CONTINUIDADES, RUPTURAS Y CONJETURAS … · ... económica y social. El ciclo regresivo iniciado a...
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CONTINUIDADES, RUPTURAS Y CONJETURAS SOBRE ESTADO,
SOCIEDAD Y ADMINISTRACIÓN PÚBLICA EN AMÉRICA LATINA. ¿HACIA
LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO PROCESO LATINOAMERICANO DE
DESARROLLO Y RECONSTRUCCIÓN DE LA COMUNIDAD?
Introducción
La última década latinoamericana se ha caracterizado por un notorio cambio de
tendencias en materia política, económica y social. El ciclo regresivo iniciado a
mitad de los años 70 ha sido reemplazado a partir de principios del 2000 por
nuevos procesos de crecimiento económico, reducción de la pobreza, aumento
del empleo, mejora de indicadores educativos y de salud, gobiernos que
implementan políticas públicas con mayor autonomía en materia económica,
social, cultural e internacional y una nueva revalorización del Estado en los
procesos de cambio. Algunos datos de CEPAL resultan ilustradores. A partir de
2003 y hasta 2008, el Producto Bruto Interno de América Latina ha crecido un
122%. En particular, el producto bruto interno argentino ha crecido en el mismo
período un 155%. En la Argentina, la industria manufacturera creció entre 2002
y 2008 un 23,63% y en América Latina un 28,40% en el mismo período. Las
exportaciones han aumentado en América Latina un 49,3% entre 2000 y 2008.
La pobreza ha descendido en América Latina de 44% en el 2002 al 33% en el
2008. Y la indigencia ha descendido en el mismo período del 19.4% al 12,9%
en el mismo período. De modo concomitante, el desempleo ha descendido en
América Latina del 10,4% al 8,3% en el período 2000-2009. Y en Argentina el
desempleo ha descendido del 15,1% en 2000 al 8,8% en 2009. La desigualdad
se ha modificado menos. Por ejemplo, también según CEPAL, Argentina ha
mejorado su índice de Gini de 0.531 en 2004 a 0.519 en 2006. Y Brasil, de
0.612 en 2004 a 0.594 en 2008.
Este importante cambio de tendencias coincide al mismo tiempo con una
significativa renovación del pensamiento en las ciencias sociales. En el campo
de la ciencia política, desde principios de los años 90, estamos asistiendo a la
consolidación de la revalorización del Estado como objeto de análisis. En el
campo de la sociología, la etnografía y la antropología, contamos con
importantes contribuciones que han dado cuenta de los efectos de
desestructuración social provocados por el advenimiento de la sociedad
posindustrial, la globalización capitalista y el neoliberalismo, y que al mismo
tiempo introdujeron una perspectiva de la nueva estructuración de clases, de
movimientos sociales y de viejas y nuevas comunidades. En el campo de la
administración pública, asistimos a la reaparición de estudios que vinculan la
administración y las políticas estatales y su relación con los procesos de
desarrollo.
Estas nuevas tendencias teóricas se han manifestado conjuntamente con la
crisis del neoliberalismo en América Latina, hacia principios del 2000, y luego
en el capitalismo central, desde 2008 hasta el presente. También aparecen al
mismo tiempo que se verifica una declinación relativa del paradigma neoclásico
en teoría económica. Es también en esta década donde se producen fuertes
críticas a los límites del paradigma pluralista en la ciencia política y de las
teorías del rational choice y de los enfoques de reformas de sistemas, de
gerencia pública y de gobernanza en el campo de la administración pública.
Por lo tanto, pareciera necesario en esta circunstancia de la evolución de la
sociedad latinoamericana y de la evolución de la teoría política, social y
administrativa, realizar una recapitulación conceptual sobre un conjunto de
nociones básicas para el estudio del Estado y la Administración Pública. Dicha
recapitulación, debiera atender a un mismo tiempo las nuevas realidades
políticas, económicas, sociales y estatal administrativas latinoamericanas y las
recientes conceptualizaciones en la materia. Por otra parte, parece una buena
ocasión para retomar lo utilizable del pensamiento clásico, en un doble sentido.
Por un lado, a las teorías sociales clásicas, pero también a los aportes de las
teorías del desarrollo y de la dependencia latinoamericanas que entre los años
50 y 70 significaron una importantísima contribución de nuestro continente al
pensamiento universal.
Nos preguntaremos aquí por el significado actual de algunos conceptos
fundamentales. ¿Cómo debemos conceptualizar hoy al Estado como
institución política, luego de décadas de desvalorización del concepto en
términos teóricos y prácticos y cómo deberíamos enfocar el análisis del Estado
hoy en América Latina? ¿Cuál es hoy el conjunto de características de la
Sociedad, luego de tres décadas de desestructuración social provocados por
el advenimiento de la sociedad posindustrial, la globalización capitalista y el
neoliberalismo y cómo se caracteriza hoy la relación Estado-Sociedad, en
particular en América Latina? ¿Cuáles son hoy las características de la
Administración Pública en América Latina y qué transformaciones se han
venido produciendo en la última década? ¿Qué evolución han tenido los
paradigmas de Administración y Gestión Pública y qué evoluciones
parecen estar produciéndose en nuestro continente? Dado el nuevo contexto
latinoamericano, ¿qué debiéramos entender hoy por Desarrollo, frente a
nuevos procesos, políticas y discursos que resignifican la relación entre el
crecimiento económico y la inclusión social?
Nos es intención de esta contribución realizar una exposición completa y
detallada sobre la evolución del pensamiento teórico sobre estas cuestiones.
Tiene la intención de señalar tendencias en el pensamiento político,
económico, sociológico y administrativo que puedan mejor contribuir a una
comprensión sobre actuales tendencias en materia de administración y gestión
estatal en América Latina.
1. El regreso del Estado
Existe un renovado consenso en el campo de la ciencia política acerca de la
revalorización del concepto de Estado en los últimos 25 años1. Cómo es
sabido, la declinación del uso de la categoría Estado en la teoría política y la
desvalorización del papel del Estado en el campo de la teoría económica
respondió a razones de distinta índole.
Por un lado, en el campo de la ciencia política fue decisiva la influencia del
enfoque de sistemas y del enfoque estructural funcionalista de los años 50 y 60
y el predominio de la noción de “sistema político” como subsistema del sistema
social (Almond y Powell, 1972). Asimismo, la aparición de las teorías pluralistas
dio lugar a un enfoque donde el juego político de actores y grupos sociales y
políticos para influir en la toma de decisiones de las distintas agencias
gubernamentales reemplazaba cualquier perspectiva que supusiera la
consideración de la existencia de una primacía o una autonomía del Estado o
1 Para un ejemplo reciente, ver Jefatura de Gabinete de Ministros (2007)
de las instituciones estatales en la construcción del orden colectivo o de la
sociedad (Dahl, 1985). Esta hegemonía de la ciencia política norteamericana
en los años 50 y 60, determinó un desplazamiento del análisis político desde el
foco tradicionalmente puesto por la ciencia política europea en el concepto de
Estado hacia los estudios (comparados) sobre el funcionamiento del sistema
político o hacia los estudios sobre la construcción pluralista de la decisión
pública.
Por otro lado, no fue menos importante la crítica económica neoclásica al
keynesianismo y al estado de bienestar del capitalismo avanzado. En este
caso, el rol del Estado y de la economía del sector público, sufrió
tempranamente embates desde los años 30, en pleno surgimiento del
intervencionismo estatal (Friedman, 1962). Pero, no sería hasta la segunda
mitad de los años 70 en que las reformas económicas del capitalismo
avanzado orientadas a desmontar parcialmente el estado keynesiano y
liberalizar con mayor o menor grado de intensidad los distintos mercados, en
que dichas críticas al estado de bienestar se hicieron efectivas en la práctica
(Ezcurra, 2008).
En América Latina, durante los años 50 y hasta los primeros años 70, las
teorías del desarrollo (especialmente por influjo de Raúl Prebisch y la CEPAL) y
las teorías de la dependencia, por el contrario, utilizaron el concepto de Estado
como una dimensión fundamental de su dispositivo analítico, tanto para
explicar los procesos de desarrollo y dependencia, como para proponer
alternativas de políticas de salida del subdesarrollo (Cardoso, 1970). Pero, de
igual modo que en el caso del capitalismo avanzado, las críticas neoclásicas
(incluida su derivado el “análisis del rational choice”) primero y la doctrina
neoliberal después sometieron a una fuertísima crítica al rol del Estado en los
procesos económicos latinoamericanos. Y atribuyeron a los desequilibrios
provocados por las políticas estatales de promoción del crecimiento económico
y a los desequilibrios fiscales del sector público, la causa del subdesarrollo
latinoamericano, entendiéndolas como políticas populistas (Dornbusch y
Edwards, 1990).
Es bien sabido que, de todos modos, el concepto de Estado se mantuvo
vigente especialmente desde las perspectivas neomarxistas y también en
autores fundamentales de la ciencia política latinoamericana. Y fue justamente
desde estos enfoques, en que (paradójicamente) en plena vigencia del
pensamiento pluralista en ciencia política o neoclásico en economía o de las
teorías del “rational choice” es que reaparece el concepto de Estado en el
campo de la teoría política y social (Sckocpol, 1989).
En esta sección, argumentaré tres cuestiones. En primer lugar, que la noción
de Estado ha reaparecido de modo predominante recuperando el concepto de
estado en Max Weber. En segundo lugar, que dicha revalorización
neoweberiana del Estado reaparece conjuntamente con la revalorización del
concepto de desarrollo. Y, finalmente, que la revalorización del Estado se
vincula fuertemente a una concepción más amplia sobre la democracia que la
ofrecida por la teoría pluralista.
1.1. El Estado como concepto: hacia la revalorización de Max Weber
O’Donnell (2010: 76) sostuvo en su última obra que debiera entenderse por
Estado a:
“… una asociación con base territorial, compuesta de conjuntos de instituciones y de relaciones
sociales (la mayor parte de ellas sancionadas y respaldadas por el sistema legal de ese
estado) que normalmente penetra y controla el territorio y los habitantes que ese conjunto
delimita. Esas instituciones reclaman el monopolio en la autorización legítima del uso de la
coerción física y normalmente tienen, como último recurso para efectivizar las decisiones que
toman, supremacía en el control de los medios de esa coerción sobre la población y el territorio
que el estado delimita”.
Naturalmente, podrá observarse, como el mismo O’Donnell reconoce, la
influencia de Weber (1974) en esta definición.
Ahora bien, para lo que aquí importa, la teoría de O’Donnell sobre el Estado,
supone distinguir que el Estado implica a un mismo tiempo un conjunto de
relaciones de dominación, un conjunto de burocracias, un sistema legal, un
foco de identidad colectiva (un nosotros, pueblo, comunidad nacional o nación)
y un filtro de protección de territorio, mercado y población que lo integra.
Por supuesto, estas dimensiones suponen situaciones variables en los distintos
casos empíricos. Es decir, existen grados de estatalidad (O’Donnell, 2002). Y
por tanto, para el actual contexto latinoamericano, el análisis debiera orientarse
a investigar y a actuar sobre distintas cuestiones. Por ejemplo. ¿En qué medida
los distintos estados latinoamericanos logran penetrar y controlar efectivamente
sus territorios y poblaciones frente a otros poderes fácticos (otros estados,
corporaciones capitalistas, oligarquías locales, delito organizado)? ¿En qué
medida el sistema legal de los distintos estados latinoamericanos es eficaz
frente a dichos poderes fácticos, por un lado, y en qué medida, el sistema legal
protege y promueve eficazmente los derechos civiles, políticos, sociales,
culturales y ambientales de la ciudadanía o de los distintos grupos o sectores
populares frente a las demandas ciudadanas y populares por mayor justicia,
igualdad y libertad? ¿En qué medida el modo en que están organizadas las
burocracias o las administraciones públicas latinoamericanas permite que el
Estado logre alcanzar estos objetivos, luego de las reformas o
desestructuraciones de los administraciones públicas de los años 80 y 90? ¿En
qué medida los Estados latinoamericanos logran generar identidades
nacionales y populares donde sus poblaciones se reconocen en un destino
común y en un bien común o mínimo de bienestar promovido por el estado?
¿En qué medida los Estados latinoamericanos logran ser un filtro eficaz de
protección a sus territorios, población y mercados (de producción, de consumo,
laborales) internos frente a los efectos desestructurantes de la globalización
capitalista y por tanto están en condiciones de promover procesos
relativamente autónomos de desarrollo?
1.2. Neoweberianismo y desarrollo
Otra de las tendencias notorias de este “regreso del Estado” ha sido vincular
las nociones weberianas de Estado y burocracia con los procesos de
desarrollo. Una extensa literatura a partir de Evans (1996) ha demostrado la
íntima relación existente entre la presencia de una burocracia que se acerque
al tipo normal weberiano, de naturaleza autónoma, pero que al mismo tiempo
esté “enraizada”, con los procesos de industrialización tardíos tardíos como en
Japón, Corea y Taiwán (Hikkino y Amdsen, 1995; Schneider, 1999). Una
burocracia enraizada es aquella capaz de mantener normalmente y de modo
eficaz relaciones con las corporaciones públicas y privadas para poder orientar
los procesos de acumulación capitalista, industrialización, crecimiento del
empleo en industrias de alto valor agregado y orientadas al mercado
internacional, además de promover un progresivo (a lo largo de unas dos o tres
décadas) consumo interno de bienes y servicios de alto valor agregado.
