baldíos, caídos

como las hojas del suelo,

tristes como las huellas

que dejan en el sendero,

pisadas de vara verde

sombrías de tanto miedo,

atiborradas de muerte,

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tan lentas como el deshielo.

Mira, Platero, la vida

que para ti no quiero.

Quemado se llama el hombre

que es el dueño, el arriero;

los carga de arena negra

y va matando sus sueños.

No quiere sus compañías,

ni sus trotes cenicientos,

los quiere por su valía

como cargueros de invierno.

Mira, Platero, los burros,

los burros del arenero,

lloran cuando es de noche

y escampa el aguacero.

Luis Miguel León Blanco

Sevilla, 1968. Diplomado en Ciencias Empresariales, Poemas

suyos aparecen en antologías como “Poetas en bicicleta”,

“Poéticos maullidos”, o “Versos para derribar muros”, o revistas

literarias como “El siglo que viene”. Finalista en diversos

premios literarios, destacando “Plumier de Versos 2005” Primer

Premio del Certamen Literario G.E. CASA.

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POSTAL ANTIGUA

Platero aún puede verse en Moguer

al cruzar una esquina,

sus ojos de azabache se entretienen

en buscar mariposas.

Cuando el cielo se tiñe de amarillo,

se escuchan sus pisadas

y los niños sueñan con madreselvas

junto a la Fuente vieja.

Aún huele a almoraduj cuando en la siesta

el tiempo se detiene;

dicen que han visto a un loco entrañable

coleccionar libélulas.

Anabel Caride

Licenciada en Filología Hispánica y profesora de instituto. Ha

publicado los poemarios Nanas para hombres grises, “Inventario

de desahucios”(plaquette) ,Tinta en el almanaque y

Allanamiento de morada.

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NOSTALGIAS

Has cumplido cien años de trote y gozo, Platero, desde que ese inmenso poeta y no

menos excelente prosista ― verso prosa, prosa y verso―, te regaló vida, moldeándote con

ternura. Y así, te convertiste en aplicado apoyo, de paseo con él a través de la belleza

natural de los cielos y la tierra. Viviste la vida aspirando la flora y el palpitar inocente de

los niños. Trotaste a pasito lento por todo el universo de Moguer.

Hoy te traigo naranjas mandarinas que ya el poeta, en el primer espacio con el que

te dio luz y vida, nos advirtió lo mucho que te gustaban. Son de mi pueblo, de la huerta de

Jeremías, allá en Lora.

Te contaré. En mi pueblo, tendría quince años, andaba con mis sueños sobre los

hombros para mitigar un poco la tristeza de tan larga posguerra, pagada por los perdedores.

Un día, hablando de poetas, un nuevo amigo, hijo de una maestra recién llegada al pueblo,

me preguntó si había leído Platero y yo. Le dije que no con cierta vergüenza porque estaba

escaso de dinero y ni siquiera había una biblioteca local, a no ser la ridícula del

Movimiento. Y así te conocí. ¡Cómo me reía con las mariposas blancas! O con la escena

de un hombre oscuro, con una gorra y un pincho preguntando en la oscuridad de la noche:

“¿Ba argo?” y la respuesta del poeta: “Vea usted, mariposas blancas”. Siempre que lo

recuerdo me entra un no sé qué.

Y es que tú, Platero, acaricias con algodón y espuma, fantasía y realismo. Eres el

protagonista del libro español traducido a más lenguas del mundo junto con El Quijote.

También genio de don Miguel nos legó la sátira de un burro faenero, de carga, no como tú

que eras un elegido para montar poetas, niños soñadores y pasar de matute mariposas

blancas en los serones para regalarlas a la noche. Pero lo que sobre el asno escribe

Cervantes es único, Platero. Aguanta la risa de tu rebuzno que en tres palabras te cuento de

cómo se perdió en el bosque y dos alcaldes amigos apuestan por medio de sus voces

imitadoras encontrarlo por medio del truco del rebuzno.

