Comentario al Credo

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COMENTARIO AL CREDO (Basado en el libro “DECIR LA FE” de D. Fernando Colomer Ferrándiz) 1-Año de la fe 2-Creer y esperar 3-“Creo” – “creemos” 4-Creo en Dios 5-El carácter personal de Dios 6-Un solo Dios 7-Trinidad y unidad 8-Dios uno y trino 9-Dios Padre 10-Dios creador 11-Creador del cielo y de la tierra 12-Creo en Jesucristo 13-Creo en un solo Señor, Jesucristo 14-Jesucristo: “Jesús” el “cristo 17.- Hijo único de Dios 18.- Concebido por obra y gracia del Espíritu santo 19.- Nació de santa María Virgen 20.- Crucificado, muerto y sepultado 21.- Descendió a los infiernos 22.- Resucitó 23.- Subió a los cielos

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COMENTARIO AL CREDO(Basado en el libro “DECIR LA FE” de D. Fernando Colomer Ferrándiz)

1-Año de la fe2-Creer y esperar3-“Creo” – “creemos”4-Creo en Dios5-El carácter personal de Dios6-Un solo Dios7-Trinidad y unidad8-Dios uno y trino9-Dios Padre10-Dios creador11-Creador del cielo y de la tierra12-Creo en Jesucristo13-Creo en un solo Señor, Jesucristo14-Jesucristo: “Jesús” el “cristo17.- Hijo único de Dios18.- Concebido por obra y gracia del Espíritu santo19.- Nació de santa María Virgen20.- Crucificado, muerto y sepultado21.- Descendió a los infiernos22.- Resucitó23.- Subió a los cielos24.- Está sentado a la derecha del Padre25.- De nuevo vendrá con gloria26.- Para juzgar a vivos y muertos27.- El juicio final28.- La gran esperanza29.- Creo en el Espíritu Santo

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30.- El Espíritu creador31.- El Espíritu de Jesús32.- El Espíritu de la verdad33.- El Espíritu Santo y la libertad34.- El Espíritu del amor35.- Creo en la Iglesia36.- Pueblo de Dios37.- Cuerpo de Cristo38.- Templo del Espíritu Santo39.- La Iglesia una40.- La Iglesia santa41.- La Iglesia católica42.- La Iglesia apostólica43.- La comunión de los santos44.- El perdón de los pecados45.- Un solo bautismo46.- La resurrección de la carne47.- La vida eterna

1-Año de la fe

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«La fe es la facultad de percibir, por encima de nuestra “verdad”

propia, personal y humana, inmersa en este mundo, la verdad absoluta

de Dios, que se revela y se ofrece a nosotros; y dejar que se afirme

como más grande que la nuestra y como decisiva en aquello que nos

concierne» (H. U. Balthasar). Creer comporta dejar que sea Dios quien

conduzca nuestra vida y la conduzca por donde él quiera y como él

quiera, en una disponibilidad verdaderamente total, y en la confianza

inquebrantable de que la fe nunca es defraudada, porque Dios es fiel

(1Co 1, 9). La Virgen María es quien mejor ha realizado esta

disponibilidad y obediencia absoluta de la fe: “Aquí está la esclava del

Señor; hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38).

2-Creer y esperar

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Creer consiste en dar confianza a lo que Dios me dice, a sus

proyectos sobre mi persona. Lo cual me lleva a obrar “como si viera al

Invisible” (Hb 11, 27), ya que la fe me hace actuar, muchas veces, al

margen del mundo, es decir, prescindiendo de los éxitos sociales,

históricos y culturales vigentes en él. De este modo la fe me conduce a

“esperar contra toda esperanza” (Rm 4, 18), pues ella es “garantía de lo

que se espera y prueba de las realidades que no se ven” (Hb 11, 1).

Todo lo cual hace, sin duda, difícil el camino de la fe, que es puesto a

prueba por la evidencia y el peso de un mundo que se piensa y organiza

a sí mismo como si Dios no existiera.

3-“Creo” – “creemos”

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El credo puede ser recitado diciendo “creo” (símbolo de los

apóstoles) o “creemos” (símbolo de Nicea-Constantinopla, en el original

griego). Las dos maneras son posibles y legítimas. “Creo” significa: la fe

es una opción libre, responsable e intransferible de cada hombre. Nadie

puede ser obligado a creer en contra de su voluntad y en contra de su

conciencia. “Creemos” expresa que aunque la fe sea un acto personal e

intransferible, no es un acto caprichoso y aislado, en el que cada cual

construiría el contenido de su fe según su capricho. “Nadie se ha dado

la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente

ha recibido la fe de otro” (Catecismo 166). “Creo” significa, en realidad,

“adhiero a lo que nosotros –la Iglesia- creemos”.

4-Creo en Dios

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Cuando el hombre dice “Dios” no emplea una palabra como las

demás palabras que designan los distintos objetos de su experiencia.

