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Los Cuadernos del Diálo CONVERSACION CON ANGEL CRESPO Caen Boa Angel Crespo N acido el 18 de julio de 1926, Angel Crespo es una de las figuras literarias más completas con que cuenta este país. Autor de estudios sobre el duque de Rivas o Juan Ramón y de importantísimas traducciones de Dante, Petrarca o Pessoa -por citar solamente las más significativas-, es ade- más -o sobre todo- un poeta de cunda y va- riada trayectoria, siempre fiel a su manera de en- tender la labor poética. P.-Angel, üómo fue tu iniciación literaria? R.-Desde que era niño, mucho antes de ha- ber escrito versos, cuando los oía o, más adelan- te, los leía yo mismo, sentía que esa era la len- gua que yo quería aprender a hablar. Era como si se tratase de dos idiomas: el que hablaban los 10 poetas y el que hablábamos todos los demás. Es- te último le llamaba al pan pan y al vino vino, como suele decirse, pero aquel otro que yo que- ría aprender, sin dejar de evocar al pan y al vino, hacía que me supiesen, en los sentidos de mi imaginación, mucho mor que el pan y el vino de la despensa de mi casa. No sabía por qué pe- ro intuía sin duda que el lenguaje cotidiano mostraba las cosas a una luz neutra, mientras el poético las sumía en una intrigante tiniebla o las iluminaba hasta convertirlas en joyas o algo pa- recido. Digo lo que yo podía sentir entonces -y lo digo a la luz del recuerdo-, cuando era un po- co más ignorante que ahora, es decir, cuando no había aprendido a encubrir mi ignorancia con definiciones y teorías. RECUERDOS DE INFANCIA Y CAMPO -Lo cierto es que, aunque no se lo decía a na- die, yo me sentía atraído por la poesía desde aquellos tiempos, hasta donde alcanzaba a sen- tir, que no a comprender, lo que era la poesía. Asistí hasta mis diez años a una academia en la que se nos leían versos de los entonces jóvenes poetas García Larca y Alberti, algo de Antonio Machado y de Juan Ramón Jiménez y bastante de lo menos bueno de Rubén Daría, del que en- tendí que se llamaba «Rubén Diario» y, cuando lo dije en mi casa, hice llorar de risa a mi madre, que era muy lectora. Recuerdo que un prosor de aquella academia poco entendido en metá- ras criticó un día los versos de Larca que hablan «del lagarto y la lagarta / con delantalitos blan- cos» porque, según dijo, no veía de dónde se ha- bía sacado Federico lo de los delantales. Yo, que vivía en el campo tanto como en la ciudad, dije que los lagartos tenían la panza blanca y que las de los lagartos del poema eran sus delantales. El prosor me llamó tonto y casi todos mis compa- ñeros se rieron de mí, pero no me importó mucho. A la salida de clase uno de ellos se puso tan impertinente que terminamos a trompazos y, como aquella vez me tocó llevar la mejor par- te en la pelea, hubo algunos que me dieron la razón. Ya en el instituto, después de la guerra, cuan- do tenía trece o catorce años, empecé a leer a los clásicos españoles y, naturalmente en traduc- ción, a Homero y a los latinos. Por entonces mi suerte estaba echada. Y lo digo porque, aunque todavía no había hecho sino balbucear versos propios que no escribía, me consideraba poeta. Recuerdo muy bien que mi padre, que no quería comprarme una bicicleta, o tal vez no tenía di- nero para hacerlo, me enseñó a montar a caballo -en mi casa eran labradores y raro era el año que no nacía un potro. Yo me iba al campo con los amigos de mi edad, ellos en bicicleta y yo a caballo. Al principio de aquellos paseos ponía el caballo al trote, y a veces al galope, para no que- darme atrás, pero siempre me adelantaban. En- tonces lo ponía al paso y, no sé cómo ni por qué,

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Los Cuadernos del Diálogo

CONVERSACION CON

ANGEL CRESPO

Carmen Borja

Angel Crespo

Nacido el 18 de julio de 1926, Angel Crespo es una de las figuras literarias más completas con que cuenta este país. Autor de estudios sobre el duque

de Rivas o Juan Ramón y de importantísimas traducciones de Dante, Petrarca o Pessoa -por citar solamente las más significativas-, es ade­más -o sobre todo- un poeta de fecunda y va­riada trayectoria, siempre fiel a su manera de en­tender la labor poética.

