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CIENCIA, TECNOLOGÍA Y SOCIEDAD: EVOLUCIÓN Y REVOLUCIONES

Carmenza Uribe

Instituto de Química Universidad de Antioquia

Octubre de 2007

“Las utopías parecen mucho más realizables hoy de lo que se creía antes. Pero ahora nos hallamos ante otro problema igualmente angustioso: ¿cómo

evitar su realización definitiva? Quizás empezará una nueva era en la que los intelectuales y las clases cultas soñarán con el modo de evitar la utopía y

volver a una sociedad no utópica, que sea menos perfecta pero más libre” Nicolás Berdiaeff

Pocos conceptos evocan con tanta claridad la incertidumbre de la condición humana en el cambio de milenio como los de ciencia, tecnología y sociedad, una tríada conceptual más compleja que una simple serie sucesiva. El último tercio del siglo XX ha puesto de manifiesto para todos, que la incesante corriente de innovaciones producidas por el complejo científico-tecnológico o tecnociencia, se ha convertido en la fuerza decisiva que configura las condiciones, los ambientes y las formas de vida a nivel global. El mundo actual es muy diferente al de hace un siglo o más, esto es evidente y se acepta comúnmente pero lo verdaderamente distinto, lo que hace a nuestro mundo diferente de todos los anteriores es el grado de desarrollo que han alcanzado la ciencia y la tecnología. Sin embargo, podría decirse que esto es normal; igual que otras actividades humanas como el arte o la música, la ciencia ha avanzado enormemente. Hay un hecho que hace que este desarrollo tecnocientífico merezca una atención especial: el hecho de que ese desarrollo ha sido de tal magnitud y naturaleza que ha afectado radicalmente las formas de vida de la sociedad. Alguien podría simplemente obviar el desarrollo del arte en los últimos 100 años considerando que no ha afectado su vida, y podría tener razón. Pero nadie podría decir que no ha sido influido por el desarrollo de la ciencia y la tecnología, porque éstas, a diferencia de otras actividades humanas, se imponen a todo el mundo. En otras palabras, nadie puede escapar a los efectos del desarrollo producido a lo largo del siglo XX.

La sociedad está invadida por los productos de la ciencia y la tecnología; el teléfono celular, el horno microondas, la televisión, los electrodomésticos, las naves espaciales, los satélites, los medicamentos, los automóviles, los instrumentos de diagnóstico clínico, como tantas otras cosas son artefactos tecnológicos, y es aquí en estos objetos donde es más evidente la idea de que las sociedades avanzan. Se suele considerar que cada vez se vive mejor porque se dispone de más y más artefactos que hacen la vida más fácil liberándonos de duros y monótonos trabajos. Sin embargo existen otros artefactos menos visibles pero también reales: las máquinas sociales, o tecnologías de organización social, que afectan la vida cotidiana tanto como los artefactos físicos. Son ejemplos el reparto de

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jerarquías y la organización de funciones en las instituciones, en las fábricas o en el ejército, y también son máquinas sociales las iglesias, los lugares de diversión, los restaurantes de comida rápida y hasta las instituciones educativas.

Al mismo tiempo que hay quienes auguran el advenimiento de un mundo más feliz gracias al progreso tecnocientífico, cada vez más gente es partidaria de una vuelta a la naturaleza prescindiendo de todo lo artificial. Al respecto, algunos autores de utopías, han abandonado la visión de una sociedad idílica, para asumir posiciones más negativas: utopías negativas o antiutopías, que describen un mundo en que la técnica y el progreso científico sirven para crear nuevos y sofisticados métodos de dominación. A este tipo de utopías se les ha conocido como las del “escepticismo y de la desesperación”.

El cine ha mostrado profusamente los dos puntos de vista: películas fantásticas en las que las tecnologías han resuelto la mayoría de los problemas, o películas pesimistas en las que las tecnologías provocan grandes catástrofes como guerras hipertecnológicas o desastres naturales provocados voluntaria o accidentalmente por la actividad tecnológica descontrolada o el desmedido afán de científicos locos.

Lo único que parece unir estas dos posiciones optimista y pesimista sobre la tecnociencia, es que tanto tecnófilos como tecnófobos piensan que es poco lo que la sociedad y los individuos pueden hacer frente a la ciencia y la tecnología como no sea admirarlas o detestarlas y que los ciudadanos no pueden intervenir en la orientación o el desarrollo de la ciencia y la tecnología ya que tales decisiones están en manos de expertos.

Frente a estas imágenes radicalizadas, la perspectiva CTS: Ciencia, Tecnología, Sociedad, defiende que las relaciones de la sociedad con la ciencia y la tecnología no deben reproducir las tradicionales relaciones de los profanos con la sagrada divinidad. La aproximación CTS pretende introducir una racionalidad laica al analizar la interacción entre esos tres ámbitos.

Favorecer una percepción más ajustada y crítica frente a los temas de ciencia y tecnología, así como de sus relaciones con la sociedad es uno de los objetivos de la perspectiva CTS. Otro objetivo es promover la participación pública de los ciudadanos en las decisiones que orientan los desarrollos tecnocientíficos con el fin de acercar a la sociedad las responsabilidades sobre su futuro. Por lo tanto CTS no es la yuxtaposición de los temas propios de cada uno de estos conceptos, sino más bien lo que surge en los intersticios, en las fronteras, en las tensiones que aparecen en la relación entre ellos, lo cual no es poco. Antes de profundizar más en el tema CTS, se analizará un enfoque general sobre el estado de los tres conceptos con los que se construye el concepto CTS: la ciencia, la tecnología y la sociedad.

LA CIENCIA

Podríamos decir que nuestro tiempo es el de la ciencia. Nunca antes el ser humano ha estado tan pendiente del avance de los conocimientos científicos como ahora y nunca antes se ha esperado tanto de la ciencia, pero también, nunca antes se le ha temido tanto. Sabemos más que nunca sobre el funcionamiento de todo lo que nos rodea: desde

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nuestro entorno hasta los confines del universo. Hemos desarrollado tanto nuestros saberes que ya casi no queda espacio para los mitos y para las divinidades. Es difícil exagerar la importancia de la ciencia en el mundo actual, aunque para algunas personas la ciencia parezca algo lejano y difuso que se identifica con descubrimientos notables o con nombres de científicos destacados. La percepción pública de la ciencia es un tanto ambivalente: está ligada a mensajes contradictorios, unos optimistas y otros catastrofistas, lo que ha llevado a que muchas personas no tengan claro qué es la ciencia y cuál es su papel en la sociedad.