Este enfoque no solo ha brindado convincentes explicaciones sobre los
procesos de desarrollo industrial en el Sudeste asiático y sus diferencias con
otras experiencias de desarrollo como la India o Brasil. Ha tenido importantes
consecuencias en investigaciones empíricas y en recomendaciones de
reformas institucionales que promuevan la implantación de servicios sociales
de carrera. Sikkink (1993) ha ofrecido convincentes demostraciones sobre las
diferencias significativas en los procesos de desarrollo comparados de
Argentina y Brasil, a partir del menor grado de implantación de una burocracia
weberiana en el caso argentino con respecto al brasilero. El Banco Mundial
(1997) revirtiendo sus anteriores recomendaciones, fundadas en la
contractualización del personal del sector público como mejor incentivo al
desempeño, comenzó a reconocer la importancia de contar con una burocracia
de mérito como dimensión significativa de los procesos de desarrollo. Bresser
Pereira (1997) ha adoptado algunos componentes de la teoría de la burocracia
enraizada especialmente a partir de sus escritos neodesarrollistas de la última
década.
Ahora bien, este enfoque teórico neoweberiano y neodesarrollista sobre las
relaciones entre Estado y Desarrollo, nos señala importantes desafíos
analíticos y prácticos. Algunos de ellos son los siguientes. ¿Puede
considerarse efectivamente al grado de implantación de una burocracia de
mérito enraizada como una variable decisiva en la explicación de los diversos
grados de desarrollo en los distintos países latinoamericanos? Dadas las
dificultades para la implantación de burocracias meritocráticas en América
Latina a lo largo de su historia e incluso en la última década en la cual se ha
vuelto a poner el tema en agenda pública nacional e internacional2, ¿qué
estrategias debieran impulsarse para romper la inercia de estas dificultades
dada la actual y favorable coyuntura política y económica continental? Además,
2 Para ello ver, CLAD (2003)
¿cómo debiera articularse a un mismo tiempo la configuración de una
burocracia de mérito con la reconstrucción de políticas y estrategias nacionales
de desarrollo, dada la pérdida de memorias y capacidades institucionales para
el desarrollo derivadas de las consecuencias de las reformas estatales y de
mercado de los años 80 y 90 que (quizás salvo en el caso brasileño)
desarticularon los dispositivos públicos con capacidad de intervención estatal
en la construcción del desarrollo?
1.3. Estado, democracia y ciudadanía
Una paradoja no poco importante del neoweberianismo desarrollista es que ha
llamado la atención sobre Estados desarrollistas con burocracia de mérito
enraizada en contextos de escaso grado de democratización. Sin embargo, y
como veremos cuando analicemos las nuevas conceptualizaciones sobre el
desarrollo, existe una importante relación entre desarrollo, libertad y
democracia. Como señala Sen (1998)
“Otra modalidad que apuesta por la “vía dura” para el desarrollo considera la supresión de los
derechos humanos y otros “sacrificios” relativos a la democracia y los derechos civiles y
políticos como necesarios en las etapas tempranas del desarrollo. Existe la creencia general,
reiterada hasta la saciedad, de que ciertos estudios empíricos a nivel internacional
“demuestran” que los derechos civiles y políticos obstaculizan el crecimiento económico…
hemos de estudiar detenidamente los procesos causales que intervienen en el crecimiento y el
desarrollo económico. La política y las condiciones particulares que contribuyeron al éxito de
las economías de Asia oriental incluían una competencia sin restricciones, la participación en
los mercados internacionales, altos índices de alfabetización y educación, una reforma agraria
efectiva, y la incentivación de inversiones, exportaciones y la industrialización. Ningún elemento
nos induce a pensar que estas políticas sociales sean inconsistentes con una democracia
auténtica, o que puedan llevarse a cabo exclusivamente en regímenes autoritarios como los de
Corea del Sur, Singapur o China.”
En la concepción de Sen, la intervención del Estado en la promoción de
capacidades en los individuos, a través de políticas sociales, educativas y de
salud que alienten el desarrollo humano, es un componente fundamental de los
procesos de desarrollo, Y, justamente, es la vigencia de la democracia la que
permite la plena vigencia de los derechos humanos.
Y, aquí es donde se vincula fuertemente la teoría del Estado, la democracia y el
desarrollo de la ciudadanía. Como señala O’Donnell (2010: 282), desde la
perspectiva histórica universal sobre el Estado en su última obra:
“La legalidad de los estados modernos sanciona y respalda de manera universalista relaciones
iguales en varios derechos civiles; además, los estados al menos parcialmente democratizados
sancionan y respaldan los derechos y libertades universalistas implicados por un régimen
democrático. Esto crea áreas de igualdad disponibles para ser invocadas y eventualmente
movilizadas contra las desigualdades existentes; este es un gran logro, particularmente si se lo
contrasta con situaciones pasadas (y algunas actuales), donde esas asignaciones están
ausentes”.
Existe, por lo tanto, una fuerte relación entre la evolución histórica del Estado
(como institución política originada en los países capitalistas centrales y luego
desplegada a nivel mundial) con la progresiva implantación de la democracia
cómo régimen político y la progresiva expansión de los derechos humanos,
tanto civiles, como políticos y sociales.
Esta constatación nos señala un conjunto significativo de interrogantes para
América Latina. ¿En qué medida los estados latinoamericanos y sus grados de
estatalidad están relacionados con una mayor o menor democratización de sus
regímenes políticos? ¿Cuál es la relación entre el grado de democratización y
la efectiva vigencia de derechos civiles, políticos y sociales para los pueblos
latinoamericanos, en particular para los sectores más desfavorecidos? ¿En qué
medida las políticas públicas están relacionadas con una mayor vigencia de los
derechos ciudadanos o están basados en derechos? ¿En qué medida, las
formas institucionales y organizacionales de las administraciones públicas de
América Latina afectan un retraso o expansión de los derechos ciudadanos?
2. La Sociedad “Post” a nivel global y en América Latina
El regreso del Estado en el campo de la ciencia política y la economía, aparece
como un interesantísimo esfuerzo en estos dos campos disciplinarios por lo
que podríamos denominar un “regreso al proyecto de la modernidad”. El Estado
reaparece como institución íntimamente asociada a realidades y valores de la
sociedad moderna: la democracia, la ciudadanía ampliada, los derechos civiles,
políticos y sociales, el crecimiento económico, el desarrollo, el bienestar.
Paradójicamente, no es este el modo en que la sociología viene dando cuenta
de las transformaciones de los últimos cuarenta años. La modernización
política, económica y social, la industrialización y la urbanización, el rol del
Estado en dicho proceso y sus efectos, contradictorios, pero finalmente
favorables en términos de libertad y justicia han dejado de estar en el centro
de los paradigmas sociológicos.
Este “proyecto de la modernidad” estuvo claramente en el centro de la teoría
sociológica desde Comte y Marx, desde Weber y Durkheim, hasta Parsons y
Adorno, y en las teorías latinoamericanas del desarrollo y la dependencia. Sin
embargo, la sociología desde fines de los años 60 parece haber perdido este
rumbo. Luego de la crisis de la Gran Teoría de Parsons o de sus contrincantes
de la Escuela de Franfurt, las microsociologías constructivistas derivadas del
interaccionismo simbólico, la sociología de los movimientos sociales, las
nuevas sociologías sobre la comunidad y la actual producción sociológica de
autores como Bauman o Sennet están dando cuenta fundamentalmente de los
efectos desestructurantes en términos sociales y culturales de las
transformaciones productivas, tecnológicas y financieras del capitalismo, de la
globalización, de la caída del socialismo real y de la tercera ola de
democratización.
A pesar de ciertos esfuerzos por reconstruir la teoría sociológica (Bourdieu,
Luhman, Habermas, Giddens), esta ha derivado en un conjunto de discursos
sobre lo que podríamos denominar la Sociedad Post: sociedad postindustrial,
sociedad posmoderna, modernidad reflexiva, sociedad de la información,
sociedad del riesgo, modernidad líquida, sociedad postsocial.
Como señala Lamo de Espinosa (2001: 45-46)
“Con ello se quiere dar a entender que estamos, más allá de las sociedades modernas, ante un
cambio nuevo e imprevisto que supone una segunda modernización, una modernización de la
modernidad y, por lo tanto, una modernización reflexiva (Beck). Las sociedades actuales se
des-tradicionalizan como lo hicieron las tradicionales, pero no de tradiciones «tradicionales», y
valga la redundancia, sino de tradiciones modernas, las propias de la sociedad industrial y no
las de sociedades agrarias. El cambio social afecta a lo ya cambiado y es, por ello, un cambio
del cambio mismo. Y así, sabemos que instituciones esenciales que han sido la arquitectura de
la sociedad moderna clásica están sufriendo cambios drásticos. La familia nuclear, que
conformaba la vida privada y constituía la inmensa mayoría de los hogares, que salta en
añicos; el trabajo (y la fábrica), que vinculaba al ciudadano con la colectividad y le otorgaba
sensación de identidad a largo plazo en una carrera profesional o laboral, destruido en
biografías singularizadas; el Estado-Nación, que se desarticula hacia abajo (en procesos de
devolution), hacia arriba (en entes políticos transnacionales) y hacia adentro (en sociedades
multiculturales); el orden internacional, que deja de ser un orden hobbesiano de Estados
soberanos que se entienden en pie de igualdad (Schmitter) y en el que aparecen todo tipo de
nuevos actores (instituciones multilaterales, empresas multinacionales, ONG, terrorismo
internacional, etc.). En resumen, buena parte del entramado institucional de la sociedad
moderna está sufriendo cambios brutales que la sociología contemporánea trata de captar,
frecuentemente saltando desde modelos dicotómicos clásicos (tradicional/moderno) a modelos
tricotómicos: de lo tradicional a la primera modernidad, una modernidad incompleta, en
transición y todavía atrapada por las tradiciones «tradicionales». Y desde esta primera
modernidad incompleta a la actual segunda modernidad... Así, se rompe el marco de referencia
de las sociedades nacionales, que había sido el «objeto» privilegiado de la sociología: hacia
arriba, en civilizaciones o sistema-mundo; pero también hacia abajo en culturas, estilos de vida
y actores. De hecho, las tendencias extremas de esa dinámica teórica son ya bien evidentes.
De una parte, un marco mundial sin sujetos: el mundo como pura red. Y, de otra, sujetos sin
marco: actores racionales, el individuo desencarnado, abstracto. En todo caso, se problematiza
lo que se daba por presupuesto: una teoría lineal de la modernización… No hay espacios en
blanco en los mapas, no hay fronteras y no hay tierras vírgenes; las que quedan son más bien
parques naturales artificialmente conservados dentro de una ciudad global. Occidente tenía un
núcleo central y una frontera externa móvil; hoy tiene multitud de centros y no hay frontera, no
hay un dentro y un fuera, ni en términos sociales (nada queda fuera de la civilización
occidental-mundial, y lo que parece estar fuera no está fuera sino dentro, pero marginado) ni en
términos naturales (la naturaleza no es un elemento externo al orden social, sino medio
ambiente interno). Ni siquiera se sabe con precisión dónde cae la periferia. El viejo tercer
mundo está ya dentro del primero (en los barrios de las áreas metropolitanas, en las aldeas de
inmigración) y el primero ha saltado sobre el tercero (en las grandes urbes).”
En este marco, las clases sociales, las asociaciones de la sociedad industrial y
los partidos políticos, en el centro del análisis de las sociologías centrales y
latinoamericanas hasta fines de los años 60 pasan a centrarse en los “nuevos
movimientos sociales”.
