Comentado - Soy Un Taxista

9
Soy taxista. Nunca he usado un mapa. Conozco muy bien esta ciudad. He estado sentado al frente de un taxi por más de veinte años. Claro, empecé desde muy joven en este oficio y ahora, que ya estoy más viejo, no sabría dedicarme a otra cosa. He envejecido con la ciudad, aunque últimamente ella ha cambiado más que yo. Pareciera que se ha rejuvenecido y yo, por mi parte, siento que comienzo a morir. O bueno, no se sabe, quizá ella también se esté muriendo, como un cuerpo, como el mío. Yo tengo más o menos cincuenta años. Pero uno no comienza a envejecer porque se enferme más, porque duela subir una escalera, porque el cuerpo se vuelva más frágil. Tampoco porque la piel se arrugue y se vuelva como un caucho, un plástico frágil. O porque el pelo se vuelva blanco, así como se me está volviendo ahora. Tampoco porque las hijos de uno comiencen a crecer y nazcan los nietos y cada día se hagan más grandes y nosotros cada vez más pequeños. Nada de eso, esas cosas son bobadas. Uno envejece porque ya no se le para. Así, sin más. Ahí es cuando uno dice, mierda, se me fue la juventud. Eso no significa que ya no me gusten las mujeres. Todo lo contrario, ahora las miro más. Me gustan mucho las gorditas. Pero sólo mirarlas, mirarlas como nunca lo había hecho. Incluso, más que cuando era joven. Las miro con desespero, algunas veces, con rabia, otras. Rabia de no poder, rabia de ser rechazado. Si alguna me invita a salir, a bailar, a comer, luego, cuando sea el momento de acostarnos, cuando esté desnuda frente a mí, la verdad, no sabría qué hacer. No podría responderle. La vejez es eso: querer comérselas a todas y no poder. 1

description

Crónica

Transcript of Comentado - Soy Un Taxista

Page 1: Comentado - Soy Un Taxista

Soy taxista. Nunca he usado un mapa. Conozco muy bien esta ciudad. He estado sentado al frente de un taxi por más de veinte años. Claro, empecé desde muy joven en este oficio y ahora, que ya estoy más viejo, no sabría dedicarme a otra cosa.

He envejecido con la ciudad, aunque últimamente ella ha cambiado más que yo. Pareciera que se ha rejuvenecido y yo, por mi parte, siento que comienzo a morir. O bueno, no se sabe, quizá ella también se esté muriendo, como un cuerpo, como el mío.

Yo tengo más o menos cincuenta años. Pero uno no comienza a envejecer porque se enferme más, porque duela subir una escalera, porque el cuerpo se vuelva más frágil. Tampoco porque la piel se arrugue y se vuelva como un caucho, un plástico frágil. O porque el pelo se vuelva blanco, así como se me está volviendo ahora. Tampoco porque las hijos de uno comiencen a crecer y nazcan los nietos y cada día se hagan más grandes y nosotros cada vez más pequeños. Nada de eso, esas cosas son bobadas. Uno envejece porque ya no se le para. Así, sin más. Ahí es cuando uno dice, mierda, se me fue la juventud. Eso no significa que ya no me gusten las mujeres. Todo lo contrario, ahora las miro más. Me gustan mucho las gorditas. Pero sólo mirarlas, mirarlas como nunca lo había hecho. Incluso, más que cuando era joven. Las miro con desespero, algunas veces, con rabia, otras. Rabia de no poder, rabia de ser rechazado. Si alguna me invita a salir, a bailar, a comer, luego, cuando sea el momento de acostarnos, cuando esté desnuda frente a mí, la verdad, no sabría qué hacer. No podría responderle. La vejez es eso: querer comérselas a todas y no poder.