P.-Angel, üómo fue tu iniciación literaria? R.-Desde que era niño, mucho antes de ha­

ber escrito versos, cuando los oía o, más adelan­te, los leía yo mismo, sentía que esa era la len­gua que yo quería aprender a hablar. Era como si se tratase de dos idiomas: el que hablaban los

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poetas y el que hablábamos todos los demás. Es­te último le llamaba al pan pan y al vino vino, como suele decirse, pero aquel otro que yo que­ría aprender, sin dejar de evocar al pan y al vino, hacía que me supiesen, en los sentidos de mi imaginación, mucho mejor que el pan y el vino de la despensa de mi casa. No sabía por qué pe­ro intuía sin duda que el lenguaje cotidiano mostraba las cosas a una luz neutra, mientras el poético las sumía en una intrigante tiniebla o las iluminaba hasta convertirlas en joyas o algo pa­recido. Digo lo que yo podía sentir entonces -y lo digo a la luz del recuerdo-, cuando era un po­co más ignorante que ahora, es decir, cuando no había aprendido a encubrir mi ignorancia con definiciones y teorías.

RECUERDOS DE INFANCIA Y CAMPO

-Lo cierto es que, aunque no se lo decía a na­die, yo me sentía atraído por la poesía desde aquellos tiempos, hasta donde alcanzaba a sen­tir, que no a comprender, lo que era la poesía. Asistí hasta mis diez años a una academia en la que se nos leían versos de los entonces jóvenes poetas García Larca y Alberti, algo de Antonio Machado y de Juan Ramón Jiménez y bastante de lo menos bueno de Rubén Daría, del que en­tendí que se llamaba «Rubén Diario» y, cuando lo dije en mi casa, hice llorar de risa a mi madre, que era muy lectora. Recuerdo que un profesor de aquella academia poco entendido en metáfo­ras criticó un día los versos de Larca que hablan «del lagarto y la lagarta / con delantalitos blan­cos» porque, según dijo, no veía de dónde se ha­bía sacado Federico lo de los delantales. Y o, que vivía en el campo tanto como en la ciudad, dije que los lagartos tenían la panza blanca y que las de los lagartos del poema eran sus delantales. El profesor me llamó tonto y casi todos mis compa­ñeros se rieron de mí, pero no me importó mucho. A la salida de clase uno de ellos se puso tan impertinente que terminamos a trompazos y, como aquella vez me tocó llevar la mejor par­te en la pelea, hubo algunos que me dieron la razón.

Ya en el instituto, después de la guerra, cuan­do tenía trece o catorce años, empecé a leer a los clásicos españoles y, naturalmente en traduc­ción, a Homero y a los latinos. Por entonces mi suerte estaba echada. Y lo digo porque, aunque todavía no había hecho sino balbucear versos propios que no escribía, me consideraba poeta. Recuerdo muy bien que mi padre, que no quería comprarme una bicicleta, o tal vez no tenía di­nero para hacerlo, me enseñó a montar a caballo -en mi casa eran labradores y raro era el añoque no nacía un potro. Y o me iba al campo conlos amigos de mi edad, ellos en bicicleta y yo acaballo. Al principio de aquellos paseos ponía elcaballo al trote, y a veces al galope, para no que­darme atrás, pero siempre me adelantaban. En­tonces lo ponía al paso y, no sé cómo ni por qué,

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iba balbuceando los versos de que hablo. Al día siguiente ya no los recordaba, pero algo de ellos debe de haber en mi poesía escrita, creo que hasta en la que hago ahora.

P.-En tu obra tiene gran importancia el mundo rural, el campo manchego, al menos en una prime­ra época. Más tarde -pienso por ejemplo en «Co­lección de climas»- el marco paisajístico cambia, pero se mantiene esa importancia del espacio exte­rior. Háblanos un poco de esto.

