Conciencia Sonora

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Roberto García Piedrahita Artículo publicado en Revista Artefacto No. 14, Facultad de Artes, Universidad Nacional de Colombia, 2010.

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Conciencia sonora

Culturalmente, la escucha se asume relegada a la visión. Cuestiones como la arrogada preponderancia

de los medios audiovisuales o las frases de cajón “ver para creer” y “todo entra por los ojos” dan fe de

una situación que se repite en toda clase de escenarios y estamentos.

Es patente el descuido permanente del entorno sonoro y el elevado desconocimiento de la importancia

que tiene para nosotros entablar una relación sana con nuestro medio. La pregunta importante, la gran

incógnita, es sobre el presente y sobre el futuro de la calidad de vida del ser humano y de su entorno.

¿Cómo y qué se escucha y se escuchará? ¿Para una persona, cuál es y cuál será el control sobre su

propio entorno sonoro? A la postre lo que debería verse naturalmente de manera positiva se convierte

en una preocupación.

Entendiendo la academia como lugar privilegiado para la transmisión de conocimiento, es normal

encontrarnos frente al problema más por su omisión, por el descuido y por la negligencia. En la

academia no denotan los espacios que reclamen por una escucha consiente y, en este sentido, por un

ejercicio de respeto y reconocimiento a nuestro entorno y a nuestros congéneres; el resultado es más y

peor de lo mismo. A pesar de ello aquí se pretende revisar de manera autocrítica una actitud insensata e

incluso necia sobre el tema; es decir, promover actitudes objetivas donde autónomamente se examine

la problemática de la escucha en función de la calidad de vida.

En las instituciones académicas se promueve sobretodo la palabra escrita, pues en nuestra sociedad

enarbolamos un culto muy elevado hacia ella, incluso más que a la palabra hablada.

Desafortunadamente nuestra cultura la menosprecia exigiendo que lo dicho quede “por escrito” (“faltar

a la palabra” o “no mantener la dicho” es lo presupuesto). El silencio es escaso y escasamente se habla

sobre contaminación verbal o musical (sea Vallenato o Música Clásica).

En general podemos hablar de tres entornos sonoros que en lo cotidiano deberían diferenciarse

fácilmente: el ámbito íntimo y familiar, el social y el natural. Tal vez la forma más sencilla de diagnosticar

el problema de esta sordera crónica sea la falta de límites claros, o su inexistencia, entre los tres

ámbitos. Estando en casa lo habitual es escuchar a altísimos niveles el tráfico de la ciudad, mezclado con

la televisión, a veces la radio y siempre la nevera. Las aves y el viento son cosa excepcional y de horarios

puntuales; la lluvia se oye sólo si es fuerte pero no es habitual oír las gotas cayendo sobre las hojas. De

transeúnte por la calle es raro escucharse a sí mismo y se hace necesario subir el volumen de la voz para

hablar. Insectos, aves, viento y agua son elementos sonoros desdibujados, casi siempre inexistentes

para el citadino.

Desarrollando lo anterior propongo ampliar nuestra conciencia sobre el entorno sonoro íntimo y

diferenciar lo familiar del plano personal. Es un tanto curioso constatar que éste se percibe vagamente y

se menciona poco. Forma parte de la esfera íntima y allí se producen y escuchan sonidos del entorno

más cercano y personal: están los sonidos del propio cuerpo, como la respiración, las tripas en

movimiento, las articulaciones gastadas o defectuosas y un conjunto de sonidos involuntarios; rascarse,

lavarse las manos, la ropa o el contacto con la almohada (donde pueden escucharse el corazón y la

respiración amplificados), son parte de gestos y comportamientos en los que simplemente no se repara

en como suenan. En este plano íntimo aparecen también los sonidos provenientes del contacto con

otras personas, como los gestos de cariño y cuidado entre padres e hijos, las caricias entre parejas y en

general los mimos, abrazos y apretones. El olfato y el tacto, junto con la vista, completan el escenario

perceptivo.