A una mujer nunca le diría esto. Por vergüenza, claro está. Porque no es fácil aceptar que lo único que puedo hacer, por impotencia y por rechazo, es mirar. Mirar, como lo hago cuando recorro las calles. Eso ha sido envejecer para mí. La ciudad, bueno, esta ciudad, en cambio, así como la veo, aún se le para todavía. Eso creo yo. Aunque a veces pienso que algún día envejecerá y no será porque la piel la tenga acabada, sino porque ya no se le podrá parar y ahí todo empecerá a morir. Aunque bueno, la ciudad es como una mujer. Sólo la puedo mirar, entiende. En el fondo, todos queremos penetrarla, pero ya estamos viejos. Yo he conocido mujeres de noventa años que han tirado antes de morir. Lo han hecho de puro capricho, de vicio, incluso. A ellas les pasa diferente, aunque a algunas también se les quitan las ganas. De pronto esta ciudad sea una de esas mujeres: han follado tanto que algún día ya no querrán y ahí todos estaremos jodidos. El mundo también debe ser así, pero ahí sí yo no sé cómo puede ser eso.

Las calles son siempre relativamente nuevas, constantemente hay que estar conociéndolas. Siempre me he guiado mirándolas, reconociendo las casas, los parques, las esquinas. Nunca me he guiado por direcciones. Por más extraño que parezca, nunca me he perdido. Esta

1

Page 2: Comentado - Soy Un Taxista

ciudad no me es extraña. Pero ya dije que parece una mujer. Y, haciendo memoria, confieso que una vez me jugó una mala pasada. Una vez me perdí. Eso fue hace unos tres o cuatro años. Había conocido a una mujer que se volvió cliente permanente. Un día se subió como cualquier persona se sube al taxi. En esa época manejaba uno más viejito. Eran las siete de la mañana. Me pidió que la llevara a su trabajo. Me contó que a esa hora era muy difícil tomar uno. Yo le dije que normalmente solía pasar a esa misma hora por allí, que vivía cerca y que hacía parte de mi ruta al iniciar el día. Claro, eso era una mentira. Yo vivía muy lejos de allí y comenzaba a trabajar a las cinco de la mañana. Entonces, le propuse que podía llevarla a su trabajo todos los días que fuera posible. Ella aceptó sin dudarlo. La primera semana que la llevé, le cobré la carrera. Luego dejé de hacerlo. Ella no puso problema a ello. Simplemente le dije que, como era tan corto el recorrido, podía llevarla sin cobrarle. Al principio se molestó, pero luego aceptó el trato.

Había comenzado a dejar de ser una simple pasajera para convertirse en una amiga: si me hubiera pedido que la recogiera al salir del trabajo, lo hubiera hecho. Nuestras conversaciones habían dejado de ser impersonales. Primero nos preguntábamos sobre el día, el clima, las horas de trabajo, el fin de semana. Cuando estos temas no dieron para más, comenzamos a hablar de otras cosas, como la familia, el esposo y temas que yo a veces obviaba porque no paraba de mirarle las piernas. Un día le dije, más llevado por el aburrimiento y la tristeza que por otra cosa, que si ella quería, la iría a recoger al trabajo por la noche. Me dijo de inmediato y sin pensarlo que era imposible, no porque ella no quisiera, sino porque su esposo siempre iba a recogerla. Entonces, no me quedó otro remedio más que decirle que si algún día él le fallaba, yo la podía ir a recoger sin el menor de los inconvenientes. Eso lo dije, obviamente, pensando en ser amable y no perder las esperanzas. O quizá se lo dije de consuelo, consuelo para mí. Ella lo entendió así y afirmó con la cabeza. No volvimos a hablar más ese día y no anotó mi número de celular; cuando se bajó, le dije que si algún día me necesitaba, me avisara en la mañana para planear mi día: cerró la puerta y se fue.

