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104 El Quijote no muestra señas de haber sido concebido como un todo plani- ficado de antemano; al contrario, cuando empezó a escribir su parodia de los libros de caballerías, Cervantes se lanzó a un proceso de creación cuya trayectoria y destino final no podía haber previsto. El carácter improvisado y aleatorio de su composición es bastante evidente en la Primera Parte: la breve salida del caballero, la introducción de Sancho Panza, la segunda sa- lida, el cambio de narradores, y la complicada interpolación de novelas y episodios de muy diversa índole. En la Segunda Parte no se encuentran tan- tos indicios de improvisación pero pienso que hubo revisiones y cambios de rumbo, sobre todo después del impacto de Avellaneda, desde el capítulo 59 hasta el final. La tesis que propongo aquí es que la parodia de los libros de caballerías llega a su plena culminación en el palacio de los duques. Sin embargo, la pu- blicación del apócrifo de Avellaneda impulsa a Cervantes a extender su novela para contrariar a su rival. Esta apertura narrativa tiene el efecto de prolongar la parodia mucho más de lo que hubiera sido necesario para cumplir con el deseo original de Cervantes de «derribar la máquina mal fundada de estos caballerescos libros», 1 y de hecho, produce cierta ‘turbulencia’ en la organiza- ción de la historia —revisiones, interpolaciones, repeticiones— que le presta a la última fase del Quijote algo de la cualidad heterogénea y fragmentaria de la Primera Parte. No obstante, la prolongación de la parodia tuvo un resultado De un ‘mundo al revés’ a un ‘mundo nuevo’: la prolongación de la Segunda Parte del Quijote y sus consecuencias Edwin Williamson University of Oxford 11 La paginación se refiere a Don Quijote de La Mancha, ed. Francisco Rico (2005), y se incorporará junto a las citas en mi texto. Clausura

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El Quijote no muestra señas de haber sido concebido como un todo plani-ficado de antemano; al contrario, cuando empezó a escribir su parodia de los libros de caballerías, Cervantes se lanzó a un proceso de creación cuya trayectoria y destino final no podía haber previsto. El carácter improvisado y aleatorio de su composición es bastante evidente en la Primera Parte: la breve salida del caballero, la introducción de Sancho Panza, la segunda sa-lida, el cambio de narradores, y la complicada interpolación de novelas y episodios de muy diversa índole. En la Segunda Parte no se encuentran tan-tos indicios de improvisación pero pienso que hubo revisiones y cambios de rumbo, sobre todo después del impacto de Avellaneda, desde el capítulo 59 hasta el final.

La tesis que propongo aquí es que la parodia de los libros de caballerías llega a su plena culminación en el palacio de los duques. Sin embargo, la pu-blicación del apócrifo de Avellaneda impulsa a Cervantes a extender su novela para contrariar a su rival. Esta apertura narrativa tiene el efecto de prolongar la parodia mucho más de lo que hubiera sido necesario para cumplir con el deseo original de Cervantes de «derribar la máquina mal fundada de estos caballerescos libros»,1 y de hecho, produce cierta ‘turbulencia’ en la organiza-ción de la historia —revisiones, interpolaciones, repeticiones— que le presta a la última fase del Quijote algo de la cualidad heterogénea y fragmentaria de la Primera Parte. No obstante, la prolongación de la parodia tuvo un resultado

De un ‘mundo al revés’ a un ‘mundo nuevo’: la prolongación de la Segunda Parte del Quijote y sus consecuenciasEdwin Williamson University of Oxford

11 La paginación se refiere a Don Quijote de La Mancha, ed. Francisco Rico (2005), y se incorporará junto a las citas en mi texto.

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positivo: permitió que la dinámica entre don Quijote y Sancho Panza alcan-zara su desenlace lógico, lo cual transformó el sentido de la obra y le confirió su más distintivo rasgo de modernidad.

La dinámica entre don Quijote y Sancho Panza tiene su origen en un acuerdo, según el cual el caballero andante le ofrece al labrador una ínsula y algún título nobiliario a cambio de recibir sus servicios como escudero. Desde el principio, este muestra cierto escepticismo acerca de las declaraciones de su amo, y esto podría llevarle a desacreditar la versión de la realidad procla-mada por don Quijote y echar abajo toda su empresa de restaurar el mundo de la caballería. El cervantismo moderno suele interpretar el escepticismo de Sancho como una oposición epistemológica de percepciones encontradas, y de ahí ha desarrollado el tema del perspectivismo del Quijote. Pero el acuerdo entre los protagonistas también posee una dimensión política, ya que tiene las características de un pacto feudal donde un vasallo promete prestar sus ‘servicios’ a su señor a cambio de recibir ciertas ‘mercedes’.2 En cualquier caso, la autoridad de don Quijote sobre Sancho es bastante precaria, porque el es-cepticismo del criado representa una fuente de poder en relación a su amo. En el capítulo 20, por ejemplo, Sancho hace tambalear la autoridad del caballero cuando se burla del discurso heroico que don Quijote ha pronunciado ante el monstruoso ruido de los batanes. Don Quijote responde con furia y violencia para reforzar la jerarquía entre él y su escudero: «Sancho, es menester hacer diferencia de amo a mozo, de señor a criado, y de caballero a escudero. Así que desde hoy en adelante, nos hemos de tratar con más respeto» (I, 20, p. 242). El momento de crisis pasa porque el escudero renueva su consentimiento a ser gobernado por el caballero andante: «Mas bien puede estar seguro que de aquí adelante no despliegue mis labios para hacer donaire de las cosas de vuestra merced, si no fuere para honrarle, como a mi amo y señor natural» (I, 20, p. 242). Sancho no se atreve a contrariar a su amo por respeto y por miedo, y acepta voluntariamente la jerarquía que impone don Quijote.

