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¿Cómo pueden las utopías científicas y literarias influir sobre el futuro?* Norbert Elias I La pregunta que se me ha planteado no es tan sencilla como podría parecer a primera vista. Si la entiendo bien, creo que en su trasfondo se encuentra un razonamiento que presume que las utopías son anticipaciones de una condición futura de la sociedad, anticipaciones que en la mayoría de las veces vienen en la forma de libros de carác- ter científico o literario. La pregunta es: ¿pueden los libros de utopías tener alguna influencia significativa en el desa- rrollo de las sociedades? Partamos de un ejemplo obvio: si Marx nunca hubiera vivido, ¿continuaría el zarismo blanco gobernando en Rusia? ¿O acaso ya estaban preparadas las * Ua base de esta versión castellana es: Elias, N., "What is the role of scientific and literary utopias for thefuture?", en: Netherlands Instilóte for Advanced Study in the Humanities and Social Sciences (ed.), Limits to thefuture. Wassenaar, 1982, pp. 60-80. Parala traducción fue consultada también la versión holandesa ligeramente revisada: "Hoe kunnen wetenschappelijke en litemire utopie'én de toekomst be'invloe- denV, en: De Gids,Jg. 147, ni. 1, 1983, pp. 3-17.

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¿Cómo pueden las utopías

científicas y literarias influir

sobre el futuro?*

Norbert Elias

I

La pregunta que se me ha planteado no es tan sencilla como podría parecer a primera vista. Si la entiendo bien, creo que en su trasfondo se encuentra un razonamiento que presume que las utopías son anticipaciones de una condición futura de la sociedad, anticipaciones que en la mayoría de las veces vienen en la forma de libros de carác­ter científico o literario. La pregunta es: ¿pueden los libros de utopías tener alguna influencia significativa en el desa­rrollo de las sociedades? Partamos de un ejemplo obvio: si Marx nunca hubiera vivido, ¿continuaría el zarismo blanco gobernando en Rusia? ¿O acaso ya estaban preparadas las

* Ua base de esta versión castellana es: Elias, N., "What is the role of scientific and literary utopias for thefuture?", en: Netherlands Instilóte for Advanced Study in the Humanities and Social Sciences (ed.), Limits to thefuture. Wassenaar, 1982, pp. 60-80. Parala traducción fue consultada también la versión holandesa ligeramente revisada: "Hoe kunnen wetenschappelijke en litemire utopie'én de toekomst be'invloe-denV, en: De Gids,Jg. 147, ni. 1, 1983, pp. 3-17.

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dinámicas internas de la sociedad rusa para un cambio cuando los pupilos de Marx llegaron a la estación finlan­desa, de tal manera que la utopía literaria anticipatoria de Marx de un posible futuro mejor simplemente ayudó a re­forzar la corriente de los vientos de cambio hacia su pro­pia dirección ya prevista?

Mi punto es que al responder la pregunta ¿pueden las utopías ejercer una influencia significativa sobre el futuro? no se debe olvidar que toda sociedad —o grupo de socieda­des—tiene en un instante determinado un impulso propio presionando su condición presente, una dinámica de gru­po particular, inherente, que pueden ser bloqueados pero que, aun en este caso, son una parte intrínseca de su es­tructura. Desde luego, esto no significa que dicha dinámi­ca estructural esté fijada de una vez por todas en una di­rección determinada; significa que mientras que existe un variado espectro de futuros posibles, las posibilidades de desarrollarse de cada uno de ellos están claramente deli­mitadas, no son infinitas. Por lo tanto, si las utopías anti-cipatorias han de ejercer alguna influencia en el desarrollo del futuro, solamente pueden hacerlo en tanto estén sin­tonizadas con los futuros posibles propios de la estructura y el impulso inercial de la sociedad en esa etapa particular de su desarrollo.

Por supuesto, no siempre se puede decir en un deter­minado estadio del desarrollo cuáles futuros son posibles y cuáles imposibles. Pero la invención de futuros impro­bables o imposibles en forma de utopías también puede cumplir alguna función. Al igual que las descripciones de futuros posibles, ellas son expresiones de los sueños, de­seos y temores de los hombres en un determinado perío­do.

Quisiera indicar brevemente qué entiendo por utopía o, mejor, en qué acepción creo que se suele emplear este término y, en consecuencia, sobre qué voy a tratar. Una utopía es una representación fantasiosa de una sociedad,

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que contiene unas propuestas de solución a una serie de problemas sociales aún no resuelta. Puede tratarse de unas imágenes deseables tanto como indeseables. En una utopía también pueden confluir simultáneamente deseos y pesadillas. Por lo tanto, las utopías de generaciones pasa­das pueden servir a sus descendientes como un indicador fiel, acertado, de las angustias y esperanzas, de los anhelos y las pesadillas de sus grupos ancestrales, como las clases sociales, los grupos etáreos o de género, e inclusive de na­ciones enteras.

Piénsese en la Utopía de Tomás Moro. No hace falta señalar que Moro no fue el inventor de la utopía y del gé­nero de escritos que luego recibió esta denominación. Hoy en día se le ve a veces simplemente como alguien que, por su propio placer y por el de sus amigos, inventó una sociedad imaginaria, una especie de país soñado. Pero de hecho, él inventó una sociedad alternativa que en mu­chos sentidos fue una contraimagen de la sociedad exis­tente. Una de las cosas que le atormentaban era el cre­ciente poder del rey y del Estado en el período que retrospectivamente solemos llamar el período del absolu­tismo emergente. Mientras escribía su Utopía, Moro era humanista y como jurista ocupaba un alto cargo al servicio de la ciudad de Londres, y estaba estrechamente ligado con las casas mercantiles más poderosas. Es posible que algunos de sus miembros hayan compartido la visión críti­ca de Moro. Hay bastante certeza de que su amigo Erasmo de Rotterdam habría estado fie acuerdo con él. El que Moro en una fase posterior de su vida —y como destacado servidor de su rey— tuviera ideas más ortodoxas acerca de la Iglesia y del Estado, en nada afecta la óptica más crítica de la utopía escrita en su juventud.

También podemos considerar las utopías de la literatu­ra pastoril. En mi libro Die Hófische Gesellschaft (La socie­dad cortesana) estudié con algún detalle una de las nove­las pastoriles más grandes, Astrée, de Honoré d'Urfé. Ella

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ofrece un cuadro sorprendentemente claro y vivido de un país soñado en donde trató de escaparse una parte de la antigua nobleza guerrera francesa al quedar atrapada en la trampa dorada de la vida cortesana. Estas utopías tempra­nas solían representar sueños placenteros. Tenían el ca­rácter gratificante de deseos cumplidos. En tiempos más recientes, las utopías han asumido cada vez más el carácter de sueños sombríos y, muchas veces incluso, el de pesadi­llas. Por eso, una de las preguntas claves para hablar de utopías hoy en día es por qué es esto así, por qué la pre­ponderancia de utopías con carácter de sueños deseables ha cedido su lugar al predominio de utopías con carácter de sueños sombríos, es decir, de utopías negras a las cua­les en la actualidad se les llama a veces antiutopías, térmi­no que a mi modo de ver, no es acertado.

