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En el museo parisino de Orsay, a orillas del Sena, se puede contemplar una estatua de ónice, malaquita, la- pislázuli y mármoles de color que esculpió Louis-Ernest Barrias en 1899. Impregnada del erotismo del Art Nouveau, muestra a una joven que desvela su belleza ante el espectador. Su título, La Naturaleza descubrién- dose ante la Ciencia, constituye una exaltación de la ciencia triunfante y del positivismo de la tercera repú- blica. Mucho camino han recorrido la ciencia y la filo- sofía desde entonces, sobre todo en la primera mitad del siglo XX, y el rápido avance de la primera continúa hoy sin detenerse. Por el contrario, y juzgando precisamen- te desde una perspectiva históri- ca, la filosofía no atraviesa hoy su época de mayor esplendor. Suele creerse que el progreso, en general, es permanente. Sin embargo, no es así: no es muy arriesgado afirmar, por ejemplo, que la arquitectura, la pintura o la música han conocido tiempos mejores, salvo que construir edi- ficios cada vez más altos, utilizar extravagantes técnicas mixtas sobre un lienzo o abusar de las di- sonancias y la percusión constitu- yan, per se, un progreso. Lo mismo se podría decir de otras ramas del arte o del conocimiento, entre las que cabe incluir a la filosofía. La constancia en el progreso –por ahora– es privativa de la ciencia (y de la tecnolo- gía). Ello se debe, en buena parte, a lo que el premio Nobel de física Eugene P. Wigner llamaba en 1960 “irra- zonable efectividad de las matemáticas”, es decir, a la sorprendente capacidad de éstas para proporcionar el es- quema lógico y de cálculo que permite una comprensión de la naturaleza cada vez más precisa: ya dijo Galileo en Il Saggiatore (1623) que la naturaleza está escrita en len- guaje matemático, lo cual, dicho sea de paso, confiere a nuestra especie una enorme ventaja evolutiva. Este au- mento del poder predictivo y descriptivo de la ciencia, de su efectividad, contrasta con la escasa eficacia de la fi- losofía para dar cuenta hoy, según la escueta definición del diccionario de la RAE, de “la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales” y, también, de no- sotros mismos, de lo que somos y de nuestras acciones. ORIGEN DE LA FILOSOFÍA La afirmación precedente puede sorprender, pero no debe entenderse como una crítica a la filosofía. Tam- bién las civilizaciones atraviesan un período de esplen- dor antes de iniciar su decadencia: a nadie asombra hoy la desaparición del imperio romano, pero es seguro que muchos de sus ciudadanos con- templaron su caída con estupor recordando glorias pasadas, entre las que, no obstante, hubie- ran podido hallar alguna de las causas de su desplome. De for- ma análoga es más que posible que la filosofía, debido a las cir- cunstancias en las que nació, lle- vara en sí misma el germen de sus futuras limitaciones. En efec- to, los sistemas filosóficos clási- cos surgieron exclusivamente –no podía ser de otro modo– de la pura reflexión e introspección del filósofo, ambas inevitablemente motivadas y condicionadas por lo que podría llamarse su experiencia vital, diferente para cada persona. Esto explica la aparición de distintos sis- temas filosóficos según las épocas, culturas y, por supuesto, los propios filósofos. Esa experiencia vital tiene dos vertientes, social y natural, resultado de nues- tra interacción con los demás seres humanos (incluyen- do educación y formación) y con la naturaleza. Puesto que las ideas de las personas dependen de su experien- cia vital –tanto más acusadamente cuanto más estrecha es– no es sorprendente que la filosofía que construye- ran dependiera de ella. En su componente natural (no social), la experien- cia vital ha estado, hasta hace bien poco, severamente CIENCIA Y FILOSOFÍA José A. de Azcárraga* En el pasado, la filosofía ha sido una fuente esencial del conocimiento. Hoy, sin embargo, no puede haber verdadera filosofía al margen de la ciencia. «ES MÁS QUE POSIBLE QUE LA FILOSOFÍA, DEBIDO A LAS CIRCUNSTANCIAS EN LAS QUE NACIÓ, LLEVARA EN SÍ MISMA EL GERMEN DE SUS FUTURAS LIMITACIONES» D O C U M E N T O 40 Anuario 2003 MÈTODE