El episodio de los batanes es importante porque introduce un nuevo ele-mento en la relación: aquí es cuando Sancho engaña a don Quijote por pri-mera vez. Me refiero al hecho de que le ata las patas delanteras a Rocinante y logra convencer al caballero de que el animal ha sido inmovilizado por un encantador. El éxito de este embuste da pie a otro embuste. En el capítulo 31, Sancho miente otra vez cuando regresa de su supuesta embajada a El Toboso y finge haberse entrevistado con Dulcinea, asegurándole al amo que la señora

12 He analizado esta dimensión política de la relación en Williamson (2009 y 2007).

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ha aceptado su declaración de amor. Ambos embustes ocurren porque la lo-cura caballeresca de don Quijote pone a Sancho en un aprieto, y el labrador tiene que mentir para no contradecir a su amo.

Por otra parte, don Quijote necesita que Sancho le engañe para mante-ner a flote su misión de restaurar el mundo de la caballería en la España del siglo xvii. Es decir, existe ya, de entrada, una oculta dependencia del caba-llero en relación a su escudero, aunque ni uno ni otro —ni quizás el propio Cervantes— es consciente de ello todavía. Sin embargo, como veremos, es precisamente esta dependencia de don Quijote sobre Sancho lo que el autor va a ir desvelando en el transcurso de la novela, y lo que, a la larga, cambiará la relación de los protagonistas.

No cabe duda de que al comenzar la Segunda Parte Cervantes ya se ha dado cuenta de la fuerza creadora de los embustes de Sancho. Para lanzar la acción, el escudero monta un engaño todavía mayor sobre la mentira de su supuesta visita a Dulcinea en El Toboso. Me refiero al encantamiento de Dul-cinea, episodio que desencadena un proceso de invención que transformará el sentido general de la novela. Para empezar, el encantamiento de su dama hiere profundamente a don Quijote porque toca el meollo de su empresa ca-balleresca de restaurar el mundo de la caballería. El engaño de Sancho Panza es señal de que el criado ha perdido el miedo a su ‘señor natural’ que frenaba el poder de su escepticismo en la Primera Parte. Ahora, Sancho sería capaz de destruir a don Quijote si así lo decidiera, ya fuera confesándole que lo ha engañado o simplemente rechazando su servicio y regresando a su casa. En cierto modo esto hubiera sido una manera honesta de proceder, pero Sancho opta por seguir engañando a su amo. ¿Por qué? En primer lugar, porque pre-tende salir del aprieto en que su anterior embuste lo ha metido, pero también porque quiere manipular la locura del caballero en beneficio propio: Sancho todavía desea ganarse la ínsula para hacerse rico y mejorar su estado social, y es tan ignorante como para creer que su amo podrá conseguírsela de algún modo. Así pues, si en la Primera Parte el miedo funcionaba como el freno a su poder de destruir las ilusiones de don Quijote, ahora el nuevo freno es el interés material del labrador.

El doble impulso que permite el desarrollo de la Segunda Parte es, por una parte, el deseo de don Quijote de desencantar a Dulcinea, y por la otra, la codicia y ambición de Sancho Panza. En palabras de Salvador de Madariaga (1926:121): «Como Dulcinea personifica la gloria para Don Quijote, la ínsula

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materializa el poder para Sancho». Y Madariaga reconoció también que la voluntad de poder del labrador se basaba en un fuerte materialismo, citando la declaración de Sancho al escudero del Bosque:

El diablo me pone ante los ojos aquí, allí, acá no, sino acullá, un talego lleno de doblones, que me parece que a cada paso le toco con la mano y me abrazo con él y lo llevo a mi casa, y echo censos y fundo rentas y vivo como un príncipe (II, 13, p. 795).

Aquí Madariaga estuvo a punto de abrir una muy interesante perspectiva sobre el personaje de Sancho Panza pero no pudo desprenderse de un tema muy arraigado en el cervantismo, el de la creciente ‘fraternidad’ entre los protagonistas. Así pues, insistió en que Sancho «siéntese unido a Don Quijote por un afecto hondo y sincero» (Madariaga 1926:161). De ahí, el intento de ‘quijotizar’ de alguna manera el materialismo del labrador:

No hay en Sancho más materialismo del indispensable al empírico para avanzar paso a paso por el camino de la experiencia, pues no deja de haber cierta elevación en el apetito de riquezas de quien sueña en echar censos, fundar rentas y vivir como un príncipe (el énfasis es mío).

Se ve aquí cómo el burdo materialismo de Sancho tuvo que ceder paso a una ambición supuestamente más elevada, la ‘ilusión’ del poder político. Esta ‘elevación’ demuestra cómo la teoría de la ‘quijotización’ y ‘sanchificación’ de los respectivos protagonistas puso coto al más grande acierto de Madariaga: su análisis de la progresiva ascensión de Sancho en la Segunda Parte. Pero, si abandonamos esta teoría de la ‘quijotización’, se abren nuevas posibilidades de interpretación de la Segunda Parte.

Las mentiras y los engaños de Sancho nos revelan un aspecto de la rela-ción de los protagonistas que ha recibido, creo yo, muy escasa atención: la dimensión ética. Es obvio que el poder de engaño de Sancho no solo contra-dice su obligación feudal de respetar a su ‘señor natural’ sino que, a un nivel puramente humano, introduce el peligro de caer en un estado de mala fe que podría conducir a la corrupción moral del engañador. Cervantes, de hecho, recalca la muy consciente malicia de Sancho en el episodio del encantamiento de Dulcinea.