“Una categoría clave (…) es la de “nuevos movimientos sociales”. La preocupación
fundamental radica en diferenciar los movimientos sociales post ´68 de los anteriores, y es así
como surgen las “teorías de los nuevos movimientos sociales”. (…) Este énfasis en la figura del
“nuevo movimiento” lo relacionan con transformaciones fundamentales de las sociedades
industriales, siendo sus casos de estudio los movimientos pacifistas, ecologistas, feministas,
etc., que emergen con relativa fuerza en la Europa de los años ´60 y ´70. Mientras los “viejos”
movimientos sociales eran organizaciones institucionalizadas centradas casi exclusivamente en
los movimientos de la clase obrera, los nuevos movimientos, por oposición, poseen
organizaciones más laxas y permeables. Esto lo relacionan estrechamente con la
diferenciación entre un viejo y un nuevo paradigma político. Los contenidos del viejo paradigma
se relacionan con el crecimiento económico y la distribución, la seguridad militar y social, y el
control social; y los del nuevo, con el mantenimiento de la paz, el entorno, los derechos
humanos y las formas no alienadas de trabajo. Dentro del viejo paradigma, los valores se
orientan hacia la libertad, la seguridad en el consumo privado y el progreso material; y dentro
del nuevo paradigma, hacia la autonomía personal y la identidad en oposición al control
centralizado. Por último, en lo relativo a los modos de actuar, según el viejo paradigma se daba
una organización interna formalizada con asociaciones representativas a gran escala y una
intermediación pluralista en lo externo, unida a un corporativismo de intereses basado en la
regla de la mayoría, juntamente con la competencia entre partidos políticos; en cambio, según
el nuevo paradigma, los movimientos sociales se caracterizan en lo interno por la informalidad,
la espontaneidad y el bajo grado de diferenciación horizontal y vertical, y en lo externo, por una
política de protesta basada en exigencias formuladas en términos predominantemente
negativos” (Galafassi, 2011: 11-12)
Esta mirada de la “sociedad post” en las sociedades centrales ha tenido su
reflejo en una multiplicación de micro sociologías, sociologías de nuevos
movimientos sociales, étnicos y culturales, nuevas etnografías y antropologías
urbanas y de la cultura en América Latina. Estos enfoques privilegian la
investigación sobre la reestructuración de grupos, clases y movimientos
sociales latinoamericanos y a la investigación sobre procesos locales y
territoriales. Y, no solo son críticos de las reformas neoliberales sucedidas a
partir de los 80, sino que incorporan también una mirada crítica a los modelos
estado céntricos y nacionales propios de las teorías del desarrollo y de la
dependencia. Por ejemplo, señala Martins (2009: 28)
“Este movimiento teórico y crítico está invitado a explicar convincentemente los motivos y
contextos en los que se producen nuevas formas identitarias plurales que ya no se refieren
directamente a situaciones de clases (económicas) o nacionales, ni a luchas sindicales y
partidarias tradicionales. La teoría crítica está siendo estimulada a superar la tiranía del
progreso técnico moderno para penetrar en las memorias de los actores y de las agencias,
para redescubrir las tramas marginalizadas del imaginario sociohistórico occidental. En esta
búsqueda arqueológica, que deshace el mito de la racionalización progresiva y el
“universalismo abstracto del Iluminismo”, reaparecen las raíces simbólicas de identidades
perdidas, de experiencias condenadas por la modernidad. En fin, se revalora el carácter
multiplicador y universal de las experiencias singulares y localizadas, abriendo espacio en la
vida social a la diferenciación creciente de identidades y, por consiguiente, de luchas ampliadas
por el reconocimiento y la participación. Hay una serie de hechos producidos en el ámbito de la
familia, vecinos, enamorados, amigos, asociados, comunidades, barrios, ciudades y regiones,
que explican la complejidad de lo cotidiano en este contexto de nuevas exigencias de
reconocimiento social, afectivo y moral, y que adquieren forma en los límites de la nueva matriz
transnacional reterritorializada a partir de los diversos lugares y experiencias de refundación de
lo sociohistórico (…). Hechos semejantes están en el origen de las presiones a favor de los
nuevos derechos de ciudadanía como es el caso de las movilizaciones indígenas, de negros,
mujeres e inmigrantes, como también de conflictos y de discusión del sistema legal que dejan
ver las luchas por la dignidad humana, amparadas en esta lógica comunitarista y cosmopolita.”
Por cierto, que aún reconociendo la importancia de estas perspectivas, existen
enfoques sobre esta pluralidad de actores y movimientos sociales que señalan
la necesidad de vincular esta realidad con una perspectiva de clases. Por
ejemplo, Vilas (1996: 114) señala:
“Los movimientos sociales de amplia convocatoria popular que protagonizaron la dinámica
social y política latinoamericana en las décadas recientes son una forma de expresión de esas
complejas relaciones en un escenario vertiginosamente cambiante que, además de forzar a la
reconfiguración de lo popular, degrada las condiciones de vida de sectores muy amplios de la
población más vulnerable. Lo que usualmente se presenta como “activación de la sociedad
civil” es ante todo la activación de su componente popular –los habitantes del mundo del
empobrecimiento, la opresión y la explotación- mucho más que la de los protagonistas del
mundo del poder y la riqueza”
“En efecto, la mayoría de los casos estudiados en la literatura especializada se refiere a ese
ambiente de clases populares, empobrecidas y políticamente dominadas, incluyendo formas
violentas de acción colectiva: movimientos campesinos y obreros, guerrillas, protestas contra
regímenes militares, contra la políticas económica y el endeudamiento externo, comunidades
cristianas de base, movimientos barriales, movilizaciones contra la violación de derechos
humanos incluyendo desaparición de personas por causas políticas, movimientos de mujeres,
defensa del medio ambiente, movimientos étnicos, etc. (…) Temas que no tienen un referente
socioeconómico preciso –género, preferencias sexuales, ecología, derechos humanos- resultan
de todos modos referidos a un escenario de opresión institucional que los emparenta con la
dimensión de opresión propia de la pobreza masiva y los aproxima a, y eventualmente articula
con, los movimientos sociales que emergen de las múltiples manifestaciones de esta”
En todo caso, estamos en Latinoamérica frente a una sociedad que después
de treinta y cinco años de desestructuración derivada de la ruptura de los
procesos de modernización y desarrollo, de los ajustes de su economía
capitalista dependiente y de hegemonía ideológica neoliberal, aparece como
una sociedad, no solo empobrecida y con alta desigualdad sino también,
reconfigurada en su dinámica de organización social. Los sectores sociales
más modernos y vinculados a la economía global aún sosteniendo formas
organizativas empresariales o sindicales y formas de representación partidaria
crecientemente débiles coexisten con un conjunto heterogéneo pero al mismo
tiempo plural y de un enorme dinamismo y activación que reconfigura viejas y
nuevas identidades de todo tipo, y que da lugar a nuevas formas de
participación social y política y de relación (a veces colaborativa, pero
generalmente desconfiada y conflictiva) con el Estado y sus administraciones
públicas.
Todo ello nos remite a un conjunto de interrogantes sobre las complejas
relaciones de la actual sociedad latinoamericana con sus Estados y
Administraciones Públicas. Entre ellas. ¿Cuál ha sido el papel cumplido por los
estados y administraciones públicas latinoamericanas en la configuración de
esta nueva sociedad? No solo desestructurando las relaciones sociales
“nacional populares” y “desarrollistas” configuradas en los procesos de
modernización desde 1930 hasta 1980, sino también contribuyendo a
configurar los nuevos movimientos sociales y las nuevas relaciones sociales.
¿En qué medida las políticas públicas no solo respondieron sino incluso
utilizaron como dispositivo de implementación de políticas a los nuevos grupos
e identidades y nuevos movimientos sociales o comunidades locales y
territoriales durante los años 90? ¿Existe hoy una nueva lógica de relación
entre los estados y las administraciones públicas y los nuevos grupos,
movimientos o identidades sociales o existen continuidades desde principios
del 2000?
3. La Relación Estado-Sociedad en América Latina: entre el
neoliberalismo, el neodesarrollismo y el neocomunitarismo
La teoría social y política han demostrado ampliamente la íntima relación
existente entre la estructura social y el tipo de Estado, a partir de
conceptualizar la Relación Estado Sociedad. Tanto en Hegel y Marx como en
Weber y en las teorías norteamericanas del sistema político, ha sido
claramente establecida la íntima vinculación entre el Estado Liberal y la
sociedad civil burguesa y el capitalismo industrial, entre el Estado Social
Benefactor y el capitalismo imperialista y fordista entre 1880 y 1970. Para el
caso latinoamericano, también ha sido caracterizada la relación entre el Estado
Oligárquico y el modelo económico y social exportador de materias primas
entre 1880 y 1930 y el Estado Nacional Popular, Desarrollista y Burocrático
Autoritario, en el modelo económico y social de sustitución de importaciones
entre 1930 y 1980 (Graciarena, 1984).
Del mismo modo, la teoría social y política ha podido dar cuenta de la
reconfiguración de las relaciones Estado y Sociedad en el proceso de
desconstrucción parcial del Estado Benefactor de los países capitalistas
centrales (Offe, 2007). Y, también, se ha caracterizado de modo significativo el
papel del Estado en las reformas neoliberales en América Latina entre 1980 y
1990 (Haggard y Kaufman, 1995). Estos dos últimos procesos sucedidos en las
sociedades capitalistas avanzadas y en las sociedades latinoamericanas han
señalado claramente lo que a simple vista pareciera una paradoja. Y esta es la
siguiente. Para el pensamiento neoclásico en lo económico y neoliberal en la
doctrina de políticas públicas, era necesario reducir el tamaño del Estado y
desarticular la intervención del Estado en la sociedad y en la economía tal
como había sucedido entre 1930 y 1980. Sin embargo, ese proceso de
reducción del tamaño y la matriz de intervención, requirió de un estado con
fuerte capacidad de intervención para configurar la nueva matriz social y
económica que fuera consistente con el proceso de liberalización de mercados
y globalización capitalista sucedida a partir de los 80. En consecuencia, el
período de hegemonía del pensamiento neoliberal y las fuerzas económicas
que configuraron el capitalismo global, requirieron de la intervención del Estado
con tanta o más capacidad de penetración que en otros momentos
significativos de esta histórica relación entre Estado y Sociedad Capitalista
iniciada en el siglo XV. Es decir, se confirmó una vez más una de las más
firmes constataciones de la teoría social y política modernas, como es la
estrecha asociación entre el tipo de Estado, el tipo de sociedad y sus
relaciones de mutua determinación.
Sin embargo, y dado lo reciente del proceso histórico, la teoría social y política
todavía requiere establecer más claramente el tipo de relación Estado-
Sociedad acontecida en América Latina entre 1990 y 2000, por un lado, y
desde principios del 2000 hasta el momento. Las caracterizaciones aún son
poco claras. Mientras que para algunas perspectivas esta relación ha cambiado
de modo significativo desde principios del 2000, para otros siguen
presentándose continuidades en la relación Estado-Sociedad. Por lo tanto, las
notas que siguen a continuación, deben ser entendidas como un ejemplo del
tipo de búsqueda interpretativa en que se encuentra en estos momentos la
teoría política y social, y sus afirmaciones deben ser comprendidas a título de
hipótesis provisorias.
En esta sección argumentaré dos cuestiones. En primer lugar, como el “estado
neoliberal dependiente latinoamericano” construyó la relación Estado-Sociedad
a través de procesos de privatización, delegación, descentralización y
transferencia de responsabilidades a actores locales y sociales, configurando la
matriz social latinoamericana de desestructuración y reconfiguración de actores
y movimientos sociales que se ha caracterizado anteriormente. En segundo
lugar, argumentaré que a partir del 2000 nos encontramos frente a un Estado
en tensión entre una reconfiguración neodesarrollista, por un lado, y
neocomunitarista, por el otro, en sus modos de relación con la Sociedad, cuya
definitiva construcción todavía está lejos de poder ser vislumbrada.
3.1. Privatización, delegación, descentralización y publicización en los 90 y la
configuración de la Sociedad Post en América Latina.
En los años 90, la tendencia de la relación Estado-Sociedad en América Latina
se caracterizó por un Estado que contribuyó a configurar un nuevo tipo de
acumulación capitalista articulada en torno a sectores financieros y productivos
del capital integrados al capitalismo globalizado y a procesos de privatización
de sectores productivos, de servicios y de seguridad social que formaban parte
del sector público. Además, el Estado “delegó” en niveles locales o sociales la
ejecución de distintos tipos de servicios sociales en particular salud, educación
y políticas sociales. Estos procesos de reconfiguración de las relaciones
Estado-Sociedad fueron parte de la denominada “Reforma del Estado” desde
los 80 hasta el 2000. Según Oszlak (2001: 14):
“Pueden distinguirse, en tal sentido, instrumentos que fundamentan acciones orientadas a
diferentes objetivos:
• Hacia dentro de la propiedad estatal:
• Descentralización: transferencia de responsabilidad a niveles de gobierno subnacionales
• Desconcentración: transferencia de responsabilidad de niveles centrales de gobierno a
agencias gubernamentales más autónomas
• Delegación: transferencia de competencias regulatorias a niveles subnacionales
• Corporatización: transferencia de servicios no rentados de actividades centrales a
empresas públicas sujetas a reglas de mercado
• Regionalización: creación de nuevas instancias administrativas o políticas favorecedoras
de una mayor descentralización
• Desburocratización: eliminación de normativas internas de carácter administrativo.
• Hacia fuera de la propiedad estatal
• Publicización: transferencia de responsabilidad hacia organizaciones públicas no
estatales
• Tercerización: contrataciones a empresas proveedoras de servicios especializados
• Privatización: transferencia de propiedad a empresas privadas
• Desregulación: eliminación o disminución de la carga normativa al sector privado
• Autonomización: participación en juntas o directorios de empresas o agencias públicas
de representantes de empresas privadas, profesionales expertos o usuarios de servicios
Algunas de estas acciones han sido englobadas, en la experiencia inglesa, bajo el término
“paraguas” de devolución, que incluye todo tipo de transferencia de responsabilidades del
estado hacia sus instancias descentralizadas y jurisdicciones subnacionales.”
Para lo que aquí interesa, estos procesos de reconfiguración del Estado en
relación con la Sociedad, determinaron en América Latina la consolidación de
un patrón de acumulación, donde empresas multinacionales y nacionales
concentraron activos físicos en el área de la producción y los servicios públicos,
con cuasi rentas monopólicas u oligopólicas, reduciendo significativamente el
nivel de empleo formal (y por tanto, la tasa de sindicalización) y activos
financieros y de la seguridad, de alta valorización financiera. Las
consecuencias en términos de pérdidas de empleo, aumento de la pobreza y la
indigencia, aumento de la desigualdad y exclusión social son ampliamente
conocidos.