No pasó más de una semana cuando sucedió lo inesperado. Se subió en la mañana sin saludar. Esa era una de las atribuciones que había adquirido con el paso del tiempo que más me incomodaban; cuando, al parecer peleaba con su esposo, amanecía de mal genio, se comportaba de una manera grosera y violenta: no hablaba, no se despedía y dejaba lo de la carrera al lado de la palanca de cambios. Y ese día, no pronunció durante el viaje una sola palabra; pero, al bajarse, me dijo que la recogiera a las 10 de la noche, que esa noche su esposo no vendría a recogerla: ella saldría por una de las puertas laterales del edificio. Cerró la puerta y se marchó. Esa vez no pagó la carrera.

Cuando comencé a andar, me di cuenta de que ella no había ni siquiera pedido el favor. Tampoco había preguntado si yo podía: esas eran exigencias tontas de mi parte, pero que me hubieran llenado de confianza. Por el contrario, ella me había dado una orden, como si se tratara de algo que yo debía cumplir sin poder siquiera pensar no hacerlo; no obstante, la

2

Usuario, 17/05/13,
GENIAL!
Usuario, 17/05/13,
A veces ¿?
Page 3: Comentado - Soy Un Taxista

alegría con la que fui andando por las calles suprimía cualquier rencor: había pasado más de un año desde la primera vez que la llevé y ese gesto parecía el presagio de algo más emocionante, de otro paso. No podía negar que esa mujer me gustaba mucho: su elegancia, sus manos delicadas, sus piernas fuertes. En una ocasión, cuando ella salió fue de vacaciones, caí enfermo y no pude ni si quiera trabajar un solo día: no podía concebir la idea de salir a trabajar sin verla. Al regresar, a pesar de saber que había estado con su esposo, supe que la necesitaba; en el fondo, aunque no paró de hablar y en todo el recorrido a su trabajo no me escuchó, sabía que a ella también le alegró volverme a ver esa vez. Sin embargo, nunca había pasado nada; nunca había habido un solo contacto entre los dos. Nunca nos habíamos despedido de manos, mucho menos con un beso en la mejilla. Nunca me había llamado al celular, nunca me había invitado a algo más. Nunca. Sólo era una pasajera constante a quien llevaba gratis con la satisfacción de verla: que me pagaba con su presencia. Pero ese día, ese día en el que me dijo que la recogiera del trabajo, sabía que todo iba a ser especial. Ella me había tratado de la peor manera por la mañana, incluso hasta el punto de aburrirme y llegar a pensar en dejarla de recogerla, o cobrarle nuevamente por la carrera; pero esa última frase, que no había sido en forma nada amable, me produjo una emoción tan grande que no pude negarme a ella.

Era una ocasión especial y así me lo creí. Antes de la hora de llegada, me devolví para la casa, tomé un baño y me vestí elegante. Le dije a mi esposa que debía estar muy bien arreglado porque recogería a un cliente muy importante. Llegué al lugar a eso de las ocho de la noche. La ansiedad no me había dejado trabajar por más tiempo en toda esa tarde. Curiosamente, había sentido una especie de ganas de vivir. Ya había olvidado qué era tener una cita con una mujer: qué era salir con una persona desconocida, qué era mirar nuevamente a los ojos e intentar descubrir si siente deseo o no, qué era mirar que se sonríe y entender eso como una pequeña victoria, qué era coquetear, mirar, oler con intensa pasión. No niego que todo ello, a pesar de que se trataba de una simple fantasía, pues tal como ella lo había planeado, era una especie de favor, una simple labor y un acuerdo de negocios, por llamarlo de alguna manera, me emocionaba y me devolvía cosas que yo ya no recordaba, que creía perdidas.