En el uso cotidiano parece que el significado del concepto ciencia no fuera problemático. Casi nadie solicitaría aclaración adicional si escucha decir que algo es científico. La mayoría de las personas han tenido alguna formación en materias consideradas científicas puesto que en sus estudios básicos y medios, tomaron cursos de matemáticas, física, química, biología; entre estas personas queda la idea de que éstas son disciplinas difíciles en las que se enseñan verdades exactas y en las cuales se exige inflexibilidad en las respuestas, algo que no se da en otro tipo de asignaturas. Además como tantos alumnos pierden estas asignaturas, es evidente su complejidad intrínseca. La ciencia entonces, sería una actividad que solo pueden desarrollar unas pocas personas especialmente brillantes desde el punto de vista intelectual. Esta misma visión de la ciencia podría tenerla el público menos cultivado, aquel cuya imagen de la ciencia proviene de lo que exhiben la publicidad, el cine y la televisión.

Ambas imágenes, la que se propaga a través de los medios de comunicación y la que se imparte en centros educativos provienen de una misma fuente: la concepción heredada de la ciencia. De acuerdo con esta concepción, la ciencia se ve como una empresa autónoma, objetiva, neutral y basada en la aplicación de un código de racionalidad ajeno a cualquier tipo de interferencia externa. La herramienta intelectual responsable del producto científico es el “método científico” que es un procedimiento reglamentado para evaluar la aceptabilidad de enunciados generales con el apoyo del componente empírico. Una adecuada cualificación de la ecuación “lógica + experiencia” debe proporcionar la estructura final del método científico, respaldando el conocimiento objetivo cuyas características de coherencia y continuidad originarían virtudes tales como la simplicidad, el poder predictivo, la fertilidad teórica o el poder explicativo. Sin embargo durante las últimas décadas han surgido numerosas preguntas sobre el papel social de la ciencia y acerca de sus peligrosas consecuencias; al poner el énfasis en tales consecuencias, se deja de lado el qué de la ciencia y se enfatiza el para qué.

La pregunta sobre lo que es la ciencia no fue una cuestión problemática en el siglo XX; no lo fue para los científicos que se encargaron de construirla, ni para los ciudadanos que asumieron sus resultados. Pero sí fue una cuestión problemática para muchos teóricos: filósofos, sociólogos de la ciencia y algunos científicos interesados en saber de qué proceso hacían parte. Para lo que se trata de exponer aquí, se pueden considerar dos perspectivas sobre la ciencia: las internalistas y las externalistas, cuya diferencia radica en el peso que se les concede a los factores externos a la hora de definirla.

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Entre las concepciones internalistas que estuvieron vigentes durante los primeros dos tercios del siglo XX están el positivismo lógico y el enfoque de Karl Popper, posiciones que aunque eran contrapuestas, compartían algo: la ciencia produce un saber verdadero gracias a que emplea un determinado método para relacionar hechos y teorías. Los neopositivistas sostenían que la verdad de los enunciados se encuentra en la posibilidad de comprobar los hechos a que hacen referencia; los hechos son datos indiscutibles que hay que admitir. Por su parte Popper consideraba que los hechos suponen la existencia de un marco teórico previo y que solo se puede interpretar un hecho a la luz de una teoría determinada. Además Popper sostenía que el valor de una teoría está en su capacidad para predecir y explicar, criterio conocido como falsacionismo. Estas posturas –la neopositivista y la de Popper- no consideran relevante la transformación que la ciencia realiza sobre la realidad, ni la presión de la realidad social sobre ella, ni la historia de la ciencia, ni sus fracasos, ni su política, ni su enseñanza.

A partir de los años 60 comienza el auge de las concepciones externalistas de la ciencia. Con base en un trabajo iniciado 15 años antes, cuando le fue encomendado dar una clase de ciencia para estudiantes de humanidades, enfocándose en casos de estudio históricos, en 1962 Thomas Samuel Kuhn, doctor en física y epistemólogo estadounidense, publica su texto “La estructura de las revoluciones científicas”. En este libro Kuhn describe cómo ocurren los cambios científicos. Explica que una vez una ciencia se ha asentado como tal, pasa a constituirse en ciencia normal, o sea aquella cuyas teorías son aceptadas y no son puestas en cuestión. Kuhn denomina paradigma al conjunto de explicaciones, modelos y teorías que una comunidad considera como suyos en el marco de la ciencia normal. Pero ocurre que en determinado momento el paradigma establecido empieza a ser insuficiente para dar cuenta de los fenómenos observados, empiezan a ocurrir anomalías, y el modelo existente entra en crisis. La gravedad de las anomalías es juzgada por quienes practican la disciplina en cuestión: algunos defenderán el paradigma existente y otros harán propuestas de nuevas teorías o modelos; los primeros son conservadores, los segundos, arriesgados, y para que una disciplina desarrolle su potencial se necesita de ambos.

Uno de los más interesantes aportes de Kuhn fue que el análisis racionalista de la ciencia propuesto por el positivismo es insuficiente, y que es necesario apelar a la componente social de la ciencia para explicar la producción, mantenimiento y cambio de las teorías científicas. Por tanto, a partir de Kuhn se impone la necesidad de un marco conceptual enriquecido e interdisciplinar para responder a las cuestiones planteadas tradicionalmente por la filosofía, la historia y la sociología de la ciencia. La obra de Kuhn da lugar a una toma de conciencia sobre la dimensión social y el enraizamiento histórico de la ciencia, al tiempo que inaugura el estilo interdisciplinar que tiende a difuminar las fronteras clásicas entre las especialidades académicas, preparando el terreno para los estudios sociales de la ciencia.

LA TECNOLOGÍA

También podemos decir que estamos en el tiempo de la tecnología. Nuestro tiempo en el planeta ha sido precisamente el de la técnica. La frontera entre la condición humana y la animal fue atravesada cuando nuestros antepasados empezaron a hacer cosas: con sus

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manos, con sus palabras sus pensamientos. Todos los seres vivos son producto de la evolución natural y se adaptan al entorno, con lo cual sobreviven. Pero nuestra especie hizo algo inaudito: usando las técnicas forzó las leyes de la evolución natural y fue capaz de adaptar entornos a sus propias condiciones; por eso no estamos obligados a sobrevivir en un lugar concreto de la naturaleza, sino que vivimos a nuestro antojo en cualquier sitio del planeta.