Pues con esta misteriosa palabra denomina un ser todavía más

misterioso y enigmático, un ser que, propiamente hablando, no es “un”

ser, sino el fundamento último de todo ser, de toda realidad, que no

necesita a su vez de ningún otro fundamento, puesto que es él mismo

quien todo lo sustenta y rige. “Dios” designa, pues, la realidad que todo

lo abarca y que lo sostiene todo, la realidad englobante de todos los

seres y de todos los acontecimientos de la historia humana, pues “en él

vivimos, nos movemos y existimos”, como proclamó san Pablo en el

Aerópago de Atenas (Hch 17, 28).

5-El carácter personal de Dios

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El carácter personal de Dios se manifiesta, en la Biblia, en el

hecho de que Dios habla en primera persona, dice de sí mismo “yo” “Yo

soy el que soy” (Ex 3, 14)- y afirma su libertad soberana frente a todas

las leyes ancestrales de la humanidad, de modo que no es la carne ni la

sangre, ni las costumbres familiares o sociales, lo que rige el actuar de

Dios, sino su libre voluntad. De tal manera que las leyes fundamentales

que rigen el mundo y la historia no son las leyes cosmológicas o

sociales, sino las del diálogo, siempre misterioso, entre la libertad divina

y la libertad humana, diálogo en el que la palabra del hombre es tomada

con toda seriedad por Dios: “Yo te invoco porque tú me respondes, Dios

mío” (Sal 16, 6).

6-Un solo Dios

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La fe cristiana es fe en un solo y único Dios: “Un solo Señor, una

sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre

todos, actúa por medio de todos y está en todos2 (Ef 4, 5-6). Los ídolos

se oponen a la unicidad de Dios, pretendiendo rivalizar con él. Pero los

ídolos son obra del hombre: nacen cuando éste se deja seducir por las

obras de sus manos, hasta el punto de considerar que lo que él ha

construido –familia, prestigio profesional, partidos políticos, relaciones

humanas, etc.- puede saciar por completo el deseo que hay en su

corazón, cuando en realidad, sólo Dios puede hacerlo “Nos hiciste para

ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”

(San Agustín).

7-Trinidad y unidad

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Partícipes de la vida divina por el bautismo, los cristianos hemos

de hacer visible la comunión trinitaria en la historia humana, generando

una nueva forma de unidad, que no se basa en la homogeneización

cultural sino en la asunción de la diferencia: “Como tú, padre, en mí y yo

en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea

que tú me has enviado2 (Jn 17, 21). Surge así la Iglesia como el lugar

histórico donde la Trinidad se comunica a los hombres y les hace

capaces de construir la unidad diferenciada del género humano en la

que cada cual proclama las maravillas de Dios “en su propia lengua”

(Hch 2, 11).

8-Dios uno y trino

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Los cristianos somos bautizados “en el nombre del Padre y del

Hijo y del Espíritu santo”. Como observa el Catecismo (nº 233) somos

bautizados “en el nombre” y no “en los nombres”, porque no hay más

que un solo Dios: el Padre todopoderoso, su único Hijo y el Espíritu

santo. La revelación del Dios uno y trino constituye el núcleo

fundamental de nuestra fe: el misterio de la santísima Trinidad. Gracias

a él conocemos el ser íntimo de Dios: que Él es “único pero solidario”

(Catecismo nº 254), que Dios es un misterio de comunión y que

nosotros, injertados en Cristo por el bautismo, estamos llamados a

participar de esa misma comunión trinitaria.

9-Dios Padre

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Que Dios es Padre significa que es un misterio de eterna

juventud, de generosidad incansable y gozosa: su amor hacia nosotros

no depende de nuestra actitud hacia él, que “hace salir el sol sobre

buenos y malos y caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5, 45).

Significa también que él quiere el bien del hombre y por eso exige a la

libertad humana que trabaje por ese bien, “porque a todo el que tiene,

se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que no tiene se le

quitará” (Mt 25, 29). Significa finalmente que su obrar hacia nosotros no

está regido por la estricta justicia sino por ese amor más grande que se

llama misericordia, amor con el que llama “hijo mío” (Lc 15, 24) al hijo

que huyó de él y malgastó toda su herencia.

10-Dios creador

Page 12: Comentario al Credo

Antes de que existiera el universo creado existía Dios y sólo Dios,

sin ninguna otra cosa. Por eso la Iglesia enseña que Dios creó el mundo

2de la nada”, es decir, sin ninguna materia previa: “Te ruego, hijo, que

mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a

partir de la nada lo hizo” (2Mac 7, 28). Por eso todo, absolutamente todo

lo que existe, procede de Dios, quien lo creó sin ningún esfuerzo y con

plena soberanía: “Todo lo creaste con tu palabra” (Sb 9, 1; Jn 1, 3). Dios

no crea “impulsado” por ninguna “necesidad”, porque Dios no “necesita”

nada ni, propiamente hablando, tiene “impulsos”. Dios crea libremente:

“Porque tú has creado el universo, por tu voluntad no existía y fue

creado” (Ap 4, 11).