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En el museo parisino de Orsay, a orillas del Sena, sepuede contemplar una estatua de ónice, malaquita, la-pislázuli y mármoles de color que esculpió Louis-ErnestBarrias en 1899. Impregnada del erotismo del ArtNouveau, muestra a una joven que desvela su bellezaante el espectador. Su título, La Naturaleza descubrién-dose ante la Ciencia, constituye una exaltación de laciencia triunfante y del positivismo de la tercera repú-blica. Mucho camino han recorrido la ciencia y la filo-sofía desde entonces, sobre todo en la primera mitad delsiglo XX, y el rápido avance de la primera continúa hoysin detenerse. Por el contrario, y juzgando precisamen-te desde una perspectiva históri-ca, la filosofía no atraviesa hoysu época de mayor esplendor.

Suele creerse que el progreso,en general, es permanente. Sinembargo, no es así: no es muyarriesgado afirmar, por ejemplo,que la arquitectura, la pintura o lamúsica han conocido tiemposmejores, salvo que construir edi-ficios cada vez más altos, utilizarextravagantes técnicas mixtassobre un lienzo o abusar de las di-sonancias y la percusión constitu-yan, per se, un progreso. Lo mismo se podría decir deotras ramas del arte o del conocimiento, entre las quecabe incluir a la filosofía. La constancia en el progreso–por ahora– es privativa de la ciencia (y de la tecnolo-gía). Ello se debe, en buena parte, a lo que el premioNobel de física Eugene P. Wigner llamaba en 1960 “irra-zonable efectividad de las matemáticas”, es decir, a lasorprendente capacidad de éstas para proporcionar el es-quema lógico y de cálculo que permite una comprensiónde la naturaleza cada vez más precisa: ya dijo Galileo enIl Saggiatore (1623) que la naturaleza está escrita en len-guaje matemático, lo cual, dicho sea de paso, confiere anuestra especie una enorme ventaja evolutiva. Este au-mento del poder predictivo y descriptivo de la ciencia, desu efectividad, contrasta con la escasa eficacia de la fi-

losofía para dar cuenta hoy, según la escueta definicióndel diccionario de la RAE, de “la esencia, propiedades,causas y efectos de las cosas naturales” y, también, de no-sotros mismos, de lo que somos y de nuestras acciones.

� ORIGEN DE LA FILOSOFÍA

La afirmación precedente puede sorprender, pero nodebe entenderse como una crítica a la filosofía. Tam-bién las civilizaciones atraviesan un período de esplen-dor antes de iniciar su decadencia: a nadie asombra hoyla desaparición del imperio romano, pero es seguro que

muchos de sus ciudadanos con-templaron su caída con estuporrecordando glorias pasadas,entre las que, no obstante, hubie-ran podido hallar alguna de lascausas de su desplome. De for-ma análoga es más que posibleque la filosofía, debido a las cir-cunstancias en las que nació, lle-vara en sí misma el germen desus futuras limitaciones. En efec-to, los sistemas filosóficos clási-cos surgieron exclusivamente–no podía ser de otro modo– de

la pura reflexión e introspección del filósofo, ambasinevitablemente motivadas y condicionadas por lo quepodría llamarse su experiencia vital, diferente paracada persona. Esto explica la aparición de distintos sis-temas filosóficos según las épocas, culturas y, porsupuesto, los propios filósofos. Esa experiencia vitaltiene dos vertientes, social y natural, resultado de nues-tra interacción con los demás seres humanos (incluyen-do educación y formación) y con la naturaleza. Puestoque las ideas de las personas dependen de su experien-cia vital –tanto más acusadamente cuanto más estrechaes– no es sorprendente que la filosofía que construye-ran dependiera de ella.

En su componente natural (no social), la experien-cia vital ha estado, hasta hace bien poco, severamente

CIENCIA Y FILOSOFÍA

José A. de Azcárraga*

En el pasado, la filosofía ha sido una fuente esencial del conocimiento. Hoy, sin

embargo, no puede haber verdadera filosofía al margen de la ciencia.