Al intentar definir lo que es la tecnología sucede igual que con otras palabras como lenguaje o vida: es casi imposible pensar sobre ellas, sin pensar desde ellas. La tecnología está tan presente en la vida de los seres humanos que apenas podemos hablar de ello con la distancia suficiente para reconocer claramente sus perfiles. Nuestro entorno natural ha sido radicalmente transformado por las técnicas y las tecnologías. Incluso, la propia conservación de la naturaleza para preservarla de los efectos del desarrollo, es una decisión que se adopta de forma consciente. Tal es la omnipresencia de la técnica, que se afirma que la propia realidad es una construcción técnica.

Acerca del origen de la técnica, la antropología ha discutido diversas teorías sobre el tipo de factores que condujeron a que un grupo de primates abandonara la vida en los árboles hace varios millones de años. La sociabilidad, la capacidad lingüística y las habilidades técnicas fueron fundamentales en el proceso de hominización. La intensa interacción social favoreció el cambio de hábitat. Sin embargo es la posición erguida el primer criterio de humanidad que liga a los hombres con sus antepasados. También son criterios la cara corta sin caninos ofensivos y las manos libres, hecho que favoreció la posesión de útiles y el desarrollo técnico. En todo esto el cerebro jugó un papel integrador.

El dominio del fuego, la predigestión de los alimentos al cocinarlos, la domesticación de animales, la agricultura, el hilado y la fundición de metales son los primeros elementos significativos en una larga cadena de actos técnicos que han caracterizado la evolución cultural de los humanos. Por todo esto es ampliamente aceptado que el ser humano es ante todo un homo faber además de –y quizá antes de– homo sapiens.

Surge entonces la pregunta acerca de la diferencia entre técnica y tecnología. En la literatura especializada se reserva el término técnica para las actividades artesanales precientíficas, y tecnología para las técnicas industriales vinculadas al conocimiento científico. En una óptica muy general, la idea de tecnología está relacionada con la producción material ligada a la industria; en este sentido la tecnología sería relativamente moderna y posterior al concepto de técnica que correspondería más a formas preindustriales de producción. Por ejemplo los procedimientos tradicionales para elaborar licores, yogures, quesos o cerveza, son técnicas, mientras que la mejora en estos procedimientos a partir de los hallazgos de Pasteur y del desarrollo de la microbiología industrial, son tecnologías.

El ser humano, en cierto modo puede considerarse un producto de la técnica, cuando se mira en detalle no solo su evolución natural, sino su evolución cultural: la técnica ha supuesto la transformación del medio en que los humanos han desarrollado su vida, a la vez que ha ocasionado la propia transformación de las formas de vida humanas. Lo

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propio de la vida humana es la continua readaptación a diversas condiciones ambientales para facilitar su existencia en cualquier parte del planeta, e incluso fuera de él.

La propia organización social puede ser considerada como técnicamente construida, es decir, como un artefacto. Incluso algunas tecnologías de organización social llegan a ser autónomas respecto de las tecnologías materiales. La organización educativa como tecnología de organización social es un caso claro, pero también el urbanismo, la arquitectura, las terapias psicológicas, la publicidad y los medios de comunicación son tecnologías en las que la organización social es un artefacto relevante. Por lo anterior, lo tecnológico es también lo que transforma y construye la realidad social.

Por lo tanto, es apropiado hablar de tecnología como sistema y no solo como artefactos, para incluir tanto objetos materiales como tecnologías organizativas. El carácter de sistema permite poner en relación a los individuos y a los grupos –productores, consumidores–, con los medios y materiales disponibles y con a los fines a desarrollar.

LA SOCIEDAD

Quizá por todo lo anterior, también estamos en el tiempo de la sociedad. Los seres humanos, además de animales sabios, además de animales hábiles, somos animales sociales. Hay muchos otros animales sociales en la naturaleza, su organización comunitaria es determinante para su supervivencia, pero en nuestra especie las formas de organización social no son rígidos automatismos dirigidos solamente a la supervivencia; nuestra vida está también socialmente organizada, pero de modos diversos dependiendo del lugar, o de formas cambiantes dependiendo del tiempo. La diferencia con las demás especies, está en que podemos decidir sobre las características de nuestras sociedades y sobre el rumbo de sus cambios. Hoy sabemos que las sociedades son construcciones tan humanas como otras, como la ciencia y la tecnología, y además hoy queremos decidir sobre el presente y el futuro de tales organizaciones.

Si las preguntas sobre la ciencia y la tecnología son complicadas y difícilmente abarcables, la pregunta por la sociedad añade nuevos inconvenientes. Aquí la discusión es más larga y compleja, aunque el estudio riguroso y científico de la sociedad solo comenzó en la segunda mitad del siglo XX. Dos de las ideas más aceptadas sobre el concepto de sociedad son, en primer lugar, la que relaciona la sociabilidad con la naturaleza humana; en este caso los seres humanos somos seres de cultura y de naturaleza; por lo tanto, la sociedad se identifica con la cultura, es decir, con lo que no se transmite por la herencia.

De otro lado se plantea la sociedad como un sistema que incluye acciones mutuamente comunicativas y cuyos límites se encuentran en la comunicación comprensible. Un sistema social es un sistema comunicativo y por lo tanto existe sociedad donde hay comunicación. Donde no hay comunicación solo hay entidades biológicas (sistemas biológicos) o psicológicas (sistemas psíquicos).

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De lo anterior se concluye que aunque la sociabilidad es natural, las estructuras sociales no lo son. En realidad, las estructuras sociales son un producto cultural, una respuesta adaptativa a diferentes ambientes y circunstancias.

TENSIONES ENTRE LO CIENTÍFICO Y LO SOCIAL: LAS DOS CULTURAS Y LA IMAGEN PÚBLICA DE LA CIENCIA

Las tensiones entre lo social y lo científico fueron evidenciadas en una influyente conferencia que pronunció el físico y novelista Charles Percy Snow en 1959 en Cambridge. El planteamiento principal de la conferencia es que la ruptura de la comunicación entre las ciencias y las humanidades es uno de los principales inconvenientes para la resolución de los problemas mundiales. Dada su formación científica y su actividad como novelista, Snow tenía la autoridad para plantear el debate.

