Creación literaria

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TALLER DE CREACIÓN LITERARIA IES ÁLVAR NUÑEZ

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bachillerato, literatura

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TALLER DE CREACIÓN LITERARIA

IES ÁLVAR NUÑEZ

DEPARTAMENTO DE LENGUA Y LITERATURA

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SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR

OTROS FINALES PARA LA OBRA

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Texto de Laura González Álvarez, 2º de bachillerato B.Las fuerzas de don Manuel se agotaban, incluso el pueblo se estaba dando cuenta. Su voz misma, aquella voz que era un milagro, adquirió un cierto temblor íntimo. Se le asomaban las lágrimas con cualquier motivo. Y sobre todo cuando hablaba al pueblo del otro mundo, de la otra vida, tenía que detenerse a ratos cerrando los ojos.

Iba pasando el tiempo y observábamos mi hermano y yo que las fuerzas de don Manuel empezaban a decaer, que ya no lograba contener del todo la tristeza que le consumía, que acaso una enfermedad traidora le iba minando el cuerpo y el alma.

Y es que el pobre no podía más, después de contarle toda la verdad a Lázaro, no podía callarla, tenía que gritarla a todo el pueblo, tenía que quitarse de dentro esa lucha que nada bueno estaba haciendo con él.

Don Manuel reunió a todo el pueblo en la que sería su última misa con la idea de contar toda la verdad. Una vez allí viendo a todos aquellos a los que había ayudado, a aquellos que le habían dado su confianza, aquellos que esperaban ansiosos sus palabras, empezó a pensar, que si contaba la verdad, ese pueblo, su pueblo, al que a él entrego su vida, no viviría ya del mismo modo, todo cambiaria, nada seguiría igual.

Por lo que optó por dar una misa de despedida y no contar nada a sus feligreses.

- Hoy no es un día triste. No lloréis, hijos míos, pues las lágrimas de poco valen ante el tormento de la despedida. Tan solo recordadme como alguien que siempre estará en vuestros corazones.

- ¡Padre, Padre! ¿Por qué decís esas cosas? ¿Acaso nos deja, Padre?

- No temáis pues, seguiremos juntos, y nuestros caminos volverán a cruzarse. No me falléis como pude yo fallaros alguna vez. Vivid en paz y contentos y rezad, rezad a María Santísima, rezad a Nuestro Señor. Sed buenos, que esto basta. Perdonadme el mal que haya podido haceros sin quererlo y sin saberlo. Y ahora, después de que os dé mi bendición, rezad todos a una el Padrenuestro, el Ave María, la Salve, y por último el Credo.

Luego, con el crucifijo que tenía en la mano salió tras los llantos de cada una de las mujeres, muchos de los niños y no pocos hombres, pues todos le querían.

Don Manuel necesitaba estar solo por primera vez, tenía que afrontar los problemas, solucionarlos. Fue su alma la que lo llevó al lago. Lázaro insistió en acompañarlo, pero don Manuel le hizo comprender que debía ir en solitario.

Una vez allí, contempló aquel lugar que tantos días había visitado, donde las aguas estancadas le habían visto pasar toda su vida. Se acercó a ellas y gritó:

-¡Qué ganas tengo de dormir, dormir, dormir sin fin, dormir por toda una eternidad y sin soñar!

Con estas palabras, don Manuel, se adentró en ellas, sin mirar atrás, dejando todo, todo lo que había sido su vida.

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Texto de María del Mar Jiménez Torres, 2º de bachillerato B.Allí me hallaba. En ese quebrantado lugar, en la mancillada capilla de Valverde de Lucerna, aspirando la clemencia de mi Señor. No para mí, sino para Lázaro y, el propio párroco de esta -la casa de Dios-, para Don Manuel. Es de buen decir que la parroquia es el único lugar que se encuentra libre de todo pecado, donde unos piden perdón y otros buscan un consuelo, mientras que yo no exigía más que una homilía, una sencilla explicación.

Oí de lejos, a un lado del retablo, el sonido que hacen las bandejas metálicas al caer, que no fue sino una señal, de mi Señor, de que huyese de allí. No procedí a ello. Comencé a acercarme a la estancia de nuestro párroco don Manuel, situada allí donde se había escuchado el ruido, y muy lentamente asomé mi cabeza al hueco que dejaba entrever el interior de la alcoba. Observe el sayo y la muñeca ensangrentados de un cuerpo inmóvil desde aquella mi posición. Con el corazón encogido y la respiración entrecortada pude entrar a tiempo de ver cómo Lázaro, mi querido hermano, saltaba por la ventana del alojamiento, echando a correr sin lanzar la vista a sus espaldas.

- ¡Don Manuel! - grité arrojándome a sus pies- ¿Qué ha sucedido?

Con la voz apagada y la mano taponando la herida de su costado, me miró. No tristemente, como era de costumbre ver en sus pupilas, sino con una dulzura sobrecogedora.