«ES MÁS QUE POSIBLE QUE

LA FILOSOFÍA, DEBIDO A LAS

CIRCUNSTANCIAS EN LAS

QUE NACIÓ, LLEVARA EN SÍ

MISMA EL GERMEN DE SUS

FUTURAS LIMITACIONES»

D • O • C • U • M • E • N • T • O

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restringida por las limitaciones de nuestros sentidos.Sólo desde Galileo, en el siglo XVII, éstos han sidocomplementados por instrumentos capaces de percibiraspectos de la naturaleza antes inalcanzables e insos-pechados, por lo que cabe decir que la filosofía tradi-cional ha ignorado aspectos esenciales de aquélla. Porotra parte, la componente humana y social de la expe-riencia vital siempre estuvo presente en la génesis dela filosofía, pero también aquí ha sido ajena, en granparte, al conocimiento científico. Los sucesores dePlatón y Aristóteles deben –o deberían– enfrentarsehoy con los rudimentos de la fisiología, la etología, lapsicología evolutiva, las redes neuronales, y quiénsabe si hasta con la física cuántica –como, por ejem-plo, intentó en España Xavier Zubiri en los años trein-ta– para abordar algunos aspectos del conocimiento yde la naturaleza humana. Por ello, toda filosofía queignore en la actualidad lo que en tiempos de IsaacNewton se llamaba filosofía natural (recuérdese el tí-tulo de la obra magna de Newton, PhilosophiaeNaturalis Principia Mathematica, 1687), o las ideasque surgieron con The origin of species by means ofnatural selection (1859) de Charles Darwin, corre elriesgo de ser irrelevante o reducirse, simplemente, ahistoria de la filosofía, y esto dicho en el sentidomenos favorable de la afirmación de Hegel según lacual “la filosofía es el estudio de su propia historia”.En los albores del siglo XXI, cuando se puede discutircon rigor sobre el origen y evolución del universo, laaparición de la vida o indagar si existe fuera de nues-tro planeta, cuando se conoce el mecanismo –las mu-taciones genéticas y la selección natural– de la apari-ción y evolución de las especies, cuando ya se tiene unborrador completo del genoma humano, cuando algu-nos aspectos de la ética del comportamiento puedenanalizarse también desde una perspectiva biológica pormedio de la sociobiología, cuando se sabe que inclusociertas comunidades de primates y mamíferos acuáti-cos poseen rudimentos de cultura, cuando la investi-gación sobre los procesos cerebrales y de adquisiciónde conocimientos empieza a despegar, cuando se hablaincluso de “neuroteología”, no cabe ya la sola refle-xión e introspección.

Creo que fue el filósofo, matemático y maestro deBertrand Russell, Alfred N. Whitehead, quien afirmóque toda la historia de la filosofía podría reducirse anotas de pie de página a los diálogos platónicos. Lafrase, aunque exagerada, cobra su verdadero sentido sirecordamos que Platón vivió hace 2.400 años. La filo-sofía no puede, hoy, vivir de espaldas al conocimientocientífico, y menos aún, tratar de relativizarlo en un in-tento fútil de retener un espacio privilegiado o protegi-

En el museo parisino de Orsay se

puede contemplar una estatua

de ónice, malaquita, lapislázuli y

mármoles de color que escul-

pió Louis-Ernest Barrias en

1899. Impregnada del erotis-

mo del Art Nouveau, muestra

a una joven que desvela su

belleza ante el espectador. Su

título, La Naturaleza descu-briéndose ante la Ciencia,

constituye una exaltación

de la ciencia triunfante y

del positivismo de la ter-

cera república.

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do, que es lo que, en el fondo, han intentado algunos fi-lósofos postmodernos con sus críticas desmesuradas ala racionalidad y objetividad de la ciencia. La filosofíadebe estar, hoy, unida a la ciencia. La ciencia nos ayudaa comprender cómo son las cosas, no cómo nos pare-cen o desearíamos que fueran, y por tanto es, a largoplazo, más inmune a nuestras preconcepciones, filias yfobias. De la misma forma que nuestros sentidos noestán preparados para observar fenómenos relativistaso cuánticos (nuestra experiencia personal es inevita-blemente newtoniana y clásica, no relativista ni cuán-tica), y por tanto necesitan de la experimentación parapoder observar la naturaleza tal como es, la experienciavital a la que me refería antes no incluye el conoci-miento científico, y por tanto es insuficiente para unpensamiento filosófico actual. Por ello, y rememoran-do el universalismo del renacimiento, la filosofía delsiglo XXI deberá incluir en su bagaje el conocimientocientífico o no será filosofía, es decir, amor a la sabi-duría. Decía Einstein que “en estos tiempos materialis-tas en que vivimos, la única gente profundamente reli-giosa son los investigadores científicos serios”. Quizáse podría afirmar también que los auténticos filósofosde hoy son los que no ignoran la perspectiva científica.Pues, parafraseando a Ludwig Wittgenstein –aunquesea fuera de contexto– “sobre lo que no se puede hablar

es mejor guardar silencio”. Y no deja de ser cu-rioso que, también etimológicamente, ma-temáticas signifique conocimiento.