Soy consciente de que quizás no estoy interpretando la pregunta contenida en el título de la manera en que me fue planteada. Quizás ella tenía un sentido menos amplio como: ¿Tienen las utopías una utilidad práctica para la constitución del futuro? Pero en este caso tampoco hu­biera podido ofrecer una respuesta satisfactoria sin consi­derar el desarrollo de las utopías en el pasado y segura­mente sin pensar en el cambio misterioso del predominio de utopías-deseo a utopías-pesadilla. En el desarrollo de las sociedades humanas debió ocurrir algo decisivo como para que las utopías relativamente placenteras que pre­dominaban todavía en el tardío siglo XIX, como las de Edward Bellamy, Theodor Hertzka, William Morris y sus contemporáneos, ' dieran paso a unas utopías-pesadilla como Brave New World (1932) de Aldous Huxley y 1984 (1948) de Georg Orwell o, para no olvidar, aunque en este

Edward Bellamy, Looking Backward, 1888; Theodor Hertzka, Freiland, Einsoziales Zukunflsbild, 1890; William Morris, News from Nowhere, 1890.

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contexto se le olvide con frecuencia, Day of the Trijfids (1959). Si no se presta atención al problema que plantea este sorprendente giro, resulta difícil evaluar qué papel pueden jugar las utopías para la configuración del curso futuro de los eventos.

II

La obra de II.G. Wells, el escritor de utopías más produc­tivo y en muchos aspectos más prominente de finales del siglo pasado, puede ser considerada como característica del viraje de las utopías placenteras hacia las desagrada­bles. Los escritos de Wells en buena parte estuvieron atra­vesados por una vigorosa fe en la posibilidad de una so­ciedad mejor, en los beneficios que los hombres iban a sa­car de la ciencia, el avance tecnológico y la educación. Pero Wells también sostenía explícitamente que la ciencia genera no sólo beneficios para la humanidad. En la muy conocida historia de The Island of Doctor Moreau (1896), el buen doctor, anticipando técnicas genéticas contemporá­neas, empleó sus habilidades como cirujano para trans-plantar características humanas a animales. Así creó una especie de híbrido que ya no era animal pero tampoco en­teramente humano. La teoría de Darwin jugó un papel importante para la obra de Wells, no sólo como teoría bio­lógica sino también como modelo teórico que sirve como matriz filosófica para apreciar y pronosticar el futuro de la sociedad humana.

En la época de Wells, la teoría de Darwin era todavía muy controvertida y en este sentido de extraordinaria ac­tualidad. Hoy en día en las sociedades europeas más desa­rrolladas es aceptada ampliamente. Incluso los teólogos pueden tolerar la teoría de la evolución: se resignaron al hecho de que la teoría de Darwin existe y que tienen que

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dejar que el lobo y la oveja convivan pacíficamente de la mejor manera.

Pero en el tiempo de Wells, la afirmación de que los hombres eran descendientes de una especie de mono era para mucha gente una blasfemia insoportable. Tilomas Huxley, el maestro de Wells, que fue amigo de Darwin y un ardiente luchador por el reconocimiento de sus teorías científicas, tuvo que defenderse en una discusión pública ante una pregunta despectiva del obispo de Oxford. Éste preguntaba si era por el lado de su abuela o de su abuelo que Huxley se consideraba descendiente de un venerable mono. Huxley, muy sereno y cortés, replicó con la si­guiente frase famosa:

Si se me preguntara si prefiero ser descendiente de un pobre animal de inteligencia corta y espalda encorvada, que hace muecas y balbucea al vernos pasar, o de un hombre de grandes habilidades en una espléndida posi­ción, que emplea sus dones para aplastar y desacreditar a humildes buscadores de la verdad, no sabría la respuesta.

Wells, quien estudió con Huxley y heredó algo de su pasión por la ciencia, formó parte de una generación cuyo entusiasmo ya se iba templando bajo el peso de algunas dudas. Como sus utopías lo demuestran, su posición fren­te a la ciencia era ambivalente.

III.

Esta postura ambivalente de Wells frente a la ciencia anuncia el cambio del cual surgiría el carácter distintivo del clima intelectual dominante en el siglo XX. La amplia confianza en la ciencia y la racionalidad, la certeza de que traerían un futuro mejor para la humanidad en medio de un estándar de vida creciente, cedió paso a las dudas y de-

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silusiones. El ascenso de las utopías-pesadilla hacia una posición dominante fue sólo uno de los síntomas de este cambio.

Algunas razones son obvias. El hecho de que la ciencia y la racionalidad humana no fueron capaces de impedir que los hombres se lanzaran a la guerra contra otros hombres, el asesinato sin sentido de millones de personas en dos guerras, la barbarie de los campos de concentra­ción y de las dictaduras en general, seguramente tuvieron parte en el miedo creciente que se expresa en esas uto­pías.

También hubo otras razones, sobre las cuales se suele reflexionar y comentar menos, quizás porque son menos obvias. Tal vez sea útil señalar algunas.

En algunos campos los científicos han logrado levantar el velo de las fantasías con el que los deseos y las necesi­dades más espontáneas de los seres humanos han cubierto ante sus ojos las interrelaciones reales entre los eventos. Sin embargo, la imagen más realista del mundo que reve­lan los científicos con frecuencia está lejos de ser placen­tera. No sólo la teoría de la evolución de Darwin, sino mu­chos otros descubrimientos científicos también, reempla­zaron las imágenes fantasiosas del mundo en general —y de la humanidad en particular— que emocionalmente re­sultaban más gratificantes por otras que eran más realistas pero menos placenteras en términos emocionales. La lu­cha de Copérnico y Galileo contra una concepción ego­céntrica del universo inició la serie de desilusiones emo­cionales traumáticas que iban de la mano con muchos grandes avances científicos. Ver en la Tierra, y de este modo también en la humanidad, el centro del universo representaba una satisfacción emocional enorme. Esto ha­lagaba el Ego de la gente y, al mismo tiempo, tenía sentido como principio de ordenamiento del mundo. Pensar a la Tierra como un pequeño satélite del sol resultaba desilu­sionante y además no tenía sentido.

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Nuevos desarrollos de la cosmología científica han re­forzado cada vez más la visión del sinsentido duro y deso­lador del universo físico. Hasta ahora, los hombres no han sabido sacar conclusiones de la pérdida de sus ilusiones, consecuencia de los ciegos automatismos sociales del avance científico y de la representación más realista de to­dos los niveles del universo que resultó de dicho avance. Todavía no se han adaptado con el hecho de que solamen­te los seres humanos —y, hasta donde sabemos, solamente los humanos— son los únicos constructores de sentido en el mundo. Sus utopías-pesadilla reflejan el lento despertar de la desilusión con el mundo tal como es. En este punto, solamente pueden quejarse como si alguien les debiera un mundo mejor, con mayor sentido. El golpe traumático, el duelo por las ilusiones perdidas, aún bloquea la compren­sión del hecho de que nadie más que los hombres mismos puede hacer mejor este mundo y darle un sentido más profundo.