“Son muchos los días que he pasado con científicos las horas de trabajo para salir luego de noche a reunirme con colegas literatos. Y, viviendo entre dichos grupos, se me fue planteando el problema que desde mucho antes de confiarlo al papel había bautizado en mi fuero interno con el nombre de "las dos culturas". Se trata de dos grupos polarmente antitéticos: los intelectuales literarios en un polo, y en el otro los científicos. Entre ambos polos, un abismo de incomprensión mutua; algunas veces (especialmente entre los jóvenes) hostilidad y desagrado, pero más que nada falta de entendimiento recíproco. Los científicos creen que los intelectuales literarios carecen por completo de visión anticipadora, que viven singularmente desentendidos de sus hermanos los hombres, que son en un profundo sentido anti-intelectuales, anhelosos de reducir tanto el arte como el pensamiento al momento existencial. Cuando los no científicos oyen hablar de científicos que no han leído nunca una importante obra de literatura, sueltan una risita entre burlona y compasiva. Los desestiman como especialistas ignorantes. Una o dos veces me he visto provocado y he preguntado [a los no científicos] cuántos de ellos eran capaces de enunciar el Segundo Principio de la Termodinámica. La respuesta fue glacial; fue también negativa. Y sin embargo lo que les preguntaba es más o menos el equivalente científico de “¿Ha leído usted alguna obra de Shakespeare?”.

C.P. Snow. “Las dos culturas y un segundo enfoque”.

Al tratar de explicar las contradicciones entre el progreso tecnológico y la decadencia de los valores sociales, Snow plantea lo perjudicial que ha resultado el desconocimiento que existe entre ambos saberes.

En una entrevista publicada en La Nación de Buenos Aires en septiembre de 2006 el crítico y teórico de la literatura y de la cultura George Steiner afirmó:

“Nosotros estudiamos el pasado, nos ocupamos del ocaso. Los científicos nos hablan en cambio del mañana y de después del mañana. Hay un gran desequilibrio. Y nos toca sobre todo a nosotros comprender las ciencias”

Cuando Steiner dice “nosotros” se refiere a los humanistas. Los otros son los científicos que, según él, viajan en naves mentales de alta velocidad que han despegado de la Tierra. Los humanistas en sus carros, bicicletas y a pie, continuarán discutiendo sobre las relaciones humanas en un mundo casi muerto.

Estas tensiones entre las dos culturas están relacionadas con la percepción pública que se tiene de la ciencia y la tecnología puesto que la imagen que se propaga de lo científico

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y de lo tecnológico, profundiza aún más el abismo, al no poner en contexto las razones y orígenes de tales desarrollos y propagar una imagen de la ciencia en la que se destacan sus aspectos más emotivos y escabrosos, lo que trae consigo la banalización, exageración, fragmentación y descontextualización de las noticias científicas convirtiéndose estas en maravillas de stand de feria o por el contrario en inductoras de alarma social. La percepción social del sistema ciencia-tecnología en las sociedades industriales es una percepción esquizofrénica. Los ámbitos académico y mediático han contribuido a consolidar esta imagen.

LOS ORÍGENES DEL CONCEPTO CTS

En 1620 el filósofo británico Francis Bacon publicó su Novum Organum o Indicaciones relativas a la interpretación de la naturaleza, obra en la que planteó que la ciencia era capaz de dar al ser humano el dominio sobre la naturaleza. Bacon alimentaba el sueño de que la ciencia resolvería los problemas del mundo y enriquecería la vida humana con nuevos inventos, con lo cual aumentaría la prosperidad. Esta visión se conservó prácticamente invariable hasta el siglo XX, mostrando una concepción clásica de las relaciones entre ciencia y tecnología de carácter esencialista y triunfalista que se puede resumir en una simple ecuación conocida como “modelo lineal de desarrollo”:

Más ciencia = Más tecnología = Más riqueza = Más bienestar social.

Aun hoy esta concepción está presente en el mundo académico y en los medios de divulgación. Mediante la aplicación del método científico y el acatamiento de un severo código de honestidad profesional se espera que la ciencia produzca la acumulación del conocimiento objetivo acerca del mundo. En esta visión clásica, la ciencia puede contribuir al mayor bienestar social si se olvida de la sociedad para dedicarse a buscar exclusivamente la verdad. Análogamente solo es posible que la tecnología pueda actuar de cadena transmisora en la mejora social si se respeta su autonomía para atender un criterio interno de eficacia técnica.

Ciencia y tecnología son presentadas así como formas autónomas de la cultura, como actividades valorativamente neutrales, como una alianza heroica de conquista cognitiva y material de la naturaleza. Sin embargo los grandes cambios y revoluciones que ocurrieron en el siglo XX forzaron a la pregunta por la forma y el tamaño de la ciencia, más que por sus contenidos. La respuesta está en la creación de una nueva disciplina de estudios sociales sobre la ciencia, conocida como CTS: Ciencia, Tecnología y Sociedad. Los desarrollos que condujeron a esta propuesta están estrechamente ligados a la historia del contexto en que se hizo la ciencia y la tecnología en el siglo XX.

SIGLO XX: DE LA CIENCIA A LA TECNOCIENCIA

La primera revolución científica de la era moderna se dio en Europa en los siglos XVI y XVII. Copérnico, Galileo, Kepler, Newton, Leibniz y otros cambiaron radicalmente la concepción europea del mundo, rompiendo los moldes aristotélicos del medioevo. El cambio fue lento y se inició en astronomía, física, matemáticas y medicina. En el siglo XVIII los científicos encontraron importantes aliados en los impulsores de la Revolución

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Industrial que ocurrió inicialmente en Gran Bretaña. La matematización del conocimiento y la metodología experimental llegaron a las demás ciencias: química, biología, geología y finalmente a las ciencias sociales. Uno de los principales motores de esta revolución fue la tecnología, mientras la ciencia solo tuvo una influencia indirecta.

Tomando como referencia estas dos grandes revoluciones de la era moderna, en el siglo XX se dio una revolución que cambió radicalmente el modo de hacer ciencia y tecnología en el mundo: la revolución tecnocientífica. Sin embargo, ésta ocurrió de una manera gradual y marcadamente impulsada por acontecimientos ajenos al propio desarrollo científico y tecnológico, como fueron los conflictos bélicos. Igualmente sus consecuencias no se quedaron en el ámbito de lo epistémico, sino que trascendieron de una manera muy marcada a la sociedad.