11-Creador del cielo y de la tierra

Page 13: Comentario al Credo

El credo afirma que Dios es el creador del “cielo y de la tierra, de

todo lo visible y lo invisible”. “El cielo y la tierra” es una expresión para

decir “todo”, “la totalidad”. De esta totalidad se afirma que tiene dos

caras o dimensiones, una visible y otra invisible: la creación es más

grande que nosotros con nuestros ojos corporales, incluso ayudados por

potentísimos instrumentos (microscopios, telescopios), podemos

contemplar. Lo invisible incluye la existencia de otros seres espirituales,

distintos del hombre y dotados también como él de inteligencia y

libertad: son los ángeles, que fueros creados antes que el hombre y que

son criaturas personales, puramente espirituales, y no simples fuerzas

anónimas e impersonales. Ellos habitan la ciudad del Dios vivo,

constituyendo “la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo” (Hb

12, 23).

12-Creo en Jesucristo

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El hombre es un ser religioso por naturaleza y sabe descubrir en

el universo multitud de manifestaciones de la divinidad. Los poetas, los

artistas, los filósofos y la mayoría de los hombres saben encontrar en la

naturaleza y en las personas signos, “revelaciones”, de esa realidad

fundante y plenaria que llamamos “Dios”, ya que, en verdad, “el cielo

canta la gloria de Dios y el firmamento proclama la obra de sus manos”

(Sal 18, 2). Sin embargo, de ninguna de esas revelaciones cabe afirmar

que es “Dios mismo en persona”. El cristianismo, en cambio, afirma y

confiesa que hay una manifestación de Dios de la que hay que decir que

es “Dios mismo en persona”. Esta manifestación es un hombre

concreto, de carne y hueso: Jesús de Nazaret. Esto es lo que diferencia

al cristiano del hombre religioso en general

13-Creo en un solo Señor, Jesucristo

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El credo matiza todas las afirmaciones sobre Jesucristo

iniciándolas con la proclamación de su único señorío: “Creo en un solo

Señor, Jesucristo”. La confesión de Jesucristo como el único Kyrios

(Señor) está reglada con la sangre de los primeros mártires cristianos,

que lo fueron precisamente por negarse a reconocer otro Kyrios distinto

de Jesús. Pues la palabra “Señor” (Kyrios) ha de ser entendida en el

sentido más fuerte, es decir, como proclamación de la divinidad de

Jesucristo y, por lo tanto, como atribución a él del señorío que sólo a

Dios compete, un señorío verdaderamente absoluto: “Dios es el más

grande, no los emperadores” como gritó uno de nuestros primeros

mártires.

14-Jesucristo: “Jesús” el “cristo”

Page 16: Comentario al Credo

“Jesucristo” es un nombre compuesto de dos: Jesús y Cristo.

“Jesús” es un nombre propio judío que significa “Yahveh (el Dios de

Israel) ayuda!”. “Cristo”, en cambio, es un nombre griego que significa

“ungido” y que es la traducción griega del término hebreo “Mesías”, con

el que se designa al enviado de Dios en los últimos tiempos, para llevar

a plenitud su obra salvadora, dando cumplimiento a la esperanza de

Israel. Los primeros cristianos unieron un nombre hebreo con un

nombre griego para significar que Jesús había venido para los judíos y

para los griegos, es decir, para todos los hombres. Y que aunque él

procedía de Israel y era un judío –pues “la salvación viene de los judíos”

(Jn 4, 22) el significado y el alcance de su persona y de su obra era

verdaderamente universal, válido para todos los hombres.

17.- Hijo único de Dios

Page 17: Comentario al Credo

“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para

que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna” (Jn 3,

16). Jesús es hijo de Dios de una manera muy distinta a como lo somos

nosotros. Por eso le dijo a maría magdalena: “Vete donde mis hermanos

y diles: subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”

(Jn 20, 17). En efecto, Jesús no es “un” hijo de Dios, sino “el” Hijo de

Dios. El carácter excepcional de esta filiación se expresa en la

afirmación contundente de Jesús: “Yo y el Padre somos uno2 (Jn 10,

30). Por eso el credo proclama “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios

verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma

naturaleza del Padre”.

18.- Concebido por obra y gracia del Espíritu

santo

Page 18: Comentario al Credo

La concepción virginal de Cristo significa que la voluntad y la

voluntad y la iniciativa humanas no han desempeñado en ella ningún

papel. De este modo Dios deja sentado que su salvación, que es

Jesucristo, no es fruto de ninguna iniciativa humana, sino que es un

puro don de su gracia, de su amor. En ella el papel del hombre se

reduce a aceptar humildemente el plan de Dios y a consentir libremente

en él. Es lo que hace san José aceptando de corazón a María como

esposa y asumiendo como propio su hijo que no es suyo (Mt 1, 18-25).