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—¡Santo Dios! ¿Qué es lo que dices, Sancho amigo? —dijo don Quijote—. Mira no me engañes, ni quieras con falsas alegrías alegrar mis verdaderas tristezas.

—¿Qué sacaría yo de engañar a vuesa merced —respondió Sancho—, y más estando tan cerca de descubrir mi verdad? (II, 10, p. 768).

Y esta ‘verdad’ que le descubre a su amo no es más que otro descarado engaño: el supuesto hechizo de Dulcinea. Sancho persistirá en este engaño durante toda la Segunda Parte, aun siendo consciente del dolor que le causa al caballero. Esta mala fe de base es lo que va a transformar su carácter. El dete-rioro moral del criado, empero, es gradual, y ocurre por la mayor parte fuera de la vista del lector, salvo algún que otro pasaje donde asoma cierta crueldad o cinismo en su tratamiento de don Quijote. No es hasta la última fase de la novela que esta degeneración moral se manifiestará abiertamente de manera tanto inesperada como chocante para el lector.

¿Cómo caracterizar, pues, el lazo que une Sancho a don Quijote en la Segunda Parte? No se trata de un vínculo de respeto ni de afecto sino de un entramado de intereses entrecruzados, interdependientes y fluctuantes, según las circunstancias. El engaño de Sancho convierte su relación con don Quijote en una especie de tácita lucha de poder.3 El interés del caballero es recuperar el poder del que parecía gozar en la Primera Parte: es decir, el poder de identificar y proclamar las realidades caballerescas en el mundo contemporáneo, que ahora parece haber pasado a Sancho. Por tanto, don Quijote hará todo lo posible para librarse de su frustrante dependencia de Sancho con respecto a Dulcinea. Por su parte, Sancho tiene el poder de su escepticismo: es capaz de destruir las ilusiones de don Quijote en cualquier momento, pero, mientras crea que puede conseguir una ínsula, más le in-teresa su poder de manipular la locura de su amo para beneficio propio. Esto se puede demostrar en el capítulo 30, cuando después de la desastrosa aventura del barco encantado en el río Ebro, Sancho pierde confianza en la capacidad de su amo de premiarle con una ínsula y decide irse a su casa tan pronto se le presente la oportunidad:

Bien se le alcanzaba que las acciones de su amo, todas o las más, eran dispara-tes, y buscaba ocasión de que, sin entrar en cuentas ni en despedimientos con su se-ñor, un día se desgarrase y se fuese a su casa (II, 30, pp. 955-956; el énfasis es mío).

13 Ver también Williamson (2009 y 2012).

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Una vez más asoman el cinismo y la crueldad de Sancho, lo cual indica cierto deterioro moral que paulatinamente se va apoderando de su carácter desde el engaño en El Toboso.

En esta coyuntura, Sancho podría haber acabado con la historia de don Quijote, porque no le quedaba ningún motivo para seguir en el servicio del caballero loco, pero Cervantes sale al paso con una nueva invención, la estan-cia en el palacio de los duques, donde se renuevan las esperanzas de Sancho de conseguir su ínsula.

Desde el comienzo de su empresa don Quijote tenía muy presente que el punto culminante de la ‘máquina’ de los libros de caballerías era la recepción del héroe por un rey o gran señor que le premia con castillos y tierras y títulos, lo cual le permite casarse con su dama. (Véase su discurso a Sancho en la Pri-mera Parte, capítulo 21, pp. 250-254.) Por consiguiente, cuando es recibido por los duques, cree que por fin está en vías de cumplir el destino caballeresco que tanto anhela.

Con razón, Augustin Redondo (1978) y Jean Canavaggio (1994) han com-parado la corte de los duques a un ‘mundo al revés’ promovido por un espíritu carnavalesco. En rigor, los duques, crean dos ‘mundos al revés’. En primer lugar, suspenden el orden jerárquico que rige en la España del siglo xvii, y fingen re-cibir un mero hidalgo de pueblo como Alonso Quijano como si fuera un héroe caballeresco que mereciera un trato de igual a igual. También elevan a Sancho, permitiendo que un labrador se siente en la misma mesa y mantenga una conver-sación con ellos, lo cual ciertamente no habría sido posible en el mundo real. En segundo lugar, invierten la jerarquía creada por la locura quijotesca, ensalzando al escudero Sancho a costa del caballero andante don Quijote. La manifestación más visible de esta inversión es el nombramiento de Sancho como gobernador de la ínsula de Barataria, lo cual induce en don Quijote un sentido de la injusticia de que tan alto cargo haya sido encomendado a este campesino iletrado, cuando él no ha recibido premio alguno por sus hazañas (II, 42, pp. 1058-1059). Pero, en realidad, los duques crean una inversión ‘carnavalesca’ más destructiva aun con la supuesta profecía de Merlín en la que el gran mago declara que Dulcinea será liberada de su encantamiento solamente si Sancho se propina 3.300 azotes en las posaderas (II, 35, pp. 1008). El verdadero impacto de esta profecía no se manifes-tará hasta bastante más tarde en la novela, pero tendrá una influencia nefasta en el desarrollo de la última fase del Quijote.

