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R E V I S T A DE E S T U D I O S I N T E R N A C I O N A L E S Conflicto israelo-palestino: estado de situación José Rodríguez Eiizondo Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre, en los Estados Unidos, el conflicto israelo-palestino alcanza una nueva dimensión en cuanto coartada ideológico-religiosa de Osama bin Laden para atacar a los Estados Unidos. Esto induce un mayor énfasis en el estudio de las raíces religioso-culnirales del conflicto, en el marco del estancado proceso de paz. Al mismo tiempo, explica la estrategia del sector laborista que aún sigue a Shimon Peres, para relanzarlo desde un gobierno liderado por un adversario de los Acuerdos de Oslo. En este marco, debe contemplarse el rol de las organizaciones palestinas que actúan desde la disidencia a la Autoridad Palestina liderado por Yasser Arafat y su simpatía por las acciones de bin Laden. También es importante detectar la incidencia en las eventuales nuevas negociaciones de la enemistad personal entre el actual Primer Ministro israelí Ariel Sharon y el líder palestino. De otra parte, los atentados del 11 de septiembre de 2001 obligan a una nueva visión sobre el rol de los Estados Unidos en cuanto mediador o facilitador del proceso de paz, durante los gobiernos de Bill Clinton y de George W, Bush. SINOPSIS HISTÓRICA a aprobación del plan de parti- ción de Palestina de las Nacio- nes Unidas, de 1947, dio inicio a una nueva historia para los judíos. Éstos la asumieron como la protocolización so- lemne que perfeccionaría el Estado pro- pio, postulado por TheodorHerzl en el si- glo XEX. Básicamente, porque entre los 33 países que votaron a favor estaban ambas superpotencias. Fue el más mila- groso consenso de la guerra fría. Pero esa partición también dio inicio a un conflicto de ámbito regional e inter- no, con proyección global, cuya mejor 57

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R E V I S T A D E E S T U D I O S I N T E R N A C I O N A L E S

Conflicto israelo-palestino:estado de situación

José Rodríguez Eiizondo

Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre, en los Estados Unidos, elconflicto israelo-palestino alcanza una nueva dimensión en cuanto coartadaideológico-religiosa de Osama bin Laden para atacar a los Estados Unidos.Esto induce un mayor énfasis en el estudio de las raíces religioso-culnirales delconflicto, en el marco del estancado proceso de paz. Al mismo tiempo, explica laestrategia del sector laborista que aún sigue a Shimon Peres, para relanzarlodesde un gobierno liderado por un adversario de los Acuerdos de Oslo. En estemarco, debe contemplarse el rol de las organizaciones palestinas que actúandesde la disidencia a la Autoridad Palestina liderado por Yasser Arafat y susimpatía por las acciones de bin Laden. También es importante detectar laincidencia en las eventuales nuevas negociaciones de la enemistad personalentre el actual Primer Ministro israelí Ariel Sharon y el líder palestino. De otraparte, los atentados del 11 de septiembre de 2001 obligan a una nueva visiónsobre el rol de los Estados Unidos en cuanto mediador o facilitador del procesode paz, durante los gobiernos de Bill Clinton y de George W, Bush.

SINOPSIS HISTÓRICA

a aprobación del plan de parti-ción de Palestina de las Nacio-nes Unidas, de 1947, dio inicio a

una nueva historia para los judíos. Éstosla asumieron como la protocolización so-lemne que perfeccionaría el Estado pro-

pio, postulado por TheodorHerzl en el si-glo XEX. Básicamente, porque entre los33 países que votaron a favor estabanambas superpotencias. Fue el más mila-groso consenso de la guerra fría.

Pero esa partición también dio inicioa un conflicto de ámbito regional e inter-no, con proyección global, cuya mejor

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síntesis está en la nomenclatura de laguerra de 1948 y en el lema sionista quese impuso. Para los judíos, aquélla fue laguerra de la Independencia, el conflictoarmado que resolvió la crisis fundacio-nal del Estado soberano de Israel. Paralos árabes, fue la Nakbat filastm, estoes, la catástrofe palestina que arrojó asu gente a un vacío de soberanía territo-rial.

Entre los 33 países que votaron a favorde la partición estaban ambas

superpotencias. Fue el más milagrosoconsenso de la guerra fría.

Esa nomenclatura bifurcada marcóel éxito del lema sionista respecto dePalestina: "una tierra sin pueblo para unpueblo sin tierra". Un éxito de creati-vos políticos, maticemos, pues nadie in-formado podía desconocer la realidad-real de una mayoría árabe ya asentadaen ese espacio. Desde tal perspectiva,habría sido más exacto -pero menosmovilizador- aludir a una tierra bíblicasin Estado nación, para una nación bí-blica sin Estado.

Todo lo cual indica que el conflictoestuvo marcado, en su origen, por el cho-que entre una fuerza judía minoritaria, perocoherente y una mayoría árabe que, encuanto descoordinada, no pudo expresar-se como una fuerza eficiente.

Así, para los judíos, la guerra del 48marcó el triunfo del manifiesto mesiáni-co-laico de Herzl, encarnado en un movi-miento sionista de ethos revolucionario,potenciado por la tragedia del Holocaus-to y ejecutado bajo el liderazgo carismáti-co de David Ben Gurion. Como contras-te, para los árabes de Palestina la catás-trofe fue el previsible resultado de unaanomia identitaria arrastrada. La mismaque los mantuvo al margen de cualquierunidad político-administrativa, bajo el im-perio otomano y que, bajo el mandato bri-tánico, los hizo aparecer como simple par-te sur de la Gran Siria, sin líderes residen-tes. Muchos analistas consideran que fueel sacudón sionista de la DeclaraciónBalfour, de 1917, el que vino a despertar,por rechazo, el sentimiento de una identi-dad nacional en los árabes de Palestina1.

Desde el lado árabe hubo -hoy pare-ce claro- un triple error de cálculo estra-tégico: respecto de la fuerza política de laresolución de la Organización mundial,respecto de la capacidad militar del ene-migo y respecto del plus de fuerza queaportaba la relación sinérgica de una yotra. De ahí que, cuando las tropas britá-nicas se marcharon de Palestina el 14 demayo de 1948 y siete países árabes ata-caron al autoproclamado Estado de Israel,el sorprendente resultado golpeó a los ata-cantes y a la opinión pública mundial. Elnuevo Estado tenía un poder militar cuyaeficiencia no estaba en las previsiones denadie.

1V. Orígenes y evolución del problema palestino, estudio de la División délas Naciones Unidas paralos Derechos de los Palestinos, Nueva York, 1990, Parte Primera.