R.-Ya te he dicho que yo vivía en el campo tanto como en la ciudad, sobre todo en una fin­ca llamada la Cuesta del Jaral, en la que mi fa­milia solía pasar largas temporadas. Cuando me dejaban hacerlo me iba a otra llamada Bullaque, en la que había un arroyuelo frecuentado por los jabalíes, las avutardas, las tórtolas, las urracas, los verderones ... , y dormía en la choza de los va­queros. Había allí una casucha en ruinas en la que anidaban las lechuzas y tenían sus madri­gueras ratas, hurones, erizos y musarañas. Los animales de la casa no solían huir de mí, pero los del arroyo y el monte se espantaban a nada que me acercase. Esta actitud esquiva me ense­ñó a acercarme tanto a los pájaros que en más de una ocasión los atrapaba con la mano mien­tras picoteaban en la hierba. La guardesa de la Cuesta del Jaral, que se llamaba Casilda, se em­peñó en que yo podía hacer eso porque debía de tener la Cruz de Caravaca en el cielo de la boca. Pero no era verdad. Lo que sucedía es que me crié un poco salvaje y, como buen salvaje, empe­cé a ver en los animales y en las plantas una vida que no veían los demás. De ahí lo que algunos críticos han llamado mi creación mitológica. Y a sabes a lo que me refiero: a los animales miste­riosos y simbólicos de los poemas de mi primera época, de mis veinte a mis treinta y tantos años, digamos, y a los de mi poesía posterior.

Más tarde mi conocimiento de otros paisajes, de otros climas -el italiano, el escandinavo, el alemán, el francés, etc.-, sin excluir los del Bra­sil y las islas del Caribe, o los hermosos bosques de Norteamérica, no me hizo olvidar los de mi infancia y mi juventud. Es más, me ayudó a comprenderlos mejor, por simple comparación.

DICOTOMIAS

-En todo caso en seguido me sentía -y sigosintiéndome- familiarizado con los nuevos «es­pacios exteriores», y ello sucede porque mi ex­periencia de la poesía me ha enseñado que las oposiciones interior-exterior, material-inmate­rial, racional-irracional, y tantas otras, de las que no hablo ahora porque no me has preguntado cosas de estas, no son más que el umbral de su propia anulación. Quiero decir que para mí no hay espacio exterior, ni casi espacio en el senti­do que suele darse a esta palabra. Cuando pueda eliminar con sinceridad y verdad ese y otros «ca­sis», tal vez sea capaz de entender muchas cosas que ahora casi no entiendo. Por eso he dicho

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que «apenas» es la más poética de las palabras, porque la poesía en cuanto instrumento capaz de cambiar el mundo porque tiende a conocer el lado oculto de lo que llamamos realidad, apenas si nos acerca a esa meta ideal, casi nos muestra, mediante sus más insospechables revelaciones, a dónde vamos y de dónde venimos, y nunca dónde estamos, puesto que ser y estar son in­separables y estar en el ser es estar en todas partes, de la misma manera que creerse que se está en una determinada es no ser todavía. Esto es algo de lo que puedo decirte sobre el espacio exterior.

P.-Hace unos años se hablaba mucho de la di­cotomía literatura comprometida / literatura de evasión. ¿Tiene algún sentido para tí?

R.-Más que para otros. Se llamaba literatura comprometida o social a la que se ocupaba, de manera en general combativa, de los problemas políticos y sociales, entre los que se cuentan los derechos humanos, la libertad de conciencia y otros semejantes. Se llamaba literatura de eva­sión a toda la demás. Evasión quería decir, en el lenguaje crítico de quienes teorizaban sobre esta dicotomía, desinterés por la realidad y, dentro de ella, por los problemas, desdichas, justas as­piraciones, luchas abiertas o clandestinas, me­sianismos y otras creencias de las víctimas de la sociedad, así como por los abusos, crueldades, prepotencia, debilidad ideológica y profecías de su futura caída, de los opresores. Se barajaban de esta manera dos órdenes de cosas: la poesía y la sociología, o bien la poesía y la política y, por definición, la poesía era sólo el vehículo de todo lo demás. Y o siempre he estado de acuerdo -y de todo corazón- con las ideas sociológicas y políticas que predican la libertad y la dignidad del hombre, y una parte de mi poesía es prueba de ello. Con lo que nunca he estado de acuerdo es con las insinuaciones y las declaraciones se­gún las cuales quienes escriben sobre el amor, la muerte, el misterio, el erotismo, el miedo, los dioses o los paraísos artificiales hacen una litera­tura, una poesía de evasión. Y nunca he estado de acuerdo con esto porque tengo el profundo convencimiento de que todo cuanto trate de ex­presar los sueños, las aspiraciones, las inquietu­des, las ignorancias, las tendencias a lo bello por lo bello, o a lo feo por lo feo -ya sabes que no creo en las oposiciones- supone un auténtico compromiso tan importante, cuando menos, co­mo el de la llamada literatura comprometida. Que los hombres soñamos muchos imposibles, que sepamos que son imposibles y que escriba­mos -o escriban algunos- sobre ellos como si los creyeran posibles, e incluso lleguen, porque los describen o los leen, a creerlos posibles, me parece -y sólo pongo este ejemplo, aunque po­dría poner muchos más- no menos comprome­tido desde todos los puntos de vista -y no sólo desde el literario- que cuanto se ha escrito o se pueda escribir sobre temas de la llamada litera­tura comprometida contra la que, lo repito, nada