¡Cuánta verdad burlona, retrato municipal del hoy que malvivimos! Porque siguen

rebuznando regidores como si no hubieran pasado siglos. Y es que en la política de ahora,

después de un siglo, el rebuzno es cosa de diario: ¿Y es posible, compadre, que no fue mi

asno el que rebuznó?” “No fue sino yo”, respondió el otro.

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Así trotas, páginas tras páginas repartiendo belleza y ternura, risas saltarinas,

realidades cuyo dolor te arrancan lágrimas en el alma, Platero. Leo unos fragmentos de

“Juegos del anochecer”, cuando en el crepúsculo del pueblo, “Platero y yo entramos

ateridos, por la oscuridad morada de la calleja miserable que da al río seco, los niños

pobres juegan a asustarse, fingiéndose mendigos” Aquí el poeta muestra su reflexión social

con las palabras medidas: naturaleza y humanidad. Alto sentido de la realidad social:

siempre la tuvo viva y presente, fiel a sus creencias. Y luego, los lectores de contraportada

―que son cada día más y más―, dicen a pulmón abierto que era un poeta encerrado en una

torre de marfil. ¡Cuán atrevida es la ignorancia voluntaria Platero! Y al final de esta prosa

del anochecer termina: “... ¡Sí, sí ¡Cantad, soñad, niños pobres! pronto, al amanecer

vuestra adolescencia, la primavera os asustará, como un mendigo enmascarado de

invierno” Belleza en la palabra, solidaridad en el sentir.

Y sigo al trote con mi nostalgia ojeando esta joya sobre tu vida y andanzas junto al

poeta de Espacio, en ese espacio ilimitado que es el azul moguereño, cuando el poeta te

habla: “Te he dicho, Platero, que el alma de Moguer es el vino ¿vedad? No; el alma de

Moguer es el pan. Moguer es igual que un pan de trigo, blanco por dentro, como el

migajón, y dorado en torno ―¡oh sol moreno!—como la blanca corteza”. Y el pincel de la

palabra del poeta nos va dibujando sobre las paredes blancas de su pueblo, que es también

el tuyo por derecho propio, el diario trajinar de los vecinos y el cachucheo de las comidas,

los elementos naturales de la tierra elegida: el aceite meciéndose sobre el pan abierto que

huele a pino, el gazpacho, el queso y la uva, dignos alimentos del pobre bracero y del

pequeño propietario que cava, ara y siembra la tierra con descansos de cintura mirando al

cielo. Y pasan los panaderos montados en sus caballos, mientras gritan: “¡El panaderoooo!”

Se abren las puertas y los canastos se elevan para acoger “los bolos, las hogazas, las

roscas...”

Es entonces, cuando el poeta que más finamente ha sabido tejer la más bella lírica

de los pueblos y sus clases sociales, “Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas”

Los de abajo Platero, esas criaturas que cada día que pasa después de cien años de vidas

continúan con su pobreza al hombro sin un pan debajo del brazo como en el poema de

César Vallejo. Situación humana que el poeta percibe y la dibuja en rítmicas palabras: “Y

los niños pobres llaman, al punto, a las campanillas de las cancelas o a los picaportes de los

portones, y lloran largamente hacia adentro: ¡Un poquiiito de paaaan” Belleza y dolor,

conciencia del ser. Testimonio vivo.

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Mas no olvidemos el vino “Pan y vino comida de pobre”, con esto del pan de cada

día, cada día menos nuestro, porque nos están robando hasta el alma Platero, aquí en la

tierra no chista ni dios con esta gente que nos desgobiernan y los obispos mantecosos que

parecen patas negras de Jabugo, Platero, que también les debe de gustar el buen vino, que

a nadie le amarga un dulce Platero y al pan, pan, y al vino, vino. Entonces llévame con tu

lento caminar hacia el lagar para escuchar lo que comenta el poeta: “Este año Platero, ¡qué

pocos burros han venido con uvas! Es en balde que los carteles digan con grandes letras: A

SEIS REALES. ¿Dónde están aquellos burros de Lucena, de Almonte, de Palos? cargados

de oro límpido prieto, chorreante como tú, conmigo, de sangre, aquellas recuas que

esperaban horas y horas mientras se desocupaban los lagares? Corría el mosto por las

calles, y las mujeres y los niños llenaban cántaros, orzas, tinajas”.