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Habría sido más exacto aludir a unatierra bíblica sin Estado nación, para

una nación bíblica sin Estado.

A partir de entonces, los victoriososisraelíes asumirían concepciones geopo-líticas y demográficas clásicas para justi-ficar el control y colonización de los terri-torios poblados por árabes palestinos. Enel ámbito árabe, esa realidad impulsaríauna rápida diferenciación de intereses, quepotenciaría la autoidentificación nacionalde los palestinos y su progresiva autono-mización combativa, bajo elliderazgo deYasser Arafat. En el ámbito global, lassuperpotencias de la guerra fría lograronmantener el conflicto bajo las reglas delzero sum game —juego suma cero- conla Unión Soviética asumiendo la causaárabe-palestina y los Estados Unidos lade Israel.

En ese marco, el conflicto árabe-is-raelo-palestino llegó a estructurarse comoun sistema de guerra intermitente, con tre-guas tácticas y tibios avances estratégi-cos hacia una solución pacífica. Lo últi-mo comenzó a percibirse gracias al rea-lismo audaz del estadista egipcio AnwarSadat-bien apoyado por el presidente delos Estados Unidos Jimrny Cárter- cuan-do plasmó su dramática visita de 1977 aIsrael. El gesto rompió la continuidad delas secuencias bélicas entre los dos con-tendientes principales de la región, inician-do un proceso bilateral de paz. Paz fría, sise quiere, pero con relaciones diplomáti-cas normales y proyección al mundo ára-be en general y palestino en particular.

El fin de la guerra fría ayudó a blo-quear las vías de retroceso y a servir comosoporte para los avances que vinieron. Enel nuevo contexto, la Conferencia de Pazpara el Medio Oriente de 1991, en Ma-drid, inauguraría un proceso de paz cuali-tativamente distinto. En lo regional, por-que ya no había superpotencia soviéticaque avalara la utopía panarabista de lainexistencia de Israel, o que disuadiera aotros países de la Liga Árabe respecto ala iniciación de relaciones diplomáticascon dicho país. En lo bilateral, porque fueel preludio de una negociación directaentre israelíes con Estado propio y pales-tinos con identidad nacional reconocida.

Este cuadro renovado condujo, en1993, a los Acuerdos de Oslo y al shake-hands de Washington entre Arafat y loslíderes israelíes Itzhak Rabin y ShimonPeres, ante un complacido Bill Clinton. Ellema de Oslo, "paz por territorios", mar-caba un triunfo del realismo político y re-flejaba el sentimiento mayoritario de is-raelíes y palestinos. Parafraseando un di-cho del ex canciller israelí Abba Eban,parecía que ambas partes, al reconocer-se como interlocutoras en el marco de eselema, comenzaban a actuar razonable-mente, pero sólo después de haber co-metido todos los errores posibles.

El conflicto árabe-israelo-palestinollegó a estructurarse como

un sistema de guerra intermitente,con treguas tácticas.

Como background del acontecimien-to podía discernirse un escarmiento se-

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mielaborado, tanto desde la perspectivade los palestinos como de los israelíes.Los primeros, porque tantas décadas deguerra les significaron serias tensiones—incluso enfrentamientos—con gobiernosárabes de la región y no les permitieronrecuperar un centímetro del territorio queles reconocieran las Naciones Unidas en1947. Los segundos, porque tantas déca-das de victorias les enseñaron que la su-perioridad militar no bastaba para ponerfin a su conflicto y los obligaba a hipote-car su desarrollo y a asumir una vida yuna historia bajo amenaza permanente.

SUSTRATO CULTURAL

Previo al análisis del proceso de paz,cabe decir que en la base del conflictoexisten circunstancias propias de Israel yde la región, cuya importancia suelen des-conocer los analistas occidentales. Estos,condicionados por las semejanzas forma-les entre sus sistemas políticos y el de Is-rael, tienden a operar sobre la base deuna contraposición simple: régimen demo-crático israelí vs. régimen autoritario pa-lestino.

El lema de Oslo í(paz por territorios"marcaba un triunfo del realismopolítico y reflejaba el sentimiento

mayoritario de israelíes y palestinos.

Tal subvaloración del genoma cultu-ral se da, incluso, en Samuel Huntington.Cuando este autor afirma, con ligereza,que Israel es un país "creado por Occi-dente"2, está absolutizando el predominiodel binomio judeo-cristiano por sobre eljudeo-islámico, que también arranca deltronco abrahámico. Olvida que son lasraíces y no las ramas las que sostienen elárbol y que Israel tiene una identidad pre-occidental que constituye, simultáneamen-te, el factor de unidad y de separacióncon sus vecinos árabe-palestinos.

Huntington afirma con ligerezaque Israel es un país

"creado por Occidente".

Tanto importa la diferencia, que haimpedido a Israel, hasta hoy, contar conuna Constitución Política que lo homolo-gue con los Estados occidentales. Se partede la base de que ésta violentaría a quie-nes no conciben ley civil alguna por sobrela ley divina. Por lo mismo, los israelíesasignan prioridad polémica a los distintoscriterios sobre territorialidad, siendo el bí-blico Eretz Israel el referente básico. Estefactor territorialista, con registros en elAntiguo Testamento, marca contraposi-ciones internas más fuertes que las políti-co-económicas y las económico-sociales.

Por eso, el equivalente israelí aproxi-mado al wasp norteamericano, es el sa-brá (nacido en Israel), políticamente la-

2 Samuel Huntington, "Theclash of civilizatíons?", Foreign Affalrs, verano de 1993, p. 31.

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borista ("izquierdista"), de la etnia aske-nazi y religiosamente tolerante, siendo suopósito complementario el inmigrantediaspórico de simpatías likudistas ("dere-chistas"), etnia sefaradí y religiosidad or-todoxa. Entre ambos prototipos se alineauna población multiétnica, que aporta lasculturas de todos los países de la diáspo-ra (prácticamente, de todo el mundo) yque, en el caso de los colonos en territo-rios palestinos, crea una cultura ensimis-mada, llena de tensión mesiánica.

Esas originalidades socio culturalespermiten decir a los simpatizantes delLikud, con cierta malicia, que en Israellas guerras suelen iniciarlas los gobiernoslaboristas y la paz suelen firmarla los go-biernos likudistas. Ejemplo clásico de la"anomalía" sería el acuerdo con Egiptode 1982, conMenachemBegin en el pues-to de Primer Ministro y Ariel Sharon comoministro de Defensa.