Al mismo tiempo, estos procesos de reconfiguración del Estado, a partir de
políticas de descentralización a nivel subnacional de servicios educativos y de
salud y de transferencia a la sociedad civil de responsabilidades en materia
social, inauguran las políticas de focalización hacia entes subnacionales y
“organizaciones de la sociedad civil” de recursos y medios para hacer frente a
las nuevas situaciones de pobreza y exclusión o para promover procesos de
desarrollo local o economía social.
Y, aquí aparece un nuevo modo de (re)producción de la Sociedad. La
desconstrucción del Estado interventor keynesiano se encuentra en el origen
del surgimiento de la nueva sociedad fragmentada de “actores locales y
movimientos sociales”. Pero, justamente, apela a ellos a la hora de
implementar la política social. Tal como señala de Marinis (2005: 22-23)
“Por un lado, “desde arriba”, las iniciativas de este Estado “adelgazado” apelan a las
comunidades como objeto de gobierno, estimulan el prudencialismo (…), convocan al activismo
y la participación, llaman a la asunción de crecientes responsabilidades, pero lo hacen
abandonando un lenguaje “social”, y se dirigen directamente a las comunidades como
modalidades predominantes de agregación de sujetos. Mientras se desembarazan
vertiginosamente de un “punto de vista social”, las nuevas tecnologías de gobierno neoliberales
tienden a gobernar a través de la comunidad, “a través de la instrumentalización de lealtades
personales y de activas responsabilidades” (…). Incluso en las actividades más supuestamente
“sociales” que todavía siguen realizándose, como los llamados “programas de combate a la
pobreza”, mientras que se llama a romper con una “apatía” que supuestamente había generado
la “providencialidad” supuestamente dadivosa del keynesianismo, también se apela a las
capacidades autorreguladoras de los individuos y las comunidades: la “participación” de los
mismos gobernados se inscribe con mayúsculas en estos programas.
Pero hay además otra dimensión en esta operatoria de reactivación de la comunidad, y es
justamente la que procede “desde abajo”. Son individuos, son agrupamientos, son familias, son
“tribus” (…), que construyen sus identidades y organizan sus opciones vitales manifestando un
renovado énfasis sobre los contextos micro-morales de la experiencia, en desmedro de los
ahora cada vez más percibidos como distantes, abstractos y vacíos conceptos de ciudadanía
social, o de pertenencia nacional, o de clase. El juego, entonces, es doble: el Estado apela a
las comunidades, se dirige a ellas y de algún modo promueve su constitución y su participación
en tareas de gobierno, y, por el otro lado, las comunidades se (auto)activan, para conformar
sus perfiles identitarios, recrearlos a través de diversidad de prácticas y articular sus demandas
a autoridades de diverso tipo”.
Este tipo de relación Estado-Sociedad se mantienen de modo significativo
hasta el presente en muchos países latinoamericanos como México,
Centroamérica y el Caribe, Colombia, Perú y Paraguay. Los veinte años de
gobiernos de la Concertación en Chile, a pesar de importantes avances en
materia de disminución de la pobreza, ni siquiera intentaron transformar la
matriz de acumulación de núcleo capitalista de su economía, y continuaron
estructuralmente con las políticas sociales focalizadas territorial y
comunalmente. Por el contrario, se asisten a cambios significativos, de distinto
tipo, en otros países como Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Uruguay, menos impactado anteriormente por las lógicas de la privatización, no
ha escapado a similares tendencias en materia de políticas sociales o
territoriales focalizadas, pero intenta retomar su tradición en materia de
ciudadanía social.
Estas reconfiguraciones en la relación Estado y Sociedad en las décadas
neoliberales de 1980 hasta principios del 2000, nos provocan distintas
preguntas. ¿En qué medida la relación Estado-Sociedad constituida en los
años 80 y 90 en América Latina continúa hasta el presente en términos de
tramas sociales vinculadas a lógicas de acumulación capitalista sostenidas por
la (des)regulación estatal y vinculadas a la globalización, por un lado, y lógicas
de vinculación del Estado con actores, territorios y movimientos sociales a
través de programas públicos “no estatales” que apelan y utilizan como
instrumentos de política social o promocional a tales actores, contribuyendo
también a su reproducción, por otro?. ¿En qué medida, muchos de los
movimientos sociales que, articulados con partidos políticos más o menos
nuevos, a partir del 2000 promovieron cambios en las tendencias ideológicas,
políticas públicas, marcos constitucionales y legales (como en Brasil, Argentina,
Venezuela, Bolivia y Ecuador), encuentran su explicación, paradójicamente, en
las lógicas de las políticas sociales o territoriales focalizadas de los años 90?
¿Pueden revertirse los proceso de desregulación, privatización y la apelación a
lo comunitario público no estatal como consecuencia del “regreso del Estado”?
O, como contracara, ¿puede retomarse el proceso de ampliación de una
ciudadanía política, civil y social que como parte del proceso de modernización
se verificó desde 1930 a 1980? O bien, junto a una relativa expansión de la
ciudadanía social en concomitancia con un nuevo proceso de desarrollo,
¿sobrevivirán lógicas locales y comunitarias particularistas de distinta
naturaleza?
3.2. Tensiones en la Relación Estado Sociedad en América Latina desde el
2000: entre la sobrevivencia de lo neoliberal y las tendencias neodesarrollistas
y neocomunitaristas
La matriz de relación Estado-Sociedad derivada de las reformas neoliberales
sigue signando a la mayoría de los países latinoamericanos. Y, por lo tanto, la
esencia de la matriz de acumulación capitalista sigue en gran medida vigente
en la mayoría de ellos. La enorme desigualdad social que tiene el continente es
la contracara de esta matriz de acumulación. Si bien durante la presente
década, las políticas sociales, de salud y educativas han comenzado a verificar
resultados más significativos en términos de pobreza y mejora de capacidades,
las causas profundas de la desigualdad persisten. Al mismo tiempo, no debe
dejar de ser señalado que una parte muy significativa del descenso de la
pobreza debe ser atribuido a que los estados nacionales cuentan desde
principios del 2000 con mayores recursos fiscales como consecuencia de una
enorme demanda internacional de alimentos, minerales e hidrocarburos.
Recursos fiscales que se han canalizado en gran medida a la política social o
de expansión de la infraestructura. No es menos cierto, también, que este
aumento de los recursos fiscales es el que ha permitido la inauguración de una
década de políticas sociales neouniversales de transferencias de ingresos
condicionados a la población sin empleo formal, que han revertido en parte la
pura lógica de focalización en países como Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y
Perú, entre otros.
Sin embargo, en aquellos países donde la matriz neoliberal se ha mantenido,
se manifiestan profundas tensiones. El estudiantado universitario en Chile y
Colombia se ha movilizado por cambios en el sistema de financiamiento de la
educación superior. Comunidades indígenas se han movilizado en Colombia,
Perú, México, Panamá, Guatemala en contra de proyectos mineros a gran
escala. Idénticas situaciones se repiten en relación al uso de la tierra por parte
de comunidades rurales y la presencia de proyectos extractivos o de
infraestructura a gran escala. La movilización de las comunidades como
consecuencia de las políticas de seguridad en contra del narcotráfico o la
guerrilla se repiten en México, en Colombia y en Perú. Todo ello sin dejar de
señalar la enorme insatisfacción con los gobiernos democráticos de distinto
signo (más o menos a la izquierda o la derecha) que al mantener la matriz de
relación Estado-Sociedad se manifiestan en indicadores como
Latinobarómetro.
Otros países, como Ecuador y Bolivia, han intentado una síntesis entre políticas
neodesarrollistas de expansión de la infraestructura pública, de transportes y
de producción de energía a partir de un Estado más activo que pueda
aprovechar el ciclo fiscal favorable derivado del incremento de los precios de
los productos primarios y la configuración de un entramado político, legal y
constitucional (fuertemente en el caso boliviano) de reconocimiento de la
institucionalidad comunal y territorial indígena. Sin embargo, esto no ha dejado
de provocar tensiones entre el centro modernizante constituido por el Estado
(que además en el caso ecuatoriano incluye un fuerte componente de
modernización tecnocrática) con las comunidades étnicas y territoriales y los
movimientos sociales que han formado parte de los partidos o alianzas políticas
que los han sustentado electoralmente, por cuestiones vinculadas al uso de la
tierra o de proyectos de infraestructura o la minería. En cualquier condición,
estas experiencias institucionales “pluriculturales” y “plurinacionales”, que se
combinan con la consagración de derechos de ciudadanía ampliada (civil,
política y social) propias del constitucionalismo occidental avanzado y un
Estado que ha incrementado fuertemente sus capacidades, son quizás la mejor
expresión de originalidad de procesos políticos, sociales y económicos que
mejor caracterizan la complejidad de las experiencias latinoamericanas
contemporáneas. En ambos casos, el Estado apela a lo “nacional” en términos
neodesarrollistas y a la comunidad indígena, en términos neocomunitarios.
El caso venezolano representa en sí mismo un caso escasamente comparable.
El aprovechamiento de la renta petrolera por parte del Estado y la
renacionalización de empresas han parecido tener cierto éxito en materia de
políticas de expansión de la educación y los centros locales de salud para la
enorme población excluida en Venezuela entre 1980 y el 2000. Pero, no parece
haber tenido capacidad para mantener y expandir los servicios públicos y la
infraestructura, como tampoco la estructura productiva agroalimentaria o
industrial y de empleo. En cualquier condición, la vinculación del Estado con los
actores populares de base territorial a partir de las políticas sociales aparece
como el factor de legitimación popular del régimen político. Pero, aún caben
dudas, sobre el tipo de estructura social que finalmente arrojará la experiencia.
Brasil y Argentina, históricamente los dos países de mayor desarrollo
económico social de Sudamérica, parecieran haber retomado sendas
orientadas por políticas neodesarrollistas. Políticas orientadas por principios de
estímulo al crecimiento del producto, a producción y exportación de
manufacturas, al crecimiento del empleo, del empleo registrado y del empleo
industrial han caracterizado a ambos países. Políticas de estímulo al consumo
interno y políticas sociales neouniversales ordenadas por criterios de
transferencias monetarias para reducir de modo significativo el hambre, la
indigencia y la pobreza han permitido una mayor participación de los sectores
sociales más desfavorecidos en su participación en el ingreso nacional y el
aumento de las clases medias, en particular en Brasil. Políticas de estímulo a la
inversión pública y privada en infraestructura han permitido recuperar una parte
del atraso en la materia. Y nuevas estrategias de desendeudamiento de los
sectores públicos y el notorio crecimiento de la recaudación fiscal, constituyen
también algunas de las notas más distintivas de un nuevo patrón de políticas
públicas. Ciertamente el Brasil ha estado más orientado a un tipo de política
monetaria, de precios y cambiaria y de mantenimiento del superávit fiscal de
modo muy prudencial, heterodoxa con respecto a criterios estrictamente
neodesarrollistas, y que no le ha evitado la apreciación de su tipo de cambio y
que ha presentado difíciles tendencias hacia la primarización de su producción,
a pesar del gran impulso a la industrialización. Argentina, que ha sido uno de
los países latinoamericanos de mayor crecimiento económico, industrial, del
empleo registrado, del PBI per cápita, del consumo y de mejor desempeño en
términos de desigualdad, ha perdido en los últimos años sus equilibrios
monetarios, cambiarios y fiscales. La Argentina ha tomado una tendencia hacia
la renacionalización estatal de servicios públicos o sistemas jubilatorios.
Mientras que el Brasil no ha dado marcha atrás con respecto a los procesos de
privatización, ha mantenido sus esquemas de regulación de servicios públicos
privatizados y ha sido más capaz de seguir promoviendo el desarrollo de su
burguesía empresarial por medio de sus tradicionales instrumentos crediticios
estatales para la inversión privada. En ambos países, la política social ha
combinado políticas de enorme impacto en términos de transferencias de
ingresos mínimos ciudadanos (en un sentido de reconocimiento de ciudadanía
social garantizada por el Estado) con políticas focalizadas hacia sectores,
comunidades o territorios con importante participación de comunidades de
base o movimientos sociales, que también se encuentran en la base de
legitimación de su régimen político. Ello no ha evitado tensiones con los
movimientos sociales por cuestiones vinculadas al uso de la tierra, el medio
ambiente o la megaminería.
En esta situación diversa que existe en América Latina, es posible igualmente
encontrar algunas tendencias comunes. El ciclo inaugurado a partir de 2002,
muestra algunas originalidades con respecto a las políticas desarrollistas
tradicionales. Por ejemplo, nuevas políticas de comercio internacional
orientadas por el mantenimiento del superávit comercial orientan los patrones
de estímulo al comercio exterior. Nuevas políticas financieras internacionales
orientadas por el mantenimiento del superávit de balance de pagos, nuevas
políticas de ingresos y gastos del sector público orientadas por el superávit
fiscal y nuevas políticas cambiarias orientadas por el sostenimiento de la
competitividad del tipo de cambio combinadas con políticas monetarias
prudenciales que permitan controlar la inflación muestran estrategias
macroeconómicas claramente distintas a la de los años 50 a 70. Políticas de
inversión pública y privada fundadas en el ahorro interno han sido inauguradas
en la década. Políticas sociales de combate a la pobreza, la indigencia y la
exclusión, con carácter cuasi universal y apoyo a las demandas postergadas de
pueblos originarios, sectores sociales desfavorecidos y minorías discriminadas
constituyen una novedad propia de este período inaugurado en el 2000. Todo
ello en un contexto de estímulo al crecimiento económico, el empleo, el
aumento del consumo interno, la inversión pública y privada en infraestructura
social y productiva.