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Es en la corte de los duques donde la parodia de los libros de caballerías al-canza su resolución lógica. Durante el transcurso de la Segunda Parte, Cervan-tes ha ido desvirtuando las convenciones narrativas del romance caballeresco.4 El eje del sistema era la Providencia divina que conducía al héroe por varias pruebas y aventuras hasta realizar su destino. Cervantes, por el contrario, va negándole a don Quijote todos los recursos simbólicos por medio de los cuales los libros de caballerías solían representar el éxito de sus héroes: en el Quijote la dama del caballero se encuentra cautiva de un mal hechizo; el héroe parece impotente para liberarla; las aventuras no dan resultados positivos sino que más bien resultan en fracasos; no aparece ningún augurio que indique la mejora de la fortuna del caballero andante, como tampoco un buen encanta-dor para socorrerle. Por último, el doble ‘mundo al revés’ creado por los du-ques invierte el clímax del romance tradicional: el escudero triunfa mientras que el héroe es humillado. El ‘mundo al revés’ así creado contradice la exis-tencia de la Providencia y supone, efectivamente, la destrucción del sistema narrativo tal como funcionaba en los libros de caballerías desde sus orígenes con Chrétien de Troyes.

Augustin Redondo (1998) y James Iffland (1999), entre otros, han leído el Quijote como un desafío carnavalesco a la ideología dominante. Re-cientemente, Carmen Rivero Iglesias (2009) ha estudiado el gobierno de Sancho en Barataria como reflejo de los ideales utópicos de buen gobierno basado en nociones del ‘bien común’ derivadas de Aristóteles, Santo To-más y Erasmo. En principio estoy de acuerdo con estas aproximaciones al asunto, y, desde luego, creo que es cierto que en estos capítulos hay un cuestionamiento o crítica del poder establecido. Sin embargo, las implica-ciones ideológicas de Barataria no son fáciles de leer con seguridad. Hay que tener en cuenta que la tradición de carnaval representaba una libertad tolerada a muy corto plazo por los poderosos y que, después de un breve periodo de licencia, el mundo invertido se enderezaba y el orden jerárquico vigente se establecía otra vez. No es sorprendente, por tanto, que así ocurra también en el Quijote. Después del trastorno ideológico promovido por el movimiento ‘carnavalesco’ que culmina en Barataria, Cervantes empieza a enderezar ‘el mundo al revés’ creado por los duques. Cuando Sancho dimite de su cargo de gobernador de Barataria, Cervantes lo representa como una renuncia a la ambición: «Yo no nací para ser gobernador ni para defender ínsulas ni ciudades (...) bien se está cada uno usando el oficio para que fue

14 Para una discusión de estas convenciones, véase Edwin Williamson (1991).

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nacido» (II, 53, p. 1163). La renuncia de Sancho parecería corresponder a una confirmación de la jerarquía social de la época.

Ahora bien, si Cervantes corrige ‘el mundo al revés’ que organizan los duques en su propia corte, también toma medidas para enderezar el ‘mundo al revés’ que existe dentro de la relación Quijote-Sancho. En el camino de re-greso de Barataria, Sancho cae en una sima e interpreta la oportuna aparición de don Quijote como un signo providencial, por lo que resuelve entrar una vez más al servicio de su ‘señor’ (II, 55, p. 1183). De esta manera, Cervantes reúne a los protagonistas después de su larga separación y subordina al escu-dero a la autoridad del caballero andante, restaurando así el pacto feudal que se estableció en el capítulo 7 de la Primera Parte. En la perspectiva ideológica de la época, todo esto marcha de maravilla: al reconocer la vanidad del poder, Sancho parece haber ganado una victoria moral sobre sí mismo y regresa con alivio al estado humilde que el cielo había dispuesto para él.

Aquí se ofrecía una coyuntura idónea para que Cervantes encaminara la novela hacia su fin. ¿Qué más quedaba por hacer? La historia esencial de don Quijote ya se ha contado, su carrera ha culminado en el palacio de los duques, y es ahí donde Cervantes ha podido realizar plenamente su declarado propó-sito de «derribar la máquina mal fundada de estos caballerescos libros». De hecho, es posible concebir el siguiente desenlace de la novela: después del des-calabro sufrido por don Quijote en la aventura de los toros (II, 58), Cervantes pudo haber introducido el duelo con el Caballero de la Blanca Luna (ahora en II, 64), con la consecuente derrota y la promesa de regresar a su aldea, donde el desdichado caballero habría recobrado el juicio poco antes de morir. Este desenlace hubiera resultado en una Segunda Parte de unos 62 o 63 capítulos (la Primera Parte cuenta con 52), y no hubiera perdido nada de su coherencia como parodia de los libros de caballerías.

Como sabemos, las cosas no ocurrieron así. Al tener noticia de la publica-ción de la Segunda Parte ‘apócrifa’ de Avellaneda, Cervantes decide contrariar a su rival, mandando a sus protagonistas a Barcelona por el hecho de haber enviado Avellaneda a su ‘falso’ don Quijote a las justas en Zaragoza. En el capí-tulo 59, por tanto, la historia de don Quijote se abre de pronto y la parodia se prolonga mucho más allá de lo que requería el propósito original de ‘derribar la máquina’ de los libros de caballerías.5 Esta apertura narrativa tuvo ciertas conse-cuencias literarias que transformaron el sentido del Quijote para la posteridad.

15 Alfonso Martín Jiménez (2001:143) arguye que Cervantes conoció la versión de Avellaneda en manuscrito antes de escribir la Segunda Parte, y que esta fue concebida y escrita para refutar a Avellaneda. Esta hipótesis no es incompatible con la que propongo aquí. Martín Jiménez opina que el hecho de que Cervantes menciona a Avellaneda por primera vez en el capítulo 59 «obedece a que fue en ese momento cuando conoció que la obra de su rival había sido por fin publicada, adquiriendo una categoría más preocupante que aconsejaba una respuesta directa». Según mi hipótesis, esta reacción de Cervantes ante la publicación del ‘apócrifo’ pudo haber motivado la prolongación de la parodia con la ida y vuelta a Barcelona, donde encontramos repetidos ataques a su rival.

