Concha Caballero o la lúcida hererodoxia

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Concha Caballero o la lúcida heterodoxia. Seguramente recordarás, querido Antonio, el comentario que te hice cuando nos vimos en el tanatorio y Concha aún estaba “ahí”; “no le gustaba la gramática”, te dije. Me miraste aquiescente. No pretendía el simple comentario sobre lo subjetivo de un gusto académico; más bien pretendía hablar de su modo de ser, de su condición humana. Ciertamente, a la filóloga Caballero Cubillo no le gustaba la gramática; tampoco le gustaba la gramática al filólogo Nietzsche. Sorprende, agrada sobre todo, esta bocanada de aire fresco, contemporáneo, en el arte más antiguo de la humanidad: el habla. En el aula de Concha, donde se habla del habla pero disgusta la gramática, no hacen falta ventanas para ventilar pues está a la intemperie, sin muros que circunscriban. Sorprende y agrada, por tanto, la contemporaneidad en lo clásico, sin contradicciones tan externas como ajenas a ambos. Sorprende, en definitiva, la heterodoxia como punto de vista legitimo desde el que comprender y valorar la ortodoxia. Sorprende, en definitiva, la heterodoxia con la gramática que lo es con el habla, siéndolo por tanto y sobre todo con la condición humana. Tenemos que puntualizar y es el propio Nietzsche el que nos ayuda: “Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios, porque continuamos creyendo en la gramática”, afirma el loco errante por heterodoxo coherente. Es decir, después de caminos que no podemos andar aquí, la pregunta es clara: ¿cómo se puede ser creativo desde la pura y mera gramática, vale decir, desde la “aburrida” ortodoxia, desde el simple y “decadente” seguimiento? Esa negativa vital al aburrimiento por el aburrimiento, a la ortodoxia por la ortodoxia y, en fin, al fiel seguimiento de consignas hizo de la filóloga Caballero ser Concha Caballero, la persona de cuyo compañerismo tuvimos el privilegio de disfrutar durante sus últimos seis años. Seguramente la biología, ese capricho breve de la química, haya podido consigo misma, pero de ninguna manera ha acabado con la vida pues esta no es mero orden biológico; lejos de ello, la vida exige la heterodoxia de la creación, del instante poético que no es otro que el hacer transcurrir la biografía por derroteros de los adentros del alma que decía Zambrano. En el poetizar el hombre se humaniza, se hace heterodoxo; lo dice Hölderlin: “lleno de méritos vive el hombre, pero poética es su existencia”.

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Concha Caballero o la lúcida heterodoxia.

Seguramente recordarás, querido Antonio, el comentario quete hice cuando nos vimos en el tanatorio y Concha aún estaba “ahí”;“no le gustaba la gramática”, te dije. Me miraste aquiescente. Nopretendía el simple comentario sobre lo subjetivo de un gustoacadémico; más bien pretendía hablar de su modo de ser, de sucondición humana.

Ciertamente, a la filóloga Caballero Cubillo no le gustaba lagramática; tampoco le gustaba la gramática al filólogo Nietzsche.Sorprende, agrada sobre todo, esta bocanada de aire fresco,contemporáneo, en el arte más antiguo de la humanidad: el habla. Enel aula de Concha, donde se habla del habla pero disgusta lagramática, no hacen falta ventanas para ventilar pues está a laintemperie, sin muros que circunscriban. Sorprende y agrada, portanto, la contemporaneidad en lo clásico, sin contradicciones tanexternas como ajenas a ambos. Sorprende, en definitiva, laheterodoxia como punto de vista legitimo desde el que comprendery valorar la ortodoxia. Sorprende, en definitiva, la heterodoxia con lagramática que lo es con el habla, siéndolo por tanto y sobre todo conla condición humana.

Tenemos que puntualizar y es el propio Nietzsche el que nosayuda: “Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios, porquecontinuamos creyendo en la gramática”, afirma el loco errante porheterodoxo coherente. Es decir, después de caminos que no podemosandar aquí, la pregunta es clara: ¿cómo se puede ser creativo desdela pura y mera gramática, vale decir, desde la “aburrida” ortodoxia,desde el simple y “decadente” seguimiento?