Más aún, los descubrimientos de las ciencias naturales son generalmente incorporados y apropiados por podero­sas corrientes del torrente social, generando así con fre­cuencia consecuencias no intencionadas ni previstas por los científicos mismos. En otras palabras, el uso social de los descubrimientos científicos depende de la estructura y, en particular, de las relaciones de poder de la sociedad en conjunto. Sin embargo, los hombres tienden a atribuir las consecuencias dañinas de los avances científicos y el su­frimiento humano que de ellas resulta exclusivamente a la ciencia, de tal manera que ésta no aparece ya como fuente de una vida mejor sino como origen de una pesadilla. Con frecuencia se ignora que estos efectos se deben en gran medida a la estructura de la humanidad y, en particular, a las tensiones y luchas de poder en el interior de y entre los Estados, es decir, a lo que solemos llamar política.2

Un ejemplo característico de esta extraña reducción de la imaginación es la figura del científico loco en la película Dr. Strangelove como símbolo del peli­gro que amenaza a la humanidad y, por ello, como foco del miedo humano.

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¿Cómopueden las utopías...?

En realidad, la mayoría de los avances científicos puede apuntar a direcciones diversas: la imagen de la cabeza de Jano puede ilustrarlo. Los procesos ciegos y no controla­dos de la sociedad amplia pueden llevar a que los avances científicos se traduzcan en medios de una vida mejor o en instrumentos de guerra y destrucción. 1.a idea fantasiosa de una ciencia que actuaría como vehículo invariable del progreso social y de una felicidad humana mayor, tal co­mo reinó en siglos pasados, estaba destinada a terminar en decepción. Y la decepción generada por una creencia social anhelada puede convertirse en un trauma que pue­de durar varias generaciones. Hay buenas razones para suponer que el derrumbe de viejas utopías sociales, entre ellas la fe en el progreso automático, en la necesidad de la humanidad del camino hacia la paz y la felicidad, ejerció un efecto traumático de ese tipo. El concepto de progreso ahora carga con un estigma nacido de la decepción de una creencia alguna vez muy estimada. Para muchos, la ciencia con su tendencia inherente hacia el progreso se convirtió en uno de los símbolos de las esperanzas perdidas y ahora esparcidas sobre el escenario europeo a finales del siglo XX.

Esto se refuerza por los temores ante el futuro, que — aunque de ello no se esté muy consciente— son miedos ante los caprichos incontrolables de los procesos sociales constituidos y mantenidos en movimiento por los hom­bres mismos. Puesto que la naturaleza de estos procesos sociales conformados y mantenidos en movimiento pol­los seres humanos mismos es para la mayoría de ellos un enigma, puesto que las personas no pueden tomar la sufi­ciente distancia de sí mismas para percibir los procesos que conforman entre sí, proyectan la amargura de las es­peranzas perdidas, el disgusto ante la desilusión, el miedo a un futuro del que no pueden creer que no coincida au­tomáticamente con sus deseos e ideales, en determinados símbolos de inconformidad con su propio tiempo.

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Con frecuencia se utiliza la ciencia como uno de estos símbolos. Y dado que los seres humanos pueden encon­trar cierto alivio de sus temores más realistas —de manera mimética si se quiere— en una imagen fantástica que des­pierta miedo, encontramos que el torrente de utopías del tipo ciencia ficción, o al menos parte de éste, cumple en parte dicha función; relajan así el miedo real ante lo que los hombres podrían hacerse el uno al otro, o lo que ten­drían que sufrir en relación con los avances posteriores de la ciencia y la tecnología a través de la anticipación imagi­nativa de tales posibilidades. Al igual que en otros casos, la mimesis con el miedo creada por una fantasía literaria in­dica la naturaleza de los miedos sociales reales y puede in­cluso producir un efecto catártico con relación a ellos, puede proveer —al menos temporalmente— algún alivio respecto a ellos.

Sin embargo, no se puede entender la profundidad de estas angustias sin tener en cuenta que el miedo y la des­confianza de los hombres frente a su propia capacidad de descubrir y de inventar no es nada nuevo. El castigo im­puesto a Adán por haber probado la fruta del árbol del conocimiento, o el que se le impuso a Prometeo cuando se atrevió a enseñarles a los hombres el conocimiento del fuego, así como otras historias míticas de carácter similar, sugieren que el miedo muy real de las personas hoy en día ante su propia capacidad de desarrollar el conocimiento humano es reforzado por el miedo proveniente de otro plano de la conciencia que hace aparecer a estos avances innovadores como un robo ilícito del acervo prohibido de los conocimientos de un dios —o de un padre—, como un intento punible por deprivar de su poder a un ser supe­rior.

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IV

Uno de los mayores dilemas humanos del siglo XX está re­lacionado con la extensión de interdependencias funcio­nales cada vez más estrechas alrededor del mundo. Las in­terdependencias globales, como la carrera armamentista mundial y la amenaza de una guerra global con armas nu­cleares y químicas, hacen que resulte cada vez más difícil controlar los procesos sociales, aun para los mismos parti­cipantes. Estas interdependencias dificultan cada vez más la comprensión de los procesos sociales por parte de quienes, a través de sus propias emociones y acciones los mantienen en movimiento y ayudan inconscientemente a determinar su dirección.

Al mismo tiempo, la expansión de la educación y la co­rrespondiente individualización refuerzan en los países más desarrollados la inclinación de la mayoría de las per­sonas a experimentarse a sí mismas como un pequeño mundo independiente, como un microcosmos individual más o menos independiente. El mismo proceso social, que vuelve a los hombres dependientes cada vez. más de los hombres en todo el mundo, acrecienta también —al me­nos en las sociedades más desarrolladas— la tendencia a la individualización de las personas y su inclinación a expe­rimentarse a sí mismas como individuos totalmente inde­pendientes, es decir, como entes individuales indepen­dientes a los demás seres humanos.

En la actualidad, no está del todo desconectada con es­ta situación paradójica de los seres humanos el hecho de que éstos todavía tienen grandes dificultades en asir y comprender las explicaciones de los sucesos sociales que afectan de manera directa sus propias vidas —como la po­sibilidad de terminar en una guerra nuclear o en recesio­nes económicas mundiales— en términos de procesos mul-tipersonales y de interdependencias planetarias funciona­les. Si estuvieran en condiciones de entender este enfoque

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figuradonal de explicación de la amenaza de guerra y de otras fuentes de sufrimiento y dolor, de hostilidad y pesi­mismo, podrían comprender más fácilmente que dadas las interdependencias mundiales, las acciones y sentimientos de todos juegan un papel en el decaimiento hacia la gue­rra y hacia otros destinos no planificados para la humani­dad que tienen razón de temer. Sin saberlo, ellos mismos son coautores de su angustia: ya nadie puede ser exculpa­do completamente por su contribución a ella.