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tengo que oponer. Y es que el hombre se com­promete consigo mismo y con toda la humani­dad en cuanto escribe, quiéralo o no. También entiendo que haya quien crea que la que llama literatura comprometida es moral y aquella a la que da el nombre de literatura de evasión es in­moral. Pero yo nunca discuto con los dogmáti­cos. En general no tengo deseo de discutir con nadie, sino de escuchar a todo el mundo. Y, además, todos mostramos en nuestra escritura, aunque en distintas proporciones, rasgos de los dos miembros de esa dicotomía. En realidad los puntos de partida de la poesía son infinitos pero el de llegada sólo es uno, y hacia él caminamos todos. lPor qué? Porque la palabra poética no nos permite, cuando es verdadera, evadirnos por el camino de la evasión ni por el del compromi­so. Lo único que niega la poesía son los dogmas de cualquier signo. Por eso he escrito una vez que la poesía es la única religión que glorifica a sus herejes.

P.-Siempre es muy relativo hablar de influen­cias. Pese a ello, ¿ qué obras o autores han influido más directamente en tu poesía?

R.-Aunque esto de las influencias sea casi siempre un misterio para quien las sufre, creo poder decir que casi todos los poetas que he leí­do han influído en mí de alguna manera, aun­que yo no me haya dado cuenta en la mayor par­te de las ocasiones.

LOS VASOS COMUNICANTES

-Y considero que esto es una suerte, en pri­mer lugar porque, para mí, es una demostración de que toda la poesía -no todo aquello a lo que se llama poesía- es una (y a propósito de ello he escrito que todos los poemas son vasos comuni­cantes debido a que se comunican entre sí y con el misterio) en segundo lugar, porque el pensar así y el no haber sido a veces consciente de esa comunicación me ha evitado muchas inhibicio­nes y no menos falsos problemas. Escribir ver­dadera poesía -si es que alguien la escribe- es acceder a un nuevo conocimiento del mundo y todas las ayudas, todas las influencias que nos conduzcan a él han de ser juzgadas beneficiosas. Otra cosa es el plagio, pero el plagio no es poe­sía, y por lo tanto no tiene nada que ver con nuestro asunto.

P.-Es conocido tu interés por la poesía portu­guesa y brasileña, patente en muchas traduccio­nes. Pero como creador -no como traductor- ¿ qué aspectos te han interesado de esa poesía? O en otras palabras, ¿qué te ha llevado a ella?

R.-Vayamos por partes. Yo creo que la tra­ducción es un género literario autónomo y que, en consecuencia -y sobre todo en el caso de la poesía- es creación. Hacer vivir en un idioma lo que ha nacido en otro es, si se hace bien, un ac­to de creación. Porque eso no existía antes en la lengua a que ha sido traducido, y dar existencia es crear. Ya sé que el asunto es muy complejo,

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que se han escrito muchas opm10nes y muy contradictorias sobre el asunto, y sé también que esto no se puede discutir en pocas palabras. Goethe opinaba que la poesía que no se puede traducir no es verdadera poesía, lo cual es una manera de hablar sin nombrarlos de los vasos comunicantes de que acabo de hablarte, unos vasos comunicantes que son importantísimos para definir el género literario llamado traduc­ción.