� UN FAMOSO DEBATE: POPPER VS.

WITTGENSTEIN

Wittgenstein, que suscitaba entre sus dis-cípulos una devoción casi propia del líder deuna secta, sostenía que no había verdaderos

problemas filosóficos, sino sólo dificultades lingüísticasque había que desentrañar para poder establecer los lí-mites del pensamiento conceptual inteligible, y así lo ex-presó en su Tractatus logico-philosophicus (1921). Sucompatriota Karl Popper, vienés como él, pero másjoven, sostenía por el contrario que sí había genuinos pro-blemas filosóficos; entre otros, la propia tesis de Witt-genstein. Así lo defendió Popper en la única ocasión enla que se enfrentó a su oponente, en un tormentoso de-bate que tuvo lugar en el King’s College de Cambridgeen 1946, cuando Wittgenstein era allí profesor de la uni-versidad y Popper de la London School of Economics.A la conferencia de Popper asistió Bertrand Russell, an-tiguo mentor de Wittgenstein: éste, excitado, acosado porPopper y quizá reprendido por Russell, acabó saliendo ai-radamente del salón sin responder a las críticas. El am-biguo legado filosófico de Wittgenstein –hay, incluso,dos Wittgensteins diferentes: el de la primera y el de lasegunda época– subyuga todavía: es curiosa la fascina-ción que ejercen los textos esotéricos, como si su oscu-ridad fuera garantía de validez (algo que sucede tambiéncon los de muchos filósofos postmodernos, aunqueWittgenstein renegaría de todo posible paren-tesco). Decía Ortega y Gasset que la clari-dad es la cortesía de los filósofos. Pesea su evidente descortesía, Wittgens-tein es considerado como uno de losgrandes filósofos de todos los tiem-pos. No obstante, creo que la in-fluencia de las ideas de Popper, mu-chas ya asimiladas y por ello no siem-

Alfred N.Whitehead –a la izquier-

da– afirmó que toda la historia de

la filosofía se podría reducir a

notas a pie de página de los diálo-

gos platónicos.

A la derecha, Einstein. La teoría de

la relatividad dio también al traste

con las ideas de Immanuel Kant

en el siglo XVIII sobre el espacio y

el tiempo, que suponían su exis-

tencia previa en nuestras mentes.

A la conferencia de Popper –a la derecha– asistió Bertrand Russell, antiguo mentor de Wittgenstein

–izquierda–: éste, excitado, acosado por Popper y quizá reprendido por Russell, acabó saliendo

airadamente del salón sin responder a las críticas. El ambiguo legado filosófico de

Wittgenstein subyuga todavía: es curiosa la fascinación que ejercen los textos esotéri-

cos, como si su oscuridad fuera garantía de validez.

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pre recordadas como suyas, permiten considerarlo hoycomo vencedor del famoso debate de 1946.

Por lo que se refiere a la ciencia, Popper, defensorde su racionalidad, consideraba que ésta es probable-mente la única actividad humana en la que los erroresson criticados sistemáticamente y, finalmente, corregi-dos. La refutación de las teorías por medio de la ob-servación de la naturaleza y de la experimentaciónconstituye la esencia, y la garantía de éxito, del méto-do científico. Una teoría que no es refutable tiene muyescaso valor: tan poco, que ni siquiera es falsa. En unmomento dado puede haber más de una descripción oteorías científicas compitiendo entre sí, pero, a la lar-ga, la experimentación decidirá a favor de alguna deellas u otra nueva. La naturaleza, que carece de prejui-cios o ideología, es el juez frío e imparcial que, aun-que sea a largo plazo, determina la posible supervi-vencia de una teoría. Por eso la ciencia es universal: escompartida con independencia de la cultura, condicióne inclinaciones políticas, religiosas o filosóficas de loscientíficos. Esta característica de la ciencia la hace,realmente, única.