Pero la explicación de conflictos, crisis y otras fuentes de preocupación humana en términos de procesos socia­les globales de largo plazo, en los cuales todos participan en mayor o menor medida, requiere un nivel de autocon­trol que, aún en el presente, no se alcanza fácilmente. Por lo general, la percepción de todos aquellos que con sus propias acciones y emociones sostienen los procesos socia­les no planeados —tales como las tensiones y los conflictos interestatales— no se guía por la dinámica de estos proce­sos como la explicación de los peligros que los amenazan, sino que lo hace a simples objetos cosificados —o personi­ficados, según el caso—, a una especie de pararrayos, a un fetiche temido u odiado que les puede servir a ellos como objeto para descargar sus agitadas emociones, su amargu­ra, su hostilidad o su miedo. En otras palabras, la percep­ción selectiva de los seres humanos tiende a no prestar atención a explicaciones en términos de la libre compe­tencia entre Estados, de la dinámica de los mecanismos rnonopólicos y de otros procesos sociales de largo plazo porque a pesar de que quizás son más realistas, emocio-nalmente son indiferentes y no sirven como objetos de descarga de intensos afectos.

Muchas utopías escritas en el siglo XX están sincroni­zadas con este tipo de necesidades, especialmente las que denominamos de ciencia ficción. En su gran mayoría, los autores tienen buenos conocimientos de física y tecnolo­gía modernas. Muy pocos entre ellos muestran un cono-

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cimiento comparable de la ciencia social y en especial de la naturaleza de los procesos sociales de largo plazo. El ti­po de imaginación que funciona en ellos, en consecuen­cia, aún dista bastante del que se requiere para una orien­tación anticipatoria sobre posibles tendencias futuras en el desarrollo de las sociedades humanas. Por lo demás, la mayoría de las utopías de ciencia ficción, si no todas, se encuentra en consonancia con el tipo de necesidades emocionales ya mencionadas. Ellas ofrecen símbolos de miedo convertidos en objetos o personificaciones. El más obvio de éstos es la bomba y, de modo más indirecto, la ciencia misma, que en el cuadro social de Estados-naciones que se combaten mutuamente es utilizado para la producción de la bomba.

Fue en relación con este tipo de imaginación que la ciencia —antaño el pilar de la esperanza humana en el progreso y la felicidad— se convirtió para muchas personas en fuente de infelicidad y miedo. Las utopías simplemente reflejan la atmósfera sombría del siglo XX y la postura pe-culiarmcnte ambivalente frente a la ciencia, que encontró en H.G. Wells a uno de sus primeros representantes. De hecho las ciencias naturales presentan en el siglo XX pro­gresos mayores que nunca antes. Pero al contrario de lo que muchos estudiosos del pasado esperaban, el desarro­llo de las ciencias naturales y de la tecnología no generó automáticamente la felicidad universal. En retrospectiva, se puede ver que la expectativa social tiene más su origen en anhelos y deseos soñados que en una evaluación acer­tada de la capacidad de los hombres de controlar los efec­tos no planeados de los procesos sociales de largo plazo producto de la incesante concatenación de sus actividades individuales. Pero la desilusión persiste.

Hasta ahora, los seres humanos no solamente han fallado en aceptar el hecho de que el universo físico no está he-

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cho ni según sus deseos ni de manera totalmente indife­rente a éstos, sino que tampoco han asimilado que a pesar de que los niveles humanos del universo —las sociedades que constituyen unos con otros— se mantienen en movi­miento gracias a ellos mismos, una y otra vez se mueven en direcciones completamente inesperadas, casi siempre opuestas a sus propios deseos y, en la actualidad, altamen­te incontrolables aun para quienes torpemente las man­tienen en movimiento con sus propias acciones.

La combinación que aquí se encuentra es sorprendente y en extremo característica de nuestro tiempo: el avance creciente y sostenido de las ciencias naturales y el corres­pondiente progreso del control humano sobre la natura­leza no humana van acompañados por el avance mucho más lento —inclusive en muchas áreas se presenta un es­tancamiento— de las ciencias sociales, con la consecuente baja capacidad —o incapacidad— de controlar los procesos sociales. Quizás sea en el plano interestatal donde esto se evidencia con mayor claridad. Esto es quizás más obvio en el caso de las crisis económicas ahora casi mundiales, en los conflictos de clase no planeados y frecuentemente in­manejables, o en el caso del crecimiento y decaimiento ca­si igualmente incontrolables de las grandes ciudades. Se puede pensar inclusive, desde una visión de largo plazo, que una de las características estructurales más significati­vas de las sociedades del próximo milenio será esta com­binación particular entre el avance de las ciencias natura­les y el control de la naturaleza no humana, con el atraso y la lentitud de las ciencias sociales —o humanas— y la falta de control de los procesos sociales.

Esta combinación también puede contribuir al predo­minio de las pesadillas en las utopías del siglo XX. Uno de sus temas recurrentes es el de unos hombres que, al mis­mo tiempo que emplean técnicas físicas y biológicas avan­zadas, en su práctica social se guían todavía por creencias precientíficas, casi mágicas. Las utopías del siglo XX tratan

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con frecuencia sobre hechos horripilantes cometidos por funcionarios de una dictadura que emplean el conoci­miento y los más avanzados logros científicos para mante­ner y apoyar las técnicas sociales primitivas de un régimen opresor.

Por esto, esas utopías contribuyen, con intención o sin ella, a la confusión a la cual me he referido. Ayudan a ali­mentar la idea de que la física y la biología per se son res­ponsables, en parte o totalmente, de la dirección del desa­rrollo social —independientemente de la elaboración de las tensiones y luchas aún más o menos incontrolables en el interior y entre los Estados—.

Los avances en el conocimiento humano son tan indis­pensables para lograr un mejor control sobre éstos y otros procesos sociales, como los avances en el conocimiento de la naturaleza lo son para lograr un mayor control humano sobre los procesos naturales. La dificultad radica en que tanto en el caso del avance creciente del conocimiento y el control sociales, como en el conocimiento y control cre­cientes de la naturaleza no humana en el pasado, el mo­vimiento es circular; en ambos casos, los avances en el co­nocimiento dependen del grado de control por parte del hombre, y los avances en el control, del nivel de conoci­miento. Así, el estado relativamente atrasado de las cien­cias sociales y la virulencia casi incontrolable de los con­flictos inter e intraestatales están funcionalmente ínterre-ladonados. Están entrelazados en forma de un enlace doble. Al igual que en otros casos, los progresos en el co­nocimiento dependen de un nivel conmensurable del con­trol social, y los avances en el control de un nivel conmen­surable del conocimiento social. Cada uno puede desace­lerar e, inclusive, bloquear el desarrollo del otro.