Es lo que hace María a exclamar “Aquí está la esclava del Señor,

hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).

19.- Nació de santa María Virgen

Page 19: Comentario al Credo

Que un hombre sea concebido en el seno de una mujer sin que

intervenga ningún varón, es un hecho extraordinario, es

verdaderamente un milagro. La virginidad de María antes del parto es el

prodigio que indica que su hijo es un puro regalo del Padre a la

humanidad. Nos recuerda además que Dios es el Padre todopoderoso y

que, como creador del cielo y de la tierra, tiene pleno poder sobre la

materia y sobre la vida. Si Dios no pudiera alterar lo más mínimo el

devenir del cosmos, el mundo sería un sistema cerrado en sí mismo, sin

posibilidad alguna de esperanza. Entonces la muerte tendría la última

palabra sobre la vida. Pero nosotros “esperamos, según nos lo tiene

prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia”

(2Pe 3, 13).

20.- Crucificado, muerto y sepultado

Page 20: Comentario al Credo

Jesús “por nosotros” se situó “en nuestro lugar”, en el lugar que

nos corresponde por nuestro pecado, por nuestro “no” a Dios. Ese lugar

es un lugar de desgracia, de muerte, y maldición, de apartamiento y

lejanía de Dios. La soledad y el abandono de Cristo en su pasión –“Dios

mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34)- fue el

camino por el que el Cordero de Dios quitó el pecado del mundo (Jn 1,

29): lo quitó asumiéndolo, sumergiéndose en la tenebrosidad propia del

pecado, consintiendo en “ser hecho pecado por nosotros” (2Co 5, 21),

compartiendo no la negación de Dios propia del pecado, sino el

alejamiento de Dios que el pecado comporta. De este modo tomó

nuestro destino para darnos a cambio el suyo.

21.- Descendió a los infiernos

Page 21: Comentario al Credo

Este artículo del credo subraya la universalidad de la salvación

obtenida por la muerte redentora de Cristo, que se aplica también a las

generaciones humanas anteriores a él. En el gran silencio del sábado

santo, mientras el cuerpo sin vida de Cristo yace en el sepulcro (Jn 19,

41-42), y su espíritu está en las manos del Padre (Lc 23, 46), su alma

desciende al lugar de los muertos-el sheol- y les anuncia la oferta de

salvación que él acaba de obtener por su muerte en la cruz. Es la

predicación de Cristo a los muertos de la que habla san Pedro: “Por eso

hasta a los muertos se ha anunciado la Buena Nueva, para que

condenados en carne según los hombres, vivan en espíritu según Dios”

(1Pe 4,6).

22.- Resucitó

Page 22: Comentario al Credo

Al resucitar, Jesús no vuelve a su vida de antes -como el hijo de

la viuda de Naím o como lázaro sino que entra en una vida nueva, en un

tipo de existencia cualitativamente distinto de la existencia temporal. En

los testimonios de todos aquellos a los que el Señor resucitado se

apareció, se percibe una doble convicción: que Jesús resucitado no es

un fantasma, sino un cuerpo real que come y bebe, y que ese cuerpo es

el mismo cuerpo que tenía antes de morir. Y por otro lado que cristo

resucitado ya no pertenece a este mundo, que ya está revestido de la

gloria de Dios, que su cuerpo está totalmente espiritualizado, que es

una realidad inefable. Por eso san Pablo habla, a propósito de Cristo, de

un “cuerpo espiritual” que sustituye al “cuerpo natural” (1Co 15, 45-47).

Por eso en todos los relatos de las apariciones encontramos al mismo

tiempo una especie de presencia y de ausencia, de cercanía y de

trascendencia, de familiaridad y de alejamiento.

23.- Subió a los cielos

Page 23: Comentario al Credo

“Fue arrebatado a la vista de ellos y una nube lo sustrajo a sus

ojos” (Hch 1, 9). La nube es, en la Biblia, un símbolo de la presencia

poderosa de Dios. La ascensión de Jesús a los cielos no debe

entenderse como una subida espacial, pues tampoco “cielos” significa

en la Biblia un lugar físico, sino un “lugar” espiritual: la presencia de

Dios, su morada. Jesús entra, pues, en el mundo de Dios, en la gloria

de Dios que está más allá del espacio y del tiempo. La ascensión

significa, pues, la exaltación de Cristo como Pantocrátor, es decir, como

Señor de todo, a quien están sometidas todas las cosas, las del cielo y

las de la tierra, incluyendo los Principados y Potestades contrarios (1

Pe3, 22; Ef 1, 21-22).