No es menos compleja (aunque simaslejana para la observación de Occidente)la estructura sociocultural palestina. Ésta,con sus diversos componentes locales ytribales (beduinos), también supone dis-tintos y conflictivos relacionamientos ensu ámbito interno y con el resto del mun-do árabe.

Debido a la falta de Estado, en losterritorios palestinos tiene mayor fuerzala pretensión de que la ley religiosa o Sha-riá prime sobre la legislación secular, conlas consiguientes tensiones entre la po-blación cristiana, drusa, musulmana y cre-

yentes de distintas denominaciones deesta última religión.

Quizás el mayor problema para laAutoridad Palestina (AP) sea que la re-ligión todavía aparece como el factormás fuerte de identidad de la nación, in-duciendo conflictos de lealtades inclusoen el ámbito estratégico. Esto explicaríaque el proyecto de diálogo interreligiosodel Vaticano fuera acogido antes por elmundo judío que por el musulmán, y queel Papa haya sido recibido mejor porArafat que por los líderes religiosos pa-lestinos3. Uno de los factores de con-frontación entre la vieja y la joven guar-dia de la AP radica, justamente, en lapolítica de alianzas respecto a las orga-nizaciones islámicas, en el marco de lasegunda Intifada.

Quizás el mayor problema para laautoridad palestina sea que la religión

todavía aparece como el factor másfuerte de identidad de la nación.

Ubicado en esta desigual realidad, unanalista occidental debe relativizar la pers-pectiva jurídico-política de los Estados lai-cos de derecho. La independencia entrela sociedad legal y las comunidades reli-giosas, que éstos consagran, es inaplica-ble en sociedades que carecen de Estadoo que existían antes de adquirir formaestatal.

3 José Rodríguez Elizondo, El Papa y sus hermanos judíos, Editorial Andrés Bello, Santiago, 2000,pp. 122-127.

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CONTRADICTORIO PROCESO DE PAZ

Con toda su complejidad cultural sub-yacente, el proceso de paz rindió dividen-dos notorios en los primeros años.

Para Israel, el relax se tradujo en unretroceso del aislamiento internacional, tanamenazante en tiempos de la larga pri-mera Intifada iniciada a fines de 1987.Además, catalizó un notable comporta-miento de su economía, potenciando suindustria turística y llevándolo a posicio-nes líderes en el ámbito tecnocientífico.Entre 1990 y 1996, el país creció al 6%,su ingreso per capita fue acercándose alde los países europeos desarrollados, co-menzó a visualizarse la inflación casi ceroque tiene hoy, redujo drásticamente sugasto militar, su tasa de desempleo tam-bién disminuyó e incrementó la produc-ción y exportación de bienes con alta tec-nología incorporada

Los palestinos, constituidos en Auto-ridad Palestina (AP), asumieron un con-trol entre pleno y restringido sobre másdel 50% de los territorios que reivindica-ban y que contenían cerca de un 90% desu población. La Unión Europea estable-ció líneas de cooperación con su proto-Estado. El Presidente de los Estados Uni-dos Bill Clinton visitó a Arafat en sus te-rritorios, como si nunca hubiera sido ofi-cialmente clasificado como un enemigoterrorista.

El Centro Peres para la Paz comen-zó a evaluar proyectos internacionales dedesarrollo para los territorios palestinos.

Shimon Peres, su fundador, partía de labase de que la mejor seguridad para laexistencia de un Estado judío estaba en lacoexistencia con un Estado palestino li-bre de miseria.

Superficialmente mirado, ese progre-so in crescendo parecía confirmar lasprevisiones de Oslo sobre la paulatinaestructuración de una base de mutua con-fianza. Máxime cuando parte de la éliteisraelí llegaba a la convicción de que, si laconfianza se mantenía, el Estado palestino se consensuaría sin problemas y hastael tema de Jerusalem era "conversable".De hecho, en mayo del 2000, a pocosmeses de ser nombrado canciller, el líderlaborista Shlomo Ben Ami reconocía alautor que "eso se tiene que hablar y setienen que articular propuestas". En sumente estaba la idea de extender másJerusalem "y dividirla en una ciudad pa-lestina y en otra israelf'4.

Sin embargo, aún penaban a ambaspartes los errores cometidos y quedabanerrores por cometer.

Los líderes dialogantes de Madrid,Oslo y Washington fueron

visionarios para reconocer lanecesidad de reconocerse.

Hoy puede advertirse que los líderesdialogantes de Madrid, Oslo y Washing-ton fueron visionarios para reconocer lanecesidad de reconocerse y, después,

4 José Rodríguez Elizondo, ob. cit., p. 164.

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para negociar sobre la base de un pro-grama abierto y gradualista. Sin embar-go, no fueron similarmente sagaces paradimensionar la fuerza y/o potencialidad desus minorías disidentes y resistentes. Elimpacto de sus encuentros soslayaba unarealidad dramática, según la cual repre-sentaban a mayorías débiles. Esto es, ca-rentes de la masa crítica necesaria paraimponerse, de manera categórica, en susámbitos respectivos.

El proceso de paz podría definirsecomo un producto de alta ingeniería

política pero sin unsustrato social idóneo.

El proceso de paz podría definirse, así,como un producto de alta ingeniería polí-tica, pero sin un sustrato social idóneo.Por lo mismo, nunca consiguió reflejar unnuevo y mejor talante de las poblacionesconcernidas. Tal desfase, preexistente ysubsecuente, impidió poner el énfasis enun período simultáneo de transición cul-tural, orientado a neutralizar el mesianis-mo de los colonos y de los fundamentalis-tas, incorporarse de lleno aun diálogo in-terreligioso y ejercer la docencia de lapazque se pretendía (o que se subentendíade los textos que los líderes firmaron).

El fenómeno fue más marcado en lasfilas palestinas, porque la elección for-mal de Arafat, en 1994, como Presiden-te (Rais) de la AP no supuso la instala-ción automática de una cultura democrá-tica, con soporte en un debate políticosistémico. En lo fundamental, la AP apa-

recía como la continuidad, con cambiosólo programado, de un tipo deliderazgocarismático surgido en el exilio y enve-jecido en el ejercicio de un poder políticolimitado.

Por una parte, aquéllo explicaba lacarencia de un mediador orgánico y lai-co, encargado de internalizar el valor delo negociado con Israel. Por otra, suponíala lejanía progresiva de las nuevas gene-raciones, críticas naturales de los usos ycostumbres de la burocracia instalada porlos dirigentes mayores, sobre todo en loque respecta al manejo de recursos pú-blicos. Esta pugna interna era funcionalpara mantener intacta la docencia de lasautoridades islámicas, ancladas en todoslos espacios sociales y eventualmentepercibidas con mayor autoridad que losdiligentes políticos.