El concepto teórico que se tiene hoy en día del desa­rrollo social puede dar fácilmente la impresión de que la dinámica inmanente a los procesos multipersonales puede generar un movimiento continuo de cambios en una u

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otra dirección, a menos de que sea retardado o bloqueado desde fuera. Hasta donde yo sé, los modelos de procesos sociales no han logrado un reconocimiento general ni ex­plorado el significado teórico de los dobles enlaces socia­les que desaceleran o bloquean dichos movimientos desde dentro, a pesar de que de hecho tales dobles enlaces se presentan con frecuencia en el desarrollo de las socieda­des humanas. El hecho de que el conocimiento social y el control social puedan mantenerse en jaque mutuamente en un nivel relativamente bajo, es representativo tan sólo de un tipo específico de enlace doble. El enlace doble en que dos Estados rivales luchan el uno contra el otro por la hegemonía en una determinada área y tratan de ganar ventaja sobre su enemigo y quizás se impulsan mutuamen­te hacia un Imperio, como lo hicieron Roma y Cartago o Francia e Inglaterra, es un ejemplo de otro tipo de enlace.

En la actualidad no se tiene claridad acerca de que la capacidad humana para controlar procesos sociales conti­núa siendo muy limitada, pero esto no necesariamente tiene que seguir siendo así. Se tiende a tomar como natu­ral el que las luchas de poder entre y en el interior de los Estados transcurran de modo incontrolable y frecuente­mente de manera muy destructiva, y se presume que esto ha de ser así mientras existan hombres en la Tierra. Tal resignación se parece mucho a la que exhibía la gente en épocas pretéritas frente a la alta mortandad infantil o cuando sus chozas y casas eran alcanzadas por el rayo. Tomemos como ejemplo los mortales conflictos interesta­tales, más conocidos como guerras. En la actualidad se les ve como catástrofes inevitables. El advenimiento de cada conflagración es admitido como algo en cuyo caso es po­sible poco más que conjuraciones mágicas. Las manifesta­ciones por la paz expresan los propios deseos y, en este sentido, representan una satisfacción emocional, pero son tan poco efectivas como otras prácticas mágicas. Hay po­cos intentos, incluso a nivel del conocimiento, de llegar a

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la raíz del asunto y de determinar no sólo las ciegas diná­micas interestatales que impulsan a unos grupos humanos hacia una guerra específica, de descubrir, en un nivel su­perior de síntesis, aquellas características estructurales de las relaciones interestalales que conducen todas las veces de nuevo a grupos humanos a conflictos que se pueden resolver solamente matando recíprocamente un gran nú­mero ríe seres humanos. En la actualidad carecemos de teorías sobre la guerra que puedan ponerse a prueba y que son tan indispensables para el manejo del peligro bé­lico como lo fueron algunas teorías susceptibles de ser puestas a prueba sobre las causas de las epidemias para su gradual control y eliminación. No es admitida, ni siquiera como punto de partida, la idea de que con ayuda de la in­vestigación sociológica sistemática se puede determinar la naturaleza y dinámica de los procesos sociales que se mueven hacia el empleo de la violencia militar entre los Estados, y que se pueden elaborar modelos teóricos de es­tos posibles procesos de ser sometidos a prueba como una condición indispensable de su control.

Esta meta aún utópica puede ilustrar tanto el lento de­sarrollo hacia una síntesis de un nivel superior, como la trampa del enlace doble que puede frenar o incluso blo­quear dicho desarrollo. La naturaleza de este enlace doble no es difícil de entender: un bajo nivel de control de los sucesos en la praxis humana contribuye a fijar los conoci­mientos humanos en un nivel fantasioso alto; un bajo ni­vel de adecuación y síntesis de los medios de orientación, es decir, del conocimiento, tiende a fijar la capacidad de controlar el curso de los sucesos de modo más acorde con las necesidades humanas en un nivel bajo.

El nivel social de la capacidad de los seres humanos pa­ra controlar los procesos sociales es probablemente tan bajo como lo era el nivel social de las personas para con­trolar la naturaleza no humana en las épocas precientífi-cas. Quizás no resulte fácil admitir este hecho, porque

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puede que sobrepase el poder de imaginación el pensar que los procesos sociales pueden ser explicados y contro­lados en mucha mayor medida de lo que es el caso actual. Así, la gente del medioevo no se podía imaginar que los hombres, gracias al desarrollo de sus conocimientos, se­rían capaces en el futuro de controlar aspectos de la natu­raleza no humana para ellos mismos importantes, como rayos, inundaciones y pestes.

Quizás pueda servir a nuestra imaginación si nos repre­sentamos una sociedad utópica donde la ciencia social ha alcanzado un nivel de desarrollo comparable o incluso su­perior al de las ciencias físicas y biológicas en la actuali­dad. En tal sociedad, las mitologías sociales y nacionales habrían perdido la posición dominante que aún ocupan en el pensamiento de los hombres. Su lugar sería ocupado por el estudio más imparcial de la estructura y función de los procesos multipersonales, de las fuerzas motrices, la interdependencia subyacente de sus aspectos planeados y no planeados —y todo esto de acuerdo con el carácter no autoritario de la investigación científica—. El tabú aún muy arraigado contra la discusión pública de los aspectos de poder de todas las relaciones humanas, tanto en el nivel individual como en los niveles grupales, habrá desapareci­do. Las desigualdades en la proporción de poder de indi­viduos y grupos interdependientes no habrán desapareci­do. Resulta absolutamente imposible imaginar una socie­dad totalmente libre de relaciones de poder desiguales, por ejemplo, las relaciones entre padres e hijos, entre an­cianos y jóvenes, o entre diferentes grupos de profesiona­les especialistas. Pero las credenciales de personas que de­tentan un alto potencial de poder, especialmente su fun­ción para la sociedad y también su conducta en relación con determinadas personas igualmente poderosas, serán mucho más cuestionadas a partir de una teoría de los pro­cesos sociales que ya no va a tolerar el encubrimiento de los diferenciales de poder. Sobra decir que esto ocurrirá

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con diferenciales de poder entre Estados tanto como en su interior. Muchas de las diferencias de poder que hoy en día van de la mano con desigualdades permanentes entre los hombres serán, en este mundo futuro, pasajeras y transitorias. Aun la desigualdad entre Estados, que en la actualidad quizás parezca ser la más duradera e inmaneja­ble de todas las desigualdades, perderá su estrella, cuando un conocimiento anticipatorio o bien el efecto de una se­rie de guerras hayan demostrado claramente que en la Tierra es imposible una hegemonía duradera de un poder singular sobre todos los demás Estados-nación. Entonces se habrá reconocido que los regímenes militares mismos son un relicto anacrónico de tiempos de los príncipes guerreros, cuando el ethos dominante prescribía los gastos de estatus sin reparar en los ingresos. En sociedades don­de a la larga los ingresos sean definitivos para el nivel de los gastos, dichos regímenes serán mandados a recoger por esta sola razón. Con el tiempo, los regímenes militares en todos los países conservarán sólo una fundón ceremo­nial. El nivel uniforme de autocontrol que exige este tipo de sociedad será balanceado gracias a unas retribuciones libidinales y emocionales satisfactorias. Ya no habrá nece­sidad de utopías-pesadilla.