� SUBSTRATO FILOSÓFICO DE LAS TEORÍAS

CIENTÍFICAS

Por supuesto, las teorías científicas pueden tener, ensu origen, una inspiración filosófica, pero lo importanteno es lo que las inspiró, sino su poder explicativo y pre-dictivo así como su acuerdo con la experiencia, que esel que determina su selección y eventual supervivencia.Por ejemplo, el mecanicismo de Descartes influyó enNewton, y después en la teoría del electromagnetismode Michael Faraday y de James Clerk Maxwell (1864),pero el lastre que suponía el éter desapareció de la físicaal llegar la teoría de la relatividad especial de Einsteinen 1905 y la noción de la propa-gación del campo electromag-nético en el vacío. La teoría dela relatividad dio también altraste con las ideas de Imma-nuel Kant en el siglo XVIII sobreel espacio y el tiempo, quesuponían su existencia previa ennuestras mentes; hoy en díasabemos, de acuerdo con la teo-ría de la relatividad general deEinstein, que la propia geome-tría del espacio-tiempo está ínti-mamente ligada a la distribu-ción de materia en el universo.El espacio-tiempo (de Riemann)

toma parte en los acontecimientos físicos: la relatividadgeneral es la dinámica de la geometría.

De forma análoga, es posible que el pesimismo delantiguo estudiante de matemáticas Ostwald Spenglercontribuyera a crear un clima revolucionario que favo-reciese las ideas de Hermann Weyl, Erwin Schrödinger,Werner Heisenberg o Kurt Gödel, todos ellos de hablagermana. Spengler publicó en julio de 1918, poco antesdel colapso del frente occidental, Der Untergang desAbendlandes (La decadencia de Occidente, traducidaen España por García Morente en 1927). Para Spen-gler, la física occidental había alcanzado el límite desus posibilidades y requería cambios radicales. Aunquela influencia de la filosofía histórica de Spengler en

Alemania fue enorme –se hicie-ron sesenta ediciones del libroen ocho años– es seguro que losavances revolucionarios deSchrödinger y Heisenberg en lafísica (1925) o de Gödel en lasmatemáticas (1931) se habríanproducido igualmente. Por lodemás, pocos estudiantes defísica o matemáticas han oídohoy hablar de Spengler.

El positivismo científico –latesis de que la ciencia sólodebe ocuparse de lo que esdirectamente observable– entróen la física en el siglo XIX de la

«EL POSITIVISMO CIENTÍFICO

ENTRÓ EN LA FÍSICA

EN EL SIGLO XIX DE LA MANO

DE OTRO VIENÉS, EL FÍSICO

Y FILÓSOFO ERNST MACH,

CUYAS IDEAS Y ACTITUD

ANTIMETAFÍSICA INFLUYERON

DESPUÉS EN LOS COMIENZOS

(1923) DEL CÍRCULO DE VIENA

Y EN SU “POSITIVISMO

LÓGICO”»

Aunque la influencia de la filosofía histórica de Spengler –a la

izquierda– en Alemania fue enorme –se hicieron sesenta ediciones

de su libro en ocho años– es seguro que los avances revoluciona-

rios de Schrödinger y Heisenberg –a la derecha– en la física (1925)

o de Gödel en las matemáticas (1931) se habrían producido igual-

mente. Por lo demás, pocos estudiantes de física o matemáticas han

oído hoy hablar de Spengler.

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mano de otro vienés, el físico y filósofo Ernst Mach,cuyas ideas y actitud antimetafísica influyeron después(como el Tractatus de Wittgenstein) en los comienzos(1923) del Círculo de Viena y en su “positivismo lógi-co”. El positivismo influyó también en algunos de loscreadores de la mecánica cuántica, como Heisenberg, enespecial en el análisis de susrelaciones de indeterminación(1927), así como en el Einsteinde la primera época, en la for-mulación de la teoría de la relati-vidad especial. El positivismo noestá lejano del operacionalismode Percy W. Bridgman (Thelogic of modern physics, 1927)según el cual un concepto debedefinirse a través de la operaciónque ha de efectuarse para con-trastarlo; recuérdese la insisten-cia einsteiniana en la “definiciónoperacional” de simultaneidad en la relatividad especial.Después, Einstein renegó del positivismo –y criticó aMach, “buen físico y pésimo filósofo”– pero, una vezmás, el punto de vista filosófico es completamenteajeno a la validez de la relatividad o de la mecánicacuántica. Una teoría de inspiración puramente posi-tivista fue la de la matriz S analítica (S por scattering odispersión), propuesta por Geoffrey S. Chew en losaños 60 ante ciertas dificultades de las teorías de cam-pos (la base de muchas teorías de la física), y cuyo ori-gen se remonta al propio Heisenberg. Sin embargo, lasmodernas teorías de campos de Yang-Mills han supe-rado los problemas que motivaron la búsqueda de alter-nativas, y hoy el modelo estándar describe con muchaprecisión la física del microcosmos. El resultado es que,sin que nadie haya abogado por su eliminación, el posi-