No hace mucho tiempo el poeta portugués Eugénio de Andrade se decía que los portugue­ses han visto siempre el mundo por los ojos de sus poetas; se entiende que, si no todos, sí la mayor parte de ellos. De los brasileños puede decirse otro tanto, aunque con ciertas matizacio­nes. Que ello se deba al genio de la lengua por­tuguesa o al del pueblo que la ha creado es algo que no merece la pena ser discutido, pues lo uno supone a lo otro como lo otro supone a lo uno, y tú ya me entiendes: lengua y mentalidad del pueblo que la habla son inseparables. Yo creo que intuí esto hace mucho tiempo, que el pueblo portugués es eminentemente poético. Después lo comprobé: todos los portugueses, desde los eruditos hasta los analfabetos hablan con respeto y admiración de los poetas que han leído o no. Y, proporcionalmente, me parece que los portugueses leen más poesía que los de­más pueblos que conozco, que no son pocos, re­lativamente, claro. La leen y la viven. En Portu­gal la poesía cumple funciones de tal pero tam­bién de religión -piensa en los heterónimos de Pessoa-, de filosofía -como en el caso del sau­dosismo- y, como no deja de ser tal poesía, im­pregna de lirismo a todo el pensamiento portu­gués. Lo que me atrajo fue, primero, una intui­ción y, luego, su comprobación.

P.-¿Qué libro de los publicados hasta ahora por ti crees que recoge mejor tu esencia poética?

R.-No sé si estaré equivocado, pero creo que cada uno de mis libros muestra con cierta clari­dad hasta dónde me ha sido posible el conoci­miento de sí misma que ha ido dispensándome la poesía.

CONOCIMIENTO, ENTREGA, DESTINO

-Puede ser que a lo largo de mis años de es­cribir poesía haya habido avances y retrocesos, de libro a libro. Cuando en 1965 publiqué el ti­tulado No sé cómo decirlo, su propio título fue un testimonio de mi inquietud en cuanto al ca­mino a seguir para no dispersarme, es decir, para seguir por «la vía recta» de que habla Dante, que todo poeta debe querer ascendente e ilumi­nadora. Los años en que escribí aquel libro fue­ron difíciles para mí por varios motivos y tomé durante ellos decisiones que han sido transcen­dentales -y creo que beneficiosas- para mi es­critura y para mi vida privada. Esa crisis, en la que mis cuestiones personales compitieron con las del puro conocimiento poético, me produjo

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cierta desorientación. En cambio mis libros Cla­ro:oscuro y Colección de climas me parecen mos­trar una recuperación de estilo y de conocimien­to -que vienen a ser lo mismo- y, tras la crisis, pero esta vez positiva, de Donde no corre el aire,del que Oreste Macrí me dijo qu� era como u_na ventana abierta al todo que parecia no dar a nm­guna parte, El aire es de los dioses y el Primer li­bro de odas, escritos entre 1877 y 1981, empeza­ron a mostrarme lo que había delante de aquella ventana. Pero, en realidad, se trataba de una puerta y por ella he salido a los tres libros que ahora tengo en prensa, reunidos en el volumen titulado El ave en su aire, que tal vez estén publi­cados cuando aparezca esta entrevista. Se titulan Lira secreta, Segundo libro de odas y Anteo erran­te y creo que en ellos, y en especial en los dos primeros, se encuentra aquello por lo que me preguntas.

P.-En tu opinión, üuáles son los temas, los ejes fundamentales por los que se mueve tu poe­sía?

R.-Mi poesía es una búsqueda del co�oci­miento transcendental (y ese es uno de los eJes), y como quiera que ese conocimiento se nos da en las palabras y en ellas se plasma hasta donde la poesía es poesía, la entrega a la palabra, con objeto de poseerla cuando ella me posea, es el otro eje. Pero creo que el secreto del logro no está en conocer los ejes del carro, sino en ser ca­paz de conducirlo, como la figura del arcai:io ,VII del Tarot dominando a dos caballos de d1stmto color cad� uno de los cuales muestra irremedia­blemente una querencia opuesta a la del otro. Esos caballos simbolizan, en mi caso, lo que he hecho en poesía y lo que me queda por hacer, y por ello tengo confianza en qu� n? roml?an lo� ejes y hagan avanzar el carro -s1 as1 lo qmere m1 destino-, pues cuanta más fuerza adquiera el primero, más imponente se m�strará e� segun­do. Ese carro es por sí solo, y sm necesidad del resto de los arcanos que nos muestra el Tarot, el juego de nunca acabar, es �ecir, un símbol9 de lo que es y de lo que qmere ser la poesia.