Ahora bien, el interrogante consiste en si estás tendencias están o no
inaugurando un “neodesarrollismo”. No solo para aquellos países que aún
mantienen una fuerte matriz neoliberal en su relación Estado-Sociedad, sino
para aquellos, que con distintas estrategias, han intentado transformar dicha
estructura. Para que ello sucediera, debiera alumbrar una nueva o segunda
generación de políticas para el desarrollo entre 2010 y 2020 si se quiere
aprovechar el contexto global actual. Esta segunda generación de políticas
debiera orientarse, por un lado, por el desenvolvimiento de sistemas nacionales
de innovación para alumbrar una matriz productiva de mayor contenido
tecnológico agregado, por nuevos modelos institucionales públicos y privados
para la inversión en infraestructura pública y productiva de alto contenido en
tecnología, y por la consolidación de empresas estatales, burguesías
empresariales, clase obrera organizada y nuevos actores de la economía social
asociados a dicha matriz productiva. Asimismo, se hacen necesarias acciones
sostenidas y profundas orientadas por el desarrollo humano intensivo, en
términos de derechos sociales básicos, en particular para los sectores más
desfavorecidos, educación universal de alta calidad, sistemas universales de
acceso a servicios de salud igualitarios y eficaces, universalización de la
seguridad social, políticas activas para garantizar el acceso a la vivienda,
reconfiguración de los grandes conglomerados urbanos y acceso a servicios
públicos igualitarios. También, se hacen necesarios un mejoramiento del capital
institucional democrático y de la confianza y del capital social en la sociedad
civil. Finalmente se requiere una redefinición de las relaciones fiscales entre
niveles de gobierno y de estos con los agentes económicos que, a un tiempo
que se intenten redistribuir recursos y responsabilidades de la acción pública
para favorecer tanto el desarrollo nacional como el desarrollo local, permita una
revitalización de la participación ciudadana y el ejercicio de la libertad, los
derechos republicanos y la virtud cívica. En otros términos, se trata de un
contenido complejo de las políticas estatales y de las acciones institucionales
para el desarrollo que será preciso adoptar e implementar, y que
inevitablemente supondrán conflictos y negociaciones entre actores sociales,
políticos y económicos, para consolidar estrategias nacionales y continentales
de construcción del crecimiento, la igualdad y la ciudadanía en América Latina.
Este “neodesarrollismo” debiera implicar no solo una apelación a proyectos
nacionales de desarrollo o de reconstrucción de la “comunidad nacional”. Las
raíces profundas de la mayor parte de Latinoamérica y la nueva sociedad
fragmentada de actores comunitarios y territoriales que se constituyeron en la
estructura social entre los 80 y los 90 requieren incluir también una lógica
neocomunitaria. No sólo porque muchas políticas públicas seguirán teniendo
durante un período prolongado carácter focalizado, sino también porque estos
actores han adquirido un nivel de organización, movilización y activación que
constituyen parte estructural de la diversa sociedad latinoamericana.
Si estas conjeturas e interrogantes sobre el futuro, tienen alguna verosimilitud,
aparecen un conjunto de interrogantes sobre el modo en que se fueron
transformando las administraciones públicas latinoamericanas de modo
concomitante con los cambios en la Relación Estado-Sociedad. Algunos de
ellos. ¿Cuáles fueron las transformaciones institucionales y organizacionales
de la Administración Pública latinoamericana que se sucedieron como
consecuencia de los procesos de reforma del Estado durante los 80 y los 90?
¿En qué medida estas transformaciones se siguen aún manifestando? ¿Cuáles
fueron los principales Paradigmas de Administración y Gestión Pública que
acompañaron estas transformaciones y en qué medida siguen vigentes? Si es
cierto que debemos esperar un aumento de las tensiones entre el
neoliberalismo, el neodesarrollismo y el neocomunitarismo en la construcción
del Estado y la Sociedad latinoamericana, ¿Qué tipo de tendencias
institucionales y organizacionales son esperables en administraciones públicas
y en los paradigmas de administración y gestión pública en el marco de dichas
tensiones?
4. La Administración Pública latinoamericana: entre la administración
pública gerencial, una nueva administración para desarrollo y la
administración con dimensión comunitaria
En esta sección expondré tres argumentos. En primer lugar, trataré de
demostrar que las administraciones públicas latinoamericanas muestran hoy
una dimensión institucional compleja resultante de una tensión entre las
tendencias hacia la “transferencia” de funciones estatales hacia agencias
autónomas, niveles subnacionales, empresas privadas y organizaciones
sociales públicas no estatales, por un lado, y tendencias a la reestatización de
funciones y servicios, por otro. En segundo lugar, argumentaré que sobreviven
los paradigmas de administración y gestión pública surgidos entre 1980 y el
2000, aún cuando los mismos no logran dar cuenta de las transformaciones
institucionales, organizacionales y de políticas públicas de la presente década.
Finalmente, analizaré los tipos de modelos organizacionales que caracterizan a
las administraciones públicas latinoamericana y discutiré en qué medida estas
características organizacionales son un indicador de las tensiones entre lo
neoliberal, el neodesarrollismo y el neocomunitarismo que se presenta
actualmente en América Latina.
4.1 Entre la institucionalidad estatal transferida y la reestatización
La administración pública latinoamericana muestra en la década del 2010 una
importante complejidad derivada de las tensiones entre las actuales tendencias
de los Estado Nacionales a reasumir funciones y políticas públicas y la
institucionalidad pública que se construyó en los años 90.
Cómo ya señalado las tendencias de los años 90 respondían a un modelo
institucional (Bresser Pereira, 1997) que implicaba un mantenimiento de ciertas
funciones básicas de conducción ejecutiva general del estado, la legislación y
la función judicial, la defensa y las relaciones exteriores, la formulación
centralizada de políticas en los ministerios ejecutivos y las funciones de
desregulación de mercados, en el sector público centralizado. Pero, que se
conjugaba, al mismo tiempo, con la privatización de la mayoría de las
empresas productivas (y en muchos casos incluso las productoras de
hidrocarburos) y de servicios públicos de todo tipo, incluido en diversos países
la administración de fondos de jubilación y pensión. Esta tendencia podía incluir
la transformación de empresas estatales en empresas corporativizadas con
cotización en bolsa (v.gr. Petrobrás), Ello se combinaba con la creación de
entes de regulación y control autónomos (de acuerdo a cada caso nacional,
con más o menos captura por parte de las empresas privadas) y de
autonomización de los bancos centrales, con amplia capacidad para decidir en
materia cambiaria, monetaria y de superintendencia bancaria sobre un sector
financiero crecientemente transnacionalizado. Incluía, una importante tendencia
a transformar los servicios que se mantenían en el estado nacional (o incluso
los transferidos a niveles subnacionales) en agencias autónomas con contratos
de gestión con la administración centralizada. También implicó la transferencia
de servicios educativos y de salud o similares a los niveles subnacionales
(estados federales) o locales (municipios). Asimismo, una parte muy
significativa de la implementación de políticas sociales y de control social de
todo tipo se transfirió a los niveles subnacionales y de manera muy significativa
a organizaciones públicas no estatales (Bresser Pereira y Cunill Grau, 1998), la
modalidad jurídica en que las reformas institucionales de los años 80 y 90
hicieron uso de comunidades y movimientos sociales de la Sociedad Post en la
implementación de políticas públicas.
Sin embargo, en los últimos años y en diversos países latinoamericanos han
reaparecido nuevas tendencias a la reestatización. Algunas de ellas han sido,
por ejemplo, limitaciones a la autonomía de los bancos centrales, la
renacionalización de fondos de pensión, la reestatización de empresas de
servicios y producción, incluidas empresas petroleras, la creación o recreación
de empresas públicas, la asunción de funciones de regulación y control de
servicios públicos por parte de la administración centralizada, la
renacionalización estatal de la capacidad transferida a niveles subnacionales
para la concesión de contratos mineros o hidrocarburíferos, la disminución de
autonomía de las agencias para la formulación e implementación de
programas.
Por cierto, estas tendencias varían de país en país, pero constituyen una nueva
realidad consistente con lo que hemos dado en llamar aquí el “regreso del
estado” y con implicancias de “neodesarrollismo”, y sus implicancias en materia
de configuración institucional de las administraciones públicas. Lo que es
necesario destacar aquí es que estas nuevas tendencias institucionales
provocan tensiones no solo con respecto a las corporaciones industriales o de
servicios o con respecto al capital financiero. También, provocan tensiones con
respecto a los niveles subnacionales de gobierno, que en muchos casos
quisieran seguir contando con las capacidades transferidas. O con respecto a
las corporaciones empresariales o sindicales, organizaciones de la sociedad
civil, organizaciones públicas no estatales, movimientos sociales o
comunidades, a los cuales se había transferido anteriormente recursos y
capacidades de actuación pública.
4.2. La reforma de los sistemas administrativos, la gestión por resultados y la
gobernanza: crisis y continuidad de paradigmas y búsqueda de nuevos
modelos de administración y gestión.
Las reformas de la administración pública de los años 90 estuvieron signados
por un reemplazo del los paradigma de administración para el desarrollo
vigente entre la década del 50 y los años 80. El paradigma de administración
para el desarrollo postulaba la necesidad de la diferenciación estructural de los
Ministerios, la creación de organismos descentralizados para la formulación y
ejecución de políticas sectoriales, la creación de empresas productivas,
extractivas y de servicios para acelerar el proceso de crecimiento económico e
industrialización, la creación de bancos de desarrollo, la adopción de acciones
tendientes a la creación de un servicio civil de carrera con fuertes capacidades
técnicas, la utilización de técnicas de organización y métodos para la
normalización de estructuras organizativas y procedimientos administrativos y
la utilización de técnicas de planeamiento, programación y presupuestación3.
En cambio, a partir de los años 80, y una vez producidas las reformas
institucionales que transformaron el Estado y las administraciones públicas, los
paradigmas administrativos más importantes fueron el paradigma de sistemas,
el paradigma de gestión por resultados y el paradigma de la gobernanza.
3 Para un modelo paradigmático del patrón administrativo y organizacional de las administraciones públicas
centralizadas, descentralizadas y de empresas del Estado, así como de aspectos vinculados a las técnicas de planificación y presupuesto aplicado a los países latinoamericanos desde los 50, ver Naciones Unidas (1962).
4.2.1. El paradigma de sistemas
El paradigma de sistemas4 estuvo especialmente orientado a realizar
importantes reformas en materia de administración financiera y otros sistemas
conexos, para mejorar la asignación de recursos escasos en un contexto de
fuerte ajuste fiscal como el de los años 80 y 90. Para este enfoque, la gestión
pública (en verdad de un estado más pequeño, que “delegó” funciones y sin
empresas públicas) puede ser entendida como un conjunto de sistemas
integrados. Cada uno de tales sistemas puede ser entendido como un conjunto
de procesos, actividades y tareas orientados a producir ciertos resultados y
garantizar funciones estatales básicas. El correcto funcionamiento de los
sistemas depende de un adecuado diseño de los procesos de gestión. El
correcto funcionamiento de los gobiernos depende de una adecuada
interrelación entre los sistemas. La implantación e interrelación entre los
distintos sistemas administrativos supone una secuencia típica consistente en
la adopción de las normas legales y reglamentarias, el diseño de los procesos
incluidos su soporte informático, la fase de sensibilización y capacitación de
autoridades, gerencia pública y operadores de los sistemas, el ajuste,
mantenimiento y mejora de los mismos y finalmente el logro de los resultados
esperados.
Los diversos sistemas administrativos y de gestión, que bajo este enfoque, han
intentado ser implantados total o parcialmente para incrementar la capacidad
administrativa y en América Latina en los últimos treinta años han sido: el
Sistema Nacional de Planificación, el Sistema de Programación Administrativa,
el Sistema de Organización Administrativa, el Sistema de Recursos Humanos,
el Sistema de Contrataciones, el Sistema de Inversión Pública, el Sistema de
Presupuesto, el Sistema de Crédito Público, el Sistema de Tesorería, el
Sistema de Contabilidad, el Sistema de Patrimonio, el Sistema de
Capacitación, el Sistema de Ética Pública, el Sistema de Evaluación de Metas,
el Sistema de Control Interno, el Sistema de Control Externo.
Los intentos por implantar cada uno de estos sistemas en los estados
latinoamericanos han respondido a distintas olas tecnológicas, a diversas
4 Aquí sigo especialmente a Schweinheim (2008)
circunstancias políticas y de situación fiscal de cada estado, a los paradigmas
profesionales de los expertos intervinientes y a las recomendaciones de la
cooperación multilateral.
Por ejemplo, el caso chileno muestra escasos avances en la reforma de los
sistemas de administración financiera (presupuesto, contabilidad, tesorería) y
de control interno y externo de la hacienda pública. Sin embargo, es
probablemente el caso más notorio de avances en materia de sistema de
inversión pública, sistema de evaluación de metas programáticas y del sistema
de compras y contrataciones. El modelo de banco de proyectos de inversión, la
implantación de sistemas de evaluación de desempeño y metas programáticas
y el sistema de compras públicas por convenio marco y por catálogo
electrónico constituyen claros procesos de modernización e implantación de los
sistemas administrativos.