24.- Está sentado a la derecha del Padre

Page 24: Comentario al Credo

Con este misterio confesamos simultáneamente dos cosas: que

Cristo es Dios, “consustancial al Padre” y que, en si glorificación, no ha

abandonado su humanidad. La “derecha del Padre” significa, en efecto,

la gloria y el honor de la divinidad, así como la felicidad suprema y la

plenitud del poder de Dios, como afirma un salmo: “La diestra del Señor

es poderosa” (Sal 118, 16). Esta glorificación de Cristo no es una

recompensa por su pasión y muerte en la cruz, sino que le corresponde

a él desde toda la eternidad como Dios que es. Pero lo nuevo, como

precisa san Atanasio, es que ahora está a la derecha del Padre en su

condición corporal: la carne que tomó de María Virgen, ha quedado

introducida para siempre en el seno de la Trinidad santa y bendita.

25.- De nuevo vendrá con gloria

Page 25: Comentario al Credo

El tiempo de la Iglesia y de su misión, que se inicia con la

ascensión del Señor, terminará con su venida gloriosa o parusía:

“Galileos, ¿Qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido

llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como lo habéis visto subir al

cielo” (Hch 1, 11). Esta venida de Jesús no acontecerá en la humildad

de la carne, como en su encarnación, ni tampoco bajo los velos del

sacramento, de la palabra y del prójimo, como en el tiempo de la Iglesia,

sino de manera gloriosa: “Verán al Hijo del hombre venir sobre las

nubes del cielo con gran poder y gloria” (Mt 24, 30). En su parusía el

Señor consumará la obra de la salvación iniciada con su encarnación,

muerte y resurrección, llevándola a su plenitud total.

26.- Para juzgar a vivos y muertos

Page 26: Comentario al Credo

El evangelio percibe la historia humana como esencialmente

ambigua, como una mezcla de bien y mal, de trigo y cizaña (Mt 13, 24-

30). La fe en el juicio de Dios significa que la ambigüedad del bien y del

mal no tendrá la última palabra en la historia; que Dios intervendrá con

poder y “separará” definitivamente el bien del mal, asegurando la

victoria del bien y la derrota definitiva del mal. No todo se reconciliará en

una armonía definitiva: habrá realidades que serán explícitamente

rechazadas, todas las que se han fundado en el orgullo y la soberbia, en

la violencia y el egoísmo, es decir todas las realidades que han servido

al mal. El juicio comportará también la derrota definitiva y total de satán

(Ap 20, 10), así como el final de la muerte: “La muerte y el hades fueron

arrojados al lago de fuego; este lago de fuego es la muerte segunda”

(Ap 20, 14).

27.- El juicio final

Page 27: Comentario al Credo

La certeza del juicio final es, para el cristiano, un motivo de

seriedad y responsabilidad en la vida presente, pues sabe que todas

sus obras serán tomadas en consideración y que con ellas va definiendo

su actitud hacia Jesucristo. Pero también es un motivo de esperanza y

consuelo, pues ello significa que se terminará el anonimato en que

tantas personas viven, sufren y mueren, sin recibir el reconocimiento

que merecen, sin que se desvele y se conozca públicamente el valor de

sus vidas y de su propio ser personal: “Y el mar devolvió los muertos

que guardaba, la muerte y el hades devolvieron los muertos que

guardaban, y cada uno fue juzgado según sus obras” (Ap 20, 13).

28.- La gran esperanza

Page 28: Comentario al Credo

El día del juicio todo será probado por el fuego, es decir, por el

Espíritu Santo, por el amor de Dios: “Y la calidad de la obra de cada

cual, la probará el fuego. Aquel cuya obra, construida sobre el cimiento,

resista, recibirá la recompensa. Más aquel cuya obra quede abrasada,

sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa

a través del fuego” (1 Co 3, 13-15). Este texto tan consolador nos

permite comprender que es posible que la propia “obra”, es decir, la vida

de un hombre, sea declarada completamente inconsistente y que su ser

personal, sin embargo, sea acogido en la Jerusalén celestial. Tal es la

esperanza de la Iglesia para todos los hombres. Pues el Dios que

“encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de

misericordia” (Rm 11, 32), “quiere que todos los hombres se salven” (1

Tm 2, 4).

29.- Creo en el Espíritu Santo

Page 29: Comentario al Credo

No se es cristiano por asumir un determinado código moral, por perseguir la realización de unos determinados valores. No se trata en primer lugar de eso. Se es cristiano por la recepción del Espíritu Santo, el cual opera en nosotros un nuevo nacimiento "de agua y de Espíritu" (Jn 3, 5). Este nuevo nacimiento hace que de las entrañas del creyente mane el Espíritu Santo como un "río de agua viva" (Jn 7, 38-39), tan viva que nos otorga la victoria sobre la muerte: "Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, dará también vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros" (Rm 8, 11).

30.- El Espíritu creador

Page 30: Comentario al Credo

“Espíritu” traduce la palabra hebrea “ruah” que significa

respiración, aliento, hálito de vida. Decir, por lo tanto, “el Espíritu de

Dios” es como decir la vida misma de Dios, el aliento de Dios, la

presencia, el ritmo, el estilo de Dios. Esa presencia, ese hálito, ese ritmo

son los que hacen posible la maravilla de la creación frente al caos y la

confusión: “La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del

abismo y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas” (Gn 1,

2), dando cohesión a toda la creación y recogiendo todas las

aspiraciones de la historia: “Porque el Espíritu del Señor llena la tierra y

él, que todo lo mantiene unido, tiene conocimiento de toda palabra” (Sb

1, 7).