- Nuestro pecado, y ya te dije entonces, es el de haber nacido.

- Pero Padre, esto no tiene perdón de Dios, y menos aún cuando ni mi hermano, hacedor de esta empresa, ni usted creen en el Señor, él por asesino y usted por escéptico.

- Creer, creo, hija mía, en lo que difiero es en la forma, en la jerarquía de esta Tu Iglesia.

- Pero Padre… ¿Es posible llamarle y defenderle Santo por boca de un pecador, como es en este momento mi hermano, que no ha hecho sino herir al párroco de nuestra iglesia? ¿No es de bien corresponderos al amor que le habéis ofrecido? No comprendo nada, estuvisteis unidos, conoce vuestros secretos, que este momento yo también domino, y ¿os hace esto, Padre?

- Hija mía, no solo es ese secreto el que ha conseguido averiguar… Es posible que conocedor de otras reservas me haya puesto donde el Señor no sabía. Muerto.

Se incorporó como pudo, apoyándose contra la pared y dejando no solo un surco de sangre a lo largo del suelo, sino también en mis manos, de las que no se desprendía.

- ¿En qué momento mi hermano averiguó dicho enigma?

- Justo antes de que llegaras, mi piadosa Ángela.

Intrigada y asustada por las muecas que don Manuel estaba haciendo a causa de su dolor me acerqué a él para taponar su herida, con más fuerzas de las que a él le quedaban.

- Me gustaría saberlo, Padre. Ayer mismo fue cuando Lázaro me puso al corriente de su estado ante la religión, defendiéndole con uñas y carne ante mi enojo, y es, él mismo, hoy, el que ha clavado un puñal en su abdomen.

Don Manuel alzó la vista, clavando su mirada en la mía, estrechando sus ojos con el fin de saber qué estaría yo pensando, hasta que al fin confesó.

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- Es más bien una muerte merecida. No hay algo que enfade más a un hombre y que provoque sus ansias de matar que infamar la persona de su propia hermana. Y no es que yo haya mancillado vuestro nombre, mi querida Ángela, sino totalmente al contrario. Comenzamos a hablar de ti, llevando una cosa a la otra…

- ¿Qué ha osado decir de mí? - Dije con enfado y retirando la mano de su herida, a lo que él tan solo sonrió.

- Es eso precisamente. Tu enfado, tus dudas, la envidia que tengo a tu consumada creencia en Dios… Es eso precisamente lo que ha llevado a un pobre cura a no desear creer, a no querer dejarte a un lado. Pues no hay más verdad que la que le he contado a tu hermano Lázaro. No hay más verdad que la creencia de que un discípulo de Dios siga sus pasos durante toda la vida es mentira. Mentira. Mentira siempre y cuando se pose ante él un ángel como tú. Un ángel que le haga abrir los ojos y observar la realidad, la belleza y el verdadero amor que deseo mostrarte.

Continué mi silencio encarecidamente con el rostro agachado al suelo, avergonzada. Jamás un hombre había mostrado un interés por mí, pero no sabía cómo responder a la insinuación de don Manuel, ¿era tan singular y extravagante aquel caso como a mí me parecía? Ahora entendía la reacción de mi hermano, pues este había posado todo tipo de confianzas en don Manuel, al que seguía y defendía en sus engaños al pueblo, tan solo para hacer feliz. Y de un momento a otro se había visto “apuñalado”, no de la forma en la que ahora estaba Don Manuel, sino traicionado por su mejor amigo.

- No debes responder nada. Es más, no respondas, pues aquí en mis últimos halos de vida no podrías pensar razonadamente. Conozco la incomodidad que sientes, pues es la misma que yo he notado al hablar, ha sido tan insólito para mí, como para ti…

Dejó de hablar en el mismo momento en el que volví a presionar su herida fuertemente y observó como mi mirada se entretenía con el movimiento de sus labios al hablar. En aquel momento deseaba besarle, pero me parecía respetuoso, al menos, responder a mis añoranzas de salvarle la vida, presionándole la herida. Nuestras miradas se cruzaron un instante y él sonrió mientras sujetaba mi mentón con aquella cálida mano, cubierta de sangre seca, atrayéndome hacia él para aunar nuestros deseos. Poco tiempo después sentí como sus labios se soltaban y separaban de los míos, quedando todo su cuerpo lacio contra aquella pared.

Sus ojos aún se mantenían cerrados. Cerrados dulcemente, disfrutando de nuestro beso. La vida eterna no existía para él, pero aun así, entre lágrimas y sollozos recé por su alma y por la del pecador que le había matado, para que encontrase su camino allí en el cielo, junto al Señor. Nuestro Señor. Fue en ese mismo momento en el que mi creencia se extinguió, nunca he llegado a saber el porqué. Aun así continúo visitando su alma en aquella alcoba a la que han santificado todos los vecinos de Valverde de Lucerna, en la que aparece escrito: Don Manuel, Santo y acaparador del amor de este pueblo, perdone nuestros pecados, amén.