Paradójicamente, en el lado israelí elsistema democrático no marcó una dife-rencia cualitativa. Por cierto, inicialmen-te permitió que la mayoría favorable alproceso de paz impusiera su peso políti-co, bajo la mediación del Partido Laboris-ta (Avodá) gobernante y de sus aliadosmenores. Pero, esa hegemonía guberna-mental no tuvo proyección decisiva, encuanto tema de unidad nacional, orienta-do por políticas de Estado que impusieransu peso a las minorías estratégicas. Laimpresión fue, más bien, que el procesode paz se inscribía entre los issues queidentificaban, contradictoriamente, a losdos actores principales del sistema políti-co. Dentro de esa lógica, el laborismo nopudo impedir que la interlocución de Ara-fat y los Acuerdos de Oslo fueran resisti-dos, ab initio y con mucha fuerza, por el

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partido Likud y sus aliados menores. Tam-poco pudo impedir que el Likud los invo-cara negativamente, para desplazar al la-borismo de sus posiciones gubernamen-tales.

En tales circunstancias, creció la im-portancia clientelar de dos minorías: lade los colonos de los enclaves israelíesen los territorios palestinos y la de losreligiosos políticamente militantes. Losprimeros pugnaron por absolutizar el va-lor estratégico de sus posesiones, bus-cando la comprensión del Likud y de losreligiosos. Éstos, especialmente los or-todoxos, descubrieron que el proceso depaz les abría un excelente espacio paramejor negociar sus reivindicaciones do-centes y posiciones presupuestarias. Sin-tomático fue que, en este contexto, unode los tres partidos religiosos, el Shas,incrementara dramáticamente su vota-ción, convirtiéndose en el tercer partidodel sistema, amenazando la hegemoníade laboristas y likudistas.

LA OPORTUNIDAD PERDIDA

Con todo, la perseverancia de lasmayorías israelíes y palestinas, aunquedesprolija, llevó el proceso casi hasta sutramo final. Así pudo apreciarse, en juliode 2.QQQ, con una audaz movida de Baraken la Cumbre de Camp David. Allí, conBen Ami como canciller, ofreció la devo-lución de un 95% de los territorios pales-tinos reclamados, sugirió debatir compen-

saciones por el resto y abrió la posibilidadde diálogo sobre los refugiados y el antesintocable tema de Jerusalem. La estadi-dad palestina lucía como un subentendidono polémico.

Jamás Israel había producido unaapertura semejante y nunca los EstadosUnidos -plan Clinton mediante- habíanpresionado tanto para ello. Sin embargo,la plausible esperanza de un acuerdo fi-nal se frustró, a partir de la convergencia,casual o no, de dos acontecimientos pro-ducidos por las minorías: la provocativavisita del líder opositor Ariel Sharon a lajerosolimitana Explanada de las Mezqui-tas (Monte del Templo, en nomenclaturajudía) y el inicio de una segunda Intifadapalestina, impulsada por Hamas, JihadIslámica y las generaciones más jóvenessurgidas a la sombra de los viejos líderesde la AP. La violencia desatada hizo in-necesaria, al parecer, una respuesta ex-presa de Arafat a la última (literalmente)oferta de Barak.

"Nunca se había estado tan cerca deun acuerdo de paz", verificaría, melancó-lico, Samuel Hadas, reputado analista di-plomático israelí5.

Las minorías opositoras fuerondespojando a los Acuerdos de Oslode su conmutatividad intrínseca.

Lo señalado explica cómo las mino-rías opositoras fueron despojando a losAcuerdos de Oslo de su conmutatividad

5 Samuel Hadas, "La batalla de Jerusalén", revista Política Exterior, noviembre-diciembre de 2000.

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intrínseca. El trueque de territorios por pazse mantuvo como fórmula, pero su difi-cultosa, lenta y exasperada plasmaciónanuló su efecto político proyectado: el decrear una atmósfera de creciente confian-za entre ambas partes.

Para demasiados palestinos losAcuerdos de Oslo sólo se justificancomo una de las diversas formas de

lucha, entre las cuales el terrorismo.

En tal contexto, para demasiados pa-lestinos los Acuerdos de Oslo sólo se jus-tifican como una de las diversas formasde lucha, entre las cuales el terrorismo,para recuperar los territorios ocupados opara renovar el objetivo panarabista dearrojar a los israelíes al mar. En cuales-quiera de los dos casos -en especial, lue-go de la evacuación israelí del sur del Lí-bano, a partir del hostilizamiento de Hiz-bollah- estas minorías privilegian la reti-rada unilateral de Israel y la declaraciónunilateral de un Estado Palestino.

Como contrapartida, para demasiadosisraelíes Arafat resulta un interlocutor im-presentable. Los más bondadosos lo vencomo rehén de los movimientos fundamen-talistas Hamas y Jihad Islámica. Otros si-guen viéndolo como el mismo terrorista delas primeras décadas de enfrentamiento,sólo que con mala salud y más viejo. Jun-tos entienden que Arafat trata de obtenerconcesiones israelíes por la negociación,

bajo apercibimiento de violencia, o por laviolencia, bajo la excusa de que ésta esca-pa a su control. Juntos ignoran los frágilesequilibrios internos delpoderpalestino, ten-sionado por la vieja guardia de la OLP, lajoven guardia de la AP y las organizacio-nes ñmdamentalistas islámicas6.

Esta situación de desconfianza sos-tenida terminó afectando el ascendienteinterno y externo de ambos liderazgos. Enel caso palestino, el fenómeno fue perci-bido a través de la disidencia generacio-nal y de la incrementada aceptación so-cial, en sus territorios, de Hamas y de Ji-had Islámica. Dichas organizaciones, cuyadocencia y actividad eran contradictoriascon la existencia y política oficial de laAP, significan un fuerte menoscabo de laautoridad real de Arafat. Por lo mismo,implican una seria merma de su podernegociador y de su aceptación internacio-nal en las democracias occidentales.