El tiempo era lento y esas dos horas fueron tormentosas. Todo pasaba por mi cabeza en esos momentos. Mi esposa, mis hijos. Llegué incluso a sentirme ridículo vestido de esa manera. Ella salió quince minutos después de las diez. Al verla la emoción me invadió. Comencé a sentir una especie de parálisis en las manos que luego fue extendiéndose a las piernas, los pies, los dedos de los pies. Tanto así, que creo tuve una erección en ese momento. La voz me salió con trabas cuando intenté saludarla desde el carro. Se subió sin saludar. Sin embargo, se notaba cansada y ya no la vi tan bella por el espejo. Eso me entristeció y me tranquilizó. Claro, debía estar cansada. El rostro estaba opaco y ojeroso. Comencé a andar en dirección a su casa, sin embargo, me detuvo. No quiero que me lleves a la casa, dijo sorpresivamente. Yo ya me había dejado conducir por el silencio que ella

3

Usuario, 17/05/13,
;
Usuario, 17/05/13,
Otra genialidad, papi.
Page 4: Comentado - Soy Un Taxista

había tenido. El motor del carro, una música tropical muy suave, eran los únicos sonidos que allí dentro se escuchaban: quizá eran sonidos que yo asimilaba a la tristeza. Mi casa, mi esposa, como nunca, me fueron anheladas. Allí, sin duda, estaría mejor, me decía sin saber lo que me esperaba. Me dijo que quería tomar algo, que se sentía demasiado estresada y que quería relajarse un poco. Fuimos a una pequeña cantina. No era lo suficientemente ruidosa como para poder hablar, pero tampoco lo suficientemente vacía y oscura como para pensar que podía sobrepasarme. Pidió una cerveza, que le duró toda la noche. A medida que pasaron los minutos, comencé a volver a verla bella. Se le notaba, además de cansada, triste. Y así era. Me contó que había encontrado unas conversaciones por internet de su esposo con otra mujer. Me contó quién era esa mujer, qué pensaba de todo ello, sus encuentros. Yo podía escucharla con poca atención, pues no podía parar de mirarle los labios y la boca y los ojos. En aquella luz baja, había vuelto a ser ella. Luego noté que había estado llorando y eso era lo que había maltratado su rostro. No recuerdo si le di un par de consejos, obviamente, con la torpeza de quien no puede pensar en lo mismo. Y tampoco es que ella me haya escuchado mucho: a veces las personas quieren ser simplemente oídas. Luego de hablar caímos en un silencio del cual no podíamos escapar. Pagó las dos cervezas y dijo que debía marcharse. Luego dijo que el otro día sería diferente. Igual, pronuncié la palabra con ingenuidad. Yo le dije que la podía llevar hasta su casa si quería. No contestó sino que se dirigió al carro. Si quiere, le dije para consolarla un poco, siéntese adelante. Así lo hizo. Arrancamos y durante todo el camino permaneció mirando al frente. Su casa, que quedaba a dos cuadras de donde siempre la recogía, era muy grande. Eso me hizo pensar que no era de ella, sino que estaba arrendada. Me dijo, antes de salir, que se sentía sola. Luego dijo que estaba agradecida conmigo. Si yo no hubiera estado allí, dijo, no habría sabido qué hacer. Después dijo un poco de cosas más que dicen las mujeres cuando están desesperadas. Eran más de las doce y yo empezaba a sentirme cansado. Desilusionado y decepcionado, le dije que era para mí un gusto. Siempre que quisiera podría usarme, pensé. Luego pensé que me gustaba y que por eso hacía todo eso. Sin darme cuenta se lo dije. Le dije que me gustaba. No recuerdo cómo pude pronunciar esas palabras. Claro, luego de un rato me di cuenta de que lo había dicho. Ya no había nada que hacer y el temor me invadió. Ella sólo pudo reírse. Levemente, pero se rió. Luego dijo que no. Que no podía porque su esposo estaba aún en la casa y que debía madrugar a trabajar. Poder qué, pensé. Debí poner una cara de tristeza. Me sentía como si me hubieran robado algo. Ella se paró de la silla y antes de salir del carro me dio un beso en la mejilla. Junto con el beso agarró toda mi cabeza con sus dos manos. Yo acaricié su brazo. Levemente, pude palpar sus deditos que comenzaban a envejecer como los míos. Luego se bajó y yo me quedé esperando hasta que entró y cerró la puerta. Entonces arranqué, pero estaba confundido, atolondrado. Decepcionado. Ya no recordaba qué era salir con una mujer. También había olvidado qué se siente ser rechazado. Pero al arrancar me di cuenta que no se podía dar marcha atrás, o tal vez sí, pero confundido como estaba, no podía pensar con tranquilidad; quería irme, esconderme, salir corriendo. Así lo hice. Oprimí el acelerador hasta el fondo. Giraba a toda velocidad por las calles. Quería atropellar a alguien, dejarlo tirado en el piso, pero no