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Las consecuencias para la relación de Don Quijote y SanchoLa prolongación de la parodia exigía que Cervantes extendiera la relación de los protagonistas, y esto presentaba un difícil problema, el de la motivación de Sancho. Recordemos que justo antes de toparse con los duques (II, 30), Sancho ya estaba desengañado con don Quijote y había decidido regresar a su aldea. Una vez reunido con su amo después de la experiencia de Barataria, ¿por cuánto tiempo más podría tolerar las bufonadas de don Quijote? Ade-más, al extender la relación, enviando a la pareja a Barcelona y de regreso a su aldea, Cervantes no podía eludir una dificultad muy particular y con-creta: la dinámica creada por Merlín no había desaparecido, el caballero aún necesitaba que Sancho se azotara para conseguir el desencantamiento de Dulcinea. Así que el conflicto de intereses entre don Quijote y Sancho no podía tardar en manifestarse, ya que el caballero seguía obsesionado con el desencantamiento de su dama, mientras que el escudero no estaba ya para tolerar semejantes tonterías.

De hecho, el choque se produce muy poco tiempo después de la salida del palacio de los duques. En el capítulo 60, don Quijote pierde la paciencia y decide darle él mismo los azotes a Sancho, pero el criado reacciona contra la agresión de su amo y ambos forcejean hasta que el escudero derriba al caballero andante y le pone la rodilla sobre el pecho para contenerlo. Don Quijote se horroriza ante tal afrenta: «¿Cómo, traidor? ¿Contra tu amo y señor natural te desmandas? ¿Con quien te da su pan te atreves?», y Sancho responde: «Ni quito rey ni pongo rey (...) sino ayúdome a mí, que soy mi señor» (II, 60, p. 1220).

El empleo por Cervantes del término ‘señor natural’ es interesante en este contexto. Era un término muy arraigado en el pensamiento político español, y se refería a un señor cuya autoridad era aceptada como legítima porque ejercía un poder limitado por principios éticos o religiosos y cuyo fin era la justicia y el bien común de sus vasallos (Chamberlain 1939:130). En oposición a este tipo de poder, estaba la tiranía, que significaba el ejer-cicio interesado y arbitrario de un poder que se imponía por la violencia o la astucia, y que no se basaba en el libre consentimiento de los súbditos de ese poder.

La cuestión de distinguir entre autoridad y tiranía cobró una vigencia es-pecial en el Siglo de Oro, precisamente en la época en la que las dos partes del Quijote fueron concebidas y escritas. Desde las últimas décadas del siglo xvi,

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una serie de pensadores españoles arremete contra Maquiavelo y su doctrina que los españoles denominaban razón de estado, es decir, la proposición de que el príncipe no debe restringirse por valores éticos sino que debe actuar de un modo puramente pragmático con el fin de preservar y aumentar su reino (Fernández-Santamaría 1983). Los españoles condenan la razón de estado una y otra vez por su inmoralidad intrínseca y por sancionar la tiranía. Esta dis-tinción entre la autoridad legítima y la tiranía no se aplicaba exclusivamente al poder del príncipe sino que se extendía también a cualquier señor que ejer-ciera autoridad sobre vasallos. Un ‘señor natural’ debía proteger y defender a sus vasallos, y estos, a su vez, estaban bajo la obligación de amar, honrar y obedecer a su señor (Chamberlain 1939:132-133).

Pienso que Cervantes tuvo estas ideas en cuenta en el episodio de la pelea entre don Quijote y Sancho. Cuando don Quijote intenta azotar a Sancho para avanzar el desencantamiento de Dulcinea, el escudero rechaza su au-toridad porque su amo busca conseguir sus propios intereses por la fuerza, sin el consentimiento de su criado, y, por tanto, se comporta aquí como un ‘tirano’. En principio, se podría justificar la rebelión de Sancho dentro de la ideología tradicional, pero lo que me intriga es que Cervantes le da un giro muy especial a la afirmación de Sancho: «Ayúdome a mí, que soy mi señor», lo cual implica un rechazo consciente de las bases tradicionales de autoridad en nombre de una especie de derecho del individuo o de un principio de au-tonomía personal. Y eso no es todo, Sancho aquí es consciente de su poder y lo ejerce sin ambages, con una lucidez y contundencia algo chocantes. Tanto es así, que le presenta un ultimátum a su señor:

Vuesa merced me prometa que se estará quedo, y no tratará de azotarme por agora, que yo le dejaré libre y desembarazado; donde no,

aquí morirás, traidor,enemigo de doña Sancha (II, 60, p. 1221).

Don Quijote sabe que, según la profecía de Merlín, depende de Sancho para desencantar a Dulcinea conque no tiene más remedio que someterse a la demanda su escudero: «Prometióselo don Quijote, y juró por vida de sus pensamientos no tocarle en el pelo de la ropa» (II, 60, p. 1221). De ahora en adelante, el caballero andante no podrá eludir la amarga realidad de que no le es posible dirigir su propio destino.

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Está claro que la rebelión de Sancho produce otro ‘mundo al revés’ en su relación con don Quijote, pero al contrario del ‘mundo al revés’ creado por los duques, esta nueva inversión de poder no se puede enderezar: Merlín le ha otorgado a Sancho el privilegio exclusivo de liberar a Dulcinea, conque si don Quijote quiere desencantar a su dama tiene por fuerza que reconocer su dependencia de Sancho. Esta perversa dependencia creada por Merlín agu-diza el problema de Cervantes, porque, en vista de la situación entre los pro-tagonistas ¿cómo podría seguir adelante la historia de don Quijote después de que el criado haya afrentado a su señor de tal manera?