En el área andina, desde mediados de los años 80 tuvo un fuerte impulso los
sistemas nacionales de planificación, para articularlos luego con los sistemas
de programación operativa y formulación presupuestaria. La denominada Ley
SAFCO en Bolivia es un claro ejemplo, de intento de integrar el sistema
nacional de planificación, el sistema de programación operativa, el sistema de
organización, el sistema de recursos humanos y los sistemas de administración
financiera y control.
En el caso peruano, los intentos de aplicación de un enfoque de sistemas se
remontan a fines de la década del 70, incluidos intentos de aplicación no solo
de los sistemas anteriormente mencionados, sino también el sistema nacional
de abastecimiento. En este último caso, no solo se intenta articularlo con el
sistema de contrataciones sino con sistemas de catalogación, patrimonio,
almacenes, stocks, etc. Desde 2008, el gobierno peruano se encuentra en
pleno proceso de modernización de diversos sistemas: recursos humanos,
capacitación, compras y contrataciones, planificación y programación operativa.
En el caso argentino, el mayor avance de las reformas se ha verificado en los
sistemas de administración financiera (presupuesto, contabilidad, tesorería,
deuda pública), los avances en el Sistema de Información Financiera Local
Unificado, el presupuesto plurianual, el presupuesto por resultados, el Sistema
de Información Financiera en Internet. Por el contrario, no ha habido
significativos avances en la implantación del sistema de inversión pública y de
contrataciones del Estado. En los últimos años, sin duda ha sido el sistema de
recursos humanos es el que ha tenido mayores impulsos a consonancia con la
mejora de las reglas de empleo público y convenciones colectivas de trabajo
para el sector público. Mientras que los sistemas de ética pública implantados
hacia fines de los años 90 y principios de la presente han experimentado
avances significativos aunque escasos resultados en materia de regulación de
conflictos de intereses. Existe asimismo fuerte evidencia de los problemas que
ha verificado la implantación de los sistemas de control interno y externo de la
gestión gubernamental.
Durante la presenta década, se ha asistido también a una fuerte influencia del
modelo de sistemas argentino (administración financiera, presupuesto,
programación y evaluación de resultados, inversión pública, recursos humanos)
en países tales como Paraguay, República Dominicana y Centroamérica5.
Idénticas influencias se están verificando actualmente en el caso mexicano,
incluida la reforma a los sistemas de control interno y externo, con las reformas
a la Contraloría.
En el caso brasileño, los avances más significativos estuvieron dados por la
implantación del nuevo sistema de tesorería (cuenta única), con la implantación
de sistemas de metas de para la planificación y programación operativa, y con
las reformas a los sistemas de presupuesto, contabilidad y control interno y
externo derivados de la Ley de Responsabilidad Fiscal.
A su vez, el régimen constitucional unitario de la mayor parte de América se
encuentra empeñado desde fines de los 90 en que la implantación de los
distintos sistemas administrativos de modo descentralizado en regiones,
gobernaciones, departamentos, provincias, municipios y comunas. El caso
brasileño es un caso especial de federalismo, donde las reformas de los
sistemas de administración financiera y responsabilidad fiscal y de control
interno y externo, han obligado por leyes federales a tanto a la administración
federal como a los estados y prefecturas.
5 Para una exposición del modelo, ver Makón (2000)
El enfoque de sistemas sin duda logra dotar a las administraciones públicas de
poderosos instrumentos para una asignación eficaz, eficiente y económica de
recursos reales y financieros. Sin embargo, poco señala acerca de la finalidad
de estos instrumentos en términos de políticas públicas6. Sin duda, constituyó
(y constituye) un dispositivo de racionalización administrativa de enorme
capacidad para la administrar recursos escasos. Y particularmente lo fue
durante los ajustes capitalistas y fiscales desde principios de los 90 hasta
principios del 2000. Sin embargo, la falta de horizonte “utópico” de este tipo de
paradigma tiene un serio riesgo de pérdida de sentido. Puede caer fácilmente
(y de hecho cae habitualmente) en formalismo, ritualismo, tecnocratismo y
fatiga en el uso de estos instrumentos.
4.2.2. La gestión por resultados
La gestión por resultados constituyó el gran paradigma asociado a las reformas
del Estado de los años 907. El núcleo del paradigma está constituido por la idea
de que las administraciones públicas modernas (suponiendo el cumplimiento
de las normas y procedimientos, pero reenfocándose más allá de ellas) deben
orientarse a resultados de valor para la ciudadanía y la prestación de servicios
eficaces, eficientes, económicos (aunque también con equidad, sustentabilidad
y participación ciudadana, de acuerdo al caso) que logren impacto en la
corrección de problemas públicos. Supone la introducción de nuevos criterios
financiamiento de la demanda y no de la oferta de bienes públicos y la
orientación al ciudadano-cliente. Para ello, promueve la construcción de cuasi
mercados y la agencialización como instrumentos de mejora en la prestación
de servicios y en la introducción de políticas, programas, presupuestos y
control (institucional y social) por resultados. Implica la idea de la construcción
de un estamento de nuevos gerentes públicos y su responsabilización por
resultados.
El menú de instrumentos implementados en el marco del paradigma ha estado
constituido por ejemplo por la institucionalización de cuerpos de gerentes
6 Para una crítica en términos de las reformas de administración financiera en términos de Estado, globalización
mercado y organizaciones no gubernamentales ver, Cortes de Trejo (2008) 7 El paradigma se ha denominado de modo distinto nueva gerencia pública, nueva gestión pública, gestión por
resultados, gestión para resultados. De acuerdo ha tenido mayor o menor influencia del pensamiento neoliberal. Para una síntesis, ver Barzelay (2001). Para el caso latinoamericano, ver Consejo Científico del CLAD (1998). Para versiones recientes, ver García López y García Moreno (2010)
públicos, gerentes de programa o funciones ejecutivas, la aplicación de la
planificación estratégica a organizaciones, ciudades, territorios y sectores
económicos, la utilización de las técnicas de marco lógico de programas, la
evaluación de proyectos de inversión, el presupuesto por resultados, la
aplicación de la reingeniería de procesos y los sistemas de calidad en la
gestión pública, la puesta en práctica de contratos programas de gestión, la
difusión de las cartas compromiso, la combinación de la formulación,
seguimiento y evaluación de metas de resultados y la introducción de la
auditoría operacional y de desempeño. También, algunas técnicas especiales
para ciertas políticas sectoriales tales como las técnicas de control de servicios
públicos privatizados, la auditoría de calidad de servicios de salud, las
tecnologías de evaluación de la calidad educativa y de autoevaluación y
evaluación externa de Universidades y del Sistema Científico Tecnológico.
Si bien muchas de las ideas de la gestión por resultados como la conformación
de un estamento responsabilizado de gerentes públicos y la orientación al
cliente público, han perdido impulso, el resto de las ideas y sus tecnologías de
gestión asociadas conservan una enorme influencia en la mayor parte de
América Latina. Es particularmente importante, la utilización de sistemas de
programación, evaluación y control por resultados en Chile, Colombia y Brasil.
La utilización de indicadores de gestión e impacto es de uso corriente en la
mayor parte de América Latina y ha generado una importantísima cultura de
uso de indicadores en todas las administraciones públicas. El enfoque en la
actualidad, continúa siendo impulsado por los organismos multilaterales
(García López y García Moreno, 2010).
De todos modos, con el paradigma de gestión por resultados no escapa a la
misma pérdida de sentido que el enfoque de sistemas. Si bien los ministerios,
agencias y organismos formulan sus planes estratégicos, programas y
presupuestos utilizando indicadores de resultados, la pregunta es por la
finalidad última y coherencia de los mismos. Eficacia, eficiencia y economía
para qué proyecto, es la pregunta más significativa. Asimismo, el abuso del
paradigma y sus tecnologías asociadas genera habitualmente superposición de
instrumentos de gestión y control, ritualismo y formalismo, un exceso de
información de escasa significación y fatiga de evaluación.
4.2.3 El paradigma de la gobernanza
El paradigma de la gobernanza surge hacia fines de los 90 y principios del
2000. Y lo hace, como un intento de señalar que, dados los procesos de
globalización y delegación, dados los procesos de reestructuración capitalista y
reforma del estado, de y de introducción de los paradigmas de gestión por
resultados, y frente a la aparición de la Sociedad Post, las administraciones
públicas deben ir hacia un nuevo enfoque. Según Prats (2005:13)
“La gobernanza se presenta, en definitiva, como el modo de gobernación característicos de una
sociedad compleja, diversa, interdependiente y dinámica en lasque las Administraciones actúan
con racionalidad limitada, el conocimientos se halla fragmentado entre diversos actores y la
realización de los intereses generales depende de la calidad de la interacción entre las
Administraciones Públicas, lo que podemos definir como gobierno multinivel, y de éstas con las
organizaciones de la sociedad civil y del sector privado.”
Supone la concepción que mediante el diálogo, la comunicación y la gestión no
solo gerencial sino también en red, las administraciones públicas deben
garantizar la provisión de servicios a la ciudadanía y el buen gobierno, a través
de la asociación con las empresas capitalistas y las organizaciones de la
sociedad civil, con los niveles supranacionales y subnacionales de gobierno.
Recomendaciones tales como las asociaciones público-privadas, la
construcción colaborativa del espacio público, la gestión en red, la participación
de empresas y organizaciones no gubernamentales en la prestación de
servicios, las políticas de diálogo y formación de consensos, el e-government
para la prestación de servicios y el uso de páginas web para la información al
ciudadano, el control social y la transparencia en las compras públicas y la
gestión financiera, caracterizan el repertorio de técnicas recomendadas.
Últimamente, estas ideas se han visto renovadas con la idea del gobierno
abierto (Calderón y Lorenzo, 2010).
Como podrá observarse, la secuencia de los paradigmas dominantes en
materia de administración y gestión pública, culminando en el paradigma de la
gobernanza, acompañan la secuencia histórica. Reestructuración capitalista,
reformas del estado orientadas a la liberalización de los mercados y el ajuste
fiscal, delegación de funciones estatales, reformas de los sistemas
administrativos, introducción de la gestión por resultados, surgimiento de la
sociedad post y tensiones entre nuevos actores, comunidades y movimientos
sociales, y finalmente intento de recuperación de la legitimidad a través de la
noción de gobernanza para dar sentido a la necesaria colaboración entre el
mercado, los nuevos actores sociales y el estado.
Nada de ello parece haber evitado ni las crisis y ni los cambios de rumbo
verificados en América Latina desde principios del 2000. Ni tampoco, las crisis
a las que asisten las democracias capitalistas avanzadas desde 2008.
Tampoco estos paradigmas parecieran estar dando cuenta totalmente del
“regreso del estado”, ni del “neodesarrollismo” latinoamericano, ni de los
reclamos de los nuevos actores y movimientos sociales en términos de
participación y justicia. Sin embargo, además de haber dejado una fuerte
impronta institucional en las administraciones públicas, también han contribuido
a configurar sus tipologías organizacionales. Formas organizativas que
responden a la sobrevivencia de lo “neoliberal” y sus paradigmas de gestión
por un lado y, a la aparición de lo local y “neocomunitario” como contracara del
mismo. Y, la pregunta, es si la aparición de nuevas tendencias hacia del
desarrollo que deben conjugarse con la realidad del “neocomunitarismo”
latinoamericano encuentran hoy una configuración organizacional en la
Administración Pública adecuada para el ejercicio del gobierno y para la
formulación e implementación de nuevas políticas públicas.
4.3. De la adhocracia a una reconstrucción de las burocracias funcionales, las
organizaciones divisionales y las burocracias profesionales.
La consecuencia organizacional de intentar “implantar instituciones” a través de
políticas o reformas administrativas o de gestión en los años 90 a partir de las
recomendaciones de reforma de expertos y organismos multilaterales ha sido
la generalización de la adhocracia como forma organizativa8.
Esta generalización de la adhocracia como forma organizativa puede ser
explicada por causas de distinto peso. Por un lado, efectivamente la teoría
(Mintzberg, 2005) ha señalado que la adhocracia constituye la forma
8 Aquí sigo especialmente a Schweinheim (2011-b)
organizativa propia de situaciones de un entorno fuertemente cambiante (en los
90: globalización, cambio tecnológico productivo, reforma de los sistemas
económicas, reformas del aparato estatal) que requieren unidades
responsables relativamente pequeñas que puedan adaptarse a dicho entorno y
que puedan gestionar por proyectos de alto contenido de innovación,
constituida generalmente por staff de expertos, asesores, etc. Por lo tanto, es
explicable su generalización en el contexto de las reformas de los años 90.
Desde otro punto de vista, no es menos cierto que hubo una suerte de
“deslumbramiento” con la adhocracia como forma organizativa. El propio
Mintzberg, a principios de los años 80 y siguiendo a Toffler (1975) y
observando además las tendencias en materia de investigación en diseño
organizacional, consideraba que la adhocracia iba a constituir la forma
organizativa propia del contexto de fines del siglo XX y principios del siglo XXI.
Finalmente, no es menos cierto que el paradigma de gerencia pública o gestión
por resultados, por un lado, y las reformas de los sistemas de administración
financiera, basadas en particular en el modelo de presupuesto por programas,
por otro, promovieron modelos organizacionales de adhocracia tales como la
organización por programas y proyectos, las unidades de gestión y resultados,
las estructurales matriciales o similares, en sus distintas variantes. Un papel
significativo lo tuvieron además el financiamiento por programas y proyectos
impulsados por la cooperación internacional o la banca multilateral (Martínez
Nogueira, 2002).