tivismo ha dejado de influir en la física moderna, quesigue por otros derroteros: nada más ajeno al positivis-mo que las actuales teorías de supercuerdas o la teoríaM, en las que lo prometedor es su estructura matemática–la supersimetría– y la geometría subyacente, puestoque nada es en ellas, hasta ahora, experimentalmenteobservable.

De hecho, las teorías más avanzadas de la física teó-rica actual siguen la línea preconizada por Albert Eins-tein, Paul A. M. Dirac y muchos otros, según la cual elcontenido geométrico y la belleza matemática de unateoría constituyen aspectos importantes de la misma.Como dijo proféticamente Dirac en 1931: “En estosmomentos existen problemas fundamentales en la físi-ca teórica… cuya solución requerirá una revisión denuestras ideas más drástica que cualquier otra prece-dente. Es muy probable que estos cambios sean tangrandes que esté más allá de la capacidad humanatener las necesarias nuevas ideas intentando formulardirectamente los resultados experimentales en formamatemática. Por ello, el trabajador teórico deberá pro-ceder en el futuro de un modo más indirecto. Actual-

mente, el método más potentede progreso que se puede suge-rir es el uso de todos los recur-sos de la matemática pura paraintentar perfeccionar y generali-zar el formalismo matemáticoque configura la base actual dela física teórica y, tras cada éxitoen esa dirección, tratar de inter-pretar los nuevos aspectos ma-temáticos en términos de enti-dades físicas.” O, como dijoEinstein en 1933: “Los concep-tos y principios fundamentales

de la física teórica son libres invenciones del intelectohumano.” La sola experimentación es insuficiente paraencontrar las teorías que describen adecuadamente lanaturaleza. Lejos queda, pues, el célebre hypothesesnon fingo, con el que Newton manifestaba el convenci-miento (erróneo) de que todos los ingredientes de suteoría estaban directamente extraídos de la experiencia,o incluso el tradicional empirismo anglosajón, repre-sentado especialmente por el inglés John Locke, elescocés David Hume y también, en buena medida, porel irlandés George Berkeley y otros.

� CIENCIA E IDEOLOGÍA

Locke (An essay concerning human understanding,1690), Berkeley (A treatise concerning the principles

Como dijo proféticamente

Dirac –en la foto– en 1931:

“En estos momentos

existen problemas

fundamentales en la física

teórica… cuya solución

requerirá una revisión de

nuestras ideas más drástica

que cualquier otra

precedente. Es muy

probable que estos cambios

sean tan grandes que esté

más allá de la capacidad

humana tener las necesarias

nuevas ideas intentando

formular directamente los

resultados experimentales

en forma matemática.”

«EL POSITIVISMO HA DEJADO

DE INFLUIR EN LA FÍSICA

MODERNA, QUE SIGUE POR

OTROS DERROTEROS: NADA

MÁS AJENO AL POSITIVISMO

QUE LAS ACTUALES TEORÍAS

DE SUPERCUERDAS

O LA “TEORÍA M”»

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of human knowledge, 1710),Hume (Enquiry concerninghuman understanding, 1748),Russell (Human knowledge, itsscope and limits, 1948), Popper(Logik der forschung, 1934), ymuchos otros, dedicaron buenaparte de sus esfuerzos al estu-dio del conocimiento humano ya la epistemología, a la quehicieron importantes contribu-ciones. Creo que a ninguno deellos le resultaría ajena la afir-mación de que la filosofía debeadoptar la filosofía natural enla más amplia expresión deltérmino, es decir, a la ciencia; de hecho, esta premisaha sido ya aceptada por muchos filósofos, pasados yactuales. Pero es igualmente cierto que no podemoscomprender muchos aspectos de la historia de la cien-cia ignorando el pensamiento filosófico. Por ejemplo,las ideas de los atomistas sólo tienen hoy interés histó-rico, pero los versos 822-857 contra las causas finalesque en el siglo I aC escribió en De rerum natura elromano Tito Lucrecio, popularizador de las ideas de losgriegos Demócrito y Epicuro, no han perdido un ápicede su fuerza y convicción. Y éste no es un problemamenor: la cuestión del finalismo ha sido determinantepara la ciencia en muchos momentos, hasta que ha sidoapartado por la teoría darwiniana de la evolución, aúnhoy ocasionalmente considerada con hostilidad precisa-mente por ese hecho. Como variante del finalismo