Puede decirse que en el siglo XX los grandes cambios en el modo de hacer ciencia y tecnología estuvieron marcados por tres etapas importantes:

• El período de la macrociencia o Big Science que se inició en la década de los años 30 y se extendió hasta finales de los 50

• Un período de crisis desde los años 60 hasta mediados de los 70 • Un nuevo período denominado de la revolución tecnocientífica que se inició en los

70 y se extiende hasta la actualidad.

La manera como se han sucedido estas etapas ha mostrado grandes y profundos cambios no solo en el conocimiento que se ha adquirido, ni en las tecnologías que se han puesto en práctica, sino sobre todo en la estructura propia de la actividad científico-tecnológica. Del científico solitario y genial de los siglos anteriores se pasó a redes telemáticas de laboratorios interconectadas a través de tecnologías de la información y la comunicación. De un gran aprecio por los valores epistémicos en los proyectos de investigación se pasó a una etapa en la que diversos valores, externos a la investigación misma, son prioritarios: utilidad, eficacia, eficiencia, aplicabilidad.

Los países han diseñado sus propias políticas de investigación y desarrollo, los gobiernos han intervenido fuertemente en asuntos científicos, y más recientemente la innovación ha sido factor importante para el desarrollo de proyectos. La comunicación pública de los resultados de las investigaciones empezó a producirse en un escenario tecnológico: a distancia y en red. La contrastación de datos, mediciones, experimentos e hipótesis se llevan a cabo en Internet. Las relaciones informales entre científicos se dan por correo electrónico. Igualmente se ha modificado la difusión de los resultados: anteriormente la prioridad era la publicación científica y en la nueva etapa se privilegian las patentes y se protegen otras formas de propiedad intelectual. Mientras las matemáticas dominaron el mundo científico hasta mediados de siglo, la informática ha surgido como una nueva realidad a la cual están asociados prácticamente todos los sectores productivos y académicos.

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Macrociencia: precursora de la tecnociencia

Puede decirse que la macrociencia nació asociada a la Segunda Guerra Mundial. Los siguientes proyectos macrocientíficos venían funcionando desde la década anterior al conflicto: el Radiation Laboratory de Berkeley, el Klystron Laboratory de Stanford y el Radiation Laboratory del MIT. Proyectos macrocientíficos asociados más directamente a la Segunda Guerra Mundial surgieron en el ámbito de la físico-matemática militarizada: el proyecto ENIAC (Electronic Numerical Integrator And Computer) de la Moore School of Pennsylvania y el Proyecto Manhattan de Los Álamos.

ENIAC fue la primera computadora electrónica de propósito general, y fue financiada por el ejército de los EEUU. John von Neumann, físico húngaro-estadounidense y uno de los científicos del proyecto, quería diseñar y hacer operativa una computadora que pudiera resolver problemas no lineales para apoyar la solución de relevantes problemas físicos y matemáticos; mientras tanto a John Presper Eckert ingeniero electrónico del proyecto le apasionaba el desafío tecnológico planteado por la construcción de la máquina. Sin embargo, al ejército del aire que financiaba el proyecto le importaba ante todo que ENIAC calculara con la máxima precisión y rapidez la trayectoria de proyectiles de larga distancia y que simulara los procesos de dinámica de fluidos que se producen durante una explosión.

De manera similar en el Proyecto Manhattan a los científicos les interesaba calcular la masa crítica en un proceso de fisión nuclear, cosa que lograron. Pero, por encima de ellos, los financiadores del proyecto pretendían disponer de un arma de destrucción masiva que pudiera servir para ganar la guerra rápidamente o posteriormente como arma de disuasión ante posibles ataques.

En el desarrollo de estos proyectos se muestra que las acciones macrocientíficas tienen objetivos plurales, algunos de los cuales son científicos y tecnológicos, pero otros son de índoles muy diferentes como en estos casos: militares, políticos, estratégicos. La macrociencia no la hicieron solo los científicos y los ingenieros; éstos formaron parte de un complejo científico tecnológico previamente diseñado en el que intervinieron otros muchos agentes.

Cronología de un fracaso: la crisis de los años ‘60

El reclamo por la autonomía de la ciencia con respecto a la interferencia social o política es algo que tiene lugar inmediatamente después de la II Guerra Mundial. Era una época de intenso optimismo acerca de las posibilidades de la ciencia-tecnología y su necesidad de apoyo incondicional.

La elaboración oficial del manifiesto de autonomía para la ciencia con respecto a la sociedad se debe originalmente a Vannevar Bush, un influyente científico norteamericano que fue director de la Office of Scientific Research and Development durante la II Guerra Mundial. En el informe de Bush denominado: Science: the endless frontier, se trazan las líneas de una futura política científico-tecnológica norteamericana subrayando el modelo lineal de desarrollo: el bienestar nacional depende de la financiación de la ciencia básica y

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el desarrollo sin interferencias de la tecnología, así como de mantener la autonomía de la ciencia para que el modelo funcione, posteriormente llegará el crecimiento económico.

Pese al optimismo proclamado por el prometedor modelo lineal planteado por Bush, el mundo fue testigo de una sucesión de desastres relacionados con la ciencia y la tecnología, especialmente desde finales de la década de los años 50: vertidos de residuos contaminantes, accidentes nucleares en reactores civiles y militares, envenenamientos con productos farmacéuticos, derrames de petróleo, etc. Todo esto no hizo sino confirmar la necesidad de revisar la política científico-tecnológica y con ésta, la concepción misma de la ciencia y la tecnología y su relación con la sociedad, en un sentimiento de alerta, de corrección del optimismo de la posguerra, que culminó en el simbólico año de 1968 con el movimiento contracultural y de revueltas contra la Guerra del Vietnam. Los sucesos que originaron tal sentimiento de necesidad de revisión se pueden resumir en lo que se ha llamado la cronología de un fracaso:

1957 La Unión Soviética lanza el Sputnik I, primer satélite artificial. Causó convulsión social y política en occidente, especialmente en EEUU.

El reactor nuclear de Windscale, Inglaterra, sufre un grave accidente creando una nube radiactiva en Europa occidental.

Explota cerca de los Urales el reactor nuclear Kyshtym, contaminando una gran extensión.

1958 Se crea la National Aeronautics and Space Administration (NASA) como respuesta al Sputnik. Se crea la European Space Research Organization (ESRO) como respuesta a la creación de la NASA.

1959 Conferencia de Charles Percy Snow donde se denuncia el abismo entre las culturas

humanística y científico-técnica.