4

Usuario, 17/05/13,
Dijo o dije? Por el pronuncié me confundí.
Usuario, 17/05/13,
Cómo así?
Usuario, 17/05/13,
Genialidad!!!
Page 5: Comentado - Soy Un Taxista

encontré a nadie. Aceleré cada vez por calles desconocidas hasta que me vi obligado a parar porque había una especie de barranco, o un potrero que se declinaba hasta llegar a un caño. El inminente peligro finalmente vino a rescatarme, el miedo a la muerte. Cuando paré el carro y mi cabeza daba muchas vueltas. Vomité varias veces, dentro del carro porque no alcanzaba a salir a la calle. No podía parar de pensar en el rechazo que había sufrido esa noche, en la posibilidad perdida de tenerla. En lo torpe que había sido, en lo infantil de mi comportamiento, en lo ilusorio. Qué tonto fui, pensaba, y vi asomarse una sombra al carro, una sombra que empezó por la parte de atrás y luego se dividió en dos que se fueron acercando por los dos lados del carro. Estaba muy oscuro en ese lugar y había un poco de niebla, tal vez había niebla también dentro del carro. Encendí las luces para saber si podía identificar algo más de la sombra, que ahora eran muchas, casi incontables, pero las luces del carro finalmente no me dejaron ver nada, o tal vez no había nada que ver. Una sombra entonces atacó, intentó abrir la puerta derecha del carro, la del copiloto, mientras que otras muchas salían de bajo del carro, o eso creía ver, porque la niebla era muy fuerte y yo en realidad no podía ver nada, nada más que allí me atacaban y que tal vez moriría, o tal vez salían de mí y que eran las manifestaciones de mi culpa, la culpa que había tenido por estar allí con esa mujer y no con la que me había casado; una intentó arrancar el retrovisor , otra intentó subirse por el panorámico, yo decidí arrancar a toda marcha, algo que hubiera sido natural desde un principio sino hubiera tenido las piernas paralizadas; arranqué pero el carro no se movió, sé que estaba prendido, yo aceleraba, pero el carro no se movía, porque las sombras permanecían allí, paradas, entonces intenté acelerar más, cada vez más, y al fin se movió, quizá cuando le quité el freno de mano, o quizá ya estaba andando y no lo notaba, entonces me arrastré a varias de las sombras conmigo, aplasté otras, tiré por el aire unas cuantas, aunque yo no las miraba, simplemente quería salir, salir de allí a otro lado, dejar aquel lugar, que era como el infierno, y cuya salida fue una avenida, una calle grande, pero no sabía cuál era, no sabía de qué se trataba todo ello, miré las direcciones, pero era como si me hablaran en otro idioma, en un idioma aún más extraño que el de aquella mujer, entonces intenté acelerar, más por el miedo de que las sombras siguieran detrás del carro, y aceleré, anduve un buen trecho, pero sin rumbo, porque no sabía para dónde iba, las calles eran extrañas, ríos interminables que iban y venían, entonces pensé que dentro de la ciudad hay miles de ciudades que desconozco completamente, y que no quiero conocer, definitivamente como aquella mujer, como una mujer, y como no sabía para dónde iba, apagué el carro de choque y me detuve, me detuve y comencé a llorar, lloré mucho, a pesar de que no recordaba cómo se llora, ni mucho menos cómo se siente estar perdido justamente allí donde nunca creí poder estarlo.

Genio, papi!

5

Usuario, 17/05/13,
Ese no es el espejo de adentro? Yo de partes de carro no sé… (