Aquí aparece bastante claro uno de los cambios com­plejos responsables del giro hacia las utopías pesadilla: la desilusión frente al progreso de la ciencia y la tecnología, que no se sostiene a través de un desarrollo equivalente de las ciencias sociales. Una poderosa creencia secular, acaso un deseo soñado, ligó el desarrollo en las ciencias naturales con el creciente bienestar de la humanidad. Len­tamente la gente ha ido cobrando conciencia de que el desarrollo de la ciencia no significa la felicidad creciente de la humanidad, y un ánimo de desaliento fue parte de su reacción traumática. Como resultado, el péndulo se movió hacia el extremo opuesto. A pesar de los progresos realmente inmensos de las ciencias puras y aplicadas a lo

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largo del siglo XX, el concepto de progreso se ha tornado extremadamente sospechoso. La sospecha no quedó con­finada a las ciencias naturales, sino que se pasó a las cien­cias sociales y obstruyó su desarrollo. La gente encontró difícil entender que no sólo los procesos naturales sino también los procesos sociales son fuentes de sufrimiento humano y que la principal condición de su control es un conocimiento más preciso de su génesis, estructura y di­námica. No sólo los líderes estatales y políticos, sino tam­bién quienes no son especialistas en política, en sus deci­siones políticas se dejaron guiar por un tipo específico de conocimiento. Dado que este conocimiento es inadecuado o falso y está alimentado por deseos y pesadillas más que por conocimientos basados en hechos, los resultados pue­den ser desastrosos. Es extraño que muchas personas piensen que justamente su vida social se determina exclu­sivamente por consideraciones racionales, mientras que en realidad ella está moldeada en buena parte por procesos sociales no planeados y apenas controlables de un modo en el cual conceptos como racional o irracional no pueden aplicarse; son procesos multipersonales cuya dinámica y dirección resulta del entrelazamiento no planeado de las acciones de muchos hombres y para los cuales no pueden aplicarse categorías unipersonales —es decir, apropiadas sólo para los individuos— como racional e irracional.

A lo largo de los siglos XIX y XX llegó a convertirse en una ¡dea ampliamente admitida que los hombres pueden influir sobre algunos efectos desastrosos de estos procesos no planeados. La demanda de hacer algo al respecto se volvió más insistente e impetuosa que antes, pero el cono­cimiento sobre cómo proceder todavía es muy rudimenta­rio. Las prescripciones para tratar con este tipo de pro­blemas aún representan una extraña fusión entre magia social secular, alimentada con deseos y miedos, y un cono­cimiento más realista de las tempranas ciencias sociales. Con frecuencia se puede observar el surgimiento de ondas

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tras ondas de prácticas sociales diseñadas para contrarres­tar los efectos no deseados de los procesos sociales incon­trolables. Se trata de prácticas que fueron necesarias como válvulas de escape de sentimientos de frustración y opre­sión pero que a fin de cuentas no lograron curar los males que debían remediar. Quizás contribuyeron a agravar sus peligros. Las experiencias de este tipo probablemente contribuyeron a la tendencia negativista de nuestro propio tiempo.

Quizás sea útil agregar que la vida con una perspectiva de pesadilla no es un rasgo exclusivo de nuestro tiempo. En la Edad Media, cuando las olas de grandes epidemias — además de las guerras intermitentes— se extendieron por vastos territorios del continente eurasiático y cuando Eu­ropa perdió una gran porción de su población, la verda­dera pesadilla de las tumbas de masas, de los moribundos y de los muertos que no tenían quién les diera sepultura, se mezclaba con la visión siempre presente del infierno. Nadie que haya visto los cuadros medievales del infierno y que sepa del papel que el miedo al infierno jugó durante parte de la Edad Media puede ver las pesadillas colectivas como algo enteramente nuevo.

En la segunda mitad del siglo XX, la visión de una Ter­cera Guerra Mundial, librada con armas cuya capacidad destructiva resultó ser tan grande que los establecimientos político y militar de los contrincantes más destacados quedaron perplejos ante el reto de anticipar una guerra nuclear y de elaborar los planes correspondientes, se con­virtió en el objeto más imponente de una perspectiva de pesadilla. Con una carrera armamentista y una lucha de posiciones sobre los extensos territorios propios y los del enemigo, se impulsaban mutuamente hacia una guerra que nadie quería en realidad. Sin saberlo, se veían obliga­dos a actuar de la manera en que siempre lo han hecho los poderes hegemónicos a la cabeza de una jerarquía de Estados desde que éstos existen. Fueron conducidos por

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la presión de un proceso social de monopolización que podía desembocar en un número limitado de figuracio­nes: en la hegemonía temporal de uno de los contrincan­tes, en la liquidación mutua y su regresión a un estadio más temprano del desarrollo social, o en la liberación de la trampa del enlace doble a través de la cuidadosa reduc­ción de la desconfianza recíproca y la renuncia explícita a todo proyecto hegemónico. Quizás este tipo de procesos pueda tomar otras direcciones. Pero independientemente de cuáles sean éstas, el ejemplo tal vez sirve para ilustrar la enorme fuerza impulsora de procesos sociales constituidos y mantenidos en movimiento por el permanente entrela­zamiento de las actividades y experiencias de los grupos humanos implicados. Este ejemplo también permite ver con mayor claridad la extraña situación de quienes consti­tuyen tales procesos y a quienes ya me he referido. Existe la fuerte sensación de que algo debe hacerse para someter tales procesos a un control humano más idóneo.

En comparación con siglos pasados, en el siglo XIX y en el XX, se extendió la creencia en la posibilidad de cam­biar el curso y la dirección de los procesos sociales. Pero el conocimiento de la naturaleza de tales procesos, el cono­cimiento de las ciencias sociales requerido para influir so­bre su curso y dirección de un modo más efectivo y acor­de con las necesidades humanas, no ha superado la fase de su infancia. Esta precaria situación ha sido agravada por el hecho de que quienes podían tomar la iniciativa po­lítica probablemente estuvieron dispuestos a conceder al­gún peso en sus decisiones a los resultados de la investiga­ción en las ciencias sociales, solamente en la medida en que ellos estuvieran de acuerdo con sus propias creencias previas y con los intereses de los grupos sociales que re­presentaban.

Esta ha sido la médula para establecer en qué medida las utopías pueden tener alguna función para el futuro. Aún en el caso de que las utopías presentaran previsiones

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altamente realistas del futuro, ¿es verosímil que los poten­tados de turno hagan uso de ellas?

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La vida de II.G. Wells ofrece un ejemplo didente para ilustrar este problema. Como ya he mencionado, sus escri­tos representan un claro hito. Wells aún les atribuía a las ciencias un papel para el progreso, pero al mismo tiempo reconocía que ellas guardaban en sí una pesadilla poten­cial. Por lo demás, él tenía un vivo interés en la explora­ción de los posibles usos que se podrían hacer de utopías científicamente fundamentadas para anticipar el futuro.