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Retomando entornos menos personalizados, en la ciudad nos encontramos inmersos en una especie de

batalla por defender nuestra esfera íntima, nuestros gustos e intereses y finalmente nuestra cordura;

aunque ordinariamente sea de manera inconsciente.

Es habitual estar expuestos a mensajes publicitarios o a dinámicas de persuasión sonora que invaden

irrespetuosamente nuestro entorno; sucede con los parlantes callejeros y con los megáfonos que

irrumpen en nuestra privacidad. Aquello que se relaciona con el comercio y venta de mercancías suele ir

acompañado por mensajes sonoros o audiovisuales repetidos hasta la saciedad, en una guerra

imparable de decibelios (que además compite con músicas “ambientales”), con contenido engañoso y

manipulador y con baja calidad de sonido, lo cual ensordece aun más.

La situación de la radio debe revisarse porque en las últimas décadas ha habido mucho descuido e

incluso abandono estatal de este portentoso medio de comunicación, en parte debido a la televisión.

Junto con el teléfono, la radio marca la diferencia entre el mundo del “voz a voz”, de cartas, libros y

publicaciones para pocos, de viajes largos, de correos y envíos de ritmo lento, a un fluido continuo de

ideas y músicas destinado a gran número de personas. Lo que sucede hoy con la radio es preocupante:

basta sólo con inventariar el número de emisoras históricas de amplio espectro social y cultural que han

desaparecido; es infame que se hayan dilapidado y abandonado archivos sonoros donde reposaban

voces, ruidos y sonidos históricos, o que se niegue el justo reconocimiento a técnicos, empresarios,

actores y locutores que la gestaron y la mantuvieron viva. En la radio de hoy es realmente crítica la falta

de contenidos serios, analíticos y pensados para el beneficio común y es sorprendente escuchar

programas donde el público llama para personalmente recibir en clave humorística tratos vejatorios. Lo

más incómodo de la radio actual atañe a su uso, sobretodo en lugares públicos y más aun en el

transporte público, como si a todos nos gustara la misma música y siempre quisiéramos oírla.

A pesar de esta situación la radio no morirá sino que seguirá expandiéndose en cuanta plataforma o

formato aparezca, sean teléfonos móviles, pequeños dispositivos electrónicos o redes informáticas.

En la televisión y en buena parte del cine la imagen sonora se supedita a la imagen visual, como si

fueran dos entes diferenciados y uno se subordinara obligatoriamente al otro. La calidad de sonido en el

cine no alcanza niveles destacados y es inusual escuchar propuestas innovadoras. En la televisión

colombiana la calidad sonora es y ha sido mala o muy mala; el contenido suele ser pobre y,

especialmente en los medios privados, engañoso; es así en la publicidad y en las autopromociones de

institutos y personajes donde resulta dramático. Justificándose en el rating, en las “leyes” del mercado o

en la conveniencia política, la televisión conjuga la desinformación con la falta de criterio y el mal gusto.

Si pasamos de las tecnologías de escucha masiva como la radio y la televisión a las personales, podemos

nombrar entonces teléfonos, móviles, y computadores, pues el uso indiscriminado de éstos en

contextos de sociabilización representa un nivel de incomunicación con el grupo. Es un acto de irrespeto

con las personas presentes porque rompe el diálogo o la actividad que se realiza. Siendo móviles y

computadores tecnologías audiovisuales, podríamos remarcar también su uso indiscriminado para

enviar mensajes sonoros o escritos (que igual suenan) en cualquier momento y lugar, como si

debiéramos estar permanentemente dispuestos a atender promociones o reclamos.