P.-Como sabes, agrupar a los autores por gene­raciones es algo muy común y que siempre se justi­fica con la consabida «utilidad metodológiga». ¿ Te consideras realmente adscrito a alguna?

R.-Que hay generaciones de poetas es algo tan evidente como que las hay de no poetas. Eso no pasa de ser un hecho biológico, y no creo conveniente -aunque se haga- extrapolarlo a la literatura. Sería mejor hablar de escuelas y de tendencias. Se habla de la generación del 98, o de la del 27, o de la del 36, y a fuerza de oir ha­blar de ellas nadie siente extrañeza. Pero lno se sentiría si se hablase de la generación del 1860para referirse a los parnasianos o de la del 1290,o una fecha parecida, para nombrar a los poetasdel do/ce stil novo? Hablar de generaciones esuna moda que ya dura demasiado tiempo y, enconsecuencia, una antigualla. A no ser que «ge­neración» sea un eufemismo empleado para no

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decir «grupo de presión» o algo parecido. Yo nunca he pertenecido a ninguno de esos grupos porque en cuanto se ciega un vaso comunicante -y eso es lo que hacen los grupos de presión­empieza a estancarse su contenido.

P.-Tú llevas en Puerto Rico desde el año 1967 pero mantienes un estrecho contacto con la poesía que se hace ahora mismo en España. En general, ¿ qué opinión te merece? Y ya más en particular, ¿qué opinas de esa epidemia de neohelenismo -más bien de efebismo, valga la expresión- quealcanza a buena parte de la poesía joven?

R.-En general me parece muy buena opinión, en parte -ya lo he dicho en repetidas ocasio­nes- porque los nuevos poetas sienten, en mu­chos casos y cada uno a su modo, unas preocu­paciones muy semejantes a las que siempre he tenido yo mismo -y de las que acabo de hablar contigo. Observo, además, en los mejores, que no son pocos, una gran apertura crítica que les lleva a revisar (y revalorizar en ocasiones a algu­nos grandes olvidados) las obras de quienes les han precedido, y observo también que están aportando nuevas técnicas y nuevos problemas; es decir que, sin ser iconoclastas, tampoco son conformistas. lQué más puede pedirse, si ade­más abunda entre ellos el verdadero espíritu poético?

Si hay poetas españoles que se sienten o se han sentido efebos o que se sienten atraídos por ellos me parece no sólo justo sino incluso obli­gado' que, ahora que pueden -y ojalá puedan siempre- escribirlo y publicarlo todo, los can­ten por decirlo de una manera tradicional, o se canten en sus versos. Ello enriquece a nuestra poesía y, en consecuencia, a nuestra cultura, y de ese enriquecimiento deberíamos felicitarnos todos. Lo que no me parece bien es que alguno de ellos -no todos ni los mejores, desde luego­se crean o finjan creerse -lo que es menos gra­ve- superiores a los no efebistas.

En cuanto a lo del neohelenismo -que es al­go más abarcador que el efebismo- creo que en­tre nosotros hay uno verdadero y otro falso. Del primero sería muy largo y complicado hablar ahora. Basta con decir que los dioses andan de nuevo entre nosotros. Del segundo te recordaré que Fernando Pessoa, que fue un precursor del neopaganismo, se burlaba de W, alter Pater y de Osear Wilde -sobre todo de Wllde- porque se­gún él, y yo no tomo posición en el asunto, _se creían neopaganos por el hecho de no ser cris­tianos. Pero no se es una cosa, pensaba Pessoa, porque no se sea otra, sino porque se es aquello que se es, y en eso sí que tomo pos!ción, es de­cir, sí que estoy de acuerdo con el.

P.-En lineas generales, üómo ves el panorama cultural español de estos últimos años?

R.-Con mucho y muy justificado optimismo. Y puedo jurarte por todos los dioses � que no soy, ni mucho menos, un opti- á.. � mista nato. �

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