Al correr el velo del misterio que en el pasado encubría la magnitud de la ignorancia humana, el avance de la ciencia preparó imperceptiblemente el camino para una creciente desilusión. Hombres como Huxley hicieron lo mejor que pudieron para suavizar el golpe que represen­taba la creciente desmitificación —a través de descubri­mientos científicos— para la autoestima de los hombres y para su deseo de un mundo con sentido.

El descubrimiento de la ascendencia animal de los hombres fue uno de estos momentos. Thomas Huxley tra­tó de mitigar sus decepcionantes implicaciones señalando las facetas ennoblecedoras y las implicaciones éticas de la teoría de Darwin. Alabó la belleza de la lucha que condujo a la génesis de los seres humanos. Escribió en elevado in­glés Victoriano:

Considero una condición esencial de la esperanza fque la desgracia del mundo pueda ser abatida] que podamos desha­cernos de la idea de que el escape del infortunio y de la pena sea el verdadero objetivo de la vida.

Loward Dickson, H.G. Wells, New York, 1971, p. 30.

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Con esto Huxley fue uno de los pioneros de un esfuer­zo que amerita mayor atención de la que suele dedicársele en nuestro tiempo. El empezó a explorar el problema que implica la naturaleza —una vez que se revela como tal des­pués de ser descubierto el velo que oculta su mis ter io-para la conducta de los seres humanos en sus relaciones recíprocas. Dicho en otras palabras, él vinculó la biología con lo que entonces se llamaba ética. Su esfuerzo por miti­gar la decepción, embelleciendo la cruda y cruel realidad de la naturaleza a través de un lenguaje noble, puede vol­ver sospechoso su intento a los ojos de generaciones pos­teriores que ya no acostumbran usar la respetabilidad de­corativa de los intelectuales Victorianos. Pero como ya no pueden sentir mayor simpatía por la forma en que Huxley aborda el asunto, dejan la tarea sin terminar.

Déjenme volver a Wells, el pupilo de Huxley. El no só­lo presentó sin disfraces el potencial social negativo de los avances en la física y la biología, sino que también ofreció algunos ejemplos muy buenos del papel que las utopías pueden o no jugar como ayuda en la planeación del futu­ro. Wells, en realidad, estuvo intensamente preocupado por lo que él mismo llamó el descubrimiento del futuro. A es­te respecto él contó con una ventaja frente a nosotros. El aún no estaba impedido por lo que ahora es llamado el modo científico de predicción basado principalmente en el uso de métodos estadísticos y en la ayuda de computa­dores. Las indudables ganancias que éstos proporcionan a la predicción están ligadas a unas pérdidas específicas vi­vamente ilustradas por las predicciones no estadísticas de Wells. Si los métodos cuantitativos de predicción con ayu­da de conjuntos de variables no se guían por modelos fi-guracionales o, si se prefiere, multipersonales, sus resulta­dos —y la aplicación de estos resultados en propósitos prácticos— tienen un valor cognitivo muy limitado. Pues los datos sociales son esencialmente interdependientes porque se refieren a seres humanos interdependientes o,

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dicho en otras palabras, a figuraciones de personas. Los mé­todos cuantitativos y las máquinas para el procesamiento de los datos exigen la fragmentación de las figuraciones humanas en variables artificialmente aisladas y aparente­mente independientes, cuya dinámica tiene fuerza deter­minante para cualquier futuro posible. Es un método que puede producir alguna información auxiliar valiosa y que se puede proyectar hacia el futuro. Pero la significación de tales proyecciones puede ser conocida solamente si las va­riables aisladas se vuelven a integrar en modelos del pro­ceso en su conjunto, es decir, en el cuadro dinámico de las figuraciones humanas con sus interdependencias funcio­nales, sus diferenciales de poder y sus demás característi­cas irreductibles, en el cual las variables se han aislado ar­tificialmente. Las balanzas cambiantes de poder juegan un papel central en el estudio de las figuraciones humanas. Wells tenía ya alguna idea de este tipo de estudio mucho antes de que fuera estandarizado y descrito explícitamen­te. Lo empleó con buenos resultados para su predicción no estadística.

Wells usó dos caminos para presentar sus intentos por descubrir el futuro. Algunos de sus descubrimientos los pre­sentó en forma de narrativas utópicas. Las más conocidas son The Time Machine (1895) y The War of the World (1898). A otros los jun tó en un libro de ensayos que llamó Anlicipatious (1901).

Cuando casi 25 años después incorporó Anticipations en sus Collected Works escribió un nuevo Prefacio, donde decía:

[...] el autor se propuso elaborar con las herramientas a su alcance, de la mejor manera posible, las probables lí­neas de tendencias contemporáneas hacia el futuro. En lugar de un cuento quería escribir una predicción auténti­ca.

Esta predicción fue formulada hace exactamente 25 años, y lo más importante que noto al releerla es que nada

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ha perdido su actualidad. Muchas de mis especulaciones han sido ampliamente confirmadas: la Gran Guerra de 1914-18 se previo de forma bastante temprana, la caída de Petersburgo también, al igual que el renacimiento de Francia y la derrota de Alemania. El tanque aparece en una nota a pie de página, 60 años antes de penetrar en el pensamiento militar de cualquier país del mundo. Pero como saltará a la vista del lector, tuve excesiva cautela a propósito del avión, del que suponía que «probablemente llegará antes de 1950». Pero el autor mismo experimentó el placer de volar antes de 1910. Quizás, la parte más vivi­da del trabajo la constituye el análisis de la democracia y el estudio del desarrollo de nuevos elementos sociales en los capítulos segundo y tercero.

Quizás valga la p e n a m e n c i o n a r q u e u n a i m a g e n más

vivida d e la g u e r r a d e t a n q u e s apa rec ió más expl íc i tamen­

te e n el b r eve c u e n t o The L a n d Ironclads, q u e Wells publi­

có en 1903 en el Strand Magazine. Wells escr ibió s o b r e es­

to más t a rde al seña la r q u e se t r a taba d e u n a idea:

[...] que finalmente penetró en 1916, con la ayuda del señor Winston Churchill de Almirante, al pensamiento militar británico. El pensamiento militar es en todo el mundo lo mismo: para fortuna de los británicos, ningún otro ejército había estado tan alerta. The Strand Magazine reeditó el cuento en 1916, después de que los tanques ha­bían hecho su tardía aparición en el frente occidental. No obstante la manera poco imaginativa en que fueron em­pleados, lograron una considerable victoria, fue una victo­ria trivial en comparación con sus plenas posibilidades de sorpresa y penetración.

II.G. Wells, "Preface to thefourth volunte", en The Works ofH.G. Wells. Atlantic Edition, London, 1924, Vol. IV, p. IX-X. ' H.G. Wells, "Prefa.ce to volunte XX", en The Works ofH.G. Wells. At­lantic Edition, London, 1926, Vol. XX, p. IX-X.

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¿Cómopueden las utopias...?