¿Y cómo es el sonido en Internet? Potencialmente allí podemos escucharlo todo y de hecho su espectro

es enorme. En cuanto a contenidos prácticamente no tiene límites y esto representa una ventaja hasta

ahora desconocida puesto que el acceso tanto para informarse como para informar es muy

democrático. El problema es de calidad, pues igual que con las “autopistas de datos” y los nuevos

sistemas de reproducción y recolección numéricos de imagen y sonido, se le ha sacrificado en aras de la

cantidad. La falta de conciencia y exigencia personal con respecto a lo que se escucha y como se escucha

llega hasta tal punto de modificar la misma escucha, como pasa con MP3 y otros sistemas de

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compresión; este hecho es palpable sobretodo en los jóvenes, quienes habitualmente no conocen o no

perciben la necesidad de escuchar en sistemas de alta fidelidad.

Una gran contradicción se da en las salas de concierto, donde el público asiste más para ver que para

escuchar. Es impensable sentarse frente a un virtuoso o a un grupo de cámara con los ojos cerrados

(una posibilidad importante puesto que se potencia la escucha); de la misma forma, hoy por hoy es

inimaginable estar en concierto sin oír charlas y susurros, llamadas telefónicas y otros “llamados”

electrónicos, papas fritas y masticables y gente entrando y saliendo en cualquier momento. Es un

panorama realmente incómodo estar concentrándose una y otra vez en la música.

Queda por revisar lo que ocurre en nuestro entorno y con nuestra cotidianidad. Mencionar el invasivo

motor de la nevera, las Harleys y otros vehículos con tubos de escape preparados para denotar

sonoramente su paso, el “coro” de motores a gasolina, los megáfonos y los nuevos carrillones

electrónicos de pueblos y barrios que reemplazaron a las campanas; resaltar el uso de parlantes ducha

en el transporte público y el irreductible Vallenato romántico o símil en buses y taxis. Son, ni más ni

menos, un sinnúmero de usos sonoros amplificados, una invasión sonora de invisibles que conlleva a

cerrarnos inconscientemente a la escucha pues no tenemos párpados en las orejas para protegernos del

delirante entorno sonoro citadino. Además la reglamentación sobre el tema es pobre, omitida o

inexistente, sobre todo en contenidos.

¿Qué entorno sonoro nos queda para escuchar bien o para no hacerlo y optar por el silencio? ¿Es la

casa? Probablemente no porque las paredes cada vez son más delgadas o porque lo usual es encontrar

parlantes de mala calidad con música o radio puesta a bocajarro. Además los equipos de sonido y las

televisiones vienen disfrazados con supuestos adelantos tecnológicos que promueven una escucha

parcializada en la que se acentúan bajos y agudos; retumbar y sisear es la moda. Parece normal no

escuchar el motor de la nevera, los bombillos de neón o los transformadores y adaptadores eléctricos.

No se busca el silencio… parece una batalla perdida. Realmente lo que sucede es que el silencio no

existe y la gente no tiene conciencia de ello; lo ven con nostalgia, como algo perdido, cuando lo

pertinente y lo prudente es controlar la escucha. Y aquí no se aboga por “el silencio”; se promueve la

escucha consciente, preferiblemente desde los referentes naturales.

En el intento de darle a unidad a este escrito, se han tratado de desarrollar simultáneamente dos

cuestiones con respecto a la consciencia social sonora: una sobre la calidad sonora y la otra sobre el

contenido de lo que escuchamos. Se ha intentando no priorizar una de las dos porque están

estrechamente relacionadas; su discriminación sirve para el análisis y en este caso para entender la

problemática, pero no se puede cercenar la escucha real ni el resto de mecanismos perceptivos; de

ningún modo. La percepción conlleva un mecanismo complejo donde participan todos los sentidos,

prevaleciendo uno o dos de ellos según la importancia o pertinencia; deja huella en el cerebro en el

sentido de elaborar e interpretar la información recibida comparándola con otras experiencias.