31.- El Espíritu de Jesús

Page 31: Comentario al Credo

Jesús se manifiesta en su vida como alguien que se deja

conducir por el Espíritu Santo (Lc 4, 1. 14) y que actúa con la fuerza y el

poder propios del Espíritu de Dios. Jesús, en efecto, explica sus

prodigios como obra del Espíritu de Dios que expulsa los demonios e

instaura, así, el reino de Dios (Mt 12, 28), y su misión fue presentada

por Juan el Bautista como un “bautizar con el Espíritu Santo” (Jn 1, 33-

34). Cristo no teme proclamar ante Nicodemo que él da el Espíritu sin

medida (Jn 3, 34), puesto que lo posee como algo propio, de lo cual

puede libremente disponer. Y así lo hizo, una vez resucitado, cuando se

apareció a los discípulos y <<sopló sobre ellos diciéndoles: “recibid el

Espíritu Santo”>> (Jn 20, 22).

32.- El Espíritu de la verdad

Page 32: Comentario al Credo

Jesús se identificó con la verdad (Jn 14, 6) y definió su propia

misión, delante de Poncio Pilato como un “dar testimonio de la verdad”

(Jn 18, 37). Cuando Jesús anuncia el don del Espíritu Santo como “el

Espíritu de la verdad” (Jn 14,17), lo sitúa en relación a su propia

persona y a su propia misión. Y así el Espíritu Santo es dado para que

los discípulos mantengan íntegra la verdad revelada por Jesús (Jn 14,

26) y alcancen una comprensión cada vez más completa de la misma

(Jn 16, 3), asegurando una correcta intelección del misterio de Cristo, de

lo que Jesús hizo y enseñó, y de modo particular del sentido de la cruz.

Pues “nadie puede decir –Jesús es el Señor- sino en el Espíritu Santo”

(1 Co 12, 3).

33.- El Espíritu Santo y la libertad

Page 33: Comentario al Credo

Jesús nos habló del Espíritu Santo diciendo que es “libre como el

viento que sopla sin que sepas de dónde viene ni adónde va” y nos

anunció que así sería todo el que nace del Espíritu (cf. Jn 3, 8). El

Espíritu Santo nos hace libres liberándonos, ante todo, de las falsas

imágenes de Dios y revelándonos su verdadero rostro, el rostro paterno

de Dios: “Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el

temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba

Padre! El Espíritu mismo se nos une a nuestro espíritu para dar

testimonio de que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15-16). “Vosotros,

hermanos, habéis sido llamados a la libertad” (Ga 5, 13). Y “donde está

a el Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2Co 3, 17).

34.- El Espíritu del amor

Page 34: Comentario al Credo

La “gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8, 21) que el

Espíritu Santo nos da, no se ordena a la justificación de nuestros

caprichos personales, sino a la construcción, el cuidado y el crecimiento

del “Cuerpo de Cristo”, que es la obra por excelencia del Espíritu Santo.

Pues, fue él, en efecto, quien cubrió con su sombra el seno virginal de

María (Lc 1, 35) y engendró en él el cuerpo del Hijo de Dios hecho

hombre. Y es para el cuidado y el crecimiento del Cuerpo de Cristo, que

es la Iglesia (Col 1, 18), para lo que él nos comunica sus dones. Y así a

cada cual “se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho

común” (1Co 12, 7), para “edificación del cuerpo de Cristo (…) en el

amor” (Ef 4, 12.16).

35.- Creo en la Iglesia

Page 35: Comentario al Credo

La Iglesia es un misterio de fe de peculiar complejidad, porque es

una realidad divina y humana a la vez. En cuanto realidad divina la

Iglesia nace de la Trinidad, es santa y santificadora, es seno maternal y

redil donde las ovejas son acogidas, curadas, restauradas y

santificadas. En cuanto realidad humana la Iglesia nace la agrupación

de unos hombres que no son santos sino pecadores que van siendo

santificados: es una fraternidad, un pueblo, un rebaño. Atendiendo al

primer aspecto la Iglesia viene sólo de Dios, es santa, pura e

inmaculada, “sin mancha ni arruga” (Ef 5, 27). Atendiendo al segundo

aspecto la Iglesia es la oveja perdida que el buen Pastor carga sobre su

espalda, la esposa siempre frágil que él no cesa de arrancar de su

prostitución espiritual y de purificar. Casta meretrix decían los Padres.