puede juzgarse la visión de Gottfried W. Leibniz, que enel siglo XVII afirmaba que vivimos en el mejor de losmundos posibles, apreciación que fue satirizada sin pie-dad por François Marie Arouet, Voltaire, en el Cándido(1759). Sin embargo, esa visión también subyace en laformulación del principio de mínima acción de PierreLouis de Maupertius, que a mediados del siglo XVIII loformuló como expresión matemática del sentido en elque el mundo era “mejor”, y con el propósito de dar a lafísica una base teleológica. Hoy, los principios deacción constituyen uno de los pilares de la física moder-na, pero ya desprovistos de ese ropaje filosófico.

Otra preconcepción, que como el finalismo tienecomponentes filosóficas y religiosas, y que no es deltodo ajena a él, es el antropocentrismo. En cierta medi-da, el progreso de la ciencia puede medirse por su pro-gresivo abandono, primero con el triunfo del copernica-nismo (la Tierra, nuestro planeta, no es el centro deluniverso) y después, también, con la teoría de la evolu-

ción: la nuestra es una especiemás, sometida a los mismos ava-tares evolutivos que el resto de lasespecies y no –ignorando algunaspretensiones del principio antró-pico en cosmología y los posiblesefectos del fenómeno de conver-gencia evolutiva– la consecuenciafinal e inevitable de la evolución.La naturaleza acaba imponiendosu criterio: es como es, no comoquizá desearíamos que fuera. Lomismo cabe decir de las filosofíaspolíticas: poco queda ya vigentedel materialismo dialéctico deMarx, Engels, Lenin y Stalin,pero nadie cuestiona la teoría de

la relatividad, que inicialmente tuvo dificultades en laUnión Soviética por su supuesto conflicto con aquél. Engeneral, la relación de la ciencia con la filosofía, o conlas creencias dominantes en una época dada, no ha sidofácil. Pero al final, en caso de conflicto, siempre ha pre-valecido la ciencia: así fue en el caso de Galileo, conla resistencia inicial a la teoría de la evolución o con laencarnizada persecución de los defensores de la genéti-ca de Mendel y Morgan en la Unión Soviética de Stalin.En mi opinión, la razón es sencilla: las creencias y lasideologías suelen ser finalistas y antropocéntricas, lanaturaleza no; la naturaleza no tiene ideología alguna,simplemente es (aunque una cuestión interesante essaber si podría ser también de otra manera), y la cienciaconstituye, sencillamente, su reflejo. Pues, como afirmóEinstein en 1953, ante la crítica de un académico sovié-

Como variante del

finalismo puede juzgarse

la visión de Gottfried W.

Leibniz –en la ilustración–,

que en el siglo XVII afirmaba

que vivimos en el mejor

de los mundos posibles,

apreciación que fue

satirizada sin piedad

por François Marie Arouet,

Voltaire, en el Cándido (1759).

«LAS CREENCIAS

Y LAS IDEOLOGÍAS SUELEN

SER FINALISTAS

Y ANTROPOCÉNTRICAS,

LA NATURALEZA NO;

LA NATURALEZA NO TIENE

IDEOLOGÍA ALGUNA,

SIMPLEMENTE ES,

Y LA CIENCIA CONSTITUYE,

SENCILLAMENTE, SU REFLEJO»

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tico a la teoría de la relatividad,“en el reino de los buscadoresde la verdad no existe autori-dad humana. Quien quieradesempeñar el papel de magis-trado se hundirá ante las carca-jadas de los dioses”. Tenemosel fascinante poder de encon-trar las leyes de la naturaleza, yhasta el de usarlas en nuestropropio perjuicio, pero no el decambiarlas. Y, como recuerdaNewton en la primera de las“reglas para razonar en filoso-fía” que enumera en el librotercero de sus Principia –curio-samente, sin mencionar a Gui-llermo de Ockham, quien esta-bleció un criterio parecido en elsiglo XIV– “no debemos admitirmás causas de los fenómenosnaturales que las que a la vezson ciertas y suficientes paraexplicarlos”.