Este impacto de la forma organizacional de adhocracia en el despliegue del
aparato organizacional de los estados latinoamericanos supuso una enorme
ruptura con respecto a su configuración estructural.
Las décadas del desarrollo latinoamericano del tercer cuarto del siglo XX
asistieron a un amplio despliegue divisional/departamental y funcional. Desde
un punto de vista divisional, el Estado, al encarar las políticas de modernización
y desarrollo, desplegó una organización centralizada y descentralizada que le
permitió asumir la nuevas funciones en materia de promoción industrial,
infraestructura, producción de energía, provisión de agua y servicios para la
población y la industria, banca de fomento, urbanización y vivienda, educación
técnica y universitaria, ampliación de la cobertura de salud, sistemas de
seguridad social, promoción de la ciencia y la tecnología, regulación del
comercio interno e internacional, defensa y seguridad, reforma agraria, entre
las más destacadas. Desde un punto de vista funcional, los estados
latinoamericanos más desarrollados consolidaron sus tecnoestructuras para la
normalización de procedimientos administrativos, financieros y de planeamiento
y programación. Este despliegue, además de suponer una ampliación de la
densidad organizativa divisional, funcional y operativa del sector público,
implicó una expansión de las burocracias profesionales en educación, salud y
ciencia y tecnología, de las líneas medias (gerencias, direcciones,
departamentos) de la administración y de las tecnoburocracias.
Las reformas del estado y de las administraciones públicas de los años 90
implicaron. Bajo los criterios de reducción del déficit fiscal, privatización,
transferencia de servicios a los niveles subnacionales y a los actores sociales,
una desestructuración de las organizaciones estatales nacionales. En
particular, se redujo el tamaño del núcleo de operaciones de los estados
nacionales por retiro del estado en la intervención en la economía y la sociedad
y se reconfiguraron las líneas medias bajo el nuevo modelo de gerencia
pública. Se reconfiguraron las tecnoburocracias, volviendo claramente
hegemónicas a las vinculadas a los sistemas de administración financiera. Se
intentaron reformas, en general fracasadas, de los modelos de gestión en salud
y educación, intentando una transformación de las burocracias profesionales,
bajo el paradigma de la gestión por resultados. Todo ello sin que a un tiempo
se visualizara una modernización organizacional y de procedimientos en las
administraciones subnacionales.
Como hemos señalado anteriormente, en la mayor parte de América Latina,
estas reformas fueron llevadas adelante por expertos reformistas, que
determinaron un incremento de los staff de proyectos de reforma, en general
financiados por organismos multilaterales de crédito o donantes. Esta
importancia de los staff de reforma, contribuyó al debilitamiento de los núcleos
operativos, las líneas medias y las tecnoestructura de las organizaciones
estatales.
La influencia de los staff de proyectos de reforma desde los años 90 contribuyó
a que el conjunto de las organizaciones públicas se organizaran en torno a
programas y proyectos. Tecnologías de gestión tales como los presupuestos
por programa y los marcos lógicos para el diseño, gestión y control de
programas y proyectos, el principio de subsidio a la demanda y la importante
proporción de las gestiones públicas latinoamericanas financiadas por
donantes y organismos multilaterales de crédito y cooperación fueron los
principales instrumentos de gestión implementados desde esa época.
La consecuencia de la aplicación de este paradigma de gestión sobre las
organizaciones públicas es que el conjunto de los partes sustantivas de las
organizaciones (líneas medias, núcleo de operaciones y tecnoestructuras) se
comportaran todas ellas bajo la lógica de proyectos ad hoc, tal como sí toda la
organización funcionara bajo formas de adhocracia y staff de apoyo.
Si es cierto que estamos ante una tendencia al “regreso del Estado” y a un
“neodesarrollismo”, entonces es probable que asistamos en los próximos años
a un cambio en las configuraciones organizacionales de la administración
pública.
Ciertamente la teoría de la administración pública vinculada a las teorías del
desarrollo, daban un fundamente conceptual (estructural funcionalista) que
permitía explicar que el proceso de diferenciación estructural social, económica
y política propia de la modernización, suponía a un mismo tiempo, una
diferenciación y especialización departamental y una tecnoburocratización de
los procedimientos. Y quizás debiéramos revisitar, en parte, estos enfoques,
para tratar de entender algunas de las transformaciones que probablemente
sucederán en las administraciones públicas latinoamericanas en los próximos
años.
Incluso, no es menos cierto, que el propio Mintzberg señala que desde un
punto de vista teórico la evolución natural de la adhocracia debiera ser
posteriormente hacia formas organizacionales burocrático maquinales,
profesionales o grandes organizaciones divisionales. A continuación sigo este
planteo para postular una serie de hipótesis sobre el tipo de configuraciones
estructurales que aparecerán tanto en las administraciones públicas nacionales
como en las subnacionales, en el marco de tensiones entre la sobrevivencia de
lo “neoliberal” y la aparición conjunta de un “neodesarrollismo” y un
“neocomunitarismo”.
Es altamente probable, que en los próximos años asistamos a un redespliegue
de las burocracias funcionales ministeriales a nivel de los Estados nacionales.
También, es altamente probable, que asistamos a la recreación de grandes
organizaciones de carácter divisional desplegadas con carácter nacional:
organismos de seguridad social y de ingreso mínimo ciudadano, organismos de
gestión de la infraestructura de transporte, empresas de producción energía e
hidrocarburos, banca nacional de desarrollo, servicios nacionales de policía del
trabajo o derechos humanos o de protección de minorías étnicas o
desfavorecidas, servicios universales de acceso a Internet, por citar solo
algunas de las políticas de promoción del crecimiento económica y la
ciudadanía social.
Desde un punto de vista divisional se hacen necesarias estructuras para
gestionar los nuevos problemas del desarrollo humano, la integración de los
pueblos originarios y sectores de la economía social, la promoción del
desarrollo territorial, la promoción de la pequeña y mediana empresa, la
ampliación de la cobertura de salud y de la seguridad social, la resolución de
los problemas de la vivienda y el urbanismo, la producción de energía, la
sustentabilidad ambiental, la promoción de los sistemas de innovación, la
inversión en infraestructura, el sostenimiento de la responsabilidad fiscal. Este
despliegue divisional requiere rediseñar las estructuras ministeriales, las
empresas del estado, los organismos descentralizados, los organismos de
regulación y control, la banca pública, los fondos especiales. Y supone un
fortalecimiento y transformación del núcleo de operaciones (en particular de
las burocracias profesionales de educación, salud, seguridad, justicia,
seguridad social, programas sociales, ciencia y tecnología)) y el nivel directivo
de las organizaciones públicas, reorientándolas hacia la provisión universal de
servicios de alta calidad para la ciudadanía.
Desde un punto de vista funcional, es posible que se siga fortaleciendo la
tecnoestructura de programación, administración financiera, de tecnologías de
información, legal y de evaluación de resultados y control de gestión, no solo
en las organizaciones de la administración central y descentralizada sino
también en las burocracias profesionales de salud, educación y ciencia y
tecnología.
Por cierto, la fenomenal revolución en materia de tecnología de información y
comunicación a la que asistimos permite hoy día este nuevo despliegue
divisional así como el fortalecimiento de la tecnoestructura. Tecnologías
disponibles tales como los sistemas de información de ciudadanos y
beneficiarios de prestaciones, el registro informatizado de los ciudadanos, la
administración de beneficiarios de los sistemas de seguridad social y salud, las
bases de datos fiscales de empresas, los sistemas de censo continuo, los
sistemas de información geográfica y satelital, permiten nuevas capacidades
para la puesta en marcha de políticas y programas de carácter universal o
cuasi universal. En áreas tan distintas como las prestaciones sociales, la
cobertura de salud, la cobertura educativa, la seguridad social, la urbanización
de áreas social y ambientalmente degradadas, las acciones de protección del
medio ambiente, la seguridad ciudadana, las políticas de crédito y fomento a la
inversión y la innovación, entre otras.
Este fortalecimiento no puede ser otro que el abandono del generalizado
modelo organizacional por proyectos y diseñar las unidades organizacionales y
los procesos de gestión, de información y de administración financiera de tal
modo que administren servicios universales y garanticen un acceso universal a
derechos.
Para que esto suceda, los staff de apoyo y las unidades ad hoc de gestión y
resultados deben reducir su poder y tamaño relativos, para permitir una mayor
institucionalización de las estructuras administrativas y sus núcleos operativos,
una consolidación de la dirección pública y el fortalecimiento de la
tecnoestructura, en el sentido señalado de garantizar servicios universales y
acceso universal a derechos.
Naturalmente, es evidente que las organizaciones estatales vinculadas con la
producción de conocimiento científico y tecnológico o la prestación de servicios
de innovación o con la producción de bienes culturales o la prestación de
servicios culturales, entre los más destacados, sigan requiriendo por la
naturaleza de su entorno y tipo de producción un tipo de organización por
proyectos. Pero, de lo que se trata, es de construcción de organizaciones
burocráticas, profesionales y grandes organizaciones divisionales que
aseguren la prestación de servicios que garanticen el acceso universal a
derechos.
Una estrategia de reforma de estas características (rediseñar los núcleo
operativos, líneas medias y tecnoestructuras burocráticas orientadas por la
prestación de servicios universales y tender a la reducción al mínimo de los
staff ad hoc) podrían volver a dar significación a modelos de gestión,
evaluación y control para resultados del desarrollo para núcleos operativos y
líneas medias y a las reformas de los sistemas administrativos y de gestión
para las tecnoestructuras.
Las hipótesis expuestas en los párrafos precedentes, se refieren básicamente a
las administraciones públicas del Estado Nacional, a efectos de garantizar
políticas públicas de enfoque universal. Por el contrario, es seguro que por las
necesidades de reforma de administraciones tradicionales o por la lógica de las
estrategias de desarrollo territorial y local o por las demandas de participación
“neocomunitaria” de actores y movimientos sociales. La organización por
proyectos y la organización adhocrática es probable que siga teniendo un papel
importante en las administraciones públicas subnacionales o en la vinculación
entre el sector público y lo público no estatal, cuando se trata de la promoción
del cambio o modernización estructural o del desarrollo territorial o local.
Aún así, las administraciones provinciales requieren más que de una
organización basada en programas y proyectos de la reconstrucción de sus
formas burocráticas y divisionales basadas fundamentalmente en la
modernización de sus tecnoestructuras y de la supervisión de sus líneas
medias sobre la base de la introducción sistemática de tecnología de
información y comunicación, de las reformas de los sistemas administrativos y
de gestión y de la introducción de criterios de gestión, evaluación y control por
resultados. Del mismo modo, reforzar la formación de profesionales debiera ser
el sentido principal del fortalecimiento de las organizaciones de educación
básica y salud, actualmente bajo jurisdicción de administraciones
subnacionales.
Por lo tanto, estamos ante varias tendencias en simultánea. Por un lado, es
altamente probable que sobrevivan elementos de modernización de los
sistemas administrativos y de gestión y sus tecnologías asociadas, originada en
los paradigmas de los años 90. Pero, al mismo, tiempo, es altamente probable
que asistamos a un reaparición de formas organizativas burocrático
funcionales, grandes organizaciones de alcance nacional en lo territorial y
empresarial y burocracias profesionales educativas y de salud reconstitituidas.
Y esto así debido al “regreso del Estado” y a la reaparición de un centro estatal
de fuerte orientación “neodesarrollista” tanto en términos económicos como en
términos de ampliación de la ciudadanía social. El Estado reasume su rol de
promoción del desarrollo tanto en términos económico como sociales. Por otro
lado, es posible que muchas administraciones subnacionales de nivel
intermedio asistan a procesos similares de burocratización y modernización.
Pero, no es menos posible que muchas de las lógicas de desarrollo local o de
promoción de la comunidad, siguen teniendo naturaleza de organización
adhocrática por programas y proyectos, Y esto es así por la presencia de la
dimensión “neocomunitaria”: la comunidad local, el municipio, la comunidad
étnica, los nuevos actores y movimientos sociales seguirán reclamando
participación y recursos públicos para su propia autoreproducción y para el
logro de sus fines.
Esto señala tensiones. Entre una administración estatal reburocratizada en
términos funcionales, divisionales, empresariales y de burocracias educativas y
de salud orientada por valores de desarrollo nacional y una administración local
y comunitaria orientada por valores de desarrollo local, comunitario y de
economía social. Es decir tensiones entre estrategias nacionales (y capitalistas
con fuerte presencia del Estado) y estrategias “neocomunitarias” de desarrollo9.
9 Para algunas de estas tensiones entre lo nacional desarrollista y lo comunitario en el caso boliviano, ver Svampa
(2010)
5. Un nuevo desarrollo: entre el neodesarrollismo y el desarrollo local
y comunitario.