36.- Pueblo de Dios

Page 36: Comentario al Credo

La Iglesia es el pueblo de Dios, es decir, el pueblo que Dios crea,

mediante su libre elección, llamando a hombres de todos los pueblos de

la tierra. Lo determinante en este pueblo no es la raza, ni la lengua, ni la

cultura, ni la historia humana común, sino la respuesta a la elección de

Dios. Por eso no se pertenece a la Iglesia en virtud del nacimiento o de

la nacionalidad o de la cultura, sino de la libre acogida del don de Dios:

es la fe y el bautismo quienes nos hacen miembros de ese pueblo. Y la

razón de ser de este pueblo no es la afirmación de sí mismo como un

pueblo más en el concierto de los pueblos de la tierra, sino el anuncio

de la salvación que se nos ha dado en Cristo (Mc 16, 15).

37.- Cuerpo de Cristo

Page 37: Comentario al Credo

Que la Iglesia es el cuerpo de Cristo significa que entre Cristo y la

Iglesia existe una vinculación orgánica, es decir, que la Iglesia no es la

mera agrupación de los seguidores extrínsecos de un Maestro, sino que

entre cada uno de los creyentes y Cristo existe una unión íntima,

espiritual, ontológica, y no simplemente jurídica o moral. Esta unidad

está operada por el Espíritu Santo en el bautismo (1 Co 12, 13) y

alimentada en la eucaristía (1Co 10, 16-17), y es una unión que

traspasa los límites del espacio y del tiempo y comprende también a los

difuntos: “Algunos entre sus discípulos peregrinan en la tierra, otros, ya

difuntos, se purifican, mientras otros son glorificados contemplando

claramente al mismo Dios uno y trino” (Lumen gentium 49).

38.- Templo del Espíritu Santo

Page 38: Comentario al Credo

“Templo” significa el lugar de la presencia activa de Dios en el

mundo. Describir la Iglesia como “templo de Dios” significa, pues,

definirla como el lugar donde Dios actúa en la historia, donde Dios se

hace presente en medio de nosotros: “Porque donde os o tres están

reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). La

Iglesia es así “morada de Dios” (Ef 2, 22), lugar donde Dios se hace

accesible en el espacio y el tiempo a los hombres, donde Jesucristo

alcanza de manera concreta la existencia de cada hombre que viene a

este mundo. “Maestro, ¿Dónde vives?” (Jn 1, 38). La Iglesia es la

respuesta a esta pregunta, porque es el lugar donde se puede encontrar

a Jesucristo como alguien que está vivo y actúa en medio de nosotros.

39.- La Iglesia una

Page 39: Comentario al Credo

La Iglesia es “una” en un doble sentido: en el de la unicidad,

porque sólo hay una única Iglesia del Señor, una única Esposa, según

la palabra del Cantar de los cantares: “Sesenta son las reinas, ochenta

las concubinas (e innumerables las doncellas). Única es mi paloma, mi

perfecta” (6, 8-9); y en el de la unidad, porque lo que constituye el ser de

la Iglesia es un misterio de unidad, según las palabras de Cristo en su

oración al Padre: “Que todos sean uno como tú, Padre, en mí y yo en ti,

que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú

me has enviado” (Jn 17, 21). La unidad de la Iglesia es un don de Dios,

un milagro del cielo, una obra del Espíritu Santo.

40.- La Iglesia santa

Page 40: Comentario al Credo

La Iglesia, en cuanto “pueblo de Dios” es santa, porque Dios, que

es el único santo, crea, con su elección, un pueblo santo (Ex 19, 6; Lev

18 y 19; 1Pe 2, 9); en cuanto “cuerpo de Cristo” es el lugar donde se

hace presente Jesucristo, “el Santo de Dios” (Mc 1, 24); en cuanto

“templo del Espíritu Santo” es la morada donde habita la gloria del

Señor, que es también santa (1Co 3, 17). Al confesar en el credo la

santidad de la Iglesia no declaramos la bondad de los cristianos –“¿Por

qué me llamas bueno? Nadie es bueno excepto Dios” (Lc 18, 19)- sino

el hecho objetivo de que Dios, por medio de la Iglesia, ofrece a los

hombres una participación en su santidad.

41.- La Iglesia católica

Page 41: Comentario al Credo

“Católico” significa “integral”, es decir, algo a cuyo ser no le falta

nada, que posee la plenitud de su ser, que posee su propia perfección.

“Iglesia católica” significa, pues, que en la Iglesia reside la perfección de

Jesucristo en su integralidad, sin que le falte nada, que ella nos entrega

al Señor en todas sus dimensiones y aspectos. Por eso San Pablo

define a la Iglesia como “la plenitud del que lo llena todo en todo” (Ef 1,

23). La catolicidad de la Iglesia se produce como articulación, según “la

multiforme sabiduría de Dios” (Ef 3, 10), de las diferentes “lenguas”

(culturales) de los muchos miembros del Cuerpo de Cristo, en la unidad

de la alabanza divina, tal como sucedió el día de Pentecostés (Hch 2, 5-

12).