60’s Movimiento contracultural. La lucha política vincula su protesta con la tecnología.

1961 La talidomida es prohibida en Europa después de causar más de 2500 defectos de nacimiento.

1962 Publicación de Silent Spring por Rachel Carson. Denuncia el impacto ambiental producido por plaguicidas sintéticos como el DDT. Dispara el movimiento ecologista.

1963 Tratado de limitación de pruebas nucleares

Se hunde el submarino USS Thresher, seguido por el USS Scorpion, y al menos tres submarinos nucleares soviéticos.

1966 Se estrella un B-52 con cuatro bombas de hidrógeno cerca de Palomares, Almería,

contaminado una amplia área con radiactividad.

1967 El petrolero Torry Canyon sufre un accidente y vierte petróleo en las playas del sur de Inglaterra.

1968 El papa Pablo VI hace público su rechazo a la contracepción artificial en Humanae vitae.

Graves revueltas en EEUU contra la Guerra del Vietnam, que incluyó sofisticados métodos de guerra química como el napalm.

Mayo del 68 en Europa y EEUU: protesta generalizada antisistema.

A partir de estos hechos y coincidiendo con el fracaso de la Guerra del Vietnam, se produjo un profundo movimiento de desconfianza hacia la ciencia por parte de la sociedad norteamericana, que tuvo reflejo directo en la disminución de los presupuestos estatales y privados para la investigación. Las protestas en los campus universitarios

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norteamericanos no solo entonaban “no más investigación para la guerra” sino que atacaban a las “factorías de conocimiento” que las impulsaban. Otro tanto ocurrió con la energía nuclear, que fue encontrando una oposición creciente en la sociedad, no solo por Hiroshima y Nagasaki, sino por el problema de los residuos nucleares producidos. Estas protestas originaron un debate central en los años 60: la exigencia de un mayor control social y democrático sobre la investigación científica, con lo cual emergió un nuevo agente del sistema: la propia sociedad, y lo hizo de manera desconfiada y crítica.

Tecnociencia: una nueva forma de hacer ciencia y tecnología

Los años 60 y 70 señalan el momento de revisión y corrección del modelo lineal de Vannevar Bush como base para el desarrollo de la política científico-tecnológica. La vieja política de laissez-faire propuesta para la ciencia comienza a transformarse en una nueva política más intervencionista, donde los poderes públicos desarrollan y aplican una serie de instrumentos técnicos, administrativos y legislativos para encauzar el desarrollo científico-tecnológico y supervisar sus efectos sobre la naturaleza y la sociedad.

La reacción anterior que refleja el conocido “síndrome de Frankenstein”1 en la esfera de las actitudes públicas, es algo que no se agota en el ámbito social y político. Los estudios CTS originarios de finales de los años 60 y principios de los 70, reflejan en el ámbito académico y educativo esa nueva percepción de la ciencia y la tecnología y de sus relaciones con la sociedad.

A la ciencia académica se superpuso un entramado industrial, político y militar que modificó profundamente la organización de la investigación. Los proyectos ya no fueron desarrollados por un solo laboratorio, sino por varios laboratorios en red; los laboratorios que hacían parte de un mismo proyecto pasaron por tanto a hacer parte de verdaderas factorías científicas, tal como ocurrió con el Proyecto Manhattan; con ello se optimizaron los recursos, pero se obligaba a una eficiente coordinación de todos los involucrados. La época romántica de la investigación científica con personajes visibles al frente de un problema (Darwin, Mendel, Einstein, los esposos Curie) fue transformada para siempre.

Después de la crisis de los 60 la situación empezó a cambiar gradualmente en los EEUU con la presidencia de Gerald Ford (1974-1977), pero sobre todo con la de Ronald Reagan (1981-1989). Se estableció un nuevo contrato social que puede considerarse como la base para el surgimiento de la tecnociencia: la prioridad política pasó a ser el desarrollo tecnológico, se produjo un rápido crecimiento en la financiación privada gracias a la liberalización de la ley de patentes y a una nueva política fiscal, que permitía desgravar el

                                                            1 El “síndrome de Frankenstein” se refiere al temor de que las mismas fuerzas utilizadas para controlar la naturaleza se vuelvan contra nosotros, destruyendo al ser humano. La novela de Mary Shelley, publicada en 1918 recoge ese temor: “Tú eres mi creador, pero yo soy  tu señor”,  le dice el monstruo a Víctor Frankenstein al  final de  la obra. Es  la misma inquietud planteada por H. G. Wells en “La  isla del Dr. Moreau”, el científico que  trataba e crear una  raza híbrida de hombres y animales en una isla y que consideraba que estaba trabajando al servicio de la ciencia y la humanidad, pero sus engendros terminaron destruyéndolo. El mito de Prometeo, en la Grecia clásica, constituye también un ejemplo de ese temor: Prometeo roba el  fuego a  los dioses pero no es  lo suficientemente divino para hacer buen uso de él. Más recientemente películas como Jurassic Park contribuyen a mantener vivo ese temor a las fuerzas desencadenadas por el poder del conocimiento. 

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25% de las inversiones en investigación y se privilegió la innovación como medio para obtener resultados sociales valiosos.

Así como en el siglo XIX se fueron diferenciando las ciencias, algunas tradicionales (matemáticas, astronomía, medicina, física, química, biología, geología…) otras nuevas (economía, sociología, psicología, antropología…) con base en las cuales se organizó el edificio científico del siglo XX, durante el siglo XXI habrá que distinguir entre dichas disciplinas y sus correspondientes tecnociencias: tecnomatemáticas, tecnoastronomía, tecnomedicina, tecnofísica, tecnoquímica, tecnobiología, tecnogeología, tecnoeconomía, tecnosociología, tecnopsicología, tecnoantropología…

Los estudios CTS constituyen el ámbito donde pueden interactuar todas las perspectivas de estudios sobre la ciencia: lo tecnocientífico, lo histórico, lo filosófico, lo sociológico y lo pedagógico, con el fin de evaluar y confrontar los aportes de estas nuevas disciplinas y su verdaderas repercusiones sobre la sociedad.

A continuación, algunos de los proyectos tecnocientíficos más importantes del siglo XX, que muestran el estrecho vínculo entre las actividades tecnocientíficas y sus impactos sobre la sociedad.