Por la apertura y polemicidad de sudebate, el fenómeno fue más visible enIsrael y tuvo mayor impacto comparativoen sus críticos externos. Partió, dramáti-camente, cuando un terrorista judío -reli-gioso ortodoxo y enemigo del proceso depaz- asesinó al Primer Ministro laboristaItzhak Rabin, en 1995. A partir de esemagnicidio, que convirtiera a Rabin enmártir de una causa divisiva, ningún go-bierno israelí ha completado su período.Por retardar o sabotear el avance de di-cho proceso, el likudista Beniamin Netan-yahu debió irse a medio camino. El si-

6 V. sobre el tema a Kalil Shikaki, Oíd Guará, young guará: the Palestinian Authoriry and thepeaceprocess at cross roads, Palestinian Center for Policy and Survey Research, Ramallah, diciembre de 2001.

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guíente gobernante, el laborista Ehud Ba-rak, también debió llamar a eleccionesanticipadas, cuando se mostró dispuestoa hacer concesiones impopulares. Estaespecie de juego de las sillas musicales,síntoma de ingobernabilidad, fue abrien-do paso a la elección como Primer Minis-tro del likudista Sharon, resuelto adversa-rio de los Acuerdos de Oslo.

SHARON Y ARAFAT

"Quien no cree en milagros en Israelno es realista", solía decir Ben Gurion.Sharon debe practicar ese tipo de realis-mo, pues necesitó por lo menos tres mila-gros para llegar al premierato israelí.

Para demasiados israelíes, Arafatresulta un interlocutor impresentable.

El primero fue que su correligionarioNetanyahu lo repusiera en la primera lí-nea del poder, nombrándolo canciller. Yno porque le profesara una especial con-sideración, sino porque así daba una fuerteseñal de desafección hacia los Acuerdosde Oslo.

El segundo fue que el laborista Barakcometiera todos los errores políticos quepuede cometer un líder autoritario, en unasociedad libertaria y polemista: mandonis-mo, concentración de responsabilidades,desconfianza en los líderes intelectuales-Peres y Ben Ami, especialmente- eidentificación de las posibilidades teóricasdel estratego con las posibilidades con-cretas del conductor político.

El tercero fue que los israelíes siguie-ran reconociendo a Peres como visiona-rio mayor del país... pero negándole suvoto en las elecciones.

Gracias a esa trilogía milagrosa, Sha-ron se encontró no sólo con el poder máxi-mo, sino con una oportunidad literalmentehistórica para cambiar el tono oscuro conque estaba pasando a las enciclopedias.Ese que lo describe como comando decoraje, oficial de difícil subordinación anteel general Itzhak Rabin, ministro que nodijo la verdad a Menachem Begin duran-te la operación Paz en Galilea y respon-sable político de la masacre de Sabrá yChatila.

Esa oportunidad se expresaba en unmenú con dos posibilidades: ser conse-cuente con su agresiva imagen pública oprivilegiar las coyunturas de excepción deesa misma imagen.

La primera opción implicaba mante-ner el statu quo territorial, desahuciar for-malmente los Acuerdos de Oslo y volvera la pretensión de "paz por paz", sin con-cesiones. Suponía, obviamente, asumirlafatalidad de una nueva guerra.

La segunda opción era la de quiensabe distinguir entre la responsabilidadsuperior del gobernante y la demagogiaeventual del líder opositor, reconocien-do el nuevo cuadro pos guerra fría, ladiseminación del poder nuclear (ya exis-te la "bomba atómica musulmana") y elriesgo de convertirse en el tercer Pri-mer Ministro interruptus de la secuen-cia. Esto suponía, de partida, mantenerlos Acuerdos de Oslo en hibernación,esperando la oportunidad propicia paradescongelarlos.

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Conflicto israelo-palestino: estado de situación

Los debilitados partidarios de losAcuerdos de Oslo, con Peres a la cabeza,apostaron a la segunda opción y con ellola hicieron viable. Intuían -o querían in-tuir- que las decisiones divisivas al interiorde una sociedad pueden ser implementa-das, con mayor eficacia comparativa, porquienes fueron sus antagonistas previos.Justificaban tal intuición a partir de la pocodifundida experiencia del propio Sharon,quien estuvo a cargo de desmantelar ciu-dades y bases israelíes en el Sinaí, tras elAcuerdo de paz con Egipto.

Esta débil apuesta por la esperanzaestuvo en la base del actual gobierno deUnidad Nacional, con Peres como can-ciller y garante de Sharon. La coalición,en sí misma, pareció plasmar la opcióndel Primer Ministro por la segunda op-ción o, al menos, demostró dos cosas:que esta vez no es partidario de una di-suasión bélica preventiva, como quisie-ran sus seguidores más extremistas, yque el espíritu de Oslo es más fuerte delo que suponen sus creadores y de lo quequisieran sus adversarios.

Si bien la paz se negocia entreenemigos, los códigos no escritos decualquier negociación indican que

éstos no deben serloen términos personales.

Sin embargo, hay un problema sos-layado por el wishful thinking que ins-

pira este nuevo gobierno de Unidad Na-cional. Puede frasearse diciendo que, sibien la paz se negocia entre enemigos,los códigos no escritos de cualquier ne-gociación indican que éstos no debenserlo en términos personales. Y esto eslo que sucede, precisamente, entre Ara-fat y Sharon quienes, desde jóvenes yhasta sus respectivas setentenas, hansido paradigmas casi literarios del com-bate con odio. En esta etapa del conflic-to, ambos escenifican la última parte deuna saga de ataques y persecuciones, enla cual Arafat ha representado el papeldel guerrillero-terrorista y Sharon el delirdHtar-militarista.

Con todo -quizás porque el odio ex-presado es, algunas veces, cobertura deun respeto silencioso- el impacto real deesta querella bipersonalizada se ha relati-vizado, gracias a Arafat. Más autoconte-nido o más astuto, el líder palestino no haincurrido en la expresión de sentimientospersonalizados hacia Sharon. De algúnmodo, intuye que su propia sobrevivenciapolítica, interna e internacional, está liga-da a la mantención de su interlocución conlos líderes israelíes. Además, sabe que elsistema democrático israelí le permitecontar con interlocutores alternativos, atenor de los cambios que producen loselectores. De ahí su correcta relación conPeres, a sabiendas de la dura crítica queéste le ha formulado por "su participaciónen el terrorismo, su notoria incapacidadde tomar decisiones y su predilección pormaniobras tácticas interminables"7.

7ShímonPeres, Mi lucha por la paz, Editorial Prensa Ibérica, Barcelona, 1995, p. 231.

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José Rodríguez Elizondo

No sólo eso. Hasta es lícito suponerque Arafat también aceptó, al inicio, latesis de que Sharon tenía mejores posibi-lidades que Peres para conducir un pro-ceso de paz resistido por minorías fuertese intratables. Estimó, tal vez, que la ima-gen del guerrero odiado y/o temido impo-nía más prudencia y resignación entre susdisidentes propios.