Al parecer, Wells experimentó alguna influencia por parte de la literatura militar de su tiempo. Bloch, un ame­ricano, ya había lanzado la idea de un vehículo terrestre acorazado y esto lo había leído Wells. Como quiera, sin embargo, fue la vivida imaginación que muestran sus es­critos la que ayudó a convencer a Churchill. Y este puso de su parte al penetrar el pensamiento militar.

La capacidad de descubrir el futuro mostrada por Wells en este caso merece un reconocimiento mayor del que él mismo reclama. Como es bien sabido, el tanque fue uno de los medios con los que se esperaba superar el punto muerto de la guerra de trincheras en que había quedado atrapada la confrontación armada de 1914, porque en el ir y venir entre estrategia y tecnología defensiva y ofensiva, aquella había ganado ventaja sobre ésta.

En su libro Anticipations (1901) Wells había previsto no sólo el hecho sino también las razones por las cuales en la próxima guerra la defensiva iba ganar ventaja sobre la ofensiva. Él había señalado que:

La revolución que está en curso desde la guerra anti­gua a la guerra nueva [...] se caracteriza en primer lugar por el progreso permanente en el alcance y la eficiencia de los fusiles y de la artillería de campo (p. 158) [...] en lu­gar de las intermitentes nubes de caballería de antaño se da un gigantesco duelo a lo largo de todo el frente entre grupos de tiradores entrenados, que se relevan y refrescan continuamente desde la retaguardia (p. 160).

Este tipo de predicción, como puede notarse, difiere realmente de la predicción que se basa en grupos de va­riables cuan ti Picadas que en la actualidad se estiman como el medio más exacto y confiable de predicción.

' H.G. Wells, "Anticipations", en The Works ofH.G. Wells. Atlantic Edition, London, 1824, Vol. IV, p. 158, 160.

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La predicción que Wells formuló a propósito de la forma de la guerra futura, la cual resultó bastante exacta y confiable, fue una predicción en términos de una síntesis figuradonal. Aquí estoy empleando la terminología de mi propia teoría social. Realmente, la imaginación utópica de Wells es un buen ejemplo de un enfoque figuradonal.

¿Qué significa lo anterior? Wells conocía el desarrollo técnico de las armas de fuego, grandes y pequeñas, de su tiempo. Pero para él este desarrollo tecnológico no era un asunto aislado. Él se preguntaba por el significado del de­sarrollo de las armas para las relaciones entre los hombres comprometidos en la guerra. Esta reconexión de todos los aspectos aparentemente impersonales del desarrollo social con las figuraciones humanas —que constituyen la sustan­cia de estos desarrollos, así como con la balanza de poder entre las potencias agresivas y las defensoras—, es esencial para un enfoque figuradonal. No estoy afirmando que Wells haya tenido tal teoría. Como muchos otros, empleó un enfoque figuradonal avant la lettre. Él se representaba los cambios en la figuración de opositores humanos recí­procamente independientes que iba de la mano con cam­bios en el armamento. Veía que el desarrollo de las armas iba a llevar hacia una ventaja de la defensa sobre el ataque. La ofensiva iba a quedar atrapada, el resultado iba a ser un punto muerto y los ejércitos enemigos se iban a atrin­cherar en dos líneas paralelas. Dicho en otras palabras, Wells previo la guerra de trincheras. La describió de mo­do bastante realista como:

La presión, la incesante descorazonada presión con que se trata de quebrar su fuerza de resistencia [la del enemigo].

H.G. Wells, "Anticipations", en The Works ofH.G. Wells. Atlantic Edition, London, 1924, Vol. IV, p. 161.

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En 1901 describió con gran exactitud y plasticidad la figuración que se iba a producir más de una docena de años después:

Detrás de la estrecha línea de fuego, donde se da realmente el contacto con el enemigo, el territorio será limpiado y dispuesto para servir a la guerra muchas millas tierra adentro, graneles máquinas estarán excavando una segunda, tercera y cuarta línea de trincheras —necesarias en caso de que la primera resulte forzada a dar marcha atrás— y pasos transversales para el rápido movimiento la­teral de los ciclistas que estarán en alerta permanente para acudir en caso de repentinas presiones locales...

Por supuesto, Wells no pudo prever la guerra de trin­cheras con todos sus horrores, ni pudo prever que los re­gímenes militares de Alemania y de Francia y, siguiendo el ejemplo de éstos, el de Inglaterra también iban a quedar tan cautivos de su preferencia profesional por el duro y estridente ataque, ojalá llevado adelante por la caballería —de lo que el general francés Foch llamó la offensive á Voutrance—, de modo que resultaran completamente cie­gos al tipo de argumento que esgrimía Wells y que segu­ramente contaba con defensores en las fuerzas armadas mismas. Estuvieron ciegos a aquellos argumentos que se­ñalaban que sin un desarrollo técnico, como el del tanque, destinado a superar el empate, la ofensiva estaba conde­nada al fracaso.

Como es de conocimiento común, realmente fracasó. La ofensiva alemana, exitosa en un comienzo, finalmente fue parada y degeneró en el callejón sin salida de la guerra de trincheras, de la misma manera en que ya había ocu­rrido con la ofensiva francesa. En ambos casos el descala­bro se debía exactamente a las razones expuestas con tan-

Ibid.

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ta claridad por Wells. Pero antes que los líderes militares de ambos lados hubieran aprendido la lección, ya habían empujado a cientos de miles de jóvenes hacia la lluvia de balas provenientes de la defensa. Para dar una idea del costo que para una nación puede tener la ceguera de sus mandos militares: en los primeros 15 meses de la guerra de 1914-18 los franceses perdieron 2'425.000 hombres. Esto sucedió en la fase de los intentos desesperados pero vanos de pasar por las líneas enemigas. Aquello costó un número de víctimas similar al de los tres años de guerra que siguieron (2'541.000).

Ustedes me han pedido hablar sobre el papel que pue­den jugar las utopías para el futuro. Di una respuesta pre­liminar con la ayuda de un ejemplo específico en que un literato, formado como científico en biología, formuló unas predicciones bastante exactas, no del tipo cuantitati-vista sino de un tipo figuradonal. Esto significa que no es­taba más allá de la ingeniosidad de los hombres articular unas previsiones razonablemente precisas en sus utopías científicas o literarias. Me imagino que ustedes querían saber si sus predicciones pueden tener algún valor prácti­co. Pero como vimos, esto no depende de la buena gente cuya visión estuvo lo bastante fundamentada y creativa como para explorar posibilidades futuras y fijarlas en unas utopías. Esto depende de aquellas agencias establecidas que cuentan con las oportunidades de poder para hacer uso de estas predicciones y ponerlas en práctica. Con fre­cuencia esas agencias son ciegas. Frecuentemente son in­capaces de aceptar un conocimiento que parece amenazar sus fuentes de poder y que parece socavar su estatus y prestigio. Las peripecias experimentadas por la utopía rea­lista de Wells tienen el valor cognitivo de un paradigma empírico. Bien vale la pena recordarlo.

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