42.- La Iglesia apostólica

Page 42: Comentario al Credo

Cuando proclamamos que la Iglesia es “apostólica” afirmamos

que todo lo que en ella hay de esencial se remonta a Cristo a través de

los apóstoles, de tal manera que la Iglesia de hoy profesa la misma fe

que profesaron los doce apóstoles, fe que nos ha sido transmitida de

generación en generación con fidelidad. La Iglesia sólo puede ser

Iglesia de Jesucristo si es “apostólica”, es decir, si conserva, a través de

los tiempos, el “depósito” de creencias que tuvieron Andrés y Pedro,

Santiago y Juan y los demás apóstoles. Por eso san Pablo exhorta a

Timoteo: “Conserva el buen depósito mediante el Espíritu Santo que

habita en nosotros” (2Tm 1, 14).

43.- La comunión de los santos

Page 43: Comentario al Credo

El Espíritu Santo al entregarnos el cuerpo eucarístico de Cristo,

nos santifica en la santidad de Jesús, que es la caridad misma de Dios.

Pero la caridad sólo existe como activamente comunicada; ella es el don

recibido y dado al mismo tiempo, y sólo la posee aquel que la comparte,

que la da: tal es su propia condición y su propia ley. Ello significa que la

Eucaristía va haciendo que nuestro ser sea un “ser-para-los-otros”, que

vayamos olvidándonos de nuestra propia realización, para entregar

nuestra vida de manera cada vez más incondicionada al conjunto del

cuerpo de Cristo. La belleza de esta entrega incondicional de nuestra

vida a Dios, para que Él disponga de ella en bien de todos, es lo que

llamamos “comunión de los santos”.

44.- El perdón de los pecados

Page 44: Comentario al Credo

Jesús no se cansó de señalar al pecado como el verdadero mal

del hombre, como la causa última de todos los males que el hombre

comete. Pues el hombre bajo el imperio del pecado vive una existencia

de esclavo, sometido al diablo (Jn 8, 38). Anunciar, pues, el perdón de

los pecados es tanto como anunciar la derrota del diablo y la apertura

de una nueva posibilidad para la vida humana: la de realizarse según la

voluntad de Dios. Las palabras de Jesús: “El reino de Dios ha llegado”

(Mc 1, 14) anuncian esta nueva posibilidad, que constituye la “buena

noticia” en la que hay que creer (Mc 1, 15). Y los milagros de Jesús son

los signos que la avalan, ya que “si por el dedo de Dios expulso yo los

demonios es que ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Lc 11, 20).

45.- Un solo bautismo

Page 45: Comentario al Credo

El bautismo es la manera concreta como Jesucristo sale al

encuentro del hombre, a lo largo de la historia humana, para ofrecerle el

perdón de los pecados y el inicio de una vida nueva. “Convertíos y que

cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para

remisión de vuestros pecados; y así recibiréis el don del Espíritu Santo”

(Hch 2, 38). Así se realidad en nosotros el misterio pascual quedando

“destruida nuestra personalidad de pecadores” (Rm 6, 6) y empezamos

a vivir una vida nueva que está “oculta con Cristo en Dios” (Col 3, 3) y

que es la vida misma del Resucitado que él nos comunica al

entregarnos su Espíritu Santo.

46.- La resurrección de la carne

Page 46: Comentario al Credo

La resurrección de la carne no significa la pervivencia de un

elemento espiritual del hombre en alguna extraña región del universo

(eso sería la inmortalidad del alma), sino más bien la integridad de la

salvación que Dios nos da en Cristo. Dios nos ha creado en la totalidad

de nuestro ser, alma y cuerpo, y su salvación concierne no sólo al alma

sino también al cuerpo: “Sería indigno de Dios llevar a medio hombre a

la salvación” (Tertuliano). La resurrección de Jesucristo es el paradigma

en base al cual esperamos nuestra propia resurrección; en ella se

manifestará, como se ha manifestado en Cristo, la identidad entre

nuestro cuerpo resucitado y nuestro cuerpo actual, y, al mismo tiempo,

la transformación gloriosa de nuestro cuerpo que será, como el de

cristo, un “cuerpo glorioso” (Flp 3, 21).

47- La vida eterna

Page 47: Comentario al Credo

“Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás” (Jn 10, 28). La

“vida eterna” de la que habla Jesús es la vida misma de Dios. La

participación en la vida divina que Cristo nos ofrece es tan real que los

Padres de la Iglesia no han dudado en hablar de “divinización” del

hombre: “Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda llegar a

ser Dios”, afirma san Atanasio. Esta divinización nunca será fruto del

esfuerzo y de la voluntad humana –lo que sería una idolatría- sino que

se trata de un don gratuitamente recibido de Dios. Lo que Cristo es por

naturaleza –Hijo de Dios- nosotros lo vamos siendo “por gracia”,

mediante la participación en los sacramentos donde el Padre nos hace

“hijos (por la gracia de la adopción) en el único Hijo (por naturaleza)”.