No son especulaciones de novelista.El autor estaba diplomáticamente in situ,en octubre de 1998, cuando Sharon fuenombrado canciller y Arafat manifestóque era "asunto interno israelf'. Comuni-có así, de manera sutil, que no habría vetopalestino y puso anticipadamente la meji-lla ante quien diría, días después, ante laprensa y el cuerpo diplomático, que senegaba a darle la mano en razón de suhistorial terrorista. Es que el líder palesti-no -al contrario de muchos israelíes- yapensaba a Sharon como un Primer Mi-nistro posible y, en vez de fulminarlo conunafatwa, asumía la necesidad de dialo-gar con él.

A partir de ese gesto de Arafat, unasomera investigación permitió descubrirque, entre la condena de Sharon en Israelpor su responsabilidad política en la ma-sacre de Sabrá y Chatila -ejecutada pormilicias libanesas- y su nombramientocomo canciller de Netanyahu, tuvo por lomenos dos entrevistas secretas con altosrepresentantes de la AP: Mahamud Ab-bas y Ahmed Qurei. Éstos no temieron irhasta su granja, en el Neguév, y dar lamano al gran perseguidor de Arafat.

Por eso, antes del 11 de septiembrede 2001 era dable pensar en el cuartomilagro relacionado con Sharon: que, en

determinadas circunstancias, cortara laambigüedad estructural de su gobierno,recuperara la oportunidad perdida deCamp David II y estrechara la mano desu viejo enemigo Arafat.

El atentado terrorista de esa fecha enlos Estados Unidos y los siguientes quese produjeron en Israel crearon, al pare-cer, un buen escenario para que Sharondescalificara a Arafat como "interlocutorirrelevante". Con ello, la hipótesis del cuar-to milagro quedó suspendida para mejoroportunidad.

TERRORISMO FUNDAMENTALISTA

De lo señalado en los párrafos pre-cedentes se desprende que el procesode paz ha debido coexistir con distintosniveles de violencia. Podría decirse quela guerra con treguas y con guerrillas,iniciada en 1948, fue sustituida por unaviolencia sin guerra, caracterizable poruna metodología binaria: atentado dequienes se autoperciben como puebloirredento y represalia de quienes se au-toperciben como pueblo en crisis de se-guridad.

Hoy se trata de una violencia dise-ñada para obstaculizar los avances enel proceso de paz y/o para neutralizar asus gestores. Nadie serio discute, enIsrael, que la sensación de inseguridadque produjeron los atentados palestinos,posteriores al asesinato de Rabin, sir-vió para infligir una significativa derro-ta a Peres en las elecciones de 1996.También parece claro que la Intifada II,en cuanto réplica al pásenlo de Sharon

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Conflicto ísraelo-palestiao: estado de situación

por la Explanada de las Mezquitas, fuefuncional para paralizar sine die dichoproceso.

El terrorismo, componente exaspera-do de esa violencia, también fue crecien-do con cada coyuntura de avance haciala paz. Pero, en este caso, su aumentocuantitativo derivaría hacia una mutacióncualitativa de implicancias globales.

El terrorismo fue creciendoen cada coyuntura

de avance hacia la paz.

Esto recién comenzó a percibirse enjunio del 2001 cuando un joven palestinose ciñó explosivos al cuerpo, para morirjunto con veinte jóvenes judíos que se di-vertían en una discoteca de Tel Aviv. Dosmeses después, un nuevo atentado en unapizzería ubicada en el corazón comercialde Jerusalem, a cargo de dos terroristassuicidas, produjo mayor cantidad de vícti-mas de cualquier edad, sexo, estirpe ycondición.

Como suele suceder, la sistematici-dad, periodicidad y nuevo sesgo no fue-ron percibidos de inmediato. Todos losactores perseveraron en secuencias, in-ternas y externas, estereotipadas: el go-bierno israelí proyectó su réplica, entre-vistados palestinos explicaron que habíaterrorismo porque había ocupación, losgobiernos de terceros países y las Na-ciones Unidas pidieron a Arafat que con-denara el atentado y a Ariel Sharon queno autorizara represalias. El horror ha-bía engendrado una rutina.

Sin embargo, en Israel estaba emer-

giendo, por aproximaciones sucesivas yante la inadvertencia de los especialistas,un nuevo tipo de guerra.

Primero, la superioridad militar de lasfuerzas israelíes había forzado al lideraz-go palestino, representado por la OLP, acomprometerse en un equivalente de laguerrilla clásica, partiendo de "santua-rios" externos. Luego, desde los territo-rios palestinos, la OLP ensayó una "gue-rra especial", de desgaste y con méto-dos terroristas, equivalente a la del viet-cong de los años 60. Finalmente, com-prometida la OLP con la AP y con Oslo,tomó el relevo violentista la disidenciapalestina de obediencia fundamentalis-ta, decidida a potenciar el terrorismohasta niveles inéditos.

Esa disidencia, representada por Ha-mas y Jihad Islámica -y apoyada por Hiz-bollah desde el Líbano- ya no trataría deimponer una voluntad política a través deuna violencia aterrorizante, sino de pro-ducir un holocausto escarmentador, conpropios y ajenos. Ante lo que percibíacomo intransigencia israelí y debilidad otraición de Arafat, pasaba del aforismonegociador clásico "si no puedes vencer-los únete a ellos", a un tácito "si no pue-des liderar políticamente ni vencer mili-tarmente, destruyámonos todos". Al efec-to, su arma especial era un voluntariadosuicida.

Intuyendo difusamente lo que se es-taba procesando, el autor hizo algunospronósticos desde su columna periodís-tica, en agosto de este año. Entre ellos,que Arafat dejaría de ser consideradocomo interlocutor válido por el gobiernode Israel y que "atentados terroristas y

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represalias se convertirán en una formacoyuntura! de guerra"8.

A menos de un mes, los brutales aten-tados en las Torres Gemelas y el Pentá-gono confirmaron la fuerte relación entreambos terrorismos. Instantáneamente, sedesencadenaron secuencias políticas pa-ralelas en Israel y en Afganistán: Arafatcondenó dichos atentados y puso distan-cia con las manifestaciones de alegría defundamentalistas palestinos; el PrimerMinistro Sharon identificó a Arafat conOsamabinLaden; e] canciller Peres sos-tuvo que los equivalentes de bin Ladenson Hamas y Jihad Islámica, y bin Laden,consciente del debate en Israel, quiso asu-mir la causa palestina sobrepasando el li-derazgo de Arafat.