Y aquí me tienes compartiendo nostalgias con J del poeta queriendo frenar el

proceso, el cambio, mantener la lírica de la naturaleza y el trabajo – premisa de Goethe―

sin la naturaleza como base sobre el trabajo, la poesía limpia no existe aunque intente

encubrirla el lenguaje. Y sin nostalgia más imposible como muy bien insiste María

Zambrano. Y aquí quedo fiel, Platero. Cien años que yo viviera, de vez en cuando, como

quien ya con muchos almanaques cumplidos decide echar una canita al aire, yo te sigo

leyendo desde el trote tranquilo de los atardeceres, cuando el cielo se prepara para recibir

mariposas blancas.

Francisco Vélez Nieto

Poeta y comentarista literario, autor de una docena de libros y

ocho antologías poéticas. Títulos recientes, Recuerdos de un

tiempo vivido (prosa), Itálica y otros poemas, Poesía unida.

Aura de luz y agua.

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ÍNDICE

Francisco Morales Lomas. La poesía infantil de Juan Ramón

Jiménez ………………………………………………….………. …

Inés María Guzmán. Platero entre mis sueños ………….…………

Ana Patricia Santaella Phalen. Platerillo …………………………

Rafael de Cózar. El centenario de la publicación Reflexión sobre

Platero y su percepción histórica ……………………………………

Francisco Basallote. En este oro ………………………….………..

Manuel Filpo Cabana. Juan Ramón Jiménez …………….………..

Filomena Romero. La tierna ternura de Platero ………….………...

Fran Nuño. Hay un pueblo …………………………………………

Paco Huelva. Un siglo de Platero ………………………….……….

Encarna León. Noche mágica ……………………………………...

Antonio Romero Ayora. Contextualización de Platero y Yo ……...

Paloma Fernández Goma. Cada otoño. La vida …………….……

Manuel Senra. Platero y yo ……………………………….………..

Carmen Ramos. El alma de Moguer es el pan ……………….……

José María Molina Caballero. El sueño más largo ……….………

Rosa Díaz. Platero y el ……………………………………….……..

Pag. 4

Pag. 36

Pag. 38

Pag. 40

Pag. 44

Pag. 46

Pag. 48

Pag. 50

Pag. 51

Pag. 54

Pag. 56

Pag. 59

Pag. 61

Pag. 63

Pag. 65

Pag. 67

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Pura López Cortés. A Platero, que me descubrió la magia Moguer .

Ramón García Medina. Juan Ramón Jiménez y Platero ……….….

Pedro Luis Ibáñez Lérida. El corazón dormido en el agua ……….

Alicia Aza. Acaso no tengamos elementos ………………………...

Luis Miguel León. Romancillo de arena …………………………...

Anabel Caride. Postal antigua ……………………………………...

Francisco Vélez Nieto. Nostalgias …………………………………

Pag. 70

Pag. 79

Pag. 81

Pag. 85

Pag. 87

Pag. 90

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EPILOGO

Esta Antología está Dedicada a Juan Ramón Jiménez,

Homenaje a su memoria en el centenario de Platero y Yo.

Una vez que has llegado hasta aquí, deseo hacer un brindis por todos y cada uno de

los autores y autoras que han hecho posible esta antología, en ella, estoy seguro han

hecho que retrocedas en el tiempo, consiguiendo traer al recuerdo, como decía

J.R.J., nuestra edad de oro.

A todos, y a ti, mi más sincero agradecimiento.

Carlos Rascón Capillas

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