CONCILIÁBULO
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CONCILIB
ULO
P.J. RUIZ 2009
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La anciana se incorpor cuanto pudo y se pregunt por qu de repente se
encontraba sola. Marisa deba haber salido a la compra, y Jaime seguro que estaba
trabajando, slo poda ser eso, pero lo cierto es que alguien llamaba a la puerta y ella no
tena ms recurso que su voz, enganchada como estaba a aquel armatoste de tubos y
cables que emita sus molestos ruiditos cada instante. No deba alterarse, pero se alter,
aunque tampoco le preocupaba demasiado importunar a la maquina que la mantena con
vida.
- Quin es?
- Mara, soy yo.
La mujer se qued en silencio un instante. Aquella voz que le contest con su
nombre le era inconfundible pese a no haberla odo jams. Pareca no haber sonado
desde el otro lado de la puerta, sino en su misma cabeza, y en medio del
desconocimiento le pareci que estaba ah desde siempre. Se le erizaron los pelillos de
la nuca. Aquella era, sin duda, La gran Voz.
- Tu? Tan Pronto? le grit con un toque de nerviosismo.
- Es hora, Mara. Hay mucho que hacer.
- No, no. Estoy sola y no puedo dejarte entrar aunque lo quisiera, cosa que
dudo, lo siento. Un silencio corto, tensa espera de respuesta.
- Ya estoy dentro, mujer.
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Efectivamente. Cuando la mujer entorn el cuello l estaba junto al paragero.
Era alto, muy apuesto. Vesta un elegante traje azul oscuro, impecable, con pasadores
dorados en los puos y camisa celeste sobre la que corra una corbata oscura de seda, las
conoca bien. Su tez era morena, estirada, y mostraba una sonrisa conciliadoramente
irresistible por debajo de dos ojos profundos que enganchaban. S, la vieja pens que
aquel moreno, a fin de cuentas, estaba bien hecho para cumplir con su tarea.
- Seguro que sabes bien mi nombre y muchas cosas, lo supongo, pero ya que has
entrado en mi casa sin permiso al menos dime Cul es el tuyo?
- De veras quieres saberlo, reina?
- Si, ya que al fin te veo me gustara, si.
- Mi nombre es raro, casi no tiene resonancia en tu lengua, pero sera algo as
como.. Izdaiblis.
- Si es raro, si! Te llamar Izda.
- Puedes llamarme como quieras, reina. Carece de importancia. el hombre se
movi pasando por delante de la tele, y se detuvo al frente de la cama
medicalizada de Mara Ramos. Ella lo miraba, abstrada por su notable encanto,
y en el silencio reflexionaba. No haba escuchado pasos, a pesar de que saba
que el hombre tena unos magnficos zapatos de piel de suela dura. Era lo
preceptivo.
- Sabes? Me he llevado toda la vida temiendo tu llegada, y sin embargo, ahora
que te tengo delante, no guardo temor alguno en m.
- Eso es porque ests satisfecha con tu camino, Mara. Algo muy bueno y que sin
duda ayuda cuando espera el paso final.
- Si, eso es verdad. Mis das han sido buenos, si.
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- Has hecho muchas cosas magnficas, y ya toca el descanso.
- Y dime, Izda, es este tu verdadero aspecto? Siempre as de apuesto? Porque
sin duda ests de muerte. Coges el chiste?
- Ja, ja, ja, ja. Eres muy lista, mujer. No, no lo es. Pero es el ms adecuado para
visitarte. Tu merecas algo entraable.
- Y siempre es as?
- No, en absoluto. Raras veces la gente afronta mi llegada con paz y con
frecuencia no merecen el menor esfuerzo.
- eres tu quien decide eso?
- S.
- Una cosa ms.
- Dime. No tengo prisa.
- Doler?
- Doler? El hombre se qued pensando y termin por acercarse a la mujer. La
miraba con cario mientras se reduca la distancia. Estir una mano y agarr la
izquierda de ella, mientras la otra la puso en su cabello canoso limpiamente
peinado con olor a rosas frescas. El sol entraba suave a travs de las cortinas, y
un reflujo de aire fresco se filtraba a travs de ellas aquella maana de Abril. A
veces le resultaba entraable hallarse con personas tan sencillas y hacerles ms
fcil el trnsito. - Nunca duelo tanto como vivir, reina. Nunca tanto. El hombre
mir hacia el lateral, que se torn muy luminoso y entonces la vieja vio como
por la ventana entraba Pablo, su esposo amado que la dej hace tanto. Tambin
vena Nuria, su hermana, as como pap y mam. Todos eran bellos y tenan
expresiones de felicidad transparentndose por la habitacin y atravesando los
muebles sin dejar sombras. Los pequeos gemelos, Toms y Rafael tambin
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jugaban en la alfombra, igual que haca casi cincuenta aos. Los miraba y se
dej llevar por la belleza del amor.
Cuando Marisa volvi la unidad mdica emita un sonido continuo. La mujer
descansaba con una amplia sonrisa y los ojos cerrados, pero su expresin era de paz. La
bes en la frente. Aun ola a rosas.