Bin Laden daba a entender que lavinculación de la causa palestinaera funcional a sus pretensiones

de liderazgo panislamista.

Más allá de un eventual oportunismo,bin Laden daba a entender que la vincula-ción con la causa palestina era funcional asus pretensiones de liderazgo panislamis-ta, a partir de una estrategia apoyada enterroristas suicidas y orientada al autocum-plimiento de la profecía de Samuel Hun-tington sobre la guerra de las civilizacio-nes. Por eso, su estrategia aparece como

la expresión globalizada de la estrategia deHamas, Jihad Islámica y Hezbollah.

Hasta podría decirse que, ese día deseptiembre, los ejecutores de bin Ladenestrenaron un silogismo derivado del delos fundamentalistas palestinos: si elimi-nar del mapa a Israel es militarmente im-posible, los Estados Unidos (y Occiden-te) son civilmente vulnerables.

ROL DE LOS ESTADOS UNIDOS

Durante la guerra fría, los EstadosUnidos fueron la superpotencia antagóni-ca para los países árabes, pero su gestiónno siempre fue apreciada al interior deIsrael. Para el sector israelí más acen-dradamente "territorialista", los gobiernosnorteamericanos no supieron prevenir laexpansión de la influencia soviética, fue-ron ingenuos al oponerse a la estrategiade disuasión preventiva y nunca demos-traron un conocimiento acabado de la pro-blemática regional. Yoash Tsiddon-Chatto,representante conspicuo de dicho sector,dice que, al sustituir al Reino Unido comopotencia dominante en la región, los Es-tados Unidos lucían como "un recién lle-gado que tenía problemas para leer elmapa del Medio Oriente" (agrega, conmordacidad, que "todavía los tiene")9-

Es que el conflicto israelo-palestino,pese a su presencia asegurada en la agen-da internacional de la superpotencia, no

8 V. "¿Callejón sin salida?", La Nación, 10 de agosto de 2001.9 Yoash Tsidon-Chatto, 1938/9... 2001/2: different drcumstances... same spirit?, texto presentado

en programa de visitas de la Unión Europea, para periodistas y representantes de organizaciones nogubernamentales de Israel, Bruselas, 25-30 de noviembre de 2001.

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Conflicto israelo-palestino: estado o"e situación

se ha beneficiado con una política de es-tado sostenida y consistente. El tratamien-to del tema se ha inscrito, como muchosotros, en el equilibrio inestable del aisla-cionismo tradicional y del intervencionis-mo con políticas de corto plazo.

Al margen de esa paradójica constan-te de comportamiento variable, el fin dela guerra fría y la inmediata Guerra delGolfo, trajeron un cambio político impor-tante. Los gobiernos norteamericanospercibieron la necesidad y posibilidad deun trabajo conjunto con parte del mundoárabe, lo cual obligaba a una fiexibiliza-ción de su estratégica alianza con Israel.En agudo análisis del periodista españolMiguel Ángel Bastenier, la superpotencia,ahora solitaria, debía asumir un doble rol:el propio y el de la desaparecida UniónSoviética. Esto significaba "procurar unasolución fuertemente ventajosa, aunque nonecesariamente inicua, para Israel (...) eimpedir la humillación invencible de lospalestinos"10.

A partir de este nuevo libreto, el pre-sidente demócrata Bill Clinton tuvo dosgrandes intuiciones. Una, comprender queambas partes, sin poder reconocerlo, an-helaban una intervención más comprome-tida de los Estados Unidos. La otra, asu-mir que las proyecciones del conflictoseguían siendo globales y, por tanto, afec-taban la seguridad de su país. A partir deese doble entendimiento, su intervenciónfue indispensable para mantener vivo elproceso de paz hasta su último día en laCasa Blanca.

La intervención de Clinton fueindispensable para mantener vivo elproceso de paz hasta su último día

en la Casa Blanca.

Mérito táctico de Clinton fue hacertransparentes sus desencuentros con elPrimer Ministro israelí Beniamin Netan-yahu, para mostrar a los palestinos quetambién podían darse contradiccionesfuertes entre aliados. Fue una manera in-teligente de convertir la amistad con Is-rael en un hecho más del conflicto, ha-ciendo aceptable para la AP lo que anteshabría sido inconcebible: que un gobiernonorteamericano también postulara a laamistad palestina o, al menos, que fueraaceptado como un honest broker.

Desgraciadamente, le faltó tiempo.Camp David n fue una cumbre con unanfitrión saliente y eso, en definitiva, re-sultó más grave que la debilidad de Ba-rak o el entrampamiento de Arafat. Detodas maneras, puede pronosticarse queel plan postrero de Clinton, con especialincidencia en Jerusalem (eventual sobe-ranía palestina en la superficie de la Ex-planada de las Mezquitas, manteniendopara Israel la soberanía del subsuelo, don-de habría vestigios del Templo de Salo-món), se mantendrá como antecedenteválido de cualquier arreglo futuro. Esto,naturalmente, con la dura oposición de lossectores representados por Sharon. Dehecho, éste se ha adelantado a advertir

10 Miguel Ángel Bastenier, La guerra de siempre, Ed. Península, Barcelona, 1999, p. 271.

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que ya pasó la oportunidad de implemen-tar el plan Clinton y que lo que Barak ofre-ciera a Arafat en Camp David "nunca sele volverá a ofrecer"11.

Ya en la Casa Blanca ese aislacionismoreapareció, avalado por prestigiososeconomistas a quienes nunca se les

ocurrió vincular los conflictos externoscon la seguridad doméstica

de los Estados Unidos.

Por lo señalado, el cambio presiden-cial y de talante en la Casa Blanca nofavoreció un relanzamiento del procesode paz. Desde su campaña electoral,George W. Bush había criticado el alto ycostoso nivel de compromiso de Clintoncon ese issue, anunciando un verdaderorevival del viejo aislacionismo norteame-ricano. Por cierto, ganó puntos electora-les, pues ello lo identificaba con el norte-americano medio estadístico, que cree enel fin de la historia, rechaza lo que estimadispendio de recursos en el extranjero yculpa al "lobby judío" por la importanciaque el Departamento de Estado asigna alconflicto del Medio Oriente.