Tecnomatemáticas

Ya se habló del ENIAC de la Moore School de Pennsylvania. Fue iniciado en 1943 y perfeccionado en 1945. Costó 500.000 dólares, funcionaba a gran velocidad y se aplicaba a diversos tipos de cálculo. Al ENIAC le siguió el EDVAC (Electronic Discrete Variable Automatic Computer), que fue el primer ordenador en el sentido actual de la palabra puesto que trataba información binaria; el programa que ordenaba la ejecución de los cálculos se guardaba en la misma máquina, idea original de lo que hoy denominamos software. El EDVAC era una máquina diseñada para procesar información y no para hacer cálculos. El ENIAC fue el paradigma de la macromatemática, mientras el EDVAC lo fue de la tecnomatemática.

Tecnoastronomía

Así como el telescopio de Galileo revolucionó la astronomía en el siglo XVII, las nuevas tecnologías de observación, computación y representación de datos han modificado radicalmente nuestra concepción del universo y la investigación astronómica. Una de las ramas de la astronomía que dio el paso hacia la macrociencia fue la astronomía óptica a través del programa del telescopio espacial Hubble, proyecto impulsado por la NASA. Se empezó a construir en 1977 contratando la mayor parte de la tarea a empresas privadas. Su objetivo principal fue evitar las interferencias de la atmósfera para los telescopios ópticos e incrementar el grado de precisión de las observaciones. El telescopio espacial Hubble modificó la cultura de investigación astronómica que había sido atomizada, y forzó la creación de redes de investigación entre universidades y centros de investigación, con actividades multidisciplinarias y de integración de diversos intereses, con lo cual se dio el paso hacia la tecnoastronomía.

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Tecnofísica

El ejemplo paradigmático de la tecnofísica es el Proyecto Manhattan, que fue el gran macroproyecto del siglo XX superado solo por la exploración espacial. Fue un proyecto militar de máximo secreto en el que colaboraron físicos teóricos y experimentales, químicos, matemáticos, ingenieros y numerosas industrias. En el aspecto científico el proyecto produjo conocimiento alrededor de una nueva fuente de energía: la nuclear. Desde la perspectiva científica el proyecto fue exitoso, pero desde fuera, la valoración de sus resultados fue polémica. Sin la ingente financiación gubernamental, sin la colaboración de industrias y sin la estricta disciplina de científicos e ingenieros el proyecto no se hubiera podido desarrollar en un tiempo tan corto (1942-1945). Este es un ejemplo en el que la urgencia derivada de la actividad bélica fue decisiva para que un proyecto de esta magnitud tuviera éxito. El proyecto Manhattan es el punto de inicio de la revolución tecnocientífica en tecnofísica. Otras ramas de la física han entrado en esta revolución: el estudio de partículas elementales que depende de la construcción de grandes aceleradores de partículas y de la tecnología informática para el procesamiento de datos y la nanotecnología que es un híbrido entre física, biología molecular, química, ingeniería e informática.

Tecnoquímica

Desde la revolución industrial la química ha estado estrechamente vinculada a la actividad empresarial. Por ello no es extraño que los primeros proyectos macroquímicos hayan estado financiados por empresas privadas. Fue el caso del proyecto de elaboración de nylon por la compañía Du Pont. Esta era una empresa que intervenía en negocios muy distintos: pinturas, plásticos, explosivos, celofán, etc. El Departamento de investigación básica de la compañía empezó a colaborar estrechamente con otros dos departamentos de investigación aplicada, una vez se descubrió el neopreno, la primera fibra sintética y el nylon, una poliamida. Se creó un modelo de investigación coordinada, dirigida y continuamente supervisada por la dirección, dividiendo la investigación por componentes, poniéndolos en marcha y planificando progresivas síntesis y convergencia de los resultados. La planta industrial para la producción de nylon se empezó a construir cuando la investigación todavía estaba en curso. El modelo de gestión de Du Pont se convirtió en canónico, y fue por ello por lo que en 1942 se le encargó a Du Pont el diseño, construcción y puesta en funcionamiento de una planta para la producción de plutonio. La compañía inspiraba confianza por el modelo organizativo que había creado, característico de la tecnociencia.

Tecnomedicina

La emergencia de la tecnofísica incidió fuertemente en la medicina tanto en los aspectos científicos, como los tecnológicos. El desarrollo de la física nuclear indujo la creación de los marcadores fisiológicos de fósforo radiactivo, que comenzaron a desarrollarse en el Radiation Laboratory de Berkeley. Los radioisótopos supusieron una mejora tecnológica importante en medicina, contribuyendo a la aparición de una nueva disciplina: la medicina nuclear. La macromedicina propiamente dicha surgió tras la guerra como una derivación

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del Proyecto Manhattan. La División Médica del proyecto puso en funcionamiento diversos laboratorios con el fin de estudiar los efectos producidos por la exposición a las radiaciones. La penicilina (1940) fue el gran avance médico de la Segunda Guerra Mundial, pero la investigación nuclear abrió campos de investigación amplios para físicos, químicos, médicos y biólogos con la imprescindible colaboración de ingenieros y tecnólogos. Finalmente se buscó difundir el conocimiento que se había logrado durante la guerra no solo a través de aulas y publicaciones científicas, sino transfiriendo dicho conocimiento a industrias y hospitales.

Tecnobiología

El gran macroproyecto biológico del siglo XX fue sin duda el del Genoma Humano que se puso en marcha en los años 90. En el caso de la biología el cambio no procede propiamente de la física sino de la matemática. El punto de partida para el proyecto fue un modelo computacional de máquinas que se autorreproducen, con la hipótesis de que los aminoácidos conforman cadenas de proteínas mediante procedimientos combinatorios, que pueden seguirse a través de análisis matemáticos. Los genes comenzaron a ser considerados como máquinas biológicas que se comunican entre sí mediante códigos cifrados, y no solo como organismos bioquímicos. La noción de código genético fue ampliamente aceptada y utilizada, así como los métodos computacionales para investigarlo y descifrarlo. A finales de 1966 este código había sido descifrado y se cerró con ello la primera etapa de la genética informacional o computacional. La dotación del proyecto fue de 3000 millones de dólares y se encargó de su coordinación a James Watson, científico que junto con Francis Crick y Maurice Wilkins había propuesto la estructura en doble hélice del DNA en 1953. Watson propuso que el 5% del Proyecto estuviera dedicado a investigar las repercusiones éticas, legales y sociales del nuevo proyecto, lo que implica el reconocimiento explícito de que los valores sociales, jurídicos y morales también son relevantes en la investigación tecnocientífica.