Cervantes opta por aplazar esta espinosa cuestión y desviar la atención del lector con los episodios de la visita a Barcelona.6 Precisamente en esta coyun-tura, volvemos a encontrar historias y episodios interpolados (justo después de la pelea Cervantes intercala los episodios con Roque Guinart, seguidos por la historia de Claudia Jerónima). En Barcelona, el autor introduce una vez más al morisco Ricote y otra historia interpolada, la de Ana Félix. Ade-más, como observó Martín de Riquer (2005:221), don Quijote en Barcelona pierde «todo su ardor caballeresco» y «se eclipsa, se apaga y se transforma en un mero espectador». Esta extrema pasividad sirve para reducir la interacción de los protagonistas y así amortiguar el peligro de otro violento choque entre las ilusiones de don Quijote y el poder de Sancho. Pero, tarde o temprano, Cervantes había de enfrentar otra vez la cuestión de cómo iba a continuar la relación después de la rebelión del escudero. Y una vez que la pareja parte de Barcelona en el capítulo 66, Cervantes no tenía más remedio que dar rienda suelta a la dinámica creada por Merlín, que había quedado suspendida desde la pelea del capítulo 60.

En el capítulo 68, don Quijote le pide desesperadamente que se azote para desencantar a Dulcinea: «Rogando te lo suplico; que no quiero venir contigo a los brazos como la otra vez, porque sé que los tienes pesados» (II, 68, pp. 1288-1289). Sancho se niega porque, en rigor, ya no le interesa mantener la mascarada de ser el escudero de un loco como don Quijote, y menos cuando se trata de la tontería de la profecía de Merlín. Pero don Quijote sigue encerrado en su locura y se queja en voz alta:

¡Oh alma endurecida! ¡Oh escudero sin piedad! ¡Oh pan mal empleado y mer-cedes mal consideradas las que te he hecho y pienso de hacer. Por mí te has visto gobernador, y por mí te vees con esperanzas propincuas de ser conde (p. 1289).

16 En Williamson (1991: 241-246) propuse que los episodios de Barcelona representaban una ‘digresión’ en la evolución de la obra.

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Los términos empleados por don Quijote señalan claramente el derrumbe de la relación tradicional entre un señor y su vasallo basada en la reciprocidad de mercedes y servicios.

Desde ahora en adelante el pobre caballero estará consciente de que se ha desvanecido por completo su autoridad. Así pues, en el capítulo 69, cuando Sancho parece tener el poder de resucitar a Altisidora, don Quijote cae de ro-dillas ante él y le suplica una vez más que se apresure a desencantar a Dulcinea:

Así como don Quijote vio rebullir a Altisidora, se fue a poner de rodillas delante de Sancho, diciéndole: —Agora es tiempo, hijo de mis entrañas, no que escudero mío, que te des algunos de los azotes que estás obligado a dar por el desencanto de Dulcinea (II, 69, p. 1299).

Desde luego, es asombroso ver al caballero andante humillarse ante su escudero de tal manera. Sancho, no obstante, permanece inconmovible. Dos capítulos más adelante, la relación degenera aún más, convirtiéndose en un trato comercial cuando don Quijote le ofrece a Sancho un pago por azotarse y el labrador consiente por fin, pero solo después de haber negociado un buen precio (II, 71, pp. 1310-1311). Aun así, Sancho todavía es capaz de engañar al caballero, y se pone a golpear unos árboles en lugar de darse los azotes como había prometido. El caballero es abyecto en su gratitud: «¡Oh Sancho ben-dito! ¡Oh Sancho amable! (...) y cuán obligados hemos de quedar Dulcinea y yo a servirte todos los días que el cielo nos diere de vida!» (p. 1312, el énfasis es mío). La desesperación de don Quijote es tal que pone a Dulcinea a merced de Sancho Panza.

Lo que presenciamos en estas escenas es el verdadero desenlace de la diná-mica entre el caballero y su escudero. Desde el principio, el escepticismo de Sancho representaba una fuente de poder en relación a su amo. En la Primera Parte, ese poder quedaba restringido por el respeto y el miedo del criado ha-cia su señor. En la Segunda, el interés por obtener una ínsula ponía freno al poder de Sancho. Pero, aunque Cervantes pretendiera restaurar la autoridad de don Quijote después de Barataria, la prolongación de la parodia le obligó a reanudar la dinámica creada por la profecía de Merlín y a conducirla hasta su desenlace lógico cuando Sancho afirma su dominio total mientras que don Quijote tiene que reconocer su absoluta impotencia.

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La consecuencias de la prolongación de la parodia para Sancho PanzaTras su victoria, uno hubiera esperado que Sancho ejerciera su poder con me-sura y compasión, pero sucede todo lo contrario: el labrador empieza a explotar conscientemente la situación desesperada de su compañero. ¿Cómo es que no se compadece del pobre caballero? ¿Dónde está el afecto que supuestamente le ha mantenido unido a su amo después de Barataria? Es suficiente comparar su actitud con la de otros personajes para apreciar su falta de piedad: el cura y el barbero de la Primera Parte querían ayudar a don Quijote, induciéndole a volver a su casa, el canónigo de Toledo pudo sentir compasión al ver a un hom-bre inteligente atrapado en una locura absurda, y hasta Sansón Carrasco sale a buscar a su vecino demente con buenas intenciones de hacerle regresar a su aldea. Sin embargo, no es así con Sancho.