� EL FUTURO DE LA

CIENCIA. NECESIDAD

DE LA FILOSOFÍA

¿Hasta dónde puede llegar laciencia en la descripción deesos fenómenos naturales? Laciencia es uno de los mayores ysorprendentes triunfos del inte-lecto humano. Por eso la cues-tión fundamental es si nuestro cerebro, grande perolimitado al fin, es potencialmente capaz de encontrar lateoría del todo. Ésta es una pregunta difícil, porquenuestra capacidad cognitiva puede muy bien resultarinsuficiente para aprehender el universo que nos rodea:tampoco cabe esperar que la inteligencia de los chim-pancés baste para comprender la teoría de la relativi-dad. Quizá nuestra mente no pueda abarcar la naturale-za en su conjunto, aunque no hay que minusvalorar lacreciente capacidad de aprendizaje de los ordenadores.Podría ser, incluso, que la consciencia fuera una parteesencial de toda descripción coherente del universo,Por otra parte, tampoco es seguro que exista esa teoríadel todo. Yo me inclino a pensar que sí: una respuestanegativa sería equivalente, creo, a negar la unidad y lapropia consistencia interna del universo. En cualquiercaso, la actitud científica debe ser de permanente insa-

tisfacción ante las preguntasque aún no tienen respuesta yde curiosidad por conocerla.

El siglo XX ha sido, entreotras cosas, el siglo de la cien-cia, que ha probado ser unafuente esencial de conocimientosobre el universo y sobre noso-tros mismos. Según la defini-ción de la RAE antes citada, nocabe duda de que la ciencia estambién filosofía. Pero, parale-lamente, para comprender laciencia y su historia, para cono-cer la evolución del pensamien-to humano del que aquélla esuna parte esencial, para serhombres de nuestro tiempo y noconvertirnos en los bárbarosespecialistas que criticaba Orte-ga, es conveniente conocer lafilosofía y su historia. Por otraparte, si bien la ciencia puedeayudarnos a comprender el ori-gen de algunos aspectos de laética, es obvio que no puededeterminarla ni abarcar susmúltiples facetas. Por todo ello,nuestra deuda con los grandespensadores –en nuestro lengua-je, en nuestras ideas, hasta en loque somos– es enorme, y cono-cerlos es la mejor forma de ren-dirles el debido reconocimiento.El excelente libro de M. A. San-

chis, Filosofía griega y Ciencia moderna (edicionesACDE, 2002), cuya aparición ha motivado este ensayo,nos puede ayudar en este empeño. El libro, ajeno a latradicional dicotomía entre las culturas científica yhumanista –ambas son parte de una única cultura– esuna amena e instructiva introducción al pensamientofilosófico y a la epistemología, incluida la de la cienciaactual. El libro del profesor Sanchis será un segurocompañero en ese fascinante reencuentro con la histo-ria del pensamiento filosófico y su relación con la cien-cia, y su autor, científico activo de profesión y huma-nista por vocación, un excelente guía. Porque, en estaépoca de cambio vertiginoso, en la que no es fácilaventurar hacia dónde vamos, bueno será saber, almenos, de dónde venimos.

*Catedrático de Física Teórica, Universitat de València e IFIC (CSIC-UVEG)

«LA CIENCIA ES UNO DE LOS

MAYORES Y SORPRENDENTES

TRIUNFOS DEL INTELECTO

HUMANO. POR ESO LA

CUESTIÓN FUNDAMENTAL ES SI

NUESTRO CEREBRO, GRANDE

PERO LIMITADO AL FIN,

ES POTENCIALMENTE CAPAZ

DE ENCONTRAR LA TEORÍA

DEL TODO»

El excelente libro de Miguel Ángel Sanchis, Filosofíagriega y ciencia moderna (ediciones ACDE, 2002),

cuya aparición ha motivado este ensayo, nos puede

ayudar a conocer la importancia de los clásicos para

el desarrollo de la ciencia. El libro, ajeno a la tradi-

cional dicotomía entre las culturas científica y hu-

manista –ambas son parte de una única cultura– es

una amena e instructiva introducción al pensa-

miento filosófico y a la epistemología.

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