Entendida como escucha pasiva, la consecuencia de estar inmersos en un maremágnum de información

sonora es necesariamente la sordera crónica; también la insensatez o la locura. La primera es

simplemente cuestión de supervivencia y conlleva una pérdida enorme de nuestro entorno perceptivo y

por ende un alejarse paulatino de la dimensión humana y natural.

La escucha activa es tema relevante para algunas entidades y centros de investigación que reflexionan y

promueven espacios de reflexión y cambios de actitud frente a la escucha. Cuestiones relativas a como

sonamos, nuestra relación con el ámbito acústico y éste con el medio ambiente, nuestras costumbres o

nuestro patrimonio sonoro (intangible) son cuestiones atendidas allí.

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El sonido como mecanismo de control social fue el tema de Zéppelin del año 2006, un festival anual que

se organiza en Barcelona, España, y que atesora un fondo documental de fonogramas vinculados al

paisaje sonoro y al arte sonoro. Muy importante por establecerse como entidad independiente de

mercados y movimientos políticos “Zéppelin reflexiona sobre el papel del sonido y la música en los

mecanismos del control social. Los indicadores de los límites entre las acciones permitidas y las no

permitidas son invisibles pero no inaudibles. Las sociedades están llenas de señales sonoras que marcan

las barreras mucho antes que se vean y se hagan totalmente conscientes. En otras épocas emboscados

en la estructura de los cuentos de hadas, hoy, los imaginarios de jerarquía atacan los procesos de

democratización disimulados en la complejidad de una herramienta indispensable para su desarrollo: los

medios de comunicación”.

Todo lo anterior se sustenta en la materia sonora, invisible e impalpable pero no por ello menos real.

Surge de manera evidente una razón para madurar socialmente; no se trata de “volver al campo”, entre

otras cosas porque el referente de silencio no está allá, sino de reclamar un cambio de actitud en el ser

humano y en la sociedad, acorde con nuestras proporciones y en función de nuestra calidad de vida, la

cual y de manera natural debería mejorar con el tiempo.

Queda una reflexión por hacer: ¿Cuál es el referente real de una sociedad que favorece la escucha? Se

trata de imaginar una comunidad consciente y respetuosa de su entorno, una sociedad que piensa y que

persevera en la calidad de vida. Imaginarla sin motores a gasolina y en general muy silenciosos, sin

neveras ruidosas, más bien mudos, y sin parlantes dirigidos indiscriminadamente a todo aquel que

transite o habite la calle. El referente está en la naturaleza y exige escuchar más; escuchar los

fenómenos naturales y a sus habitantes: el agua, el viento, los insectos, las aves y los mamíferos;

escuchar el entorno cercano, el espacio acústico, y escucharse a sí mismo.

A manera de inusual referente y para terminar, es importante mencionar a Puerto Nariño, cabeza de

municipio del Departamento del Amazonas, situado sobre el margen izquierdo del río Loretoyaco justo

antes de desembocar en el Amazonas y con cinco mil habitantes. Por un acuerdo común definieron que

sólo hay dos automóviles: la ambulancia y un tractor para llevar la basura al botadero, el cual hace parte

de su oferta turística. A veces suena el motor de la planta eléctrica del poblado que se enciende tan sólo

en dos momentos del día; también es habitual escuchar algunos pocos motores de las embarcaciones

que transitan por el río; por las noches y sin mezclarse suenan músicas en un billar y en varios

comercios. El paisaje sonoro que se impone es el de la naturaleza más las personas. Por las tardes

prevalece el sonido de niños y niñas jugando, conviviendo con aves, ranas e insectos, y en las

madrugadas los pescadores se despiertan de una casa a otra en voz baja. Es como si apagáramos el

excesivo alumbrado público y aparecieran las estrellas.

ROBERTO GARCÍA PIEDRAHITA

Profesor de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia

“Conciencia sonora” fue publicado en Revista Artefacto No. 14, Facultad de Artes, Universidad Nacional

de Colombia, 2010.