Para expresarlo en los términos políticos de la época, este Sancho victorioso se comporta como un ‘tirano’ hacia don Quijote, ya que abusa de su poder para sacar provecho de la impotencia del desgraciado loco. ¿Cómo, pues, explicar esta interesada crueldad de Sancho? Creo que habría que recurrir a la dimen-sión ética de su relación con don Quijote. Si renunciamos a sentimentalismos, vemos cómo Cervantes ha sacado a la luz en estos últimos capítulos la íntima corrupción que un prolongado estado de mala fe ha obrado en el alma del es-cudero. Es como si a Sancho le hubiera viciado la telaraña de engaños que ha tejido alrededor del caballero andante en el curso de sus aventuras con él.

Es verdad que hay ciertos pasajes en la Segunda Parte donde Sancho de-clara su afecto o admiración por don Quijote. No hay espacio para entrar en detalles, pero tales afirmaciones tienen que entenderse dentro del contexto mayor de la evolución de sus relaciones con su señor, y, si se traza el progreso de esta evolución, queda claro que se mueve en un sentido muy diferente al de una creciente amistad de los protagonistas. Al contrario, el conflicto de intere-ses entre amo y criado ha resultado en una especie de triunfo para el labrador. Es así como Sancho concibe su carrera. Como bien vio Madariaga, había en Sancho una ambición de poder y un fuerte materialismo. Recordemos lo que le había confesado Sancho al escudero del Bosque: «El diablo me pone ante los ojos (...) un talego lleno de doblones, que me parece que a cada paso le toco con la mano y me abrazo con él y lo llevo a mi casa» (II, 13, p. 795). Pues en eso precisamente consiste el triunfo de Sancho: ha podido llevarse a su casa «ese talego lleno de doblones» que tanto codiciaba. Cuando el desesperado

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caballero ofrece pagarle por sus azotes, Sancho declara: «Entraré en mi casa rico y contento, aunque bien azotado» (II, 71, p. 1311), y al entrar en su pueblo le anuncia alegremente a su esposa: «Dineros traigo, que es lo que importa, ganados por mi industria, sin daño de nadie» (II, 73, p. 1325). Teresa Panza hace eco de la codicia de su marido: «Traed vos dineros, mi buen marido y sean ganados por aquí o por allí; que como quiera que los hayáis ganado, no habréis hecho usanza nueva en el mundo». Una vez más nos sorprende la in-sensibilidad de Sancho hacia el sufrimiento de su señor cuando declara que ha ganado el dinero «sin daño de nadie». El hecho es que si Sancho ha con-seguido su «talego lleno de doblones» ha sido por su «industria» en engañar al iluso caballero. La prolongación de la Segunda Parte, por tanto, pone de manifiesto las consecuencias éticas de la mala fe de Sancho Panza que de otra manera hubieran quedado más o menos encubiertas.

Las consecuencias de la prolongación de la parodia para don QuijoteEl triunfo de Sancho en estos últimos capítulos realza el contraste con la si-tuación de don Quijote. La apertura narrativa en reacción contra Avellaneda va a intensificar el sufrimiento del caballero. Ya en la Primera Parte Cervantes había percibido el patetismo latente en la paradoja del cuerdo-loco. Tanto los personajes que escuchan el discurso de las Armas y las Letras (I, 38, pp. 491-492) como el canónigo de Toledo (I, 49, pp. 614-615), sienten ‘lástima’ y ‘com-pasión’ respectivamente, porque ven que el caballero está como encerrado en una manía absurda que le obliga a hacer el ridículo. No es hasta la Segunda Parte que Cervantes empieza a desarrollar el pathos inherente a la locura. El engaño acerca del encantamiento de Dulcinea hace que don Quijote ponga en tela de juicio su propio destino como caballero andante. El pobre loco, en consecuencia, se suma en una gran melancolía que Cervantes recuerda al lector en casi todos los capítulos subsiguientes.

Este sufrimiento de don Quijote en la Segunda Parte lo transforma en un personaje a caballo entre la comedia y la tragedia. Pero la prolongación de la novela introduce un elemento nuevo. En vista de que la razón de la parodia ya se ha cumplido en el palacio de los duques, el caballero andante ahora parece sufrir el ridículo sin necesidad. Y cuanto más burlas y humillaciones padece tanto más da la impresión de ser una víctima inocente de una locura que viene a parecer una desgracia inmerecida y arbitraria. Cervantes, sin embargo, no

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ceja en su tormento del caballero loco; es como si le hubiera fascinado la po-sibilidad de suscitar nuevas formas de admiración en su lector, mezclando el horror y la risa que produce la extraña dinámica generada por Merlín en las postrimerías de la novela. De hecho, como hemos visto, la narrativa traza una línea de humillación progresiva que intensifica el pathos del cuerdo-loco hasta acabar en la figura de un don Quijote roto y desesperado, tan agobiado por malos agüeros y tan venido a menos que en vez de expresarse con su antigua elocuencia apenas puede balbucear: «Malum signum! Malum signum! Liebre huye, galgos la siguen: ¡Dulcinea no parece!» (II, 73, p. 1323). Así pues, ronda el espectro de la tragedia en estos últimos capítulos del Quijote, y es aquí donde llega a su apogeo la paradoja que Cervantes ha venido tanteando y cultivando a lo largo de la Segunda Parte: el heroísmo del caballero consiste en su lealtad a un ideal que le obliga a hacer el ridículo.