Como consecuencia de las tendencias al crecimiento económico en los últimos
diez años en América Latina ha alumbrado un nuevo debate10. Y el debate está
vinculado a cómo, dados este contexto global y continental y estas nuevas
políticas públicas, debieran aprovecharse los próximos diez años (sobre los
cuáles existe una razonable certidumbre de continuidad en sus aspectos macro
estructurales) para alcanzar las metas de crecimiento económico, igualdad
social y soberanía ciudadana que fueron metas latinoamericanas fuertemente
sostenidas desde 1945 hasta 1975 aproximadamente. En otros términos,
vuelve a surgir como desafío y como criterio valorativo y analítico la cuestión
del Desarrollo, tradición que caracterizó a la región, tanto en regímenes
nacional-populares como en regímenes desarrollistas, hasta el derrumbe del
modelo de crecimiento hacia adentro y el surgimiento de los regímenes
autoritarios. Proceso de ostracismo intelectual, que continuó con el ciclo
perverso de endeudamiento latinoamericano y la consecuente parálisis del
crecimiento económico y la movilidad social ascendente que, con distintos
grados de profundidad y ritmos, habían caracterizado a América Latina hasta
mediados de los años setenta.
Esta reintroducción de la cuestión del Desarrollo en la agenda pública y del
pensamiento económico, social y político de la región muestra distintas
dimensiones. En primer lugar, asistimos a una creciente revisión y
reconsideración de las teorías del desarrollo, de la modernización y de la
dependencia que caracterizaron la matriz de pensamiento estatal y de las
ciencias sociales entre 1950 y 1980 (Bresser-Pereira, 2006). Esta puesta en
valor de la cuestión del desarrollo supone no solo una necesaria recuperación
de una tradición político intelectual sino también de una comprensión más
acabada de su desplazamiento por el pensamiento neoclásico en lo intelectual
y neoliberal en la práctica político estatal.
Sin embargo, durante el período de ostracismo de las teorías latinoamericanas
del desarrollo surgieron teorías alternativas sobre el desarrollo, estrechamente
10
Aquí sigo especialmente a Schweinheim (2011-a)
asociadas a lo que aquí hemos denominado Sociedad Post y
“neocomunitarismo”: las teorías del desarrollo local, el desarrollo endógeno y la
economía social11. Estos enfoques teóricos intentaban dar cuenta de la pérdida
de protagonismo del Estado nacional y de las estrategias nacionales de
desarrollo, frente al surgimiento de la globalización y señalando la existencia
creciente de estrategias locales y sociales de desarrollo. Y, por cierto,
conservan hoy no solo vigencia intelectual sino que están encarnadas en
actores institucionales, empresariales y sociales.
No es este el lugar ni el objetivo el realizar una síntesis sobre las teorías del
desarrollo, la modernización y la dependencia de los años 50 a 7012. Resaltaré
aquí con sentido dicotómico, algunas de las diferencias que están surgiendo en
las nuevas teorías “neodesarrollistas”13.
Las teorías tradicionales del desarrollo, la modernización y la dependencia de
los años 50 a 70 tuvieron un claro sesgo de estructuralismo economicista. Por
el contrario, hoy incorporan un enfoque social y político del desarrollo. Del
mismo modo, dichas teorías de hace cincuenta años, suponían en sus distintas
versiones un cierto universalismo evolutivo. Por el contrario, hoy se hace
acento en las diversidades regionales continentales de desarrollo con
proyección global. La teoría y las experiencias de los años 50 a 70 suponían un
modelo de desarrollo nacional y centralizado. Sin embargo, aparecen modelos
de desarrollo nacional, que al mismo tiempo sean integradores, en red, de las
estrategias locales y endógenas de desarrollo. Los enfoques de acción de las
décadas del desarrollo de mediados del siglo XX implicaron una apuesta a un
elitismo modernizador, e incluso muchas veces revolucionario, de carácter
centralista. Hoy por el contrario, las teorías “neodesarrollistas” incorporan la
necesidad de tener en cuenta un liderazgo sistémico (social, económico,
político, étnico, territorial) que permita una acción coordinada y al mimos tiempo
descentralizada para el desarrollo. Finalmente, las diversas teorías históricas
de la modernización o de la dependencia, señalaron la importancia de la
11
Entre otros consultar, Boisier (2003) y Vázquez Barquero (1993) 12
Entre los hitos más destacados pueden recordarse Almond y Powell (1972), Germani (1962), Cardoso y Faleto (1969), Sunkel y Paz (1970), Huntington (1972), Apter (1972), O´Donnell (1972). 13
Las dicotomías que se presentan a continuación son deudoras de Madoery (2008), quien sin embargo las plantea para defender la necesidad de las estrategias de desarrollo local endógeno. Aquí, se las utiliza para reconceptualizar las estrategias nacionales de desarrollo.
alianza de clases entre la burguesía industrial y la clase trabajadora
sindicalizada. En el actual contexto, se asiste a intentos de por formular una
concepción que integre a dicha alianza (burguesía/clase trabajadora
organizada) a los nuevos actores locales y comunitarios de la economía social
que surgieron al compás de la exclusión social de los años 90 o como
consecuencia de las reacciones a las crisis de principios del 2000.
En esta concepción “neodesarrollista”, el Desarrollo puede ser entendido como
un proceso de crecimiento económico, sostenido por la acumulación de capital
para ampliar la capacidad productiva y competitiva de bienes y servicios para el
mercado interno, regional e internacional, por la innovación tecnológica en los
procesos productivos y sociales y por la incorporación creciente de
capacidades requeridas para la actividad económica y social de la ciudadanía
que impliquen aumentar los niveles de igualdad social y acceso a la justicia
para todos los sectores sociales (acceso igualitario, o en condición de igualdad
al bienestar material y espiritual) y que requieren crecientes niveles de
autonomía individual, construcción de ciudadanía, creciente diferenciación y
organización social e instituciones estatales democráticas y con capacidad de
intervención en la vida colectiva. Ciertamente el Desarrollo requiere de una
matriz de intervención estatal nacional a través de políticas públicas orientadas
por las metas del desarrollo y, por tanto, un modelo de relaciones de poder que
exprese una alianza de clases que sostenga dichas metas y dichas
intervenciones. Y, sin perjuicio de los aspectos vinculados al orden
constitucional y legal y la soberanía del Estado, el desarrollo requiere de una
Administración Pública funcional a estas metas en sus dimensiones
institucional, organizacional, de sistemas y procesos, de tecnologías de gestión
y de personal público.
En cualquier condición, estamos asistiendo a un vuelta a lo noción más clásica
de Desarrollo. Es decir aquella que combina transformación estructural
económica, acumulación de capital, aumento del tamaño del empleo formal y
ampliación de una ciudadanía social con acceso a derechos civiles, políticos y
sociales creciente, proceso conducido por el Estado como centro de orientación
de estrategias nacionales.
A pesar, de que el concepto de Desarrollo ha venido enriqueciéndose desde su
aparición en los años 50, siguen teniendo el mismo núcleo conceptual. Como
señalaban Sunkel y Paz (1970: 39), el Desarrollo “concebido como proceso de
cambio social, se refiere a un proceso deliberado que persigue como finalidad
última la igualación de las oportunidades sociales, políticas y económicas, tanto
en el plano nacional como en relación con sociedades que poseen patrones
más elevados de bienestar social”. O, simplemente como, Sen (2000:19),
cuando señala que “el desarrollo puede concebirse… como un proceso de
expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos”.
Ahora bien, los actores locales y las comunidades surgidos durante el
desenvolvimiento de la Sociedad Post en América Latina, no necesariamente
aceptarán fácilmente una nueva estrategia nacional de Desarrollo, capitalista,
con fuerte orientación Estatal y aún con empresas capitalistas estatales o con
participación del Estado. Y, además, tampoco está clara que aparezca
consustanciado, como en los años que van del 40 al 75, con la utopía de una
ciudadanía social ampliada y más libre conducida y garantizada por el Estado
nacional. A fin de cuentas, todo proceso de modernización y desarrollo
capitalista también supone la “disolución” de lo local, lo pequeño y lo
comunitario, para integrarlo a una matriz de acumulación económica y de
reproducción social, ahora nuevamente nacional. Y es altamente probable que
sigan valorando las estrategias locales y comunidades de vida. Situaciones de
este tipo se reflejan últimamente, como se ha señalado anteriormente, frente a
los usos de la tierra, las obras de infraestructura, las explotaciones mineras e
hidrocarburíferas, promovidas por las nuevas estrategias de desarrollo
conducidas por los Estados Nacionales.
Una vez más parecen estar en juego las tensiones que provocan el cambio
social y económico originado en los procesos de reconstrucción de
capacidades estatales y los procesos de acumulación y crecimiento económico,
con un horizonte “utópico” de reconstrucción de una ciudadanía con mayores
libertades, capacidades y derechos civiles, sociales y políticos. Y, por lo tanto,
de una “comunidad nacional”. Frente a estos procesos de desarrollo dirigidos
desde un “centro”, las tensiones con las experiencias de desarrollo local y
comunitario, las “comunidades local y sociales”, constituyen un proceso
ineludible.
El Estado y la Administración Pública y sus Paradigmas de Administración y
Gestión Pública se verán desafiados en estas cuestiones. La evolución de las
administraciones públicas latinoamericanas reflejarán estas tensiones,
originadas en distintos modos de entender la reconstrucción del lazo social y la
justicia. Y la disciplina de la Administración Pública deberá prepararse para
generar interpretaciones descriptivas y explicativas de estos procesos con un
aparato conceptual renovado. Y deberá desarrollar paradigmas y tecnologías
apropiadas a los nuevos tiempos donde las tensiones entre modos de
integración social y de desarrollo, entre lo “neodesarrollista” y lo
“neocomunitario”, será un componente central de dicho proceso.
A modo de conclusión
En esta contribución, he tratado de argumentar que nos encontramos en una
coyuntura en América Latina que muestra al mismo tiempo un conjunto de
tendencias económicas, políticas y sociales concomitantes, en tensión, tanto en
la procesos reales como en los desarrollos conceptuales de las ciencias
sociales en lo relativo a cuestiones como el Estado, la Sociedad, la Relación
Estado Sociedad, la Administración Pública, los Paradigmas de Administración
y Gestión y los procesos de Desarrollo.
Por un lado, he argumentado que asistimos en la teoría y en la práctica a un
“regreso del Estado”, de fuerte connotación desarrollista, por un lado y que
recupera la íntima relación entre los grados de estatalidad y de
democratización con la ampliación de la ciudadanía en términos civiles,
políticos y sociales.
Al mismo tiempo, he intentado señalar que los procesos de globalización
económica y de transformación del capitalismo, han dado lugar, no solo en las
sociedades avanzadas sino también en América Latina a un “Sociedad Post”.
Donde, frente a la sociedad integrada o parcialmente integrada en épocas del
Estado de Bienestar del capitalismo avanzado o en épocas de los estados
nacional populares o desarrollistas latinoamericanos, aparece una sociedad
desintegrada en múltiples actores locales, sociales, nuevos movimientos y
comunidades.
Esta tensión se refleja en las formas de Relación Estado Sociedad,
caracterizadas por una sobrevivencia de muchas de las tendencias originadas
en el período del “neoliberalismo” que se encuentran cuestionadas en la
práctica y en la teoría por concepciones y actuaciones públicas, estatales y
sociales, que hemos denominado, el “neodesarrollismo” y el
“neocomunitarismo”.
Estos procesos están poniendo en cuestión la institucionalidad estatal
construida en los años 90 por los procesos de privatización, descentralización,
agencialización y transferencia al sector público, que transfirieron al mercado,
los niveles subnacionales y a la sociedad civil, servicios y funciones
anteriormente responsabilidad del Estado Nacional. Una recentralización
creciente de funciones y servicios en el Estado y una nueva intervención estatal
en la economía y la sociedad está apareciendo.
Como consecuencia de estas tendencias los Paradigmas de Administración y
Gestión Pública aún vigentes, como el enfoque de sistemas, la gestión por
resultados y el enfoque de la gobernanza, comienzan a perder una parte muy
significativa de su utilidad, frente a modos “neodesarrollistas” y
“neocomunitaristas” de acción pública.
Al mismo tiempo, estas tendencias parecen estar mostrando una
reconfiguración de los modelos organizacionales de las administraciones
públicas. Frente a un predominio de las formas de organización ad hoc y por
proyectos y programas, típicas de los años 80 y 90 y que sobreviven hasta el
presente, estamos asistiendo a un reconstrucción nacional de burocracias
funcionales a nivel ministerial, grandes organizaciones divisionales de alcance
nacional, incluidas las empresas públicas, y un tendencia a la reconstrucción
de burocracias profesionales educativas y de salud. Su relación con formas
organizativas locales y neocomunitarias, será parte de los debates y tensiones
de los próximos tiempos,
En el corazón de estos procesos ha vuelto a reaparecer el debate sobre el
Desarrollo. Un nuevo concepto de Desarrollo nacional está alumbrado. Pero, al
mismo tiempo, es de esperar que las concepciones sobre desarrollo local,
endógeno o de economía social sigan contando con actores y dispositivos
intelectuales que sigan pugnando por su papel en el actual contexto
económico, social y político latinoamericano. Tensiones diversas sobre
concepciones y modos de alcanzar la integración social y la justicia estarán en
el centro de contradicciones y debates en los próximos tiempos.
La disciplina de la Administración Pública deberá prepararse para generar
interpretaciones descriptivas y explicativas de estos procesos con un aparato
conceptual renovado. En una circunstancia, en la que se juega una vez más el
destino de las próximas décadas de los pueblos latinoamericanos, en términos
de justicia y libertad.
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