Ya en la Casa Blanca, ese aislacio-nismo reapareció, avalado por prestigio-sos economistas a quienes nunca se lesocurrió vincular los conflictos externoscon la seguridad doméstica de los Esta-dos Unidos. Lester Thurow, uno de los

más caracterizados, había escrito algo quemerece reproducirse in extenso, parapoder comprender la errónea formacióny la mala información de Bush:

"Negociar la paz en Medio Orientetenía sentido cuando existía la amenazade que la URSS interviniera y los Esta-dos Unidos tenían que competir con ellapara obtener la adhesión árabe, pero yano vale la pena negociar la paz, cuandola amenaza del comunismo ha desapa-recido. ¿Por qué van a ser tan genero-sos los contribuyentes norteamericanosno judíos hasta el punto de costear la pazentre Israel y los árabes? Dejémoslospelear si lo desean, los rusos no van aarriesgarse y cualquier cosa que suce-da, de todos modos no afectará a losEstados Unidos"12.

Por ceñirse a análisis tan superficia-les —o frivolos- como el transcrito, el pre-sidente Bush creyó posible marginarse, sinmayores consecuencias, de un conflictocon raíces profundas en la historia y en lacultura del planeta. Con ello, asumió elriesgo de perder control sobre un proce-so de paz que afectaba no sólo teórica-mente a los Estados Unidos.

Esto último pudo verificarlo, de ma-nera catastrófica, el día del ataque a lasTorres Gemelas y al Pentágono, cuandosu país se reveló como objetivo principalde un terrorismo fundamentalista, cuyacoartada religiosa estaba en Israel.

El 7 de octubre, a menos de un mes, binLaden le lanzaría una amenaza confirmato-

11 Entrevista para el Washington Post, reproducida por El Mercurio, 1 de noviembre de 2001.12 Lester Thurow, El futuro de! capitalismo, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1996, p. 169.

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Conflicto israelo-palestmo: estado de situación

ría: "Juro a Alá que América no vivirá enpaz antes de que la paz reine en Palestina".

OCHO Y MEDIA CONCLUSIONES

PRIMERA.- En el proceso de pazisraelo-palestino se ha pretendido obviarel requisito esencial de cualquier negocia-ción: que las partes renuncien a la preten-sión de imponer sus posiciones máximas-para eso está la guerra- pues una buenasolución significa conceder. Esto es, dis-tribuir ganancias y pérdidas. Si nada hayque conceder, el juego diplomático nacepara agonizar, las conversaciones coexis-ten con las escaramuzas y cualquier avan-ce puede adjudicarse más a la violenciaque a la diplomacia.

SEGUNDA.- La incompatibilidad entreun proceso de negociación real y la vo-luntad de imponer posiciones se superpo-ne al problema de los riesgos personalesde los negociadores flexibles. Las fuertesminorías adversas al proceso de paz yahan demostrado que pueden retirarles laconfianza política y que pueden cobrarhasta con el magnicidio una opción por lapaz que no complazca las expectativasmaximalistas.

TERCERA.- Los riesgos políticos inter-nos de la negociación son más altos paralos palestinos que para los israelíes y esadebió ser la razón por la cual Barak arries-gó más que Arafat en Camp David u.De hecho, el líder israelí enfrentó un ries-go personal que ya se materializó -fin an-ticipado de su mandato- por entender, demanera implícita, que su eventual desapa-

rición, física o política, no amenazaba aun Estado con cinco décadas de consoli-dación, un poder militar sofisticado y unsistema democrático que garantiza losrelevos. Distinto sería el caso de la de-saparición de Arafat, con un Estado enembrión, sin Ejército moderno, sin institu-ciones democráticas consolidadas y conorganizaciones fundamentalistas internasapoyadas por Siria, Irak, Irán y por orga-nizaciones externas homologas, éntrelascuales Al Qaeda, de Osama bin Laden.

Bush asumió el riesgo de perder elcontrol sobre un proceso de paz queafectaba no sólo teóricamente a los

Estados Unidos.

CUARTA.- El fracaso de la cumbre deCamp David U es sólo relativo, en cuantoabrió nuevas posibilidades para negocia-ciones futuras. Las concesiones posiblesque planteó Barak y el silencio con quelas recibió Arafat, sugieren un comienzode desbloqueo de las posiciones maxima-listas. Parece lógico volver a ese momen-to, en negociaciones futuras, para llegara un consenso que permita estructurar unEstado palestino viable, yuxtapuesto aunIsrael seguro.

QUINTA.- El proceso de paz ha marca-do un gran desfase cultural entre cúpulaspolíticas y bases sociales de ambas partes,confirmando a) que las mayorías débilesdeben transformarse en mayorías fuertes

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si quieren imponer proyectos de enverga-dura total; b) que para ello no sirve el lide-razgo sólo autoritario, ni basta el simple tra-bajo político orientado hacia las eleccionespróximas y c) que las fuertes posicionesdocentes de las autoridades religiosas de-ben ser orientadas hacia la paz, en el con-texto de sus propias creencias.

SEXTA.- El conflicto del Medio Orien-te no puede ni debe ser analizado sólo des-de los prismas políticos, económicos, jurí-dicos y sociológicos de las democraciasoccidentales. Cualquier análisis que sepretenda válido, para la región, debe darcuenta de sociedades donde la religión nose mantiene sólo en el ámbito privado y/odonde lo político-cultural depende de locultural-religioso. A este respecto, es ne-cesario profundizar en las posibilidades deldiálogo interreligioso, a partir de la positi-va experiencia católico-judía, tras la visi-ta del Papa a Israel.

SÉPTIMA.- El orden internacional enplasmación hace ineludible el compromi-so de los Estados Unidos con cualquierproceso de paz en el Medio Oriente. Sus

gobernantes, por serlo de una superpo-tencia única, no pueden aspirar a roles desimple observador, excusándose en laneutralidad o en el ahorro para sus con-tribuyentes. La realidad ya demostró alliderazgo norteamericano que es inútil tra-tar de eludir un conflicto, si el conflicto noquiere eludir a los Estados Unidos.

OCTAVA.- Obviamente, la AP podríadeclarar la estadidad palestina de mane-ra unilateral. Sin embargo, la viabilidad y/o legitimidad internacional de un futuro Es-tado palestino depende, hoy, de un relan-zamiento del proceso de paz con Israel yde un claro rechazo a las pretensiones tu-telares de Osama bin Laden. Por lo mis-mo, la AP debe fortalecer su ascendientesocial interno, para encuadrar bajo su li-derazgo a las organizaciones palestinasque rechazan el proceso de paz y aplicanmétodos terroristas. El gobierno de Israel,por su parte, debiera asumir con realis-mo el liderazgo vigente de la AP, evitan-do impulsarlo a la órbita de Al Qaeda.

MEDIA.- Si hay un país donde a losanalistas que formulan conclusiones aser-tivas les ha ido mal, ése es Israel.

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