Esa negativa vital al aburrimiento por el aburrimiento, a laortodoxia por la ortodoxia y, en fin, al fiel seguimiento de consignashizo de la filóloga Caballero ser Concha Caballero, la persona decuyo compañerismo tuvimos el privilegio de disfrutar durante susúltimos seis años. Seguramente la biología, ese capricho breve de laquímica, haya podido consigo misma, pero de ninguna manera haacabado con la vida pues esta no es mero orden biológico; lejos deello, la vida exige la heterodoxia de la creación, del instante poéticoque no es otro que el hacer transcurrir la biografía por derroteros delos adentros del alma que decía Zambrano. En el poetizar el hombrese humaniza, se hace heterodoxo; lo dice Hölderlin: “lleno deméritos vive el hombre, pero poética es su existencia”.

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Concha Caballero entendió la existencia desde la heterodoxiay por ello amaba la literatura universal, auténtico templo deheterodoxos, y su cristalización última: la poesía. Fue heterodoxa, ypor eso la cita, como lo fue Teresa de Cepeda y Ahumada a la quededica unas páginas en su libro “Sevilla. Ciudad de las palabras”.

Obviamente, Concha Caballero no era monja de clausura;tampoco Teresa de Cepeda fue portavoz de grupo parlamentarioalguno. Hasta ahí lo obvio e intrascendente. Lo importante es quedesde intereses vitales muy distintos, legítimamente antagónicosincluso –aunque no sé hasta qué punto-, ambas instalaron elbaluarte de sus existencias en la heterodoxia vivida esta no comoactitud teórica sino como la trama misma del existir, como biografía,como narración del sí mismo. Teresa de Cepeda fue heterodoxadesde el propio nombre que eligió para sí; una rebeldía que la llevó acambiar de confesor –siendo monja de clausura en el siglo XVI- alentender que este era “iletrado”. También a Concha Caballero elcarácter y la rebeldía le corrían por las venas; también tuvo quesolicitar la precisa ilustración –vale decir, el reconocimiento de lo noortodoxo, pero lúcido- del cargo político o público de turno.

Pero el disgusto por la gramática no es el silencio del habla;tampoco la heterodoxia es pobre falta de opinión. Concha Caballerofue una heterodoxa lúcida en dos aspectos fundamentales: de unaparte, nunca convirtió su heterodoxia en una pretendida ortodoxia,nunca cayó en la tentación del dogma. Siempre entendió, conabsoluta coherencia, que su heterodoxia sólo era posible desde la delos demás; supo que la heterodoxia sólo lo es desde elreconocimiento de la legítima discrepancia del otro considerado estesiempre como un activo, como un complementario, nunca como uncontrario. Por ello era amante de la discusión y el diálogo, puesescuchaba con autenticidad el parecer de los demás por contrarioque fuera al suyo. De otra parte, en segundo lugar, tampococonfundió la heterodoxia con la ausencia o la falta de firmeza en lasopiniones. Era amiga de sus ideas y vivía en coherencia con ellas,exponiéndolas sin acritud y, sobre todo, convencida de su carácter dejusticia social. Precisamente por ello, no tenía miedo a escuchar lasideas de los demás.

Yo quiero reivindicar aquí y para nosotros esa lúcidaheterodoxia de la que siempre hizo gala Concha Caballero: nunca fuefuncionaria y siempre fue profesora de Literatura Universal. Y quieroreivindicar para los alumnos, sus alumnos, su talante crítico, surebeldía y su coherencia. Fue heterodoxa lúcida y cabal; heterodoxacoherente, heterodoxa hasta consigo misma, de la idea que tenía desí misma. Seguramente por eso, siendo feminista infatigable fuefemenina también como Teresa de Cepeda que protestó ante frayJuan de la Miseria cuando la pintó con aquella famosa expresión:“Que Dios te perdone hermano que fea y legañosa me habéis

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pintado”. Seguramente por esto Concha, la feminista femenina,andaba siempre preocupada con su pintura de labios.

Manuel Vivas.

Primavera del 2015.