CIENCIA, TECNOLOGÍA, SOCIEDAD Y CULTURA

Los estudios CTS definen hoy un campo de trabajo reciente y heterogéneo, aunque bien consolidado, de carácter crítico respecto a la tradicional imagen esencialista de la ciencia y la tecnología, y de carácter interdisciplinar por concurrir en él disciplinas como la filosofía, la historia de la ciencia y la tecnología, la sociología del conocimiento científico, la teoría de la educación y la economía del cambio técnico.

Los estudios CTS buscan comprender la dimensión social de la ciencia y la tecnología, tanto desde el punto de vista de los factores de naturaleza social, política o económica que modulan el conocimiento científico-tecnológico, como por lo que concierne a las repercusiones técnicas, ambientales y culturales de ese cambio. El aspecto más innovador de este nuevo enfoque se encuentra en la caracterización social de los factores responsables del cambio científico. Se propone en general entender la ciencia y la tecnología, no como un proceso o actividad autónoma que sigue una lógica interna de desarrollo, sino como un proceso o producto inherentemente social donde los elementos no epistémicos o técnicos —valores morales, convicciones religiosas, intereses

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profesionales, presiones económicas— desempeñan un papel decisivo en la génesis y consolidación de las ideas científicas y de los artefactos tecnológicos.

Tres supuestos principales configuran los estudios CTS:

1. El desarrollo tecnocientífico depende no solo de la propia ciencia o tecnociencia sino también de factores culturales, políticos, económicos, comerciales, estratégicos. Por lo tanto no hay en la tecnociencia saberes ocultos o inaccesibles.

2. La política científico-tecnológica o sea el conjunto de decisiones sobre cuestiones tecnocientíficas (por ejemplo la autorización para un nuevo medicamento o la construcción de una central nuclear en un determinado lugar) es algo que contribuye esencialmente a modelar las formas de vida y la organización institucional.

3. Se comparte un compromiso democrático básico, en el sentido de admitir el juego de las mayorías y asumir el diálogo como forma de relación social.

Como perspectiva teórica, CTS es un conjunto de estudios sobre la ciencia y la tecnología que enfatizan la presencia en ellas de los aspectos prácticos relacionados con los contextos sociales y culturales a los que corresponden. Los estudios CTS del ámbito académico suponen una nueva comprensión del fenómeno tecnocientífico. Así, los estudios CTS tienen una importante dimensión teórica: su planteamiento diferencial respecto de los enfoques internalistas tradicionales consiste en poner de relieve la importancia de los aspectos prácticos en la propia construcción de la ciencia y la tecnología.

CTS desde el punto de vista educativo

Seguramente es la mezcla de lo teórico —lo que permite conocer la realidad— y lo práctico —lo que permite actuar sobre ella—, lo que ha hecho que en la mayoría de los sistemas educativos se considere valiosa la educación científica y tecnológica. Mucho antes de que existiera el concepto CTS ya se enseñaba ciencia y tecnología, pero se hacía de una manera tradicional transmitiendo conceptos y destrezas no muy lejanos de las concepciones internalistas antes mencionadas. Frecuentemente, lo teórico se ha impuesto a lo práctico, con lo que se ha dado más importancia a las teorías y con ello se ha supeditado el papel de las prácticas al de la ejemplificación de las teorías transmitidas por los profesores. Pero además se ha olvidado el resto de las cuestiones prácticas en la educación tecnocientífica: lo relativo a la relación de la ciencia y la tecnología con la sociedad y los valores e intereses que aparecen en esas relaciones.

En la acción educativa CTS, se hace nuevamente esa relación entre teoría y práctica. La educación CTS da un nuevo contenido práctico a la educación tecnocientífica y aporta una visión teórica sobre su papel social. Tres pueden ser las alternativas para estudiar casos CTS en las aulas:

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• Casos CTS históricos que representan controversias ya cerradas y bien documentadas, pero con interés para los alumnos (por ejemplo el Proyecto Manhattan)

• Casos CTS actuales en los que se analizan controversias CTS en tiempo real que resultan altamente relevantes y motivadoras (por ejemplo la discusión sobre la eutanasia).

• Casos CTS simulados en los que se plantean controversias ficticias, aunque verosímiles (por ejemplo el análisis de una nueva forma de ser biológico, producido por experimentos de clonación).

En los planteamientos de la educación CTS conviene evitar cuatro posibles tentaciones reduccionistas, según las cuales CTS podría quedar limitada a un curso de filosofía o teoría de las ciencias, a un curso de historia de las ciencias y las tecnologías, a un curso de divulgación científica de carácter tecnófilo o a un curso de activismo tecnocientífico de carácter tecnófobo. Una genuina educación en CTS tiene dos finalidades principales:

• El análisis y la desmitificación del papel social de la ciencia y la tecnología para hacerlas accesibles e interesantes para los ciudadanos.

El aprendizaje social de la participación pública en las decisiones relacionadas con los temas tecnocientíficos.

Ambos objetivos permiten promover una nueva relación de los ciudadanos con la ciencia y la tecnología —un nuevo contrato social— y favorecen el interés público en ellas, propiciando la aparición entre los jóvenes de inquietudes y vocaciones científicas y tecnológicas, base importante para el propio fortalecimiento y desarrollo de la ciencia y la tecnología en la sociedad.

DESARROLLOS FUTUROS

La historia de la evolución y las revoluciones en los campos tecnocientíficos permiten pensar que los desarrollos futuros serán a iguales o mayores velocidades que los del siglo XX, y que definitivamente una perspectiva como CTS, de reflexión profunda sobre todas las implicaciones de los avances, será cada vez más necesaria. Uno de los cambios más inquietantes que está ocurriendo es el de la modificación de un concepto tan básico como el de persona; aparte de las sociedades agrarias y las grandes metrópolis y estados industriales, la sociedad de la información y el conocimiento implica una transformación radical del ser humano. Además de la identidad física y ciudadana, las personas están adquiriendo una tercera identidad, la identidad electrónica: la e-persona. Tecnocientíficamente marcados por los chips, los códigos de acceso y los passwords, el poder transformador de la tecnociencia está llegando a los componentes últimos de las sociedades. Al no haber ciudadanos, solo hay clientes, usuarios y consumidores. Ello supone una tercera fase de la revolución tecnocientífica del siglo XX. La evolución de estos hechos marcará la principal transformación social del siglo XXI.

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