Las consecuencias de la prolongación de la parodia para el sentido global de la obraCreo que hay indicios de que Cervantes era consciente de las implicaciones ideológicas que acarreaba la victoria de Sancho sobre don Quijote. A la salida de Barcelona, don Quijote contempla el lugar de su derrota a manos del Ca-ballero de la Blanca Luna, y reflexiona sobre su carrera de caballero andante: «¡Aquí fue Troya (...) aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas, aquí se escurecieron mis hazañas, aquí finalmente cayó mi ventura para jamás levantarse!» (II, 66, p. 1275). Sancho recalca esta visión desilusionada de la condición humana: «Ésta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo, ciega, y, así, no ve lo que hace, ni sabe a quién de-rriba ni a quién ensalza». Pero don Quijote, sobreponiéndose a su momento de duda, afirma su fe en el orden cristiano del mundo:

Lo que te sé decir es que no hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura. Yo lo he sido de la mía, pero no con la prudencia necesaria, y así me han salido al gallarín mis presunciones.

En este intercambio observamos cómo el orden espiritual cristiano que regía en el mundo caballeresco se ha desintegrado. El eje del sistema de los

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libros de caballerías era la acción de la Providencia, que conducía al héroe hacia la fama y la gloria. Y es significativo que hasta el mismo don Quijote, no obstante su posterior declaración de fe, reconoce que la Providencia ha brillado por su ausencia en la historia de su carrera como caballero andante.

Ahora bien, si se descarta la acción de la Providencia, ¿qué es lo que queda? La caprichosa Fortuna, como declara Sancho Panza. Y en la visión de Sancho podemos reconocer una anticipación del ‘mundo nuevo’ de la edad moderna, un mundo donde un criado se rebela contra su ‘señor natural’ y afirma su poder en nombre propio: «Ayúdome a mí, que soy mi señor»; y, lo que es peor, donde el criado emplea ese poder para ejercer una especie de tiranía sobre su antiguo amo con el fin de explotar su debilidad con fines lucrativos. Este, en fin, es el mundo previsto por Maquiavelo, un ‘mundo nuevo’ donde el poder prevalece sobre la ética y los valores cristianos, y donde las jerarquías tradicionales se disuelven para dar paso al libre juego de intereses contrarios y fuerzas arbitrarias.

La gran originalidad histórica del Quijote no se hubiera revelado en su plenitud si la carrera del caballero loco hubiera terminado poco después de la salida del palacio de los duques. Al continuar la parodia, Cervantes tuvo que volver a invertir la jerarquía entre don Quijote y Sancho Panza, y esta segunda inversión ya no admitía corrección porque, mientras don Quijote siguiera siendo loco, el poder que la profecía de Merlín le había conferido a Sancho era irreversible. Así pues, no había manera de encerrar el significado de la novela dentro de los términos de la ideología ortodoxa y, por consiguiente, la dinámica entre los protagonistas vino a funcionar como un prisma por el cual se vislumbraban los rasgos de un ‘mundo nuevo’.

En el capítulo final Alonso Quijano por fin recobra el juicio y Cervantes puede reintegrar su novela en el marco ideológico de la España católica de la época. Hay que reconocer, sin embargo, que este cierre ideológico se consigue por milagro: el hidalgo recobra la cordura gracias a una misteriosa enfermedad que aparece como un deus ex machina para cerrar la desconcertante apertura del Quijote al extraño ‘mundo nuevo’ en que ha desembocado la locura del protagonista. Cuando Alonso Quijano recobra el juicio, la profecía de Merlín desaparece por fin, y esto permite liberar al hidalgo de su nefasta dependencia de Sancho Panza. Ahora Cervantes pudo mitigar la dureza de los capítulos pre-cedentes, haciendo que Sancho manifestase cierto afecto por su antiguo amo ya moribundo, un afecto que solo se había notado raramente en la Segunda Parte.

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Como indiqué al principio, la composición del Quijote fue una especie de aventura cuyo destino final Cervantes no podía haber previsto. La novela, por tanto, pasa por fases según se desenvuelve la invención de su creador. En la historia de la recepción del Quijote, las distintas fases han tenido un signifi-cado especial para lectores de diferentes épocas. La Primera Parte constituye una fase que podríamos llamar ‘neo-clásica’; se trata de una obra cómica (un ‘funny book’), en la que don Quijote es poco más que un bufón caballeresco y la risa del lector funciona como una especie de castigo de las absurdas pre-tensiones del hidalgo manchego (Oscar Mandel 1957, A. A. Parker 1948, P. E. Russell 1969, Anthony Close 2000). En la Segunda Parte Cervantes desvela el pathos inherente a la manía caballeresca del cuerdo-loco, y la parodia de los libros de caballerías empieza a exhibir las características de una tragicomedia (Williamson 2012). Esta fase es la que dio lugar a la interpretación ‘romántica’ del Quijote (Close 1978 y Rivero Iglesias 2011). Por último, la intervención de Avellaneda produce una prolongación de la parodia, y es en esta fase tardía — desde el capítulo 59 hasta el 72— que el Quijote alcanza su pleno significado histórico, porque aquí es cuando la parodia supera su propia razón cómica para sublimarse en la condición trágica de un hombre que sufre una locura absurda sin lograr saber el porqué. Gracias a esta prolongación, y sus conse-cuencias, la historia de don Quijote se convierte en el gran mito de la moder-nidad, un mito que describe el lento derrumbe de un mundo tradicional, y la apertura a un destino humano que todavía no hemos llegado a comprender.

Cervantes, por tanto, tiene una gran deuda con Avellaneda. El odiado rival le empujó a extender la historia de don Quijote mucho más allá de lo nece-sario para los fines de la parodia de los libros de caballerías, pero este mero accidente circunstancial resultó en un hallazgo de la imaginación literaria que rebasaba el horizonte ideológico del propio autor, y que confirió a la gran novela cervantina su sorprendente y duradera modernidad.

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! Don Quijote y Sancho, Jerôme David, Les advantures du fameux chevalier Dom Quixot de la Manche et de Sancho Pansa, son escuyer, Jacques Lagniet, París, 1650-1652.

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